Interpretación
del Poema Marcha Nupcial de César Vallejo
Julio Carmona
A la cabeza de mis propios actos,
corona en mano, batallón de dioses,
el signo negativo al cuello, atroces
el fósforo y la prisa, estupefactos
el alma y el valor, con dos impactos
al pie de la mirada; dando voces;
los límites, dinámicos, feroces;
tragándome los lloros inexactos,
me encenderé, se encenderá mi hormiga,
se encenderán mi llave, la querella
en que perdí la causa de mi huella.
Luego, haciendo del átomo una espiga,
encenderé mis hoces al pie de ella
y la espiga será por fin espiga.
Introducción
Todas
las ediciones del libro Poemas humanos (incluida la primera, de
Georgette y Porras), en el que aparece este poema, lo presentan con la primera
estrofa conformada por cinco versos, lo cual da por resultado que las tres
siguientes estrofas aparezcan como tercetos, pero —si se observa bien— pudo ser
un error mecanográfico del mismo poeta, ya que el quinto verso tiene todas las
características para ser el primero del cuarteto segundo (como lo he transcrito
yo, aquí), y da por resultado: un soneto, que no varía en nada su esencia
poética.
Paso,
enseguida, a realizar su interpretación.
El
primer verso, «A la cabeza de mis propios actos», constituye el núcleo de la
proposición poética (u oración gramatical) comprendida tanto en los dos
cuartetos como en el primer terceto, y cuyo verbo principal (encender, en su forma «me encenderé»)
está dispuesto en el verso inicial (noveno) del ya aludido primer terceto. Todo
eso constituiría una primera oración gramatical (o proposición poética).
Ahora
bien, en ese núcleo de la oración se debe rescatar la presencia de dos
elementos tácitos, sobrentendidos, implícitos: el sujeto (Yo) que es el locutor poético ausente o Yo lírico, que asume la acción y la pasión en la proposición
poética, a través de la forma verbal estoy
(también ausente) y que tienen correspondencia con los elementos explícitos del
verso: ‘Yo estoy A la cabeza de mis
propios actos’.
Considero
al primer elemento («A la cabeza»), como la expresión por medio de la cual el
locutor poético se pone al frente de su
destino, como si dijera estar «en uso pleno de sus facultades», tal como se
dice al hacer una declaración jurada, por ejemplo.
La
segunda expresión: «de mis propios actos», gramaticalmente puede parecer
redundante, pues basta con decir ‘de mis actos’; pero, poéticamente, la palabra
«propios» se constituye en un epíteto o un pleonasmo que reafirma la
pertenencia o asunción de dichos actos, que serán descritos en los siguientes
versos (de los dos cuartetos) tanto en su condición personal como en su entorno
social.
corona en mano, batallón de dioses,
el signo negativo al cuello, atroces
el fósforo y la prisa, estupefactos
el alma y el valor, con dos impactos
al pie de la mirada; dando voces;
los límites, dinámicos, feroces;
tragándome los lloros inexactos,
Los
dos conjuntos de versos están formados por frases (en su mayoría) y dos
oraciones (que especificaré, oportunamente); en el caso de las frases, están unidas
por el verbo «estar» que deriva del verso primero para darles forma de oraciones
(tácitas, subordinadas a dicha proposición poética u oración gramatical
principal del primer verso); dichas frases son: ‘estoy con corona en
mano,/ estoy con batallón de dioses,/ estoy con el signo negativo
al cuello,/ estoy con el fósforo y la prisa atroces/, estoy con el
alma y el valor estupefactos /, estoy con dos impactos al pie de la
mirada’; hago un alto, en esta parte, porque hasta aquí termina la enumeración
de frases (después viene una oración, que veré más adelante). Antes, voy a
interpretar esas frases.
Como
se puede observar, en primer lugar, las hemos dispuesto como frases seguidas,
independientes de su sujeción al verso, soslayando los encabalgamientos, para
una mejor comprensión y posterior interpretación. Enseguida, se ve que el
locutor poético dice ‘estar con la corona en mano’, lo cual se puede asumir en
el sentido de que se despoja de la soberbia que da al ser humano la calidad de rey de la creación, y deja «limpia» su
cabeza de cualquier elemento extraño que desvirtúe su calidad de hombre de a pie.
