lunes, 1 de junio de 2020

Literatura


Vallejo Para no Iniciados XX

Julio Carmona

Ricardo Silva-Santisteban, en las primeras páginas de «Justificación» de su trabajo sobre CV, dice que como no se considera crítico «es probable que, a veces, pueda haber visto cosas que no vieron anteriormente ni los críticos profesionales ni los vallejistas a quienes, en verdad, he leído muy poco»1. En esta cita, primero, sobresale una especie de autobombo cuando dice que sin considerarse crítico puede haber visto lo que no vieron «ni los críticos profesionales ni los vallejistas»; eso lo hace ponerse por encima de los especialistas (de los críticos, en general, y de los vallejistas, en particular). Y, asimismo, incurre en ambigüedad y contradicción, porque no queda claro si ha leído «muy poco» solo a los críticos profesionales o solo a los vallejistas o a ambos. Sea cual fuere el caso resulta contradictorio porque en la p. 17 dice saber que ‘la difusión de los poemas juveniles de CV ha sido tardía entre los estudiosos’ (¿cómo lo sabe si los ha «leído muy poco»?) Sin embargo, a pie juntillas, dice que «gracias a los trabajos de André Coyné, de Alcides Espelucín, de César Ángeles Caballero y de Juan Espejo Asturrizaga se tuvo un conocimiento más preciso de estos poemas», y, cabe preguntar: ¿cómo dice haber leído poco a los críticos profesionales y/o a los vallejistas, si enumera a algunos de los sobresalientes y precisa a pie de página sus obras respectivas? Inclusive, en la p. 18 llega a criticar a «todos los críticos» (¿no dijo que los había leído muy poco?2), pues dice que «se equivocan» al comentar un poema al que ellos consideran «de una sola sílaba» cuando —dice él— que son «bisílabos». En este caso, lo que faltaría constatar es de qué hablan todos los críticos: si de sílabas gramaticales o de sílabas métricas. Es preferible leer de alguien que no se considera crítico, que ‘puede ser probable que él esté viendo cosas que ya los críticos profesionales y los vallejistas vieron’ lo cual denotaría la modestia del que no es crítico profesional ni vallejista. Lo otro, por lo contrario, trasunta un cierto tufillo de soberbia. Y si, al final —como en efecto se constata—, el lector reconoce que hay novedades en su trabajo, el reconocimiento le llegaría de los demás y no de sí mismo. Por último, la extensa y minuciosa bibliografía que figura al final del libro desmiente esa poca lectura, salvo que haya sido puesta ahí por un prurito de fingida erudición.

        Algo lamentable también se da con una opinión de este autor que no se considera crítico, pero que esgrime las armas más despiadadas y, por ello, injustas, contra el primer libro de CV. Y esa opinión está en la siguiente cita:

«La lectura de Los heraldos negros como conjunto es una tarea penosa porque la mayor parte del libro ha pagado, con creces, su tributo al tiempo.3 Esto hay que decirlo con todas sus letras, aunque pueda parecer irrespetuoso, pero lo contrario es simple beatería. En la mayor parte del libro se da el modernismo más ramplón y pedestre que uno pueda imaginarse» (op. cit. 19).

De acuerdo con lo leído antes de esta cita, cabe preguntar: ¿podría decirse que eso es lo que no han visto todos los críticos? Yo creo que no, porque la mayoría de los críticos (debo reconocer, por mi parte, que no he leído a todos) sí han visto los nexos de ese libro con el modernismo; pero no dicen que su lectura sea «una tarea penosa» ni llegan a considerar que lo hecho por CV, con esa influencia modernista sea «ramplón y pedestre»; sí, contrariamente, la mayoría apunta a resaltar su tendencia a romper con el modernismo. Y esa ruptura implica la búsqueda de una nueva expresión, de un nuevo lenguaje que deje de lado lo exótico y pase a enraizarse en lo propio. Recuerdo que en las redes sociales me llegó la fotografía de una familia campesina, el hombre con una herramienta en la mano, y la mujer amamantando a un niño, trajeados humildemente, de acuerdo con su condición social. Y la imagen iba acompañada del siguiente comentario: «Esta foto es demasiado hermosa para impedir que sea vista por todo el mundo.» Comentario que yo reproduje en el reenvío que hice. Pero no faltó quien estuviera en contra, señalando que no podía ser considerada hermosa una foto de dos desarrapados campesinos. Tanto a esta opinión como a la de Silva-Santisteban, sin considerarlas irrespetuosas, se les puede atribuir la famosa frase: «Todo es según el color del cristal con que se mira». Y no debería devaluarse la opinión contraria ni mucho menos calificarla de «simple beatería». Respetos guardan respetos.

