lunes, 1 de abril de 2024

Política

El Manifiesto Comunista y el Partido de Clase

(3) 

Eduardo Ibarra 

García sostiene seis cuestiones que hacen el fondo de su argumentación sobre el Partido Comunista: 1) “La cuestión central es que el Partido Comunista surgió como partido insurreccional”; 2) “la insurrección está íntimamente ligada a la crisis en cada país”; 3) “La revolución de 1848 fue vencida por la contra-revolución. El Partido Comunista desapareció de escena”; 4) “En reemplazo del desaparecido Partido Comunista, en 1869 surgió el Partido Socialdemócrata, que participó en elecciones generales enarbolando un programa de acción”; 5) “La Revolución de Octubre (1917) triunfó dirigida por el Partido Socialdemócrata de Lenin (bolchevique). Luego surgió la III Internacional que revivió el nombre de Partido Comunista. La razón era la crisis mundial”; 6) “Poco tiempo después la situación cambió hacia la estabilización capitalista. Surgió entonces el Frente Único Proletario, pero ya el Partido Comunista perdía su ligazón con las masas ante la arremetida nacionalista fascista. (“¿Al fin, quo vadis…?”)(4) 

Pues bien, el medio siglo que siguió a la revolución de 1848 fue la época de desarrollo más o menos pacífico del capitalismo, de la forma parlamentaria como la preponderante de la lucha del proletariado, de la preparación de las fuerzas de la revolución proletaria (proceso en cuyo curso se produjo, sin embargo, la imprevista Comuna de París de 1871). En estas condiciones, “una estrategia coherente” y “una táctica bien elaborada” (Stalin) no pudieron ser trazadas. Solo al transformarse el capitalismo competitivo en imperialismo, es decir, solo cuando se agudizaron todas las contradicciones del capitalismo y surgieron otras nuevas y, al mismo tiempo, cobró actualidad la revolución proletaria mundial, fueron posibles una tal estrategia y una tal táctica. 

Engels escribió: 


Su crecimiento [el crecimiento de la socialdemocracia alemana] avanza de un modo tan espontáneo, tan constante, tan incontenible y al mismo tiempo tan tranquilo como un proceso de la naturaleza. Todas las intervenciones del gobierno han resultado impotentes contra él. Hoy podemos contar ya con dos millones y cuarto de electores. Si este avance continúa, antes de terminar el siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas intermedias de la sociedad, tanto los pequeños burgueses como los pequeños campesinos y nos habremos convertido en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse, quieran o no, todas las demás potencias. Mantener en marcha ininterrumpidamente este incremento, hasta que desborde por sí mismo el sistema de gobierno actual: no desgastar en operaciones de descubierta esta fuerza de choque que se fortalece diariamente, sino conservarla intacta hasta el día decisivo: tal es nuestra tarea principal. (“Introducción” a Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1950, de Marx). 

Todo el mundo sabe que ese proceso espontáneo, constante, incontenible y tranquilo como un proceso de la naturaleza, no se dio con alguna anterioridad al término del siglo XIX, como auguró Engels, y que, por lo demás, no se ha dado nunca a lo largo de la historia del siglo XX y de la que va del XXI. 

Pero esa táctica, establecida sobre las condiciones de la época del desarrollo más o menos pacífico del capitalismo y de la preparación de las fuerzas de la revolución proletaria, fue propuesta por el propio Engels para la Alemania del último tercio del penúltimo siglo y solo condicionalmente: 


… propongo estas tácticas únicamente para la Alemania de hoy y solamente con una estipulación importante. En Francia, Bélgica, Italia y Austria, no se podían seguir estas tácticas en su totalidad y en Alemania podrían quedarse inaplicables mañana… (lugar citado). 

Es decir, ya en el siglo XIX, la táctica de Engels tenía una validez muy relativa tanto en Alemania como en el resto de Europa, y, hay que reconocerlo, en nuestra época de desarrollo catastrófico del capitalismo y de despliegue de la revolución proletaria mundial, ha perdido validez. 

