martes, 7 de noviembre de 2017

Edición extraordinaria: Lenin en la revolución rusa

Los Bolcheviques Deben Tomar el Poder

V.I. Lenin

12-14 (25-27) de septiembre de 1917

Después de haber conquistado la mayoría en los sóviets de diputados obreros y soldados de ambas capitales, los bolcheviques pueden y deben tomar en sus manos el poder del Estado.

        Pueden, pues la mayoría activa de los elementos revolucionarios del pueblo de ambas capitales es suficiente para llevar tras de sí a las masas, vencer la resistencia del enemigo, derrotarlo, conquistar el poder y sostenerse en él; pueden, pues al proponer en el acto la paz democrática, entregar en el acto la tierra a los campesinos y restablecer las instituciones y libertades democráticas, aplastadas y destrozadas por Kerensky, los bolcheviques formarán un gobierno que nadie podrá derrocar.

        La mayoría del pueblo nos apoya. Así lo ha demostrado el largo y difícil camino recorrido desde el 6 de mayo hasta el 31 de agosto y hasta el 12 de septiembre: la mayoría en los sóviets de ambas capitales es el fruto de la evolución del pueblo hacia nosotros. Lo mismo demuestran las vacilaciones de los eseristas y mencheviques, y el fortalecimiento de los internacionalistas entre ellos.

        La Conferencia Democrática no representa a la mayoría del pueblo revolucionario, sino únicamente a las cúspides pequeñoburguesas conciliadoras. No debemos dejarnos engañar por las cifras electorales, pues el quid de la cuestión no está en ellas: comparad las elecciones a las dumas urbanas de Petrogrado y Moscú con las de los sóviets. Comparad las elecciones en Moscú y la huelga moscovita del 12 de agosto: ahí tenéis los datos objetivos referentes a la mayoría de los elementos revolucionarios que guían a las masas.

        La Conferencia Democrática engaña a los campesinos, no dándoles ni la paz ni la tierra.

        El gobierno bolchevique es el único que satisfará a los campesinos.

* * *

¿Por qué deben los bolcheviques tomar el poder precisamente ahora?

        La inminente entrega de Petrogrado hará cien veces más difíciles nuestras posibilidades.

        Y, mientras el ejército esté encabezado por Kerensky y Cía., no estamos en condiciones de impedir la entrega de Petrogrado.

        No se puede “esperar” a la Asamblea Constituyente, pues Kerensky y Cía. podrán frustrarla siempre con esa misma entrega de Petrogrado. Sólo nuestro partido, tomando el poder, puede asegurar la convocatoria de la Asamblea Constituyente y, después de tomar el poder, acusará de demora a los demás partidos y demostrará su acusación.

        La paz por separado entre los imperialistas ingleses y alemanes puede y debe ser impedida únicamente si se actúa con rapidez.

        El pueblo está cansado de las vacilaciones de los mencheviques y eseristas. Sólo nuestra victoria en ambas capitales hará que los campesinos nos sigan.

* * *

No se trata del “día” de la insurrección, de su “momento”, en el sentido estrecho de la palabra. Eso lo decidirá únicamente la voluntad común de los que están en contacto con los obreros y los soldados, con las masas.

        Se trata de que ahora, en la Conferencia Democrática, nuestro partido tiene de hecho su congreso, y este congreso debe (lo quiera o no) decidir el destino de la revolución.

        Se trata de conseguir que esta tarea sea clara para el partido: poner a la orden del día la insurrección armada en Petrogrado y Moscú (comprendida la región), conquistar el poder, derribar el gobierno. Hay que pensar en cómo hacer agitación en pro de esta tarea, sin expresarse así en la prensa.

        Recordad y reflexionad sobre las palabras de Marx respecto a la insurrección: “la insurrección es un arte”, etc.

* * *

Es ingenuo esperar la mayoría “formal” de los bolcheviques: ninguna revolución espera eso. Tampoco lo esperan Kerensky y Cía., sino que preparan la entrega de Petrogrado. ¡Precisamente las ruines vacilaciones de la Conferencia Democrática deben agotar, y agotarán, la paciencia de los obreros de Petrogrado y Moscú! La historia no nos perdonará si no tomamos ahora el poder.

        ¿Que no existe un aparato? Ese aparato existe: los sóviets y las organizaciones democráticas. La situación internacional precisamente ahora, en vísperas de la paz por separado de los ingleses con los alemanes, nos es favorable. Precisamente ahora, proponer la paz a los pueblos significa triunfar.

        Tomando el poder simultáneamente en Moscú y Petrogrado (no importa quién empiece; quizá pueda empezar incluso Moscú), triunfaremos de manera indefectible y segura.




El Marxismo y la Insurrección
Carta al Comité Central del POSD(b) de Rusia

V. I. Lenin

El 13-14 (26-27) de septiembre de 1917.

Entre las más malignas y tal vez más difundidas tergiversaciones del marxismo por los partidos "socialistas" dominantes, se encuentra la mentira oportunista de que la preparación de la insurrección, y en general, considerar la insurrección como un arte, es "blanquismo".

        Bernstein, dirigente del oportunismo, se ganó ya una triste celebridad acusando al marxismo de blanquismo, y, en realidad, con su griterío acerca del blanquismo, los oportunistas de hoy no renuevan ni "enriquecen" en lo más mínimo las pobres "ideas" de Bernstein.

        ¡Acusar a los marxistas de blanquismo, porque conciben la insurrección como un arte! ¿Es posible una más flagrante distorsión de la verdad, cuando ningún marxista niega que fue el propio Marx quien se pronunció del modo más concreto, más claro y más irrefutable acerca de este problema diciendo precisamente que la insurrección es un arte, que hay que tratarla como tal arte, que es necesario conquistar un primer triunfo y seguir luego avanzando de triunfo en triunfo, sin interrumpir la ofensiva contra el enemigo, aprovechándose de su confusión, etc., etc.?

        Para poder triunfar, la insurrección debe apoyarse no en una conjuración, no en un partido, sino en la clase más avanzada. Esto en primer lugar. La insurrección debe apoyarse en el auge revolucionario del pueblo. Esto en segundo lugar. La insurrección debe apoyarse en aquel momento de viraje en la historia de la revolución ascensional en que la actividad de la vanguardia del pueblo sea mayor, en que mayores sean las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, a medias, indecisos, de la revolución. Esto en tercer lugar. Estas tres condiciones, previas al planteamiento del problema de la insurrección, son las que precisamente diferencian el marxismo del blanquismo.

        Pero, si se dan estas condiciones, negarse a tratar la insurrección como un arte equivale a traicionar el marxismo y a traicionar la revolución.

        Para demostrar que el momento actual es precisamente el momento en que el Partido está obligado a reconocer que la insurrección ha sido puesta al orden del día por la marcha objetiva de los acontecimientos y que la insurrección debe ser considerada como un arte, para demostrarlo, acaso sea lo mejor emplear el método comparativo y trazar un paralelo entre las jornadas del 3 y 4 de julio y las de septiembre.

        El 3 y 4 de julio se podía, sin faltar a la verdad, plantear el problema así: lo justo era tomar el Poder, pues, de no hacerlo, los enemigos nos acusarán igualmente de insurrectos y nos tratarán como a tales. Pero de aquí no se podía hacer la conclusión de que hubiera sido conveniente tomar el Poder en aquel entonces, pues a la sazón no existían las condiciones objetivas necesarias para que la insurrección pudiera triunfar.

        1) No teníamos todavía con nosotros a la clase que es la vanguardia de la revolución.
        No contábamos todavía con la mayoría de los obreros y soldados de las capitales. Hoy tenemos ya la mayoría en ambos Soviets. Es fruto, sólo de la historia de julio y agosto, de la experiencia de las "represalias" contra los bolcheviques y de la experiencia de la kornilovada.

        2) No existía entonces un ascenso revolucionario de todo el pueblo. Hoy existe, después de la kornilovada. Así lo demuestra el estado de las provincias y la toma del Poder por los Soviets en muchos lugares.

        3) Entonces, las vacilaciones no habían cobrado todavía proporciones de serio alcance político general en las filas de nuestros enemigos y en las de la pequeña burguesía indecisa. Hoy, esas vacilaciones son gigantescas: nuestro principal enemigo, el imperialismo de la Entente y el imperialismo mundial (ya que los "aliados" se encuentran a la cabeza de éste) empieza a vacilar entre la guerra hasta el triunfo final y una paz separada dirigida contra Rusia. Y nuestros demócratas pequeñoburgueses, que ya han perdido, evidentemente, la mayoría en el pueblo, vacilan también de un modo extraordinario, habiendo renunciado al bloque, es decir, a la coalición con los kadetes.

        4) Por eso, en los días 3 y 4 de julio, la insurrección habría sido un error: no habríamos podido mantenernos en el Poder ni física ni políticamente. No habríamos podido mantenernos físicamente, pues aunque por momentos teníamos a Petersburgo en nuestras manos, nuestros obreros y soldados no estaban dispuestos entonces a batirse y a morir por Petersburgo: les faltaba todavía el "ensañamiento", el odio hirviente tanto contra los Kerenski, como contra los Tsereteli y los Chernov. Nuestros hombres no estaban todavía templados por las persecuciones contra los bolcheviques, en que participaron los eseristas y mencheviques.

        Políticamente, los días 3 y 4 de julio no habríamos podido sostenernos en el Poder, pues, antes de la kornílovada, el ejército y las provincias podían marchar y habrían marchado sobre Petersburgo.

        Hoy, el panorama es completamente distinto.

        Hoy, tenemos con nosotros a la mayoría de la clase que es la vanguardia de la revolución, la vanguardia del pueblo, la clase capaz de arrastrar detrás de sí a las masas.

        Tenemos con nosotros a la mayoría del pueblo, pues la dimisión de Chernov no es, ni mucho menos, el único indicio, pero sí el más claro y el más palpable, de que los campesinos no obtendrán la tierra del bloque de los eseristas (ni de los propios eseristas), y éste es el quid del carácter popular de la revolución.

        Estamos en la situación ventajosa de un partido que sabe firmemente cuál es su camino en medio de las más inauditas vacilaciones, tanto de todo el imperialismo como de todo el bloque de los mencheviques y eseristas.

        Nuestro triunfo es seguro, pues el pueblo está ya al borde de la desesperación y nosotros señalamos al pueblo entero la verdadera salida: le hemos demostrado, "en los días de la kornilovada", el valor de nuestra dirección y, después, hemos propuesto una transacción a los bloquistas, transacción que éstos han rechazado sin que por ello hayan terminado sus vacilaciones.

        Sería el más grande de los errores creer que la transacción propuesta por nosotros, no ha sido rechazada todavía, que la Conferencia Democrática puede aceptarla todavía. La transacción era una oferta hecha de partido a partidos. No podía hacerse de otro modo. Los partidos la rechazaron. La Conferencia Democrática es sólo una conferencia, y nada más. No hay que olvidar una cosa: la mayoría del pueblo revolucionario, los campesinos pobres, irritados, no tienen representación en ella. Trátase de una conferencia de la minoría del pueblo; no se debe olvidar esta verdad evidente. Sería el más grande de los errores, el mayor de los cretinismos parlamentarios, que nosotros considerásemos la Conferencia Democrática como un parlamento, pues aun suponiendo que se hubiese proclamado parlamento permanente y soberano de la revolución, igualmente no resolvería nada: la solución está fuera de ella, está en los barrios obreros de Petersburgo y de Moscú.

        Contamos con todas las premisas objetivas para una insurrección triunfante. Contamos con las excepcionales ventajas de una situación en que sólo nuestro triunfo en la insurrección pondrá fin a unas vacilaciones que agotan al pueblo y que son la cosa más penosa del mundo; en que sólo nuestro triunfo en la insurrección dará inmediatamente la tierra a los campesinos; en que sólo nuestro triunfo en la insurrección hará fracasar todas esas maniobras de paz por separado, dirigidas contra la revolución, y las hará fracasar mediante la oferta franca de una paz más completa, más justa y más próxima, una paz en beneficio de la revolución.

        Por último, nuestro Partido es el único que, si triunfa en la insurrección, puede salvar a Petersburgo, pues si nuestra oferta de paz es rechazada y no se nos concede ni siquiera un armisticio, nos convertiremos en "defensistas", nos pondremos a la cabeza de los partidos de guerra, nos convertiremos en el partido "de guerra " más encarnizado de todos los partidos y libraremos una guerra verdaderamente revolucionaria. Despojaremos a los capitalistas de todo el pan y de todas las botas. No les dejaremos más que migajas y los calzaremos con alpargatas. Y enviaremos al frente todo el pan y todo el calzado.

        Y, así, salvaremos a Petersburgo.

        En Rusia, son todavía inmensamente grandes los recursos tanto materiales como morales con que contaría una guerra verdaderamente revolucionaria: hay un 99 por 100 de probabilidades de que los alemanes nos concederán, por lo menos, un armisticio. Y, en las condiciones actuales, obtener un armisticio equivale ya a triunfar sobre el mundo entero.

* * *

Luego de haber reconocido la absoluta necesidad de la insurrección de los obreros de Petersburgo y de Moscú para salvar la revolución y para salvar a Rusia de un reparto "separado" por los imperialistas de ambas coaliciones, debemos: primero, adaptar nuestra táctica política en la Conferencia Democrática a las condiciones de la insurrección creciente; segundo, debemos demostrar que no sólo de palabra aceptamos la idea de Marx de que es necesario considerar la insurrección como un arte.

        Inmediatamente debemos unir en la Conferencia Democrática la minoría bolchevique, sin preocuparnos del número ni dejarnos llevar del temor de que los vacilantes continúen en el campo de los vacilantes; allí, son más útiles a la causa de la revolución que en el campo de los luchadores firmes y decididos.

        Debemos redactar una breve declaración de los bolcheviques, subrayando con energía la inoportunidad de los largos discursos y la inoportunidad de los "discursos" en general, la necesidad de proceder a una acción imnediata para salvar a la revolución, la absoluta necesidad de romper totalmente con la burguesía, de destituir íntegramente al actual gobierno, de romper de una manera absoluta con los imperialistas anglo-franceses, que están preparando el reparto "separado" de Rusia, la necesidad del paso inmediato de todo el Poder a manos de la democracia revolucionaria, con el proletariado revolucionario a la cabeza.

        Nuestra declaración deberá formular esta conclusión en la forma más breve y tajante y de acuerdo con los proyectos programáticos: paz a los pueblos, tierra a los campesinos, confiscación de las ganancias escandalosas, poner fin al escandaloso sabotaje de la producción por los capitalistas.

        Cuanto más breve y tajante sea la declaración, mejor. En ella deben señalarse claramente dos puntos de extraordinaria importancia: el pueblo está agotado por tantas vacilaciones, que está harto de la indecisión de los eseristas y mencheviques; y que nosotros rompemos definitivamente con esos partidos porque han traicionado a la revolución.

        Una cosa más: la oferta inmediata de una paz sin anexiones, la inmediata ruptura con los imperialistas aliados, con todos los imperialistas, o bien obtendremos en seguida un armisticio, o bien el paso de todo el proletariado revolucionario a la posición de la defensa, y toda la democracia revolucionaria, dirigida por él, dará comienzo a una guerra verdaderamente justa, verdaderamente revolucionaria.

