martes, 1 de octubre de 2019

Sobre Marx

Karl Marx: Temas Pendientes
Aportes de Marx a la insurgencia global del siglo XXI
(Tercera y Última Parte)

Jorge Beinstein

IV. Autopraxis, revolución y dictadura proletaria

En Marx el concepto de revolución aparece asociado a otros dos aparentemente contradictorios entre sÍ: el de dictadura proletaria y el de autopraxis histórica del proletariado, el primero con fuertes marcas jacobinas supuestamente autoritarias, elitistas y el segundo con aspecto libertario, democrático. Marx resolvió teóricamente esa aparente contradicción aunque la historia del siglo XX demostró su persistencia mientras se fueron desarrollando las bases culturales para su futura solución práctica.

Autopraxis

El concepto de autopraxis liberadora de los oprimidos ya está en cierto modo presente en 1843 en la carta que Marx escribe a Ruge mencionada anteriormente, allí él se refiere a “la humanidad sufriente que piensa”, ya no se trata de la plebe conducida hacia un mundo mejor por sus dirigentes, los tribunos de la epopeya jacobina que piensan en beneficio del pueblo, sino del propio pueblo, devenido proletariado que es capaz de pensar y en consecuencia de emanciparse sin necesidad de obedecer a sus presuntos liberadores. Nos encontramos ante una ruptura conceptual decisiva que Marx va a profundizar más adelante marcando su alejamiento del liberalismo democrático-burgués, del jacobinismo expresado en la Revolución Francesa. El grueso de los “marxistas” del siglo XX, devotos de la idea del partido de vanguardia conduciendo a las masas, dejaron de lado un tema que inevitablemente entraba en conflicto con su aparato ideológico. Maximilien Rubel lo rescató del olvido. En su texto sobre La autopraxis histórica del proletariado puso las cosas en su lugar al retraducir al francés (de la que deriva la siguiente traducción al castellano) el Manifiesto Comunista” donde Marx y Engels señalan que: Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., hacen su aparición en el primer período de la lucha entre el proletariado y la burguesía… los inventores de estos sistemas se dan cuenta del antagonismo de las clases, así como de la acción de los elementos disolventes en la sociedad dominante. Sin embargo no advierten del lado del proletariado ninguna autopraxis histórica ningún movimiento político que le sea propio”44. Rubel traduce el término alemán del texto original: “historische selbsttätigkeit” como autopraxis histórica. El Instituto de Marxismo- Leninismo adjunto al Comité Central del PCUS diluyó el concepto en la traducción del Manifiesto reemplazándolo por “iniciativa histórica”, ese “error de traducción” reiterado en otras lenguas no era para nada inocente45.

Marx y Engels introducían así un concepto de origen hegeliano reemplazando al Espíritu del Mundo que se autodesarrolla a lo largo de la historia por la “humanidad sufriente” concreta: el proletariado que trabaja, lucha y piensa y que por consiguiente  “puede y debe” autoemanciparse.

La idea reaparece en diversos escritos de Marx como en los Estatutos generales de la Asociación Internacional de los trabajadores” (1864) donde anuncia en el inicio del texto que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos 46. Y estuvo precedida, preparada, en obras anteriores a 1848 como “El rey de Prusia y la reforma social”, “La Sagrada Familia”, “La ideología alemana” y “Miseria de la filosofía”.

Marx se apoyaba en la experiencia de las primeras luchas obreras como las desplegadas en Inglaterra por los ludistas entre 1811 y 1816, la iniciativa encabezada por William Benbow en 1832 proponiendo una huelga general buscando así liberar al proletariado de la explotación capitalista o la de los cartistas entre 1836 y 1848. Y en Francia la célebre insurrección de los obreros tejedores de Lyon a fines de 1831 que desata en 1832 una ola de protestas proletarias en otras zonas del país, convergiendo con la insurrección republicana de inspiración jacobina-babuvista de París en Julio de ese año donde aparece la bandera roja, expresión del nacimiento de corrientes revolucionarias que representará Blanqui quien ya en 1831 había creado la “Sociedad de los Amigos del Pueblo inspirada en el igualitarismo comunista de Babeuf  y Buonarroti.

La posteridad marxista redujo el pensamiento de Marx a la dinámica clasista principalmente a sus aspectos económicos y tecnológicos. En los finales de la era soviética aparecieron casos de deformación extrema como la teoría de Radovan Richta acerca de la revolución científico-técnica en tanto motor autónomo del  tránsito del capitalismo al postcapitalismo. Y en el clasismo economicista primitivo la cultura aparecía como una derivación subordinada, muy inferior, de las “contradicciones económicas”. Pero la autopraxis en Marx amplía a el análisis al metabolismo sociedad-naturaleza, la necesidad de desechar la fractura metabólica del capitalismo instaurando una armonía capaz de superar el desastre aparecía en la lista de las tareas históricas de la sociedad comunista y en consecuencia de la autopraxis emancipadora. En ese sentido autores como Elmar Altvater se refirieron al Marx o al marxismo ecológico47.

