Stalin y la Lucha por la Reforma Democrática
(Cuarta Parte)
Grover
Furr
Juicios, conspiraciones, represión
Los planes para la nueva Constitución y las elecciones habían sido tratados en el Pleno del Comité Central de Junio de 1936. Los delegados aprobaron por unanimidad el borrador constitucional. Pero ninguno habló en su favor. Este fracaso en dar al menos un apoyo con la boca pequeña a una propuesta de Stalin indicaba ciertamente una "oposición latente de la dirección ampliada", una "evidente falta de compromiso".
Durante el 8º Congreso de los Soviets de todas la Rusias, en los meses de Noviembre y Diciembre de 1936, Stalin y Molótov insistieron de nuevo en la importancia de ampliar el derecho a voto y de unas elecciones secretas y abiertas. Siguiendo el espíritu de la entrevista de Stalin con Howard, Molótov nuevamente resaltó los efectos beneficiosos, para el Partido, de permitir candidatos no comunistas a los Soviets:
Este sistema...no puede sino golpear a aquellos que han caído en el burocratismo, alienado de las masas... facilitará la promoción de nuevas fuerzas... debe potenciarse para reemplazar a los elementos más atrasados o burocratizados (ochinovnivshimsya). Bajo esa nueva forma de elecciones, es posible la elección de elementos enemigos. Pero incluso este peligro, en último término, debe de servirnos, en tanto en cuanto servirá de látigo para aquellas organizaciones que lo necesiten, y para los trabajadores (del Partido) que se han quedado dormidos. (Zhukov).
El mismo Stalin fue más allá:
Algunos dicen que esto es peligroso, ya que los elementos hostiles al poder soviético podrían fisgar a los niveles más altos, algunos de los antiguos guardias blancos, kulaks, sacerdotes, etc. Pero realmente ¿qué hay que temer? 'Si tienes miedo de los lobos, no camines por el bosque'. Por un lado, no todos los antiguos kulaks, guardias blancos y curas son hostiles al poder soviético. Por otro, si el pueblo elige aquí o allí fuerzas hostiles, esto significará que nuestro trabajo de agitación está pobremente organizado, y que hemos merecido esta desgracia. ("Proyecto").
Nuevamente, los Secretarios primeros demostraron una tácita hostilidad. El Pleno del Comité Central de Diciembre de 1936, cuyas sesiones se solaparon con las del Congreso, se reunió el 4 de Diciembre. Pero no hubo ninguna discusión del primer punto en el orden del día, el borrador de la Constitución. El informe de Yezhov, "Sobre las organizaciones antisoviéticas de derecha y troskistas" estaba mucho más cerca de las preocupaciones de los miembros del Comité Central.
El 5 de Diciembre de 1936 el Congreso aprobó el borrador de la nueva Constitución. Pero no existió realmente discusión. Por el contrario, los delegados (líderes del Partido) enfatizaron las amenazas de los enemigos exteriores e interiores. Más que discursos de aprobación de la Constitución, (tema principal sobre el que informó Stalin) los delegados Molótov, Zhdanov, Litvinov y Vyshinski lo ignoraron virtualmente. Se nombró una comisión para el posterior estudio del borrador constitucional, sin decidir nada sobre elecciones abiertas.
La situación era efectivamente muy tensa. La victoria de los fascistas en la Guerra civil española era solo cuestión de tiempo. La Unión Soviética estaba rodeada de potencias hostiles. En la segunda mitad de la década de los años 30 absolutamente todos esos países eran regímenes abiertamente autoritarios, militaristas, anti-comunistas y anti-soviéticos. En Octubre de 1936 Finlandia hizo fuego hacia la frontera soviética. Ese mismo mes se forma el eje Berlin-Roma por Hitler y Mussolini. Un mes más tarde, Japón se une a la Alemania nazi y a la fascista Italia para formar el Pacto Anti-Komitern. Los esfuerzos soviéticos para formar alianzas militares contra la Alemania nazi encontró el rechazo de las capitales occidentales.