Y
la misma asunción de modestia se da con la siguiente frase: «batallón de
dioses» (dioses, con minúscula) pues expresa no estar buscando cobijo en
la protección de un «Dios» (con mayúscula), porque ya es consciente de que en
la sociedad no hay un solo dios verdadero, sino un «batallón de dioses» que
puede aludir a la existencia efectiva de una pluralidad de dioses cada cual
reclamando el derecho de ser «el verdadero»; pero también se puede establecer
el nexo con la idea poética, cara a CV, que es la de considerar como dios al
pueblo —conformado por los trabajadores del campo y la ciudad—, al pueblo
creador, quien verdaderamente construye la realidad y la historia; no en vano
dirá en España, aparta de mí este cáliz: «todo acto o voz genial viene
del pueblo y va hacia él, de frente o transmitido»).
Después,
viene la frase «el signo negativo al cuello» que puede ser asumida como el dedo
con el que se grafica el gesto del cuchillo que lo corta o, si no también, como
la función dialéctica de la negación para clausurar todo aquello que se
considera falso y con lo que el hombre común y corriente manifiesta estar
«hasta el cuello».
Luego,
en la frase «atroces el fósforo y la prisa», en principio, cabe destacar al
fósforo y la prisa como los condicionantes de querer acabar con la
oscuridad del entorno, que lleva aparejado dolor o sufrimiento personales, que
son generalizables entre los seres más indefensos de la sociedad (el pueblo, en
una palabra), y si el término «atroces» se aplica al dolor y sufrimiento de ese
pueblo y se reconoce que este tiene la fuerza mínima del «fósforo» y se halla
agobiado por la «prisa», entonces, el término «atroces» adquiere el significado
efectivo de muy intensos e insoportables.
Y
lo mismo ocurre con las frases del segundo cuarteto, unidos con el adjetivo
«estupefactos» que coordina su sentido con la frase «el alma y el valor», y que,
adosándole el sujeto y verbo principal del primer verso, se puede interpretar
así: ‘yo estoy con el alma y el valor estupefactos’, es decir: sorprendidos,
absortos, etc., y son alma y valor del locutor poético (del sujeto
tácito) situación que le impide hablar o reaccionar.
Y,
así, la siguiente frase: ‘estoy con dos impactos al pie de la mirada’, alude a
las dos formas de ver el mundo que están en contienda y que comprometen a todo
ser humano que despierta de su letargo y toma conciencia de que debe asumir una
posición frente a ellos: o sumarse a la visión de quienes avalan el orden
establecido o a la de quienes optan por rebelarse contra él.
Frente
a esa disyuntiva, de optar por una u otra posición en querella, el locutor
poético dice estar «dando voces», que es una oración subordinada a la
proposición poética principal y que indica estar asumiendo una acción, en
gerundio, por parte del sujeto tácito, con la que el yo lírico dice estar dando voces, es decir, tratando de
hacerse escuchar por ese pueblo del que se siente parte. Aunque, al hacerlo, se
encuentra con limitaciones, que van a ser descritas de la siguiente manera:
‘estoy con los
límites, dinámicos, feroces’; frase con la que alude a un entorno más amplio,
que aquel en que se hallaba subsumido el sujeto, que estaba aislado; pero que,
en este caso, ya es una realidad que lo rebasa; porque son unos «límites»
inasibles, por tener un movimiento apabullante (‘dinámico’) y ser, a la vez,
«feroces» (que atacan con crueldad, agresividad y furia).
Y
continúa el locutor poético: ‘estoy tragándome los lloros inexactos’, esta es
otra oración (como la del verso sexto, «dando voces») que se integra a la
proposición poética inicial, con el verbo siempre en gerundio —reflexivo, en
este caso—, y en la que, del mismo modo que en los elementos precedentes, el
sujeto singular expresa que debe ‘tragarse el llanto’ propio, individual, por
inexacto, pues lo exacto está en pluralizarse, es decir, que el «yo» devenga
«todos».
Y
de esa manera concluyen las condiciones preparatorias de la conclusión
propositiva:
me encenderé, se encenderá mi hormiga,
se encenderán mi llave, la querella
en que perdí la causa de mi huella.
Y
esto lo hace —al comenzar la tercera estrofa o primer terceto— con el verbo
principal: encender. Y dice: «me
encenderé, se encenderá mi hormiga, se encenderán mi llave, la querella en que
perdí la causa de mi huella.» Entonces, dice el locutor poético: ‘Yo, estando a
la cabeza de mis propios actos, dando voces y tragándome los lloros inexactos’
me encenderé/ se encenderá/ se encenderán…’ Es decir, que una vez superado el
acto egoísta: el sufrimiento y el dolor individualistas, el «Yo» pluralizado en
«todos» se enciende, se ilumina, se libera. Y, en este caso, por el primer
enunciado, «me encenderé», el locutor poético hace explícita su presencia, con
el pronombre de primera persona «me encenderé». Y ese enunciado enlaza
con el núcleo de la proposición poética inicial: Yo, después de estos actos y
en este entorno, asumo esta acción definitiva.
