La Práctica Social*
Guy Besse
Introducción
La
originalidad del marxismo-leninismo como concepción del mundo y del hombre en
el mundo, es que en lugar de ser una construcción especulativa, una
interpretación puramente teórica de la realidad -como lo eran las filosofías
tradicionales- se funda consciente y deliberadamente sobre la actividad
práctica de la humanidad; en efecto, tiene por objeto transformar el mundo, lo
mismo el mundo humano que la naturaleza.
“Los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo
pero de lo que se trata es de transformarlo.”1
Cuando el
marxismo pierde contacto con la práctica, degenera y no es más que escolástica.
Sistema del pensamiento filosófico-teológico practicado en las universidades de
la Edad Media. Sus representantes, los escolásticos, trataron de apoyar y
justificar los dogmas religiosos por medio de la filosofía. En esta forma la
filosofía fue transformada en sierva de la teología y la escolástica en el
apoyo ideológico de la sociedad feudal-clerical.
1
¿Qué
entendemos por práctica?
Para la
teología, hay una naturaleza humana provista de atributos definidos de una vez
(voluntad, libertad, inteligencia, etc.). Esta “naturaleza humana”
originariamente consagrada, está introducida en la historia; la actividad
histórica de los hombres es por consiguiente la manifestación de una
“naturaleza humana” sea cual sea. Pero esta actividad no tiene poder para
modificar fundamentalmente la humanidad.
La
filosofía premarxista desde luego ha cambiado el carácter de la humanidad en
muchos aspectos. Es el caso, por ejemplo, de los materialistas griegos, de los
materialistas franceses del siglo XVIII, o de Descartes, Spinoza, Hegel. Sin
embargo, ninguno de los grandes sistemas filosóficos anteriores a Marx ha
producido un cambio decisivo. Así es como, para Hegel, aunque es verdad que la
humanidad es un todo con su propia historia, esta historia está considerada de
manera idealista, como manifestación del “espíritu”. Hegel, pues, no rompió,
con la teología.
Por
el contrario, para Marx, la práctica es verdaderamente constitutiva de
la humanidad concreta. La humanidad se crea, e indefinidamente se transforma
por su propia actividad. No hay pues, humanidad “en sí” anterior a la historia
de los hombres.
Se
podría estar tentado a considerar que la práctica2 es la acción del
hombre individual. Por ejemplo, yo conduzco un vehículo, yo manejo un aparato.
Pero el individuo no es un ser humano más que porque es un ser social.
“…
la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en
realidad, el conjunto de las relaciones sociales.”3
Sea lo que sea
un individuo y haga lo que haga, existe, obra, siente, piensa en tanto que ser
social, hasta si se cree solo en el mundo y liberado de toda influencia del
medio. El sujeto más “individualista” no puede por otra parte comportarse en
individualista más que oponiéndose sistemáticamente a los otros; por
consiguiente el individualismo más fanático es él mismo la expresión de una
relación social: “los otros” están presentes en la conciencia del que se cree
“solo”. Lo queramos o no, lo sepamos o no, nuestra participación en la vida
social es lo que nos hace “humanos”, y el paso de la animalidad a la humanidad
es el paso, de la horda a la vida social. Un individuo enteramente
desocializado sería enteramente deshumanizado.
He
aquí por qué los niños de corta edad que han sido criados por los lobos, están
lejos de presentar, si sobreviven, los caracteres de un ser humano.
Desprovistos de todo contacto con la sociedad humana, privados de la
posibilidad de adquirir el lenguaje; son por eso mismo incapaces de llegar al
pensamiento abstracto, que es exclusivo del hombre.
