sábado, 6 de septiembre de 2025

Literatura

Interpretación del Poema Marcha Nupcial de César Vallejo

 

Julio Carmona

 

A la cabeza de mis propios actos,

corona en mano, batallón de dioses,

el signo negativo al cuello, atroces

el fósforo y la prisa, estupefactos

 

el alma y el valor, con dos impactos

al pie de la mirada; dando voces;

los límites, dinámicos, feroces;

tragándome los lloros inexactos,

 

me encenderé, se encenderá mi hormiga,

se encenderán mi llave, la querella

en que perdí la causa de mi huella.

 

Luego, haciendo del átomo una espiga,

encenderé mis hoces al pie de ella

y la espiga será por fin espiga.

 

Introducción

 

Todas las ediciones del libro Poemas humanos (incluida la primera, de Georgette y Porras), en el que aparece este poema, lo presentan con la primera estrofa conformada por cinco versos, lo cual da por resultado que las tres siguientes estrofas aparezcan como tercetos, pero —si se observa bien— pudo ser un error mecanográfico del mismo poeta, ya que el quinto verso tiene todas las características para ser el primero del cuarteto segundo (como lo he transcrito yo, aquí), y da por resultado: un soneto, que no varía en nada su esencia poética.

 

Paso, enseguida, a realizar su interpretación.

 

El primer verso, «A la cabeza de mis propios actos», constituye el núcleo de la proposición poética (u oración gramatical) comprendida tanto en los dos cuartetos como en el primer terceto, y cuyo verbo principal (encender, en su forma «me encenderé») está dispuesto en el verso inicial (noveno) del ya aludido primer terceto. Todo eso constituiría una primera oración gramatical (o proposición poética).

 

Ahora bien, en ese núcleo de la oración se debe rescatar la presencia de dos elementos tácitos, sobrentendidos, implícitos: el sujeto (Yo) que es el locutor poético ausente o Yo lírico, que asume la acción y la pasión en la proposición poética, a través de la forma verbal estoy (también ausente) y que tienen correspondencia con los elementos explícitos del verso: ‘Yo estoy A la cabeza de mis propios actos’.

 

Considero al primer elemento («A la cabeza»), como la expresión por medio de la cual el locutor poético se pone al frente de su destino, como si dijera estar «en uso pleno de sus facultades», tal como se dice al hacer una declaración jurada, por ejemplo.

 

La segunda expresión: «de mis propios actos», gramaticalmente puede parecer redundante, pues basta con decir ‘de mis actos’; pero, poéticamente, la palabra «propios» se constituye en un epíteto o un pleonasmo que reafirma la pertenencia o asunción de dichos actos, que serán descritos en los siguientes versos (de los dos cuartetos) tanto en su condición personal como en su entorno social.

 

corona en mano, batallón de dioses,

el signo negativo al cuello, atroces

el fósforo y la prisa, estupefactos

 

el alma y el valor, con dos impactos

al pie de la mirada; dando voces;

los límites, dinámicos, feroces;

tragándome los lloros inexactos,

 

Los dos conjuntos de versos están formados por frases (en su mayoría) y dos oraciones (que especificaré, oportunamente); en el caso de las frases, están unidas por el verbo «estar» que deriva del verso primero para darles forma de oraciones (tácitas, subordinadas a dicha proposición poética u oración gramatical principal del primer verso); dichas frases son: ‘estoy con corona en mano,/ estoy con batallón de dioses,/ estoy con el signo negativo al cuello,/ estoy con el fósforo y la prisa atroces/, estoy con el alma y el valor estupefactos /, estoy con dos impactos al pie de la mirada’; hago un alto, en esta parte, porque hasta aquí termina la enumeración de frases (después viene una oración, que veré más adelante). Antes, voy a interpretar esas frases.

 

Como se puede observar, en primer lugar, las hemos dispuesto como frases seguidas, independientes de su sujeción al verso, soslayando los encabalgamientos, para una mejor comprensión y posterior interpretación. Enseguida, se ve que el locutor poético dice ‘estar con la corona en mano’, lo cual se puede asumir en el sentido de que se despoja de la soberbia que da al ser humano la calidad de rey de la creación, y deja «limpia» su cabeza de cualquier elemento extraño que desvirtúe su calidad de hombre de a pie.


