Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?
(Decimotercera Parte)
Julio Carmona
III. Ideología, estética y
poética
En
principio se debe constatar que Miguel Gutiérrez, a propósito de la reedición
de su novela Poderes secretos, en una
entrevista periodística en torno a la figura del Inca Garcilaso de la Vega,
dice lo siguiente:
No me
queda ninguna duda en cuanto a su grandeza como escritor. Sobre ese aspecto,
siempre tengo un interés porque de ahí salía, en parte, la modernidad de
Garcilaso, de que iba a ser alguien, que no se lo daba ni el linaje paterno y
materno, sino el fundarse como escritor, y con eso funda también la profesión
de escritor en el Perú (Escribano, C-2010).
Y es esa una apreciación que resume la
concepción estética de MG, en relación con Garcilaso y en relación con su
concepción última de la literatura. MG, pues, busca justificar su «nueva»
asunción ideológica del escritor, viéndolo desde el punto de vista formal, sin
incidir en el carácter de clase de su obra. Idea que plantea así, en su ensayo La invención novelesca: «En adelante, mi
único partido sería la novela, pasase lo que pasase en mi país, en mi familia,
en mi vida» (B-2009: 206); y en este mismo texto dice que en China «viví en
carne propia la gran contradicción entre mi vocación de novelista y los
requerimientos de un accionar de acuerdo a las ideas asumidas» (p. 273). Y,
aludiendo a estas frases, en su último libro de ensayos, La cabeza y los pies de la dialéctica, repite el mismo tópico:
Yo no
he sido ajeno a los dramas que vivieron ortodoxos y heterodoxos. En otro texto
he revelado los problemas que afronté como novelista ante los requerimientos
del compromiso social. Pero hace algo más de veinte años comprendí (bastante
antes de que lo leyera en Kundera147) que mi verdadero y único
partido era el de la novela. (2011: 414).
Es decir, MG está actuando desde la
óptica de los estudios literarios burgueses, y no de los estudios literarios
marxistas (y a estos últimos dice seguir adscrito). Para el marxismo esa
situación del «escritor profesional»: preocupado por ‘construir un hombre, un
escritor, que en última instancia me lo deba a mí mismo’, es algo que ya está
descontado. Esa situación es, en todo caso, el aporte de la burguesía, a partir
del Renacimiento (a final de cuentas, el Renacimiento es la revolución cultural
de la burguesía): con él las condiciones para una nueva concepción del arte ya
había madurado lo suficiente como para que el individuo reclamase su autonomía,
también en el arte y la literatura. Y surge la necesidad de firmar las obras,
de que se reconozca su autoría. Por eso Malraux dijo que la cultura occidental
ha sido la única que ha matado a sus dioses sin sustituirlos por otros. Porque
en las edades anteriores el arte dependía de los dioses, y, en ese sentido, los
de la mitología griega fueron reemplazados por los del cristianismo. En la Edad
Moderna (a partir del Renacimiento) el arte depende de sí mismo, ha creado su
propia iconografía y desterró de ella a la religión. Eso, por tanto, no es
mérito de Garcilaso. Eso lo que demuestra es que era un hijo de su época, que
estaba permeándose en él el espíritu burgués (reconocido, por el mismo MG)
cuando nos dice de él que «era alguien que disputaba una buena posición
económica, próspero comerciante en granos, crianza de caballos, eventualmente
dedicado al tráfico de esclavos». Un próspero comerciante es algo distinto al
ideal aristocrático (de no trabajar y vivir solo de las rentas del feudo).
La estética marxista no puede
reivindicar esa «autonomía» como algo decisivo. Eso es algo ya «conquistado».
Para ella, lo que debe hacerse —a partir de eso— es insertar ese logro: el
trabajo artístico como algo propio, singular, «autónomo», en la lucha de clases
—antes de la revolución— y en la construcción del comunismo —después de ella.
Poner énfasis en lo otro es, en principio, redundante, pero es también una
argucia para decir que el artista está au-dessous
la mêlée, por encima de la contienda, que no tiene nada que ver con la
lucha de clases. Ahora bien, si eso se dice de manera personal, individual,
como una adopción íntima e independiente del marxismo y reconociendo, más bien,
que se está adoptando una posición ideológico-burguesa, nadie tendría por qué
censurarlo, salvo reconocer que se está dando la típica expresión de «salir del
closet». Pero, si eso se trata de hacerlo extensivo a la condición del
novelista, en general, y lo que es peor decir que asumiendo esa concepción se
sigue siendo marxista, ya es otro cantar. Y esto es lo que hay que denunciar.
Y como esas «nuevas» ideas de MG son las
que han decidido el producto novelesco aquí criticado, en este capítulo vamos a
rastrearlas (no de manera exhaustiva: esto reclamaría un libro especial) en tres
de los libros en que se sustentan, a manera de ensayo: La generación del 50 (1988), El
pacto con el diablo (2007), La
invención novelesca (2008) y La
cabeza y los pies de la dialéctica (2011), este último de manera
tangencial, por haber aparecido (y haberlo adquirido) a fines del año en que
fue publicado, prácticamente cuando ya teníamos concluido este trabajo. Con
todo, no nos queda sino lamentar la involución que se ha producido en la
concepción ideológica de MG. Involución de un autor que alcanzó su mayor altura
creativa con su tercera novela La
violencia del tiempo, una novela en la que se plasma —con promisoria
perspectiva para el desarrollo del género en el ámbito de los narradores de
estirpe popular— una propuesta realista y hasta socialista, como —con
apresurado entusiasmo— la llegó a calificar un joven estudioso de nuestra
literatura, quien dijo de ella que «Estamos ante una novela animada por unas
ideas y una sensibilidad socialistas.» Y concluye indicando que:
«La
Violencia del Tiempo» (sic) es nuestra novela socialista. En estos tiempos en
que otros suelen ser los aires, las miras, los temas y motivos en la joven
narrativa, es encomiable que un escritor venido de las buenas canteras de los
años 50, cuando los debates sobre las interrelaciones entre estética y poder
estaban en primera línea en nuestro país, apueste valientemente por esta manera
disidente de encarar el acto literario y que es una otra manera de encarar la
vida. Gestos, ambos, que hacen tanta falta en el Perú y en el mundo de hoy.148
MG ha pagado un muy alto precio por su
«independencia» como narrador frente a «los requerimientos del compromiso
social»: haber traicionado la expectativa de la juventud socialista, marxista,
proletaria, que veían en él a un paradigma, una luz en la caverna, un ejemplo
digno de seguir.
_________
(147)
Siempre: la búsqueda de «paradigmas» que otorguen el espaldarazo, para huir del
desamparo.
(148)
César Ángeles L. «El rojo fuego de los médanos. En torno a la novela peruana La Violencia del Tiempo, de Miguel
Gutiérrez» (C-1998). La lección que deja la lectura de este artículo es que en
la crítica se debe evitar la emotividad. Por esta, el articulista rinde
homenaje a un autor cuya trayectoria estético/ideológica todavía no ha
concluido; algo así como cuando se adjudica a un evento o a una institución el
nombre de una persona viva, sin saber que todavía puede defeccionar. Aquí
habría que recordar la última intervención del coro en Edipo Rey: «No digáis que nadie es feliz hasta que haya muerto». Y
muchas de las conclusiones de encomio hacia el autor estudiado respecto de su
consecuencia revolucionaria, se han visto desmentidas por las propias
declaraciones de este, en los últimos años (los correspondientes al siglo XXI:
como si se hubiera visto obligado a cambiar de indumentaria, aduciendo que a
nuevo siglo, nueva identidad ideológica o vital).
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