Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?
(Sexta Parte)
Julio Carmona
1.1.2 Raúl Arancibia, coprotagonista o antagonista de TF
Ya hemos visto que la presencia de este
personaje se mantiene en suspenso, desde las primeras páginas, es decir, que su
existencia solo se va insinuando. La primera alusión más directa se da en la p.
87: «Así transcurría esa larga primavera hasta que alguien (que había retornado con retraso del destierro) vino y me
dijo: ‘Ya basta de pajas, ¿qué estás haciendo por la revolución?’.» (sic). Y
ahí mismo agrega: «No sé cuántas tazas de café tomamos en la Tiendecita Blanca
del jirón Azángaro ni la cantidad de puchos que fumamos. Después me llevó a su
cuarto. Luego, durante algunos meses, me explicó el abecé del marxismo,
mientras paralela o simultáneamente sometía a mis sentidos a otros estímulos.
Finalmente, cuando creyó que yo había sucumbido a su dominio, me presentó a un
nuevo círculo de estudio que, como lo supe luego, era una célula de la Juventud
Comunista.» Esta anécdota se volverá a repetir en la p. 109: «Algunas semanas
después se me acercó Arancibia (no tengo más remedio que nombrarlo) y me dijo
que ya era tiempo de dejar de pajearme y pensar en cómo servir a la revolución
peruana. Pero esto es lo único que…» (la frase queda trunca en el original, y
así termina el capítulo V, frase que se retomará —entre paréntesis— al
iniciarse el capítulo VII). Más adelante, el narrador refiere que:
En
una de las frases que leí al azar, Bracamonte le pregunta, sorprendido: “¿La
pasión política, el fundamento de todas las pasiones? ¿Y dónde queda el amor,
Arancibia?”. (sic) Y él responde: “¡Cómo, Braca, ¿todavía no sabes que el amor
es la continuación de la política con otros medios?! ¡Viejo, la esencia del
amor es la dominación!”. (sic) Por supuesto era una fanfarronada, pero no pude
dejar de pensar en Tamara Fiol, pues solo pudo liberarse de esta pasión cuando
Arancibia, no importa por quién, fue asesinado (p. 259).
Y
aquí cabe preguntarse: Si TF vivió atada a esa pasión, ¿en qué momento se
realizó como luchadora social, como revolucionaria, incluso académicamente,
como estudiante? Y no se pierda de vista que hay cierta incongruencia, pues
Arancibia muere en 1992, entonces se deberá llegar a la conclusión de que TF
estuvo sometida a esa pasión durante toda su vida, pues ella misma dirá que
Arancibia la perseguirá hasta después de muerto:
Y
ahora vuelve de los infiernos para hacerme una donación que yo jamás aceptaré.73
Lo estudió todo bien. ¿Quién crees que era el propietario de la inmobiliaria
que compró nuestro solar? ¡Nada menos que Arancibia! El muy maldito demolió el
edificio para obligarme a aceptar su donación y seguir estando relacionado con
mi vida (p. 435).
Y,
es más, ese encuentro no equivale al inicio de su perversión, pues cuando se
da, ella ha salido de una amanecida y luego de encontrarse con Pepe Corzo en la
Casona del Parque Universitario, mientras tranquiliza al preocupado Corzo,
dice: «“No me pasa nada, cariño —le dije—. Tenía sueño atrasado y necesitaba
dormir”. Y74 con voz disforzada y levantando el puño, agregué: “¡Y
ahora estoy lista para el combate, camarada!”. (sic) Entonces, alguien, como
salido de ninguna parte, exclamó: “¡Bien dicho, camarada! ¡Al combate!”. (sic)»
(p. 289).
Gran parte de la vida de Arancibia se da
a conocer a través de la misma TF. Por ejemplo, en la p. 292, TF dice que, en
la primera vez que conoció a Arancibia, este no le habló «sobre el otro asunto
al que siempre volvía en momentos de intimidad. Me refiero a Tumbes, a su
familia, a su hermana Guillermina y sobre todo a las maldades que cometió en su
infancia y adolescencia.» Y esta afirmación de que esa referencia a su familia
sería un tema recurrente en la intimidad, contradice lo aseverado en la p. 157:
«… para Arancibia el pasado familiar ocupaba un espacio inexistente casi
inexistente en su memoria.»
