sábado, 1 de abril de 2017

Filosofía

Las Bases de los Juicios Morales*

(Segunda Parte)

Howard Selsam

TRACEMOS AHORA EL ESBOZO DE LA IDEA que los marxistas tienen de la ética, posponiendo la elaboración de la ética marxista misma hasta después de que las teorías clásicas hayan sido examinadas como es debido. En primer lugar, la ética es una creación humana, un reflejo de las necesidades y deseos, esperanzas y aspiraciones del hombre en su propia conciencia. En segundo lugar, este reflejo surge siempre de las condiciones materiales, concretas, de la vida humana, del proceso en desarrollo y de las relaciones, en todo sitio donde el hombre crea sus necesidades vitales y de reproducción. En tercer lugar, los conceptos morales cambian en la misma forma que las condiciones materiales de vida, las fuerzas de producción y las relaciones productivas y no pueden ser en ninguna época más altas que el nivel de la estructura económica (una sociedad esclavista, por ejemplo, no puede creer en la fraternidad e igualdad de los hombres). En cuarto lugar, al tratarse de una sociedad dividida en clases, los conflictos morales reflejan las divisiones clasistas y tratan, por un lado, de justificar las relaciones económicas existentes, o de cambiar, por otro lado, estas relaciones. En quinto lugar, todo esfuerzo por cambiar las relaciones económicas está dirigido a transferir el poder político y económico de una clase a otra, y la justificación moral de tal esfuerzo radica en la posibilidad de que esta segunda clase dirija la marcha y la administración de las fuerzas productivas en beneficio de la sociedad en general8. En sexto lugar, los conceptos del bien, el derecho, la justicia y otros parecidos, toman un significado según las bases de las proposiciones que acabamos de enunciar, de las condiciones vigentes de la vida del hombre en la sociedad y en un tiempo dado, y los cambios propuestos en estas condiciones deben de hacerse de acuerdo con las necesidades e intereses del sector más amplio, o del más pequeño de la comunidad social. Finalmente, de todo lo anterior se deduce que la ética es un producto social, que no tiene significado cuando se trata de individuo aislado, de un Robinson Crusoe en una isla desierta. La ética es más bien un conjunto de ideales y de obligaciones cuya base se encuentra en determinadas aspiraciones de bienestar, justicia y derecho. De donde se deduce que no puede haber sociedad o grupo humano sin ética. La vida social se hace imposible sin ciertos principios, reglas e ideales que prescriben la manera cómo los individuos tienen que reaccionar uno frente a otro a una situación determinada. Desde este punto de vista, el hecho de que el deber o la obligación, el “debe hacerse”, haya pesado tanto en las teorías de la ética, viene a ser una prueba de la discrepancia entre lo que el hombre trata de hacer en determinadas circunstancias y lo que los códigos de ética vigentes pretenden hacerle realizar. Desde el punto de vista marxista, el objetivo de la ética consiste en una identidad tan perfecta de las tendencias, deseos y aspiraciones del individuo con las necesidades e ideales humanos, que todo hombre, al hacer lo que desea hacer, esté haciendo lo que “debe hacer” y viceversa.

        Después de presentar así un esbozo de la idea marxista, no estaría demás examinar brevemente algunas teorías históricas de mayor importancia. Esto nos pondrá en condiciones de valorizar mejor la contribución marxista y comprender otros métodos empleados para juzgar los acontecimientos históricos y las cuestiones contemporáneas.
El mundo se encuentra actualmente comprometido en un conflicto entre las fuerzas del fascismo y de la democracia. Este conflicto anula por el momento la pugna entre el capitalismo y el socialismo y tiene que salir triunfalmente, antes de que esta última vuelva a cobrar su actualidad. Se cree, por lo general, que una fase del conflicto mundial de nuestros días es la oposición irreconciliable de los ideales morales; sin embargo, esta oposición moral se ve mal comprendida y expresada. La ética marxista puede y debe proveer un fundamento claro y firme para la crítica de las apreciaciones morales que se emplean para defender al fascismo. Por otra parte, puede mostrar, más claramente que ningún otro sistema, las bases morales de la guerra contra el fascismo y hacer ver la manera cómo esta guerra, no solo toma preeminencia sobre la pugna por el socialismo, sino que en la actualidad resulta ser su condición previa.

