jueves, 1 de mayo de 2025

Economía

¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda Tergiversación y Desarrollarlo en Función de la Realidad Actual!


Fetichismo de la Mercancía y la Guerra Comercial

Marcelo Ñaupari

EN LA ÚLTIMA ARREMETIDA arancelaria de Estados Unidos contra el resto del mundo, se abrió un frente de disputa propagandística en el que algunos productores chinos mostraban los precios reales de sus productos. Muchos de los cuales aumentaban en más del 1000 % al llegar a Estados Unidos y ser comercializados bajo una marca local.

Se reaviva así el debate sobre el “fetichismo de la mercancía”, postulado con el que Marx explica cómo, en el capitalismo, se ocultan las verdaderas condiciones de explotación (las relaciones de producción), y parece que cada mercancía adquiere un valor mágico en sí misma, como si cobrara vida. En palabras de Marx:

“Por eso, si queremos encontrar una analogía a este fenómeno, no tenemos más remedio que remontarnos a las regiones nebulosas del mundo de la religión, donde los productos de la mente humana semejan seres dotados de vida propia, de existencia independiente, y relacionados entre sí y con los hombres. Así acontece en el mundo de las mercancías con los productos de la mano del hombre. Y a esto es a lo que yo llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo tan pronto como se crean en forma de mercancías y que es inseparable, por consiguiente, de este sistema de producción” (El capital, Libro I, Tomo I).

Pareciera que nos relacionamos con las mercancías y, por ende, con el vendedor en un intercambio acordado y “equitativo”, olvidando las condiciones de las personas que trabajaron para producirlas. Pensamos que el valor del producto está en el producto mismo y no en el trabajo invertido en éste.

Volviendo al ejemplo de la mercadería china, una vendedora (@lunasourcingchina) mencionaba en TikTok a un producto de la marca Lululemon que cuesta en Estados Unidos aproximadamente 98 dólares:

“Supongo que la mayoría de ustedes conoce el precio de Lululemon u otras grandes marcas… y adivinen qué, aquí en estas dos fábricas pueden conseguirlas por alrededor de 5 o 6 dólares…”

¿Qué es lo que compramos cuando compramos? En parte, esta pregunta ha sido desarrollada por los publicistas, quienes afirman que no compras una motocicleta, sino libertad; no compras un reloj, sino estatus…

Vivimos en un mundo en el que incluso la salud, el ecologismo y el supuesto comercio justo forman parte del fetichismo de la mercancía y al comprarlos disminuyen nuestra culpa de enriquecer a los mismos de siempre.

Este fenómeno explica por qué el valor de uso y el valor de cambio (precio) pueden ser tan distintos. Hemos creado un mundo que prioriza a las mercancías por sobre el ser humano, lo que ha elevado el dinero a un estatus todopoderoso y casi divino, ejemplificando esta tesis, ya que el dinero es la mercancía por excelencia.

No se trata de afirmar que existen relaciones justas de producción en China, todo lo contrario: se ocultan las verdaderas condiciones de los trabajadores en China, y el mundo, para poder vender productos baratos. En nuestro ejemplo se muestra la verdadera relación de producción entre los trabajadores y los grandes capitalistas chinos y estadounidenses que generan plusvalías exorbitantes.

Gastar más en un producto de lujo no significa ayudar a los trabajadores, solo enriquece aún más a los ricos. Además, el fetichismo no se limita a los artículos de lujo, sino a cada producto que adquirimos; compramos vegetales por la promesa de salud y la ilusión de apoyar a los productores, cuando ellos son los menos favorecidos en la cadena de valor. Esa es una de las más fuertes razones en las que se sostiene el capitalismo: el valor que asignamos a la mercancía justificando, o no queriendo ver, la explotación.

Como se ha visto, este es un fenómeno complejo que no puede simplificarse solo a los ejemplos aquí mencionados. Sin embargo, nos permite seguir debatiendo los fundamentos del sistema y, sobre todo, las respuestas que debemos plantearnos.

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