Pero también el narrador accederá al
conocimiento de esa vida a través de otros personajes. El mismo MB dice: «…
para los años siguientes, sobre todo a partir de su ruptura con el APRA, su
paso por el trotskismo, su militancia y posterior expulsión del PCP,
necesitaría los testimonios de Pepe Corso, César Arias Sotomayor y las últimas
conversaciones con Tamara Fiol» (p. 280). Aunque le faltó agregar los datos que
le proporcionará su pareja, Muriel Tipiani, y haciendo, precisamente,
referencia al material proporcionado por ella, en la p. 317, dice: «El material
empezaba con una útil cronología de la vida de Arancibia que abarcaba desde ¿su
expulsión?, ¿renuncia? del Partido Comunista hasta el día de su asesinato el 2
de enero de 1992.» Siempre se va a tratar la expulsión de Arancibia del PC como
algo impreciso; lo más cercano es el siguiente comentario de MB:
A
mi entender, Muriel, el aporte mayor que has hecho sobre esta etapa de la vida
de Arancibia es haber profundizado en una aseveración que Bracamonte hace de
paso en uno de sus reportajes. Si no te he entendido mal, cuando Arancibia ve
como inminente su expulsión, se
acerca a los grupos que se habían formado bajo la influencia de la Revolución
cubana. Arancibia establece contacto con gente como Béjar, De la Puente Uceda,
Guillermo Lobatón, Juan Pablo Chang, aduciendo que rompió con el PCP, porque
este había abandonado el marxismo-leninismo para convertirse en un podrido
partido reformista. Qué golpe a su vanidad habrá significado para Arancibia el
que todas sus denuncias y alegatos hubieran sido recibidos con desconfianza y
escepticismo por los grupos pro castristas. Contra todas sus expectativas, fue
negada su admisión a estas organizaciones y se sintió vejado cuando fue
sometido a interrogatorios minuciosos y a críticas severas, por ejemplo, de
Lobatón y Juan Pablo Chang, que ya conocían a Arancibia desde los días de El
Frontón (p. 322).75
Entonces,
respecto de la expulsión de Arancibia del partido comunista, esta debió ocurrir
a mediados de la década del sesenta (pues los dirigentes de las guerrillas del
65, todavía las están organizando). Y en torno a la actividad pluripartidaria
de Arancibia se dirá que «era un sujeto amoral, cínico, que si había entrado a
militar al partido —como lo hizo antes con el APRA y luego con el trotskismo—
fue para valerse de la estructura partidaria y de ese modo conseguir poder
personal» (p. 321). Muriel, por su parte (al margen de los datos que ha
recopilado sobre Arancibia), dice:
Sobre
la línea que he llamado “el patán intelectual”, creo que tu amiga Tamara Fiol
te puede revelar muchas cosas. ¿Cómo llegó a convertirse en poderoso rector
mafioso de la universidad privada de la que terminó apoderándose? ¿Y en el
intelectual adversario de todas las izquierdas a las que denunciaba y denigraba
a través de sus artículos? Se dicen muchas cosas al respecto. Fue un miserable.
Recuerda que los últimos artículos versaban sobre la necesidad de una nueva ley
antiterrorista y de los jueces sin rostro (p. 331).
La
realización del personaje Arancibia nos parece demasiado esquemática, rayando
en lo maniqueo, se lo presenta casi como la personificación del mal, resultando
—de ese afán hiperbólico— un ser rayano en la caricatura, especialmente al
final cuando se aparece en el departamento de TF, vestido de manera
estrafalaria: «… ahora, con su fresco traje de lino beige» [no se justifica la cursiva, si es una palabra castiza], «sombrero
de junco y zapatos de cuero de lagarto tenía el aspecto no de un narco, sino de
un hombre de negocios de la selva sobreviviente de la era del caucho» (p. 357).
Es obvio que el «sobreviviente de la era del caucho» es el hombre, pero si no
se pone una coma después de «selva», se genera la confusión de que esta es la
«sobreviviente» (lo cual es un despropósito). Y lo más cargante de todo es que
se le describe psicológicamente como un bipolar: «… siempre Arancibia se
encontraba en estado de euforia (o unas pocas veces en estado de depresión
extrema)…» (p. 346). Pero un aspecto bizarro de su imagen es que se ignora de
dónde se agencia los recursos para vivir sin trabajar, porque en ningún momento
se explica esta situación que le permite viajar, por ejemplo, a Ecuador con TF,
y lo hace de manera dispendiosa: «Pasando en carro la frontera, llegaron a
Machala y de ahí tomaron un taxi aéreo» (p. 344). ¿De dónde pecata mea?76, y, reiteramos,
hasta aquí no se sabe de qué vive Arancibia, porque lo de su bonanza económica
se da cuando abandona la vida bohemia y empieza a ejercer de abogado corrupto,
adquiriendo una reputación casi delincuencial, de la que él mismo parece
sentirse orgulloso, pues en alguna ocasión —hablando con TF— hace referencia a
su calidad de «hombre malo» recordando un poema de Juan Gonzalo Rose, y dice:
«“¿Te
acuerdas del poema de Juan Gonzalo Rose, ‘Carta a María Teresa’: ‘Para ti debo
ser, pequeña hermana / el hombre malo que hace llorar a mamá…’?77
¡Ah, Juan Gonzalo! Poetas. Te hago recordar, por si lo has olvidado, que con
Juan Gonzalo y otros tres formamos el grupo Epsylon. No eran malos mis poemas,
Tamara. Surrealistas. Extravagantes. “Labios crueles succionan el vellón dorado
de las colinas de mi amada”. En El Frontón, con Bracamonte, escribíamos al
alimón poemas dadaístas» (p. 360).