        Después de dar lectura a esta declaración y de reclamar resoluciones y no palabras, acciones y no resoluciones escritas, debemos lanzar todo nuestro grupo a las fábricas y a los cuarteles: allí está su lugar, allí está el pulso de la vida, allí está la fuente de salvación de nuestra revolución y allí está el motor de la Conferencia Democrática.

        Allí debemos exponer, en discursos fogosos y apasionados, nuestro programa y plantear el problema así: o la aceptación íntegra del programa por la Conferencia, o la insurrección. No hay término medio. No es posible esperar. La revolución se hunde.

        Si planteamos el problema de ese modo y concentramos todo nuestro grupo en las fábricas y los cuarteles, estaremos en condiciones de determinar el momento justo para iniciar la insurrección.

        Y para enfocar la insurrección al estilo marxista, es decir, como un arte, debemos, al mismo tiempo, sin perder un minuto, organizar un Estado Mayor de los destacamentos de la insurrección, distribuir las fuerzas, enviar los regimientos de confianza contra los puntos más importantes, cercar el Teatro de Alejandro y ocupar la Fortaleza de Pedro y Pablo, arrestar el Estado Mayor y al gobierno, enviar contra los cadetes militares y contra la "división salvaje", aquellas tropas dispuestas a morir antes de dejar que el enemigo se abra paso hacia los centros de la ciudad; debemos movilizar a los obreros armados, haciéndoles un llamamiento para que se lancen a una desesperada lucha final; ocupar inmediatamente el telégrafo y la telefónica, instalar nuestro Estado Mayor de la insurrección en la central telefónica y conectarlo por teléfono con todas las fábricas, todos los regimientos y todos los puntos de la lucha armada, etc.

        Todo esto, naturalmente, a título de ilustración, como ejemplo de que en el momento actual no se puede ser fiel al marxismo, a la revolución, sin considerar la insurrección como un arte.




Carta al CC, a los Comités de Moscú y Petrogrado y a los Bolcheviques Miembros de los Soviets de Petrogrado y de Moscú

V. I. Lenin
       
El 1 (14) de octubre de 1917.

        Queridos camaradas:

        Los acontecimientos nos prescriben con tanta claridad nuestra tarea que la demora se convierte absolutamente en un crimen.

        El movimiento agrario crece. El gobierno intensifica las salvajes represalias; entre las tropas aumentan las simpatías hacia nosotros (el 99%) de los votos de los soldados a nuestro favor en Moscú, las tropas finlandesas y la flota contra el gobierno, el testimonio de Dubásov acerca del frente en general).

        En Alemania es patente el comienzo de la revolución, sobre todo después del ametrallamiento de los marinos. Las elecciones en Moscú –un 47% de bolcheviques– representan una gigantesca victoria. Junto con los eseristas de izquierda constituimos la evidente mayoría en el país.

        Los empleados de ferrocarriles y de Correos se encuentran en conflicto con el gobierno. En vez del congreso para el 20 de octubre, los Liberdán hablan ya de celebrarlo entre el 20 y el 30, etc., etc.

        En tales condiciones, “esperar” es un crimen.

        Los bolcheviques no tienen derecho a esperar al Congreso de los Soviets: deben tomar el poder inmediatamente. Con ello salvarán tanto la revolución mundial (pues, de otro modo, existe el peligro de una confabulación de los imperialistas de todos los países, que después de los ametrallamientos en Alemania serán complacientes unos con otros y se unirán contra nosotros) como la revolución rusa (pues, en caso contrario, una ola de verdadera anarquía puede ser más fuerte que nosotros) y la vida de centenares de miles de hombres en la guerra.

        La demora es un crimen. Esperar al Congreso de los Soviets es un juego pueril al formalismo, un vergonzoso juego al formalismo, una traición a la revolución.

        Si no se puede tomar el poder sin insurrección, hay que hay que ir a la insurrección inmediatamente. Es muy probable que precisamente ahora se pueda tomar el poder sin insurrección: por ejemplo, si el Soviet de Moscú asumiera el poder en el acto y se proclamara gobierno (junto con el Soviet de Petrogrado). En Moscú la victoria está asegurada y no hay quien pueda oponer resistencia. En Petrogrado es posible esperar. El gobierno no puede hacer nada, no tiene salvación y se rendirá.

        Porque el Soviet de Moscú, al tomar el poder, los bancos, las fábricas y Rússkoie Slovo, obtendrá una base y una fuerza gigantescas, haciendo agitación ante toda Rusia y planteando el problema así: mañana propondremos la paz si el bonapartista Kerenski se rinde (y si no se rinde, lo derribaremos). La tierra a los campesinos inmediatamente, concesiones a los ferroviarios y empleados de Correos inmediatamente, etc.

        No es obligatorio “empezar” en Petrogrado. Si Moscú “empieza” sin derramamiento de sangre, le apoyarán sin falta: 1) el ejército en el frente con sus simpatías, 2) los campesinos en todas partes, 3) la flota y las tropas finlandesas avanzarán sobre Petrogrado.

        Incluso si Kerenski tiene cerca de Petrogrado uno o dos cuerpos de ejército de tropas montadas, se verá obligado a rendirse. El Soviet de Petrogrado puede esperar, haciendo agitación a favor del Gobierno soviético moscovita. Conaigna: el poder a los Soviets, tierra a los campesinos, paz a los pueblos, pan a los hambrientos.

        La victoria está asegurada, existiendo el noventa por ciento de probabilidades de conseguirla sin derramamiento de sangre.

        Esperar es un crimen ante la revolución.



Reunión del Comité Central del POSD(b) de Rusia1

10 (23) de octubre de 1917

1

INFORME

ACTA DE LA REUNIÓN

        El cam. Lenin hace constar que desde comienzos de septiembre se observa cierta indiferencia por el problema de la insurrección. Entretanto, esto es intolerable si lanzamos en serio la consigna de conquista del poder por los Soviets. Por eso es preciso hace ya mucho prestar atención al aspecto técnico del problema. Al parecer, se ha perdido ya bastante tiempo.

        No obstante, la cuestión está planteada con mucha agudeza y se acerca el momento decisivo.

        La situación internacional es tal que debemos tomar la iniciativa.

        Lo que se fragua con la entrega hasta Narva y con la entrega de Petrogrado nos obliga más aún a acciones decididas.

        La situación política opera también de modo impresionante en este sentido. Del 3 al 5 de julio, las acciones decididas por nuestra parte se habrían estrellado contra el hecho de que no nos seguía la mayoría. Desde entonces, nuestro ascenso avanza a pasos de gigante.

        El abstencionismo y la indiferencia de las masas pueden explicarse porque están cansadas de palabras y resoluciones.

        Ahora nos sigue la mayoría. Desde el punto de vista político, las cosas han madurado plenamente para la transferencia del poder.

        El movimiento agrario marcha también en esa dirección, pues está claro que son necesarias fuerzas heroicas para sofocar ese movimiento. La consigna del paso de toda la tierra se ha convertido en consigna general de los campesinos. Por tanto, la situación política está preparada. Hay que hablar del aspecto técnico. En eso reside toda la cuestión. Entretanto, nos sentimos inclinados, igual que los defensistas, a considerar una especie de pecado político la preparación sistemática de la insurrección.

        Esperar hasta la Asamblea Constituyente, que, como es claro, no estará con nosotros, es insensato, pues significa complicar nuestra tarea.

        El Congreso regional y la propuesta de Minsk2 deben ser aprovechados para comenzar las acciones decisivas.
__________
(1) La histórica reunión del CC del partido celebrada el 10 (23) de octubre de 1917 estuvo dedicada a la preparación inmediata de la insurrección armada. Los capituladores Kámenev y Zinóviev se manifestaron y votaron en contra de la resolución propuesta por Lenin. Trotski no votó entonces en contra de la resolución, pero insistió en que la resolución armada no empezara antes del II Congreso de los Soviets, lo que significaba aplazarla, condenarla al fracaso y advertir de ella al Gobierno Provisional. El CC dio una enérgica réplica a los capituladores. La resolución propuesta por Lenin, que fue aprobada por diez votos contra dos, se convirtió en directriz para todo el Partido Bolchevique. Se creó un Buró Político del CC, con Lenin a la cabeza, encargado de la dirección política de la insurrección.
(2) Lenin se refiere a la comunicación hecha por Y. Sverdlov en la reunión del CC el 10 (23) de octubre de 1917 acerca del tercer punto del orden del día: “Minsk y el Frente Norte”. Sverdlov informó de la posibilidad técnica de la acción armada en Minsk y de la propuesta llegada de dicha ciudad de prestar ayuda a Petrogrado mediante el envío de un cuerpo de ejército revolucionario.




¡A los Ciudadanos de Rusia!

V. I. Lenin

        El Gobierno Provisional ha sido depuesto. El Poder del Estado ha pasado a manos del Comité Militar Revolucionario, que es un órgano del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado y se encuentra al frente del proletariado y de la guarnición de la capital.

        Los objetivos por los que ha luchado el pueblo - la propuesta inmediata de una paz democrática, la supresión de la propiedad agraria de los terratenientes, el control obrero de la producción y la constitución de un Gobierno Soviético - están asegurados.
¡Viva la revolución de los obreros, soldados y campesino!

    El Comité Militar revolucionario del Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado.
        
25 de octubre de 1917, 10 de la mañana.






Decreto de la Paz

V. I. Lenin

25-26 de octubre (7-8 de noviembre) de 1917

        El Gobierno Obrero y Campesino, creado por la revolución del 24 y 25 de octubre y que se apoya en los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, propone a todos los pueblos beligerantes y a sus gobiernos entablar negociaciones inmediatas para concluir una paz justa y democrática.

        El Gobierno considera que la paz inmediata, sin anexiones (es decir, sin conquistas de territorios ajenos, sin incorporación de pueblos ajenos por la fuerza) ni contribuciones, es la paz justa y democrática que ansía la mayoría abrumadora de los obreros y de las clases trabajadoras de todos los países beligerantes, agotados, atormentados y martirizados por la guerra; la paz que los obreros y campesinos rusos han reclamado del modo más categórico y tenaz después de ser derrocada la monarquía zarista.

        Esta es la paz cuya firma inmediata propone el Gobierno de Rusia a todos los pueblos beligerantes, declarándose dispuesto a dar sin dilación alguna cuantos pasos decisivos sean necesarios, hasta la ratificación definitiva de todas las condiciones de una paz semejante por las asambleas competentes de representantes populares de todos los países y de todas las naciones.

        De conformidad con la conciencia jurídica de la democracia en general, y de las clases trabajadoras en particular, el Gobierno entiende por anexión o conquista de territorios ajenos toda incorporación a un Estado grande o poderoso de una nación pequeña o débil, sin el deseo ni el consentimiento de esta última, manifestado de manera explícita, clara y libre, independientemente del momento en que se haya efectuado esa anexión forzosa; independientemente, asimismo, del grado de desarrollo o de atraso de la nación anexionada o mantenida por la fuerza en los límites de un Estado; independientemente, en fin, de si dicha nación se encuentra en Europa o en los lejanos países de ultramar.

        Si una nación, cualquiera que sea, es mantenida por la fuerza en los límites de un Estado; si, a pesar del deseo expresado por ella –independientemente de que lo haga en la prensa, en asambleas populares, en los acuerdos de los partidos o movimientos de rebeldía o insurrecciones contra la opresión nacional–, no se le concede el derecho de decidir en votación libre, sin la menor coacción y con la retirada completa de las tropas de la nación conquistadora o, en general, más poderosa, el problema de sus formas de existencia como Estado, su incorporación constituirá una anexión, es decir, una conquista y un acto de violencia.

        El Gobierno considera el mayor crimen contra la humanidad continuar esta guerra por el reparto, entre las naciones fuertes y ricas, de los pueblos débiles conquistados por ellas, y proclama solemnemente su decisión de firmar sin demora unas cláusulas de paz que pongan fin a esta guerra en las condiciones indicadas, justas por igual para todas las naciones sin excepción.

        Al mismo tiempo, el Gobierno declara que las condiciones de paz antes indicadas no tienen en modo alguno carácter de ultimátum, es decir, que está dispuesto a examinar cualesquiera otras, insistiendo únicamente en que sean presentadas con la mayor rapidez posible por cualquier país beligerante y estén redactadas con toda claridad, sin ninguna ambigüedad y sin ningún secreto.

        El Gobierno pone fin a la diplomacia secreta, manifestando su firme propósito de sostener todas las negociaciones a la luz del día, ante el pueblo entero, y procediendo sin demora a la publicación íntegra de todos los tratados secretos, ratificados o concertados por el gobierno de los terratenientes y capitalistas desde febrero hasta el 25 de octubre de 1917. Declara anuladas de manera absoluta e inmediatas todas las cláusulas de esos tratados secretos, por cuanto en la mayoría de los casos tienden a proporcionar ventajas y privilegios a los terratenientes y capitalistas rusos y a mantener o aumentar las anexiones de los rusos.

        Al proponer a los gobiernos y a los pueblos de todos los países entablar inmediatamente negociaciones públicas para concertar la paz, el Gobierno declara, a su vez, que está dispuesto a sostener esas negociaciones por escrito, por telégrafo, mediante conversaciones entre los representantes de los diversos países o en una conferencia de dichos representantes. Con objeto de facilitar estas negociaciones, el Gobierno designa a un representante plenipotenciario ante los países neutrales.

        El Gobierno propone a todos los gobiernos y los pueblos de todos los países beligerantes concertar sin dilación un armisticio, considerando deseable, por su parte, que este armisticio dure tres meses, por lo menos; es decir, un plazo durante el cual sean plenamente posibles tanto la terminación de las negociaciones de paz –con participación de representantes de todos los pueblos o naciones, sin excepción, empeñados en la guerra u obligados a intervenir en ella– como la convocatoria en todos los países de asambleas autorizadas de representantes del pueblo para ratificar definitivamente las condiciones de paz.

        Al dirigir esta proposición de paz a los gobiernos y a los pueblos de todos los países beligerantes, el Gobierno Provisional Obrero y Campesino de Rusia se dirige también, y sobre todo, a los obreros conscientes de las tres naciones más adelantadas de la humanidad y de los tres Estados más importantes que participan en la guerra actual: Inglaterra, Francia y Alemania. Los obreros de estos países han prestado los mayores servicios a la causa del progreso y del socialismo; han dado los magníficos ejemplos del movimiento cartista en Inglaterra, de las revoluciones de importancia histórica universal realizadas por el proletariado francés y, por último, de la heroica lucha contra la Ley de excepción en Alemania y de la larga, tenaz y disciplinada labor –que sirve de ejemplo a los obreros del mundo entero– encaminada a crear organizaciones proletarias de masas en dicho país. Todos estos ejemplos de heroísmo proletario y de iniciativa histórica nos garantizan que los obreros de los países mencionados comprenderán el deber en que están hoy de librar a la humanidad de los horrores de la guerra y de sus consecuencias; que esos obreros, con su actividad múltiple, resuelta, abnegada y enérgica, nos ayudarán a llevar a feliz término la causa de la paz y, con ella, la causa de la liberación de las masas trabajadoras y explotadas de toda esclavitud y de toda explotación.




Decreto Sobre la Tierra

V. I. Lenin

26 de octubre (8 de noviembre) de 1917

        1) Queda abolida en el acto sin ninguna indemnización la gran propiedad agraria.

        2) Las fincas de los terratenientes, así como todas las tierra de la Corona, de los monasterios y de la Iglesia, con todo su ganado de labor y aperos de labranza, edificios y todas las dependencias, pasan a disposición de los comités agrarios subdistritales y de los Soviets distritales de diputados campesinos hasta que se reúna la Asamblea Constituyente.