Y la misma asunción de modestia se da con la siguiente frase: «batallón de dioses» (dioses, con minúscula) pues expresa no estar buscando cobijo en la protección de un «Dios» (con mayúscula), porque ya es consciente de que en la sociedad no hay un solo dios verdadero, sino un «batallón de dioses» que puede aludir a la existencia efectiva de una pluralidad de dioses cada cual reclamando el derecho de ser «el verdadero»; pero también se puede establecer el nexo con la idea poética, cara a CV, que es la de considerar como dios al pueblo —conformado por los trabajadores del campo y la ciudad—, al pueblo creador, quien verdaderamente construye la realidad y la historia; no en vano dirá en España, aparta de mí este cáliz: «todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él, de frente o transmitido»).

 

Después, viene la frase «el signo negativo al cuello» que puede ser asumida como el dedo con el que se grafica el gesto del cuchillo que lo corta o, si no también, como la función dialéctica de la negación para clausurar todo aquello que se considera falso y con lo que el hombre común y corriente manifiesta estar «hasta el cuello».

 

Luego, en la frase «atroces el fósforo y la prisa», en principio, cabe destacar al fósforo y la prisa como los condicionantes de querer acabar con la oscuridad del entorno, que lleva aparejado dolor o sufrimiento personales, que son generalizables entre los seres más indefensos de la sociedad (el pueblo, en una palabra), y si el término «atroces» se aplica al dolor y sufrimiento de ese pueblo y se reconoce que este tiene la fuerza mínima del «fósforo» y se halla agobiado por la «prisa», entonces, el término «atroces» adquiere el significado efectivo de muy intensos e insoportables.

 

Y lo mismo ocurre con las frases del segundo cuarteto, unidos con el adjetivo «estupefactos» que coordina su sentido con la frase «el alma y el valor», y que, adosándole el sujeto y verbo principal del primer verso, se puede interpretar así: ‘yo estoy con el alma y el valor estupefactos’, es decir: sorprendidos, absortos, etc., y son alma y valor del locutor poético (del sujeto tácito) situación que le impide hablar o reaccionar.

 

Y, así, la siguiente frase: ‘estoy con dos impactos al pie de la mirada’, alude a las dos formas de ver el mundo que están en contienda y que comprometen a todo ser humano que despierta de su letargo y toma conciencia de que debe asumir una posición frente a ellos: o sumarse a la visión de quienes avalan el orden establecido o a la de quienes optan por rebelarse contra él.

 

Frente a esa disyuntiva, de optar por una u otra posición en querella, el locutor poético dice estar «dando voces», que es una oración subordinada a la proposición poética principal y que indica estar asumiendo una acción, en gerundio, por parte del sujeto tácito, con la que el yo lírico dice estar dando voces, es decir, tratando de hacerse escuchar por ese pueblo del que se siente parte. Aunque, al hacerlo, se encuentra con limitaciones, que van a ser descritas de la siguiente manera:

 

‘estoy con los límites, dinámicos, feroces’; frase con la que alude a un entorno más amplio, que aquel en que se hallaba subsumido el sujeto, que estaba aislado; pero que, en este caso, ya es una realidad que lo rebasa; porque son unos «límites» inasibles, por tener un movimiento apabullante (‘dinámico’) y ser, a la vez, «feroces» (que atacan con crueldad, agresividad y furia).

 

Y continúa el locutor poético: ‘estoy tragándome los lloros inexactos’, esta es otra oración (como la del verso sexto, «dando voces») que se integra a la proposición poética inicial, con el verbo siempre en gerundio —reflexivo, en este caso—, y en la que, del mismo modo que en los elementos precedentes, el sujeto singular expresa que debe ‘tragarse el llanto’ propio, individual, por inexacto, pues lo exacto está en pluralizarse, es decir, que el «yo» devenga «todos».

 

Y de esa manera concluyen las condiciones preparatorias de la conclusión propositiva:

 

me encenderé, se encenderá mi hormiga,

se encenderán mi llave, la querella

en que perdí la causa de mi huella.

 

Y esto lo hace —al comenzar la tercera estrofa o primer terceto— con el verbo principal: encender. Y dice: «me encenderé, se encenderá mi hormiga, se encenderán mi llave, la querella en que perdí la causa de mi huella.» Entonces, dice el locutor poético: ‘Yo, estando a la cabeza de mis propios actos, dando voces y tragándome los lloros inexactos’ me encenderé/ se encenderá/ se encenderán…’ Es decir, que una vez superado el acto egoísta: el sufrimiento y el dolor individualistas, el «Yo» pluralizado en «todos» se enciende, se ilumina, se libera. Y, en este caso, por el primer enunciado, «me encenderé», el locutor poético hace explícita su presencia, con el pronombre de primera persona «me encenderé». Y ese enunciado enlaza con el núcleo de la proposición poética inicial: Yo, después de estos actos y en este entorno, asumo esta acción definitiva.