Si la esencia
social del ser humano es tan generalmente desconocida en la sociedad burguesa
es porque ésta mutila profundamente a la humanidad y la separa en todos los
niveles (económico, social, político, cultural, individual). Para comprender la
significación de este proceso, conviene medir los efectos deshumanizantes de la
división del trabajo, que el capitalismo ha llevado a su más alto grado. No
solamente la división del trabajo opone el trabajo intelectual al trabajo
manual, el cerebro a la mano, sino que aísla al individuo en una actividad
parcelaria y limitada, de tal manera que no puede tener una conciencia justa de
sus verdaderas relaciones con sus semejantes, ni por consecuencia, una adecuada
representación de sí mismo. Debilita y hasta vicia en cada individuo esta
necesidad fundamental de la humanidad que Spinoza expresaba hace tres siglos
cuando escribía que, “nada es más útil al hombre que un hombre que vive
dirigido por la razón”.4 La explotación capitalista de la fuerza de
trabajo, le degrada al nivel de una mercancía que se vende y que se compra.
Desde
entonces, el trabajo, en lugar de aparecer como lo que es -el creador de toda
existencia humana y de todo valor- no tiene otra función que asegurarle una
vida perpetuamente amenazada, entregada a todos los azares de una concurrencia
despiadada. La sociedad burguesa tiende así a encerrar al individuo en sí
mismo, en el círculo de sus intereses inmediatos. Al mismo tiempo prodiga los
elementos capaces de abusar de su situación real, le propone de mil maneras -y
en primer lugar por el canal de su prensa y de su radio- los elementos
sustitutivos de una vida humana auténtica. Le incita a buscar su alegría y su
felicidad en una esfera extraña a los intereses fundamentales del individuo en
tanto que ser social. La libertad individual, que predica, no es, en realidad,
más que una soledad veleidosa y engañadora, en la que se empobrece, se debilita
y se deforma.
Lo
característico de una sociedad donde la explotación del hombre por el hombre,
ha desaparecido, es precisamente dar a cada uno de los que la componen la
conciencia de su comunidad de esencia y de intereses con los demás.
“La
verdadera riqueza espiritual del individuo depende totalmente de la riqueza de
sus relaciones reales.”5
Estas
“relaciones reales” con la comunidad humana, no son solamente aquellas que el
hombre de la sociedad comunista establece en el trabajo liberado del yugo
capitalista; son aquellas que se transforman en la existencia diaria,
generadora en cada individuo de necesidades nuevas, altamente socializadas, y
cuya satisfacción requiere la promoción continua de la humanidad, tanto en el
terreno cultural como en el plano material.
La
noción de la “necesidad” es, en efecto, una noción histórica. El ser humano no
se define por un registro de necesidades enumeradas para siempre, puesto que el
proceso civilizador es creador de necesidades nuevas, cuya existencia y su
manifestación elevan al hombre a sus propios ojos.
Basta evocar,
por ejemplo, la importancia cada vez más valorizada que toma hoy en la Unión
Soviética, la satisfacción de las necesidades culturales más diversas y las
aspiraciones morales más elevadas para comprender que el individuo, cuando se
libera del “individualismo burgués”, tiene posibilidades de afirmación y de
desarrollo ilimitadas.
Uno
de los mayores rasgos de la sociedad liberada de la explotación de la fuerza de
trabajo, es que pueda dar a cada uno una educación politécnica. Para apreciar
correctamente la significación de un hecho de este orden, no basta enumerar las
consecuencias, por otra parte considerables, sobre el plano propiamente
científico y técnico. En este aspecto es donde el ser humano llega a una
conciencia nueva de sí mismo. Sometido al beneficio capitalista, el trabajo
parcelado desarrolla tal función sociológica, tal aptitud síquica, en
detrimento de las otras. La educación politécnica y el libre ejercicio de las
formas manuales e intelectuales de la actividad humana crean condiciones
favorables al desarrollo de un individuo equilibrado.
Esta práctica
social tiene dos aspectos fundamentales e inseparables. De una parte, es la
acción recíproca del hombre sobre la naturaleza; de otra parte, es la acción
recíproca del hombre sobre el hombre. Es decir que la relación
humanidad-naturaleza y la relación de la humanidad consigo misma (la relación
social) son relaciones prácticas. Y puesto que la humanidad no se
distingue de su propio desarrollo histórico, se puede decir que la práctica
social implica toda la historia anterior de la humanidad.
