miércoles, 1 de mayo de 2019

Reivindicación y crítica

500 Años de Invasión y Genocidio Español en América

Néstor Espinoza

EN EL SIGLO XVI, dos facciones de aventureros españoles, la una encabezada por Hernán Cortés y la otra por Francisco Pizarro, invadieron las tres culturas aborígenes más importantes, desarrolladas, creativas y florecientes de América autóctona, la azteca, la maya y la incaica.

Y una de las consecuencias funestas de estas invasiones fue el genocidio, con 55 millones de indígenas muertos por la violencia de la llamada conquista y colonización.

En México, se van a cumplir los 500 años de la llegada del español Hernán Cortés a las tierras aztecas que se regaron de sangre y cadáveres de los súbditos de Moctezuma. Con tal motivo, el actual presidente de ese país hermano, Manuel López Obrador, ha enviado una carta dirigida al rey supérstite de España, así como al Papa Francisco, exigiendo disculpas por los crímenes de la Conquista. Asunto que ha despertado, como era de esperarse, reacciones adversas y críticas vitriólicas en tres escritores, el español Arturo Pérez – Reverte, el peruano – español y marqués Mario Vargas Llosa y el mexicano Carlos Heredia Zubieta.

Pérez-Reverte ha dicho de López Obrador: “Si ese individuo se cree de verdad lo que dice, es un imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza”.

Nos sorprende que Pérez – Reverte, sin duda un buen novelista, pero ideológicamente era un reaccionario, antisudaca indígena, antidialéctico y pan hispanista a ultranza, al igual que Mario Vargas Llosa, como si estuvieran cortados por el mismo cuchillo.
En nombre de un mayor nivel educativo, se supone, de un orden democrático alturado, no habría sido un despropósito, que el rey y el escriba reconocieran el genocidio y dijeran, “efectivamente, nuestros antecesores del S. XVI cometieron un crimen de lesa humanidad y pedimos las disculpas del caso por ellos”. Porque los españoles de ese siglo y los actuales conforman la misma nación, si no se carece de una visión dialéctica de la historia.

Pérez-Reverte, con su actitud de marras retrocede (o no había evolucionado), a las ideas feudales del s. XVI. Y su gesto es el mismo de sus congéneres invasores de Tenochtitlan, de Utatlan y del  Tawantinsuyo.

Por su parte, Don Mario Vargas Llosa, avecindado en España, saltó a la palestra, lanza en ristre, aduciendo, que la carta en cuestión, López Obrador debió de enviársela a él mismo, ya que los abusos contra los indios no sólo ocurrieron en la colonia, sino que subsisten aun ahora con millones de ellos marginados, pobres, ignorantes, explotados.

En lo político, Don Mario, con su españolismo amarquesado, su liberalismo antípoda del socialismo y sus mentiras sobre Argentina, Venezuela, Cuba, etc, que quiere hacer pasar como verdades, resulta un desastre para el Perú de todas las sangres y de fuerte presencia andino-amazónica. Su Premio Nóbel literario desentona con su papel político de servilismo al sistema capitalista.

Los peruanos de raíz originaria, del Ande, de la amazonía y del mestizaje no lo reconocemos como nuestro escritor, no nos reconocemos en su obra literaria, por ser él ajeno al mundo andino que desconoce y no sólo que lo desconoce, sino que, además, lo desmerece y es un defenestrador de la obra literaria de  nuestro más grande escritor andino José María Arguedas. Por sus ideas políticas reaccionarias y su narrativa vacía de mundo andino, no es totalmente extraño.

Para nosotros, José Carlos Mariátegui, César Vallejo, José María Arguedas y Ciro Alegría son la pluma suma de la peruanidad, sin olvidar también a nuestro Inca Garcilaso de la Vega, a Manuel Scorza y a Mario Florián y seguramente, otra  hubiera  sido la actitud de estos escritores ante la carta de López Obrador.

NOTA:- Nos llama profundamente la atención el silencio de los escritores andinos, ante la agresión impune del Estado criollo y de las empresas  mineras a nuestras comunidades andinas. Pareciera que se contraen sólo a novelar de lejos los hechos socio – culturales del país y prescinden de la protesta social, cuando nuestros grandes escritores andinos arriba nombrados, aparte de hacer una obra escrita maravillosa, estuvieron en la candela de la confrontación política.

Crítica


Criticando al Crítico

Julio Carmona

A PROPÓSITO DE HABERSE CUMPLIDO el mes pasado (16 de abril) un aniversario más de la desaparición física del Amauta José Carlos Mariátegui (JCM), creo pertinente hacer público este artículo que es parte de un trabajo más amplio. Y, siguiendo con la tónica que enuncia su epígrafe, voy a hacer algunos comentarios en torno a un planteamiento inicial expresado por Antonio Cornejo Polar (ACP), relacionado con el uso de las citas textuales de los autores que se estudian. Y, en tal sentido, ACP en su apreciación sobre «lo nacional» en José Carlos Mariátegui (JCM)1, empieza recusando los trabajos que abundan en citas para exponer o precisar su pensamiento, a los que acusa de «solidificar» dicho pensamiento, y los equipara incluso a «la argumentación escolástica basada —dice— en los “criterios de autoridad”», y concluye que esa «es la manera más segura de traicionar la vitalidad creadora del magisterio de Mariátegui.» (op. cit.: 49).2 Pero es esta una posición que el mismo JCM no compartía. Por ejemplo, refiriéndose a Unamuno dice: «A Marx hace falta estudiarlo en Marx mismo. Las exégesis [es decir, las interpretaciones] son generalmente falaces. Son exégesis de la letra, no del espíritu»3; nos dice, pues, JCM que a Marx ‘se lo debe estudiar en sus propios textos’ y ‘no en los textos de sus intérpretes’.4

        Pero también JCM recomienda al lector no quedarse en la ‘exégesis de la letra sino que se debe pasar a la del espíritu’: no quedarse contemplando la superficie aparentemente calma de las aguas del río, se debe penetrar en su profundidad para descubrir sus correntadas y remolinos en ebullición. Resulta, entonces, que la letra dice más de lo que su superficie —literal— expresa. La letra es el cuerpo, la idea que encierra es el espíritu. Por eso JCM sugiere que al momento de escribir con una técnica nueva, esta «debe corresponder a un espíritu nuevo también. Si no, lo único que cambia es el paramento, el decorado»5. Entonces, esa expresión comentada (de estudiar a un autor en sí mismo) implica no abstenerse de citar los textos del autor tratado, pero tampoco quedarse en una lectura superficial. Por ejemplo, cuando JCM, en su apreciación de Jorge Manrique, cuestiona que se le atribuya a este una ideología pasadista, dice:

«Es tiempo de protestar contra el capcioso conato, exonerando a Jorge Manrique de la responsabilidad que una posteridad memorista, aunque de mala memoria, más pegada siempre a la letra que al espíritu de los libros y de los autores, pretende echarle encima.» (op. cit.: 127)

Los exégetas —dice JCM— leyeron estos versos de Manrique: «… como a nuestro parecer/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor.» Y no fueron más allá de la frase «cualquiera tiempo pasado fue mejor», y le endosaron al autor el sambenito de ser un panegirista del pasado. Y, después de abundar con argumentos en contra de esa imputación, JCM concluye:

Jorge Manrique no es responsable sino de su poesía. No le imputemos ningún lema ajeno a su verdadero pensar. Releamos sus versos sin atenernos a especiosos fragmentos, ficticiamente recortados. Con su poesía tiene que ver la tradición, pero no los tradicionalistas. Porque la tradición es, contra lo que desean los tradicionalistas, viva y móvil. La crean los que la niegan, para renovarla y enriquecerla. La matan los que la quieren muerta y fija, prolongación del pasado en un presente sin fuerzas, para incorporar en ella su espíritu y para meter en ella su sangre. (op. cit.: 129-130).

Y, obviamente, el espíritu del autor está en sus letras, y a él se debe acceder a través de esas letras pero con una interpretación auténtica, fidedigna. Quedarse en la letra puede devenir tergiversación. «Lenin nos prueba —escribe JCM— en la política práctica, con el testimonio irrecusable de una revolución, que el marxismo es el único medio de proseguir y superar a Marx».6 Aquí se puede decir que la única manera de proseguir y superar a Mariátegui es relacionando su letra con el marxismo, vale decir, destacando su espíritu clasista, revolucionario, o sea que los indicados a hacerlo son los marxistas, proletarios y revolucionarios, y no los ideólogos pequeño o gran burgueses que buscan —con interpretaciones sesgadas de sus textos y sus contextos— castrar, precisamente, lo esencial de su marxismo: el clasismo revolucionario.

        Esa advertencia de morigerar las citas textuales, desde luego, es mucho menos aplicable a los casos en que se hacen como «selecciones» o «antologías», porque en ellos el objetivo es proporcionar material de lectura para que el lector interesado en temas específicos lo utilice con menor esfuerzo, y si se hace indicando la fuente, se ve que la honestidad es mayor ya que se da la oportunidad de ubicar en el contexto lo que ha sido extraído de ahí. Y, si de honestidad se trata, pongamos el ejemplo de un estudioso francés Roger Scarpit, quien —en la introducción a su Historia de la literatura francesa— escribe lo siguiente:

Intencionalmente hemos confundido realismo y naturalismo, y hemos separado dadaísmo y surrealismo. Y lo hemos hecho así porque tal es nuestra perspectiva, nuestra visión de la literatura francesa: al no exponerla francamente por temor a las críticas, hubiéramos pecado de falta de honestidad intelectual (p. 10).

La honestidad intelectual obliga a sustentar lo «descubierto» en una lectura, de la única forma como se debe hacer: citando textualmente la idea en la cual se cree haber descubierto un sentido «nuevo», y no enunciando solo ese «descubrimiento». En tal sentido, se puede aducir en defensa del sistema de citas que no necesariamente conduce a «solidificar» (anquilosar, reificar) el pensamiento estudiado; con él se puede buscar la fidelidad con el pensamiento del autor de que se trate, pues de lo contrario sus ideas deberán ser parafraseadas o interpretadas con el riesgo de la tergiversación o la manipulación. Y esto creo haberlo detectado en el texto que aquí estoy comentando de ACP. Por ejemplo, para referirse al tema específico de la literatura peruana dice de JCM —sin citarlo— que tiene la «explícita voluntad [de] contribuir al surgimiento y consolidación de una literatura nacional pe-ruana». Pero una lectura atenta de los textos de JCM revela que no existe esa explícita voluntad referida a la literatura escrita en el Perú.

        Lo que, de hecho, se nota es que ACP ha realizado una paráfrasis de la frase que figura en el prólogo a 7 Ensayos..., en donde se lee: «Tengo una declarada y enérgica ambición: la de contribuir a la creación del socialismo peruano.» Y al haber hecho esa transposición de términos mezclando dos conceptos distintos y distantes (que es una manera de citar impropia) ha incurrido en el error que empezó recusando. Porque JCM, en ningún momento del séptimo ensayo —ni tampoco en otro de sus textos— dice tener la explícita voluntad de «contribuir al surgimiento y consolidación de una literatura nacional peruana», pues, en todo caso, tendría que haberlo hecho produciendo literatura y no metaliteratura. Esta se encarga de estudiar a aquella, que es producida por los literatos, y son estos los que contribuyen a su surgimiento o consolidación. El crítico o estudioso de la literatura —que era el caso de JCM— no hace sino constatar si se cumplió o no ese objetivo.