Mientras el Congreso trataba la nueva Constitución, la dirección soviética estaba a caballo de los dos principales juicios de Moscú. Zinoviev y Kamenev fueron juzgados junto a otros en agosto de 1936. El segundo juicio, en enero de 1937, afectaba a algunos de los principales seguidores de Trotsky, dirigidos por Yuri Piatakov, que hasta hacía poco fue el Comisario delegado de Industria Pesada.
El Pleno del Comité Central de Febrero-Marzo de 1937 puso de manifiesto las contradicciones dentro de la dirección del Partido: la lucha contra los enemigos internos, y la necesidad de preparar elecciones abiertas y secretas bajo la nueva Constitución para finales de año. El descubrimiento paulatino de más y más grupos conspirando para derrocar el gobierno soviético demandó acciones policiales. Pero la preparación de elecciones auténticamente democráticas, y la mejora en la democracia interior del Partido (tema continuamente apoyado por los más cercanos a Stalin dentro del Politburó) requería precisamente lo contrario: apertura a la crítica y a la autocrítica, elecciones secretas de los líderes del Partido, y poner fin a la "cooptación" por parte de los Secretarios primeros.
Este Pleno, el más largo en la historia de la URSS, se prolongó dos semanas. Pero casi nada se supo de ello hasta 1992, cuando la voluminosa transcripción del Pleno empezó a publicarse en Voprosy Istorii, publicación que le llevó a este periódico cuatro años.
El informe de Yezhov respecto a continuar las investigaciones sobre las conspiraciones en el país fue diluido por Nikolai Bukharin, quien, mediante elocuentes intentos de confesar pasadas fechorías, se distanciaba de sus antiguos asociados, asegurando su actual lealtad, que sólo sirvió para culparse él mismo posteriormente.
Tres días más tarde, Zhadanov habló sobre la necesidad de una mayor democracia tanto en el país como en el Partido, invocando la lucha contra la burocracia y la necesidad de lazos más fuertes con las masas, tanto del Partido como de fuera del Partido.
El nuevo sistema electoral dará un poderoso
impulso hacia la mejora en
el trabajo
de los organismos soviéticos, la
liquidación
de
instituciones burocráticas, la
eliminación de defectos burocráticos
y la deformación
en el trabajo de
las organizaciones
soviéticas. Esos defectos, como usted sabe, son
muy importantes. Los organismos de
nuestro Partido
deben
estar preparados
para la lucha electoral. En las elecciones
tendremos que tratar con la
agitación de los enemigos y con
candidatos enemigos. (Zhukov).
No hay ninguna duda, como portavoz de la dirección estalinista, preveía contiendas electorales con candidatos no pertenecientes al Partido y opuestos a los procesos que se daban en la Unión Soviética. Este hecho por sí mismo es totalmente incompatible con las versiones de la Guerra Fría y con las explicaciones khruschovistas.
Zhdanov también recalcó durante largo tiempo la necesidad de desarrollar normas democráticas dentro del mismo Partido bolchevique.
"Si queremos ganarnos el respeto de los trabajadores soviéticos y del Partido a nuestras leyes, de las masas a la Constitución soviética, debemos garantizar la reestructuración (perestroika) del Partido sobre la base del total establecimiento de las bases de la democracia interna, como se refleja en los reglamentos de nuestro Partido."
Enumeró a continuación las medidas esenciales, ya contenidas en el proyecto de resolución en su informe: la eliminación de la cooptación, la prohibición de las votaciones a mano alzada; garantizar "el derecho ilimitado de los miembros del Partido de apartar a los candidatos elegidos y el derecho ilimitado para criticar a estos candidatos". (Zhukov, Inoy 345)
Pero el informe de Zhdanov se hundió entre las discusiones de otros puntos del orden del día, principalmente discusiones sobre los "enemigos". Cierto número de Primeros secretarios respondieron alarmados que se preparaban o se suponía que se preparaban para las elecciones soviéticas eran contrarios al poder soviético: social-revolucionarios, el sacerdocio, y otros "enemigos".
Molótov replicó con una aportación resaltando, una vez más, "el desarrollo y el reforzamiento de la autocrítica", y se opuso directamente a la "búsqueda de enemigos":
"No tiene sentido buscar culpables, camaradas. Si lo preferimos, todos somos culpables, empezando por los órganos centrales del Partido y acabado con las organizaciones de base".
