Stalin. Historia y Crítica de Una Leyenda Negra
(10)
Domenico
Losurdo
El ocaso de la «economía del dinero» y de la
«moral mercantil»
La dialéctica de Saturno se
manifiesta en numerosos otros ámbitos de la vida política y social. En el
ámbito interno, ¿cómo debía entenderse la igualdad que el régimen nacido de
Octubre estaba llamado a realizar? La guerra y la pobreza habían dado lugar a un
"comunismo" basado en la distribución más o menos igualitaria de
raciones de alimentos bastante míseras. Respecto a esta práctica y a la ideología
que se había desarrollado sobre ella, la ola de robos provocada por la NEP
resulta arrolladora, con el surgimiento de nuevas y estridentes desigualdades,
posibilitadas por la tolerancia adoptada hacia ciertos sectores de la economía
capitalista. La sensación de "traición" es un fenómeno masivo, y se
dirige especialmente al partido bolchevique: «En 1921-1922 literalmente decenas
de miles de obreros bolcheviques rompieron el carnet decepcionados por la NEP:
la habían rebautizado como Nueva Extorsión al Proletariado». Más allá de la
Rusia soviética, vemos también a un dirigente comunista francés aceptar el
cambio radical, pero sin dejar de añadir, al escribir en L'Humanité: «La NEP
trae consigo algo de la podredumbre capitalista que había desaparecido
completamente durante el comunismo de guerra»139.
Quizás se tiene la impresión
de que al ser mirados con desconfianza o con indignación no sean aspectos
determinados de la realidad económica, sino esta misma realidad en conjunto. Es
necesario no perder de vista la espera mesiánica que caracteriza a las
revoluciones vinculadas a los estratos más profundos de la población y que
sobrevienen después de una crisis de larga duración. En la Francia de 1789,
antes aún del asalto a la Bastilla, a partir de la reunión de los Estados
generales y de la agitación del Tercer Estado se agita «en el ánimo popular el
antiguo milenarismo, la ansiosa espera por la revancha de los pobres y la
felicidad de los humillados: ello impregnará profundamente a la mentalidad
revolucionaria». En Rusia, estimulado por la opresión zarista y sobre todo por
el horror del Primer conflicto mundial, el mesianismo se había manifestado con
fuerza ya en ocasión de la Revolución de febrero: saludándola como una Pascua
de resurrección, círculos cristianos y sectores importantes de la sociedad rusa
habían esperado de ella una regeneración total con el surgimiento de una
comunidad íntimamente unificada, y con la disolución de la división entre ricos
y pobres, así como del hurto, de la mentira del juego, de la blasfemia, de la
embriaguez140. Decepcionada por la política menchevique y por la
prolongación de la guerra y de la carnicería, esta espera mesiánica había
inspirado ulteriormente no pocas adhesiones a la revolución bolchevique.
Es el caso, por ejemplo, de
Pierre Pascal, un católico francés que se verá después profundamente
decepcionado por el paso a la NEP, si bien inicialmente había saludado así los
acontecimientos de octubre del '17:
Se
está realizando el cuarto salmo de las vísperas dominicales y el Magníficat:
los poderosos arrojados del trono y el pobre rescatado de la miseria [...]. Ya
no hay más ricos: sólo pobres y paupérrimos. El saber no confiere ni privilegio
ni respeto. El ex-obrero promovido a director da órdenes a los ingenieros.
Altos y bajos salarios se aproximan. El derecho de propiedad se reduce a los
efectos personales. El juez no se dedica más a aplicar la ley, si el mismo
sentido de equidad proletaria la contradice141.
Leyendo este fragmento,
resuenan ecos de la afirmación de Marx, según la cuál no hay «nada más fácil
que dar al ascetismo cristiano una mano de barniz socialista». No debe pensarse
que esta visión circule solamente entre los ambientes abiertamente religiosos.
Incluso el Manifiesto del partido comunista hace notar que «los primeros lemas
del proletariado» a menudo se caracterizan por reivindicaciones en la línea de
«un ascetismo universal y un tosco igualitarismo»142. Es esto lo que
se produce en Rusia tras la catástrofe de la Primera guerra mundial. En los
años cuarenta un bolchevique describe eficazmente el clima espiritual del
período inmediatamente posterior a la Revolución de octubre, surgido de una
guerra provocada por la competición imperialista, por el saqueo de las
colonias, por la conquista de mercados y materias primas, por la caza
capitalista del beneficio y el súper— beneficio:
Nosotros
los jóvenes comunistas habíamos crecido todos en la convicción de que el dinero
habría sido quitado de en medio de una vez por todas [...]. Si reaparecía el
dinero, ¿aparecerían de nuevo los ricos? ¿No nos encontrábamos en una pendiente
resbaladiza que nos llevaba de vuelta al capitalismo?