 

Pero no solo manifiesta esa reacción producida en sí mismo: «se encenderá mi hormiga», pues, al haberse encendido él mismo, logrará así que desaparezca su estado mínimo de hormiga, perdido como estaba en el individualismo que lo aislaba del mundo, sino que también compromete a ese mismo entorno (como cuando dice, en España, aparta de mí este cáliz: «La hormiga / traerá pedacitos de pan al elefante encadenado /a su brutal delicadeza»); y, frente a ese acto solidario, dice:

 

 ‘se encenderá mi llave’ que es la llave del ser humano creador de su destino pero ahora ecuménico, y (‘se encenderá’) «la querella en que perdí la causa de mi huella», es decir, esa disputa que le había hecho «dos impactos al pie de la mirada», o sea que la querella de esas dos maneras de entender la vida también se esclarecerá llevando al «yo poético» a los orígenes «perdidos en esa disputa», orígenes que son la primera huella de su camino en el que él se había iniciado identificándose con el hombre común: con los pobres a los que se quería ‘dar pedacitos de pan fresco en el horno del corazón’ (Los heraldos negros).

 

Concluida, así, la proposición inicial, en la que —como se ha visto— el locutor poético o hablante imaginario (o, si se quiere, el sujeto gramatical), se ubica en su mundo imaginario (mundo que es, obviamente, reflejo de su mundo real), y después de haberlo descrito o analizado y denunciado, poéticamente, dice que se «encenderá» él mismo, de lo cual se infiere que es un ser sumido en la oscuridad, con color de hormiga (es decir, casi invisible), pero también dice que se encenderá su mismo pasado aquel en que descubrió su huella, sus inicios, su llave. Huella referida más que nada a su identificación con la humanidad sufriente.

 

Luego, haciendo del átomo una espiga,

encenderé mis hoces al pie de ella

y la espiga será por fin espiga.

 

Y en esta cuarta y última estrofa el locutor poético dice que (atomizado como estaba) hará de su propia pequeñez una espiga, que implica estar unido a otros átomos, a otros granos de esa espiga. Y dice que, Luego, de haber hecho del átomo una espiga, es decir que, después de ese despertar —luego de encendidas las luces de la conciencia solidaria— la hormiga, el átomo, de ser elemento aislado, se convierte en conjunto de elementos fundidos: la espiga. Y, una vez más, reitera que esa iluminación no es solo individual y dice: encenderé mis hoces al pie de ella, o sea que, encendido ya todo para la acción conjunta, entonces encenderá sus hoces (hoces que son símbolo de su pensamiento inicial, campesino: no olvidar el origen social del locutor poético en su rural Santiago de Chuco, hoces que también son símbolo que anuncia la hora de la cosecha) y la encenderá al pie de esa espiga rediviva, vale decir, en sus raíces, al pie de ese conjunto de átomos, de hormigas, en la base de esa espiga formada por las clases trabajadoras: obreros, campesinos, pequeña burguesía. Y es así que el locutor poético dice: «y la espiga será por fin espiga», o sea que, por fin, puede afirmarse que la espiga existe. Solo así (con esa unión de los hombres de a pie) se podrá decir que existe la solidaridad humana, solidaridad que la humanidad crea, porque ha triunfado el reino de la libertad sobre el reino de la necesidad.

 

Finalmente, el título del poema «Marcha nupcial» se explica teniendo en cuenta las dos visiones opuestas que están en querella y que con la visión integral del poema ha sido superada, considerándolas como integradas o en un «matrimonio» que no ha debido desintegrarse. Y así también se explica la forma por el contenido, de por qué se repite la palabra espiga en la rima de los versos doce y catorce, y por qué no es un error poético el modificar la forma tradicional del soneto (al menos por lo que a la rima se refiere) si al hacerlo se justifica y explica que la forma está al servicio del contenido y no a la inversa. Se puede ratificar, pues, el hecho de que, salvo por la alteración en la rima de los tercetos: por repetir en los versos doce y catorce la misma palabra (espiga) como signo de la iconoclastia de la época, la mayor parte estructural del texto corresponde a la del soneto tradicional. Y digo esto porque otros lectores no lo consideran como tal.


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