        3) Cualquier deterioro de los bienes confiscados, que desde este momento pertenecen a todo el pueblo, será considerado un grave delito, punible por el tribunal revolucionario. Los Soviets distritales de diputados campesinos adoptarán todas las medidas necesarias para asegurar el orden más riguroso en la confiscación de las fincas de los terratenientes, para determinar exactamente los terrenos confiscables y su extensión, para inventariar con detalle todos los bienes confiscados y para proteger con el mayor rigor revolucionario todas las explotaciones agrícolas, edificios, aperos, ganado, reservas de víveres, etc., que pasan al pueblo.

        4) Para la realización de las grandes transformaciones agrarias, hasta que la Asamblea Constituyente las determine definitivamente, debe servir de guía en todas partes el mandato campesino que se reproduce a continuación, confeccionado por la Redacción de Izvestia Vserossískogo Sovieta Krestiánskij Deputátov, sobre la base de los 242 mandatos campesinos locales, y publicado en el número 88 de dicho periódico (Petrogrado, N° 88, 19 de agosto de 1917).

Mandato Campesino sobre la Tierra

         "La cuestión de la tierra en su pleno alcance sólo puede ser resuelta por la popular Asamblea Constituyente.

         La solución más equitativa a la cuestión de la tierra será la siguiente:

(1) La propiedad privada de la tierra será abolida para siempre; la tierra no será vendida, comprada, arrendada, hipotecada o de otra manera enajenada.

         Toda la tierra, ya sea estatal, corona, monasterio, iglesia, fábrica, privada, pública, campesina, etc., será confiscada sin compensación y será propiedad de todo el pueblo y pasará al uso de todos los que la cultivan.

         Las personas que sufren por esta revolución inmobiliaria tendrán derecho al apoyo público únicamente por el período necesario para su adaptación a las nuevas condiciones de vida.

         (2) ¿Toda la riqueza mineral? El mineral, el petróleo, el carbón, la sal, etc., y también todos los bosques y aguas de importancia estatal, pasarán al uso exclusivo del Estado. Todos los pequeños arroyos, lagos, bosques, etc., pasarán al uso de las comunas, para ser administrados por los órganos locales de autogobierno.

(3) ¿Tierras en las que se practica la agricultura científica de alto nivel? ¿Huertos, granjas de árboles, parcelas de semillas, viveros, invernaderos, etc.? No se repartirán, sino que se convertirán en granjas modelo, que serán devueltas para uso exclusivo al estado o a las comunas, dependiendo del tamaño y la importancia de dichas tierras.

         Las tierras de los hogares en las ciudades y los pueblos, con huertos y huertas, se reservarán para el uso de sus actuales propietarios, el tamaño de las explotaciones y el tamaño del impuesto que se perciba para su uso, que será determinado por la ley.
         (4) Se confiscarán los ranchos, las granjas genealógicas y las granjas de aves de corral privadas, etc., que serán propiedad de todo el pueblo y pasarán al uso exclusivo del Estado o de una comuna, según el tamaño y la importancia de tales fincas.

         La cuestión de la indemnización será examinada por la Asamblea Constituyente.

         (5) Todo el ganado y los implementos agrícolas de las fincas confiscadas pasarán al uso exclusivo del Estado o de una comuna, dependiendo de su tamaño e importancia, y no se pagará ninguna compensación por ello.

         Los utensilios agrícolas de campesinos con poca tierra no estarán sujetos a confiscación.

         (6) El derecho de uso de la tierra se concederá a todos los ciudadanos del Estado ruso (sin distinción de sexo) que deseen cultivarla con su propio trabajo, con la ayuda de sus familias o en asociación, pero sólo mientras puedan cultivarla. No se permite el empleo de mano de obra contratada.

         En caso de incapacidad física temporal de cualquier miembro de una comuna de la aldea por un período de hasta dos años, la comuna de la aldea estará obligada a ayudarlo durante este período cultivando colectivamente su tierra hasta que vuelva a poder trabajar.

         Los campesinos que, debido a la vejez o la mala salud, estén permanentemente incapacitados y no puedan cultivar la tierra personalmente, perderán su derecho al uso de la misma, pero, a cambio, recibirán una pensión del Estado.

         (7) La tenencia de la tierra se hará sobre la base de la igualdad, es decir, la tierra se distribuirá entre los trabajadores en conformidad con una norma laboral o una norma de subsistencia, dependiendo de las condiciones locales.

         ¿No habrá absolutamente ninguna restricción sobre las formas de tenencia de la tierra? Hogares, granjas, comunidades o cooperativas, según se decida en cada aldea y asentamiento.

         (8) Toda tierra, cuando esté alejada, será parte del fondo nacional de tierras. Su distribución entre los campesinos estará a cargo de los órganos de gobierno local y central, de las comunas de aldeas y ciudades democráticamente organizadas en las que no hay distinciones de rango social, a los órganos de gobierno central regional.

         El fondo de tierras estará sujeto a una redistribución periódica, dependiendo del crecimiento de la población y del aumento de la productividad y del nivel científico de la agricultura.

         Cuando se alteren los límites de asignaciones, el núcleo original de la asignación se dejará intacto.

         La tierra de los miembros que abandonen la comuna volverá al fondo de tierras; se concederá el derecho preferencial a dichas tierras a los familiares cercanos de los miembros que hayan dejado o a personas designadas por éstos.

         Se compensará el costo de los fertilizantes y mejoras introducidos en la tierra, en la medida en que no se hayan agotado por completo al momento de devolver la asignación al fondo de tierras.

         Si el fondo de tierras disponible en un distrito particular resulta inadecuado para las necesidades de la población local, la población excedente se liquidará en otra parte.

         El Estado asumirá la organización del reasentamiento y asumirá el costo de los mismos, así como el costo del suministro de los implementos, etc.

         El reasentamiento se efectuará en el orden siguiente: campesinos sin tierra que desean reasentarse, después miembros de la comuna que son de hábitos viciosos, desertores, etc., y finalmente, por sorteo o acuerdo".

        Se declara ley provisional el contenido de este mandato, que expresa la voluntad indudable de la mayoría abrumadora de los campesinos conscientes de toda Rusia. Esta ley será aplicada hasta la reunión de la Asamblea Constituyente sin ningún aplazamiento, en la medida de lo posible, y, en algunas de sus partes, con la necesaria gradación, que deberán determinar los Soviets distritales de diputados campesinos.

        5) No se confiscan las tierras de los simples campesinos y cosacos.

_____________

        Se dice aquí que el decreto y el mandato han sido redactados por los socialistas-revolucionarios. Sea así. No importa quién los ha redactado; mas como gobierno democrático no podemos dar de lado la decisión de las masas populares, aun en el caso de que no estemos de acuerdo con ella. En el crisol de la vida, en su aplicación práctica, al hacerla realidad en cada lugar, los propios campesinos verán dónde está la verdad. E incluso si los campesinos siguen marchando tras los socialistas-revolucionarios, incluso si dan a este partido la mayoría en la Asamblea Constituyente, volveremos a decir: Sea así. La vida es el mejor maestro y mostrará quién tiene razón. Que los campesinos resuelvan este problema por un extremo y nosotros por el otro. La vida nos obligará a acercarnos en el torrente común de la iniciativa revolucionaria, en la concepción de las nuevas formas del Estado. Debemos marchar al paso con la vida; debemos conceder plena libertad al genio creador de las masas populares. El antiguo gobierno, derribado por la insurrección armada, pretendía resolver el problema agrario con el concurso de la vieja burocracia zarista mantenida en sus puestos. Pero, en lugar de resolver el problema, la burocracia no hizo más que luchar contra los campesinos. Los campesinos han aprendido algo en estos ocho meses de nuestra revolución y quieren resolver por sí mismos todos los problemas relativos a la tierra. Por eso nos pronunciamos contra toda enmienda a este proyecto de ley. No queremos entrar en detalles, porque redactamos un decreto, y no un programa de acción. Rusia es grande y las condiciones locales existentes en ella son diversas. Confiamos en que los propios campesinos sabrán, mejor que nosotros, resolver el problema con acierto, como es debido. Lo esencial no es que lo hagan de acuerdo con nuestro programa o con el de los eseristas. Lo esencial es que el campesinado tenga la firme seguridad de que han dejado de existir los terratenientes, que los campesinos resuelvan ellos mismos todos los problemas y organicen su propia vida.




Resolución Sobre la Formación del Gobierno Obrero y Campesino

V. I. Lenin

26 de octubre (8 de noviembre) de 1917

        El Congreso de los Soviets de diputados obreros, soldados y campesino de toda Rusia acuerda:

        Formar para la administración del país, hasta la celebración de la Asamblea Constituyente, un Gobierno Provisional Obrero y Campesino, que se denominará Consejo de Comisarios del Pueblo. La dirección de las distintas ramas de la vida del Estado se encomienda a comisiones, cuyos componentes deben asegurar la aplicación del programa proclamado por el congreso, en unión estrecha con las organizaciones de masas de los obreros, obreras, marinos, soldados, campesinos y empleados. El poder gubernamental pertenece al consejo de presidentes de dichas comisiones, es decir, al Consejo de Comisarios del Pueblo.

        El control sobre la actividad de los Comisarios del Pueblo y el derecho de revocarlos pertenece al Congreso de los Soviets de diputados obreros, campesinos y soldados de toda Rusia y a su Comité Ejecutivo Central.

        En la actualidad, el Consejo de Comisarios del Pueblo está compuesto de las siguientes personas:

        Presidente del Consejo, Vladimir Uliánov (Lenin);
        Comisario del Pueblo del Interior, A. I. Rykov;
        Agricultura, V. P. Miliutin;
        Trabajo, A. G. Shiálpnikov;
        Guerra y Marina, un comité integrado por:
V. A. Ovséienko (Antónov), N. V. Krylenko y P. E. Dybenko;
        Comercio e Industria, V. P. Noguín;
        Instrucción Pública, A. V. Lunacharski;
        Hacienda, I. I. Skvorstsov (Stepánov);
        Negocios Extranjeros, L. D. Bronstein (Trostki);
        Justicia, G. I. Oppókov (Lómov);
        Abastecimiento, I. A. Teodoróvich;
        Correos y Telégrafos, N. P. Avílov (Glébov);
        Presidente para Asuntos de las Nacionalidades, J. V. Dzhugashvili (Stalin).
        Queda vacante provisionalmente el cargo de Comisario del Pueblo de Ferrocarriles.



Proyecto de Decreto Sobre el Control Obrero*

V. I. Lenin

El 26 ó 27 de octubre (8 ó 9 de noviembre) de 1917

1. Queda establecido el control obrero sobre la producción, consevación y compraventa de todos los productos y materias primas en todas las empresas industriales, comerciales, bancarias, agrícolas, etc., que cuenten con cinco obreros y empleados (en conjunto), por lo menos, o cuyo giro anual no sea inferior a 10.000 rublos.

2. Ejercerán el control obrero todos los obreros y empleados de la empresa, ya directamente, si la empresa es tan pequeña que lo hace posible, ya por medio de sus representantes, cuya elección tendrá lugar inmediatamente en asambleas generales, debiendo levantarse actas de la elección y ser comunicados los nombres de los elegidos al gobierno y a los Soviets locales de diputados obreros, y campesinos.

3. Queda absolutamente prohibida la interrupción del trabajo de una empresa o industria de importancia nacional (véase § 7), así como la modificación de su funcionamiento, sin autorización de los representantes elegidos por los obreros y empleados.

4. Todos los libros de contabilidad y documentos, sin excepción, así como todos los almacenes y depósitos de materiales, herramientas y productos, sin excepción alguna, deben estar abiertos a los representantes elegidos por los obreros y empleados.

5. Las decisiones de los representantes elegidos por los obreros y empleados son obligatorias para los propietarios de las empresas y no pueden ser anuladas más que por los sindicatos y sus congresos.

6. En todas las empresas de importancia nacional, todos los propietarios y todos los representantes elegidos por los obreros y empleados para ejercer el control obrero responden ante el Estado del riguroso mantenimiento del orden, de la disciplina y de la protección de los bienes. Los culpables de incuria, de ocultación de stocks, balances, etc., serán castigados con la confiscación de todos sus bienes y con penas de reclusión que pueden llegar a cinco anos.

7. Se declaran empresas de importancia nacional todas las que trabajan para la defensa o están relacionadas de algún modo con la producción de artículos necesarios para la subsistencia de las masas de la población.

8. Los Soviets locales de diputados obreros, las conferencias de comités de fábrica y las de comités de empleados dictarán, en asambleas generales de sus representantes, reglas más detalladas de control obrero.
_____________
(*) El Proyecto de decreto sobre el conrol obrero sirvió de base al proyecto de decreto confeccionado por el Comisariado del Pueblo del Trabajo y publicado, con enmiendas y adiciones, el 16 (3) de noviembre de 1917 en el núm. 178 de Pravda. El proyecto de decreto fue discutido el 14 (27) de noviembre del mismo año en la reunión del Comité Ejecutivo Cenral de toda Rusia y aprobado con enmiendas insignificantes. El 15 (28) de noviembre se discutió en una reunión del Consejo de Comisarios del Pueblo, publicándose el 16 de noviembre de 1917, con el título de Decreto sobre el control obrero, en el núm. 227 de Izvestia del CC de toda Rusia. [Nota de la Editorial]



¡A la Población!

V. I. Lenin
Publicado el 19 (6) de noviembre de 1917

        ¡Camaradas obreros, soldados y campesinos, trabajadores todos!

        La revolución obrera y campesina ha triunfado definitivamente en Petrogrado, dispersando y deteniendo a los últimos restos del reducido número de cosacos engañados por Kerenski. La revolución ha triunfado también en Moscú. Antes de que llegaran allí los trenes con fuerzas militares que habían salido de Petrogrado, los cadetes y demás kornilovistas firmaron en Moscú las condiciones de paz, el desarme de los cadetes y la disolución del Comité de Salvación.

        Del frente y de las aldeas llegan cada día, cada hora, noticias de que la mayoría aplastante de los soldados en las trincheras y de los campesinos en los distritos apoya al nuevo gobierno y sus leyes sobre la propuesta de paz y la entrega inmediata de la tierra a los campesinos. La victoria de la revolución de los obreros y los campesinos está asegurada, pues la mayoría del pueblo se ha levantado ya a su favor.

        Es bien comprensible que los terratenientes y los capitalistas, los altos funcionarios y empleados, estrechamente ligados a la burguesía; en una palabra, todos los ricos y todos los de su bando, acojan con hostilidad la nueva revolución, se opongan a su victoria, amenacen con interrumpir la actividad de los bancos, saboteen o paralicen el trabajo de distintas instituciones y frenen ese trabajo por todos los medios, directa o indirectamente. Todo obrero consciente comprendía muy bien que tropezaríamos inevitablemente con esa resistencia; toda la prensa del Partido Bolchevique lo había señalado muchas veces. Las clases trabajadoras no se asustarán ni un solo instante por esa resistencia ni vacilarán lo más mínimo ante las amenazas y las huelgas de los partidarios de la burguesía.

        Nos apoya la mayoría del pueblo. Nos apoya la mayoría de los trabajadores y oprimidos del mundo entero. Nuestra causa es justa. Nuestra victoria está asegurada.