Aparece,
pues, claro que la práctica humana es práctica social incluso si, en las
condiciones creadas al individuo por la sociedad burguesa, parece poder
definirse en términos puramente individuales.
Entendemos,
pues, por práctica, todas las formas de actividad de las que nuestra
especie es capaz, toda la actividad histórica y social de la humanidad
considerada como un proceso de desarrollo indefinido. Desde este punto de
vista, la misma teoría se incorpora a la práctica social, puesto que el
pensamiento es una forma de actividad inseparable de las otras. Las filosofías
idealistas parten del “pensamiento” como de un primer principio que explica
todo el resto. De hecho, el pensamiento es un acto social; el pensamiento más
personal y el más diferenciado no pueden formarse en un individuo más que en
las condiciones objetivas de la vida social. No es el “espíritu” el que piensa,
puesto que el espíritu, abstractamente considerado, no tiene ninguna realidad;
es el hombre el que piensa y el hombre concreto es el hombre social.
Analizar
la práctica social sería, pues, de hecho analizar todas las manifestaciones de
la realidad humana. ¿Pero qué sería esta realidad sin el trabajo, por el
cual la humanidad asegura, desde hace milenios, sus condiciones materiales de
existencia? Como escribió Engels:
“…el
hombre mismo ha sido creado por obra del trabajo.”6
2
El trabajo,
forma fundamental de la práctica social
Por el
trabajo, la humanidad domestica a la vez la naturaleza y crea la base de su
propia existencia social. En efecto, como ser social, es como el hombre entabla
la lucha contra la naturaleza. La fabricación de los instrumentos, que
diferencia radicalmente la humanidad de la animalidad, es pues, la primera
etapa de la práctica social. Toda la historia de la humanidad está, en último
análisis, condicionada por el desarrollo milenario de los utensilios humanos, y
por consiguiente, de los instrumentos de producción.
Pero
el papel del trabajo en la génesis y el desarrollo de la humanidad es mucho más
profundo y mucho más amplio de lo que se cree comúnmente. El mismo Darwin que,
por otra parte, había comprendido admirablemente los orígenes animales de la
humanidad, estaba lejos de considerar su importancia. En realidad, el papel del
trabajo en la génesis y el desarrollo de nuestra especie ha sido decisivo desde
un doble punto de vista.
1) La
conformación física del ser humano es la de un individuo apto para el trabajo.
Su posición en pie, la marcha vertical, la estructura y la función de la mano,
capaz de operaciones prodigiosamente diversificadas, el desarrollo del cerebro
y el perfeccionamiento del cuerpo humano, y tantas características,
ininteligibles si se olvida que el hombre es un producto que se transforma a sí
mismo, al mismo tiempo que transforma el medio. Por eso el trabajo cada vez más
complejo ha dado a la mano una movilidad, una destreza, acrecidas sin cesar. En
reciprocidad, esta mano, más segura y más hábil, aumenta su poder sobre las
cosas. Así, por un proceso de interacción incesante entre el hombre y la
naturaleza, entre el sujeto y el objeto, nuestra especie ha modelado su tipo
físico. La actividad laboriosa de la humanidad, que se despliega sobre millones
de años, ha modificado su estructura orgánica, su apariencia y sus aptitudes
físicas. En nuestros días, un índice de las posibilidades de desarrollo
ofrecidas a nuestra especie es suministrado por el mejoramiento de las performances
logradas por los atletas de ambos sexos. Los hombres que, en los tiempos muy
remotos de su prehistoria, estaban aún próximos a los monos superiores, han
adquirido caracteres que, en nuestros días, son fuertemente diferenciados (la
forma del cráneo y de la cara).