        Es útil observar que, si las diferencias entre democracia y fascismo fueran simplemente una cuestión de habilidad apropiada para realizar una obra aceptada por las dos partes, entonces, la cuestión de sus méritos respectivos podría resolverse por medio de una investigación objetiva e imparcial. Esta es una trampa en la que han caído muchos liberales y conduce a una tentativa para combinar las mejores virtudes de ambos sistemas; pero, como nosotros lo haremos ver en el capítulo siguiente, esto es totalmente imposible y tal doctrina no sirve sino para esconder el abismo existente entre estos dos mundos. No existe ninguna teoría ética previa que pueda calar el sentido de tal oposición (salvo, claro está, que adscribamos uno de los sistemas de valores a Dios, y el otro al demonio, hecho que puede ser ya bastante en algunos casos). Esto ocurre porque ningún sistema ético precedente trató de encontrar las raíces de los valores morales e ideales de un pueblo determinado según las condiciones concretas de la vida social organizada. Las teorías éticas surgen, en primer lugar, porque existe la imposibilidad de un acuerdo entre los valores morales o las finalidades del hombre y la sociedad. En cambio, se hace posible una ética marxista porque, en ese caso, se sabe que los conflictos morales tienen sus causas determinantes, en la misma forma que otros fenómenos de la naturaleza y de la sociedad. Además, es necesaria una ética marxista porque es la única que da una solución lógica y científica a lo que, en otro caso, sería una contradicción irreconciliable en forma de una simple expresión de buen gusto, o una mera confusión de lenguaje aparentando acuerdo inexistente. En una palabra, los conflictos de valores morales no son ni accidentales ni ilusorios, y su solución se encuentra en la acción social, no en la simple especulación.

        Si se tiene en cuenta el hecho de que las éticas religiosas o espiritualistas han sido siempre las que han dominado en la historia, y el hecho de que muchas otras ideas al respecto han surgido en oposición a dichas éticas, se hace ya más fácil la comprensión de los puntos de vista tradicionales religiosos, que han dominado en ética occidental, a pesar de que, ya en tiempos de Platón, se hizo una tentativa para despojar a la idea del bien de toda aureola sobrenatural.

        En uno de sus diálogos más idealistas, Platón presenta a Sócrates ya bajo sentencia de irreligiosidad, dialogando con un joven llamado Eutifrón, que acusa a su padre de haber muerto a un sirviente. Sócrates, mostrándose extrañado ante la conducta del joven, exclama que éste debe tener ciertamente un extraordinario conocimiento de la piedad, de la santidad y del bien, para poder actuar así contra su mismo padre. Eutifrón sucumbe ante el halago y admite que él sabe mejor que nadie distinguir la piedad de la crueldad. Sócrates, alegando entonces ignorancia de tal conocimiento y haciendo ver su necesidad de información al respecto, a fin de defenderse el mismo contra la condena, ruega al joven que le diga en que consiste la piedad. Eufritón cae en el lazo y dice que es piadoso o bueno todo lo que agrada a los dioses, y malo, todo lo que les desagrada. Sigue después un hermoso argumento en el cual, después de mucho floreo, Sócrates pregunta a su interlocutor, si un acto es bueno porque agrada a los dioses, o si agrada a los dioses porque es bueno. Esta pregunta viene a ser terrible, pues socava las bases de una ética supernaturalista y señala lógicamente el comienzo de la rebelión racionalista. Porque, como ya Platón lo hizo notar, si es que algo complace a los dioses solo porque es bueno, en tal caso su relación con ellos resulta solo contingente a su naturaleza, y no hay ya definición de lo que es el bien. La conclusión clara es que el bien debe asentarse sobre sus propios pies y ser bueno por una razón diferente a la que puede dar una religión sobrenatural.