Respecto de la cuestión de género Marx es suficientemente claro cuando señala que: “En el comportamiento respecto de la mujer, víctima y sirviente de la voluptuosidad común, se expresa la infinita degradación del ser humano respecto de si mismo ya que el secreto de dicho comportamiento encuentra su expresión inequívoca, decisiva, evidente, en la relación entre el hombre y la mujer48.

Es posible ampliar la visión de Marx a temas tales como la opresión racista, étnica, religiosa, etaria, etc. llegando a la percepción de la civilización burguesa no como una simple maquina capitalista de extracción de plusvalía sino como articulación compleja de distintas formas de opresión, de explotación destructiva del ser humano y su medio ambiente, donde aparecen niveles, pesos relativos, vías concretas de interacción. Lo que de ninguna manera diluye en un conjunto amorfo a la lucha de clases sino que la ubica históricamente en la dinámica civilizatoria. La autopraxis emancipadora aparece entonces como un proceso de negación superadora de la totalidad social burguesa, su carácter profundamente subversivo rompe con las diversas trampas conservadoras y a veces abiertamente reaccionarias que intentan parcializar-distorsionar el proceso de autoemancipación llevándolo al pantano conservador. No se trata solo del barbarie, sino que en ciertos casos penetran como sombras ideológicas coloniales en la periferia a veces acompañando la agresión contra poblaciones pobres y otras como pretensión de remplazo de la emancipación social por lo que acertadamente Engels calificaba como “socialismo de imbéciles” refiriéndose a la variante antisemita que podríamos extender a otras variantes 49.

Revolución en permanencia y dictadura proletaria

Los conceptos de revolución (como proceso permanente) y de dictadura proletaria aparecen en Marx enlazados con el de autopraxis emancipadora, tratar de disociarlos resulta una tarea imposible.

Entre los primeros usos documentados por parte de Marx de la expresión “dictadura del proletariado” se encuentran algunos textos de 1850 como “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, el “Reglamento de la Sociedad Universal de los Comunistas Revolucionarios” y la “Declaración a la Neue Detsche Zeitung en el n.º 58 (25 de Junio de 1850). En esas tres publicaciones Marx utiliza la expresión dictadura del proletariado” junto con la de “revolución en permanencia”.

La estrategia proletaria aparece sistematizada en el “Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas”, escrito por Marx y Engels a fines de marzo de 1850 con la intención de expresar las conclusiones políticas que ambos creían necesario extraer de la experiencia de las revoluciones de 1848. Allí se menciona la necesidad de establecer “gobiernos obreros revolucionarios” y de que los trabajadores al iniciarse el proceso revolucionario “deben estar armados y tener su organización”: En el final del mensaje se destaca que el “grito de guerra (del proletariado) debe ser: la revolución permanente50.

El concepto de dictadura del proletariado atraviesa buena parte de la obra de Marx tal como él lo señala en una carta dirigida a Joseph Weydemeyer en 1852:

Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta  lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases.51

Marx sentía un especial aprecio por Wilhelm Weitlin, trabajador autodidacta comunista que para él aparecía como una suerte de paradigma del proletario pensante autoemancipado, de expresión humana concreta de autopraxis, aunque tomaba cierta distancia respetuosa de su mesianismo, de su milenarismo proletario.

Weitlin señalaba en “Las garantías de la armonía y de la libertad” (1842) la necesidad de la dictadura proletaria, escribía: No es bueno considerar un lento período de transición para establecer un orden nuevo. Si se tiene el poder, es necesario aplastar la cabeza  de la   serpiente.   No   es   necesario   concertar   el   armisticio   con   los   enemigos,   abrir negociaciones con ellos y creer en sus promesas. Desde que se abren las hostilidades, es preciso considerarlos como animales incapaces de comprender el lenguaje de la razón”52.

El mesianismo proletario de Weitlin hundía sus raíces en el milenarismo campesino europeo antes y después del siglo XVI cuando los seguidores de Thomas Müntzer en Alemania o Matia Gubec en Croacia y Eslovenia, exigían: “todo es de todos y nada es de nadie”. Eran los tiempos en Europa hacia el final de la Edad Media y comienzos de la modernidad en que se propagaban las revueltas campesinas con raíces mucho más antiguas. Proponían el retorno al “común”, al uso colectivo de las tierras, eliminado gradualmente por el feudalismo y aniquilado por la modernidad. El comunismo de Marx hundía sus raíces en el comunismo ancestral campesino europeo que había estado presente durante numerosas rebeliones, se lo podría considerar como una suerte de pariente occidental del colectivismo euroasiático cuyo caso ruso había estudiado rigurosamente. Pero Marx no se quedaba allí, asumía, digería críticamente la filosofía moderna y el conjunto de la ciencia de Occidente construyendo un pensamiento anticapitalista que al mismo tiempo se diferenciaba del “republicanismo” y del “socialismo” elitistas, burgueses, de su época (que Engels describe en su obra Socialismo utópico y socialismo científico”) y abrazaba fraternalmente a las rebeliones populares del pasado.

Relacionado con ello su concepto de dictadura, ejercida de manera directa, sin intermediarios, a partir de la conquista violenta, revolucionaria, del poder político por parte del proletariado, es colocado en oposición radical a la dictadura ejercida por una élite, rompiendo con el esquema jacobino y con todas las formas de gobierno burgués o burocrático. La dictadura proletaria en Marx es la profundización-superación proletaria de la democracia revolucionaria y no la dictadura de un partido-estado ejercida en nombre del proletariado.