2) Lo mismo
ocurre en el plan intelectual. La sicología contemporánea muestra
superabundantemente el papel determinante del lenguaje en la formación de la
conciencia (ver los trabajos de Pavlov).7 Pero, como señalan Marx y
Engels en La ideología alemana8 y Engels en Dialéctica de la
naturaleza,9 la formación y el progreso del lenguaje están
condicionados por el trabajo social. En efecto, las exigencias del trabajo como
proceso espontáneo de cooperación entre los miembros del grupo, en su lucha con
la naturaleza, han hecho nacer la necesidad de comunicarse por la palabra. En
la medida que el trabajo se perfecciona y se diversifica, más apremiante es la
necesidad de un lenguaje cada vez más rico y más variado. Medio de comunicación
entre los hombres, el lenguaje expresa a la vez las relaciones objetivas que su
actividad pone en evidencia, las operaciones que constituyen esta actividad, y
la vida sicológica, la vida “inferior” de los individuos. De hecho, los
trabajos de la sicología contemporánea muestran que el lenguaje juega un papel
determinante en la génesis y estructuración de la vida mental del niño. En
reciprocidad, por un proceso de interacción dialéctica semejante al que
describíamos anteriormente, los progresos del lenguaje facilitan los progresos
del trabajo y el ejercicio de todas las actividades humanas.
Por eso, el
trabajo, forma fundamental de la práctica social, es verdaderamente el crisol
de la humanidad.
3
Una forma
decisiva de la práctica social: la lucha de clases
El trabajo es
una actividad social con la que los hombres, al mismo tiempo que ponen en
acción, frente a la naturaleza, fuerzas productivas que no han cesado de
perfeccionarse desde los orígenes de nuestra especie, establecen entre ellos relaciones
de producción. De hecho, la producción comprende dos aspectos inseparables:
fuerzas productivas y relaciones de producción.
Pero,
después de la disolución de la comuna primitiva, las relaciones de producción
han sido caracterizadas por el enfrentamiento incesante de las clases sociales;
esta lucha domina a la historia de la humanidad hasta el advenimiento del
socialismo.
Constituye,
en realidad, una forma decisiva de la práctica social puesto que por ella la
humanidad progresa hasta el momento en que puede instaurarse una sociedad sin
clases, verdaderamente fraternal, plenamente humana.
Si,
por ejemplo, consideramos la clase obrera, comprobamos que ha tomado conciencia
de su fuerza histórica en el fuego de la lucha de clases que ha realizado,
inicialmente, de una manera espontánea, después sobre una base científica,
contra la burguesía. La práctica diaria de esta lucha ha desarrollado su
capacidad combativa en todos los terrenos. Al principio del capitalismo, los
obreros luchaban contra las máquinas, en las que creían ver el origen del paro
y de la miseria. La experiencia les conducía poco a poco a corregir su error, a
comprender que el origen de su desgracia no es el desarrollo de las fuerzas
productivas, sino la explotación capitalista, y por consiguiente las relaciones
capitalistas de producción. Entonces emprendieron la lucha contra el
capitalismo.
Esta
acción tomó una forma colectiva cuando comprendieron que el patrón tenía
interés en lanzar a unos contra otros. La primera forma de lucha para defender
o mejorar el salario y disminuir la jornada de trabajo, fue la huelga. Pero la
huelga en sí misma, coalición temporal de los trabajadores, no era más que una
etapa. El día en que los obreros comprendieron que debían asociarse de manera
permanente (y no solamente episódicamente) para defender sus condiciones de
vida, se reunieron en los sindicatos. Fue una segunda etapa en la formación de
la conciencia de clase de los trabajadores.