        La resistencia de los capitalistas y los altos empleados será rota. No privaremos a nadie de sus bienes sin una ley especial del Estado relativa a la nacionalización de los bancos y los consorcios. Esta ley se está preparando. Ningún trabajador perderá un solo kopek; al contrario: se le prestará ayuda. El gobierno no quiere aplicar otras medidas que no sean la contabilidad y el control más rigurosos y la percepción, sin ocultaciones, de los impuestos ya establecidos antes.

        En nombre de estas justas reivindicaciones, la inmensa mayoría del pueblo ha cerrado filas en torno al Gobierno Provisional Obrero y Campesino.

        ¡Camaradas trabajadores! Recordad que vosotros mismos gobernáis ahora el país. Nadie os ayudará si vosotros mismos no os unís y no tomáis en vuestras manos todos los asuntos del Estado. Vuestros Soviets son, desde ahora, órganos de poder del Estado, órganos plenipotenciarios y decisivos.

        Uníos estrechamente alrededor de vuestros Soviets. Fortalecedlos. Poned manos a la obra desde abajo, sin esperar a nadie. Estableced el más riguroso orden revolucionario, reprimid implacablemente las acciones anárquicas de borrachos, gamberros, cadetes contrarrevolucionarios, kornilovistas y sus semejantes.

        Implantad el más riguroso control de la producción y de la contabilidad de lo producido. Detened y entregad a los tribunales revolucionarios del pueblo a cuantos se atrevan a dañar la causa popular, tanto si ese daño se manifiesta en el sabotaje (deterioro, paralización, torpedeamiento) de la producción como en el ocultamiento de reservas de grano y otros productos, en la retención de cargamentos de grano, en la desorganización de los ferrocarriles, de Correos, Telégrafos y Teléfonos o en cualquiera otra resistencia a la gran causa de la paz, a la entrega de la tierra a los campesinos, al aseguramiento del control obrero de la producción y la distribución de los productos.

        ¡Camaradas obreros, soldados y campesinos, trabajadores todos! Poned todo el poder en manos de vuestros Soviets. Proteged la tierra, el grano, las fábricas, los instrumentos de producción, los víveres y el transporte; cuidad de ellos como de las niñas de los ojos, pues todo eso es desde hoy exclusivamente vuestro, patrimonio del pueblo. Con el acuerdo y la aprobación de la mayoría de los campesinos, orientándonos por la experiencia práctica de los campesinos y de los obreros, marcharemos de manera gradual, pero con paso firme y seguro, hacia la victoria del socialismo, victoria que consolidarán los obreros de vanguardia de los países más civilizados, que dará a los pueblos una paz duradera y los liberará de todo yugo y de toda explotación.

5 de noviembre de 1917.

Petrogrado.

        El Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo

V. Uliánov (Lenin)




Proyecto de Decreto Sobre el Derecho de Revocación

V. I. Lenin

Escrito el 19 de noviembre (2 de diciembre) de 1917

        Cualquier organismo electivo o asamblea de delegados pueden considerarse auténticamente democráticos y verdaderamente representativos de la voluntad del pueblo solo en el caso de que se reconozca y ejerza el derecho de revocación de los elegidos por los electores. Este postulado fundamental, de principios, de la democracia auténtica, que atañe a todas las asambleas de representantes sin excepción alguna, es aplicable también a la Asamblea Constituyente.

        El sistema proporcional en las elecciones, más democrático que el mayoritario, requiere medidas más complejas para ejercer el derecho de revocación, es decir, de verdadera subordinación al pueblo a los representantes que elija. Pero toda negativa, basándose en ello, a llevar a la práctica el derecho de revocación, toda demora en su aplicación y toda restricción de su ejercicio constituirían una traición a la democracia y una abjuración total de los principios y las tareas fundamentales de la revolución socialista iniciada en Rusia. El sistema electoral proporcional solo requiere cambiar la forma del derecho de revocación, pero en modo alguno menoscabarlo.

        Como el sistema proporcional se basa en el reconocimiento de la pertenencia a los partidos y en la celebración de las elecciones, por los partidos organizados, todo gran cambio en la correlación de las fuerzas de clase y en la actitud de las clases ante los partidos –en particular, las escisiones en los partidos importantes– hace inevitable celebrar nuevas elecciones en la circunscripción en que sea clara e indudable la desarmonía entre la voluntad de las distintas clases y su fuerza, por una parte, y entre la filiación política de los elegidos, por la otra. La verdadera democracia exige de manera indefectible que la convocación de nuevas elecciones no dependa solo del organismo afectado por ellas, es decir, que el interés de los elegidos por conservar sus actas no pueda oponerse al ejercicio de la libertad del pueblo de revocar a sus representantes.

        Por eso, el CEC de toda Rusia de los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos dispone:

        Los Soviets de diputados obreros y soldados, así como los Soviets de diputados campesinos, de cada circunscripción electoral están en el derecho de convocar nuevas elecciones a todos los organismos urbanos y de los zemstvos y, en general, a todas las instituciones representativas, sin excluir la Asamblea Constituyente. Los Soviets tienen también el derecho de fijar la fecha de las nuevas elecciones. Estas elecciones se celebrarán en la forma habitual, sobre la base estricta del sistema proporcional.



Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado

V. I. Lenin

Escrito no más tarde del 3 (16) de enero de 1918

        La Asamblea Constituyente decreta:

I.      1. Queda proclamada en Rusia la República de los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos. Todo el poder, tanto en el centro como en las localidades, pertenece a dichos Soviets.

        2. La República Soviética de Rusia se instituye sobre la base de la unión libre de naciones libres, como Federación de Repúblicas Soviéticas nacionales.

II.     Habiéndose señalado como misión especial abolir toda explotación del hombre por el hombre, suprimir por completo la división de la sociedad en clases, sofocar de manera implacable la resistencia de los explotadores, instaurar una organización socialista de la sociedad y hacer triunfar el socialismo en todos los países, la Asamblea Constituyente decreta, además:

        1. Queda abolida la propiedad privada de la tierra. Se declara patrimonio de todo el pueblo trabajador toda la tierra, con todos los edificios, ganado de labor, aperos de labranza y demás accesorios agrícolas.

        2. Se ratifica la ley soviética acerca del control obrero y del Consejo Superior de Economía Nacional, con objeto de asegurar el poder del pueblo trabajador sobre los explotadores y como primera medida para que las fábricas, talleres, minas, ferrocarriles y demás medios de producción y de transporte pasen por entero a ser propiedad del Estado obrero y campesino.

        3. Se ratifica el paso de todos los bancos a propiedad del Estado obrero y campesino, como una de las condiciones de la emancipación de las masas trabajadoras del yugo del capital.

        4. Queda establecido el trabajo general obligatorio, con el fin de suprimir los sectores parasitarios de la sociedad.

        5. Se decreta el armamento de los trabajadores, la formación de un Ejército Rojo socialista de obreros y campesinos y el desarme completo de las clases poseedoras, con objeto de asegurar la plenitud del poder de las masas trabajadoras y eliminar toda posibilidad de restauración del poder de los explotadores.

III.   1. Al expresar su inquebrantable decisión de arrancar a la humanidad de las garras del capital financiero y del imperialismo, que han anegado en sangre la tierra en la guerra actual, la más criminal de todas, la Asamblea Constituyente se solidariza por entero con la política aplicada por el Poder de los Soviets, consistente en romper los tratados secretos, organizar la más extensa confraternización con los obreros y campesinos de los ejércitos actualmente en guerra y obtener, cueste lo que cueste, por procedimientos revolucionarios, una paz democrática entre los pueblos, sin anexiones ni contribuciones, sobre la base de la libre autodeterminación de las naciones.

        2. Con el mismo fin, la Asamblea Constituyente insiste en la completa ruptura con la bárbara política de la civilización burguesa, que basaba la prosperidad de los explotadores de unas pocas naciones elegidas en la esclavitud de centenares de millones de trabajadores en Asia, en las colonias en general y en los países pequeños.

        La Asamblea Constituyente aplaude la política del Consejo de Comisarios del Pueblo, que ha proclamado la completa independencia de Finlandia, ha comenzado a retirar las tropas de Persia y ha anunciado la libertad de autodeterminación de Armenia.

        3. La Asamblea Constituyente considera la ley soviética de anulación de los empréstitos concertados por los gobiernos del zar, de los terratenientes y de la burguesía un primer golpe asestado al capital bancario, financiero internacional, y expresa la seguridad de que el Poder de los Soviets seguirá firmemente esta ruta hasta la completa victoria de la insurrección obrera internacional contra el yugo del capital.

IV.    Elegida sobre la base de las listas de las candidaturas de los partidos confeccionadas antes de la Revolución de Octubre, cuando el pueblo no podía aún alzarse en su totalidad contra los explotadores, ni conocía toda la fuerza de la resistencia de éstos en la defensa de sus privilegios de clase ni había abordado en la práctica la creación de la sociedad socialista, la Asamblea Constituyente consideraría profundamente erróneo, incluso desde el punto de vista formal, contraponerse al Poder de los Soviets.

        En esencia, la Asamblea Constituyente estima que hoy, en el momento de la lucha final del pueblo contra sus explotadores, no puede haber lugar para estos últimos en ninguno de los órganos de poder. El poder debe pertenecer íntegra y exclusivamente a las masas trabajadoras y a sus representantes autorizados: los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos.

        Al apoyar el Poder de los Soviets y los decretos del Consejo de Comisarios del Pueblo, la Asamblea Constituyente estima que sus funciones no van más allá de establecer las bases cardinales de la transformación socialista de la sociedad.

        Al mismo tiempo, en su propósito de crear una alianza efectivamente libre y voluntaria y, por consiguiente, más estrecha y duradera entre las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, la Asamblea Constituyente limita su misión a estipular las bases fundamentales de la Federación de Repúblicas Soviéticas de Rusia, concediendo a los obreros y campesinos de cada nación la libertad de decidir con toda independencia, en su propio Congreso de los Soviets investido de plenos poderes, si desean, y en qué condiciones, participar en el gobierno federal y en las demás instituciones soviéticas federales.




Sobre las Cooperativas

V. I. Lenin

I

        Me parece que en nuestro país no se presta la suficiente atención a las cooperativas. Es poco probable que todos comprendan que ahora, a partir de la Revolución de Octubre e independientemente de la Nep (por el contrario, en este sentido habría que decir: precisamente gracias a la Nep), las cooperativas adquieren en nuestro país una importancia verdaderamente extraordinaria. En los sueños de los viejos cooperativistas hay mucha fantasía. A menudo resultan cómicos por lo fantásticos. Pero ¿en qué consiste esa fantasía? En que la gente no comprende la importancia fundamental, la importancia cardinal de la lucha política de la clase obrera por derrocar la dominación de los explotadores. Hoy es ya un hecho ese derrocamiento en nuestro país, y mucho de lo que parecía fantástico, incluso romántico y hasta trivial en los sueños de los viejos cooperativistas, se convierte ahora en una realidad de lo más natural.

        En efecto, dado que en nuestro país el poder del Estado se encuentra en manos de la clase obrera y que a este poder estatal pertenecen todos los medios de producción, solo nos queda, en realidad, por cumplir la tarea de organizar a la población en cooperativas. Con la máxima organización de los trabajadores en cooperativas, alcanza por sí mismo su objetivo ese socialismo que antes suscitaba legítimas burlas, sonrisas y desdén entre los que estaban convencidos, y con razón, de que era necesaria la lucha de clase, la lucha por el poder político, etc. Ahora bien, no todos los camaradas se dan cuenta de la importancia gigantesca e inabarcable que adquiere ahora para nosotros la organización de cooperativas en Rusia. Con la Nep hicimos una concesión al campesino como comerciante, hicimos una concesión al principio del comercio privado; de ello precisamente dimana (al contrario de lo que algunos creen) la gigantesca importancia de las cooperativas. En el fondo, todo lo que necesitamos es organizar con las suficientes amplitud y profundidad en cooperativas a la población rusa durante la dominación de la Nep, pues ahora hemos encontrado el grado de conjugación de los intereses privados, de los intereses comerciales privados, de su comprobación y control por el Estado, el grado de su subordinación a los intereses generales, lo que antes constituía la piedra de toque  para muchísimos socialistas. En efecto, todos los grandes medios de producción en poder del Estado, y el poder del Estado en manos del proletariado; la alianza de este proletariado con millones y millones de campesinos pequeños y muy pequeños; la garantía de la dirección de los campesinos por el proletariado, etc., ¿acaso no es eso todo lo que se necesita para edificar la sociedad socialista completa, partiendo de las cooperativas, y nada más que de las cooperativas, a las que antes tratábamos de mercantilistas y que hoy, durante la Nep, merecen también, en cierto modo, el mismo trato? ¿Acaso no es eso todo lo imprescindible para edificar la sociedad socialista completa? Eso no es todavía la edificación de la sociedad socialista, pero sí todo lo imprescindible y lo suficiente para edificarla.

        Pues bien, esta circunstancia es demasiada para muchos de los dedicados al trabajo práctico. Entre nosotros hay menosprecio por las cooperativas, sin comprenderse la excepcional importancia que tienen, primero, desde el punto de vista de los principios (la propiedad de los medios de producción en manos del Estado); segundo, desde el punto de vista del paso a un nuevo orden de cosas por el camino más sencillo, fácil y accesible para el campesinado.

        Y eso es, repitámoslo, lo principal. Una cosa es fantasear sobre toda clase de asociaciones obreras para construir el socialismo, y otra aprender a construir en la práctica de manera que cada pequeño campesino pueda colaborar en esa construcción. A ese grado hemos llegado ahora. Y es indudable que, una vez alcanzado, lo aprovechamos muy poco.

        Al pasar a la Nep, nos hemos excedido no en el sentido de haber dedicado demasiado lugar al principio de la libertad de industria y comercio, sino en el sentido de que nos hemos olvidado de las cooperativas, las subestimamos y hemos comenzado ya a olvidar su gigantesca importancia en los dos antecitados aspectos de su significación.

        Me propongo ahora conversar con el lector sobre lo que puede y debe hacerse en la práctica, por el momento, partiendo de ese principio “cooperativista”. ¿Con qué recursos se puede y debe comenzar a desarrollar hoy mismo ese principio “cooperativista”, de manera que sea evidente para todos y cada uno su significado socialista?

        Es necesario organizar en el aspecto político las cooperativas de suerte que no solo disfruten en todos los casos de ciertas ventajas, sino que estás ventajas sean de índole puramente material (el tipo de interés bancario, etc.). Es necesario conceder a las cooperativas créditos del Estado que superen, aunque sea un poco, a los concedidos a las empresas privadas, hasta alcanzar incluso el nivel de los créditos para la industria pesada, etc.

        Todo régimen social surge exclusivamente con el apoyo financiero de una clase determinad. Huelga de recordar los centenares de millones de rublos que costó el nacimiento del capitalismo “libre”. Ahora debemos comprender, para obrar en consecuencia, que el régimen social al que debemos prestar hoy día un apoyo extraordinario es el cooperativista. Pero hay que apoyarlo en el verdadero sentido de la palabra, es decir, no basta con entender por tal apoyo el prestado a cualquier intercambio cooperativista, sino el prestado a un intercambio de este tipo en el que participen efectivamente verdaderas masas de la población. Conceder una prima al campesino que participe en el intercambio de las cooperativas es, sin duda, una forma certera, pero, al mismo tiempo, hace falta comprobar esa participación, el grado en el que se hace a conciencia y de buena fe; ése es el quid de la cuestión. Cuando un cooperativista llega a una aldea y organiza allí una cooperativa de consumo, la población, hablando en rigor, no participa en eso para nada, pero, al propio tiempo, y guiada por su ventaja personal, se apresurará a participar en ella.