Pero, como se sabe, García ha trasladado la táctica en cuestión a las condiciones de nuestra época (contraviniendo así el principio marxista de análisis concreto de la situación concreta), con la nota a destacar de que, igual que la socialdemocracia alemana del siglo XIX, propone la lucha electoral como la forma principal de lucha, lo que pone en evidencia cuando incita a sus seguidores a trabajar como hormigas todo el año para desarrollarla, desdeñando así la principalidad de la lucha directa de las masas. 

García dice: 


… desde sus orígenes, el Partido Comunista está íntimamente ligado a la insurrección. Pero la insurrección está íntimamente ligada a la crisis en cada país. La revolución de 1848 fue vencida por la contra-revolución. El Partido Comunista desapareció de escena. En 1850 Marx y Engels señalaron que “hasta que no estallase una nueva crisis económica mundial, no había nada que esperar”.

La Revolución de Octubre (1917) triunfó dirigida por el Partido Socialdemócrata de Lenin (bolchevique). Luego surgió la III Internacional que revivió el nombre de Partido Comunista. La razón era la crisis mundial. “La lucha de clases en casi todos los países de Europa y América entra en la fase de la guerra civil” (21 Condiciones, 3.).

Poco tiempo después la situación cambió hacia la estabilización capitalista. (“¿Al fin, quo vadis…?”) 

García anota pues la conocida verdad de que la insurrección está ligada a la crisis, y que después de la derrota de la revolución de 1848 Marx y Engels sostuvieron que hasta que “estallase una nueva crisis económica mundial, no había nada que esperar”. Pues bien, las crisis económicas determinan, por lo general, situaciones revolucionarias y, aunque no derivaron en revoluciones, situaciones revolucionarias se dieron en la década del 60 del siglo XIX en Alemania, en 1859-1861 y en 1879-1880 en Rusia; pero, además, en 1871 se dio en Francia una crisis política que sí derivó en revolución: la Comuna de París, lo que prueba, dicho sea de paso, que también algunas situaciones políticas extremas pueden provocar situaciones revolucionarias y aun revoluciones. Sin embargo, García se cuida de mencionar los hechos anotados y, dando un salto de garrocha, se refiere a la Revolución de Octubre y a la fundación de la Tercera Internacional como realidades terminales, pues acaba diciendo que “Poco tiempo después la situación cambió hacia la estabilización capitalista”, sin indicar la temporalidad de la misma, es decir, ignorando, a propósito, las crisis capitalistas y las insurrecciones producidas a escala mundial a partir de los años 20. 

Es decir, García deja fuera de su esquema el Crac de 1929, la consiguiente Gran Depresión, que se prolongó hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, las crisis del petróleo de 1973 y 1979, la “burbuja bursátil e inmobiliaria” de Japón en 1990, la crisis de México en 1994 (“Crisis Tequila”), la crisis asiática de 1997, la crisis de Rusia en 1998 (“Crisis Vodka”), la crisis de Brasil en 1999 (“Crisis Caipirinha”), la crisis argentina de 2001 (“el corralito argentino”), la Gran Recesión de 2008-2014.(5)                                        

Asimismo, deja fuera de su esquema el paso del capitalismo competitivo al capitalismo imperialista y de la preparación de la revolución proletaria a su actualidad a escala mundial (con lo cual silencia las nuevas condiciones generales en las que el proletariado termina por establecer, para cada situación típica, “una estrategia coherente” y “una táctica bien elaborada”), al tiempo que no considera en absoluto la crisis del sistema colonial, es decir, las luchas de los pueblos coloniales contra el imperialismo (luchas que hacen parte de la revolución proletaria mundial), no obstante que las mismas se desarrollaban desde las primeras décadas del siglo XX en Turquía, Persia, China, India, presentándose asimismo en América Latina (México, Bolivia) y alcanzando su punto más alto con el triunfo de la revolución en China, Vietnam, Corea, Cuba, Camboya, Laos, Albania, Yugoslavia, Checoslovaquia, Alemania, Hungría, Polonia, Bulgaria, Rumanía,  así como con las revoluciones de liberación nacional de los años 60 en el continente africano.(6) 

Así, pues, el esquema de García linda con una visión casi eurocentrista de las crisis capitalistas y de las luchas insurreccionales. Pero se entiende que García necesite silenciar el proceso de las crisis (a partir de los años 20) y de las revoluciones (en el mundo oprimido, pero también en la Europa oriental), a fin de que los hechos, arbitrariamente seleccionados y manipulados a capricho por él, calcen con su esquema y arrojen así el resultado que busca: que la gente crea que la lucha electoral es la única lucha o casi la única que puede preparar la revolución. 