Sin
embargo, a medida que se desarrollaban las fuerzas productivas en el cuadro del
capitalismo y que se acentuaba la concentración del proletariado explotado por
la burguesía, se creaban las condiciones para que naciese una ciencia nueva, la
ciencia del desarrollo social y de la revolución proletaria, el materialismo
histórico. Esta ciencia fue fundada por Marx y Engels que, no separando la
teoría de la práctica, en la mitad del siglo XIX, sentaron las bases de un partido
revolucionario, que debía reunir los elementos más conscientes del
proletariado, armados de la ciencia social. El paso del sindicato obrero al
partido obrero no es solamente un progreso en la organización de los
trabajadores; es también el paso a la forma superior de la conciencia
socialista -es decir- a la conciencia de que la lucha económica no basta y
que únicamente una transformación revolucionaria de las relaciones de
producción capitalista, la destrucción de estas relaciones y del Estado burgués
que las protege, la creación de una sociedad sin clases explotadoras y de un
Estado obrero, pueden liberar al proletariado.
Por
consiguiente podemos resumir:
1) Que la
lucha de clases es una forma decisiva de la práctica social.
2) Que
entraña, por etapas, una transformación profunda de la conciencia de los
trabajadores; como correspondencia, este progreso de la conciencia de clase,
eleva el nivel de lucha. La práctica es madre de la teoría, puesto que
el materialismo histórico no habría podido constituirse sin la existencia del
proletariado durante la primera mitad del siglo XIX. Pero recíprocamente, la
teoría ilumina y fecunda la práctica, puesto que el proletariado, dirigido por
el partido revolucionario -el cual funda su actividad en el materialismo
histórico, en el socialismo científico- ha emprendido un combate decisivo
contra el capitalismo.
Los
pueblos coloniales y dependientes, que se liberan en nuestros días, pueden
medir igualmente, por su propia experiencia, toda la importancia de la
práctica. Así es que, según las palabras de Fidel Castro en la O.N.U., treinta
años de luchas del pueblo cuban han “constituido el fundamento mismo” del
patriotismo cubano, de su “amor a la independencia”.10 Y sin
embargo, los cubanos, liberados del yugo español, cayeron bajo el yugo de los
Estados Unidos. La liquidación de la dictadura de Batista, agente del imperialismo
yanqui, les abrió la vía de la independencia.
Pero
la experiencia del pueblo cubano no estaba terminada. Los problemas prácticos
que plantea la edificación de una república popular y las formas nuevas
adoptadas en la lucha contra el imperialismo, por salvaguardar la independencia
nacional y la paz, han conducido al pueblo cubano a escoger la vía del
marxismo-leninismo, del socialismo.
Podríamos
multiplicar los ejemplos para demostrar el papel determinante y la importancia
histórica de la práctica social. Escogeremos dos, entre los más significativos;
se refieren a la ciencia y a la moral.
____________
(*) Guy Besse,
Práctica social y teoría, Parte I, puntos 1, 2 y 3. Colección 70, Editorial
Juan Grijalbo, México, 1969.
(1) C. Marx y
F. Engels, “Onceava Tesis de Marx sobre Feuerbach”, Obras Escogidas, t.
III, pág. 271.
(2) “Práctica”
procede de la palabra griega prattein, ejecutar, cumplir, actuar.
(3) C. Marx y
F. Engels, “Sexta Tesis de Marx sobre Feuerbach”, Obras Escogidas, t.
III, pág. 270.
(4) Etica,
IV, preposición 35, corolario 1.
(5) C. Marx y
F. Engels, La ideología alemana, pág. 38.
(6) F. Engels,
Dialéctica de la naturaleza, pág. 142, Ed. Grijalbo, México D. F. 1961.
(7)
Especialmente en Obras Escogidas, Eds. en Lenguas Extranjeras, Moscú.
(8) Véase: C.
Marx y F. Engels, ob. ref., pág. 30, (N. del Ed.)
(9) Véase: F.
Engels, ob. ref., pág. 145, (N. del Ed.)
(10) Véase:
“Vibrante denuncia de Fidel castro en la O.N.U.”, Obra Revolucionaria, No. 26, pág. 9, Imprenta Nacional de Cuba, 26 de
septiembre de 1960. (N. del Ed.)
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