        Esta cuestión tiene también otro aspecto. Nos queda ya muy poco por hacer, desde el punto de vista del europeo “civilizado” (ante todo, del que sabe leer y escribir), para hacer participar, y no de una manera pasiva, sino activa, a toda la población en las operaciones de las cooperativas. Hablando con propiedad, nos queda por hacer “solo” una cosa: elevar a nuestra población a tal grado de “civilización” que comprenda todas las ventajas de la participación de cada cual en las cooperativas y organice esta participación. Eso “nada más”. Ninguna otra sabiduría se necesita ahora para pasar al socialismo. Mas, para hacer realidad ese “nada más”, se precisa toda una revolución, toda una etapa de desarrollo cultural de las masas del pueblo. Por eso nuestra norma debe ser: las menos lucubraciones y los menos artificios posibles. En este sentido, la Nep es ya un progreso, pues se adapta al nivel del campesino más corriente y no le exige nada superior. Mas, para logra, mediante la Nep, que tome parte en las cooperativas el conjunto de la población, se necesita toda una época histórica que, en el mejor de los casos, podemos recorrer en uno o dos decenios. Pero será una época histórica especial, y sin pasar por esa época histórica, sin lograr que todos sepan leer y escribir, sin un grado suficiente de comprensión, sin acostumbrar en grado suficiente a la población a leer libros y sin una base material para ello, sin ciertas garantías, por ejemplo, contra las malas cosechas, contra el hambre, etc., no podremos alcanzar nuestro objetivo. Todo depende ahora de que sepamos combinar ese ímpetu revolucionario, ese entusiasmo revolucionario que ya hemos demostrado lo suficiente y coronado con éxito completo, de que sepamos combinarlo con las dotes de (aquí estoy casi dispuesto a decirlo) mercader inteligente e instruido, lo que basta en absoluto para ser un buen cooperativista. Por dotes de mercader entiendo el saber ser un mercader culto. Que se lo aprendan bien los rusos o simplemente los campesinos, los cuales creen que, como trafican, ya saben comerciar. Se equivocan de medio a medio. Trafican, pero de eso a saber ser un buen comerciante culto va un gran trecho. Ahora trafican a lo asiático, mientras que para saber comerciar hay que hacerlo a lo europeo. Y de eso los separa toda una época.

        Acabo: hay que conceder una serie de privilegios económicos, financieros y bancarios a las cooperativas; en eso debe consistir el apoyo prestado por nuestro Estado socialista al nuevo principio de organización de la población. Pero, con ello, el problema se plantea solo a grandes rasgos, ya que sigue sin concretar ni describir con pormenores todo el fondo práctico del problema, es decir, hay que saber encontrar la forma de las “primas” (y las condiciones de su entrega) que concedemos por la organización de la población en cooperativas, la forma de las primas que nos permita prestar una ayuda suficiente a las cooperativas y preparar a cooperativistas cultos. Ahora bien, cuando los medios de producción pertenecen a la sociedad, cuando es un hecho el triunfo de clase del proletariado sobre la burguesía, el régimen de los cooperativistas cultos es el socialismo.

4 de enero de 1923.

II

        Siempre que he escrito algo de la nueva política económica he citado mi artículo de 1918 sobre el capitalismo de Estado [Acerca del infantilismo “izquierdista” y del espíritu pequeñoburgués]. Eso hizo dudar en más de una ocasión a algunos camaradas jóvenes. Pero sus dudas giraban sobre todo en torno a cuestiones políticas abstractas.

        Creían que no se debía calificar de capitalismo de Estado a un régimen en el que los medios de producción pertenecen a la clase obrera y en el que ésta es dueña del poder estatal. Sin embargo, no se daban cuenta de que yo utilizaba el calificativo de “capitalismo de Estado”, primero, para establecer el nexo histórico de nuestra posición actual con la posición que ocupé yo en mi polémica contra los llamados comunistas de izquierda; entonces y demostraba ya también que el capitalismo de Estado sería superior a nuestra economía contemporánea; lo que me importaba entonces era dejar sentado el nexo de continuidad entre el habitual capitalismo de Estado y el extraordinario, incluso excesivamente extraordinario capitalismo de Estado al que me referí al iniciar al lector con la nueva política económica. Segundo, para mí fue siempre de gran importancia el objetivo práctico. Y el objetivo práctico de nuestra nueva política económica consistía en arrendar empresas para que las explotasen en régimen de concesión; empresas que, sin duda alguna, harían en nuestras circunstancias un tipo de capitalismo de Estado ya puro. En ese aspecto trataba yo el capitalismo de Estado.

        Pero existe otro aspecto más de la cuestión, por el cual podríamos necesitar el capitalismo de Estado o, al menos, trazar un paralelo con él. Se trata de las cooperativas.

        Es indudable que las cooperativas en un Estado capitalista son instituciones capitalistas colectivas. Tampoco hay duda de que, en nuestra actual realidad económica, cuando al lado de empresas capitalistas privadas –habiéndose socializado sin falta la tierra y teniéndolas bajo el control obligatorio del poder del Estado, que pertenece a la clase obrera– hay empresas de tipo socialista consecuente (cuando tanto los medios de producción como el suelo en que se halla enclavada la empresa y toda ella en su conjunto pertenecen al Estado), se plantea el problema de un tercer tipo de empresas que antes no eran independientes desde el punto de vista de su importancia de principios, a saber: las empresas cooperativas. En el capitalismo privado, la diferencia existente entre empresas cooperativas y empresas capitalistas es la misma que hay entre empresas colectivas y empresas privadas. En el capitalismo de Estado, las empresas cooperativas se diferencian de las empresas capitalistas de Estado, primero, en que son empresas privadas y, segundo, en que son empresas colectivas. En nuestro régimen actual, las empresas cooperativas se diferencian de las empresas capitalistas privadas en que son colectivas, pero no se distinguen de las empresas socialistas siempre y cuando se hayan establecido en un terreno del Estado y empleen medios de producción pertenecientes al Estado, es decir, a la clase obrera.

        Esta circunstancia es la que no tomamos suficiente en cuenta cuando discutimos de las cooperativas. Se relega al olvido que las cooperativas adquieren en nuestro país, gracias a la peculiaridad de nuestro régimen político, una importancia excepcional por completo. Si dejamos a un lado las empresas en régimen de concesión, que, por cierto, no han alcanzado en nuestro país un desarrollo importante, las cooperativas coinciden totalmente cada paso, en nuestras circunstancias, con el socialismo.

        Explicaré mi idea: ¿En qué consiste la fantasía de los planes de los viejos cooperativistas, empezando por Roberto Owen? En que soñaban con la transformación pacífica de la sociedad moderna mediante el socialismo, sin tener en cuenta cuestiones tan fundamentales como la lucha de las clases, la conquista del poder político por la clase obrera y el derrocamiento de la dominación de la clase de los explotadores. Por eso tenemos razón para ver en ese socialismo “cooperativista” una pura fantasía, algo romántico y hasta trivial por sus sueños de transformar, mediante el simple agrupamiento de la población en cooperativas, a los enemigos de clase en colaboradores de clase, y a la guerra de las clases en paz entre las clases (la llamada paz civil).

        No cabe duda de que, desde el punto de vista de la tarea fundamental de nuestros días, nosotros teníamos razón, ya que sin la lucha de clase obrera por el poder político del Estado no se puede poner en práctica el socialismo.

        Pero fijaos cómo ha cambiado la cosa ahora, una vez que el poder del Estado de halla en manos de la clase obrera, una vez que el poder político de los explotadores ha sido derrocado, y todos los medios de producción (excepto los que el Estado obrero, voluntariamente y con ciertas condiciones, otorga por algún tiempo en régimen de concesión a los explotadores) están en manos de la clase obrera.

        Ahora tenemos derecho a afirmar que, para nosotros, el simple desarrollo de las cooperativas es idéntico (salvo la “pequeña” excepción precitada) para nosotros al desarrollo del socialismo, y, a la vez, nos vemos obligados a reconocer el cambio radical que se ha operado en todo nuestro punto de vista sobre el socialismo. Ese cambio radical consiste en que antes poníamos y debíamos poner el centro de gravedad en la lucha política, en la revolución, en la conquista del poder, etc. Ahora el centro de gravedad se desplaza hacía la labor pacífica de organización “cultural”. Estoy dispuesto a afirmar que el centro de gravedad se trasladaría en nuestro país hacia la obra de la cultura, de no ser por las relaciones internacionales, de no ser porque hemos de pugnar por nuestras posiciones a escala internacional. Pero si dejamos eso a un lado y nos limitamos a nuestras relaciones económicas interiores, el centro de gravedad del trabajo se reduce hoy en realidad a la obra cultural.

        Se nos plantean dos tareas principales, que hacen época. Una es la de rehacer nuestra administración pública, que ahora no sirve para nada en absoluto y que tomamos íntegramente la época anterior; no hemos conseguido rehacerla seriamente en cinco años de lucha, y no podíamos conseguirlo. La otra estriba en nuestra labor cultural entre los campesinos. Y el objetivo económico de esta labor cultural entre los campesinos es precisamente organizarlos en cooperativas. Si pudiéramos organizar en cooperativas a toda la población, pisaríamos ya con ambos pies terreno socialista. Pero esta condición, la de organizar a toda la población en cooperativas, implica tal grado de cultura de los campesinos (precisamente de los campesinos, pues son una masa inmensa), que es imposible sin hacer toda una revolución cultural.

        Nuestros adversarios nos han dicho muchas veces que emprendemos una obra descabellada, al implantar el socialismo en un país de insuficiente cultura. Pero se equivocaron al decir que nosotros no comenzamos en el orden que indicaba la teoría (de todo género de pedantes), y la revolución política y social en nuestro país precedió a la revolución cultural, a esa revolución cultural ante la que nos encontramos ahora, pese a todo.

        Hoy nos basta con esta revolución cultural para llegar a convertirnos en un país completamente socialista, pero esa revolución cultural presenta increíbles dificultades para nosotros, tanto en el aspecto puramente cultural (pues somos analfabetos) como en el aspecto material (pues para ser cultos es necesario cierto desarrollo de los medios materiales de producción, se precisa cierta base material).

6 de enero de 1923.



Nuestra Revolución

(A PROPÓSITO DE LAS NOTAS DE N. SUJÁNOV)

I

        Estos días he hojeado las notas de Sújanov sobre la revolución. Salta a la vista, sobre todo, la pedantería de todos nuestros demócratas pequeñoburgueses, así como de todos los “héroes” de la II Internacional. Sin hablar ya de que son cobardes en grado sumo y de que incluso los mejores de ellos se deshacen en excusas cuando se trata de la menos desviación del modelo alemán, omisión hecha de esta cualidad de todos los demócratas pequeñoburgueses, harto manifestada por todos ellos durante toda la revolución, salta a la vista el servilismo con que imitan el pasado.

        Todos ellos se dicen marxistas, pero entienden el marxismo de una manera pedante hasta lo imposible. No han comprendido en absoluto lo decisivo del marxismo, a saber: su dialéctica revolucionaria. No han comprendido en absoluto ni aun las indicaciones directas de Marx de que en los momentos de revolución hay que mostrar la máxima flexibilidad y no siquiera se han fijado, por ejemplo, en las indicaciones que hizo Marx en su correspondencia, que, si mal no recuerdo, data del año 1856, en la cual expresaba su esperanza de que la guerra campesina de Alemania, que podía crear una situación revolucionaria, se fundiese con el movimiento obrero. Incluso eluden esta indicación directa y dan vueltas y más vueltas alrededor de ella como el gato alrededor de la leche caliente.

        Se muestran en toda su conducta como unos medrosos reformistas que temen apartarse de la burguesía y, más aún, romper con ella, encubriendo al mismo tiempo su cobardía con las más desfachatadas palabrería y jactancia. Pero incluso en el aspecto puramente teórico salta a la vista en todos ellos su plena incapacidad para comprender las siguientes consideraciones del marxismo: han visto hasta ahora un camino determinado de desarrollo del capitalismo y de la democracia burguesa en Europa Occidental y no les cabe en la cabeza que este camino pueda ser tenido por modelo mutatis mutandis, es decir, solo introduciendo en él ciertas enmiendas (insignificantes por completo desde el punto de vista del devenir de la historia universal).

        Primero: una revolución relacionada con la primera guerra imperialista mundial. En tal revolución debían manifestarse rasgos nuevos o modificados, debido precisamente a la guerra, porque jamás ha habido en el mundo una guerra como ésta y en situación semejante. Seguimos viendo aun hoy que la burguesía de los países más ricos no puede “normalizar” las relaciones burguesas después de esta guerra, mientras que nuestros reformistas, pequeños burgueses que se las dan de revolucionarios, tenían y tienen por límite (insuperable, además) las relaciones burguesas normales, comprendiendo esta “normalidad” de una manera harto estereotipada y estrecha.

        Segundo: les es completamente ajena toda idea de que, dentro de las leyes objetivas generales a que está sujeto el desarrollo de toda la historia universal, en modo alguno se excluyen, antes al contrario, se presuponen, períodos determinados de desarrollo que constituyen una peculiaridad bien por la forma bien por el orden del mismo. Ni siquiera se les ocurre, por ejemplo, que Rusia, situada en la divisoria entre los países civilizados y los que han emprendido definitivamente la primera vez, a causa de esta guerra, el camino de la civilización –los países de todo el Oriente, los países no europeos–, que Rusia, digo, podía y debía mostrar, por eso, ciertas peculiaridades que, claro está, no se salen de la pauta general del desarrollo mundial, pero que distinguen su revolución de todas las revoluciones anteriores habidas en los países de Europa Occidental, introducen algunas innovaciones parciales al desplazarse a los países orientales.

        Por ejemplo, no puede ser más estereotipada la argumentación que ellos emplean, y que se aprendieron de memoria en el época del desarrollo de la socialdemocracia euroccidental, de que nosotros no hemos madurado para el socialismo, de que en nuestro país no existen, como se expresan diversos señores “doctos” de entre ellos, las premisas económicas objetivas para el socialismo. Y a ninguno de ellos se le ocurre preguntarse: un pueblo que afrontó una situación revolucionaria como la formada durante la primera guerra imperialista, ¿no podía, bajo la influencia de la situación desesperada, lanzarse a una lucha que le brindase, por lo menos, alguna probabilidad de conquistar para sí condiciones no corrientes del todo para el progreso sucesivo de la civilización?

        “Rusia no ha alcanzado tal nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que haga posible el socialismo.” Todos los “héroes” de la II Internacional, y entre ellos, naturalmente, Sujánov, van y vienen con esta tesis como chico con zapatos nuevos. Repiten de mil maneras esta tesis indiscutible y les parece decisiva para enjuiciar nuestra revolución.

        Pero ¿y si lo peculiar de la situación llevó a Rusia a la guerra imperialista mundial, en la que intervinieron todos los países más o menos importante de Europa Occidental, y puso su desarrollo al borde de las revoluciones de Oriente, que estaban comenzando ya, en unas condiciones que nos permitían poner en práctica precisamente esta alianza de la “guerra campesina” con el movimiento obrero, de la que escribió como de una perspectiva probable en 1856 un “marxista” como Marx, refiriéndose a Prusia?