        Lo que se propuso, explícitamente, JCM en su séptimo ensayo fue someter a juicio (en la acepción judicial del término) a la literatura peruana, y, en ese sentido, precisa que en ella no hay unidad, por el contrario, dice que se la puede estratificar en tres períodos: colonial, cosmopolita y nacional; es decir, que dentro de la literatura peruana en general ubica a la nacional, en particular, con lo cual está planteando su diferenciación, y su no homogeneidad, ergo, no se puede confundir literatura peruana, con literatura nacional, como una sola y misma cosa.7

        En una entrevista periodística, en el año 1994, la poeta Blanca Varela dijo: «La poesía es una sola.» Y esa es una verdad axiomática. Como lo es decir lo mismo de la pintura o la música, etc. Como lo es la humanidad. Pe-ro, así, es una abstracción: hacerse una «idea» de la poesía, prescindiendo de todos los poemas en concreto. Y una idea sin objetos es una idea de nada. Cuando hablamos de los poemas, en particular, nos alejamos de la abstracción «poesía» para enfrentarnos con realidades y verdades específicas. Y estas no son las mismas para todos los individuos humanos, aunque sí lo sean para la humanidad en abstracto. La humanidad real, lamentablemente, está dividida. Es cierto que esta división es perniciosa y perjudicial para la humanidad misma, cuya felicidad se cifra en el entendimiento armónico de sus partes. Pero esto es lo ideal. Lo que se da en lo real es diferente. Pero eso no impide que se las estudie en su propia especificidad. Decía Marx: «Como vemos, cuando hacemos un análisis objetivo del mecanismo capitalista, ciertas tareas infamantes, que le caracterizan excepcionalmente, no pueden servirnos de subterfugio para eludir dificultades teóricas».8

        El hecho de omitir las citas textuales —por mínimas o extensas que estas sean— depara el riesgo de tergiversar las ideas del autor tratado. Y ese riesgo aumenta cuando, en lugar de citar al mismo autor comentado, se recurre a la paráfrasis o interpretación que ha hecho otro comentarista. Para ilustrar esto, pongo un ejemplo de otro autor. El médico psiquiatra Jo-sé Li Ning hace referencia a la discriminación racial que sufrieron los inmigrantes chinos y japoneses en los años cercanos a la segunda guerra mundial. Y dice: «Políticos e intelectuales se sumaron a la campaña persecutoria que respondió a intereses de los grupos políticos, aun de los más progresistas de la época, siempre en relación con la superioridad étnica, sus acciones reflejaron que el pensamiento de la ilustración peruana no estuvo nunca distante de aquel de quienes preconizaban la superioridad racial aria.»9. Y a renglón seguido, para reforzar su idea, cita a otro autor que dice:

En el Perú, a partir de 1934 se desató una campaña antijaponesa a través del diario “La Prensa”, bajo el nombre de “La in-filtración japonesa”, y que se desarrolló durante varios años […] Además del diario La prensa [sic: ya sin comillas], participó en la campaña periodística una serie de pasquines y órganos de difusión de agrupaciones políticas, como la fascista Unión Revolucionaria y el Partido Aprista (Morimoto, pp. 101-102).

Y Li Ning acota: «Esta reacción racista de rechazo a un grupo étnico a favor de otro, incluye la de Mariátegui» (Ibídem). Nótese que en la cita preceden-te, se resalta la fecha de 1934 para referirse a la «campaña antijaponesa»; sin embargo y sin reparar que a esa «campaña» no se puede sumar algo que hubo de ocurrir en años anteriores, Li Ning incluye a JCM cuyo deceso ocurrió cuatro años antes. Y, lo que es peor, lo hace sin citar al mismo JCM, para sustentar eso que está afirmando, sino que lo hace citando a un tercer autor, quien también omite la cita, solo lo «parafrasea». Veamos:

[…] en Siete (sic) ensayos de interpretación de la realidad peruana [el número siete en letras y todo el título sin cursiva] afirmaba que los chinos y los negros no habían aporta-do nada a la sociedad y cultura peruanas (Mariátegui 1988: 315-316). La razón de esta idea estaría en la doctrina que sostenía que los negros no son iguales a los seres humanos, y que los asiáticos son “razas decadentes” […] El encuentro del indigenismo con el nacionalismo resultó en la exclusión de los negros y chinos que fueron considerados inapropiados para la nación peruana (Yamawaki, 2002, p. 105).

Lamentablemente, las tres ediciones que manejamos de 7 Ensayos… (1958, 1968 y 1980, de la Biblioteca Amauta) tienen distinta paginación y no coinciden con los números de páginas que figuran en la cita (y ahí tampoco se especifica la editorial). Pero en las tres he encontrado lo que JCM dice sobre el tema (negros y chinos), y lo que dice (no lo que yo interpreto) está referido al nulo aporte cultural (no racial) de los negros y chinos que eran traídos como esclavos, no como individuos creadores de cultura. Dice, por ejemplo:

El chino y el negro complican el mestizaje costeño. […] El coolí chino es un ser segregado de su país por la superpoblación y el pauperismo. Injerta en el Perú su raza, mas no su cultura. […] El aporte del negro, venido como esclavo, casi como mercadería, aparece más nulo y negativo aun.10 […] No estaba en condiciones de contribuir a la creación de una cultura. (1958: 296-298; 1968: 270-271; 1980: 340-342).

En primer lugar, la frase ‘lo complican’ no debe interpretarse como ‘lo malogran’ sino como que hace más difícil su estudio.11 No es, pues, como se desprende de la cita de Yamawaki: que la idea de JCM «estaría en la doctrina que sostenía que los negros no son iguales a los seres humanos, y que los asiáticos son “razas decadentes”.» Todo lo contrario. JCM está admitiendo su integración como «razas», pero advirtiendo sus limitaciones culturales por su condición de ser —quienes fueron traídos en esa condición— personas esclavas o esclavizadas; porque —como dice Dante Castro Arrascue, refiriéndose a los chinos— «los que vinieron no eran embajadores de la ilustración oriental, sino esclavos». Por lo demás, se debe destacar que cuando JCM se refiere a los negros está hablando de lo ocurrido en la colonia, situación que se mantuvo hasta comienzos del siglo XX. Dante Castro hace también una precisa incisión a la presencia de la visión cultural (relacionada a lo literario) desde el interior de los grupos humanos distinguidos como chinos, dice: «La narrativa de los chinos en el Perú, escrita en castellano, ha sido hecha recién por Siu Kam Wen, a mediados de los 80 del siglo XX.» (Texto en Internet, igual que la cita precedente del mismo autor). Y en relación con los japoneses esa presencia se dio por la misma época con el narrador Augusto Higa y, bueno, también es el caso de José Watanabe. Y algo similar se puede decir en relación con los negros, a partir del trabajo de Nicomedes Santa Cruz, que se remontaría a los años 50 o 60 del siglo XX.12 Es más, en lo que se refiere al concepto de «raza» JCM tiene fuertes reparos. Dice:

Pero si la cuestión racial —cuyas sugestiones conducen a sus superficiales críticos a inverosímiles razonamientos zootécnicos— es artificial, y no merece la atención de quienes estudian concreta y políticamente el problema indígena, otra es la índole de la cuestión sociológica. El mestizaje descubre en este terreno sus verdaderos conflictos; su íntimo drama. El color de la piel se borra como contraste; pero las costumbres, los sentimientos, los mitos —los elementos espirituales y formales de esos fenómenos que se de-signan con los términos de sociedad y de cultura— reivindican sus derechos.13

Las citas hechas hasta aquí de JCM corresponden al séptimo ensayo. Pero ya en el tercero «El problema de la tierra», dice: «El coloniaje, impotente para organizar en el Perú al menos una economía feudal, injertó en esta elementos de economía esclavista. (…) La responsabilidad de que se puede acusar hoy al coloniaje, no es la de haber traído una raza inferior —este era el reproche esencial de los sociólogos de hace medio siglo14— sino de haber traído con los esclavos, la esclavitud, destinada a fracasar como medio de explotación y organización económicos de la colonia, a la vez que reforzar un régimen fundado solo en la conquista y en la fuerza.» (pp. 55-58). Y esa situación, que viene de la colonia, se verificaba aun a comienzos del siglo XX: «El carácter colonial de la agricultura de la costa, que no consigue aun liberarse de esta tara [la tara de «un régimen fundado solo en la conquista y en la fuerza»], proviene en gran parte del sistema esclavista» [es ese sistema esclavista y no las «razas» sometidas a él lo que está siendo juzgado por JCM]. Y continúa precisando lo actual que era para él dicho problema:

El latifundista costeño no ha reclamado nunca, hombres sino brazos. Por esto, cuando le faltaron los esclavos negros, les buscó un sucedáneo en los coolíes chinos. Esta otra importación típica de un régimen de “encomenderos” contrariaba y entrababa como la de los negros la formación regular de una economía liberal congruente con el orden político establecido por la revolución de la independencia. (Ibíd. Negrita del original).

Y en otro trabajo que trata sobre «Aspectos económico-sociales del problema sanitario», publicado un año antes a la edición de 7 ensayos…, en el que manifiesta su identificación humana con los trabajadores (sea cual fuere su color de piel —o su «raza»—: negros, chinos, indígenas), identificación obvia en alguien que ha adscrito a la doctrina que busca unir a todos los trabajadores del mundo en una sola causa de liberación, ahí escribía lo siguiente:

Cabe señalar la influencia que tienen en la cuestión de la salubridad rural la supervivencia del viejo régimen y espíritu latifundistas. El hacendado colonial de antiguo tipo, ha heredado de sus abuelos un criterio feudal, casi esclavista, en abierto conflicto con la valoración moderna del capital humano. La mentalidad de «negrero» no se sintió condena-da por la abolición de la esclavitud, dado que se le ofreció la oportunidad y los medios de subsistir al autorizarse el comercio de los coolíes. Por el bienestar del bracero aborigen, proveniente en gran parte de la sierra, esto es de regiones donde impera aun la servidumbre, el latifundista no manifiesta hoy un interés mayor que antaño por el bienestar del negro o del chino. (…) la sanidad tiene que triunfar no solo de la natural tendencia de las empresas a obtener los mayores rendimientos con los menores gastos, sino también del espíritu del señor feudal reacio a considerar al bracero humilde como a un hombre con derecho a un racional e higiénico tenor de vida.15

Como tales, esclavos, pues, era muy difícil —si no imposible— que los hombres y mujeres conformantes de esas razas y sectores laborales lograran revivir sus respectivas culturas originarias, aunque como individuos sí hubieran podido dejar algo meritorio: pienso en Pancho Fierro, para la pintura, o en José Manuel Valdés en poesía.16 Se ve, pues, que el prescindir de las ci-tas (que es lo que hace Yamawaki) lleva a realizar falsas paráfrasis o interpretaciones equivocadas de las ideas del autor tratado, y esto se hace más grave aun, si esas «paráfrasis» o interpretaciones sesgadas se admiten como válidas (que es lo que hace Li Ning).