Ahora se entiende porqué García dice que el Partido Comunista surgió como partido insurreccional, que después de la derrota de la revolución de 1848 desapareció de escena, es decir que el “partido insurreccional” desapareció para ser reemplazado por unpartido electoral: el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. 

En conclusión, García propone, ¡para todo el mundo!, el “partido electoral” como el tipo de partido que necesita el proletariado, para, en un ilusorio proceso espontáneo, constante, incontenible y tranquilo como un proceso de la naturaleza, alcance el gobierno, primero y, luego, el poder. Y propone esto porque no tiene en cuenta la diferencia entre las dos épocas del capitalismo y de la revolución socialista, el desarrollo de las insurrecciones de los pueblos oprimidos y el valor relativo de la lucha electoral y la principalidad de la lucha directa de las masas; en otros términos, porque asume librescamente la táctica expuesta por Engels, al mismo tiempo que silencia sus precisiones, citadas arriba con toda puntualidad. 

Y, precisamente en un período en el cual las contradicciones propias de nuestra época se agudizan y se concentran a nivel mundial como un haz inflamable, García procede de tal forma porque es una exigencia de su método (por el cual la realidad es adecuada a la intención subjetiva del individuo). Así, según su óptica, la lucha electoral es la forma principal de lucha del proletariado y, congruente con esto, propone, como sabemos, un partido-amalgama, y no, claro está, un partido de clase, como el Partido Comunista del Manifiesto, partido al que, en un acto sin duda expresivo, ha echado al basurero de la historia.(7) 

Decir que el Partido Comunista surgió como “partido insurreccional”, que después desapareció de la escena para ser reemplazado por un “partido electoral”, y agregar que, con la fundación de la Tercera Internacional, se produjo una reaparición del Partido Comunista, del partido insurreccional, para acabar  diciendo que “poco después” sobrevino la estabilización capitalista, que, en el contexto de su artículo aparece como realidad definitiva, es un intento retorcido de García para solventar su propuesta de un “partido electoral” que aplique al pie de la letra y en todo el mundo la táctica expuesta por Engels para la Alemania del último tercio del siglo XIX, es retroceder a una táctica que, como ha quedado esclarecido, no tuvo plena validez ni siquiera en el siglo XIX, con el agravante de que, al menos para el Perú, semejante táctica es concebida como la lucha por un “nuevo municipio” como “germen de socialismo”, ¡bajo la dictadura de la burguesía!, y, prácticamente, como el camino al socialismo (ver nuestro libro El partido de masas y de ideas de José Carlos Mariátegui y nuestro artículo “Luis Emilio Recabarren, el municipio  y nuestros liquidadores”, que adjuntamos a este trabajo). 

Esta es la tercera “falla geológica” del discurso del “profundo” García. 

Notas

[4] Las afirmaciones de García acerca del frente unido, el programa mínimo y el programa máximo, lo analizaremos en artículo aparte.

[5] Aunque en los últimos párrafos de su artículo García habla de “La presente crisis general del capitalismo”, ello ocurre sin relación argumentativa con la estabilidad que, según él, condujo a la muerte del Partido Comunista, del “partido insurreccional”, ya en la primera mitad de la década de 1850, y tampoco con su segunda muerte a partir de la estabilización capitalista de los años 1920. Pero ocurre que, según el mismo García, en nuestros tiempos el Partido Comunista, el “partido insurreccional”, aparece todavía con algo de vida: al final de su artículo, dice que “Si no se abre a tiempo debate” respecto a que “el movimiento proletario internacional debe replantear nuevamente su teoría y práctica del Marxismo”, “uno a uno de los Partidos Comunistas irán desapareciendo de escena.” Es decir, después de haberle puesto, en siglo XIX, una mortaja al “partido insurreccional” y, en el siglo XX, una segunda mortaja, ahora, mortaja en mano, augura su tercera muerte, es decir, su reemplazo por el “partido electoral”.

