sábado, 6 de septiembre de 2025

Teoría

La Práctica Social*

Guy Besse

Introducción

La originalidad del marxismo-leninismo como concepción del mundo y del hombre en el mundo, es que en lugar de ser una construcción especulativa, una interpretación puramente teórica de la realidad -como lo eran las filosofías tradicionales- se funda consciente y deliberadamente sobre la actividad práctica de la humanidad; en efecto, tiene por objeto transformar el mundo, lo mismo el mundo humano que la naturaleza.

“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo pero de lo que se trata es de transformarlo.”1

Cuando el marxismo pierde contacto con la práctica, degenera y no es más que escolástica. Sistema del pensamiento filosófico-teológico practicado en las universidades de la Edad Media. Sus representantes, los escolásticos, trataron de apoyar y justificar los dogmas religiosos por medio de la filosofía. En esta forma la filosofía fue transformada en sierva de la teología y la escolástica en el apoyo ideológico de la sociedad feudal-clerical.

 

1

¿Qué entendemos por práctica?

Para la teología, hay una naturaleza humana provista de atributos definidos de una vez (voluntad, libertad, inteligencia, etc.). Esta “naturaleza humana” originariamente consagrada, está introducida en la historia; la actividad histórica de los hombres es por consiguiente la manifestación de una “naturaleza humana” sea cual sea. Pero esta actividad no tiene poder para modificar fundamentalmente la humanidad.

La filosofía premarxista desde luego ha cambiado el carácter de la humanidad en muchos aspectos. Es el caso, por ejemplo, de los materialistas griegos, de los materialistas franceses del siglo XVIII, o de Descartes, Spinoza, Hegel. Sin embargo, ninguno de los grandes sistemas filosóficos anteriores a Marx ha producido un cambio decisivo. Así es como, para Hegel, aunque es verdad que la humanidad es un todo con su propia historia, esta historia está considerada de manera idealista, como manifestación del “espíritu”. Hegel, pues, no rompió, con la teología.

Por el contrario, para Marx, la práctica es verdaderamente constitutiva de la humanidad concreta. La humanidad se crea, e indefinidamente se transforma por su propia actividad. No hay pues, humanidad “en sí” anterior a la historia de los hombres.

Se podría estar tentado a considerar que la práctica2 es la acción del hombre individual. Por ejemplo, yo conduzco un vehículo, yo manejo un aparato. Pero el individuo no es un ser humano más que porque es un ser social.

“… la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en realidad, el conjunto de las relaciones sociales.”3

Sea lo que sea un individuo y haga lo que haga, existe, obra, siente, piensa en tanto que ser social, hasta si se cree solo en el mundo y liberado de toda influencia del medio. El sujeto más “individualista” no puede por otra parte comportarse en individualista más que oponiéndose sistemáticamente a los otros; por consiguiente el individualismo más fanático es él mismo la expresión de una relación social: “los otros” están presentes en la conciencia del que se cree “solo”. Lo queramos o no, lo sepamos o no, nuestra participación en la vida social es lo que nos hace “humanos”, y el paso de la animalidad a la humanidad es el paso, de la horda a la vida social. Un individuo enteramente desocializado sería enteramente deshumanizado.

He aquí por qué los niños de corta edad que han sido criados por los lobos, están lejos de presentar, si sobreviven, los caracteres de un ser humano. Desprovistos de todo contacto con la sociedad humana, privados de la posibilidad de adquirir el lenguaje; son por eso mismo incapaces de llegar al pensamiento abstracto, que es exclusivo del hombre.

Si la esencia social del ser humano es tan generalmente desconocida en la sociedad burguesa es porque ésta mutila profundamente a la humanidad y la separa en todos los niveles (económico, social, político, cultural, individual). Para comprender la significación de este proceso, conviene medir los efectos deshumanizantes de la división del trabajo, que el capitalismo ha llevado a su más alto grado. No solamente la división del trabajo opone el trabajo intelectual al trabajo manual, el cerebro a la mano, sino que aísla al individuo en una actividad parcelaria y limitada, de tal manera que no puede tener una conciencia justa de sus verdaderas relaciones con sus semejantes, ni por consecuencia, una adecuada representación de sí mismo. Debilita y hasta vicia en cada individuo esta necesidad fundamental de la humanidad que Spinoza expresaba hace tres siglos cuando escribía que, “nada es más útil al hombre que un hombre que vive dirigido por la razón”.4 La explotación capitalista de la fuerza de trabajo, le degrada al nivel de una mercancía que se vende y que se compra.