        Obviamente, no estoy diciendo que las técnicas de la paráfrasis o la interpretación sean inválidas. En todo caso, se trata de hacer ver que tampoco el «sistema de citas» lo es —como sí lo pretendía ACP. Es más, para ratificar la validez de este sistema y, justamente, con perspectiva positiva de magisterio, recurrimos a la autoridad de un maestro del intelecto de Nuestra América, el cubano Juan Marinello17, quien en prólogo a un libro que recoge varias obras del argentino Aníbal Ponce, advierte un reparo a la profusión de citas que hace el maestro, y dice: «A veces, es cierto, quisiéramos camino más desembarazado y expedito —menos notas al pie de la página—, pero no olvidemos que un definidor de su talla y responsabilidad se ve forzado a destacar fuentes y raíces válidas a lectores que no las tienen a mano ni a su diario servicio. El trato con las obras citadas por Ponce puede ser la base de una buena cultura filosófica y sociológica, y no es ajeno el autor a la urgencia de ofrecer ese bagaje.»18

        Reitero, pues, que, contrariamente a lo dicho por ACP, la elusión de las citas textuales puede estar sesgando el pensamiento del autor tratado. Y es lo que creemos detectar en lo hecho y dicho por él. Y por supuesto, por lo que respecta a la diferenciación de la literatura tal como lo hace JCM, no estoy diciendo que sea ajena a ACP. Y esto se desprende de la lectura total de su texto; más aun, la constatación de esa disyunción —que, dice, se halla en JCM— lo lleva a esbozar una de sus propias tesis para estudiar la literatura peruana, su totalidad contradictoria19, su heterogeneidad:

«… queda en pie —dice ACP en el texto aquí comentado— una nueva alternativa para comprender nuestra literatura sin mutilar su pluralidad. No es que desaparezca el criterio de unidad, pero se le relativiza mediante un tratamiento histórico que permite pensar tanto en su paulatino y difícil logro, cuanto en el variado y problemático proceso que le antecede. Hoy se sabe que la unidad no se plasmó y hasta se puede pensar legítimamente que ese no es un objetivo deseable, pero, inclusive así, y gracias precisamente al pensamiento de Mariátegui, ahora se puede asumir como objeto de reflexión la heterogeneidad esencial de una literatura que no puede ser más unitaria que la desmembrada realidad de la que nace. En otras palabras: mientras la unidad no sea real (y pudiera ser que nunca lo sea del todo) la crítica no tiene por qué seguir violentando la naturaleza múltiple de nuestro proceso literario, buscando e imponiendo una unidad falaz y necesariamente empobrecedora…» (op. cit.: 55. Cursiva nuestra).

Obviamente, esa heterogeneidad de la literatura peruana ya se encuentra destacada en los planteamientos teórico-críticos de JCM. Y aquella unidad falaz y empobrecedora —como la llama ACP— no pasará de ser un anhelo, un deseo, un ideal. Como hemos visto en su última cita, ACP reconoce lo difícil si no imposible que es realizar o aspirar a esa «unidad», y es algo que en relación con el pensamiento de Mariátegui dice ser apodíctico, máxime si se reconoce que ese pensamiento está íntimamente imbricado a su concepción clasista revolucionaria, leamos lo anotado por ACP: «… cuando Mariátegui define en términos estrictamente históricos lo que entiende por nacional en la literatura peruana, cuando habla en concreto de un “período nacional”, está realizando una operación abiertamente ideológica: es nacional la literatura que asume, expresa y defiende los ideales e intereses del pueblo peruano. No otra cosa significan las siguientes y luminosas palabras de Mariátegui “lo más nacional de una literatura es siempre lo más hondamente revolucionario”.» (op. cit.: 59).

        Empero, cuando ACP —seguramente para evitar la cita textual de JCM— reemplaza el esquema de estudio clasista de JCM, basado en el hecho real e incontrastable de la lucha de clases, por el de la heterogeneidad, deja abierta la posibilidad de esa unidad que ha puesto en duda, y, más aun, que desliza la aspiración de ver realizada la existencia de una «literatura nacional peruana». Veamos cómo lo dice:

«la aceptación de la pluralidad heterogénea implica una doble e importantísima reivindicación: la del carácter nacional y la del estatuto artístico de todos los sistemas literarios que efectivamente se producen en el Perú, aunque no tengan relación estable con el sistema y proceso de la literatura que normalmente monopoliza este nombre.»

Y concluye el párrafo estableciendo que las manifestaciones literarias de toda índole producidas en el Perú «son literatura, de una parte, y son litera-tura nacional peruana, de otra.» (op. cit.: 56). Es decir, ya unificó lo que dijo que era casi imposible de unificarse. Y es «unificación» que no se puede sustentar con citas de JCM. Pregunto: ¿por eso sería que ACP recusaba el sistema de citas?
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(1) «Apuntes sobre la literatura nacional en el pensamiento crítico de Mariátegui», en: Varios (1980). Mariátegui y la literatura. Lima: Amauta, pp. 49-60.
(2) Actitud similar encontramos en Ricardo Portocarrero Grados: «Más que repetir hay que superar a Mariátegui», dice en: Alberto Flores Galindo y Ricardo Portocarrero Grados (2005). Invitación a la vida heroica. José Carlos Mariátegui: textos esenciales. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú. p. XXXIV.
(3) Signos y obras. Lima: Amauta, 1959, p. 118.
(4) No se podría decir esto, por ejemplo, de Sócrates, a quien solo se le puede estudiar a través de lo que sus discípulos (Platón o Jenofonte) dicen que dijo. Y bien se sabe que lo dicho por Sócrates a través de Platón ya está cargado con mucho de la cosecha de este. Qué interesante hubiera sido poder cotejar lo dicho por Platón de lo que dijo Sócrates, si este hubiera sido citado por aquel.
(5) El artista y la época. Lima: Amauta, 1959, p. 18.
(6) Defensa del marxismo. Lima: Amauta, 1964, p. 105.
(7) Para JCM los términos de «nacional» y de «peruana» no son sinónimos, conversión sinonímica que, al final, veremos cómo ACP sí lo hace.
(8) El capital II. Madrid: EDAF, 1972, P. 285.
(9) José Li Ning Anticona (2014). Cosas de familia. Metáfora de la identidad en la poética de José Watanabe. Lima: Murrup Ediciones. p. 49.
(10) En lo cultural, no en lo racial… ¡debe insistirse! Y para determinar o precisar las expresiones de ‘nulidad o negatividad de ese aporte’ acudamos a una constatación histórica: recién a mediados del siglo XIX, en lo que Basadre define como la multitud religiosa, él dice que en las procesiones se podía espectar «la danza de los diablos, compuesta por negros y sirvientes, vestidos de modo extravagante, cubiertos los rostros con máscaras de diablos y animales, bailando desaforadamente y con rudo estrépito», y se daban también —agrega Basadre— reuniones a las que asistían «los negros aguadores y se dividían en bandos en medio de declamaciones soeces y jolgorio estragado, supervivencia quizá de añejos “autos sacramentales” a la vez que eslabón para el folklore y el teatro peruanos.» (La multitud, la ciudad y el campo, pp. 183-184).
(11) Con ese mismo sentido, don Manuel González Prada ya había escrito que: «Hay tal promiscuidad de sangres y colores, representa cada individuo tantas mezclas lícitas o ilícitas, que en presencia de muchísimos peruanos quedaríamos perplejos para determinar la dosis de negro y amarillo que encierran en sus organismos…» («Nuestros indios», Horas de Lucha).
(12) Habría que agregar aquí, a propósito de Nicomedes Santa Cruz, que él —como muchos otros falsos intérpretes de JCM— también arremetió en su contra acusándolo de racista y poniendo en duda su calidad de marxista. Y, en realidad, lo hace con argumentos que no resisten el menor análisis. Y lo mismo se puede decir de Marcel Velásquez, un crítico joven (aunque decrépito por su filiación ideológica con el más rancio ideario derechista: Riva-Agüero, Pardo y Aliaga, García Calderón, Loayza), y, precisamente, de Loayza dice que a diferencia de los que «sacralizan» a JCM, ofrece una crítica «más lúcida», y menciona supuestos «gruesos errores» resaltados por él —que sería ocioso ponerse a rebatir aquí—, errores a los que Velásquez suma otros que terminan con «su racismo contra negros y chinos que ya en su época era una posición retrógrada.» (2002: 30). Adhiero a la opinión de Dante Castro quien —de manera escueta pero contundente, refiriéndose a Nicomedes Santa Cruz— desvirtúa tales argumentos, y dice: «Creo que es suficiente, para no terminar haciendo un mal responso al fallecido decimista, porque de una respuesta a su artículo saldría toda una tesis». (Ibíd.)
(13) 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, 1980: 343.
(14) Nótese que aquí JCM hace una paráfrasis de lo sostenido por sociólogos de medio siglo atrás; y solo una lectura equivocada o malintencionada atribuiría a su pertenencia la frase «raza inferior».
(15) Peruanicemos al Perú Lima: 1972, pp. 115-116.
(16) José Manuel Valdés (1767–1843) fue médico, latinista, poeta, parlamentario y personaje ilustre de la sociedad limeña de finales del s. XVIII y mediados del s. XIX. (Cf. Milagros Carazas, El canto del tordo. Estudios Afroperuanos. Espacio virtual de reflexión y crítica sobre literatura y cultura afroperuanas). A propósito de José Manuel Valdés dice José de la Riva Agüero (y lo citamos sin que eso signifique que estemos de acuerdo con lo que dice): «Por lo que toca a la raza negra, como no puede reconocérsele nada que se asemeje siquiera a un ideal literario, y como solo por excepción y en débil grado ha influido por la herencia sobre los que en el Perú han cultivado la literatura, parece necesario ocuparse en ella. No habrá persona, por mayor sutileza crítica que se le suponga, que vea en los versos de D. José Manuel Valdés influencias de origen africano, y mediante la lectura de sus obras no adivinaríamos su condición de mulato. Con todo, si el asunto fuera menos escabroso, cabría señalar en determinados casos de petulancia o indisciplinable turbulencia, la parte debida a la raza negra.» (1962: 72. Cursiva del autor). Es evidente la inclinación racista de este autor. Con todo, no puede menos que reconocerse su aserto de que los negros en la época colonial (y es a la que se refiere JCM), en su condición de esclavos, difícilmente hubieran podido desarrollar un trabajo cultural sostenido y fructífero (y esto es aplicable a cualquier individuo en esa condición de esclavo, sea cual fuere el color de su piel, y es en ese sentido que JCM hace sus incisiones al referirse al tema).
(17) Juan Marinello y JCM se tenían aprecio mutuo, en El artista y la época, inserta la siguiente apostilla a una encuesta que hace la revista francesa Cahiers de l’Etoile: «… se creería llegar con excesivo retardo a su cita [de Cahiers de l’Etoile], si no encontrase en los últimos números de algunas revistas de América las primeras respuestas del mundo hispánico, entre ellas, 1a de Juan Marinello que tan deferente y elogiosamente me menciona.» (p. 30).
(18) Aníbal Ponce (1975). Obras. La Habana: Casa de las Américas, p. 10. Prólogo de Juan Marinello. Otro argumento a favor de las citas textuales de los autores tratados y sus respectivas referencias bibliográficas, en la dimensión magisterial, lo hemos encontrado en un libro del historiador Carlos Araníbar, y, dentro de él, en un ensayo referido a Jorge Basadre. Leamos: «Cuando fui estudiante, a menudo una alusión deslizada en sus escritos o encubierta en nota a pie de página me orientó hacia libros que hubiera tardado en descubrir por mi cuenta.» Araníbar (2013). Ensayos. Historia / Literatura / Música. Lima: Biblioteca Nacional del Perú, p. 93.
(19) Cf. Antonio Cornejo Polar (1989). La formación de la tradición literaria en el Perú. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones.