[6] En el artículo “Oriente y Occidente” (incluido en La escena contemporánea), escrito en noviembre de 1927, o sea poco después del inicio de la estabilidad capitalista que García destaca tendenciosamente, Mariátegui dejó en negro sobre blanco estos esclarecedores conceptos: “La marea revolucionaria no conmueve sólo al Occidente. También el Oriente está agitado, inquieto, tempestuoso. Uno de los hechos más actuales y trascendentes de la historia contemporánea es la transformación política y social del Oriente. (…) La idea de la democracia, envejecida en Europa, retoña en Asia y en Africa. La Diosa Libertad es la diosa más prestigiosa del mundo colonial (…) Penetra en el Asia, importada por el capital europeo, la doctrina de Marx. El socialismo que, en un principio, no fue sino un fenómeno de la civilización occidental, extiende actualmente su radio histórico y geográfico (…) La revolución social necesita históricamente la insurrección de los pueblos coloniales” (pp. 190-192).

[7] Esta posición de García no solo es en relación al nombre de Partido Comunista, sino también, como él mismo se ha encargado de poner en evidencia, en relación a dicho partido como “partido insurreccional”. De esta forma se opone a Marx y Engels, el último de los cuales, en el prefacio a la edición inglesa de 1888 del Manifiesto Comunista, se encargó de resaltar en términos inequívocos la posición de principio de amos fundadores: “… la historia del ‘Manifiesto’ refleja en medida considerable la historia del movimiento moderno de la clase obrera [observe el lector que  García niega abiertamente esta aserción de Engels y que, al mismo tiempo, copia, pero invirtiéndola, la lógica que encierra] (…) la parte de la clase obrera que había llegado al convencimiento de la insuficiencia de las simples revoluciones políticas y proclamaba la necesidad de una transformación fundamental de toda la sociedad, se llamaba comunista. (…) Y como nosotros manteníamos desde un principio que ‘la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma’, para nosotros no podía haber duda alguna sobre cuál de las dos denominaciones [Manifiesto Socialista o Manifiesto Comunista] procedía elegir. Más aún, después no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella” (cursivas nuestras) ¡Esto escribió Engels cuarenta años después de publicado el Manifiesto! Pero, como ya vimos, García dice que, ya a principios de los años 50 del siglo XIX, el nombre de Partido Comunista y todo lo que él representa en el Manifiesto, había desaparecido, ¡y para siempre!

 

10.01.2024.

 

  

 

Luis Emilio Recabarren, el Municipio y Nuestros Liquidadores 

Eduardo Ibarra

Ya en los primeros años de la década de 1920, Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista de Chile, planteaba el municipio como una instancia de «poder legislativo y ejecutivo encargado de todos los asuntos de interés general dentro de la comuna», y, como se saca en limpio de su documento ¿Qué es lo que queremos federados y socialistas?, daba a entender que constituir este poder era posible en las condiciones de la sociedad socialista y, por lo tanto, solo como base de la estructura del nuevo Estado.            

Esta constatación implica, en primer lugar, que, aquellos que en nuestro medio plantean actualmente un municipio «que sea una corporación de trabajo, legislativo y ejecutivo», no tienen el mérito de la originalidad y, en segundo lugar, que, por cuanto los mismos proponen, al contrario de Recabarren, que el municipio debe ser «el por dónde empezar de la lucha por el cambio social» («germen de socialismo» le llaman), contravienen de la forma más flagrante el principio marxista según el cual ninguna estructura estatal ni ninguna economía de carácter socialista son posibles en las condiciones de la sociedad capitalista, o sea, sin el previo derrocamiento de la dictadura de la burguesía y la instauración de la dictadura del proletariado. Como es de conocimiento general, este principio fue comentado por Mariátegui en los términos siguientes: 

… cuando [de Man] sostiene que “el resentimiento contra la burguesía obedece, más que a su riqueza, a su poder”, no dice nada que contradiga la praxis marxista, que propone precisamente la conquista del poder político como base de la socialización de la riqueza. (Defensa del marxismo, p. 26).       