Es
evidente, en principio, que la referencia a Juan Gonzalo Rose, tiene cierta
carga de conmiseración o censura soterrada que se hace extensiva a todos los
poetas sociales. Y aunque el mismo personaje se vanaglorie de sus versos, los
que menciona no dejan de ser pedestres, saturados de cacofonía o prosaísmo por
la acumulación de preposiciones y artículos; pero lo risible es que dice
haberlos escrito desde una concepción formalista (pues tenían la impronta surrealista
o dadaísta) la misma que no queda bien parada al tener este tipo de cultores. Y
esta inclusión de versos en textos de prosa narrativa nos hace recordar los que
incluye MVLl en su Pez en el agua
(A-1993: 449), que son, a no dudarlo, un ejemplo de absoluto mal gusto
«poético».
Por lo que se refiere a la concepción
política de Arancibia, TF lo define como un sujeto que había caído en una
desviación «ultraizquierdista», pues se ubicaba —en la lucha interna del PC— al
extremo de la posición revolucionaria y de la revisionista. De Arancibia se
dice que: «… cayó en una desviación de “izquierda”, de oportunismo de
“izquierda”, quebrando a la fracción marxista-leninista auténtica que luchaba
desde el interior para limpiar de “la charca del revisionismo” en que había
caído el partido bajo la dirección de Del Prado» (p. 321). Y esta es una idea
que se vuelve a repetir en la p. 372:
«“La
lucha entre Abel [Arancibia] y Cantuarias [Kymper] —me explicó Tamara— se dio
dentro de una pugna interna entre la vieja guardia del partido (esta fue la
responsable, con honrosas excepciones, del abandono de la línea
marxista-leninista de Mariátegui), que había convertido al PCP en un partido
revisionista-kruschevista y la facción roja, bolchevique, leninista, que quería
convertirlo en una organización revolucionaria para preparar la toma del poder.
Frente a estas dos posiciones claramente definidas —continuó Tamara—, Abel
formó un tercer grupo, minúsculo es verdad, que planteaba una línea
ultraizquierdista que, incluso por su lenguaje radical, llegó a influir en las
luchas de las masas (…)»
Era,
pues, la de Arancibia una actitud oportunista, para a su amparo asumir
posiciones extremas; por ejemplo, para justificar los excesos en los que suele
incurrir, busca minimizar los valores morales de los comunistas tildándolos de
puritanismo o moralina, y TF se lo recuerda:
“Después,
ya en el reposo, empleabas toda tu demagogia para rescatarme del hondón donde
me había precipitado. Decías que los revolucionarios no debían perder el
sentido del humor. La dimensión lúdica era la sal de la existencia humana. Pero
como no lograbas convencerme con esta basura, apelabas a Lenin citándolo a tu
manera. Nunca era tan sarcástico el gran Lenin como cuando arremetía contra el
puritanismo moral que capeaba entre ciertos militantes. El partido no estaba
formado —decía más o menos— por seres perfectos, ni por santos ni por místicos.
Si el partido quería avanzar, tenía que echar mano del material humano que
encontrase en el camino. Bastaba con que deseasen hacer la revolución y no
temiesen morir por ella. Pues en la propia lucha de clases y en la práctica
partidaria permanente esos camaraditas se irían despojando una a una de todas
sus taras. El resto era hipocresía. Los tormentos de la conciencia infeliz de
la pequeña burguesía. Me convencías, Arancibia. O por lo menos aplacabas mi
mala conciencia. Pero, ahora, escuchando el alegato de Kymper, del camarada
Cantuarias, ya no me quedaron más dudas de que eras un elemento nocivo.
Comprendí que una sabandija como tú no merecía pertenecer al partido. Por eso
apoyé el pedido de expulsión que pidió para ti Kymper.” (p. 370).