Literatura


Acerca de Shólojov*

Konstantín Fedin

SI LA BIOGRAFÍA DEL ARTISTA sirve de cauce principal de su visión del mundo, y esto es realmente así, a la vida de Shólojov le ha cabido en suerte una de las corrientes más tumultuosas y profundas que conoce la revolución social de Rusia. ¿En qué otra parte se desencadenaron tempestades tan borrascosas como en la tierra cosaca? Las riberas roqueñas del viejo género de vida eran capaces, al parecer, de resistir los embates de las olas más impetuosas. Pero no obstante, la marejada de la nueva vida venció también a las rocas.

        Shólojov era un muchacho cuando en el Don empezó a borbotar la guerra civil. Esta fue su escuela y aguzó en él la voluntad de revolucionario y, al mismo tiempo, el don de artista que le había otorgado la naturaleza.

        En este sentido, su suerte es una de las más inusitadas. A los dieciocho años empieza ya a publicar, y dos años después ve la luz un libro suyo de narraciones. Nuestra vieja generación recuerda cómo acogieron los lectores en el periodo inicial la formación de la novelística soviética el primero tomo de El Don apacible. El autor tenía entonces 23 años. El eco despertado por la novela fue ruidoso, alegre, sorprendente y, a veces, un tanto amenazador, ya que las profecías no han sido siempre placenteras. “¿Qué espera el escritor en adelante?”, esta pregunta inquietaba a todos. Los cinco años siguientes trajeron consigo una sorpresa tras otra, y cada una de ellas confirmaba que la literatura soviética rusa poseía un nuevo escritor de talento épico: tras la publicación de los tomos segundo y tercero de la epopeya apareció el primer libro de Los campos roturados.

        Con la salida de este libro se hizo evidente el amplio diapasón de las fuerzas artísticas del escritor. El salto, que se requería de él para, después de aplazar el trabajo en una novela, ponerse a escribir otra, no sólo consistía en que abordaba un nuevo tema vital muy distinto del anterior, sino también que el objeto de este tema eran los acontecimientos del día que fluían impetuosamente. La historia de la guerra civil, que durante años se había apoderado de la imaginación del artista, tenía que ceder el puesto a la lucha por la colectivización de la agricultura de nuestro país, que se desarrollaba ante los ojos del escritor. Shólojov resolvió con éxito su complicadísimo problema en virtud de su contacto ininterrumpido con la vida, en virtud de su gran conocimiento de los hombres del trabajo, con los que marcha al compás. Y, claro está, el éxito fue logrado también gracias al brillante don poético de Mijaíl Shólojov.

        No paso revista a sus trabajos, que son grandes por su importancia para el desarrollo del arte de la palabra, tan apasionadamente querido por nuestra literatura y tan atrayente para la inconmensurable masa de lectores. Sólo quiero señalar dos cualidades peculiares de la prosa de Shólojov.

        El inmenso mérito del escritor reside en la valentía de sus obras. No ha soslayado nunca las contradicciones propias de la vida, sea cual sea la época representada por él. Sus libros muestran en toda su plenitud la lucha del pasado y del presente. Recuerdo el juramento que León Tolstói se hizo a sí mismo en la juventud, el juramento de no mentir hablando y de no mentir callando. Shólojov no calla, escribe toda la verdad. No convierte la tragedia en drama y del drama no hace lectura amena. No oculta las situaciones trágicas en consoladores ramilletes de flores silvestres. Pero la fuerza de la verdad es tan grande que la amargura de la vida, por muy horrible que sea, es superada por el ansia de felicidad, por el deseo de conseguirla y por la alegría de lograrla. Creo que es efectivamente así, puesto que no en vano hemos asimilado la noción de tragedia optimista, sabiendo muy bien que no es en absoluto un huero juego de palabras. Y, percibiendo en toda su hondura el fondo trágico de un hecho u otro, mostrado por el literato, cerramos su libro con una impresión luminosa. Así es, en particular, el maravilloso tomo final del El Don apacible.

        Otra peculiaridad cualitativa de la prosa de Shólojov es la fecunda continuidad de la tradición nacional de la prosa épica rusa. Esto no significa marchar por los caminos y senderos abiertos por nuestros predecesores clásicos. No, Shólojov ha dado una prueba emocionalmente convincente de que el progreso en el arte se logra por medio de la afinidad orgánica del escritor con la contemporaneidad. Lo que llamamos contenido de la obra es inseparable del conjunto de opiniones del escritor sobre su tiempo. Cuando tomamos un libro de Shólojov, tenemos en las manos nuestro tiempo, matizado por las convicciones, las ideas y los objetivos humanos de la época. El escritor toma lo más valioso de la experiencia realista del pasado, cuando no contradice a la vida nueva y sirve de terreno para su desarrollo. La experiencia de nuestros clásicos no es extraña al realismo de la contemporaneidad, sino que se funde con él, contribuyendo a crear las riquezas de la literatura del realismo socialista, de la que Mijaíl Shólojov es un eximio maestro.
______________
(*) Mijaíl Aleksándrovich Shólojov, nacido el 24 de mayo de 1905 en el jútor de Kruzhílino y fallecido el 21 de febrero de 1984.

Creación



Un Poema de Manuel Bandeira*

Niños Carboneros

Los niños carboneros
Pasan camino a la ciudad.
-¡Eh, carbonero!
Y van  golpeando a los animales con un
                                                     látigo enorme.

                Los burros son muy flacos y viejos.
Cada uno carga seis sacos de carbón de
                                                                   [leña.
                La arpillera está toda remendada.
Los carbones caen.

(Hacia el anochecer viene una viejecita que
                           [los recoge, inclinándose
          con un gemido.)

-Eh, carbonmero!
Nada más que estas criaturas raquíticas
Van bien con estos burros derrengados.
La madrugada ingenua parece hecha para
                                                                  [ellos…
               
¡Pequeñísima, ingenua miseria!
¡Adorables carboneritos que trabajáis como
                                                [jugando!

¡Eh, carbonero

¡Cuando vuelven , vienen comiendo un pan
                                      sucio de carbón,
Trepados en los animales,
Apostando carreras,
Bailando, bamboleándose en los arneses
   [como espantapájaros desamparados!


*Nació en Recife, Brasil. Periodista, docente, crítico literario, Bandeira es uno de los fundadores de la poesía brasilera moderna. Algunos de sus libros: La Ceniza de las horas (1917), Carnaval (1919), Libertinaje (1930), Estrella de la Mañana (1936), Estrella de la Vida Entera (1965). (Nota de la Redacción).

lunes, 1 de abril de 2019

Política


La Lucha Interna del Partido Proletario

(Segunda y Última parte)

Eduardo Ibarra

Los liquidadores y el revisionismo

Ya hemos visto que los liquidadores descalifican el concepto de revisionismo.

Ocurre, sin embargo, que, según analizó Lenin, el revisionismo: 1) no es una mera casualidad ni una equivocación de algunas personas o ciertos grupos: 2) no se debe a la influencia de las particularidades o tradiciones de uno u otro país; 3) tiene sus motivos en el régimen económico y en el carácter del desarrollo del conjunto de los países capitalistas; 4) es el producto social de toda una época histórica, de la época del imperialismo y de la revolución proletaria; 5) es un fenómeno inevitable por estar condicionado por sus raíces de clase; 6) tiene por base social la pequeña producción, la pequeña burguesía; 7) surge de la movilidad social de la pequeña burguesía hacia el proletariado; 8) es un fenómeno internacional.

Compare el lector estos sustanciosos conceptos de Lenin, con la indigencia de los argumentos de los liquidadores: el término revisionismo no aparece en los primeros cuatro tomos de las Obras escogidas de Mao (García); este término es un adjetivo que expresa solamente el estado de ánimo de quien lo utiliza (García); «es una palabreja» (Aragón); es «una percepción afiebrada» (Gustavo Fernández).

Pero en Aragón hay otro aspecto de la cuestión que es menester analizar. Dice él:

Para practicar la lucha en  dos frentes, no hay necesidad de ser “dogmático”, ni tampoco “antidogmático”.(11) Mariátegui nos dejó ese ejemplo, aunque muy pocos se han preocupado en estudiarlo en forma integral, solamente se ha divulgado, de manera unilateral, su lucha contra el revisionismo europeo de los años ’20 (ver primera parte del libro Defensa del Marxismo).

Como vemos, mientras por un lado nuestro articulista destaca la lucha de Mariátegui contra el dogmatismo, por el otro sostiene que el libro Defensa del marxismo representa una «lucha contra el revisionismo europeo», extrañando así el valor de dicho libro de nuestra realidad particular y, por tanto, de nuestra necesidad ideológica.(12)

De esta forma, pues, Aragón niega la tesis leninista sobre el carácter internacional del revisionismo –y de la lucha contra esta desviación, hay que agregar–, tesis comprobada miles de veces por la práctica de la lucha de clases.(13)

En este contexto, con su «solamente se ha divulgado, de manera unilateral, etcétera», Aragón cae en unilateralidad precisamente, desviación que cree combatir.

Silenciando el revisionismo y, por tanto,  escamoteando la lucha contra esta desviación que, desde hace tiempo es el peligro principal en el movimiento comunista nacional e internacional, nuestro articulista convierte la lucha en dos frentes en una lucha en un solo frente.(14)

De hecho, con el pretexto de la «lucha» contra el dogmatismo, los liquidadores: 1) han renegado del marxismo-leninismo; 2) han falsificado la filiación marxista-leninista de Mariátegui; 3) niegan el carácter de clase del PSP; 4) sostienen la acción legal municipal como presunto camino al socialismo; 5) falsifican el concepto mariateguiano de un «partido de masas y de ideas»; 6) han renegado del partido de clase promoviendo un partido doctrinariamente heterogéneo, etcétera, etcétera.

Es decir que, detrás de su «lucha» contra el dogmatismo, los liquidadores intentan ocultar su asunción del revisionismo.

Como seguramente se sabe, Lenin desenmascaró esta treta típicamente revisionista:

Usar el pretexto de librarse de las cadenas de los “dogmas” es una estratagema muy cómoda para abandonar el marxismo-leninismo. Hace mucho tiempo Lenin puso al desnudo esta treta empleada por los revisionistas. El dijo: ¡Cuán cómoda es esta palabrita: “dogmático”! Basta con desfigurar ligeramente la teoría enemiga, ocultar esta desfiguración tras el espantajo de dogmático, -y ¡asunto concluido! (citado en Una vez más sobre nuestras divergencias entre el camarada Togliatti y nosotros, ELE, Pekín, 1963, p. 181).

Así pues, el antidogmatismo de los liquidadores es falso y, todavía más, contiene, como hemos visto arriba, uno de los rasgos más chatos del dogmatismo: el culto a los libros.