        ¿Y si una situación absolutamente sin salida que, por lo mismo, decuplicaba las fuerzas de los obreros y los campesinos, nos brindaba la posibilidad de pasar de distinta manera que en todos los demás países de Occidente de Europa a la creación de las premisas fundamentales de la civilización? ¿Ha cambiado a causa de eso la pauta general del devenir de la historia universal? ¿Ha cambiado por ello la correlación esencial de las clases fundamentales en cada país que entra, que ha entrado ya en el curso general de la historia universal?

        Si para crear el socialismo se exige un determinado nivel cultural (aunque nadie puede decir cuál es este determinado “nivel cultural”, ya que es diferente en cada uno de los países de Europa Occidental), ¿por qué, pues, no podemos comenzar primero por la conquista revolucionaria de las premisas para este determinado nivel, y lanzarnos luego, respaldados con el poder obrero y campesino y con el régimen soviético, a alcanzar a otros pueblos?

16 de enero de 1923.

II

        Para crear el socialismo -decís- hace falta civilización. Muy bien. ¿Y por qué no hemos de poder crear primero en nuestro país premisas de civilización como la expulsión de los terratenientes y de los capitalistas rusos y comenzar luego ya el avance hacia el socialismo? ¿En qué libros habéis leído que semejantes alteraciones del orden histórico habitual sean inadmisibles o imposibles?

        Recuerdo que Napoleón escribió: “On s’engage et puis… on voit”, lo que, traducido libremente, quiere decir: “Primero se entabla el combate serio, y ya se verá lo que pasa”. Pues bien, nosotros entablamos primero, en octubre de 1917, el combate serio y luego vimos ya pormenores del decurso (desde el punto de vista de la historia universal, son, sin duda, pormenores) como la paz de Brest o la nueva política económica, etc. Y hoy no cabe ya duda de que, en lo fundamental, hemos triunfado.

        Nuestros Sujánov, sin hablar ya de los socialdemócratas que están más a la derecha, no se imaginan siquiera que, en general, las revoluciones no pueden hacerse de otra manera. Nuestros pequeños burgueses europeos no ven ni en sueños que las revoluciones venideras en los países de Oriente, incomparablemente más poblados, los cuales se distinguen incomparablemente más por la diversidad de condiciones sociales, les ofrecerán, sin duda, más peculiaridades que la revolución rusa.

        Ni que decir tiene que un manual escrito según las ideas de Kautsky era algo muy útil en su tiempo. Pero ya va siendo hora de cambiar de pensamiento de que este manual prevé todas las formas de desarrollo de la historia universal. Sería oportuno declarar simples mentecatos a quienes así lo creen.

17 de enero de 1923.



Como Tenemos que Reorganizar la Inspección Obrera y Campesina

(PROPUESTA AL XII CONGRESO DEL PARTIDO)

        No cabe duda de que la Inspección Obrera y Campesina supone para nosotros una dificultad inmensa y de que esta dificultad no ha sido superada hasta ahora. Creo que no tienen razón los camaradas que la quieren superar negando que la Inspección Obrera y Campesina sea útil o necesaria. Pero yo no niego, al paso, que el problema de nuestra administración pública y de su perfeccionamiento sea muy difícil, esté muy lejos de resolverse y revista, al mismo tiempo, una urgencia extraordinaria.

        Nuestra administración pública, excluido el Comisariado del Pueblo de Negocios Extranjeros, es en sumo grado una supervivencia de la vieja administración que ha sufrido los mínimos cambios de alguna importancia. Solo ha sido ligeramente retocada por encima; en los demás aspectos sigue siendo lo más típicamente viejo de nuestra vieja administración pública. Pues bien, para encontrar el medio de renovarla de verdad, hay que echar mano, a mi parecer, de la experiencia de nuestra guerra civil.

        ¿Cómo procedimos en los momentos de mayor riesgo de la guerra civil?

        Concentramos las mejores fuerzas del partido en el Ejército Rojo; movilizamos a nuestros mejores obreros; buscamos nuevas fuerzas  dónde está la más profunda raíz de nuestra dictadura.

        Por esa misma dirección, estoy convencido de ello, debemos buscar la fuente para reorganizar la Inspección Obrera y Campesina. Propongo a nuestro XXII Congreso del partido que adopte el siguiente plan de reorganización, basado en una ampliación peculiar de nuestra Comisión Central de Control.

        El Pleno del CC de nuestro partido ha puesto ya de manifiesto su tendencia a desarrollarse en una especie de conferencia superior del partido. Se reúne, por término medio, una vez cada dos meses, a lo sumo, y la labor ordinaria realizada en nombre del CC corre a cargo, como es sabido, de nuestro Buró Político, de nuestro Buró de Organización, de nuestro Secretariado, etc. Creo que debemos llegar hasta el fin del camino que así hemos emprendido y transformar definitivamente los plenos del CC en conferencias superiores del partido que se reunirán una vez cada dos meses con la asistencia de la Comisión Central de Control. Esta Comisión Central de Control se unirá, en las condiciones que se expresan a continuación, con la parte fundamental de la Inspección Obrera y Campesina reorganizada.

        Propongo al congreso que elija entre los obreros y los campesinos de 75 a 100 nuevos miembros (número, claro, aproximado) para la Comisión Central de Control. Los elegidos deben someterse a la misma comprobación, desde el punto de vista del partido, que los miembros ordinarios del CC, ya que deberán gozar de todos los derechos de éstos.

        Por otra parte, la Inspección Obrera y Campesina debe contar en total con 300 o 400 empleados, comprobados en especial en cuanto a honradez y conocimiento de nuestra administración pública y aprobados también en un examen especial de nociones de organización científica del trabajo en general, y, en concreto, de las funciones administrativas, del trabajo de oficina, etc.

        A juicio mío, esta fusión de la Inspección Obrera y Campesina con la Comisión Central de Control rendirá beneficio a ambas instituciones. Por una parte, la Inspección Obrera y Campesina ganará de ese modo tanto prestigio que alcanzará, por lo menos, la altura de nuestro Comisariado del Pueblo de Negocios Extranjeros. Por otra parte, nuestro CC seguirá definitivamente, con la Comisión Central de Control, por el camino de la transformación de sus plenos en conferencia superior del partido, camino por el que, en realidad, marcha ya y por el que debe marchar hasta el fin para cumplir felizmente su misión en dos sentidos: en los metódico, conveniente y sistematizado de su organización y su trabajo, y en el de su ligazón con masas grandes de verdad por el conducto de nuestros mejores obreros y campesinos.

        Preveo una objeción, que puede partir directa o indirectamente de las esferas que hacen vieja nuestra administración, es decir, de los partidarios de conservarla en forma que se asemeja hasta lo imposible, hasta lo indecoroso, a la de antes de la revolución, forma que aún conserva en el presente (dicho sea de paso, ahora hemos tenido una ocasión, que rara vez se da en la historia, de fijar los plazos indispensables para hacer cambios sociales radicales, y hoy vemos con claridad qué se puede hacer en cinco años y para qué se necesitan plazos mucho más largos).

        Esta objeción parece consistir en que, de la transformación propuesta por mí, no resultará más que un caos. Los miembros de la Comisión Central de Control irán vagando por todos los organismos sin saber adónde, a qué ni a quién dirigirse, llevando a todas partes la desorganización, distrayendo a los empleados de su trabajo corriente, etc., etc.

        Creo que el malévolo origen de esta objeción es tan evidente que no hace falta ni siquiera responder. Se sobrentiende que tanto el Presídium de la Comisión Central de Control como el comisario del pueblo de la Inspección Obrera y Campesina y su Consejo (y también, cuando lo requieran las circunstancias, nuestro Secretariado del CC) necesitarán más de un año de tenaz labor para organizar como es debido su Comisariado del Pueblo y su labor conjunta con la Comisión Central de Control. El comisario del pueblo de la Inspección Obrera y Campesina puede seguir, a juicio mío, ejerciendo sus funciones (y debe seguir ejerciéndolas), así como todo el Consejo, manteniendo bajo su dirección la labor de toda la Inspección Obrera y Campesina, incluidos todos los miembros de la Comisión Central de Control, los cuales deberán tenerse por “enviados” a su disposición. Según mi plan, los 300 o 400 empleados restantes de la Inspección Obrera y Campesina desempeñarán, por una parte, meras funciones de secretarios de los otros miembros de la Inspección Obrera y Campesina y de los miembros suplementarios Comisión Central de Control, y, por otra parte, deberán poseer alta capacitación, estar probados en especial, ser adictos en particular y recibir sueldos lo bastante elevados que los eximan por completo de la actual situación verdaderamente deplorable (por no decir algo peor aún) de funcionarios de la Inspección Obrera y Campesina.

        Estoy seguro de que la reducción del número de empleados hasta el que he indicado mejorará muchísimo tanto la calidad de los funcionarios de la Inspección Obrera y Campesina como la de todo el trabajo, permitiendo, a la vez, al comisario del pueblo y a los miembros del Consejo centrar toda su atención en la organización del trabajo y en la elevación metódica y constante de la calidad del mismo, elevación de absoluta necesidad para el poder obrero y campesino y para nuestro régimen soviético.

        Por otro lado, creo también que el comisario del pueblo de la Inspección Obrera y Campesina tendrá que aplicarse, en parte, a fundir y, en parte, a coordinar los institutos superiores de organización del trabajo, de los que en la República no menos de 12 (Instituto Central del Trabajo, Instituto de Organización Científica del Trabajo, etc.). La uniformidad excesiva y la tendencia a la fusión que de ello se desprende serán perjudiciales. Aquí se debe hallar, por el contrario, un término medio razonable y conveniente entre la fusión de todas estas instituciones en una sola y una acertada delimitación de las mismas con la condición de que cada una de ellas goce de cierta independencia.

        No cabe duda de que, con esta transformación, ganará nuestro propio CC no menos que la Inspección Obrera y Campesina, ganará en el sentido de su ligazón con las masas, así como en el sentido de la regularidad y la eficacia de su trabajo. Entonces se podrá (y se deberá) implantar un orden más severo y exigir más responsabilidad en la preparación de las sesiones del Buró Político, a las que deberá asistir un determinado número de miembros de la Comisión Central de Control, siendo designados éstos o bien por un cierto período o según cierto plan de organización.

        El comisario del Pueblo de la Inspección Obrera y Campesina distribuirá con el Presídium de la Comisión Central de Control el trabajo entre sus miembros, teniendo presente la obligación de éstos a asistir a las reuniones del Buró Político y comprobar todos los documentos que, de uno u otro modo, deberán ser sometidos a su examen, o bien teniendo presente a obligación de ellos a dedicar su jornada laboral a la preparación teórica y al estudio de la organización científica del trabajo o a participar prácticamente en el control y perfeccionamiento de nuestra administración pública, comenzando por los organismos superiores y terminando por los organismos locales inferiores, etc.

        Creo también que, además de la ventaja política que reporta el hecho de que los miembros del CC y de la Comisión Central de Control, debido a esta reforma, estarán mucho mejor enterados y preparados para las reuniones del Buró Político (todos los documentos referentes de las mismas deben llegar a manos de todos los miembros del CC y de la Comisión Central de Control con veinticuatro horas de antelación, a más tardar, salvo los casos que no admitan dilación alguna, casos que requieren un orden especial para ponerlos en conocimiento de los miembros del CC y de la Comisión Central de Control y una forma especial para resolverlos), es preciso incluir también la de que en nuestro CC disminuirá la influencia de circunstancias puramente personales y casuales, aminorándose así el peligro de escisión.

        Nuestro CC se constituyó como grupo estrictamente centralizado y de sumo prestigio, pero su labor no se ha colocado en las condiciones que corresponden a su prestigio. A ello debe coadyuvar la reforma que propongo, y los miembros de la Comisión Central de Control que debn asistir, en determinado número, a todas las reuniones del Buró Político, tienen que formar un grupo cohesionado, el cual deberá cuidar de que ninguna autoridad, trátese de quien se trate, tanto del secretario general como de cualquier otro miembro del CC, pueda impedirle interpelar, controlar documentos y, en general, ponerse absolutamente al corriente de todos los asuntos y lograr que sus trámites lleven al curso más normal.

        Claro que, en nuestra República Soviética, el régimen social se basa en la colaboración de dos clases, de los obreros y los campesinos, colaboración a la que ahora se admite también, bajo ciertas condiciones, a gente de la Nep, es decir, a la burguesía. Si surgen graves divergencias de clase entre ellas, la escisión será inevitable; pero nuestro régimen social no entraña necesariamente razones que hagan inevitable esta escisión, y la misión principal de nuestro Comité Central y de la Comisión Central de Control, así como de nuestro partido en su conjunto, consiste en estar muy al tanto de las circunstancias que puedan dar motivo a una escisión y prevenirlas, porque, en resumidas cuentas, los destinos de nuestra república dependerán de que las masas campesinas marchen unidas a la clase obrera, conservando la fidelidad a la alianza con ella, o permitan a la gente de la Nep, es decir, a la nueva burguesía, apartarlas de los obreros, escindirlas de ellos. Cuanto más claro veamos estos dos desenlaces posibles, cuanto más claro lo comprendan todos nuestros obreros y campesinos, tanto mayores serán las probabilidades de poder evitar la escisión, que sería funesta para la República Soviética.

23 de enero de 1923.



Más Vale Poco y Bueno

V. I. Lenin


        Por lo que se refiere a la mejora de nuestra administración pública, creo que la Inspección Obrera y Campesina no debe afanarse por la cantidad ni apresurarse. Hemos tenido hasta ahora tan poco tiempo para reflexionar y preocuparnos de la calidad de nuestra administración pública que sería natural la preocupación por que esté preparada con especial seriedad y se concentre en la Inspección Obrera y Campesina a individuos de una cualidad realmente moderna, es decir, no desmerecedores de los mejores modelos euroccidentales. Desde luego, ésta es una condición harto modesta para una república socialista. Pero el primer lustro nos ha llenado la cabeza de desconfianza y escepticismo. No podemos menos de sentir esa desconfianza y ese escepticismo por quienes hablan demasiado y con excesiva ligereza, por ejemplo, de la cultura "proletaria": para empezar nos bastaría una verdadera cultura burguesa; para empezar podríamos prescindir de los tipos más recalcitrantes de culturas de tipo preburgués, es decir, de culturas burocrática, feudal, etc. En los problemas de cultura lo que más perjudica es tener prisa y querer abarcarlo todo. Muchos de nuestros jóvenes literatos y comunistas deberían aplicarse bien al cuento.

        Por donde, en lo que se refiere a la administración pública, debemos sacar ahora de la experiencia anterior la conclusión de que sería mejor ir más despacio.

        Nuestra administración pública se encuentra en un estado tan deplorable, por no decir detestable, que primero debemos reflexionar profundamente en la manera de combatir sus deficiencias, recordando que radican en el pasado, el cual, si bien ha sido subvertido, no ha desaparecido por completo, no ha quedado en la fase de cultura perteneciente a tiempos remotos. Planteo aquí el problema de la cultura precisamente porque en estas cosas debe tenerse por logrado únicamente lo que entra en la cultura, en la vida corriente, en las costumbres. Y en nuestro país, puede afirmarse, lo que hay de bueno en la organización social no ha sido meditado a fondo, no ha sido comprendido ni sentido, ha sido tornado al vuelo, no ha sido comprobado, ni ensayado, ni confirmado por la experiencia, ni consolidado, etc. Es natural que tampoco podía ser de otro modo en una época revolucionaria y dada la rapidez tan vertiginosa del desarrollo que nos ha llevado en cinco años del zarismo al régimen soviético.