El siglo XX le dio trágicamnente la razón a Marx, mostró por ejemplo en el caso de la Revolución Rusa, y no solo en ese caso, como la constitución de un estado dictatorial con sello de origen proletario reproducía su dictadura congelando la revolución y generando nuevos privilegios, nuevas formas de explotación y por consiguiente una nueva sociedad clasista. La “revolución en permanencia” contra toda forma de opresión fue así reemplazada por la reproducción del nuevo estado, autonomizado de su base inicial popular, disciplinando a esa base, bloqueando, reprimiendo cualquier forma de autopraxis proletaria, consolidando el poder de la burocracia. La revolución permanente de los de abajo acotando, democratizando al estado, fue sustituida por la reproducción ampliada del autoritarismo. El esquema jacobino no fue utilizado de manera exclusiva por Stalin, su despotismo, considerado por autores como Wittfogel como una prolongación moderna del despotismo oriental53 tenía sin embargo espacios ideológicos y prácticos comunes (incluyendo excesos represivos) con el conjunto de los dirigentes bolcheviques incluyendo al jacobinismo europeizante de Trotsky, así lo señalan desde autores marxistas libertarios como Willy Huhn 54 hasta prosoviéticos como Domenico Losurdo55.

Un camino accidentado. Trayectoria histórica del concepto de dictadura.

El destino trágico del concepto de dictadura en Marx (su falsificación sobre todo en el siglo XX) tiene un antes y un después, líneas ideológicas que llegan hasta él y que se desarrollan después. Aquí voy a focalizar una de ellas lo que no excluye posibles asociaciones con otras herencias (como los pensamientos de Kant y Hegel) y diversas descendencias.

Es posible trazar una ruta que, atravesando toda la modernidad, va desde Maquiavelo hasta Lenin pasando por Rousseau, Robespierre, Babeuf, Blanqui, llega a Marx, se prolonga de manera deformada en Kautsky y se expande en la revoluciones socialistas del siglo XX.

Según Gramsci en sus “Cuadernos de la cárcel56 el Príncipe descripto por Maquiavelo (1469-1527) expresaba de manera despótica la voluntad popular o aspiración colectiva, en la época de consolidación, en Europa, de los estados nacionales como ejemplificarían Luis XI en Francia, Isabel I de Inglaterra, los Reyes Católicos Fernando e Isabel de España, etc. Aparecen dos objeciones a la afirmación gramsciana, primero el hecho que dichos estados “nacionales” emergieron oprimiendo nacionalidades preexistentes, temas aún no resueltos en el siglo XXI como los de Escocia o Cataluña así lo demuestran, y segundo el desarrollorealizado poco después de Maquiavelo por Eugenne de La Boetie acerca de la naturaleza del despotismo. Su “Discurso de la servidumbre voluntaria” aparece como la contracara crítica, libertaria, de la marea autoritaria,  arristocrática- protoburguesa que arrasó Europa aplastando a las culturas campesinas57. En el mejor de los casos la voluntad colectiva que descubre Gramsci sería la de una “nación” que se realiza como tal integrando-esclavizando a otras nacionalidades.

Esta idea de voluntad colectiva expresada por el déspota se convierte en Rousseau en “voluntad general”, democrática, concretada mediante un “contrato social” que legitima el poder del estado, de ese modo la Razón brindaría la posibilidad de una real convivencia humana. No se trata de la suma de las voluntades individuales o grupal sino de su síntesis superadora, la teoría de sistemas en su versión simplificada confirmaría la propuesta rousseauniana recordándonos que en un sistema viviente el todo es superior a la suma de las partes58.

La Revolución Francesa en su euforia jacobina intentó realizar la utopía de Rousseau, pero como observó críticamente Marx, Robespierre y sus seguidores se estrellaron contra el muro de la sociedad real, la lucha de clases pudo más que la Razón y el 9 de termidor marcó la muerte de esa ilusión. La dictadura jacobina apoyada por la plebe pretendía en nombre de la Razón universal colocarse por encima de las contradicciones sociales intentando establecer equilibrios que resultaron ser inviables. Golpeó a la derecha desde los girondinos hasta Dantón pero también a la izquierda, enraizada en las clases populares, lo que   fue   aprovechado   por   la   derecha   para   liquidar   a Robespierre inaugurando un ciclo reaccionario que llevó a Napoleón y su Imperio y luego a la restauración de la vieja monarquía.