Pero hay más. Hablando sobre la lucha de Mariátegui contra el dogmatismo y retorciendo su lucha contra el revisionismo, Aragón sugiere que el peligro principal en el movimiento comunista internacional es el dogmatismo(15), cuando, como se sabe, teniendo en cuenta las condiciones del imperialismo que engendran revisionismo (y oportunismo en general), los efectos negativos del trabajo legal no dirigido por una firme dirección marxista-leninista y la experiencia histórica de la aparición del revisionismo en la sociedad socialista, después de la segunda guerra mundial el movimiento comunista internacional señaló, con toda razón, que el peligro principal en su seno es el revisionismo (véanse las Declaraciones de Moscú de 1957 y 1960); y, como ya subrayé, esta situación no ha cambiado sino que, por el contrario, se agravó con el desborde del revisionismo contemporáneo y la posterior aparición de sus epígonos.

Así pues, actualmente el peligro principal en el movimiento comunista es el revisionismo, que, como se sabe, en todas partes se ha convertido en una rémora en la lucha por el poder, y que, usurpando el poder en el socialismo, restauró el capitalismo.

Por tanto, actualmente el dogmatismo es el peligro secundario en el movimiento comunista.

El estilo polémico de los liquidadores

Como es de conocimiento común, Aragón no pierde oportunidad para posar como ecuánime, ponderado, impoluto, estudioso, investigador y hasta como mariateguista.

Así, recogiendo una frase de Pérez, califica de «feroz e implacable» la lucha entre las dos líneas. Esta adjetivación merece un comentario.

        Fingiendo ser discípulo de Mao, nuestro articulista ha recordado que el jefe de la Revolución China «no era partidario de rebajar el tratamiento de las discrepancias al nivel de «los golpes implacables».

La frase «golpes implacables» se encuentra en el trabajo Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo, que, como es obvio, no está dedicado a analizar las contradicciones entre nosotros y el enemigo, y, como Aragón no precisa a qué discrepancias se refiere, su afirmación aparece con un alcance general y, de esta forma, se revela como un revuelto de las contradicciones en el seno del pueblo y de las  contradicciones entre nosotros y el enemigo, o sea, de las contradicciones no antagónicas y de las contradicciones antagónicas. 

        Es evidente que, con su citada afirmación, Aragón se presenta como enemigo de los «golpes implacables».

        Pero sus actos lo contradicen absolutamente. Veamos esto.

En mi polémica con los liquidadores, el primero que utilizó un estilo de golpes implacables, fue la cabeza del liquidacionismo: García. ¿Y qué dijo de esto nuestro articulista? Nada, absolutamente nada, exactamente como el resto de liquidadores; y, como es claro, el que calla otorga.

        Desesperado por la crítica a sus posiciones oportunistas y a la sofística con que sustenta las mismas, García ensució la polémica recurriendo al linchamiento verbal a mi persona, y, luego, sus más obsecuentes repetidores se abalanzaron sobre mí -primero juntos y luego por separado–, con una montaña de insultos y otras formas de agresión.

¿Y qué dijo de todo esto Aragón? Nada, absolutamente nada; y, como es claro, el que calla otorga.

Más tarde, Gustavo Fernández, clon mental de García, ocultándose cobardemente tras un seudónimo, cometió un nuevo linchamiento verbal contra mi persona y, en general, contra quienes combatimos el revisionismo liquidacionista, consiguiendo únicamente poner en evidencia su servilismo cerril y su espíritu mediocre.

¿Y qué dijo Aragón del ruido sin nueces del clon mental de García? Nada, absolutamente nada; y, como es claro, el que calla otorga.   

Pero además, Aragón mismo se sumó luego a la agresión liquidacionista contra mi persona (véase al menos mi artículo La fullerìa de Miguel Aragón, del que adjunto un fragmento), así como, en no pocos casos, ha derramado su bilis sobre sus propios congéneres ideológicos, a uno de los cuales llegó incluso a calificarlo de «delincuente».

Peor aún: como está probado, el propio Mariátegui no se ha salvado de sus agravios.(16)

Así pues, la apelación de Aragón a Mao no pasa de ser una mera impostura, pues sus propios actos con respecto a sus críticos son golpes feroces e implacables.

Pero esto es solo una cara de la moneda. La otra es el trato que, a veces, ofrece a sus congéneres y a aquellas personas a las que intenta engatusar.

Esta otra cara del estilo de Aragón consiste en la adulación: te mando lisonjas para que me devuelvas lisonjas.

Pongo un ejemplo, entre los muchos que podría poner. En la primera parte del artículo Oponernos al «culto al partido», nuestro articulista escribió: «Le estoy profundamente agradecido [a Pavel Ortega, congénere ideológico suyo] por  la respuesta tan rápida, y a la vez,  tan sustancial en su contenido»; «tengo que felicitar a Pavel Ortega»; «Pavel Ortega, con mucho acierto ha trascrito dos citas [de Marx]»; «… el error de pensar que las ideas expuestas en los textos marxistas siempre “son verdades eternas”, válidas para todos los tiempos y para todos los lugares. Eso sería un  error, y por eso mismo considero que sería  un grave error asumir como siempre válidas y vigentes, las dos citas trascritas por Pavel Ortega.»

Pues bien, en lo citado puede constatarse la deshonestidad de Aragón, su actitud aduladora, su intención de engatusar: si la respuesta de Ortega era «tan sustancial en su contenido» por tratarse de «dos citas [de Marx]», ¿cómo así tal cualidad de sustancial se convirtió luego en «un grave error» al haber asumido Ortega las citas de Marx como «siempre válidas y vigentes»? Es decir, al no ser, desde el principio, «válidas» ni «vigentes» para el análisis de la cuestión del partido (que era el tema del intercambio de correspondencia entre Aragón y Ortega), entonces las citas de Marx, utilizadas por Ortega en el marco indicado, no podían aparecer como sustanciales, sencillamente porque, dada su falta de validez y de actualidad en la óptica de Aragón, no aportaban nada al esclarecimiento de la indicada cuestión.

Así pues, aquello de «respuesta tan rápida, y a la vez,  tan sustancial en su contenido», no era más que pura adulación.

El que adula busca siempre embriagar al adulado con sus lisonjas, y, en el caso que examino, Ortega, embriagado por las lisonjas de Aragón, no se dio cuenta de que en realidad estaba siendo engatusado.

En resumidas cuentas, Aragón se presenta como insultante, por un lado, y, por el otro, como adulador. Y ni lo uno ni lo otro tiene que ver en absoluto con el estilo marxista.(17)

Así pues, como dirían Lenin y Mao, los liquidadores nos ofrecen el triste espectáculo de la impostura, del ensalzamiento mutuo, de la adulación, del estilo filisteo de la burguesía.

Pero, obviamente, aunque se vistan de seda, los liquidadores no pueden engañar a nadie, pues todo el mundo sabe que han abjurado del marxismo-leninismo, que falsifican la filiación marxista-leninista de Mariátegui y el PSP, que pretenden que la acción legal municipal es el camino al socialismo, que tergiversan el concepto mariateguiano de un partido de masas y de ideas, que han renegado del partido de clase, que promueven un partido-amalgama, etcétera, etcétera, y que, en el contexto de este extravío, Aragón se destaca por llevar hasta sus últimas consecuencias las posiciones oportunistas de García. Por eso los demás liquidadores pueden verse en Aragón como en un espejo.

Notas
11] No comentaré aquí aquello de que «Para practicar la lucha en  dos frentes, no hay necesidad de ser “dogmático”, ni tampoco “antidogmático”», pues se trata de una frase retórica con un fondo de absurdidad que el lector puede reconocer fácilmente.
[12] Contra el hecho innegable de que Defensa del marxismo es una crítica al revisionismo, Aragón no tiene más remedio que hablar de ella, pero, como se ha visto, lo hace con la torcida lógica de que dicha crítica al revisionismo no nos concernía ni nos concierne. De ahí que hable de «revisionismo europeo». Así pues, el lector puede percatarse fácilmente de que la sofística de Aragón apunta a descalificar Defensa del marxismo como el libro en el cual Mariátegui fundamentó la línea ideológica del PSP. La verdad de este libro, sin embargo, es que fue escrito para defender el marxismo de los ataques del revisionismo y, al mismo tiempo, para demostrar el marxismo-leninismo como la doctrina del proletariado contemporáneo y fundamentar así la línea ideológica del PSP. En efecto, precisamente en sus páginas Mariátegui demostró que el leninismo es un desarrollo del marxismo de valor universal (lo cual, por lo demás, quiere decir que el propio título de su libro demuestra lo que quiso decir con el término marxismo): «Lenin aparece, incontestablemente, en nuestra época como el restaurador más enérgico y fecundo del pensamiento marxista, cualesquiera sean las dudas que a este respecto desgarren al desilusionado autor de Más allá del Marxismo. La revolución rusa constituye, acéptenlo o no los reformistas, el acontecimiento dominante del socialismo contemporáneo. Es en ese acontecimiento, cuyo alcance histórico no se puede aún medir, donde hay que ir a buscar la nueva etapa marxista.» (pp. 21-2; cursivas mías). «Con lenguaje bíblico el poeta Paul Valery expresaba así en 1919 una línea genealógica: “Y éste fue Kant que engendró a Hegel, el cual engendró a Marx, el cual engendró a…” Aunque la revolución rusa estaba ya en acto, era todavía muy temprano para no contentarse prudentemente con estos puntos suspensivos, al llegar a la descendencia de Marx. Pero en 1925, C. Achelin los reemplazó por el nombre de Lenin. Y es probable que el propio Paul Valery, no encontrase entonces demasiado atrevido ese modo de completar su pensamiento.» «El materialismo histórico reconoce en su origen tres fuentes: la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés. Este es, precisamente, el concepto de Lenin. Conforme a él, Kant y Hegel anteceden y originan a Marx primero y a Lenin después -agregamos nosotros- de la misma manera que el capitalismo antecede y origina al socialismo.» (p. 39; cursivas mías). Como vemos, tres meses y dos semanas antes de la escritura de Principios programáticos del Partido Socialista, Mariátegui expuso su adhesión al marxismo-leninismo, cosa que confirmó en Principios programáticos del Partido Socialista en términos indubitables: «El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopolios. El Partido Socialista del Perú, lo adopta como su método de lucha.» (Ideología y política, p. 160). Hay que agregar que, siete meses después de esta adopción del marxismo-leninismo, el maestro se ratificó en ella: «Lenin nos prueba, en la política práctica, con el testimonio irrecusable de una revolución, que el marxismo es el único medio de proseguir y superar a Marx.» (Defensa del marxismo, p. 126). Pues bien, de aquella lógica torcida que hemos comentado arriba, se desprende, en un plano general, la idea de que la lucha contra el revisionismo contemporáneo fue una lucha entre el PCCH y el PCUS. Este entendimiento ha llevado a algunos comentadores a asumir la propaganda reaccionaria según la cual, al tomar partido algunas fuerzas políticas de nuestro medio por el marxismo-leninismo o el revisionismo contemporáneo, se dividieron en «prochinos» y “prorusos». Precisamente el libro Defensa del marxismo demuestra que, en el proceso de construcción del PSP, Mariátegui consideró con toda razón la necesidad de defender el marxismo-leninismo confrontándolo con el revisionismo, y no es posible que un marxista no tenga la capacidad de captar la lucha permanente contra el revisionismo que se expresa en una lucha temporal contra una de sus formas.    
[13] Lenin apuntó sobre un rasgo de la internacionalidad del revisionismo: «Antes, las discusiones entre lassalleanos y eisenacheanos, entre guesdistas y posibilistas, entre fabianos y socialdemócratas, entre partidarios de “La Voluntad del pueblo” y socialdemócratas eran discusiones puramente nacionales, reflejaban particularidades netamente nacionales, se desarrollaban, por decirlo así, en distintos planos. Actualmente (ahora se ve esto bien claro), los fabianos ingleses, los ministerialistas franceses, los bernsteinianos  alemanes, los críticos rusos son una sola familia; se ensalzan mutuamente, aprenden los unos de los otros y, en común, luchan contra el marxismo “dogmático”.» (¿Qué hacer?, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, s/f, t. I, nota, p. 122). Estos conceptos del jefe de la revolución rusa pueden ser perfectamente entendidos por cualquiera que haya reflexionado un poco siquiera sobre las grandes diferencias entre la época del capitalismo competitivo y de la preparación del proletariado para  la revolución y la época del imperialismo y de la revolución proletaria.
[14] Prácticamente Aragón convierte la lucha en dos frentes en una lucha en un solo frente, pues en su argumentación el oportunismo de derecha no equivale a revisionismo, y, por tanto, el oportunismo de derecha aparece en Aragón como algo indefinido, confuso, incierto. Es así como nuestro articulista escamotea la lucha contra el revisionismo.
[15] De tal forma nuestro articulista repite un subterfugio del Togliatti revisionista, quien, para oponerse a la lucha contra el revisionismo, peligro principal en el movimiento comunista internacional, levantó la idea de que ese peligro principal era el dogmatismo, idea que después fue asumida por numerosos partidos revisionistas, y que, ahora, ha sido asumida por los liquidadores, a juzgar por su silenciamiento del revisionismo, su descalificación del concepto mismo de revisionismo, su reprobación de la lucha contra el revisionismo, su afán de fusionarse con el partido de Jorge del Prado, el PCP-Unidad, representante clásico del revisionismo contemporáneo en nuestro medio.
[16] En mi artículo La fullería de Miguel Aragón, escribí: «… si bien el reproche “y no cuando a un caudillo personalista se le ocurra como uno de sus  ocasionales caprichos”, está enfilado contra Ramón García… es claro de toda claridad que, habiendo sustentado Aragón su reproche en el argumento de que su mencionado copartidario pretende fundar un partido cuando no existen para ello “las condiciones objetivas y subjetivas”, aquello de “caudillo personalista” y aquello de “ocasionales caprichos” le cae también a Mariátegui, pues, como se ha visto, según el reprochador el partido del proletariado peruano en los tiempos del maestro “todavía no era… necesario”.» «Así, pues, Aragón sugiere… que Mariátegui fue un “caudillo personalista” y, por cuanto el PSP es una realidad histórica, entonces la frase “un ocasional capricho suyo” le cae también a Mariátegui.» Este es el «mariateguista» Aragón.
[17] En su famoso discurso Rectifiquemos el estilo de trabajo en el partido, Mao señaló acerca de algunos elementos sin espíritu de clase: «¿Qué buscan? Fama, posición y oportunidad de lucirse. Siempre que se les encarga de una sección de trabajo, procuran “independizarse”. Para este fin, engatusan a algunos, desplazan a otros y recurren… a la jactancia, las lisonjas y la adulación, introduciendo en el Partido Comunista el estilo filisteo de los partidos burgueses. Es su deshonestidad lo que les pierde. Creo que debemos trabajar honestamente; sin una actitud así nada se puede realizar en el mundo.» (Obras escogidas, t. III, p. 41). La deshonestidad se expresa, pues, entre otras cosas, en el estilo del lucimiento personal, del engatusamiento, de la jactancia, de las lisonjas mutuas, de la adulación. Este estilo es un estilo burgués de cabo a rabo, y es precisamente este estilo el que impera, en circunstancias normales, en el grupo liquidacionista. ¿Por qué los liquidadores se sienten urgidos de utilizar el aludido estilo burgués? Porque, desenmascarados en sus posiciones oportunistas, solo les queda el recurso de la adulación, etcétera, para fabricarse una imagen que no corresponde a la realidad.