Pero las intervenciones posteriores ignoraron su informe, y continuaron machacando con la "búsqueda de enemigos", de denunciar a los "saboteadores", y la lucha contra el "sabotaje". Cuando volvió a intervenir, Molótov se asombró de que no se hubiera prestado al fondo de su intervención, que volvió a repetir, tras resumir lo que se estaba haciendo contra los enemigos internos.
El discurso de Stalin del 3 de Marzo estuvo también dividido en dos partes, volviendo hacia el final a la necesidad de mejorar el trabajo del Partido, suprimiendo a los incapaces y reemplazándolos con nuevos camaradas. Como el de Molótov, el discurso de Stalin fue virtualmente ignorado.
Desde el principio de las discusiones los temas de Stalin fueron
comprensibles. Parecía estar rodeado de una
pared sorda de incomprensión, de la falta de
voluntad de los miembros
del Comité Central, que oyeron
en el informe sólo lo que querían oír, y discutir sólo lo que querían discutir. De las 24 personas
que participaron en las
discusiones,15 hablaron principalmente sobre "los enemigos del pueblo", es decir, los troskistas.
Hablaron con convicción, con agresividad, como lo hicieron tras los informes de Zhdavon y
Molótov. Redujeron todos los problemas a uno: la necesaria búsqueda de "enemigos". Y ninguno
recogió el principal punto de Stalin, sobre el mal funcionamiento del trabajo en las organizaciones del Partido y la
preparación para las elecciones del
Soviet supremo.
Stalin. Historia y Crítica de una Leyenda Negra
(16)
Domenico
Losurdo
Guerra
civil y maniobras internacionales
No
sorprende que de la guerra civil latente en la Rusia soviética haya intentado
de vez en cuando obtener beneficios tal o cuál superpotencia. Quien solicita o
quiere provocar la intervención extranjera es en cada ocasión el grupo
derrotado, que considera no tener otra posibilidad de éxito. Tal dialéctica se
desarrolla ya desde los primeros meses de vida de la Rusia soviética. Volvamos
al atentado del 6 de julio de 1918. Este es parte integrante de un proyecto
bastante ambicioso. De un lado, los socialistas revolucionarios de izquierdas
promueven «en bastantes centros sublevaciones contrarrevolucionarias contra el
gobierno soviético» o también «una insurrección en Moscú esperando derrocar al
gobierno comunista»; por otro lado, se proponen también «asesinar a bastantes
representantes alemanes», con el fin de provocar una reacción militar de
Alemania y la consiguiente reanudación de la guerra. Esta habría sido abordada
con una levée en masse del pueblo ruso, que habría infligido una derrota al
mismo tiempo al gobierno de los traidores y al enemigo invasor232.
El protagonista del atentado contra el embajador alemán es un revolucionario
sincero: antes de emprender contactos con los ambientes trotskistas, intenta
emular a los jacobinos, protagonistas de la fase más radical de la Revolución
francesa y de la heroica resistencia de masas contra la invasión de las
potencias contrarrevolucionarias. A ojos de las autoridades soviéticas, sin
embargo, Blumkin no puede ser otra cosa que un provocador: el éxito de su plan
habría tenido como resultado una acometida del ejército de Guillermo II y
quizás el derrumbe del poder nacido de la Revolución de octubre.