Quedó en la memoria el despliegue de la democracia revolucionaria y de la crítica a la furiosa hibridez burguesa de los jacobinos emergió desde la noche termidoriana la tentativa fracasa da de insurrección, la “conspiración de los iguales” encabezada por Babeuf intentando relanzar la revolución pero superando las limitaciones jacobinas a través de una dictadura plebeya que algunos autores han calificado de protocomunista. Fue su compañero de lucha Filippo Buonarroti quién realizará una paciente y prolongada difusión de los ideales babuvistas, organizando sociedades secretas comunistas, escribiendo textos esclarecedores como La conspiración por la igualdad llamada de Babeuf59. Auguste Blanqui fue un heredero directo de esa tradición siendo probablemente el primero en utilizar el concepto de dictadura proletaria en los años  1830, aunque algunos autores como George Lichthein ponen en duda esa paternidad60 lo cierto es que a partir de sus iniciativas revolucionarias ese término se difundió más allá de Francia. La idea blanquista y luego marxiana es que la revolución instaura la voluntad general del proletariado desarrollada mediante un estado dictatorial contra la burguesía hasta eliminarla completamente y que al lograrlo deja sin razón de ser al estado y disuelve al proletariado en una sociedad igualitaria61. Esta idea quedó plasmada en un documento conjunto que en 1850 firmarán en Londres Marx, Engels, representantes de Blanqui (en ese momento encarcelado en Francia) y de los comunistas ingleses. El texto conocido como “Reglamento de la Sociedad Universal de los Comunistas Revolucionarios” señala en su primer punto: “El objetivo de la asociación es el fin de todas las clases privilegiadas y la sujeción de esas clases a la dictadura del proletariado, manteniendo la revolución en permanencia hasta la realización del comunismo, que es la forma final de organización de la sociedad humana”. El documento había sido ocultado durante más de treinta años por el dirigente socialdemócrata alemán Eduard Bernstein quien lo había heredado de Engels junto a otros papeles como relata David Riazanov que lo publica en 192862. Kautsky, Bernstein y otros célebres divulgadores-manipuladores de la obra de Marx y Engels creian nocivo difundir lo que ellos consideraban desviaciones “blanquistas” (hoy dirían “ultraizquierdistas”) de los que proclamaban como sus maestros. Bernstein señalará hacia 1898: “En Alemania Marx y Engels, con base en la dialéctica hegeliana, desarrollaron una teoría íntimamente relacionada al blanquismo… totalmente impregnados de un espíritu blanquista-bobuvista63 (Bernstein se refiere a textos de Marx y Engels de fines de los años 1840 y comienzos de los años 1850).

Como bien lo señalan Bensaïd y Lowy en un trabajo esclarecedor sobre Blanqui su concepto de dictadura proletaria (que a mi entender debe ser extendido a Marx) no se refiere a la instauración de una dictadura que se autoproclama “representación histórica del proletariado” estableciendo su propio despotismo de duración indefinida (por ejemplo como dictadura del partido de los verdaderos comunistas) sino al ejercicio directo del poder por parte del proletariado, es decir de la democracia revolucionaria del proletariado estableciendo inicialmente un poder, un aparato estatal que gradualmente (revolución en permanencia mediante) se va disolviendo en las bases sociales que lo sostienen. Bensaïd y Lowy marcan entre las características principales del pensamiento de Blanqui al anticapitalismo radical, al rechazo del reformismo y a la inclinación antiestatista y antiautoritaria64.

Para Marx y Engels como lo señalan en el Manifiesto Comunista: en las diferentes fases de la lucha entre proletarios y burgueses los  comunistas representan siempre y por todas partes los intereses del movimiento en su conjunto… teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja tener de un concepto claro de las condiciones, de la marcha y de los fines generales del movimiento proletario65, recalcando su función impulsora, esclarecedora, incluso de vanguardia revolucionaria práctica pero no como encarnación de la voluntad general, ni mucho menos como posible reemplazante “histórico” de la masa proletaria de carne y hueso, ejerciendo el poder en su nombre. Y es así porque la dictadura en Marx es el resultado revolucionario de la autopraxis del proletariado capaz de pensar por si mismo.

Pero Marx va a ser digerido en Europa desde fines del siglo XIX por el socialismo reformista (cara rosada de la prosperidad colonial europea), los popes de la socialdemocracia alemana encabezarán la tarea inyectando fuertes dosis de elitismo a las enseñanzas de sus maestros.

Karl Kautsky considerado en su época dorada como el mayor conocedor de la obra de Marx irradiará desde la socialdemocracia alemana una ruptura esencial respecto del pensamiento original de Marx.

La idea de autopraxis proletaria desparece como por arte de magia, relegada al museo de las desviaciones anarquizantes de Marx, sobre todo del joven Marx, no “completamente científico” cargando todavía, según Bernstein y Kautsky entre otros, la mochila hegeliana a veces recargada por algunas infiltraciones éticas neokantianas.

Según Kautsky el movimiento socialista no es el resultado de la autopraxis del proletariado sino de la unión entre las ideas socialistas (es decir el socialismo científico entendido como ciencia al servicio del proletariado) y el movimiento obrero donde los portadores de las ideas socialistas cumplen necesariamente el rol dirigente (estratégico) liberador. En una conferencia dictada por Kautsky en 1907, luego ampliamente divulgada como una suerte de pequeño texto sagrado marxista, él señalaba (reiterando su ya bien conocido punto de vista) que: “el socialismo y el movimiento obrero no son idénticos por naturaleza… (ya que) el socialismo supone el conocimiento en profundidad de  la sociedad moderna66 tarea propia de científicos, de intelectuales al servicio de la causa proletaria. Dicho de otra manera “la masa sufriente” kautskiana no piensa, en el mejor de los casos accede al pensamiento elaborado a su servicio por la “masa pensante”, los intelectuales socialistas. Es el regreso del Principe maquiaveliano que luego de haber probado sin éxito la indumentaria jacobina-burguesa decide cubrirse con la bandera roja del proletariado.