La idea de un “nuevo municipio” encierra la creencia de que, en las condiciones del capitalismo, la estructura básica del Estado capitalista puede ser transformada en un sentido socialista, y esta creencia despide un tufillo a la tesis de la transición pacífica. 

En las condiciones de la dictadura de la burguesía, el “nuevo municipio” no puede ser una forma de socialismo germinal ni tiene posibilidad ninguna de construir relaciones socialistas de producción y, por eso, se revela apenas como una propuesta de reestructurar la base del Estado burgués que tendría entonces la función de “planificar” la producción  capitalista. 

Pero con todo y con eso, en la imaginación de sus sostenedores, el “nuevo municipio” aparece como una forma de poder socialista, y esto significa que los mismos creen que la base del Estado burgués puede ser transformada en dicho sentido proletario ¡en las condiciones de la dictadura de la burguesía! 

Como es de conocimiento general, un punto fundamental de demarcación entre el marxismo y el revisionismo es la cuestión de si la realización de cualquier forma de economía y de estructura de poder socialistas son posibles antes del derrocamiento de la burguesía y el ascenso del proletariado al poder. Lenin señalaba a propósito que, 

La diferencia entre la revolución socialista y la burguesa está precisamente en que en el segundo caso existen formas plasmadas de relaciones capitalistas, mientras que tras el Poder soviético, proletario, no se encuentra con estas relaciones plasmadas. 

Y señalaba, además, que “la política es la expresión concentrada de la economía”. Si la economía del municipio es parte de la economía del capitalismo, cosa que es indiscutible, entonces la política del municipio (burocrático o productivo), es burguesa, así los munícipes tengan la ilusión de que no lo es. 

Estas aserciones significan que el punto de partida de la emancipación del proletariado es el establecimiento de su poder político, a partir del cual se construyen las relaciones socialistas de producción, apareciendo entonces la política socialista como expresión concentrada de la economía socialista. 

Así, pues, la única manera marxista de plantear la cuestión de los municipios (o de cualquier otro aparato del Estado actual), es, naturalmente, dentro del marco de la teoría marxista del poder. Escamotear este planteamiento de la cuestión, el único correcto, es hacer a un lado el marxismo y asumir el revisionismo. 

Pero veamos la cuestión teniendo en cuenta un posible reparo. Si los sostenedores del “nuevo municipo” dijeran que éste no es una forma germinal de socialismo (silenciando así que lo llaman “germen de socialismo”), entonces ¿qué es? ¿Qué es aquello de “corporación de trabajo, legislativo y ejecutivo” que tiene que “planificar su economía, asumiendo sus funciones de producción, administración y gobierno”? Descartado, en el marco del posible reparo, que sea una forma de estructura socialista, entonces no sería otra cosa que un municipio productivo en oposición al municipio burocrático actualmente existente, por lo que estaría claro que apenas sería una reestructuración de la base del Estado burgués. 

Y, como no puede ser de otro modo, tal democratización del municipio no serviría sino para fortalecer dicho Estado, para darle un cimiento de masas, para hacerlo aceptable. A este fortalecimiento del Estado burgués, los promotores del “nuevo municipio” le llaman, demagógicamente, “el por dónde empezar de la lucha por el cambio social”. 

La tesis del “nuevo municipio” encierra pues el planteamiento de una reforma estructural dentro del sistema vigente y, específicamente, de una reforma estructural de la base del Estado burgués (como es el municipio), y, por eso, se revela inspirada en la tesis de las “reformas estructurales” levantada por Palmiro Togliatti en los años 1950. Esto es revisionismo. 

Para terminar, es menester subrayar que el carácter revisionista de la tesis del “nuevo municipio” no puede ser ocultado por ningun maximalismo verbal, por ninguna retórica acerca de la toma del poder. También Jruschov, al tiempo que aplicaba sus “tres todos” y sus “dos pacíficas” y subvertía así la dictadura del proletariado, hablaba a los cuatro vientos de “pasar al comunismo en veinte años”. 

Pues bien, las presentes reflexiones es lo principal que el documento de Recabarren inspira al Socialismo Peruano, en una hora en que sus agonistas no pueden dejar de luchar contra el revisionismo. 

12.11.2011.

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