En
cada cambio histórico se vuelve a presentar el entrelazamiento entre política
interna y política internacional. La llegada al poder de Hitler, con la
aniquilación o el diezmado de la sección alemana de la Internacional comunista
representa un duro golpe para la Unión Soviética: ¿qué consecuencias tendrá
sobre los equilibrios políticos internos? El 30 de marzo de 1933, Trotsky que
adjudica a la burocracia gobernante en la URSS la responsabilidad de la derrota
de los comunistas en Alemania, escribe que «la liquidación del régimen de
Stalin» es «absolutamente inevitable y [...] no muy lejana»233. En
el verano de aquél mismo año, en Francia el gobierno Daladier otorga el visado
a Trotsky: han transcurrido apenas unos meses desde la oposición de Herriot, y
surgen dudas sobre las razones de tal cambio de parecer. Ruth Fischer considera
que el gobierno francés partía de la presunción de la «debilidad de la posición
de Stalin», de 1a «reagrupación de la oposición contra él» y del próximo
retorno de Trotsky a Moscú con funciones dirigentes de primer nivel.234
Un
nuevo y dramático giro de los acontecimientos se produce con el estallido de la
Segunda guerra mundial. En la primavera de 1940, la Unión Soviética está
todavía fuera del gigantesco choque, es más, continúa vinculada al pacto de no
agresión con Alemania. Es una situación intolerable para los países ya
envueltos en la agresión nazi; tomando como pretexto el conflicto ruso-finés,
meditan sobre el proyecto de bombardeo de los centros petrolíferos de Bakú. No
se trata solamente de golpear la línea de aprovisionamiento energético del
Tercer Reich: «los planes bélicos franco-británicos apuntaban a quebrar la
alianza militar de la Unión Soviética con Alemania a través de ataques contra
las industrias petrolíferas del área del Cáucaso y tener así un eventual
régimen post-estalinista a su lado contra Alemania»235. Volvamos por
un momento al atentado contra el embajador alemán Mirbach. El responsable
intentaba desde luego provocar el ataque de Alemania, pero no porque esperase
su victoria: al contrario, esperaba que el latigazo despertara a Rusia,
llevándola a una respuesta decidida. Más tarde veremos a Blumkin participar en
la conspiración dirigida por Trotsky. Y éste, a su vez, para aclarar su
postura, se compara en 1927 al primer ministro francés Clemenceau, que en el
transcurso de la Primera guerra mundial asume la dirección del país después de
haber denunciado la escasa energía bélica de sus predecesores y por tanto
proponiéndose como el único estadista capaz de llevar a Francia a la victoria
contra Alemania236. De la cantidad de sucesivas interpretaciones y
reinterpretaciones de esta analogía sólo una cosa quedaba clara, ni siquiera la
invasión de la Unión Soviética habría acabado con los intentos de la oposición
de conquistar el poder. Todavía más inquietante es la comparación ya citada de
Stalin con Nicolás II: en el transcurso del Primer conflicto mundial, leído y
denunciado como guerra imperialista, los bolcheviques habían proclamado el lema
del derrotismo revolucionario y habían identificado en la autocracia zarista y
en el enemigo interno al enemigo principal, aquél que en primer lugar había que
combatir y derrotar.
En
los años siguientes Trotsky va bastante más allá de la evocación del espíritu
de Clemenceau: el 22 de abril de 1939 se pronuncia en favor de «la liberación
de la llamada Ucrania Soviética del yugo estalinista»237. Una vez
independiente, esta se habría unificado con la Ucrania occidental, que sería
arrancada a Polonia, y con la Ucrania carpática, anexionada poco antes por
Hungría. Reflexionemos sobre el momento en el que aparece tal posicionamiento:
el Tercer Reich acaba de llevar a cabo el desmembramiento de Checoslovaquia y
se incrementan las voces que indican a la Unión Soviética y en especial Ucrania
como el siguiente objetivo de Alemania. En estas circunstancias, en julio de
1939 incluso Kerensky toma posición contra el sorprendente proyecto de Trotsky
que, según el líder menchevique, sólo favorece los planes de Hitler. «Es la
misma opinión del Kremlin», replica rápidamente un Trotsky que, por otro lado,
ya en el artículo del 22 de abril había escrito que con la independencia de
Ucrania «la claque bonapartista [de Moscú] recogerá lo que ha sembrado»; es
bueno que «la actual casta bonapartista se vea minada, sacudida, destruida y
barrida». Solamente así se allana el camino para una auténtica «defensa de la
República soviética» y de su «futuro socialista»238. Inmediatamente
después de la invasión de Polonia, Trotsky va más allá. Al prever la ruina
final del Tercer Reich, añade: «Y, sin embargo, antes de irse al infierno,
Hitler podría infligir a la Unión Soviética una derrota tal que podría costarle
la cabeza a la oligarquía del Kremlin»239. Esta previsión o
esperanza de una liquidación también física de la «claque» o «casta bonapartista»
por obra de una revolución desde abajo o también de una invasión militar no
puede sino parecer a ojos de Stalin la confirmación de sus sospechas sobre la
convergencia al menos «objetiva» entre dirigencia nazi y oposición trotskista:
ambas tenían interés en provocar en la URSS el derrumbe del frente interno,
aunque la primera viese en este derrumbe el antecedente de la esclavización del
país eslavo y la segunda el desencadenamiento de una nueva revolución.