Esta separación entre pensamiento científico (superior) y practica proletaria (subordinada) marcará en el siglo XX tanto al socialismo reformista como al revolucionario. Había tomado vuelo en los últimos años del siglo XIX, coincidía a la perfección con el clima de época, el socialismo devenía progresista compitiendo con el liberalismo burgués en el uso de paradigmas comunes.

Desde la ascendente Europa se alzaban voces optimistas enseñando que el mundo se encaminaba por la vía del progreso indefinido, para los liberales el capitalismo era la puerta de entrada al paraíso, a la “civilización” superior de Occidente (tal vez tapizada por algunos sacrificios inevitables), para los socialistas el desarrollo capitalista permitía llegar hasta la puerta de ingreso del paraíso, aunque para atravesarla e internarse en el nuevo mundo era necesario el faro de las ideas socialistas.

La reelaboración elitista de la obra de Marx, su transformación en “marxismo ortodoxo”, sacralizado, se implantó desde fines del siglo XIX no solo en el espacio del socialismo reformista europeo, cubrió también a las variantes revolucionarias extendiéndose hacia la periferia. Ello ocurrió gracias a la convergencia de distintos factores ideológicos inscriptos en la evolución del capitalismo como fenómeno universal marcado por el sello de la hegemonía de Occidente.

Hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX la cultura occidental aparecía como polo global del progreso histórico, la modernización tenía un lugar geográfico preciso: Europa del Oeste extendida hacia el centro germánico y hacia el extremo oeste en Estados Unidos.

En la cúspide de ese polo se encontraba la ciencia y la tecnología garantizando, legitimando la viabilidad del sistema, y el socialismo entendido como resultado de la ciencia encajaba muy bien con esa visión del mundo. De allí emergía naturalmente la idea de la emancipación proletaria conducida por sabios dirigentes, científicos de la transformación. Retornaba el mito jacobino como razón proletaria encarnada en una élite de jefes, reformista, gradualista en algunos casos (sobre todo en la Europa próspera) y radicalizada, revolucionaria en la periferia hundida en el subdesarrollo.

Pero también esa época fue la del ascenso del estatismo en articular y de la eficacia de los grandes aparatos en general, de las organizaciones funcionando como máquinas bien aceitadas. Una cierta visión militar-modernizante dominaba el panorama.

La presentación del socialismo como organización estatal de la sociedad, gobernada por el proletariado a través de una élite científica que lo representaba históricamente aparecía como la alternativa posible, racional. El basismo, la auto-organización, empezaban a formar parte del conjunto de reliquias del pasado subestimadas como anarquismo, anatematizadas como “espontaneismo”.

Por su parte los marxistas rusos asumieron fácilmente las ideas kautskianas sobre la relación entre proletariado y conciencia socialista.

En su libro “¿Que hacer?” (1902) Lenin deja claro que las luchas obreras libradas a si mismas solo pueden conducir al sindicalismo y que para elevarse al anticapitalismo (para elevarse hasta las ideas socialistas, diría Kautsky) necesitarán la guía de los jacobinos comunistas organizados en partido centralizado, férreamente disciplinado. Allí Lenin cita entusiasmado a Kautsky, su maestro de entonces y reproduce lo que considera “palabras justas e importantes” a saber: La conciencia socialista moderna puede surgir únicamente sobre la base de profundos conocimientos científicos… pero el portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa, es el cerebro de algunos miembros de esa capa de donde ha surgido el socialismo moderno y han sido ellos quienes lo han transmitido a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego a la lucha de clases del proletariado… de modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera… y no algo que ha surgido espontáneamente ”. Y Lenin agrega agravando la ruptura elitista del legado de Marx: “Ya no se puede ni hablar de una ideología independiente elaborada por las masas obreras en el curso de su
movimiento, el problema se plantea solamente así: ideología burguesa o ideología socialista”67.

No solo desaparece la autopraxis proletaria señalada por Marx, en su lugar se establece que los proletarios sin el auxilio de los intelectuales está condenado a la “espontaneidad” propia de seres inferiores normalmente irracionales o muy poco racionales, sino que la “conciencia” asume la forma de “ideología socialista”. La reducción del socialismo a la condición de ideología, es decir “falsa conciencia” estructurada (si nos atenemos a la definición del concepto hecha por Marx y Engels) cierra de manera drástica la era Marx y marca el nacimiento del “marxismo” devenido ortodoxia, discurso sagrado, en consecuencia administrado por los sacerdotes de la religión laica suministrada generosamente a los fieles.