        Es preciso sentar cabeza a tiempo. Hay que impregnarse de salvadora desconfianza de un movimiento de avance atropellado, de toda jactancia, etc. Es necesario preocuparse de comprobar los pasos adelante que pregonamos a cada momento, que damos cada momento y luego procuramos demostrar continuamente que no son de peso, ni serios, ni se comprenden. Lo más nocivo en este caso sería apresurarse. Lo más nocivo seria contar con que sabemos algo, por poco que sea, o pensar que hay entre nosotros un número algo considerable de elementos para organizar una administración realmente nueva y verdaderamente acreedora del nombre de socialista, de soviética, etc.

        No, en nuestro país, tal administración e incluso el número de elementos que la forman mueven a risa por lo exiguo, y debemos recordar que, para montarla, no se debe escatimar el tiempo, y eso se
llevará muchos, muchísimos años.

        ¿Qué elementos poseemos para montar esa administración? Solamente dos: primero, los obreros, animados por la lucha en pro del socialismo. Estos elementos no poseen suficiente instrucción. Querrían proporcionarnos una administración mejor, pero no saben cómo hacerlo. No pueden hacerlo. No han alcanzado hasta hoy el desarrollo ni la cultura indispensables para ello. Y lo que se necesita precisamente es cultura. En este sentido no se puede hacer nada de golpe y porrazo o de sopetón, con viveza o energía, o con cualquier otra de las mejores cualidades humanas. Segundo, se necesitan conocimientos, educación e instrucción, pues los que tenemos son irrisorios en comparación con todos los demás Estados.

        Y en este sentido no hay que olvidar que somos aún demasiado propensos a compensar estos conocimientos (o a creernos que podemos compensarlos) con el celo, la precipitación, etc.

        Para renovar nuestra administración pública tenemos que fijarnos a toda costa como tarea: primero, aprender; segundo, aprender; tercero, aprender; y después, comprobar que lo aprendido no quede reducido a letra muerta o a una frase de moda (cosa que, no hay por qué ocultarlo, ocurre con demasiada frecuencia en nuestro país), que lo aprendido se haga efectivamente carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre, que llegue a ser plena y verdaderamente un elemento integrante de la vida diaria. En pocas palabras, no debemos presentar las mismas reivindicaciones que la Europa Occidental burguesa, sino las que puede presentar con dignidad y decoro un país que ha asumido la misión de desarrollarse y hacerse socialista.

        Las deducciones de lo expuesto son que debemos hacer de la Inspección Obrera y Campesina, instrumento llamado a mejorar nuestra administración, un organismo realmente modelo.

        Para que pueda alcanzar la debida altura, es preciso atenerse a la regla: en cosa alguna, pensar mucho y hacer una.

        Para ello es preciso que lo mejor que haya de verdad en nuestro régimen social se aplique con los máximos cuidado, reflexión y conocimiento a la fundación del nuevo Comisariado del Pueblo.

        Para ello es preciso que los mejores elementos de nuestro régimen social, a saber: los obreros avanzados, en primer lugar, y, en segundo, los elementos realmente instruidos -por los cuales se puede responder de que ni se fiaran de las palabras ni pronunciaran una sola contra su conciencia- no teman confesar ninguna dificultad ni se arredren ante lucha alguna para alcanzar el fin propuesto en serio.

        Hace ya cinco años que nos venimos ajetreando para mejorar nuestra administración pública, pero esto es precisamente solo un ajetreo que en cinco años no ha demostrado más que su ineficacia o incluso su inutilidad y su nocividad. Como todo ajetreo, tenía la apariencia de trabajo; pero, en realidad, entorpecía nuestras instituciones y embrollaba nuestros cerebros.

        Es preciso que todo esto cambie al fin.

        Hay que tomar por norma: más vale poco en cantidad, pero bueno de calidad. Hay que tomar por norma: más vale esperar dos o incluso tres años a obtener buen personal que apresurarse sin ninguna esperanza de conseguirlo.

        Yo sé que será difícil atenerse a esta norma y aplicarla a nuestra realidad. Sé que la norma contraria intentara abrirse camino en nuestro país con mil subterfugios. Sé que habremos de oponer una resistencia gigantesca y mostrar una perseverancia diabólica, que en este sentido el trabajo será, por lo menos durante los primeros años, endemoniadamente ingrato; no obstante, estoy convencido de que solo obrando así alcanzaremos nuestra meta y que, únicamente después de haberla alcanzado, crearemos una república digna en realidad del nombre de soviética, socialista, etc., etc., etc.

        Es posible que muchos lectores encuentren demasiado insignificantes las cifras que cite como ejemplo en mi primer artículo. Estoy seguro de que se podrían aducir muchos cálculos para demostrar
que esas cifras son insuficientes. Pero creo que, por encima de esos cálculos y de cálculos de cualquier índole, debemos poner una cosa: el interés por una calidad verdaderamente modelo.

        Estimo que, en fin, es precisamente este el momento en que debemos ocuparnos de nuestra administración pública como es debido, con toda seriedad; el momento en que el rasgo más pernicioso de esta labor tal vez sea el apresuramiento. Por esto prevengo encarecidamente contra la exageración de estas cifras. Por el contrario, soy de la opinión de que, en este caso, hay que ser sobre todo parcos en las cifras. Hablemos con franqueza. El Comisariado del Pueblo de la Inspección Obrera y Campesina no goza hoy ni de sombra de prestigio. Todos saben que no existe una institución peor organizada que nuestra
Inspección Obrera y Campesina y que, en las condiciones actuales, no podemos pedir nada a este Comisariado. Hemos de recordarlo bien, si queremos proponernos de verdad el fin de tener dentro de unos anos una institución que, primero, debe ser modelo; segundo, debe inspirar a todos absoluta confianza y, tercero, debe demostrar a todos sin excepción que está justificada en realidad la labor de una institución tan encumbrada como es la Comisión Central de Control. A mi entender, hay que desterrar en el acto y con decisión toda clase de normas generales sobre el número de empleados. A los de la Inspección Obrera y Campesina debemos seleccionarlos de un modo muy especial y solo después de haberlos sometido a pruebas rigurosísimas. En efecto, ¿qué objeto tendría montar un Comisariado del Pueblo en el que el trabajo marche de cualquier manera, sin inspirar de nuevo la menor confianza, y en el que la palabra tenga un prestigio ínfimo? Creo que, con la reorganización del género que ahora nos proponernos, nuestro objetivo principal es evitarlo.

        Los obreros que incorporemos a la Comisión Central de Control en calidad de miembros suyos deben ser irreprochables como comunistas, y creo que debemos esforzarnos aun largo tiempo por ensenarles los métodos y las tareas de su trabajo. Además, como auxiliares en esta labor deberá haber un personal determinado de secretaria que será sometido a una triple prueba antes de recibir el nombramiento para su empleo. Por último, los funcionarios que, a título de excepción, decidamos colocar inmediatamente en la Inspección Obrera y Campesina deben reunir las condiciones siguientes:

        primero, deben estar avalados por varios comunistas;

        segundo, deben pasar un examen de conocimiento de nuestra administración pública;

        tercero, deben pasar un examen de fundamentos teóricos de nuestra administración pública, de las cuestiones esenciales de la ciencia administrativa, de la tramitación de expedientes, etc.;

        cuarto, deben trabajar bien compenetrados con los miembros de la Comisión Central de Control y con su Secretariado de manera que podamos responder del buen funcionamiento de todo este mecanismo en su conjunto.

        Sé que estos requisitos presuponen condiciones de magnitud desmedida y mucho me temo que las consideren irrealizables o las acojan con una sonrisa desdeñosa la mayoría de los "prácticos" de la
Inspección Obrera y Campesina. Pero yo pregunto a cualquiera de los actuales dirigentes de la Inspección Obrera y Campesina o de las personas que están en contacto con ella si me pueden decir con sinceridad que falta hace, en la práctica, un Comisariado del Pueblo como el de la Inspección Obrera y Campesina. Creo que esta pregunta les ayudara a encontrar el sentido de la medida. O no vale la pena hacer una reorganización más de las tantas que ya hemos tenido, de algo tan desquiciado como la Inspección Obrera y Campesina, o es preciso plantearse de verdad la tarea de crear en un proceso lento, difícil y fuera de lo común, no sin recurrir a numerosas comprobaciones, algo realmente ejemplar, capaz de infundir respeto a cualquiera, y no solo porque lo exijan los títulos y los grados.

        Si no nos armamos de paciencia ni dedicamos a esta obra unos cuantos años, más vale que no la acometamos en absoluto.

        A juicio mío, de las instituciones que tan fecundos hemos sido en crear ya -escuelas superiores del trabajo, etc.-, hay que elegir el mínimo, comprobar si están bien organizadas y permitirles que continúen funcionando solo si están en realidad a la altura de la ciencia moderna y nos proporcionan todas las conquistas de esta. Entonces no será utópico esperar que dentro de unos anos tengamos una institución capaz de cumplir con su cometido, a saber: afanarse de manera sistemática y constante, gozando de la confianza de la clase obrera, del Partido Comunista de Rusia y de toda la masa de la población de nuestra república por mejorar nuestra administración publica.

        Las labores preparatorias para ello podrían comenzarse hoy ya. Si el Comisariado del Pueblo de la Inspección Obrera y Campesina estuviera conforme con el plan de esta reorganización, podría comenzar en seguida a dar los pasos previos para trabajar de un modo sistemático hasta llevarlos a completo término, sin apresurarse ni renunciar a rehacer lo que ya se hizo antes.

        Toda decisión de medias tintas en ese terreno sería perjudicial en grado superlativo. Las normas de todo tipo de los empleados de la Inspección Obrera y Campesina que partiesen de cualesquiera otras consideraciones estarían, en el fondo, basadas en las antiguas consideraciones burocráticas, en los viejos prejuicios, en todo lo que ha sido ya condenado, en lo que provoca las burlas generales, etc.

        En el fondo, el problema se plantea de la manera siguiente:

        O demostrar ahora que hemos aprendido de veras algo de la organización del Estado (no es pecado aprender algo en cinco años) o demostrar que no hemos madurado aún para ello; y entonces no vale la pena acometer la obra.

        Y creo que, teniendo presente el personal de que disponemos, no será una inmodestia suponer que hemos aprendido ya lo suficiente para reconstruir conforme a un sistema un solo Comisariado del Pueblo al menos. Por cierto, este solo Comisariado del Pueblo debe ser el exponente de todo el conjunto de nuestra administración pública.

        Abrir inmediatamente un concurso para redactar dos manuales o más sobre organización del trabajo en general y, en particular, del trabajo administrativo. Se puede tomar como base el libro de Ermanski que ya tenemos, si bien este, dicho sea entre paréntesis, se distingue por su simpatía manifiesta al menchevismo y no sirve para componer un manual adecuado al Poder soviético. También se puede tomar como base el libro recién publicado de Kerzhentsev, y, por último, pueden ser útiles asimismo algunos de los textos parciales que tenemos.

        Enviar a algunas personas preparadas y concienzudas a Alemania o a Inglaterra a que recojan bibliografía y estudien este problema. Y digo a Inglaterra por si no fuera posible enviar a nadie a los EE.UU. o al Canadá.

        Nombrar una comisión encargada de redactar un programa previo para examinar a los pretendientes a empleados de la Inspección Obrera y Campesina, así como a miembros de la Comisión Central de Control.

        Estos trabajos y otros parecidos, claro está, no deberán entorpecer la labor del comisario del pueblo y de los miembros del Consejo de la Inspección Obrera y Campesina ni del Presídium de la Comisión Central de Control.

        Paralelamente habrá que nombrar una comisión preparatoria para seleccionar a los pretendientes a miembros de la Comisión Central de Control. Confío en que para este cargo podremos encontrar ahora a pretendientes de sobra tanto entre los funcionarios con experiencia de todas las entidades como entre los estudiantes de nuestros establecimientos soviéticos de enseñanza. No creo atinado excluir de antemano a tal o cual categoría. Es probable que se haya de preferir para dicha institución a un personal heterogéneo que reúna numerosas cualidades y dotes diferentes, de manera que se habrá de trabajar con
ahínco para componer una lista de pretendientes. Por ejemplo, lo que menos sería de desear es que el nuevo Comisariado del Pueblo se constituyera según un patrón único, digamos, del tipo de las personas de carácter de burócrata, o bien excluyendo a las del tipo de los agitadores, a las que se distingan por su don de gentes o su facultad de penetración en medios no muy habituales para funcionarios de este tipo, etc.

* * *

        Creo que expresare del mejor modo mi pensamiento si comparo mi plan con las instituciones de tipo académico. Los miembros de la Comisión Central de Control deberán examinar sistemáticamente, bajo la dirección de su Presídium, todos los papeles y documentos del Buro Político. A la vez, deberán distribuir como es debido su tiempo entre las diversas ocupaciones de control de los expedientes de nuestras instituciones, empezando por las más pequeñas y parciales y acabando por las superiores del Estado. Por último, figuraran asimismo entre sus tareas el estudio de la teoría, es decir, de la teoría de la organización del trabajo al que se van a dedicar, y el ejercicio de funciones en la práctica bajo la dirección de camaradas con experiencia o de profesores de escuelas superiores de organización del trabajo.

        Pero yo creo que en modo alguno deberán limitarse a trabajos académicos de este tipo. Además de realizarlos, habrán de capacitarse para una labor que me atrevería a denominar de preparación para la captura de, no diré granujas, pero si de algo por el estilo y de invención de estratagemas peculiares para enmascarar sus campanas, sus artimañas, etc.

        Semejantes propuestas darían lugar en las instituciones de Europa Occidental a una indignación inaudita, despertarían un sentimiento de escándalo moral, etc., pero confió en que nosotros no nos hemos burocratizado aún lo suficiente para llegar a eso. En Rusia, la Nep no ha tenido aún tiempo de granjearse tanto respeto como para sentirnos agraviados por la idea de que se pretenda pillar a alguien. La fundación de nuestra Republica Soviética es cosa tan reciente, y se han amontonado tantos trastos de toda índole, que no creo se le ocurra a
nadie sentirse ofendido de pensar que se pueda rebuscar en ese montón de trastos, poniendo en juego algunas tretas y haciendo pesquisas orientadas a veces a fuentes bastante alejadas o dando rodeos bastante grandes; y si se le ocurre a alguien, puede estar seguro de que todos nosotros nos reiremos de el de buena gana.

        Confiamos en que nuestra nueva Inspección Obrera y Campesina dejara a un lado esa cualidad que los franceses llaman pruderie y que nosotros llamaríamos ridícula gazmoñería o empaque ridículo y que hace el caldo gordo a toda nuestra burocracia, tanto de los Soviets como del partido. Dicho sea entre paréntesis, en nuestro país hay burocracia no solo en los organismos de los Soviets, sino también en los del partido.