        La comentada es, pues, una cita desafortunada —por decir lo menos—, y esto suele ocurrir con los adoradores de la forma, que no cuidan, a veces, la suya. Porque esa tajante opinión va a ser morigerada líneas más adelante, cuando dice que «Vallejo supo sacudirse con valentía de la dañina influencia modernista para encontrar un nuevo tono personal que lo llevó a una expresión más austera y eficaz» (Ibid.) Se observa que, no obstante haber bajado el tono esgrimido antes contra el poeta, ahora rompe lanzas contra el modernismo: No se puede decir que la influencia modernista fuera dañina, porque el modernismo no es sus epígonos que, por entonces (comienzos del siglo veinte), ya estaban en retirada. El modernismo es considerado por algunos el pre-vanguardismo. Y CV no mostró su admiración por Vargas Vila (el ejemplo negativo, si se quiere, del modernismo) sino por Rubén Darío.4 Y nadie debería especular que de este gran poeta se pudiera haber recibido una influencia dañina, lo cual no quiere decir que —para otro grande— esa influencia hubiera sido eterna.

        Del mismo modo, el libro vapuleado ve atemperada su devaluación. Dice RS-S: «El mismo libro, por suerte, contenía su propia negación y esos ocho o diez poemas que ahora estimamos y gozamos fueron la apertura de la senda por la que luego recorrería su verdadera poesía» (Ibid.) Pero, siempre, aunque tal vez sin proponérselo, insiste en desfigurar la realidad, pues no veo por qué esos poemas que el crítico devalúa deban ser rezagados a la situación de pertenecer a la poesía no «verdadera» de CV. En todo caso, quien debiera determinar esto sería el propio poeta.

        Es más, sobre el mismo libro dice: «Recordemos que cuando Vallejo publicó Los heraldos negros fue denominado “poeta simbolista”. Solo nos interesa aquí incidir en una época creativa de corta vida que, más bien, cierra una etapa de los movimientos artísticos literarios, pero que nos conduce al arte y a la literatura modernas» (sic, op. cit.: 205). Con todo lo dicho, después de la primera opinión con que devaluó al libro, parece ser una rectificación a su exagerada y acerba crítica, pues reconoce que ‘esa época breve’ que hizo producir algo «ramplón y pedestre» fue la que condujo ‘al arte y a la literatura modernos’. (Y, bueno, después de un siglo de ocurrido ese hecho, como que ya lo «moderno» debe ser encerrado, así, entre comillas, como si se dijera que de aquellos polvos vinieron estos lodos), porque —como dice el mismo RS-S— esos «artefactos del modernismo se encuentran ahora tan desgastados como los artefactos que utilizó posteriormente la vanguardia: las máquinas, los carros, el cine, la aviación, etc.»

        Finalmente, RS-S reconoce que en el primer Vallejo no se da una formación estético-ideológica unívoca o monolítica, y dice de él que «comienza escribiendo dentro de la estética modernista, pero en el momento de su agonía [se debe entender que alude a la agonía del modernismo y no a la de CV], de ahí que no sea un discípulo por completo ortodoxo, sino que su sensibilidad vacila entre dos polos». Pero la frase que viene inmediatamente la noto —nuevamente— ambigua. Dice: «No creo que puedan darse en un solo poeta creaciones tan divergentes como “Comunión” y “La araña”.» ¿Cómo no creer que pueda darse eso en un solo poeta si lo está constatando en CV?