Ni Kautsky ni mucho menos Lenin postularon la emergencia de una casta privilegiada de burócratas o déspotas portadores de la fe sino todo lo contrario, los dirigentes son presentados como abnegados héroes de la emancipación proletaria. Trotsky en un encendido mensaje (diciembre de 1919) extiende la santificación a los cuadros del Partido y los compara con los samuráis del Japón: ““Hace tiempo estudiamos a la casta japonesa de los samuráis quienes, en nombre de la sociedad, del conjunto de la nación, nunca se dejaron detener por ninguna barrera. Considero que a través de nuestros comisarios, de nuestros comunistas marchando en la primera línea del combate, nos hemos convertido en un nuevo orden de samuráis comunistas que, sin privilegios de casta, están dispuestos a morir por la causa de la clase obrera"68. Casta supuestamente sin privilegios de casta, élite sacrificada que pasado el tiempo del sacrificio seguirá reproduciéndose  como sistema de poder.

Algunos autores como es el caso de Jean Barrot han postulado la existencia de un paquete ideológico coherente calificado como kautskismo-leninismo, el título de su texto es por demás elocuente: “El “renegado” Kautsky y su discípulo Lenin69.

Sin embargo existen diferencias significativas entre ambos. Kautsky insistía en el rol pedagógico del Partido y en el requisito indispensable para la transición hacia el socialismo: la madurez cultural del proletariado producto del desarrollo de las fuerzas productivas y de las sabias enseñanzas de sus maestros marxistas. Para los bolcheviques el Partido no solo representaba los “intereses históricos del proletariado”, por encima del proletariado concreto, sino que además podía llegar a apoyarse en la insurgencia de este último, conducirla a la manera jacobina, para tomar el poder. El tema de la “madurez” de la conciencia proletaria quedaba incluido, en cierto sentido  disuelto, en una cuestión más amplia: la de la madurez de las condiciones generales que permiten la toma revolucionaria del poder por parte del Partido. Kautsky criticó duramente a los bolcheviques acusándolos de haber utilizado demagógicamente la rebelión proletaria para instaurar su poder partidario70. Según Kautsky, acompañando así a los mencheviques, la alternativa racional pasaba por la victoria de una revolución democrática burguesa, de ninguna manera socialista. El carácter “atrasado” de los obreros rusos, agravado por el “atraso” aún mayor de los campesinos impedían pretender una revolución anticapitalista.

El problema es si en la Rusia de 1917 existían realmente condiciones para la instauración de una república burguesa democrática, ya que Rusia no era “atrasada” (precapitalista en marcha hacia el capitalismo) sino subdesarrollada, es decir una sociedad integrada de manera periférica al capitalismo mundial. La rebelión popular, democrática se oponía de manera práctica a un sistema subdesarrollado específico que combinaba viejas formas despóticas, modernizadas, provistas de un avanzado instrumental de opresión, con la gran industria y la superexplotación de la masa campesina. En consecuencia esa rebelión, exasperada por las consecuencias trágicas de la guerra, tendía a desbordar, quebrar, los límites del capitalismo subdesarrollado. La opción real al anticapitalismo no era el democratismo burgués sino el terror reaccionario. Trotsky lo señaló de manera contundente. Si los bolcheviques no hubieran tomado el poder el mundo habría conocido una versión rusa de “fascismo” cinco años antes de la marcha sobre Roma71
       
Dicho de otra manera la Revolución de Octubre con su insólita audacia era la alternativa realista, Kautsky apoyado en una montaña de libros y en una extrapolación conservadora de la historia europea afirmaba en su “Terrorismo y comunismo” (1919) que las aspiraciones anticapitalistas rusas era un sueño imposible pero desde la tormenta de la Revolución Francesa (tan admirada por Kautsky) Saint Just le respondía que “lo imposible es la única posibilidad”. Las revoluciones son siempre originales, sorprendentes, tanto para sus protagonistas como para sus sabios observadores.

Sabemos ahora como el ensayo de socialismo en Rusia no pudo superar de manera irreversible al capitalismo y que terminó siendo devorado por la peste burocrática.

En 1928 el bolchevique Christian Rakovsky describirá en “Los peligros profesionales del poder” como se produjo la transformación de los heroicos dirigentes del pasado en burócratas privilegiados72 y el comunista yugoslavo Anton Ciliga que participó de la vida cotidiana de los círculos dirigentes de la naciente URSS en los años 1920 relató en su obra “En el país de la mentira desconcertante” como gradualmente la burocracia roja engrosada por un aluvión de oportunistas se fue diferenciando de las bases populares hasta convertirse en una clase dominante73.

Queda ante nosotros un viejo debate sin salida aparente. Los herederos del bolchevismo señalando que los partidarios de la autopraxis proletaria (anarquistas, consejistas, comunistas basistas, etc.) estaban equivocados ya que sus propuestas postergaban indefinidamente la toma del poder. Los libertarios señalando que la alternativa bolchevique llevaba inevitablemente hacia el poder burocrático.

La historia demostró en apariencia que ambos tenían razón porque los libertarios, como quedó demostrado en la guerra civil española o en la sublevación anarquista ucraniana en los primeros años de la revolución rusa, han sido históricamente incapaces para concretar la revolución anticapitalista y porque los leninistas (en sus diversas variantes) transformaron la ilusión comunista en decepción, en degeneración burocrática de la revolución.

