Creación e Imaginación*
L. S. Vigotsky
LLAMAMOS
ACTIVIDAD creadora cualquier tipo de actividad del hombre que cree algo nuevo,
ya sea cualquier cosa del mundo exterior producto de la actividad o cierta
organización del pensamiento o de los sentimientos que actúe y esté presente
solo en el propio hombre. Si observamos la conducta del hombre, toda su
actividad, veremos con facilidad que en ella pueden distinguirse dos tipos
fundamentales de proceder: a un tipo de actividad puede llamársele reproductora
y guarda estrecha relación con la memoria, su esencia consiste en que el hombre
reproduce o repite normas de conducta ya formadas y creadas con anterioridad o
revive las huellas de impresiones anteriores. Cuando recuerdo la casa en la que
pasé me infancia o remotos países que visité hace tiempo, revivo las huellas de
las impresiones experimentadas en mi infancia temprana o durante estos viajes.
Sucede lo mismo cuando copiamos del natural, escribimos o hacemos algo
siguiendo un modelo dado, en todos estos casos reproducimos solo lo que existe
ante nosotros o lo que ha sido asimilado o creado con anterioridad, nuestra
actividad no ha creado nada nuevo, lo principal, su base, es la repetición con
mayor o menor exactitud de algo pasado.
Es fácil comprender la enorme
importancia que tiene para toda la vida del hombre la conservación de su
experiencia anterior, hasta qué punto facilita su adaptación al mundo
circundante creando y formando hábitos y costumbres que se repiten en
circunstancias similares.
La base orgánica de esta actividad
reproductora o de la memoria es la plasticidad de nuestra sustancia nerviosa,
entendemos por plasticidad la propiedad que tiene cualquier sustancia de
transformarse y conservar las huellas de esta transformación, de esta manera,
la cera, digamos, es más plástica que el agua o el hierro, porque permite ser
transformada con mayor facilidad y conserva mejor la huella de su
transformación que el agua. Solo ambas cualidades, en su conjunto, forman la
plasticidad de nuestra sustancia nerviosa. Nuestro cerebro y nuestros nervios,
que poseen una enorme plasticidad, transforman con facilidad su finísima
estructura bajo la influencia de diversas excitaciones y conservan la huella de
esas transformaciones si estas excitaciones son lo suficientemente fuertes o si
se han repetido con la frecuencia necesaria. En el cerebro sucede algo
semejante a lo que ocurre con una hoja de papel cuando se dobla por la mitad,
en el lugar del doblez queda una marca como resultado de la transformación realizada
y la propensión a la repetición de esta transformación en el futuro. Basta solo
con soplar este papel para que se doble por el mismo lugar en que quedó la
huella.
Lo mismo sucede con la huella dejada
por una rueda sobre la tierra blanda; se forma una vía que fija las
transformaciones hechas por la rueda y facilita su movimiento en el futuro. En
nuestro cerebro las excitaciones fuertes o que se repiten con frecuencia
producen “el trillado semejante de nuevas vías”.
Nuestro cerebro resulta ser un órgano
que conserva la experiencia pasada y facilita su reproducción; sin embargo, si
la actividad del cerebro se limitara solo a la conservación de la experiencia
anterior, el hombre sería un ser que podría adaptarse principalmente a las
condiciones estables acostumbradas del medio. Todas las transformaciones nuevas
e inesperadas en el medio, que no habían sido conocidas en la experiencia
anterior del hombre, no podrían provocarle la reacción de adaptación necesaria.
Además de conservar la experiencia anterior, el cerebro realiza también otras
funciones no menos importantes.
Además de la actividad reproductora,
es fácil observar en la conducta del hombre otro tipo de actividad, denominada
combinadora o creadora. Cuando en mi imaginación trazo un cuadro del futuro o
del pasado (digamos la vida del hombre en la sociedad socialista o la vida en
tiempos remotos y la lucha del hombre prehistórico) en ambos casos, no
reproduzco las mismas impresiones que una vez experimenté, no solo restauro las
huellas de excitaciones anteriores llegadas a mi cerebro, en realidad nunca he
visto el pasado ni el futuro, sin embargo, puede tener de ellos mi
representación, mi imagen, mi cuadro.
