¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda Tergiversación y Desarrollarlo en Función de la Realidad Actual!
Fetichismo
de la Mercancía y la Guerra Comercial
Marcelo Ñaupari
EN
LA ÚLTIMA ARREMETIDA arancelaria de Estados Unidos contra el resto del mundo,
se abrió un frente de disputa propagandística en el que algunos productores
chinos mostraban los precios reales de sus productos. Muchos de los cuales
aumentaban en más del 1000 % al llegar a Estados Unidos y ser comercializados
bajo una marca local.
Se reaviva así el debate sobre el “fetichismo
de la mercancía”, postulado con el que Marx explica cómo, en el capitalismo, se
ocultan las verdaderas condiciones de explotación (las relaciones de
producción), y parece que cada mercancía adquiere un valor mágico en sí misma,
como si cobrara vida. En palabras de Marx:
“Por eso, si queremos encontrar una
analogía a este fenómeno, no tenemos más remedio que remontarnos a las regiones
nebulosas del mundo de la religión, donde los productos de la mente humana
semejan seres dotados de vida propia, de existencia independiente, y
relacionados entre sí y con los hombres. Así acontece en el mundo de las
mercancías con los productos de la mano del hombre. Y a esto es a lo que yo
llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo tan pronto como
se crean en forma de mercancías y que es inseparable, por consiguiente, de este
sistema de producción” (El capital, Libro I, Tomo I).
Pareciera
que nos relacionamos con las mercancías y, por ende, con el vendedor en un
intercambio acordado y “equitativo”, olvidando las condiciones de las personas
que trabajaron para producirlas. Pensamos que el valor del producto está en el
producto mismo y no en el trabajo invertido en éste.
Volviendo al ejemplo de la mercadería
china, una vendedora (@lunasourcingchina) mencionaba en TikTok a un producto de
la marca Lululemon que cuesta en Estados Unidos aproximadamente 98 dólares:
“Supongo que la mayoría de ustedes
conoce el precio de Lululemon u otras grandes marcas… y adivinen qué, aquí en
estas dos fábricas pueden conseguirlas por alrededor de 5 o 6 dólares…”
¿Qué
es lo que compramos cuando compramos? En parte, esta pregunta ha sido
desarrollada por los publicistas, quienes afirman que no compras una
motocicleta, sino libertad; no compras un reloj, sino estatus…
Vivimos en un mundo en el que incluso
la salud, el ecologismo y el supuesto comercio justo forman parte del
fetichismo de la mercancía y al comprarlos disminuyen nuestra culpa de
enriquecer a los mismos de siempre.
Este fenómeno explica por qué el valor
de uso y el valor de cambio (precio) pueden ser tan distintos. Hemos creado un
mundo que prioriza a las mercancías por sobre el ser humano, lo que ha elevado
el dinero a un estatus todopoderoso y casi divino, ejemplificando esta tesis,
ya que el dinero es la mercancía por excelencia.
No se trata de afirmar que existen
relaciones justas de producción en China, todo lo contrario: se ocultan las
verdaderas condiciones de los trabajadores en China, y el mundo, para poder
vender productos baratos. En nuestro ejemplo se muestra la verdadera relación
de producción entre los trabajadores y los grandes capitalistas chinos y
estadounidenses que generan plusvalías exorbitantes.
Gastar más en un producto de lujo no
significa ayudar a los trabajadores, solo enriquece aún más a los ricos.
Además, el fetichismo no se limita a los artículos de lujo, sino a cada
producto que adquirimos; compramos vegetales por la promesa de salud y la
ilusión de apoyar a los productores, cuando ellos son los menos favorecidos en
la cadena de valor. Esa es una de las más fuertes razones en las que se
sostiene el capitalismo: el valor que asignamos a la mercancía justificando, o
no queriendo ver, la explotación.
Como se ha visto, este es un fenómeno
complejo que no puede simplificarse solo a los ejemplos aquí mencionados. Sin
embargo, nos permite seguir debatiendo los fundamentos del sistema y, sobre
todo, las respuestas que debemos plantearnos.
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