Es
a raíz de la expulsión del PC que Arancibia asume su exacta personalidad
reaccionaria, ejerciendo la profesión de abogado (apropiándose de una
universidad particular, asesorando narcotraficantes, etc.), llegando al extremo
de atentar contra la vida de TF (dando por resultado su invalidez); atentado
que solo se explica por esa deformación de la personalidad de Arancibia, porque
narrativamente no se ha demostrado la existencia de un amor extremo que él
sintiera por ella, más bien lo que se desprende de su relación es una especie
de utilización morbosa que convirtió a TF por parte de Arancibia en una especie
de «conejillo de indias» para sus experimentos sadomasoquistas, llevándola a
extremos de una degradación extravagante, rayana —definitivamente— en lo
patológico. Todo ello con el objetivo de presentar el lado opuesto de la
protagonista, que como contrapartida signifique su dignificación. Un juego
dialéctico propio de un narrador maquiavélico, en pos de justificar lo
injustificable, lo cual abona al resultado indigesto de la novela. Y esta
última aseveración podría ratificarse con la propia opinión de MG (el de La Generación del 50), quien hace
una reconvención parecida a Mario Vargas Llosa; refiriéndose a Conversación en La Catedral, del
referido autor, dice:
…
esta novela que pretende ser “totalizadora”, dejó fuera de su representación —o
le dio un lugar irrelevante— a la resistencia popular — obrera, campesina,
estudiantil, capas medias citadinas— que Odría reprimió con la muerte, la
cárcel y el destierro, y en cambio, su autor fascinado seguramente por las
“fuerzas demoníacas” y por la vida en las altas esferas, dedicó páginas y
páginas a la caracterización del execrable Cayo Bermúdez (Esparza Zañartu) que
finalmente resulta un personaje dignificado, embellecido. Por cierto para esto
existe una fundamentación seudofilosófica: la esencial ambigüedad del ser
humano que ha revelado la falsedad e irrealidad de la visión maniquea del
mundo, pues Bien y Mal se hallan repartidos entre opresores y oprimidos. Lo
anterior constituye un acto de fe, una ideología, y apunta a descargar de
responsabilidad a las clases privilegiadas y a hacer a los de abajo
co-partícipes del atraso, la miseria y la barbarie reinantes en el Perú
(A-1996: 163).
_____
Notas
(73)
Y esta afirmación categórica no hace sino desmerecer su cualidad de luchadora
social y su moral de mujer excepcional, pues finalmente aceptará el «regalo»
que dice «nunca aceptará», demostrando que no es consecuente con sus
principios, convicciones y decisiones.
(74)
Aquí debe ir una coma, si no la que va antes de la palabra ‘agregué’ está
demás.
(75)
Hay una repetición, innecesaria, del nombre de Arancibia: se sabe, obviamente,
que se trata de él.
(76)
«Sacristán que vende cera y sin tener cerería, ¿de dónde pecata mea si no es de
la Sacristía?»
(77)
Y en la p. 361, vuelve a mencionarse la frase «hombre malo». Dice Arancibia:
«Soy el hombre malo que arruinó tu vida».
La Ilusa Intención de Mario
Vargas: Destruir al Realismo
Julio Carmona
TODAS ESTAS APRECIACIONES TIENEN que ver con la
oposición que, ya hemos visto, hace MV entre “realismo optimista” y “realismo
pesimista”, poesía objetiva y poesía subjetiva, etc. Pero hay todavía, para él,
otra clasificación: la literatura probante, opuesta a la neutral o
impasible, en otras palabras: la oposición de realismo y formalismo. Dice:
Hay una importante comarca de la
literatura contemporánea1 —concierne más al teatro y a la poesía que
a la novela— que está en absoluto desacuerdo con las teorías de Flaubert sobre
la impasibilidad y neutralidad del creador, su condena de la literatura probante
y la autonomía de la obra de arte respecto de la vida. Me refiero a esa
corriente pedagógica y ética según la cual verdad histórica y verdad artística
son inseparables y que asigna a la literatura la responsabilidad de educar a
los hombres ideológicamente, describiéndoles los problemas que viven,
suministrándoles la interpretación correcta de sus causas y efectos y las armas
para remediarlos. La figura más grande dentro de esta tendencia —no sólo por el
alto nivel artístico de su obra sino porque fue quien con más lucidez y
claridad teorizó los fundamentos de esta estética—, ha sido Bertolt Brecht.
(B-1975: 263-264).
Obsérvese que
primero hace una descripción deformada de «esa importante comarca de la
literatura contemporánea», mediante un reduccionismo manipulador [corriente
pedagógica y ética según la cual verdad histórica y verdad artística son
inseparables y que asigna a la literatura la responsabilidad de educar a los
hombres ideológicamente, describiéndoles los problemas que viven,
suministrándoles la interpretación correcta de sus causas y efectos y las armas
para remediarlos2], y luego se refiere a su más grande representante
(en la práctica y en la teoría), Brecht, con lo cual todo el conjunto queda
devaluado, máxime si en lo sucesivo seguirá manipulando sus postulados
teóricos. Dice de Brecht que
Era un ser de ideas sociales
generosas, un hombre sensible a la injusticia de que es víctima la mayoría, y,
también, un optimista: creía que esa situación podía cambiar con una revolución
y que la literatura contribuiría al cambio abriendo los ojos y alertando las conciencias
de la gente sobre la «verdad». (Ibídem: 264-265.)