        Pero la teología, especialmente en la forma como se desarrolla en la tradición cristiana, ha pretendido, a lo largo de dos mil años, identificar a Dios con la fuente y la base de todo bien. Esto se ha hecho, ya sea con el propósito de presentar el bien dependiendo arbitrariamente de los decretos de la voluntad de Dios (Duns Scotus), de donde resultó el inconveniente de que Dios puede querer que el asesinato sea bueno si le place, o bien con el propósito de alegar que Dios es todo divinidad (Santo Tomás de Aquino); de donde resulta que él no quería que el mal fuera bueno, porque esto sería contrario a su naturaleza. En el primer caso, parece que ha sufrido la divinidad, y en el último, el poder o el libre ejercicio de la voluntad de Dios.

        De esta tentativa de fundar la ética en lo sobrenatural surge, además, otra dificultad, que consiste en la confusión de dos afirmaciones que por lo general no se diferencian. La una dice que, sin Dios, no puede existir el bien ni el mal, lo mejor o lo peor. La otra sostiene que, sin nuestra creencia en Dios, no podríamos hacer ningún juicio moral. Estas son dos proposiciones enteramente opuestas, y ello aparece en el momento en que tratamos de verificarlas o refutarlas. En primer lugar, nadie niega que hay una distinción válida entre el bien y el mal, mientras que, por otro lado, cabe, por lo menos, la posibilidad de duda en la existencia de Dios. Esto viene a ser como si negáramos lo conocido con lo desconocido, en lugar de hacer lo contrario. Sin embargo, el argumento sigue surgiendo en los sermones dominicales. El doctor Fosdick dijo en uno de ellos, por ejemplo: “El misterio del mal en un mundo donde se encuentra un Dios de bondad es difícil de comprender. El misterio del bien en un mundo donde no hay Dios parece imposible de resolver”. ¿Por qué razón viene a ser el bien sin Dios un misterio? Solo reemplazando cierto número de premisas erróneas, el argumento puede tener un significado.

        Una de estas premisas viene a ser la vieja afirmación de que la naturaleza y el hombre son intrínsecamente, substancialmente, malos y que solo en virtud de la intervención sobrenatural puede hacerse bueno el hombre. Pero esto viene a hacer de Dios el punto de partida, ignorando el hecho concreto de que los hombres juzgan las cosas como buenas o malas según que ellas les proporcionen o les nieguen la satisfacción de sus necesidades o deseos dentro de la sociedad en que viven, o de la clase social o grupo a que pertenecen. ¿O es que el doctor Fosdick está empleando el segundo argumento que acabamos de enunciar, es decir, que sin la creencia en Dios el hombre no puede ni saber lo que es bueno ni cumplir sus mandamientos en la práctica? Esta vez se trata de una proposición empírica, que puede contestarse solo con una evidencia concreta. La cuestión fue ampliamente debatida ya, en la Francia del siglo XVIII, y se la argüía así: ¿Es posible una sociedad de ateos? Y se llegó a la conclusión de que las causas de la conducta humana estaban muy lejos de ser las esperanzas o temores del Más Allá y que había que buscarlas mejor en el deseo de vivir bien en este mundo. Los filósofos franceses hicieron ver también que existen muchos individuos aislados que, sin ser sacerdotes, observan la más noble conducta. En la actualidad, y en gran escala, podemos presenciar el hecho de que, en la Unión Soviética, los creyentes y los ateos se unen para seguir un mismo propósito terrenal. La religión y la moral en este país, tienen menos importancia para los partidarios de Dios que para los del fascismo. Es bueno referirnos, una vez más, a la sentencia de Spinoza, o sea, que el hombre no desea una cosa porque es buena, sino que, al contrario, la llama buena porque la desea. Aunque será necesario hacer posteriores observaciones al respecto, diremos ya, que estas palabras de Spinoza implican, en la misma forma que la pregunta de Eutifrón, la creencia de que lo bueno no requiere sanción sobrenatural.