No
se trataba tampoco de una sospecha especialmente infamante: remitiéndose al
primer Lenin, Trotsky aspiraba a utilizar en su favor la dialéctica que en su
momento había llevado a la derrota del ejército ruso, al derrumbe de la
autocracia zarista y a la victoria de la Revolución de octubre. Una vez más, la
historia previa del bolchevismo se vuelve contra el poder soviético. Kerensky,
que en 1917 había denunciado la traición de los bolcheviques, ahora alerta
acerca de la traición de aquellos que se autodefinen «bolcheviques-leninistas».
Desde el punto de vista de Stalin, se ha producido un cambio radical respecto a
la Primera guerra mundial: ahora se trata de enfrentarse a un partido político
o una fracción que, al menos en lo que respecta a la fase inicial del
conflicto, espera el derrumbe del país y el triunfo militar de una Alemania ya
no desgastada por tres años de guerra, como era el caso de Guillermo II, sino
más bien en la plenitud de su potencia bélica y explícitamente dedicada a construir
su imperio colonial en el este. Dados estos antecedentes, desde luego no
sorprende el surgimiento de una acusación de traición. Volvamos al artículo de
Trotsky del 22 abril de 1939. En éste hay una sola afirmación que puede haber
sacudido el consenso a favor de Stalin: «La guerra que se aproxima suscitará un
clima favorable para todos los posibles aventureros, profetas y buscadores del
vellocino de oro»240.
Mientras
las llamas de la Segunda guerra mundial arden cada vez más alto, destinadas a
extenderse también hacia la Unión Soviética según la misma previsión de
Trotsky, éste continúa haciendo declaraciones y afirmaciones que son todo menos
tranquilizadoras. Veamos algunas: «el patriotismo soviético no puede separarse
de la lucha irreconciliable contra la claque estaliniana» (18 de junio de 1940;
«la Cuarta Internacional ha reconocido desde hace tiempo la necesidad de
derrocar a la burocracia [en el poder en Rusia] mediante una sublevación
revolucionaria de los trabajadores» 25 de septiembre de 1939. «Stalin y la
oligarquía guiada por él representan el peligro principal para la Unión
Soviética» 13 de abril de 1940241. Es bastante comprensible que,
etiquetada como «enemigo principal», la «burocracia» o la «oligarquía» albergue
el convencimiento de que la oposición, si no al servicio directo del enemigo,
en todo caso está lista en un principio para acompañarla en sus acciones.
Cualquier
gobierno habría encontrado en organizaciones de esta orientación una amenaza
para la seguridad nacional. Las preocupaciones y sospechas de Stalin se ven
aumentadas por la visión a la que se abandona Trotsky 25 de septiembre de 1939;
la de una «inminente revolución en la Unión Soviética»: faltarían «pocos años o
quizás meses para el poco glorioso derrumbe» de la burocracia estaliniana242.
¿De dónde proviene esta seguridad? ¿Es una previsión formulada en base
solamente a los acontecimientos ocurridos dentro del país?
Mucho
más difícil se muestra el análisis del entrelazamiento entre los conflictos
políticos de la Rusia soviética y las tensiones internacionales, por el hecho
de que las sospechas y las acusaciones son alimentadas por la patente realidad
de la quinta columna y las operaciones de desinformación, puestas en marcha por
los servicios secretos de la Alemania nazi. En abril de 1938 Goebbels anota en
su diario: «Nuestra estación de radio clandestina que emite desde Prusia
oriental hacia Rusia despierta un enorme alboroto. Opera en nombre de Trotsky,
y pone en apuros a Stalin»243. Inmediatamente después del comienzo
de la Operación Barbarroja, el jefe de los servicios de propaganda del Tercer
Reich se encuentra todavía más satisfecho:
«Ahora
trabajamos con tres radios clandestinas en Rusia: la primera es trotskista, la
segunda separatista, la tercera nacionalista-rusa, todas críticas con el
régimen estaliniano». Es un instrumento al que los agresores atribuyen gran
importancia: «Trabajamos con todos los medios, sobre todo con las tres radios
clandestinas en Rusia»; éstas «son un ejemplo de astucia y sutileza»244.