27.02.2019.

Postscriptum

En una carta a César Risso del 11 de marzo del presente, Miguel Aragón le solicita cinco ejemplares de mi último libro El partido de Mariátegui hoy: Constitución, nombre, reconstitución, y, para no perder la costumbre de posar como «interesado en leer y estudiar todo lo que se escribe y publica sobre la acción socialista desarrollada por José Carlos Mariátegui y los activistas de su generación», expresando su espíritu competitivo, agrega: «yo tengo varios escritos dispersos sobre el tema, y en setiembre de 2015 preparé un “Plan de investigación 2015-2025” (cuya copia la reenvío como archivo adjunto) con  la finalidad de reordenar mis propias indagaciones históricas.» Luego, alude, en términos generales, «las condiciones objetivas» en las cuales se «desarrolló la gestión inicial de la generación de Mariátegui», para terminar diciendo que abriga «la esperanza» de encontrar en mi libro «algunas de las respuestas a [sus] preguntas».

Pues bien, el lector debe haberse dado cuenta de que solo para solicitar ejemplares de mi aludido libro, Aragón hace alarde de sus «varios escritos» sobre la actividad de Mariátegui y de su plan de investigación que, según dice, es un reordenamiento de sus «indagaciones históricas».

¿Era necesario todo ese discurso para simplemente pedir algunos ejemplares de mi libro? ¿Cree Aragón que si no decía lo que ha dicho César Risso no le vendería mi libro?

Más aún: Aragón remitió la aludida carta con copia  a más de un decena y media de personas. ¿Por qué esta publicidad a la carta?

Es un hecho que, desde hace mucho, Aragón es víctima de un desesperado afán de notoriedad. Este vedetismo es típico de su condición de intelectual pequeño burgués. Pero este vedetismo es la causa sicológica de su exhibicionismo; la causa externa del mismo es el hecho que paso a reseñar.

En los últimos meses he publicado en dos partes, en estas mismas páginas, el artículo Defensa de Mariátegui: el 1 de enero la primera parte, y el 1 de febrero la segunda; y el 1 de marzo la primera parte del artículo La lucha interna del Partido Proletario.

En el primero de tales artículos critico: 1) el hecho de que Aragón acusa de «dogmática» y «sectaria» la primera conferencia de Mariátegui en la Universidad Popular; 2) el hecho de que acepta, reputa, aplaude las «críticas» de que fue objeto Mariátegui por expresar, en dicha conferencia, su filiación marxista y su convicción de que el proletariado peruano tenía que dividirse en revolucionarios y reformistas; 3) la patraña de que, después de la aludida conferencia, Mariátegui se «rectificó» de su «dogmatismo» y su «sectarismo», cuando la verdad, demostrada documentalmente, es que más bien se ratificó en sus posiciones; 4) la contraposición entre la lucha de Mariátegui por crear las bases del partido de clase, de un lado, y, del otro, por establecer las bases del frente unido de la clase obrera peruana.; 5) el dudoso mérito de nuestro articulista de llevar hasta las últimas consecuencias las posiciones oportunistas de García; 6) su obsesión, casi enfermiza,  de negar la filiación marxista-leninista de Mariátegui; 7) su deshonestidad –común a todos los liquidadores– de pisotear el acuerdo programático del PSP, redactado por el propio Mariátegui, en el sentido de adoptar el marxismo-leninismo como su base de unidad.

En la primera parte del segundo artículo critico: 1) la irresponsabilidad de Aragón de decir que en «los cuatro primeros tomos de las Obras Escogidas de Mao Zedong... nunca [se] propuso ni utilizó ese equívoco estilo  de “lucha entre dos líneas”», cuando la verdad es que en tales tomos sí se encuentra el concepto de lucha entre las dos líneas; 2) la contraposición que hace de los conceptos lucha en dos frentes y lucha entre las dos líneas, con la cual busca negar la realidad de esta última forma de lucha interna en el partido proletario; 3) el dogmatismo de los liquidadores que aparece bajo la forma de culto a los libros; 4) la intención, no declarada pero sugerida en su argumentación, de hacer creer que el enemigo principal en el movimiento comunista, nacional e internacional, no es el revisionismo sino el dogmatismo; 5) la creencia de que la tradición marxista es una tradición «muerta» y «fija» en la medida en que lo que no aparece en su literatura no vale, es decir, la creencia de que el marxismo no tiene ninguna potencia interna para desarrollar nuevas teorías, nuevas tesis, nuevas ideas, y, por tanto, para enriquecer su aparato conceptual con nuevos términos; 6) el racionalismo según el cual tanto la desviación de derecha como la de izquierda derivan exclusivamente del extravío gnoseológico de algunos militantes, sin que el desarrollo de la lucha de clases juegue un papel determinante en la aparición de tales desviaciones; 7) el silenciamiento del revisionismo; 8) la no diferenciación entre la lucha temporal contra alguna forma específica de desviación del marxismo y la lucha permanente contra el dogmatismo y el revisionismo, diferenciación que no tiene por qué impedir reconocer que la lucha permanente contra el revisionismo se expresa en las luchas temporales contra algunas de sus formas específicas; 9) el uso oportunista de los términos socialista y movimiento socialista.

        Pues bien, ¿en este contexto, no estaba Aragón obligado, intelectual y políticamente, a defender sus posiciones? ¿Por qué, como otras veces, ha callado en siete idiomas ante nuestras críticas? ¿Por qué, en lugar de afrontar la polémica como corresponde, recurre a la maniobra de publicitar sus «varios artículos» y sus «indagaciones históricas»? ¿Cree realmente que con esta maniobra puede borrar de la conciencia de los lectores la crítica a sus posiciones oportunistas?

Ciertamente la maniobra de Aragón no busca otra cosa que tender una cortina de humo alrededor de mis críticas y, esto, expresa su impotencia.

Cualquier persona que haya leído mis aludidos artículos (y algunos otros de fechas anteriores), puede darse cuenta de que los «varios escritos» y las «indagaciones históricas» de Aragón, de las que habla como si fueran la gran cosa, le han servido y le siguen sirviendo para tergiversar a Mariátegui y su obra, e incluso para agraviarlo acusándolo de caudillo personalista, de antidemocrático, de dogmático, de sectario, etcétera.

Por otro lado, es sabido que su apelación a «las condiciones objetivas», le sirve a Aragón para negar la existencia del Partido Socialista del Perú, fundado el 7 de octubre de 1928 y, sobre esta base, para acusar a Mariátegui de haber tenido un «temperamento criollo» y de haber sido «impaciente».

Así pues, en el contexto de la polémica, la publicitada carta solo demuestra que, desde hace mucho, Aragón hace el ridículo. Pero no hay remedio a esta situación, pues nuestro criticado ha perdido la vergüenza.

20.03.2019.


Material Adjunto

La Reunión de Barranco y el Liquidacionismo Histórico

(Extracto)


E.I.


La Reunión de La Herradura

Empeñado en negar la validez de esta reunión y sus acuerdos, Aragón ha escrito: “Portocarrero trajo consigo una Propuesta del Secretariado de la ISR, en la cual se proponía  ‘constituir el Partico Comunista en el Perú’”. “Algunos pocos  militantes del Comité de Lima, del Comité de Paris y del Comité del Cusco, acicateados por esa entrometida e impertinente  comunicación, comenzaron a presionar con impaciencia en el Comité de Lima, para constituir de inmediato el partido, posición apresurada que no era compartida por Mariátegui”.Incluso  en su desesperación, algunos de esos ‘impacientes’, sorprendiendo  con engaños a otros militantes,   convocaron y realizaron a espaldas de Mariátegui una  Reunión en la Herradura el día domingo 16 de setiembre de 1928…”. En La Herradura… acordaron ‘constituir la célula inicial del Partido… cuyo nombre sería el de Partido Socialista del Perú’ (negritas en el original; elipsis mías).