Hasta aquí no hay
mayormente problema en ese ‘retrato’ de Brecht, si se deja pasar aquello de que
era un «optimista», sabiendo cuál es la acepción devaluada que al vocablo le ha
venido imprimiendo MV a lo largo del ensayo, y también aquello de que «la
literatura contribuiría al cambio abriendo los ojos y alertando las conciencias
sobre la “verdad”», en tanto esta —para Brecht, como para todo realista de su
estirpe— no la ofrece la literatura a un tipo de gente preconcebida sino que se
sugiere su búsqueda a todo ser humano, de lo contrario —y así como lo
insinúa MV— se convierte en literatura manipuladora. Y, entonces, ese
preámbulo —aparentemente inocuo— se convierte en un trampolín a la infamia, que
MV empieza de manera irónica:
El democrático Brecht escribe una
obra que, en la práctica, parece suponer el infantilismo o la ineptitud de su
público: todo debe serle explicado y subrayado para no dar la menor oportunidad
al equívoco, a la interpretación incorrecta. La literatura adopta la forma de
una clase en la que el autor, un riguroso dómine, explica a los alumnos una
lección en la que van incluidas ciertas historias y sus enseñanzas, unas
fábulas y las verdades excluyentes que ilustran. El «mensaje» es impuesto al
lector o espectador (a menudo con genio) al mismo tiempo que una historia y
unos personajes, sin dejarle escapatoria ni elección: la literatura resulta
así, como las dictaduras, algo que no deja otra disyuntiva que el sometimiento o
el rechazo totales. Proselitista, paternalista, magisterial, se trata de un
arte, en un sentido profundo, religioso, no solo porque se dirige a los hombres
como convencidos o catecúmenos, sino porque exige de ellos —pese a su fisonomía
empeñosamente racionalista—, desde el principio y ante todo, un acto de fe: la
aceptación de una verdad única y anterior a la obra de arte. (Op. cit.: 266).
Lo dicho en esta
cita es todo lo contrario de lo que postula Brecht. Y esto lo reconoce el mismo
MV en una entrevista periodística (en que describe la posición de Brecht de
manera distinta a como lo ha hecho en la cita precedente), en dicha entrevista (C-2004:
71) —tratando inicialmente de Alfred Hitchcock— dice que «él —Hitchcock— no
quiere que el público entre» (a sus películas) «quiere que las vea a distancia,
que las siga intelectualmente.» Y esta postura artística —que se corresponde
con la «imparcialidad» de Flaubert—, lógicamente, la contrapone a las «obras
que quieren tener [o «absorber»] al espectador o al lector...» e, inmediatamente,
menciona a Brecht: «Brecht, por ejemplo, en su teoría del arte parte de que
el público no debe creer; que la mejor manera de aprovechar el arte es la
distancia crítica», sin percatarse que está planteando lo mismo que dice de
Hitchcock (y de Flaubert.) Obsérvese que, primero, pone a Brecht como opuesto a
Hitchcock (‘a diferencia de éste, hay obras que quieren tener al espectador,
por ejemplo, Brecht’); pero al referirse a éste, a Brecht, dice lo contrario: ‘también
quiere mantener distante al espectador’. Y estamos viendo que en La
Orgía perpetua le está atribuyendo una concepción distinta; lo que está demostrando
que ha hecho una primera lectura objetiva de Brecht (que corresponde a la de la
entrevista periodística), y, luego, una segunda lectura, subjetiva y
manipuladora, correspondiente al ensayo teórico-crítico que estamos revisando.
Pero la ‘lectura objetiva’ de la teoría del distanciamiento de Brecht la vuelve
a plantear en otra cita que (en La Orgía perpetua misma, y a
continuación de la precedente) usa MV para exponer la posición de Flaubert,
dice:
Flaubert, en cambio, realizó una
obra que en la práctica supone (en la medida que las exige) la adultez y la
libertad del lector: si hay una verdad en la obra literaria (porque es
posible que haya varias y contradictorias3) se halla escondida,
disuelta en el entramado de elementos que constituyen la ficción, y le
corresponde al lector descubrirla, sacar por su cuenta y riesgo las
conclusiones éticas, sociales y filosóficas de la historia que el autor ha
puesto ante sus ojos. El arte de Flaubert respeta por sobre todas las cosas la
iniciativa del lector.
Esa libertad y
adultez del lector para que descubra la verdad que la obra le sugiere (entre
varias) y ese respeto a su iniciativa ¡era la exigencia de Brecht! El estudioso
de su obra, ya citado, John Willet, dice que Brecht criticaba al teatro
aristotélico (tipo Stanislavski) porque este «especula de tal modo con los
sentimientos del espectador que tiende a impedirle usar su cerebro. El público
se ve atraído a la “trama” y se le hace identificarse con los personajes; los
medios con los que se consigue esto falsean la imagen de la realidad; y el
público está hipnotizado en forma harto satisfactoria para él y no nota que
esto es falso.» (Op. cit.: 246.) Esto es totalmente distinto a lo expuesto por
MV al referirse a Brecht, y más bien coincide con lo expuesto al referirse a
Flaubert. Pero como esta referencia todavía continúa, veámosla:
La técnica de la objetividad [de
Flaubert, que en Brecht es la técnica del distanciamiento] está encaminada a atenuar
al máximo la inevitable «imposición» que conlleva toda obra de arte.