        A pesar de la tenacidad con que se ha venido sosteniendo la afirmación de que, sin una creencia en Dios, los hombres se lanzarían a cometer toda clase de crímenes, volviendo a la vida de la selva, no se ha presentado ninguna prueba al respecto. El hecho cierto es que la fe religiosa puede encontrarse actuante en cualquier tipo conocido de sociedad coexistiendo con las mejores o las peores formas de conducta humana. Es verdad que, como Montaigne lo hace notar, la causa de Dios solo podría alistar difícilmente una compañía, pero también es verdad que la defensa de la fe ha servido para reunir pueblos enteros a fin de lanzarse a una guerra injusta. El fascismo, el imperialismo, la guerra, el desempleo y otros males que hoy padece la humanidad, no pueden atribuirse a la falta de fe, puesto que existen en un mundo dominado por uno u otro credo religioso. Se puede argüir que esto proviene de que los ideales de la religión no se pusieron nunca en práctica; pero, sea como fuere, lo cierto es que podemos preguntar: ¿por qué razón no se pusieron en práctica? La respuesta viene a ser, otra vez, espiritualista y dice que los hombres son malos por naturaleza y que buscan los bienes materiales más que las satisfacciones del espíritu. Pero también se puede contestar diciendo que el orden social económico opera en todas partes y crea otros motivos e incentivos distintos a los que alentaba la cristiandad y otras grandes colectividades religiosas.

        Volviendo a la discusión de Sócrates con Eutifrón, debe notarse que su propósito no era establecer que la justicia y el bien estaban determinados por las necesidades humanas, sino liberarlos de sus vínculos con ciertas concepciones religiosas griegas, a fin de que fueran considerados como ultrahumanos y eternos. Solo bajo esta luz puede ser comprendido el pensamiento ético de Platón. Este autor deseaba establecer la justicia y el derecho como verdades eternas, que trascienden a los individuos y a las clases sociales y ponerlas al margen de la controversia sobre el tema de los dioses, controversias que eran un reflejo de los conflictos sociales. El Dr. Gregorio Vlastos ha hecho ver, en un artículo titulado “El esclavismo en el pensamiento de Platón”9, que la concepción de la justicia de este filósofo, en la misma forma que toda su concepción del universo y del hombre, se basaba en la analogía de las relaciones del amo y el esclavo. El profesor Alban Winspear en sus dos libros, “¿Quién fue Sócrates?” y “La Génesis del pensamiento de Platón”, ha demostrado perfectamente que lo que Platón encontró en su dominio etéreo y trascendente de ideas concernientes a la naturaleza de la justicia y el derecho, fue precisamente lo que un caballero ateniense de las viejas clases terratenientes pudo haber puesto allí, al tratarse de luchar contra la alianza de los elementos comerciales y artesanos.

        Tal es la historia de todas las tentativas del hombre para fundar la ética sobre los “más altos” y metafísicos principios, a los que se supone por encima del mundo actuante y material en el que el hombre tiene que mantener su vida y resolver sus complejos problemas personales y sociales. Justamente como el idealismo filosófico es una forma más sutil del concepto espiritualista que sostiene que el espíritu es lo primario y la materia lo secundario –más sutil que la religión tradicional–, así también, en el terreno de la ética, resulta más sofístico decir “El Señor lo sabe”, o “El Señor lo ordena”.

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(8) Véase, por ejemplo, “Crítica de la filosofía del derecho de Hegel”, por K. Marx.
(9) “Philosophical Review”. Mayo de 1921.


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