Es un sentimiento que
encuentra su expresión también en la obra de eminentes filósofos occidentales.
En 1918 el joven Bloch llama a los Soviets a acabar no solamente con «toda
economía privada» sino también con toda «economía dineraria» y, con ella, «la
moral mercantil que bendice todo lo malvado que hay en el hombre». Solamente
liquidando tal podredumbre en su totalidad era posible acabar de una vez por
todas con la carrera por la riqueza y el dominio, por la conquista de las
colonias y de la hegemonía, catastróficamente desembocada en la guerra. Al
publicar en 1923 la segunda edición de Espíritu de la utopía, Bloch considera
oportuno eliminar los pasajes de impronta mesiánica antes citados. Y sin
embargo, el estado de ánimo y la visión que los había inspirado no se atenúan
ni en la Unión Soviética ni fuera de ella143.
Si por un lado la suavizan,
la cicatrización de las heridas abiertas por el primer conflicto mundial y dos
guerras civiles contra los Blancos y contra los kulaks, y la recuperación
económica vuelven a agudizar la crisis moral. Sobre todo después de completada
la colectivización de la agricultura y la consolidación del nuevo régimen, ya
no es posible remitir a los residuos capitalistas y el peligro inmediato del
derrumbe para explicar el fenómeno de la permanencia de las diferencias
retributivas: ¿eran tolerables? ¿Hasta qué punto?
En la Fenomenología del
espíritu, Hegel destaca la aporía contenida en la idea de igualdad material
que está en la base de la reivindicación de la «comunidad de bienes»: si se
procede a la satisfacción igual de las diferentes necesidades de los
individuos, está claro que se produce una desigualdad en relación a la «cuota
de participación», esto es, a la distribución de los bienes; sin embargo, si se
procede a una «distribución igual» de los bienes, entonces está claro que
resulta desigual en los individuos la «satisfacción de las necesidades»
diferentes entre ellas. En cualquiera de los casos la «comunidad de bienes» no
consigue mantener la promesa de una igualdad material. Marx, que conocía muy
bien la Fenomenología, resuelve en la Crítica del programa de Gotha la
dificultad haciendo corresponder los dos modos diferentes de declinar la
«igualdad» que siempre es parcial y limitada a dos diferentes fases de
desarrollo de la sociedad postcapitalista: en la fase socialista la
distribución según «igual derecho», es decir, retribuyendo con la misma medida
el trabajo realizado por cada individuo, siempre diferente para cada uno,
produce una evidente desigualdad en la retribución global y en la renta; en
este sentido el «derecho igual» no es otra cosa que el «derecho de la
desigualdad». En la fase comunista, la satisfacción igual de las diversas
necesidades comporta también una desigualdad en la distribución de los
recursos, salvo que el enorme desarrollo de las fuerzas productivas,
satisfaciendo integralmente las necesidades de todos, hace que tal desigualdad
carezca de importancia144.
Es decir, en el socialismo
la igualdad material no es posible; en el comunismo ya no tiene sentido.
Quedando clara la desigualdad en la distribución de los recursos, el paso de la
satisfacción desigual a la satisfacción igual de las necesidades presupone, más
allá del derrocamiento del capitalismo, el desarrollo prodigioso de las fuerzas
productivas, y esto puede conseguirse solamente gracias a la afirmación, en el
transcurso de la fase socialista, del principio de retribución de cada
individuo sobre la base del diferente trabajo desarrollado por él. De aquí la
insistencia de Marx en el hecho de que, una vez conquistado el poder, el
proletariado está llamado a luchar, aparte de por la transformación de las
relaciones sociales, por el desarrollo de las fuerzas productivas. Por otro
lado, sin embargo, al celebrar el París obrero enfrentado a la burguesía
francesa, que nada en el lujo mientras ejecuta una sangrienta represión, Marx
señala como modelo una medida aprobada por la Comuna: «el servicio público
debía realizarse a cambio de salarios obreros»145. En este caso la
igualdad retributiva y material tiende a ponerse como objetivo de la sociedad
socialista.