“Posición apresurada que no era compartida por Mariátegui”, dice Aragón. Pero ocurre que, tal como he recordado arriba, el maestro señaló que el proceso de constitución del PSP fue “indirectamente acelerado por lo que podemos llamar la desviación ‘aprista’”. Precisamente las reuniones de La Herradura y Barranco, la aprobación del programa del partido (cuestión que veremos más adelante) y el intento de fundar públicamente el PSP, constituyen los casos más relevantes de aceleramiento en el proceso de Constitución. Así, pues, si Aragón fuese consecuente con su lógica, tendría que acusar al maestro de haber sido víctima del “temperamento criollo” y, por lo tanto, calificarlo de “impaciente”.

Portocarrero trajo consigo una Propuesta del Secretariado de la ISR en la cual se proponía  ‘constituir el Partico Comunista en el Perú’”, afirma Aragón, y, unas líneas después, recuerda que la Reunión de la Herradura acordó “constituir la célula inicial del Partido… cuyo nombre sería el de Partido Socialista del Perú”.

Pues bien, si “algunos pocos militantes”, “acicateados por esa entrometida e impertinente  comunicación” del Secretariado de la ISR, hubiesen convocado y realizado la Reunión de La Herradura “a espaldas de Mariátegui”, como cree Aragón, entonces, como es lógico, dicha Reunión hubiese acordado la propuesta de dicho Secretariado de fundar el partido con el nombre de Partido Comunista, y no con el de Partido Socialista (7).

Sin embargo, como es de conocimiento general, la Reunión de la Herradura acordó el punto de vista de Mariátegui y, así, rechazó la propuesta del Secretariado de la ISR.

Esta constatación basta para probar que la Reunión de la Herradura no se realizó “a espaldas de Mariátegui”, y, por otro lado, para probar la absoluta falta de lógica de la conjetura de Aragón.

Pero también para confirmar el testimonio de Martínez: “José Carlos Mariátegui no pudo asistir, pero sus puntos de vista los presentó Martínez de la Torre” (8).

La Reunión de Barranco

Aragón dice: “En esa reunión conspirativa [la Reunión de La Herradura],  ellos llegaron a cuatro acuerdos… puntos que en lo fundamental no fueron aprobados en la reunión del 7 de octubre en Barranco”.En La Herradura… acordaron “constituir la célula inicial del Partido...”. Mientras que, en Barranco el 7 de octubre… se aprobó “dejar constituido el grupo organizador del Partido  Socialista del Perú”. El 16 de setiembre en La Herradura acordaron ‘afiliar (sic) la célula inicial del partido a la III Internacional’. El 7 de octubre en Barranco, no se aprobó esa afiliación…”. “El 7 de octubre, no se constituyó ningún ‘comité ejecutivo’ del Partido, sino ‘el grupo organizador’ del Partido” (elipsis mías).

Sin explicar claramente su intención, Aragón recuerda que la Reunión de La Herradura acordó constituir “la célula inicial del Partido”, mientras la Reunión de Barranco constituyó “el grupo organizador del Partido”. Pero ocurre que, habiendo sido “la célula inicial” precisamente “la célula secreta de los siete”, la Reunión de Barranco, en la cual, como se sabe, participaron algunos militantes que no eran parte de esta célula (Luciano Castillo y Chávez León), no pudo sino aprobar la fundación del “grupo organizador del Partido” con la totalidad de los asistentes.

También sin explicar claramente su intención, Aragón indica que la Reunión de Barranco no acordó la afiliación a la Tercera Internacional. Pero esta observación resulta irrelevante para su posición, pues, como él mismo lo sabe, la Reunión del 4 de marzo de 1930 aprobó la moción de Mariátegui de afiliación del CC del PSP a la Internacional (9).

Aragón dice que “El 7 de octubre, no se constituyó ningún ‘comité ejecutivo’ del Partido”. De esta forma silencia el hecho –tremendamente expresivo– de que, en la moción presentada por Mariátegui y aprobada por la Reunión de Barranco, se señala que “Los suscritos declaran constituido un Comité”, el mismo que es mencionado también en los numerales 2, 3 y 6 de la misma moción.

Ello quiere decir que dicha Reunión tomó dos acuerdos en el terreno orgánico: uno, dejar constituido “el grupo organizador del Partido” con la totalidad de los asistentes; otro, dejar constituida una instancia de Dirección: el “Comité Ejecutivo del Partido”, al que precisamente se había referido la Reunión de La Herradura.

El partido del proletariado hoy: necesidad y posibilidad

La necesidad del partido proletario surge con el desarrollo de la industria y de la clase obrera. En el Perú, esto ocurrió en las primeras décadas del siglo pasado, y, como se ha visto, Mariátegui teorizó sobre el tema.

Hoy, con un desarrollo mayor de la industria, una clase obrera comparativamente más numerosa y un desarrollo mayor de las contradicciones entre las clases, el partido proletario es tanto más necesario.

Sin embargo, Aragón dice: “… hay que lamentar que muchos socialistas saturados del  ‘temperamento criollo’ todavía insuperado, se comporten con absoluta impaciencia, y hoy como ayer, pretendan ‘constituir’, ‘reconstituir’ o ‘reivindicar’ la organización del partido de clase, al margen del desarrollo de las condiciones objetivas y subjetivas del proceso real de la lucha de clases en el país, y al margen de las enseñanzas del Camino de Mariátegui”.

Ciertamente con aquello de “al margen del desarrollo de las condiciones objetivas y subjetivas”, nuestro personaje niega tanto la necesidad del partido como la posibilidad de luchar por la Reconstitución en las actuales condiciones.

Negar la existencia del partido del proletariado peruano desde los años 1920 hasta hoy, es una expresión específica de liquidacionismo, y negar su necesidad actual a favor del trabajo frenteunionista, es una forma específica de frentismo. Precisamente Aragón está en esta línea.

28.02.2015.


La Fullería de Miguel Aragón

E.I.


EN LA FECHA DE MI ARTÍCULO El liquidacionismo histórico y la Reunión de Barranco, 28.02.2015, no conocía la carta del 7 de febrero del personaje del título dirigida a su copartidario Manuel Velásquez, en la cual intenta escamotear mi crítica a su negación de la existencia histórica del PSP y a su afrenta a Mariátegui.

Analizaré, pues, en las presentes líneas el aludido intento.

Para facilitarle las cosas al lector, cito la criticada afirmación  de Aragón: “El frente unido en nuestro país existe desde 1905 hasta el presente. Mientras que el partido del proletariado peruano hasta el presente nunca ha existido, y no ha existido porque todavía no era ni es necesario. La constitución del partido del proletariado peruano es una tarea del futuro cuando su existencia sea realmente necesaria, cuando la maduración de las condiciones objetivas y subjetivas así lo reclamen y lo exijan, y no cuando a un caudillo personalista se le ocurra como uno de sus ocasionales caprichos” (carta del 4 de noviembre de 2015 a Gustavo Pérez. Cursivas mías).

Como se ve, no existe la más mínima dificultad para que el lector se percate de que Aragón niega la existencia histórica del Partido Socialista del Perú.

Tampoco para que pueda percatarse de su afrenta a Mariátegui: si bien el reproche “y no cuando a un caudillo personalista se le ocurra como uno de sus  ocasionales caprichos”, está enfilado contra Ramón García (no examinaré aquí el hecho de que, por razones diferentes, este personaje es un “caudillo” de gabinete), es claro de toda claridad que, habiendo sustentado Aragón su reproche en el argumento de que su mencionado copartidario pretende fundar un partido cuando no existen para ello “las condiciones objetivas y subjetivas”, aquello de “caudillo personalista” y aquello de “ocasionales caprichos” le cae también a Mariátegui, pues, como se ha visto, según el reprochador el partido del proletariado peruano en los tiempos del maestro “todavía no era… necesario”.

Así, pues, Aragón sugiere que Mariátegui fue un “caudillo personalista” y el PSP apenas el producto de un ocasional capricho suyo.

De esa forma insolente ha extendido la negación del partido de clase –sostenida por su grupo– a la negación de la existencia del PSP. Esto último se llama liquidacionismo histórico.

Pues bien, ¿cómo reaccionó Aragón ante nuestra crítica a sus desaguisados?

En la aludida carta del 7 de febrero, escribió: “… en el interín, con fecha 04 de noviembre adelanté algunas opiniones [sobre tres pronunciamientos acerca del aniversario del PSP] en carta dirigida a nuestro común amigo Gustavo Pérez Hinojosa. Adelanto de opiniones  que motivaron que el comentarista Eduardo Ibarra escribiera, con fecha 01 de enero del presente, su alborotado texto Contra el Liquidacionismo Histórico, en el cual él despliega su ya conocido  estilo superficial, primero escribe los “adjetivos”, y después trata de acomodar los hechos y las ideas, para que calcen dentro de sus  presunciones apriorísticas”.

Como se ve, Aragón pretende que su afirmación según la cual “el partido del proletariado peruano hasta el presente nunca ha existido”, apenas es una “presunción apriorística” mía.

Al mismo tiempo, intenta encubrir su afrenta a Mariátegui, presentándola asimismo como otra “presunción apriorística” mía.

Así, pues, por arte de birlibirloque, la negación de la existencia histórica del PSP no es ninguna negación de la existencia histórica del PSP, y la afrenta a Mariátegui no es ninguna afrenta a Mariátegui.

Pero además, el negador-afrentador pretende meter confusión acusándome de haber utilizado un adjetivo en el título de mi artículo (“primero escribe los ‘adjetivos’”).

Sucede, sin embargo, que el término liquidacionismo histórico no es un adjetivo, sino un concepto político que, justamente, da cuenta de la negación de la existencia histórica del PSP. Por lo tanto, nuestro personaje ha demostrado, por decir lo menos, una clamorosa incapacidad de distinguir entre un concepto político y un adjetivo.