MV se refiere aquí
a una «imposición ideológica» (como veremos en la continuación de la cita),
pero hagamos esta aclaración: si esa «imposición ideológica» es inevitable en
toda obra de arte, ¿por qué en la primera cita sobre Brecht dice que era atributo
excluyente de éste4? Pero continuemos:
No digo, claro está, que las novelas
de Flaubert carecen de ideología, que no proponen una cierta visión de la
sociedad y del hombre, sino que, en su caso, estas ideas no son causa sino
efecto de la obra de arte; ésta no es para el creador mera consecuencia de una
verdad previa que él posee y transmuta en ficción, sino lo opuesto: la
búsqueda, mediante la creación artística, de una posible e ignorada verdad.
Hagamos otro alto.
Si la idea es achacar a Brecht esa imposición de una verdad previa, no sólo hay
que precisar que esa es una manera de concebir la literatura correspondiente 1)
a los escritores populistas, sino que además ha sido detectada por algunos
críticos en 2) la producción del mismo MV.5 Veamos pruebas de ambos
casos.
1.
«El escritor populista trata de
‘autoeliminarse’ para que sea más pura la expresión de lo popular,
convirtiéndose en un simple hilo conductor (éste es el objetivismo de ‘lo que
se oye’, de ‘lo que se ve’) y destruyendo así lo que la literatura tiene de
dialéctica entre el autor —con su situación social, su formación cultural, etc.—
y la realidad como materia literaria; por este derrumbadero se cae en la
infraliteratura: en la trivialidad costumbrista y en el melodrama de la lucha
de clases.» (Sastre, E-1974: 100-101).
2.
La preexistencia de una verdad previa en la
obra de MV —dice Juan Antonio Masoliver— «empieza, a mi juicio, con La
Guerra del fin del mundo, una novela farragosa, con una estructura
demasiado visible, con unos conflictos demasiado esquemáticos y con unos
personajes demasiado arquetípicos. Al desaparecer la ambigüedad, resalta
demasiado la propuesta ideológica.» (D-2001-a: 274).
De lo expuesto
hasta aquí se concluye que, más bien, la ‘técnica de la objetividad’
flaubertiana (a diferencia de la ‘técnica del distanciamiento’ de Brecht) no
postula ese ‘respeto de la iniciativa del lector por sobre todas las cosas’
—pregonado por MV—, en tanto el lector debe concentrar toda su atención en la
forma, porque es esta la que se impone al lector y la que lo obnubila,
forzándolo a aceptar la historia como mediocridad y banalidad inevitables (pues
esa es la verdad ideológica, profunda, de Flaubert) y sin posibilidad de
cambio. Y esto lo ratifica el mismo MV en otro texto Cartas a un novelista6
(en el que Brecht sigue siendo una obsesión por destruir) y donde, de paso,
contradice la opinión aquí expuesta sobre Brecht,7 veamos esto,
primero:
Usted conoce, sin duda —dice—, la
famosa teoría de Bertolt Brecht sobre el distanciamiento. Él creía que, para
que el teatro épico y didáctico que se propuso escribir alcanzara sus
objetivos, era indispensable desarrollar, en la representación, una técnica —una
manera de actuar, en el movimiento o el habla de los actores y en el propio
decorado— que fuera destruyendo la ‘ilusión’ y recordando al espectador que
aquello que veía en el escenario no era la vida, sino teatro, una mentira, un
espectáculo, de los que, sin embargo, debía sacar conclusiones y enseñanzas que
lo indujeran a actuar para cambiar la vida. (B-1997: 43). [Pasemos por alto
aquello de las «enseñanzas que inducen». Y en el siguiente párrafo dice:]
El poder de persuasión de una novela
persigue exactamente lo contrario: acortar la distancia que separa la ficción
de la realidad y, borrando esa frontera, hacer vivir al lector aquella mentira
como si fuera la más imperecedera verdad, aquella ilusión la más consistente y
sólida descripción de lo real. Ese es el formidable embauque que perpetran las
grandes novelas: convencernos de que el mundo es como ellas lo cuentan.
Ese embauque, esa inducción
a aceptar la mentira como «verdad», ¿no es una falta de respeto al lector, una
forma de querer manipular su conciencia convenciéndolo de que «el mundo es como
[las novelas ‘flaubertianas’] lo cuentan», con sus concepciones ideológicas
pesimistas, aberrantes, absurdas, egotistas sobre la “idiotez del ser humano”
(con la lógica excepción del propio novelista)? Y el mismo MV cataloga a este
tipo de novelas dentro de lo que él llama «arte “enajenante”», y lo peor es
que, adueñándose de la capacidad del arte para generar su ‘autonomía relativa’
y a la que él —en este caso— llama «ilusión», se la atribuye a su tipo de
novela que, según él, «es de constitución antibrechtiana». Veamos la cita
completa: ¿De qué depende la ‘verdad’ de la novela?, pregunta MV. Y responde:
De su propia capacidad de
persuasión, de la fuerza comunicativa de su fantasía, de la habilidad de su
magia. Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente. Porque «decir
la verdad» para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión y «mentir»
ser incapaz de lograr esa superchería. (...) Arte «enajenante», es de
constitución antibrechtiana: sin «ilusión» no hay novela. (B-2002: 20).