No es fácil conciliar las
dos perspectivas, y su divergencia jugará un rol ineludible a la hora de
dividir y lastrar de manera irremediable al partido y al grupo dirigente
bolchevique. A medida que se refuerza, el poder soviético se ve llevado a
prestar una atención creciente al problema de la edificación económica, con el
fin tanto de consolidar la base social de consenso y conseguir la legitimidad
nacional para el pueblo ruso, como de defender al «país del socialismo» frente
a las amenazas que se perfilan en el horizonte. Remitiendo a la polémica ya
conocida del Manifiesto del partido comunista contra el «ascetismo universal» y
el «tosco igualitarismo», Stalin insiste: «Es el momento de entender que el
marxismo es enemigo del igualitarismo». La igualdad producida por el socialismo
consiste en la eliminación de la explotación de clase, no desde luego en la
imposición de uniformidad y homologación, que es el ideal al que aspira el
primitivismo religioso:
La
nivelación en el ámbito de las necesidades y de la vida personal es un
sinsentido reaccionario y pequeño-burgués, digno de cualquier secta primitiva
de ascetas, pero no de una sociedad socialista organizada marxianamente, porque
no se puede exigir que todos los hombres tengan necesidades y gustos iguales,
que todos los hombres vivan su vida personal según un único modelo [...]. Por
igualdad, el marxismo entiende no ya la nivelación en el ámbito de las
necesidades personales y de las condiciones de vida, sino la destrucción de las
clases146.
El primitivismo religioso
puede expresarse mediante la aspiración a una vida comunitaria, en cuyo ámbito
son llamadas a disolverse las diferencias individuales, en perjuicio también
del desarrollo de las fuerzas productivas:
La
idealización de las comunas agrícolas se ha visto impulsada en determinado
momento hasta el intento de introducir las comunas incluso en oficinas y
fábricas, donde los obreros cualificados y no-cualificados, trabajando cada uno
según su categoría, tenían que poner su salario en la caja común y dividirlo
después en partes iguales. Es bien sabido cuánto daño hayan provocado a nuestra
industria estos pueriles ejercicios de nivelación debidos a alborotadores de
"izquierda"147.
El objetivo a largo plazo de
Stalin es bastante ambicioso, tanto en el plano social como en el nacional:
«Hacer de nuestra sociedad soviética la sociedad con mayor bienestar»; realizar
la «transformación de nuestro país en el más avanzado de los países»; pero para
conseguir este resultado «es necesario que en nuestro país la productividad del
trabajo supere a la productividad del trabajo de los países capitalistas más
avanzados»148, lo que todavía una vez más conlleva el recurso a
incentivos materiales aparte de morales, y por tanto la superación de ese
igualitarismo considerado por el líder soviético como tosco y mecánico.
De nuevo, y de hecho más que
nunca, resurge un primitivismo religioso, con su desprecio no solamente hacia
las diferencias retributivas, sino sobre todo respecto a la riqueza en cuanto
tal:
«Si
todos acaban alcanzando el bienestar y los pobres dejan de existir ¿sobre
quiénes apoyaremos los bolcheviques nuestro trabajo?»: así argumentan y se
angustian según Stalin los «alborotadores de "izquierda", que
idealizan a los campesinos pobres como el sostén eterno del bolchevismo»149.
Esto nos remite a las
observaciones críticas que elabora Hegel a propósito del mandamiento evangélico
que impone el ayudar a los pobres: soslayando el hecho de que se trata de un
«precepto condicionado», y absolutizándolo, los cristianos acaban absolutizando
también la pobreza, pues sólo ella puede dar sentido a la norma que exige el
socorro a los pobres. Y sin embargo la seriedad de la ayuda a los pobres se
mide por la contribución aportada a la superación de la pobreza en cuanto tal150.
En el clima de rechazo hacia la carnicería provocada por el capitalismo y por
el auri sacrafames, se reproduce la desconfianza religiosa hacia el oro, hacia
la riqueza en cuanto tal, y la idealización de la miseria o por lo menos de la
escasez, entendidas y vividas como expresión de plenitud espiritual o de rigor
revolucionario. Y Stalin se siente obligado a subrayar un punto central:
«Sería
estúpido pensar que el socialismo pueda ser construido sobre la base de la
miseria y las privaciones, sobre la base de la reducción de las necesidades
personales y de la nivelación del nivel de vida de los hombres al de los
pobres»; al contrario, «el socialismo puede ser edificado solamente sobre un
impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad» y «sobre la
base de una vida acomodada de los trabajadores», es más, «una vida acomodada y
civil para todos los miembros de la sociedad»151.