Toda esta actividad del hombre cuyo
resultado no es la reproducción de impresiones o acciones que formaron parte de
su experiencia, sino la creación de nuevas imágenes o acciones, pertenece
también a esta segunda función creadora o combinadora. El cerebro no solo es el
órgano que conserva y reproduce muestra experiencia anterior, sino que también
es el órgano que combina, transforma y crea a partir de los elementos de esa
experiencia anterior las nuevas ideas y la nueva conducta. Si la actividad del
hombre se limitara a la reproducción de lo viejo, sería un ser volcado solo al
pasado y sabría adaptarse al futuro únicamente en la medida en que reprodujera
ese pasado. Es precisamente la actividad creadora del hombre la que hace de él
un ser proyectado hacia el futuro, un ser que crea y transforma su presente.
Esta actividad creadora fundamentada
en la capacidad combinadora de nuestro cerebro, es llamada por la Psicología
imaginación o fantasía. A veces por imaginación o fantasía no se tiene en
cuenta todo lo que se sobreentiende por esas palabras en la ciencia. En la vida
cotidiana se llama imaginación o fantasía a todo lo que no es real, a lo que no
concuerda con la realidad y lo que, de esta forma, no puede tener ningún
significado práctico serio. En efecto, la imaginación como fundamento de toda
actividad creadora se manifiesta decididamente en todos los aspectos de la vida
cultural haciendo posible la creación artística, científica y técnica. En este
sentido, absolutamente todo lo que nos rodea y ha sido hecho por la mano del
hombre, todo el mundo de la cultura a diferencia del mundo de la naturaleza, es
producto de la imaginación y la creación humana basada en esa imaginación.
“Toda invención – según Ribot – grande
o pequeña, antes de cobrar forma ha sido producto de la imaginación, una idea
formada y trazada en la mente mediante nuevas combinaciones y correlaciones.
... La gran mayoría de las invenciones
ha sido creada por personas desconocidas; solamente se conocen algunos nombres
de grandes inventores. La imaginación sigue siendo la misma, independientemente
de la forma en que se manifieste: en una personalidad o en un colectivo. Para
que el arado, que era primeramente un simple trozo de madera, se transformara
de instrumento manual sencillo en el instrumento actual hubo de mediar una
larga serie de transformaciones descritas en obras especializadas, ¿quién pudiera
decir cuánta imaginación, hubo que tener para lograrlo? De igual forma, la
opaca llama del alquitrán, que fue la primitiva antorcha rudimentaria, nos
conduce a través de una larga serie de invenciones hasta la iluminación
mediante gas y electricidad. Todos los objetos de la vida cotidiana, sin
excluir los más simples y ordinarios son, por así decirlo, la imaginación
cristalizada”.
Aquí
podemos ver fácilmente que nuestra representación habitual sobre la creación
tampoco corresponde por completo con la concepción científica de esta palabra;
con frecuencia nos representamos la creación como un patrimonio de unos pocos
elegidos, de los genios y los talentosos que crearon grandes obras de arte,
hicieron grandes descubrimientos o realizaron invenciones en la esfera de la
técnica.
Reconocemos gustosamente y podemos
distinguir con facilidad la creación en la actividad de Tolstoi, Edison y
Darwin, sin embargo, con frecuencia nos imaginamos que en la vida de cualquier
persona no se pone de manifiesto la creación.
No obstante, como ya hemos dicho, este
punto de vista es incorrecto. Según la comparación hecha por un científico
ruso, al igual que la electricidad actúa y se manifiesta no solo allí donde
reina la tempestad cuajada de relámpagos cegadores, sino también en la bombilla
de una linterna de bolsillo; de igual forma, la creación no existe únicamente
donde se crean grandes obras históricas, sino también dondequiera que el hombre
imagine, combine, transforme y cree algo nuevo, por pequeño que sea en
comparación con la obra de los genios. Si se tiene en cuenta la existencia de
una creación colectiva que une todos estos pequeños elementos de la creación
individual con frecuencia insignificantes por sí mismos, se verá con claridad
la enorme parte de todo lo creado por la humanidad que pertenece precisamente
al trabajo de creación colectiva anónima de los inventores.