(Entre paréntesis: la maniobra de acusar de adjetivo, en el sentido de insulto, toda calificación debida, ha sido muy utilizado en los últimos años por el grupo liquidacionista en su desesperado e infructuoso afán de invalidar la justa calificación de sus posiciones contrarias al marxismo-leninismo y a la Creación Heroica de Mariátegui. Para dar al traste con este afán, basta señalar aquí dos hechos: 1) los maestros del proletariado no se inhibieron nunca de calificar con debidos adjetivos las posiciones contrarias a la causa del proletariado: de la multitud de ejemplos que puede traerse, basta recordar aquí uno solo: en el libro La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Lenin utilizó, como es notorio, el adjetivo renegado. ¿No estuvo bien esto? Ciertamente en la lucha contra el oportunismo y los oportunistas, hay que llamar al pan pan y al vino vino. Esto, desde luego, no le gusta a Aragón, pues el procedimiento sirve para calificar debidamente su revisionismo liquidacionista y sus métodos criollos, y, así, posiblemente no le falten ganas de dar otro ejemplo de su impostura acusando a Lenin de poner primero el adjetivo y después los argumentos, o sea, de haber tenido un “estilo superficial”; 2) la maniobra de nuestro personaje no alcanza para ocultar el hecho de que precisamente son él y sus copartidarios quienes se han desbordado siempre en adjetivos contra sus críticos, es decir, los que han procedido y siguen procediendo como el ladrón que grita ¡al ladrón! Por ejemplo en el artículo Acerca de un comentario insustancial sobre política concreta, (artículo que refutaré en otro lugar), Aragón se gastó no pocos adjetivos y frases adjetivadas contra el suscrito: “insustancial” (desde el título, como se puede ver, lo que demuestra que nuestro liquidacionista puso primero el adjetivo y después sus falacias, revelando así, según su propia lógica, tener un “estilo superficial”), Sr. Ibarra”, divagaciones en abstracto”, “cruzados anti revisionistas", “pomposos como ineficientes promotores de la ‘reconstitución del obsoleto PC del P’”, “elucubraciones mentales”, “los idealistas, como Ibarra”, “especulaciones mentales a las cuales denominan ‘creación heroica’”, “crítica insustancial”, "francotirador", “’inacción’ paralizante”, "charlatán", “doctrinarismo libresco”.

Así derrama su bilis Aragón.

Pues bien, para terminar con el punto, recordaré que es tal su actitud insultante, que a sus propios copartidarios los ha llamado, entre otras cosas, “sumisos peones”, y, llegando al extremo, a uno de ellos lo ha calificado de “delincuente”, ni más ni menos.

Así, pues, sin ruborizarse, Aragón exhibe su doblez en el escenario de la izquierda peruana (1).

Como se ha visto, a efecto de encubrir su negación del PSP y su afrenta a Mariátegui, nuestro liquidacionista ha calificado mi crítica de “estilo superficial” y a mi artículo de “alborotado texto”.

Es decir que, según su extraña lógica, es “superficial” haber comprendido que él niega la existencia histórica del PSP, así como también es “superficial” haber captado su afrenta a Mariátegui.

Lo profundo, pues, sería para él no darse cuenta de su negación de la existencia histórica del PSP y no captar en absoluto su mencionada afrenta.

En la medida en que mi artículo Contra el liquidacionisno histórico revela sus desaguisados y su descomposición ideológica y moral, Aragón no ha encontrado otra forma de encubrir todo esto que colgándole la etiqueta de “alborotado texto”.

Es obvio, pues, que, con esa frase adjetivada –y, en general, con sus citadas afirmaciones diversivas–, nuestro personaje pretende confundir, engañar, manipular al lector. Esta es su moral.

¿Por qué Aragón recurre a la más desvergonzada fullería a efecto de descalificar mi crítica en lugar de asumir la actitud honrada de reconocer sus disparates?

Porque su descomposición ideológica y moral ha anulado en él toda capacidad de rectificación en punto a las cuestiones que definen su oportunismo y su liquidacionismo.

Es menester señalar, de pasada, que la descomposición de Aragón es expresión de la descomposición de su grupo.

¿Acaso, EN CASI CINCO MESES, los liquidacionistas, en general, no han guardado cómplice silencio ante la negación de la existencia del PSP y la afrenta a Mariátegui?(2)

Obviamente, ese silencio tiene esta causa: la falsificación de la verdad doctrinal y orgánica del PSP, obra de Ramón García repetida servilmente por sus seguidores (incluido Aragón), es una negación de la verdad histórica de dicho partido como partido de clase. Esto es ya extender el liquidacionismo al campo de la historia.

De esa forma de liquidacionismo histórico a aquella otra que niega sin más la existencia del Partido de Mariátegui, solo había un paso: este paso ha sido dado por nuestro personaje, quien tiene así el dudoso mérito de haber profundizado el liquidacionismo de su grupo.

Por eso no sorprende el silencio de sus copartidarios ante semejante profundización. Y ante la afrenta a Mariátegui.

Este es el “mariateguismo” del grupo liquidacionista. Este es su “socialismo peruano”.

Como es natural, en cualquier debate cada quien interviene con su posición política, su capacidad teórica y su talla moral.

Así, en el debate actual, una vez más Aragón ha puesto en evidencia su revisionismo liquidacionista, ha exhibido su dudosa capacidad teórica y ha mostrado sin rubor que su talla moral puede medirse con la uña del dedo meñique.

Notas 
[1] En las presentes líneas no es mi propósito analizar si se justifica o no esta adjetivación contra sus propios copartidarios, sino subrayar el hecho de que, en relación a ellos y al suscrito, nuestro personaje se muestra abundoso en el uso de adjetivos, lo que prueba que su discurso contra los adjetivos es nada mas que una impostura.
[2] No es la primera vez que los liquidacionistas callan ante flagrantes y groseras expresiones de antimariateguismo en sus propias filas. Esto, desde luego, no tiene por qué sorprender a nadie, sencillamente porque en todo lo que se refiere a la verdad universal, a la identidad doctrinal de Mariátegui y a la verdad doctrinal y orgánica del PSP, el grupo liquidacionista tiene una posición abiertamente antimariateguiana.

27.03.2015.

Nuevas mentiras de Miguel Aragón y Mucho Más Que Eso

(Extracto)


E.I.


Más adelante nuestro falsario repite servilmente a Ramón García anotando que en los primeros cuatro tomos de sus Obras Escogidas, Mao no “utilizó la categoría teórica ‘revisionismo’ para luchar contra las tendencias discrepantes que existían en el desarrollo de la revolución en China.”

Pero, como se ve incluso a simple vista, esta afirmación tiene un alcance mucho mayor que el de aquella otra que acabamos de refutar, pues quiere decir que la urticaria que les provoca a los liquidadores el término revisionismo, oculta una cuestión de fondo: la negación de la realidad del revisionismo.

En efecto, el argumento de García, que es una verdadera treta, apunta a desacreditar dicho término como legítimo calificativo de determinadas posiciones oportunistas surgidas en el movimiento marxista.

El hecho de que en los primeros cuatro tomos de las Obras Escogidas de Mao no aparezca el término revisionismo, no demuestra que el gran dirigente no tuviera en cuenta el concepto que encierra el término, sino únicamente que las diversas desviaciones del marxismo que surgieron en China en el período comprendido entre 1921 (año de la fundación del PCCH) y setiembre de 1949 (fecha del último escrito recogido en el cuarto tomo), fueron calificadas por su forma específica y no por su carácter general.

Así por ejemplo,  la desviación representada por Chen Duziu durante la primera guerra civil revolucionaria, fue definida oficialmente como oportunismo de derecha. Este oportunismo conculcaba la hegemonía del proletariado y menospreciaba el papel del campesinado en la revolución democrático-burguesa y, por lo tanto, fue capitulacionismo respecto a la burguesía.

Pues bien, por cuanto, como señaló Lenin, la lucha de clases es la base de la doctrina de Marx, entonces cualquier marxista puede reconocer que el aludido capitulacionismo era realmente revisionismo.

Por lo tanto, en los aludidos cuatro tomos no se encuentra el término revisionismo, pero se encuentra su concepto: el oportunismo de derecha de Chen Duziu fue revisionismo, y contra este revisionismo luchó firmemente Mao.

También en Rusia diversas tendencias contrarias al marxismo fueron calificadas por su forma específica: economismo, menchevismo, liquidacionismo, etcétera. Pero el economismo negaba la lucha política del proletariado, se prosternaba ante la espontaneidad del movimiento obrero y negaba el papel del partido proletario; el menchevismo, para decirlo en una palabra, adaptó la lucha de clases del proletariado al liberalismo; y el liquidacionismo negó el carácter clandestino del partido; por lo tanto, todas estas desviaciones no fueron más que formas específicas de revisionismo.(3)

En cuanto a nosotros, y como se ha observado, desde hace tiempo preferimos calificar la desviación del grupo de Ramón García por su especificidad, es decir como liquidacionismo de derecha, pues esta calificación expresa exactamente la abjuración del partido de clase, el objetivo de liquidarlo, pero, desde luego, sin dejar de esclarecer que el liquidacionismo es una forma específica de revisionismo.

Tal como señaló Lenin, el revisionismo es un fenómeno internacional, y, por esto, cuando en los prolegómenos de la primera guerra mundial surgió el socialpatriotismo (llamado también socialimperialismo), lo que ocurrió no fue otra cosa que el desborde en muchos países de otra forma específica de revisionismo (4).

……………………..

Pues bien, presentar la ausencia del término revisionismo en los primeros cuatro tomos de las Obras Escogidas de Mao como un argumento para descalificar dicho término solo se le ha podido ocurrir a un experto en métodos criollos como Ramón García, así como aceptarla como un argumento válido solo puede haberle pasado a personas incapaces de pensar teóricamente.

Es de conocimiento general que más tarde Mao utilizó el término revisionismo, y que fue un notable combatiente anti-revisionista tanto a escala de China como del mundo.

Por lo tanto, lo que pasaba es que Mao sabía cuándo calificar una desviación por su forma específica y cuándo por su carácter general.

Profundizando a García, Aragón agrega: “De manera similar, revisar con mayor atención todavía, cuantas veces José Carlos Mariátegui utilizó y escribió esa expresión “revisionismo” en las 230 páginas del libro Peruanicemos al Perú, en las 352 páginas  del libro 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, y en las 285 páginas del libro  Ideología y Política.

Es notorio que Aragón se ha cuidado de citar el libro Defensa del marxismo, hecho que por sí solo revela una actitud sesgada.

En Ideología y política, libro que sí cita Aragón, Mariátegui escribió: “Falcón olvida que el Estado demo-liberal es el órgano de la clase capitalista. Su revisionismo lo mueve a prescindir de la existencia o la realidad de las clases y más aún de su conflicto” (p.230).

La cita demuestra que, como Mao, Mariátegui también sabía cuándo calificar una desviación por su forma específica y cuándo por su carácter general.

El libro Defensa del marxismo es la expresión más alta de defensa del marxismo-leninismo en nuestro medio, y, al mismo tiempo, la expresión más firme de lucha contra el revisionismo. Con este libro Mariátegui sentó las bases de la construcción ideológica del PSP, y, de esta forma, demostró su condición de indoblegable combatiente anti-revisionista.

Pero García, Aragón y demás liquidadores gritan: ¡pero en los cuatro primeros tomos de las Obras de Mao no está la palabra revisionismo!

Es cierto, no está la palabra revisionismo, pero, como se ha visto, está el concepto. Y clamar por la palabra, como lo hacen los liquidadores, es una expresión del más chato culto a los libros, del más burdo culto a la letra de los libros, y, por lo tanto, una muestra de que el autor del sensacional descubrimiento no es capaz de calar en el fondo de la cuestión y sus seguidores tampoco.

Notas
[3] Precisamente Lenin señaló que “el ‘economismo’, de los años 1895-1902, el ‘menchevismo de 1903-1908 y el liquidacionismo de 1908-1914 no son otra cosa que la forma o variedad rusa del oportunismo y del revisionismo (Quien mucho corre, pronto para, en Contra el revisionismo, Editorial Progreso, Moscú, s/f, p.186). También el oportunismo de Den Duzio no fue más que una forma o variante china del revisionismo, y como ella hubo otras en la patria de Mao.

05.09.2015.

CREACIÓN HEROICA