INTERPRETACIÓN del Poema Existe un mutilado…
Julio Carmona
Ya, en número anterior de CREACIÓN
HEROICA, se publicó otro comentario mío sobre el primer poema del libro de
César Vallejo Poemas en prosa. Aquí
ya puedo decir, con satisfacción y orgullo, que he terminado mi lectura de este
libro. Y hago otro adelanto de la misma ofreciendo a los seguidores de CH, del
poema 11 (once) del mismo libro. Primero, transcribo el poema (tal como figura
en la edición de Mosca Azul, autorizada por Georgette), para pasar, enseguida,
a hacer su interpretación. Nota bene: Quiero que este artículo sirva también
para hacer el sempiterno homenaje a nuestro Amauta César Vallejo que en este
año cumple 133 de inmortal.
Existe un mutilado…
Existe un mutilado, no de un combate sino de un
abrazo, no de la guerra sino de la paz. Perdió el rostro en el amor y no en el
odio. Lo perdió en el curso normal de la vida y no en un accidente. Lo perdió
en el orden de la naturaleza y no en el desorden de los hombres. El coronel
Piccot, Presidente de «Les Gueules Cassées», lleva la boca comida por la
pólvora de 1914. Este mutilado que conozco, lleva el rostro comido por el aire
inmortal e inmemorial.
Rostro
muerto sobre el tronco vivo. Rostro yerto y pegado con clavos a la cabeza viva.
Este rostro resulta ser el dorso del cráneo, el cráneo del cráneo. Vi una vez
un árbol darme la espalda y vi otra vez un camino que me daba la espalda. Un
árbol de espaldas solo crece en los lugares donde nunca nació ni murió nadie.
Un camino de espaldas solo avanza por los lugares donde ha habido todas las
muertes y ningún nacimiento. El mutilado de la paz y del amor, del abrazo y del
orden y que lleva el rostro muerto sobre el tronco vivo, nació a la sombra de
un árbol de espaldas y su existencia transcurre a lo largo de un camino de
espaldas.
Como el
rostro está yerto y difunto, toda la vida psíquica, toda la expresión animal de
este hombre, se refugia, para traducirse al exterior, en el peludo cráneo, en
el tórax y en las extremidades. Los impulsos de su ser profundo, al salir,
retroceden del rostro y la respiración, el olfato, la vista, el oído, la
palabra, el resplandor humano de su ser, funcionan y se expresan por el pecho,
por los hombros, por el cabello, por las costillas, por los brazos y las
piernas y los pies.
Mutilado
del rostro, tapado del rostro, cerrado del rostro, este hombre, no obstante,
está entero y nada le hace falta. No tiene ojos y ve y llora. No tiene narices
y huele y respira. No tiene oídos y escucha. No tiene boca y habla y sonríe. No
tiene frente y piensa y se sume en sí mismo. No tiene mentón y quiere y
subsiste. Jesús conocía al mutilado de la función, que tenía ojos y no veía y
tenía orejas y no oía. Yo conozco al mutilado del órgano, que ve sin ojos y oye
sin orejas.
INTERPRETACIÓN
del poema Existe un mutilado…
Existe un mutilado, no de un combate sino de un
abrazo, no de la guerra sino de la paz. Perdió el rostro en el amor y no en el
odio. (1) Lo perdió en el curso normal de la vida y no en un accidente. Lo
perdió en el orden de la naturaleza y no en el desorden de los hombres. (2) El
coronel Piccot, Presidente de «Les Gueules Cassées», lleva la boca comida por
la pólvora de 1914. Este mutilado que conozco, lleva el rostro comido por el
aire inmortal e inmemorial. (3)
(1)
La palabra «mutilado» se está usando en este caso como sustantivo, y
deriva del verbo mutilar que significa cortar o cercenar una parte del cuerpo;
pero en este caso, el mutilado de
este poema, lo es del rostro, como si se le hubiera borrado el rostro, y esta
mutilación no es «de un combate sino de un abrazo», se dice que no ha sido en
un estado de guerra, sino de paz. «Perdió el rostro en el amor y no
en el odio»: ha sido en un abrazo amoroso, pudiendo tratarse de una despedida,
de una separación obligada.
(2) Si el rostro lo ha perdido «en
el curso normal de la vida y no en un accidente», ese mutilado sufre de
anonimia (no hay fotografía que lo pueda identificar), es peor que haber
perdido las huellas dactilares; porque estas pueden seguir siendo útiles para
actuar «en el desorden de los hombres»; pero no «en el orden de la naturaleza».
(3) Por ejemplo: ‘el coronel Piccot,
lleva la boca comida por la pólvora de la guerra’ (de 1914), pero el mutilado,
que el locutor poético afirma conocer, «lleva el rostro comido por el aire
inmortal e inmemorial», es decir, el aire
de la eternidad.
Rostro muerto sobre el tronco vivo. Rostro yerto y
pegado con clavos a la cabeza viva. Este rostro resulta ser el dorso del
cráneo, el cráneo del cráneo. (4) Vi una vez un árbol darme la espalda y vi
otra vez un camino que me daba la espalda. Un árbol de espaldas solo crece en
los lugares donde nunca nació ni murió nadie. Un camino de espaldas solo avanza
por los lugares donde ha habido todas las muertes y ningún nacimiento. (5) El
mutilado de la paz y del amor, del abrazo y del orden y que lleva el rostro muerto
sobre el tronco vivo, nació a la sombra de un árbol de espaldas y su existencia
transcurre a lo largo de un camino de espaldas. (6)
(4)
Es, prácticamente, el rostro de una cosa, el rostro de un hombre cosificado, y como no se puede decir de las cosas que estén
vivas, de este hombre también se considera que, por lo menos, su rostro es el
que «está muerto sobre el tronco vivo», como si fuera un rostro de madera «yerto y
pegado con clavos a la cabeza viva»,
es un rostro que se ha convertido en la parte trasera de la cabeza, dice el
locutor poético: «Este rostro resulta ser el dorso del cráneo, el cráneo
del cráneo.»