        Antes dije que debemos aprender y aprender en las escuelas de organización superior del trabajo, etc., pero esto en modo alguno significa que yo comprenda ese "aprendizaje" de manera algo escolar o que me limite a la idea de ensenar solamente como se hace en las escuelas. Confío en que ni un solo revolucionario de verdad sospechara que, en este caso, renuncio a entender por "aprendizaje" alguna treta empleada medio en broma, alguna astucia, artimaña o algo por el estilo. Sé que en un país respetable y serio de Europa Occidental la sola idea que he exteriorizado seria causa de un espanto verdadero, y ningún funcionario decente aceptaría que se discutiese siquiera. Pero espero que no estemos aún lo bastante burocratizados y que la discusión de esta idea no puede mover más que a risa en nuestro país.

        En efecto, ¿por qué no juntar lo útil y lo grato? ¿Por qué no emplear una treta en broma o medio en broma para descubrir algo ridículo, algo pernicioso, algo medio ridículo, medio nocivo, etc.?

        Creo que nuestra Inspección Obrera y Campesina ganara mucho si examina estas consideraciones y que la lista de los casos que han valido a nuestra Comisión Central de Control o a sus colegas de la Inspección Obrera y Campesina algunas de sus victorias más brillantes se verá bastante enriquecida con las andanzas de nuestros futuros "inspectores obrecampinos" y miembros de la "Comcencón" por lugares no muy gratos de mentar en los respetables y remilgados manuales.

* * *

        ¿Cómo se pueden fundir los organismos del partido con los de la administración soviética? ¿No hay en eso algo incompatible?

        No planteo este problema en nombre mío, sino en el de los aludidos antes por mí cuando dije que tenemos burócratas no solo en las instituciones soviéticas, sino en las del partido también.

        ¿Por qué, pues, no fundir efectivamente las unas con las otras, si ello redunda en beneficio de la obra? ¿Acaso no ha advertido nunca nadie que en un Comisariado del Pueblo, como es el de Negocios Extranjeros, tal fusión es de extraordinaria utilidad y se practica desde su mismo nacimiento? ¿Acaso en el Buró Político no se discuten desde el punto de vista de partido muchos problemas, grandes y pequeños, sobre nuestros "pasos", en respuesta a los "pasos" de las potencias extranjeras, para contrarrestar, digámoslo así, por no emplear una expresión menos decorosa, sus argucias? ¿No es acaso esta flexible unión de los organismos soviéticos con los del partido una fuente de extraordinaria fuerza en nuestra política? Creo que lo que se ha acreditado, lo que se ha consolidado en nuestra política exterior y se ha hecho ya costumbre de manera que no despierta ninguna duda en esta esfera será, por lo menos, tan conveniente (y yo creo que lo será mucho más) para toda nuestra administración pública. Y la Inspección
Obrera y Campesina se dedica precisamente a toda nuestra administración pública, y sus labores deben llegar a todas las instituciones públicas sin excepción, tanto a las locales como a las centrales, tanto a las comerciales como a las puramente burocráticas, tanto a las de enseñanza como a los archivos, teatros, etc., en suma, a todas las instituciones sin excepción alguna.

        ¿Por qué, pues, para una institución de tanta amplitud, cuyas formas de actuación requieren, además, una flexibilidad extraordinaria, ha de ser inaceptable esa fusión peculiar, de la institución de control del partido con la institución de control de los Soviets?

        Yo no vería en ello ningún obstáculo. Más aún: creo que esa fusión es la única garantía de un trabajo eficiente. Creo que cualquier duda al respecto parte de los rincones más polvorientos de nuestra administración pública y que nuestra respuesta a ella puede ser solo una: la burla.

* * *

        Otra duda: ¿Conviene unir la labor didáctica con el ejercicio del cargo? Me parece que es no solo conveniente, sino imprescindible. Hablando en general, nos ha dado tiempo de contagiarnos de toda una serie de prejuicios de los más nocivos y ridículos de la organización estatal de Europa Occidental, pese a nuestra actitud revolucionaria ante ella; y en parte, nos han contagiado adrede nuestros queridos burócratas, especulando con la malévola intención de sacar ganancia reiterada del rio revuelto de tales prejuicios; han sacado de ese rio revuelto tanta ganancia de Pescadores que solo quienes entre nosotros estaban completamente ciegos no han visto lo mucho que se ha practicado esa pesca.

        En todo el ámbito de las relaciones sociales, económicas y políticas somos unos revolucionarios "terribles". Pero en el terreno de la veneración de los superiores y de la observancia de las formas y los ritos de la tramitación de los expedientes, nuestro "revolucionarismo" es remplazado a menudo por una rutina de lo más rancia. En este dominio se puede ver muchas veces un fenómeno interesantísimo: como un gran salto adelante en la vida de la sociedad va asociado a una monstruosa timidez ante los menores cambios.

        Y se comprende, porque los pasos adelante más atrevidos se han dado en un terreno que, desde hace mucho, es patrimonio de la teoría, en un terreno que era cultivado principalmente o casi exclusivamente en teoría. El ruso se desahogaba en casa con especulaciones teóricas de atrevimiento extraordinario contra la abominable realidad burocrática, razón por la cual esas especulaciones teóricas excesivamente audaces adquirían entre nosotros un carácter muy unilateral. En Rusia se daban la mano el atrevimiento teórico en las especulaciones generales y una timidez sorprendente ante las reformas oficinescas más insignificantes. Cualquier revolución agraria de la mayor trascendencia universal era meditada con una audacia sin precedente en otros Estados, pero, a la vez, faltaba imaginación para realizar una reforma oficinesca de decimo orden, faltaba imaginación o paciencia para aplicar a esa reforma los mismos principios generales que daban resultados tan "brillantes" en su aplicación a problemas generales.

        Y por eso, nuestra actual vida cotidiana reúne en grado sorprendente rasgos de increíble osadía y timidez de pensamiento ante los menores cambios.

        Creo que tampoco ha sido de otra manera en ninguna revolución verdaderamente grande, porque las revoluciones grandes de verdad nacen de las contradicciones entre lo viejo, entre la tendencia al cultivo de lo viejo, y la más abstracta aspiración a lo nuevo, que debe ser ya tan nuevo que no contenga ni un grano de lo viejo.

        Y cuanto más radical sea la revolución, tanto mas se prolongara el periodo en que se mantenga cierto número de dichas contradicciones.

* * *

        El rasgo general de nuestra vida consiste ahora en lo siguiente: hemos destruido la industria capitalista, hemos intentado arrasar las instituciones medievales, la propiedad agraria de los terratenientes, y en ese terreno hemos establecido a los campesinos pequeños y pequeñísimos, que siguen al proletariado por la confianza que tienen en los resultados de su labor revolucionaria. Sin embargo, no nos será fácil sostenernos con esta sola confianza hasta el triunfo de la revolución socialista en los países más desarrollados, porque los campesinos pequeños y pequeñísimos, sobre todo durante la Nep, siguen estando, por necesidad económica, a un nivel bajísimo de productividad del trabajo. Además, la situación internacional ha dado lugar a que Rusia haya sido lanzada atrás, a que, en total, el rendimiento del trabajo del pueblo sea hoy en nuestro país bastante inferior al de antes de la guerra. Las potencias capitalistas euroccidentales, en parte de manera consciente y en parte de un modo espontáneo, han hecho todo lo que estaba a su alcance para lanzarnos atrás, para aprovechar los elementos de guerra civil en Rusia con objeto de arruinar lo más posible al país. Este desenlace precisamente de la guerra imperialista les parecía tener, como es natural, considerables ventajas: si no llegamos a derribar el régimen revolucionario en Rusia, en todo caso entorpeceremos su avance hacia el socialismo; así se discurría, poco más o menos, en esas potencias; y, desde su punto de vista, no se podía discurrir de otra manera. Como resultado, han cumplido a medias su tarea. No han logrado derrocar el nuevo régimen traído por la revolución, pero tampoco le han brindado la posibilidad de dar en el acto un paso adelante que acredite los pronósticos de los socialistas, un paso que permita a estos desarrollar con rapidez colosal las fuerzas productivas, desarrollar todas las posibilidades que, sumadas, dieran el socialismo, demostrar en la práctica, con toda evidencia, a cada cual, que el socialismo entraña fuerzas gigantescas y que la humanidad ha pasado ahora a una nueva fase de desarrollo que entraña posibilidades brillantes en grado sumo.

        El sistema de las relaciones internacionales se ha formado hoy de manera que uno de los Estados de Europa, Alemania, se encuentra avasallado por los Estados vencedores. Además, y gracias a la victoria, varios Estados, por cierto los más antiguos de Occidente, están en condiciones de poder aprovechar esa misma victoria para hacer a sus clases oprimidas una serie de concesiones que, si bien son de poca monta, demoran el movimiento revolucionario en ellos y crean una apariencia de "paz social".

        A la vez, otros países -el Oriente, la India, China, etc.- se han visto definitivamente fuera de sus cauces a causa precisamente de la última guerra imperialista. Su desarrollo marcha definitivamente por la vía general del capitalismo europeo. Ha comenzado en ellos la misma efervescencia que en toda Europa. Y el mundo entero ve ahora claro que se desarrollan en un sentido que no puede menos de conducir a la crisis de todo el capitalismo mundial.

        Así pues, hoy nos hallamos ante el siguiente problema: ¿podremos mantenernos con nuestra pequeña y pequeñísima producción campesina, dada la ruina en que estamos sumidos, hasta que los países capitalistas de Europa Occidental culminen su desarrollo hacia el socialismo? Pero lo hacen de manera distinta de como esperábamos antes. No siguiendo un proceso de "maduración" igual del socialismo en su seno, sino explotando unos Estados a otros, explotando al primer Estado vencido en la guerra imperialista y a todo el Oriente. Por otra parte, el Oriente se ha sumado de manera definitiva al movimiento revolucionario en virtud precisamente de dicha primera guerra imperialista, viéndose incluido definitivamente en el torbellino general del movimiento revolucionario mundial.

        ¿Qué táctica, pues, impone a nuestro país el estado de cosas expuesto? Es claro que la siguiente: debemos ser prudentes en sumo grado para conservar nuestro poder obrero, para mantener bajo su autoridad y bajo su dirección a nuestros campesinos pequeños y muy pequeños. De nuestra parte está la ventaja de que todo el mundo pasa ahora ya a un movimiento que debe originar la revolución socialista mundial. Pero también tenemos el inconveniente de que los imperialistas han logrado dividir el mundo entero en dos campos, y esta división se complica por el hecho de que Alemania, país de un desarrollo capitalista avanzado y culto de verdad, se ve ahora ante infinitas dificultades para recuperarse. Todas las potencias capitalistas del llamado Occidente le clavan las garras y no le dejan alzar cabeza. Por otra parte, todo el Oriente, con su población de centenares de millones de trabajadores explotados y llevados al último grado de existencia infrahumana, ha sido puesto en condiciones en que sus fuerzas físicas y materiales no tienen ni punto de comparación con las fuerzas físicas, materiales y militares de cualquiera de los Estados, mucho más pequeños, de Europa Occidental.

        ¿Podemos eludir la futura colisión con estos Estados imperialistas? ¿Podemos confiar en que las contradicciones internas y los conflictos entre los prósperos Estados imperialistas de Occidente y los prósperos Estados imperialistas de Oriente nos den la segunda tregua, igual que nos dieron la primera, cuando la cruzada de la contrarrevolución de Europa Occidental, encaminada a apoyar a la contrarrevolución rusa, fracaso a causa de las contradicciones existentes en el campo de los contrarrevolucionarios de Occidente y Oriente, en el campo de los explotadores orientales y de los explotadores occidentales, en el campo del Japón y de los EE.UU.?

        Creo que a esta pregunta se debe responder en el sentido de que la solución depende aquí de muchísimas circunstancias, y solo se puede prever el desenlace de la lucha en su conjunto, basándose en que el propio capitalismo ensena y educa en fin de cuentas para la lucha a la inmensa mayoría de la población del mundo.

        El desenlace de la lucha depende, en última instancia, del hecho de que Rusia, la India, China, etc., constituyen la mayoría gigantesca de la población. Y precisamente esta mayoría de la población es la que se incorpora en los últimos años con inusitada rapidez a la lucha por su liberación, de modo que, en este sentido, no puede haber ni sombra de duda respecto al desenlace final de la lucha a escala mundial. En este sentido, la victoria definitiva del socialismo está plena y absolutamente asegurada.

        Pero lo que nos interesa no es esta inevitabilidad de la victoria definitiva del socialismo. Lo que nos interesa es la táctica que nosotros, Partido Comunista de Rusia, que nosotros, Poder soviético de Rusia, debemos seguir para impedir que los Estados contrarrevolucionarios de Europa Occidental nos aplasten. Para asegurar nuestra existencia hasta la siguiente colisión militar entre el Occidente imperialista contrarrevolucionario y el Oriente revolucionario y nacionalista, entre los Estados mas civilizados del mundo y los Estados atrasados al modo oriental, los cuales, sin embargo, constituyen la mayoría, es preciso que esta mayoría tenga tiempo de civilizarse. A nosotros también nos falta civilización para pasar directamente al socialismo, aunque contamos con las premisas políticas necesarias para ello. Debemos atenernos a esa táctica o adoptar, para salvarnos, la política siguiente.

        Debemos esforzarnos por organizar un Estado en el que los obreros conserven la dirección sobre los campesinos, no pierdan la confianza de estos y eliminen de sus relaciones sociales, hasta el menor indicio de gastos excesivos, observando el más severo régimen de economías.

        Debemos abaratar al máximo nuestra administración pública. Debemos suprimir de ella todos los indicios de gastos excesivos que hemos heredado en tanta abundancia de la Rusia zarista, de su burocracia capitalista.

        ¿No será eso el reino de la sobriedad campesina?

        No. Si conservamos la dirección de la clase obrera sobre los campesinos, podremos, llevando en nuestro Estado un régimen de máximas economías, lograr que todo ahorro, por ínfimo que sea, se conserve para el desarrollo de nuestra gran industria mecanizada, para el desarrollo de la electrificación, de la extracción hidráulica de la turba, para acabar de construir la central hidroeléctrica del Voljov, etc.

        En esto, y solamente en esto, esta nuestra esperanza. Solo entonces estaremos en condiciones, hablando en sentido figurado, de apearnos de un caballo para montar en otro, es decir, de apearnos del
mísero caballo campesino, del caballo del régimen de economías calculado para un país campesino arruinado, para montar en un caballo que el proletariado busca y no puede dejar de buscar para sí: el caballo de la gran industria mecanizada, de la electrificación, de la central hidroeléctrica del Voljov, etc.

        Así ligo yo en mi pensamiento el plan general de nuestra labor, de nuestra política, de nuestra táctica, de nuestra estrategia a las tareas de la Inspección Obrera y Campesina reorganizada. Esa es para mí la justificación de la excepcional solicitud, de la extraordinaria atención que debemos prestar a la Inspección Obrera y Campesina, colocándola a una altura excepcional, proporcionándole atribuciones de
Comité Central, etc., etc.

        Esta justificación consiste en que solo depurando al máximo nuestra administración, reduciendo al máximo todo lo que no sea absolutamente indispensable en ella, nos mantendremos con toda seguridad. Y, además, estaremos en condiciones de mantenernos a un nivel que se eleva continuamente y avanza sin interrupción hacia la gran industria mecanizada, y no al nivel de un país de pequeños campesinos, no al nivel de sobriedad generalizada.

        Esas son las sublimes tareas con que yo sueño para nuestra Inspección Obrera y Campesina. Por eso planteo para ella la fusión de la cúspide más prestigiosa del partido con un Comisariado del Pueblo de lo más "corriente".

2 de marzo de 1923.

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