En realidad ambos estaban equivocados porque la autoemancipación proletaria en tanto proceso universal, planetario, solo puede ser aprehendida como proceso operando en el largo plazo histórico, a través de una prolongada sucesión de pruebas, de ensayos, algunos de dimensión oceánica, otros de pequeña magnitud, que comenzaron en el  siglo XIX (en la Comuna de París), cobraron impulso en el siglo XX (con las revoluciones en Rusia o en China entre otras) pero sufriendo el peso abrumador, cultural, tecnológico, de la hegemonía de la civilización burguesa que se siguió reproduciendo incluso cuando había dado los primeros pasos de su decadencia.

Ahora ya instalados en el siglo XXI convergen por una parte un inmenso aprendizaje democrático, participativo de miles de millones de oprimidos del planeta, desplegado desde el siglo XX, en algunos casos muy activo y en otros menos potente, aprendiendo de los fracasos y de las victorias, de las resistencias, de las insurgencias urbanas y campesinas y más recientemente de la proliferación de autoconvocatorias populares. Y por otra parte la ya evidente profundización de la decadencia sistémica del capitalismo convertido en una avalancha tanática que como profetizaban Marx y Engels reproduce en escala ampliada fuerzas destructivas que amenazan la supervivencia de la humanidad. La decadencia burguesa puede ser el veneno embrutecedor irresistible que conduce al desastre universal pero también la expresión de debilidad, de bloqueo inútil, que es incapaz de cerrale la puerta a la regeneración humana, a la autopraxis emancipadora, al aluvión insurgente global de los oprimidos.

Conclusiones

La civilización burguesa constituye la culminación planetaria, realmente universal, de toda la historia de las civilizaciones, todas ellas caracterizadas por la opresión y la explotación del hombre por el hombre y al mismo tiempo la depredación creciente del entorno ecológico (a medida que cada civilización asciende hasta su limite superior). La fractura del metabolismo sociedad-naturaleza destacada por Marx aparece siempre asociada a la degradación extrema de las relaciones sociales, ocurrió en las antiguas experiencias de las civilizaciones precapitalistas (limitadas a regiones más o menos extensas) y se reitera ahora, a una escala desmesurada, planetaria, en plena globalización capitalista.

Siguiendo a Toynbee es posible afirmar que las  comunidades primitivas, igualitarias, sin clases sociales y sin estado abarcaron la casi totalidad de la trayectoria humana, sucedidas por las civilizaciones, que representan apenas el 2% al 3 % respecto de la etapa anterior. La vida comunitaria de las sociedades no-civilizadas caracterizadas por el “comunismo primitivo” está tan abrumadoramente extendida en la historia humana que no sería demasiado fantasioso hablar de la altamente probable presencia subterránea de una latencia (en el sentido freudiano del concepto) “de un gran pasado actuando desde la penumbra”74: colectivista, fraternal, comunista, sobre la relativamente breve explosión civilizatoria, es decir del recuerdo “olvidado” del paraíso perdido donde “todo era de todos y nada era de nadie” como “recordaban” los seguidores de Thomas Münzer en el siglo XVI.

Nos vamos acercando, empujados por la dinámica de la decadencia, a una situación donde el universo burgués solo ofrecerá devastación ambiental y desastres demográficos y tal vez una nueva “civilización” posmoderna caracterizada por un nivel de barbarie de una magnitud nunca antes conocida por la humanidad. En ese sentido el siglo XX con sus gigantescas guerras imperialistas, las armas nucleares y el nazismo, entre otros aportes del “progreso occidental”, anticipó lo que podría llegar a suceder.

Frente a ello reaparecen pistas de superación enunciada por Marx, no como único escenario posible, inexorable, sino como necesidad histórica, como proceso de emancipación (autopraxis) protagonizado    por la masa sufriente que piensa” conformándose así el sujeto de miles de millones de seres humanos, embarcados en una insurgencia global, capaz de instaurar la dictadura democrática de los de abajo, aplastando a las élites del capitalismo, desarrollando la revolución en permanencia hasta la realización de la utopía comunista que Marx aparentemente no “detalló” (como lo hacían los viejos utopistas) sino que describió anticipadamente de manera muy precisa como una sociedad universal sin clases sociales y sin estado, los detalles quedan cargo de quienes vivan en ese futuro posible.

Los historiadores suelen hacer la distinción entre civilizaciones y sociedades primitivas y ciertas filosofías de la historia, como las de Kant o Hegel, encuadran a todas la civilizaciones en una marcha tendencialmente progresiva hacia una forma civilizada superior. Aunque la profundización del concepto, desplegándolo en el espacio histórico, comparando la prolongada fase precivilizada y la más breve, explosiva y cruel etapa de las civilizaciones, nos podría sugerir hablar de poscivilización, de sociedad humana rebosante de pluralidad, igualitaria, donde la noche de las civilizaciones con sus despotismos, depredaciones y miserias haya quedado definitivamente atrás.