Lógicamente, de esa
exposición de ideas se desprende que todas las novelas que siguen los
postulados de Brecht son malas novelas, porque —de antemano, sin apelaciones—
se considera que están enemistadas con la «fantasía», con la «magia» o que, en
todo caso, no tienen «fuerza comunicativa» para imponer su autonomía artística
(que es común, dígase de paso, a todo el arte.)8 No obstante, MV intenta todavía ampararse en
la idea de un lector que invente, a partir de esa ‘verdad profunda’ de Flaubert
(o del novelista flaubertiano), otra verdad de acuerdo con sus circunstancias.
Y así dice:
El resultado de la estrategia
artística de Flaubert es, en muchos casos, que la intencionalidad del autor se
extravía en el curso de la creación y es sustituida por una intencionalidad
moral, política o filosófica generada por la propia ficción, que puede
discrepar con la ideología consciente del creador. La estrategia de la creación
artística flaubertiana introduce siempre un principio relativizador, una
ambigüedad de interpretación, por el hecho de excluir de la obra de arte todo
mensaje explícito. De este modo queda descartada una lectura unívoca: la
interpretación será siempre exterior a lo creado, un añadido que podrá variar
según la obra repercuta en cada época o en cada persona. Es el lector quien
debe, según su inteligencia, convicciones y experiencias, relacionar ficción y
realidad, vincular (o desvincular) lo imaginario con lo vivido. (B-1975: 267.)
En realidad todo lo
expuesto hasta aquí es propio de la concepción literaria de Brecht. Pero hay
más: esa ambigüedad de interpretación y la capacidad de realizarla del lector,
es común a toda obra literaria; no en vano se asigna a la literatura la
capacidad de ser polisémica, de abrirse a varias interpretaciones porque tiene
en sí varios significados. El arte, desde siempre, ha tenido la tendencia a prescindir de los referentes
comunicacionales. La comunicación artística, la creatividad o ‘la expresividad’
—para decirlo en términos de Charles Bally: «consiste en modificar la expresión
existente en cantidad o en calidad (abultamiento, renovación, deformación,
etc.)». Y concluye Bally, ratificando lo antiguo de este tópico: «Aristóteles
decía ya de la lengua literaria que evita naturalmente la expresión usual.»
(Op. cit.: 42.) Por su parte, y contrariamente, la comunicación informativa
trata de enunciar siempre un referente.
Al decir de Umberto Eco:
Desde el punto de vista filosófico,
la circunstancia introduce bruscamente en el cuadro de la semiótica aquel
referente que habíamos expulsado de ella. Aunque se admita que los signos no
denotan directamente los objetos reales, la circunstancia se presenta como el
conjunto de la realidad que condiciona la selección de códigos y subcódigos ligando
la descodificación con su propia presencia. De esta manera, el proceso de la
comunicación, aunque no indique referentes, parece desarrollarse en el referente. (Op. cit., p. 149).9
En oposición a
esto, la comunicación artística ha tendido a alejarse del referente. De tal
manera, que la siguiente confrontación entre Flaubert y Brecht no pasa de ser
un juego paralogístico que ha perdido toda credibilidad porque ha falseado su
auténtica explicación, transfiriéndole a uno de los contrarios (Flaubert) cualidades
que el otro (Brecht) también tiene.
Paradójicamente, el novelista que
odiaba a los hombres concibió una literatura respetuosa del lector, en la que
éste es tratado como un igual y comparte con el autor la tarea de acabar la
obra descifrando su significado, y, en cambio, el escritor que amaba al hombre
concibió una literatura que implica desdén o, cuando menos, una tenaz
desconfianza hacia el lector ya que únicamente exige de él obediencia y
credulidad (Op. cit.: 268.)
En lo único que
acierta MV, en esta oposición, es en los calificativos de ambos: Flaubert era
un escritor que «odiaba a los hombres» (un pesimista, y ya hemos visto que para
MV esta es la carta de ciudadanía de la mejor literatura)10,
mientras que Brecht era un escritor que «amaba al hombre» (un optimista.) Si en
esos calificativos hay algún signo positivo o negativo que interpretar, dejamos
al lector el derecho y la libertad de hacerlo. Pero no podemos menos que decir
(ya en relación con el objetivo teórico-práctico de este trabajo) que esa
oposición maniqueísta planteada por MV es totalmente falsa. Con esa burda «dialéctica»
lo que ha buscado es desautorizar a Brecht y al realismo, que no se divide
—como pretende MV— en pesimista y optimista, sino que es uno solo, con esas
cualidades, y otras más, incluidas en sí. La real oposición entre dichos
autores reside en que Brecht es un escritor realista y Flaubert fue
un escritor formalista. Esta es, en todo caso, la última conclusión a que
llega MV:
Sin
renunciar a su pesimismo y desesperación, convirtiéndolos más bien en materia y
estímulo de su arte, y llevando el culto de lo estético a un límite de rigor
casi sobrehumano, Flaubert escribió una novela capaz de congeniar la
originalidad y la comunicación, la sociabilidad y la calidad. Porque en este
formalista intransigente la forma no estuvo nunca divorciada de la vida:
ella fue su mejor valedora. (B-1975: 276.)