Desde entonces, el trabajo, en lugar de aparecer como lo que es -el creador de toda existencia humana y de todo valor- no tiene otra función que asegurarle una vida perpetuamente amenazada, entregada a todos los azares de una concurrencia despiadada. La sociedad burguesa tiende así a encerrar al individuo en sí mismo, en el círculo de sus intereses inmediatos. Al mismo tiempo prodiga los elementos capaces de abusar de su situación real, le propone de mil maneras -y en primer lugar por el canal de su prensa y de su radio- los elementos sustitutivos de una vida humana auténtica. Le incita a buscar su alegría y su felicidad en una esfera extraña a los intereses fundamentales del individuo en tanto que ser social. La libertad individual, que predica, no es, en realidad, más que una soledad veleidosa y engañadora, en la que se empobrece, se debilita y se deforma.

Lo característico de una sociedad donde la explotación del hombre por el hombre, ha desaparecido, es precisamente dar a cada uno de los que la componen la conciencia de su comunidad de esencia y de intereses con los demás.

“La verdadera riqueza espiritual del individuo depende totalmente de la riqueza de sus relaciones reales.”5

Estas “relaciones reales” con la comunidad humana, no son solamente aquellas que el hombre de la sociedad comunista establece en el trabajo liberado del yugo capitalista; son aquellas que se transforman en la existencia diaria, generadora en cada individuo de necesidades nuevas, altamente socializadas, y cuya satisfacción requiere la promoción continua de la humanidad, tanto en el terreno cultural como en el plano material.

La noción de la “necesidad” es, en efecto, una noción histórica. El ser humano no se define por un registro de necesidades enumeradas para siempre, puesto que el proceso civilizador es creador de necesidades nuevas, cuya existencia y su manifestación elevan al hombre a sus propios ojos.

Basta evocar, por ejemplo, la importancia cada vez más valorizada que toma hoy en la Unión Soviética, la satisfacción de las necesidades culturales más diversas y las aspiraciones morales más elevadas para comprender que el individuo, cuando se libera del “individualismo burgués”, tiene posibilidades de afirmación y de desarrollo ilimitadas.

Uno de los mayores rasgos de la sociedad liberada de la explotación de la fuerza de trabajo, es que pueda dar a cada uno una educación politécnica. Para apreciar correctamente la significación de un hecho de este orden, no basta enumerar las consecuencias, por otra parte considerables, sobre el plano propiamente científico y técnico. En este aspecto es donde el ser humano llega a una conciencia nueva de sí mismo. Sometido al beneficio capitalista, el trabajo parcelado desarrolla tal función sociológica, tal aptitud síquica, en detrimento de las otras. La educación politécnica y el libre ejercicio de las formas manuales e intelectuales de la actividad humana crean condiciones favorables al desarrollo de un individuo equilibrado.

Esta práctica social tiene dos aspectos fundamentales e inseparables. De una parte, es la acción recíproca del hombre sobre la naturaleza; de otra parte, es la acción recíproca del hombre sobre el hombre. Es decir que la relación humanidad-naturaleza y la relación de la humanidad consigo misma (la relación social) son relaciones prácticas. Y puesto que la humanidad no se distingue de su propio desarrollo histórico, se puede decir que la práctica social implica toda la historia anterior de la humanidad.

Aparece, pues, claro que la práctica humana es práctica social incluso si, en las condiciones creadas al individuo por la sociedad burguesa, parece poder definirse en términos puramente individuales.

Entendemos, pues, por práctica, todas las formas de actividad de las que nuestra especie es capaz, toda la actividad histórica y social de la humanidad considerada como un proceso de desarrollo indefinido. Desde este punto de vista, la misma teoría se incorpora a la práctica social, puesto que el pensamiento es una forma de actividad inseparable de las otras. Las filosofías idealistas parten del “pensamiento” como de un primer principio que explica todo el resto. De hecho, el pensamiento es un acto social; el pensamiento más personal y el más diferenciado no pueden formarse en un individuo más que en las condiciones objetivas de la vida social. No es el “espíritu” el que piensa, puesto que el espíritu, abstractamente considerado, no tiene ninguna realidad; es el hombre el que piensa y el hombre concreto es el hombre social.

Analizar la práctica social sería, pues, de hecho analizar todas las manifestaciones de la realidad humana. ¿Pero qué sería esta realidad sin el trabajo, por el cual la humanidad asegura, desde hace milenios, sus condiciones materiales de existencia? Como escribió Engels:

“…el hombre mismo ha sido creado por obra del trabajo.”6

 

2

El trabajo, forma fundamental de la práctica social

Por el trabajo, la humanidad domestica a la vez la naturaleza y crea la base de su propia existencia social. En efecto, como ser social, es como el hombre entabla la lucha contra la naturaleza. La fabricación de los instrumentos, que diferencia radicalmente la humanidad de la animalidad, es pues, la primera etapa de la práctica social. Toda la historia de la humanidad está, en último análisis, condicionada por el desarrollo milenario de los utensilios humanos, y por consiguiente, de los instrumentos de producción.