Notas:

(44) Maximilien Rubel “L’autopraxis historique du proletariat” en “Auto-émancipation ouvrière et marxisme politique”, página 777, Économies et Sociétés Cahiers de l’ I.S.M.E.A., Série S, n.º 18, París 1975.
(45) Marx-Engels, “Manifiesto del Partido Comunista” en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, página 47, Editorial Progreso, Moscu 1966.
(46) K. Marx, "Estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores"-1864, Marxists Internet Archive, enero de 2000.
(47) Elmar Altvater, “¿Existe un marxismo ecológico?”, CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2006, http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/campus/marxis/P3C2Altvater.pdf
(48) K. Marx, Economie, t. II, página 78. Editions de La Pleyade, París 1972.
(49) Carta de Engels en respuesta a un socialista austríaco que proponía incluir al antisemitismo en el programa socialista de ese país, publicada el 9 de Mayo de 1890 en el periódico Arbeiter-Zeitung. El periódico había sido fundado en 1899 por Victor Adler. Arbeiter Zeitung Nr 19, 9 Mai 1890 (MEGA I/31.S.249-251).
(50) Carlos Marx y Federico Engels, “Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas” en Carlos Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, páginas 92-103, Editorial Progreso, Moscu 1966.
(51) Carlos Marx, «Carta a Joseph Weydemeyer». Londres, 5 de marzo de 1852. En C. Marx y F. Engels,
Obras Escogidas. Progreso, Moscú 1980. Tomo I, página 542
(52) Citado por Maximilein Rubel, op. cit. Página 801.
(53) Karl A. Wittfogel, “Despotismo oriental. Estudio comparativo del poder totalitario”, Ediciones Guadarrama, Madrid 1966.
(54) Willy Huhn, “Trotsky, le Staline manqué”, Cahiers Spartacus, Série B - N. 11, Paris Octobre-Novembre 1981
(55) Domenico Losurdo, “Staline. Histoire et critique d’une légende noire”, Éditions Aden, París 2011.
(56) Antonio Gramsci, “Cuadernos de la cárcel - Cuaderno 13 (1932-1934), “Notas breves sobre la política de Maquiavelo”, Coedición Ediciones Era- Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México 2000, http://www.feduba.org.ar/2016/07/22/cuadernos-de-la-carcel-completo-para-descargar/
(57) Étienne De la Boétie, “Le discours de la servitude volontaire”, Payot, París 1976.
(58) El problema reside en quien y como expresa la voluntad general, en la configuración de las relaciones prácticas entre el estado teóricamente representativo de la totalidad social y la estructura concreta de dicha sociedad, el poder real relativo de sus componentes (que puede expresarse como dictadura burguesa con disfraz democrático) y también en el nivel de autonomía del estado, de su aparato burocrático respecto de la sociedad especialmente en el caso en que las viejas clases dominantes han sido eliminadas o disponen de un poder fuertemente disminuido
(59) Ph. Bounarroti, “La conspiration de l’égalité dite de Babeuf”, Editions Sociales, París 1957.
(60) George Lichthein, “Los orígenes del socialismo”, página 31, Editorial Anagrama, Barcelona 1970.
(61) Maurice Dommangget, “Blanqui”, Librairie de l’Humanité, París 1924.
(62) David Riazanov, “The Relations of Marx with Blanqui”, Unter dem Banner der Marxismus, 2nd year, nº1-2, 4-5,, August 1928, Marxist Internet Archive, https://www.marxist.org/archive/riazanov/1928/xx/blanqui.htm
(63) Texto de Eduard Bernstein (citado por Riazanov, op.cit) “Die Voraussetzungen des Sozialismus”, Stuttgart, páginas 28-29.
(64) Daniel Bensaïd et Michael Löwy, "Auguste Blanqui, communiste hérétique", 2006, http://danielbensaid.org/Auguste-Blanqui-communiste-heretique?lang=fr
(65) Carlos Marx y Federico Engels, “Manifiesto del Partido Comunista”, Obras Escogidas, Tomo I, página 31. Ediciones Progreso, Moscú 1966.
(66) Karl Kautsky, “Les trois sources du marxisme. La ouvre historique de Marx” (1907), páginas 21-22, Spartacus, París 1970.
(67) V. I. Lenin, Obras Escogidas, Tomo I, “¿Que hacer?”, páginas 156-157, Instituto de Marxismo-Leninismo del CC del PCUS, Ediciones en Lenguas Etranjeras, Moscú1960. La cita de Kautsky corresponde a un texto publicado en Neue Zeit, 1901-1902, XX, I, nº3, página 79.
(68) Citado en Willy Huhn, op.cit.,página 37.
(69) Jean Barrot, “Le “renégat Kautsky et son disciple Lenine” en Karl Kautsky, op.cit.
(70) Karl Kautsky, “Terrorismo y comunismo”. Páginas 79-80, Ediciones Alejandría Peroletaria, Valencia 2018, http://grupgerminal.org/?q=system/files/1919-terrocomu-kautsky.pdf
(71) Trotsky citado en Willy Huhn, op.cit., página 12.
(72) Christian Rakovsky: “Los peligros profesionales del poder” (1928), Marxists Internet Archive, febrero de 2002, https://www.marxists.org/espanol/rakovski/1928/08-1928.htm
(73) Anton Ciliga, “Au pays du mensonge déconcertant”, Unión Générale d’Éditions-10/18, París 1977
(74) Sigmund Freud, “Moisés y la religión monoteísta”, páginas 79-85, Editorial Losada, Buenos Aires 1959.



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