(5)
El locutor poético dice haber visto cierta vez a un árbol darle la espalda, lo
cual contradice a la lógica más ortodoxa, porque por donde se le mire no se
sabrá nunca cual es la espalda de un árbol, pero la lógica poética exige a su
lector admitir lo dicho por más descabellado que sea, y, apoyado en esa suerte
de conjuro apodíctico, el locutor poético atribuye lo dicho a un camino, que
también le daba la espalda. Y agrega una explicación, igualmente taxativa, para
confirmar lo dicho, y dice que «Un árbol de espaldas solo crece en los lugares donde
nunca nació ni murió nadie»,
y algo parecido refiere acerca del camino de espaldas, dice: «Un camino
de espaldas solo avanza por los lugares donde ha habido todas las muertes y
ningún nacimiento». Y
leyendo estas lucubraciones me digo: ¿no es que CV se adelantó a las desmesuras
del realismo mágico (de García Márquez)? Pruebas al canto: En el primer
capítulo de Cien años de soledad, se
lee el siguiente diálogo entre Úrsula Iguarán y su marido José Arcadio Buendía:
—No nos iremos —dijo [Úrsula]—. Aquí nos quedamos,
porque aquí hemos tenido un hijo.
—Todavía no tenemos un muerto —dijo él—. Uno no es
de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra.
Úrsula replicó con una suave firmeza:
—Si es necesario que yo me muera para que se queden
aquí, me muero.
(6)
Si se sigue la progresión de lo planteado en los poemas previos a este,
especialmente el titulado «Hallazgo de la vida», este mutilado «de la paz
y del amor, del abrazo y del orden»,
es decir, es el desahuciado, el incurable de la falsa vida (esta que está con
su falsa paz y falsos: amor, abrazo y orden), o sea que es el hombre que está
bajo los zapatos de los Señores (con mayúscula). Y, por eso, se dice de él que
«nació a la sombra de un árbol de espaldas y su existencia transcurre a lo
largo de un camino de espaldas»,
comprendiendo a ese árbol de espaldas
como la imagen de la naturaleza, y al camino
de espaldas como la representación de la sociedad, es decir que la vida
toda lo ignora.
Como el rostro está yerto y difunto, toda la vida
psíquica, toda la expresión animal de este hombre, se refugia, para traducirse
al exterior, en el peludo cráneo, en el tórax y en las extremidades. (7) Los
impulsos de su ser profundo, al salir, retroceden del rostro y la respiración,
el olfato, la vista, el oído, la palabra, el resplandor humano de su ser,
funcionan y se expresan por el pecho, por los hombros, por el cabello, por las
costillas, por los brazos y las piernas y los pies. (8)
(7)
El mutilado, dice el locutor poético, tiene muerto el rostro, y, por tanto, su
vida corporal y psíquica (sus actos de animal) tienen refugio para expresarse
en su «peludo cráneo» y en las otras partes de su cuerpo (‘el tórax y las
extremidades’).
(8)
En lo que sigue hay una aparente contradicción porque aquí se dice que todos
«los impulsos» que salen de «su ser profundo»
(…) «retroceden del
rostro, y la respiración, el olfato, la vista, el oído, la palabra, el
resplandor humano de su ser» solo se manifiestan: «funcionan y se expresan por
el pecho, por los hombros, por el cabello, por las costillas, por los brazos y
las piernas y los pies», repito: mientras dice esto en este párrafo, en el
siguiente dice:
Mutilado del rostro, tapado del rostro, cerrado del
rostro, este hombre, no obstante, está entero y nada le hace falta. No tiene
ojos y ve y llora. No tiene narices y huele y respira. No tiene oídos y
escucha. No tiene boca y habla y sonríe. No tiene frente y piensa y se sume en
sí mismo. No tiene mentón y quiere y subsiste. (9) Jesús conocía al mutilado de
la función, que tenía ojos y no veía y tenía orejas y no oía. Yo conozco al
mutilado del órgano, que ve sin ojos y oye sin orejas. (10)
(9)
y la contradicción en esta parte podría establecerse, porque el locutor poético
dice que: «Mutilado del rostro, tapado del rostro, cerrado del
rostro, este hombre, no obstante, está entero y nada le hace falta», lo cual
quiere decir que sin los órganos correspondientes (ojos, narices y boca) puede
realizar sus acciones: ver y llorar, oler
y respirar, hablar y sonreír, como dice en el párrafo anterior: «por el
pecho, por los hombros, por el cabello, por las costillas, por los brazos y las
piernas y los pies»; y, entonces, no hay contradicción, porque, orgánicamente,
bien se sabe que cuando un órgano corporal se atrofia otro u otros lo
reemplazan.
(10)
Y el locutor poético, para mayor evidencia de lo que crea en el poema, pone el
ejemplo de Cristo, y dice: si «Jesús conocía al mutilado de la función, que tenía ojos y
no veía y tenía orejas y no oía.» Yo también puedo argumentar, dice el locutor
poético, que «conozco al mutilado del órgano, que ve sin ojos y oye sin
orejas». Y, con esta alusión a Cristo, no es que —como pretenden algunos
intérpretes de la obra vallejiana— César Vallejo quisiera compararse con
Cristo, ni siquiera emularlo sino, simplemente, que las condiciones sociales
han cambiado (pasados más de mil años, cuando CV escribió esto) tanto que ya no
se trataba (y aun hoy no se trata) de estar solo imposibilitado de ver o de oír, la cosa es más grave: se está imposibilitado de ser.
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