Respecto al papel de la propaganda «trotskista» es especialmente significativa
una entrada del diario del 14 de julio, que después de haberse referido al tratado
estipulado entre la Unión Soviética y Gran Bretaña y del comunicado conjunto de
los dos países prosigue así: «Esta es para nosotros una buena ocasión para
demostrar el hermanamiento entre capitalismo y bolchevismo [en este caso
sinónimo del poder soviético oficial]. La declaración encontrará escasa
aceptación entre los círculos leninistas en Rusia» téngase en cuenta que a los
trotskistas les gustaba definirse como «bolcheviques-leninistas», en contraposición
a los «estalinistas», considerados traidores al leninismo245.
Naturalmente, hoy parece grotesca la pretensión de Stalin y sus colaboradores
de condenar en bloque a la oposición como un nido de agentes enemigos, pero es
necesario no perder de vista el marco histórico aquí presentado a grandes
rasgos. Sobre todo es necesario tener en cuenta que sospechas y acusaciones
similares y de signo contrapuesto eran formuladas contra la dirigencia
estaliniana. Tras haber descrito a Stalin como un «dictador fascista», las
octavillas que la red trotskista hacía circular en la Unión Soviética añadían:
«Los dirigentes del Buró político son o enfermos mentales o mercenarios del
fascismo». También en documentos oficiales de la oposición se insinuaba que
Stalin podría ser el protagonista de una «gigantesca provocación consciente»246.
De un lado y de otro, más que dedicarse a un arduo análisis de las
contradicciones objetivas y de las opciones contrapuestas, así como de los
conflictos políticos que sobre ellas se desarrollan, se prefiere recurrir
apresuradamente a la categoría de traición y, en su forma extrema, el traidor
se convierte en agente consciente y valioso para el enemigo. Trotsky no se
cansa de denunciar «el complot de la burocracia estaliniana contra la clase
obrera», y el complot es aún más despreciable por cuanto que «la burocracia
estaliniana» no es sino «un aparato de transmisión del imperialismo». No es
necesario decir que a Trotsky se le paga con la misma moneda: él mismo se
lamenta al verse descrito como «agente de una potencia extranjera», pero
etiqueta a su vez a Stalin de «agente provocador al servicio de Hitler».
De
un lado y del otro se intercambian las acusaciones más insidiosas; bien visto
las más fantasiosas son las provenientes de la oposición. El estado de ánimo
contradictorio y atormentado de su líder ha sido analizado con sutileza por un
historiador raso poco sospechoso de simpatías estalinistas:
Trotsky no quería la derrota de la
Unión Soviética, sino el derrocamiento de Stalin. En sus profecías sobre la
inminente guerra se advierte la inseguridad: el exiliado sabía que sólo una
derrota de su patria podía acabar con el poder de Stalin [...]. Deseaba la
guerra, porque en esta guerra él veía la única posibilidad de derrocar a
Stalin. Pero esto Trotsky no quiso admitirlo ni siquiera ante sí mismo.247
__________
(232)
Carr 1964), p. 876; de «insurrección» habla Daniels 1970), p. 145; cfr.
tam-bién Mayer 2000), p. 271.
(233)
Broué 1991), p. 707.
(234)
Ibid, pp. 715-6.
(235)
Hillgruber 1991), p. 191.
(236)
Trotsky 1988), p. 117 y nota 85 del editor. 237 Ibid, p. 1179.
(237)
Ibid, pp. 1253-4 y 1179.
(238)
Ibid, pp. 1253-4 y 1179.
(239)
Ibid, pp. 1258-9.
(240)
Ibid, p. 1183.
(241)
Ibid, pp. 1341, 1273 y 1328
(242)
Ibid, pp. 1273 y 1286.
(243)
Goebbels 1996), p. 123.
(244)
Goebbels 1992), pp. 1614 y 1619-20.
(245)
Ibid, p. 1635.
(246)
Broué 1991), p. 683.
(247)
Wolkogonow 1989), pp. 514-5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.