Pero
no solo manifiesta esa reacción producida en sí mismo: «se encenderá mi
hormiga», pues, al haberse encendido él mismo, logrará así que desaparezca su
estado mínimo de hormiga, perdido como estaba en el individualismo que lo
aislaba del mundo, sino que también compromete a ese mismo entorno (como cuando
dice, en España, aparta de mí este cáliz: «La hormiga / traerá
pedacitos de pan al elefante encadenado /a su brutal delicadeza»); y, frente a
ese acto solidario, dice:
‘se encenderá mi llave’ que es la llave del
ser humano creador de su destino pero ahora ecuménico, y (‘se encenderá’) «la querella en
que perdí la causa de mi huella», es decir, esa disputa que le había hecho «dos
impactos al pie de la mirada», o sea que la querella de esas dos maneras de
entender la vida también se esclarecerá llevando al «yo poético» a los orígenes
«perdidos en esa disputa», orígenes que son la primera huella de su camino en
el que él se había iniciado identificándose con el hombre común: con los pobres
a los que se quería ‘dar pedacitos de pan fresco en el horno del corazón’ (Los
heraldos negros).
Concluida,
así, la proposición inicial, en la que —como se ha visto— el locutor poético o
hablante imaginario (o, si se quiere, el sujeto gramatical), se ubica en su
mundo imaginario (mundo que es, obviamente, reflejo de su mundo real), y
después de haberlo descrito o analizado y denunciado, poéticamente, dice que se
«encenderá» él mismo, de lo cual se infiere que es un ser sumido en la
oscuridad, con color de hormiga (es decir, casi invisible), pero también dice
que se encenderá su mismo pasado aquel en que descubrió su huella, sus inicios,
su llave. Huella referida más que nada a su identificación con la humanidad
sufriente.
Luego, haciendo del átomo una espiga,
encenderé mis hoces al pie de ella
y la espiga será por fin espiga.
Y
en esta cuarta y última estrofa el locutor poético dice que (atomizado como
estaba) hará de su propia pequeñez una espiga, que implica estar unido a otros
átomos, a otros granos de esa espiga. Y dice que, Luego, de haber hecho del átomo una espiga, es decir que, después
de ese despertar —luego de encendidas las luces de la conciencia solidaria— la
hormiga, el átomo, de ser elemento aislado, se convierte en conjunto de
elementos fundidos: la espiga. Y, una vez más, reitera que esa iluminación no
es solo individual y dice: encenderé mis hoces al pie de ella, o sea que,
encendido ya todo para la acción conjunta, entonces encenderá sus hoces (hoces
que son símbolo de su pensamiento inicial, campesino: no olvidar el origen
social del locutor poético en su rural Santiago de Chuco, hoces que también son
símbolo que anuncia la hora de la cosecha) y la encenderá al pie de esa espiga
rediviva, vale decir, en sus raíces, al pie de ese conjunto de átomos, de
hormigas, en la base de esa espiga formada por las clases trabajadoras:
obreros, campesinos, pequeña burguesía. Y es así que el locutor poético dice:
«y la espiga será por fin espiga», o sea que, por fin, puede afirmarse que la
espiga existe. Solo así (con esa unión de los hombres de a pie) se podrá decir
que existe la solidaridad humana, solidaridad que la humanidad crea, porque ha
triunfado el reino de la libertad sobre el reino de la necesidad.
Finalmente,
el título del poema «Marcha nupcial» se explica teniendo en cuenta las dos
visiones opuestas que están en querella y que con la visión integral del poema
ha sido superada, considerándolas como integradas o en un «matrimonio» que no
ha debido desintegrarse. Y así también se explica la forma por el contenido, de
por qué se repite la palabra espiga en la rima de los versos doce y catorce, y
por qué no es un error poético el modificar la forma tradicional del soneto (al
menos por lo que a la rima se refiere) si al hacerlo se justifica y explica que
la forma está al servicio del contenido y no a la inversa. Se puede ratificar,
pues, el hecho de que, salvo por la alteración en la rima de los tercetos: por
repetir en los versos doce y catorce la misma palabra (espiga) como signo de la
iconoclastia de la época, la mayor parte estructural del texto corresponde a la
del soneto tradicional. Y digo esto porque otros lectores no lo consideran como
tal.
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