Al igual que el precepto
cristiano de ayudar a los pobres, también el precepto revolucionario, que insta
a los partidos comunistas a colocarse en primer lugar entre los explotados y
los pobres, está «condicionado» y es realmente tomado en serio sólo cuando es
entendido en su condicionalidad.
Por tanto, para Stalin era
necesario intensificar los esfuerzos con el fin de acrecentar decididamente la
riqueza social, imprimiendo «un nuevo impulso» a la «emulación socialista»; se
imponía recurrir tanto a los incentivos materiales haciendo valer el principio
socialista de la retribución según el trabajo como a los incentivos morales
confiriendo por ejemplo «el más alto honor» a los estajanovistas más
destacados. Diferente y contrapuesta es la orientación de Trotsky: al
«restablecer grados y condecoraciones» liquidando así la «igualdad socialista»,
la burocracia prepara el terreno para cambios también en las «relaciones de
propiedad»152. Si Stalin se remontaba de manera explícita a los
ataques del Manifiesto contra el socialismo entendido como sinónimo de
«ascetismo universal» y «tosco igualitarismo», la oposición de izquierdas
avalaba conscientemente o no la tesis contenida en la Guerra civil en Francia,
según la cual también en al nivel más alto los dirigentes debían ser
retribuidos con «salarios obreros». Se equivocaban, insistía Trotsky, cuando
para justificar sus privilegios la burocracia y Stalin recurrían a la Crítica
del programa de Gotha:
«Marx
no sugería con esto la creación de una nueva desigualdad, sino una eliminación
gradual de la desigualdad en los salarios, preferible a la eliminación brusca»153.
Sobre la base de esta línea
política de nivelación de las retribuciones tanto en las fábricas como en el
aparato estatal era bastante difícil promover el desarrollo de las fuerzas
productivas. Para Stalin la diferencia retributiva no implicaba la restauración
del capitalismo: no había que confundir las diferencias sociales que subsistían
en el ámbito del nuevo régimen con el viejo antagonismo entre clases
explotadoras y clases explotadas. Sin embargo, para Trotsky se trataba de un
torpe intento de simplificación: «el contraste entre la miseria y el lujo choca
demasiado en los centros urbanos». En conclusión:
Que
la diferencia entre la aristocracia obrera y la masa obrera sea, desde el punto
de vista de la sociología estaliniana, "radical" o
"superficial", importa poco; en todo caso, es de esta diferencia de
donde nació en su momento la necesidad de romper con la socialdemocracia y
fundar la III Internacional154.
Según Marx, el socialismo
estaba llamado también a superar la contraposición entre trabajo intelectual y
manual. De este modo reaparecía el problema: ¿cómo realizar un objetivo tan
ambicioso? Y una vez más el grupo dirigente bolchevique acaba dividido; también
en este caso, la perspectiva elaborada por Stalin en los años treinta se
distingue por su cautela:
Algunos
piensan que la supresión del antagonismo entre trabajo intelectual y trabajo
físico puede ser alcanzada mediante cierta nivelación cultural y técnica de los
trabajadores intelectuales y manuales, que se obtendría rebajando el nivel
cultural y técnico de los ingenieros y los técnicos, de los trabajadores
intelectuales, hasta el nivel de los obreros de cualificación media. Esto es
totalmente erróneo.
Había que estimular el
acceso a la formación en todos los estratos sociales hasta aquél momento
excluidos. En el frente opuesto, Trotsky reconocía que se había dado un proceso
de «formación de cuadros científicos provenientes del pueblo», y sin embargo
afirmaba: «La distancia social entre el trabajo manual y el intelectual se ha
incrementado en el transcurso de los últimos años en vez de disminuir»155.