Pero el papel del trabajo en la génesis y el desarrollo de la humanidad es mucho más profundo y mucho más amplio de lo que se cree comúnmente. El mismo Darwin que, por otra parte, había comprendido admirablemente los orígenes animales de la humanidad, estaba lejos de considerar su importancia. En realidad, el papel del trabajo en la génesis y el desarrollo de nuestra especie ha sido decisivo desde un doble punto de vista.

1) La conformación física del ser humano es la de un individuo apto para el trabajo. Su posición en pie, la marcha vertical, la estructura y la función de la mano, capaz de operaciones prodigiosamente diversificadas, el desarrollo del cerebro y el perfeccionamiento del cuerpo humano, y tantas características, ininteligibles si se olvida que el hombre es un producto que se transforma a sí mismo, al mismo tiempo que transforma el medio. Por eso el trabajo cada vez más complejo ha dado a la mano una movilidad, una destreza, acrecidas sin cesar. En reciprocidad, esta mano, más segura y más hábil, aumenta su poder sobre las cosas. Así, por un proceso de interacción incesante entre el hombre y la naturaleza, entre el sujeto y el objeto, nuestra especie ha modelado su tipo físico. La actividad laboriosa de la humanidad, que se despliega sobre millones de años, ha modificado su estructura orgánica, su apariencia y sus aptitudes físicas. En nuestros días, un índice de las posibilidades de desarrollo ofrecidas a nuestra especie es suministrado por el mejoramiento de las performances logradas por los atletas de ambos sexos. Los hombres que, en los tiempos muy remotos de su prehistoria, estaban aún próximos a los monos superiores, han adquirido caracteres que, en nuestros días, son fuertemente diferenciados (la forma del cráneo y de la cara).

2) Lo mismo ocurre en el plan intelectual. La sicología contemporánea muestra superabundantemente el papel determinante del lenguaje en la formación de la conciencia (ver los trabajos de Pavlov).7 Pero, como señalan Marx y Engels en La ideología alemana8 y Engels en Dialéctica de la naturaleza,9 la formación y el progreso del lenguaje están condicionados por el trabajo social. En efecto, las exigencias del trabajo como proceso espontáneo de cooperación entre los miembros del grupo, en su lucha con la naturaleza, han hecho nacer la necesidad de comunicarse por la palabra. En la medida que el trabajo se perfecciona y se diversifica, más apremiante es la necesidad de un lenguaje cada vez más rico y más variado. Medio de comunicación entre los hombres, el lenguaje expresa a la vez las relaciones objetivas que su actividad pone en evidencia, las operaciones que constituyen esta actividad, y la vida sicológica, la vida “inferior” de los individuos. De hecho, los trabajos de la sicología contemporánea muestran que el lenguaje juega un papel determinante en la génesis y estructuración de la vida mental del niño. En reciprocidad, por un proceso de interacción dialéctica semejante al que describíamos anteriormente, los progresos del lenguaje facilitan los progresos del trabajo y el ejercicio de todas las actividades humanas.

Por eso, el trabajo, forma fundamental de la práctica social, es verdaderamente el crisol de la humanidad.

 

3

Una forma decisiva de la práctica social: la lucha de clases

El trabajo es una actividad social con la que los hombres, al mismo tiempo que ponen en acción, frente a la naturaleza, fuerzas productivas que no han cesado de perfeccionarse desde los orígenes de nuestra especie, establecen entre ellos relaciones de producción. De hecho, la producción comprende dos aspectos inseparables: fuerzas productivas y relaciones de producción.

Pero, después de la disolución de la comuna primitiva, las relaciones de producción han sido caracterizadas por el enfrentamiento incesante de las clases sociales; esta lucha domina a la historia de la humanidad hasta el advenimiento del socialismo.

Constituye, en realidad, una forma decisiva de la práctica social puesto que por ella la humanidad progresa hasta el momento en que puede instaurarse una sociedad sin clases, verdaderamente fraternal, plenamente humana.

Si, por ejemplo, consideramos la clase obrera, comprobamos que ha tomado conciencia de su fuerza histórica en el fuego de la lucha de clases que ha realizado, inicialmente, de una manera espontánea, después sobre una base científica, contra la burguesía. La práctica diaria de esta lucha ha desarrollado su capacidad combativa en todos los terrenos. Al principio del capitalismo, los obreros luchaban contra las máquinas, en las que creían ver el origen del paro y de la miseria. La experiencia les conducía poco a poco a corregir su error, a comprender que el origen de su desgracia no es el desarrollo de las fuerzas productivas, sino la explotación capitalista, y por consiguiente las relaciones capitalistas de producción. Entonces emprendieron la lucha contra el capitalismo.