        Por otro lado, RS-S, refiriéndose al libro Contra el secreto profesional, dice que «En él se da la más libre fantasía con una gran audacia para insertar en ella una visión del mundo que proviene de la dialéctica marxista que se fue imponiendo cada vez más en el pensamiento de Vallejo» (p. 71). Esto tiene que contraponerse a lo sostenido por Georgette Vallejo. Y hay que agregar que es contradictorio afirmar eso de que en el libro citado ya se pueda percibir «una visión del mundo que proviene de la dialéctica marxista» (aunque se diga que fue trabajada «con una gran audacia» para mezclarla con «la más libre fantasía»). Y este juego de suposiciones lo vuelve a repetir, a punto seguido de lo anterior, y dice: «… estos relatos poseen también una audacia filosófica para materializar su visión del mundo, concebido (sic)6 como un universo donde impera lo absurdo» (Ibid.) Y todo lo dicho no responde sino a un desconocimiento de la filosofía marxista o a una pretensión (también muy socorrida en otros críticos) de convertir a CV en un heterodoxo del marxismo. Sobre esto último ya he dicho que se debe contraponer a lo precisado por Georgette, quien no tiene la menor duda al decir que en el tiempo en que CV escribió el libro aludido era un anticomunista, lo cual no se contrapone a su humanismo solidario. No todos los anticomunistas son unos desalmados o salvajes. Muchas veces lo son por desconocimiento que puede ser resultado de la contaminación ideológica capitalista. Y esto es aplicable a RS-S, pues el marxismo al incursionar en la estética no impone restricciones a quienes trabajan artísticamente para que dejen desarrollar su fantasía y hasta para que reflejen en su obra «un universo donde impera lo absurdo». Lo que exige la teoría estética y poética del marxismo es que se sepa discernir desde qué posición de clase se presentan esas visiones fantásticas o absurdas. Y para el caso de CV, en esta época, en que todavía no había asumido la filosofía del materialismo dialéctico como su concepción del mundo, esta estaba ligada a la ideología de la pequeña burguesía.

______________
(1) Silva-Santisteban, Ricardo (2016). César Vallejo y su creación literaria. Lima: Cátedra Vallejo.
(2) Y todavía, más adelante, dirá: «… la mayor parte de los poemas de Trilce, gracias al hermetismo que los abruma, nos velan su secreto si no retornamos a ellos con pasión a su lectura. Testimonio de ello son las interpretaciones divergentes y hasta contradictorias que de algunos de ellos proponen los críticos» (C-2016: 58).
(3) Decir del libro «como conjunto» (es decir de todo el libro) que su lectura «es una tarea penosa», resulta contradictorio con la conclusión de que «la mayor parte del libro [ya no es todo el libro sino la mayor parte] ha pagado, con creces, su tributo al tiempo.» Y es cierto, y hasta obvio, que con el paso del tiempo no todos los poemas reciben la misma valoración. Pero eso no quita que para otros (ubicando al libro en su época y sin caer en beatería) valoren de manera positiva aquello que otros creen periclitado, porque ningún crítico puede presentarse como el non plus ultra para considerar que su lectura posee la verdad absoluta. Y cada autor debe ser ubicado dentro de los parámetros de su época.
(4) Esto mismo lo reconoce RS-S: «La voluntad de arquitectura del libro de Vallejo fue heredada, con toda seguridad, de Rubén Darío y de Julio Herrera Reissig dos de los poetas que más influyeron en Vallejo [¿esa influencia es la dañina de la que supo desprenderse CV?]. Hay que recordar que Darío era —y para muchos lo sigue siendo— el paradigma del poeta y el más grande» (Ibid.).
(5) Esta cita la va a repetir en otro artículo del mismo libro: «José María Eguren y César Vallejo simpatías y diferencias» (pp. 134-135).
(6) Hay ambigüedad. Lo que se materializa es la visión; no, el mundo. En todo caso ha debido construir la frase de esta manera: ‘para materializar su visión de un mundo concebido como un universo...’, etc.

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