________
(1)
Así, se está refiriendo a la poesía probante, como “una importante comarca de
la literatura contemporánea”, contradiciendo de esa manera una opinión
contraria -que ya hemos citado antes- en que a esta poesía probante de
tendencia objetiva la minimiza diciendo “en la poesía moderna la tendencia
objetiva es, sin duda, la menos valiosa” (B-1975: 261), o, en todo caso, define
sus gustos o preferencias y su filiación o toma de partido.
(2)
Todo esto corresponde a las formas vulgares del “realismo”: el naturalismo o el
populismo. MV no está describiendo al realismo auténtico, cuyas características
de relación con el lector condicen en gran medida con las que MV le atribuye al
formalismo de Flaubert.
(3)
¿Y esto no lo iba a saber Brecht? Él, que fue uno de los más lúcidos conocedores
de la dialéctica, iba a ignorar o iba a preconizar una obra de “una sola
verdad”, cuando el ABC de la dialéctica exige a sus usuarios manejar sus
análisis y hacer cualquier trabajo partiendo de la existencia de contrarios en
lucha. Un autor como Brecht, para quien “sus teorías no responden al exclusivo
afán político o estético, sino dialéctico (...) su método es el de la
dialéctica. Y por no poseerla ni manejarla, carecen de persuasión muchos
escritores progresistas que no convencen.” (John Willet, E-1963: 20.) No
obstante, Flaubert, cuyo razonamiento metafísico hizo que transfiriera a todos
los hombres el odio que -según MV- sentía por el burgués, y para quien “el
futuro siempre sería peor que el presente, que era peor que el pasado, y nada
tenía remedio, lo que por lo demás, tampoco le parecía injusto pues los hombres
no se merecía otra cosa” (Ibidem: 265), para MV resulta siendo más dialéctico
que Brecht.
(4)
Inclusive en un texto anterior (C-1972) al que estamos comentando (B-1975), MV
hizo la siguiente precisión: “hay ciertos temas en los que es más difícil
lograr la autonomía de la obra de ficción, ya que su inmediatez, su poder de
excitación, su naturaleza pasional, llevan irresistiblemente al lector a eso
que es tan peligroso para una obra de arte: la confrontación, la verificación.”
(C-1972: 69.)
(5)
“En la segunda etapa [narrativa de MV] encontramos un autor que tiende a
entrometerse en su mundo narrado emitiendo opiniones o pareceres o
interpretando para el lector lo que allí sucede.” Balmiro Omaña, “Ideología y
texto en Vargas Llosa: sus diferentes etapas”, en: D-2001-a: 48.
(6)
Hemos observado que varios comentaristas de la obra de MV modifican este título
escribiéndolo así: “Cartas a un joven novelista”, que viene a ser una
paráfrasis del famoso título de Rilke: Cartas a un joven poeta. Y no es
aventurado suponer que le ha servido de modelo a MV, aunque en el caso de Rilke
sí existe la evidencia del receptor epistolar, mientras que en el caso de MV a
las claras se ve que es ficticio: y constituye una mentira más.
(7)
No siempre actuó así con Brecht. Fue distinto, especialmente, cuando fungió de
izquierdista. Entonces manifestó admiración por Brecht, y hasta envidia.
Veamos: “En el caso de un Bertolt Brecht, evidentemente, el ciudadano y el
escritor -al mismo tiempo el que servía a su sociedad y el que se servía de
ella para escribir-, eran el mismo hombre. En este caso extraordinario, yo
quiero creer que la vocación transcurrió sin asperezas, sin conflictos y, en
cierta forma, lo envidio.” (C-1972: 79.)
(8)
En algún sitio MV dice que las novelas menos valiosas también se distancian de
la realidad: crean su propia “realidad”.
(9)
“El lingüista -planteaba Ferdinand de Saussure- debe también examinar las
relaciones recíprocas de la lengua de los libros y de la lengua corriente; pues
toda lengua literaria, producto de la cultura, llega a deslindar su esfera de
existencia de la esfera natural, la de la lengua hablada.” (E-1959: 68.)
(10)
“La ‘marginalidad’ atraviesa toda la literatura narrativa, es su carta de presentación,
su marca; ese tema en el que el rebelde en guerra contra la realidad disfraza
su propio drama, representa su propia condición, el destino marginal que le ha
deparado su disidencia frente al mundo.” (B-1971: 96.)
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