Esta acción tomó una forma colectiva cuando comprendieron que el patrón tenía interés en lanzar a unos contra otros. La primera forma de lucha para defender o mejorar el salario y disminuir la jornada de trabajo, fue la huelga. Pero la huelga en sí misma, coalición temporal de los trabajadores, no era más que una etapa. El día en que los obreros comprendieron que debían asociarse de manera permanente (y no solamente episódicamente) para defender sus condiciones de vida, se reunieron en los sindicatos. Fue una segunda etapa en la formación de la conciencia de clase de los trabajadores.

Sin embargo, a medida que se desarrollaban las fuerzas productivas en el cuadro del capitalismo y que se acentuaba la concentración del proletariado explotado por la burguesía, se creaban las condiciones para que naciese una ciencia nueva, la ciencia del desarrollo social y de la revolución proletaria, el materialismo histórico. Esta ciencia fue fundada por Marx y Engels que, no separando la teoría de la práctica, en la mitad del siglo XIX, sentaron las bases de un partido revolucionario, que debía reunir los elementos más conscientes del proletariado, armados de la ciencia social. El paso del sindicato obrero al partido obrero no es solamente un progreso en la organización de los trabajadores; es también el paso a la forma superior de la conciencia socialista -es decir- a la conciencia de que la lucha económica no basta y que únicamente una transformación revolucionaria de las relaciones de producción capitalista, la destrucción de estas relaciones y del Estado burgués que las protege, la creación de una sociedad sin clases explotadoras y de un Estado obrero, pueden liberar al proletariado.

Por consiguiente podemos resumir:

1) Que la lucha de clases es una forma decisiva de la práctica social.

2) Que entraña, por etapas, una transformación profunda de la conciencia de los trabajadores; como correspondencia, este progreso de la conciencia de clase, eleva el nivel de lucha. La práctica es madre de la teoría, puesto que el materialismo histórico no habría podido constituirse sin la existencia del proletariado durante la primera mitad del siglo XIX. Pero recíprocamente, la teoría ilumina y fecunda la práctica, puesto que el proletariado, dirigido por el partido revolucionario -el cual funda su actividad en el materialismo histórico, en el socialismo científico- ha emprendido un combate decisivo contra el capitalismo.

Los pueblos coloniales y dependientes, que se liberan en nuestros días, pueden medir igualmente, por su propia experiencia, toda la importancia de la práctica. Así es que, según las palabras de Fidel Castro en la O.N.U., treinta años de luchas del pueblo cuban han “constituido el fundamento mismo” del patriotismo cubano, de su “amor a la independencia”.10 Y sin embargo, los cubanos, liberados del yugo español, cayeron bajo el yugo de los Estados Unidos. La liquidación de la dictadura de Batista, agente del imperialismo yanqui, les abrió la vía de la independencia.

Pero la experiencia del pueblo cubano no estaba terminada. Los problemas prácticos que plantea la edificación de una república popular y las formas nuevas adoptadas en la lucha contra el imperialismo, por salvaguardar la independencia nacional y la paz, han conducido al pueblo cubano a escoger la vía del marxismo-leninismo, del socialismo.

Podríamos multiplicar los ejemplos para demostrar el papel determinante y la importancia histórica de la práctica social. Escogeremos dos, entre los más significativos; se refieren a la ciencia y a la moral.

____________

(*) Guy Besse, Práctica social y teoría, Parte I, puntos 1, 2 y 3. Colección 70, Editorial Juan Grijalbo, México, 1969.

(1) C. Marx y F. Engels, “Onceava Tesis de Marx sobre Feuerbach”, Obras Escogidas, t. III, pág. 271.

(2) “Práctica” procede de la palabra griega prattein, ejecutar, cumplir, actuar.

(3) C. Marx y F. Engels, “Sexta Tesis de Marx sobre Feuerbach”, Obras Escogidas, t. III, pág. 270.

(4) Etica, IV, preposición 35, corolario 1.

(5) C. Marx y F. Engels, La ideología alemana, pág. 38.

(6) F. Engels, Dialéctica de la naturaleza, pág. 142, Ed. Grijalbo, México D. F. 1961.

(7) Especialmente en Obras Escogidas, Eds. en Lenguas Extranjeras, Moscú.

(8) Véase: C. Marx y F. Engels, ob. ref., pág. 30, (N. del Ed.)

(9) Véase: F. Engels, ob. ref., pág. 145, (N. del Ed.)

(10) Véase: “Vibrante denuncia de Fidel castro en la O.N.U.”, Obra Revolucionaria, No. 26, pág. 9, Imprenta Nacional de Cuba, 26 de septiembre de 1960. (N. del Ed.)


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

CREACIÓN HEROICA