Persistencia de la división del trabajo y persistencia de las desigualdades
económicas y sociales eran las dos caras de la misma moneda, es decir, del
retorno de la explotación capitalista y por tanto de la completa traición a los
ideales socialistas:
La
nueva Constitución, cuando declara que la «explotación del hombre por el hombre
está abolida en la URSS» dice lo contrario de la verdad. La nueva
diferenciación social ha creado las condiciones para un renacimiento de la
explotación bajo las formas más bárbaras, como la adquisición del hombre para
el servicio personal ajeno. Los domésticos no figuran en el censo, teniendo que
ser incluidos evidentemente bajo el término «obreros». Las siguientes preguntas
no se plantean: ¿el ciudadano soviético tiene domésticos? ¿Y cuáles mujer del
servicio, institutriz, nodriza, cocinera, conductor? ¿Tiene un automóvil a su
disposición? ¿De cuántas habitaciones dispone? ¡Tampoco se habla de las
dimensiones de su salario! Si se reactivase la regla soviética, que priva de
derechos políticos a todo aquél que explote el trabajo ajeno, ¡se vería
repentinamente que los máximos dirigentes de la sociedad soviética deberían
verse privados del derecho constitucional! Afortunadamente, una igualdad
completa está establecida... entre el patrón y los domésticos.156.
Por lo tanto, la misma
presencia de la figura social de la «mujer del servicio» y del doméstico en
general era sinónimo no sólo de explotación, sino de «explotación bajo las
formas más bárbaras»: ¿cómo explicar la persistencia o reaparición en la URSS
de tales relaciones, si no es por el abandono de una perspectiva auténticamente
socialista, esto es, por una traición?
La onda larga del
mesianismo, desde luego ya implícita en los aspectos más utópicos del
pensamiento de Marx pero enormemente sobredimensionados como reacción al horror
de la Primera guerra mundial, continúa haciéndose eco. En su Informe al XVII
Congreso del PCUS 26 de enero de 1934, Stalin siente la necesidad de advertir
contra «las habladurías siniestras, que han prosperado entre una parte de
nuestros militantes, según las cuales el comercio soviético sería una fase
superada y el dinero debería ser rápidamente abolido». Aquellos que argumentan
así, «con su actitud soberbia hacia el comercio soviético, no expresan un punto
de vista bolchevique, sino un punto de vista propio de nobles decadentes,
llenos de pretensiones, pero sin dinero en el bolsillo»157. Trotsky,
sin embargo, si por un lado no pierde ocasión de condenar el anterior
«aventurismo económico» reprochado a Stalin, por el otro se burla de la
«rehabilitación del rublo» y del retorno a los «métodos burgueses de distribución»158.
En todo caso, continúa afirmando que en el comunismo, junto al Estado, están
destinados a disolverse también el «dinero» y toda forma de mercado159.
_____________
(139)
En Flores 1990), p. 29.
(140)
Furet, Richet 1980), p. 85; Figes 2000), p. 434.
(141)
En Furet 1995), p. 129.
(142)
Marx, Engels 1955-89), vol. 4, pp. 484 y 489.
(143)
Losurdo 1997), cap. iv, § 10.
(144)
Hegel 1969-79), vol. 3, p. 318; Marx, Engels 1955-89), vol. 19, pp. 20-1.
(145)
Ibid, vol. 17, p. 339.
(146)
Stalin 1971-73), vol. 13, pp. 314-5 = Stalin, 1952, p. 573).
(147)
Ibid, pp. 316-7 = Stalin, 1952, p. 575).
(148)
Stalin 1971-73), vol. 14, p. 33 = Stalin, 1952, p. 601).
(149)
Stalin 1971-73), vol. 13, pp. 317-9 = Stalin, 1952, pp. 575-7).
(150)
Losurdo 1992), cap. x, § 2.
(151)
Stalin 1971-73), vol. 13, pp. 319 y 317 = Stalin, 1952, pp. 577 y 575).
(152)
Trotsky 1988), p. 957 = Trotsky, 1968, p. 232).
(153)
Trotsky 1962), p. 431.
(154)
Trotsky 1988), pp. 972-3 y 969 = Trotsky, 1968, pp. 248 y 244.
(155)
Trotsky 1988), p. 941 = Trotsky, 1968, p. 218).
(156)
Ibid, p. 946 = Trotsky, 1968, pp. 223-4).
(157)
Stalin 1971-73), vol. 13, p. 304 = Stalin, 1952, p. 564).
(158)
Trotsky 1988), pp. 763 y 768-9 = Trotsky, 1968, pp. 65 y 70-1).
(159)
Ibid, pp. 757-8 = Trotsky, 1968, p. 61).