Como bien dice Ribot la gran mayoría
de las investigaciones pertenece a autores desconocidos. La comprensión
científica de esta cuestión nos obliga a ver la creación más bien como una
regla, que como una excepción. Naturalmente, las expresiones superiores de la
creación hasta el momento son accesibles solo a algunos pocos genios elegidos
de la humanidad, pero en la vida cotidiana, la creación es la condición
indispensable para la existencia y todo lo que exceda el marco de la rutina y
encierre aunque sea una pizca de lo nuevo, guarda relación, por su origen, con
el proceso de creación del hombre.
Si entendemos así la creación, es
fácil observar que los procesos de creación se aprecian en toda su intensidad
desde la más temprana infancia.
Una de las cuestiones más importantes
de la psicología y la pedagogía infantil es la referente a la creación en los
niños; su desarrollo y la importancia del trabajo creador para la evolución
general y la maduración del niño. Desde la más temprana infancia observamos
procesos de creación que se aprecian mejor en los juegos: el niño que se
imagina que va a caballo cuando monta sobre un palo; la niña que se imagina
madre al jugar con sus muñecas; otro que en el juego se transforma en un
bandido, un soldado o un marinero. Todos estos niños muestran ejemplos de la
más auténtica y verdadera creación. Naturalmente en sus juegos ellos reproducen
mucho de lo que han visto; todos conocemos el gran papel que en los juegos de
los niños desempeña la imitación, con mucha frecuencia estos juegos son solo un
eco de lo que los niños vieron y escucharon de los adultos, no obstante estos
elementos de su experiencia anterior nunca se reproducen en el juego
absolutamente igual a como se presentaron en la realidad. El juego del niño no
es el recuerdo simple de lo vivido, sino la transformación creadora de las
impresiones vividas, la combinación y organización de estas impresiones para la
formación de una nueva realidad que responda a las exigencias e inclinaciones
del propio niño. De igual forma, el deseo de los niños de crear es tan
actividad de imaginación como el juego.
“Un niño de tres años y medio – relata
Ribot – al ver a una persona que marchaba cojeando por un camino, gritó:
- Mamá, ¡mira qué pierna tiene ese
pobre hombre!
Después comenzó a pensar: iba sobre un
caballo muy grande y cayó sobre una roca y se hizo una contusión muy dolorosa
en la pierna. Hay que buscar algún polvo mágico que lo ayude a curar.”
En
este caso la actividad combinadora de la imaginación actúa de manera
extraordinariamente objetiva. Tenemos frente a nosotros una situación creada
por el niño, todos los elementos de esta situación, naturalmente son conocidos
por los niños de la experiencia anterior, de lo contrario no podría crearla,
sin embargo, la combinación de estos elementos presenta algo nuevo, creador,
que pertenece al propio niño y no es simplemente la reproducción de lo que el
niño tuvo oportunidad de observar o ver. Esta habilidad para organizar los
elementos, combinar lo viejo con lo nuevo constituye la base de la creación.
Con toda justeza muchos autores
señalan que las raíces de esta combinación creadora pueden verse hasta en los
juegos de los animales. El juego de un animal con mucha frecuencia resulta un
producto de la imaginación motora. Sin embargo, los rudimentos de la
imaginación creadora en los animales no han podido recibir en las condiciones
de su vida ningún desarrollo sólido, solo el hombre ha desarrollado esta forma
de actividad hasta su verdadera dimensión.
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(*)
L. S. Vigotsky, Imaginación y creación en la edad infantil. Capítulo
uno: Creación e imaginación. Titulo original de la obra: Voobrazhenie i
tvorchestvo v detskom vozraste. Traducción: Francisco Martínez. Revisión
técnica: Dr. Ramón Cabrera Salort. Edición: Lic. Alejandro Fernández Mier.
Diseño: Justina Gómez Herrera. Ilustración de cubierta: Blanca Nieves y el
Príncipe, Yamila Rivero, 9 años, 1975, Archivo del grupo Expresión Creadora
(Plástica infantil). Segunda edición, 1999.
©Ministerio
de Educación, 1987
©Editorial
Pueblo y Educación, 1987
ISBN
959–13–0710-1
EDITORIAL
PUEBLO
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