viernes, 1 de enero de 2016

Ciencias Naturales

Las Razas Humanas

(Séptima Parte)


M.F. Niesturj

EN LA HUMANIDAD FÓSIL, las razas, probablemente, también experimentaban el proceso de la mezcla, a pesar de no tener un grado tan fuerte como en nuestro tiempo. Sobre esto, testimonian los hallazgos de los neanderthalenses en las ca­vernas de Sjul y Tabún en las montañas Carmel (Palestina), donde se ve la variabilidad considerable del tipo físico en los grupos de los hombres antiguos. Es probable que algunos de los neanderthalenses se hubieran mezclado con los grupos surgientes de los hombres cuya estructura del cuerpo era ya del tipo contem­poráneo.

Los límites entre la mayoría aplastante de los grupos raciales ya están bo­rrados por el proceso de la mestización. Se supone que las diferencias antropológicas de los tipos desaparezcan antes que entre las principales subdivisiones —las razas. Los grupos más grandes de una u otra gran raza, o, al contrario, poco numerosos, pero aislados geográficamente, como el esquimal y pigmeo, pueden durante largo tiempo permanecer menos afectados por la mestización.

Es de suponerse que el factor de la mestización tiene una gran importancia en nuestro tiempo, en la época de las transformaciones social-económicas, cuando las barreras raciales ya se levantan en muchos países. De aquí podemos sacar una conclusión más precisa, que la fuerza de la acción de uno u otro factor de la formación de razas cambia intensamente durante la marcha del desarrollo de la sociedad humana. Si el aislamiento y la selección naturales otrora jugaban un papel importante en la formación de las razas, entonces más tarde, en primer plano, se destacó la mezcla de razas y tipos antropológicos. Se puede incluso ex­presar la idea que la mestización del factor de formación de razas, en la actuali­dad, con frecuencia se convierte en factor que elimina las diferencias raciales.

En conclusión, el desarrollo del hombre y sus razas transcurría bajo diferentes influencias, y además, los factores social-económicos, en fin de cuentas, comen­zaron a recubrir los biológicos e incluso, conducir a la cesación casi completa de la acción de algunos de ellos.

En este plano debe tratarse también tal problema racial como la influencia del medio natural y social sobre la formación de razas. En los hombres primigenios y en los neanderthalenses la influencia directa del medio natural fue más fuerte, las particularidades raciales tuvieron un carácter más adaptable, en aquel enton­ces aún seguía actuando la selección natural. Sobre la formación de grandes razas en la humanidad contemporánea este medio influía ya menos, pero todavía es bas­tante notable. Las subdivisiones raciales más pequeñas de la clasificación antro­pológica reflejan las influencias naturales en menor grado; sus particularidades se componen más y más bajo el influjo del medio social.

En relación con esto, el límite entre las influencias de la naturaleza y la so­ciedad cambia su posición en la marcha de la evolución del hombre y sus razas, si sólo se puede hablar sobre algo que divide los factores naturales y sociales que actúan en conjunto en la antropogenia y razogenia: éstos aún van a influir, co­rrelativamente, sobre la etapa conclusiva de la desaparición de las razas.

La Ciencia contra el Racismo

Los primeros fundamentos de una concepción científica sobre el origen de las razas humanas, desde el punto de vista biológico, fueron expuestos primeramente por Charles Darwin. Este investigó cuidadosamente las razas humanas y estable­ció la profunda afinidad de muchos de sus rasgos básicos, así como su estrecha con­sanguinidad, lo cual demostraba, según Darwin, que todas ellas habían derivado de un tronco común, de los mismos antepasados. El desenvolvimiento posterior de la ciencia ha confirmado plenamente este punto de vista, que constituye la ba­se de la monogénesis. La teoría de que la humanidad desciende de cierto número de especies símicas diferentes, esto es, la poligénesis, carece por ende de fundamen­to, con lo cual el racismo pierde uno de sus baluartes fundamentales (Roguinski y Levin, 1955, 1963).

¿Cuáles son, pues, los rasgos específicos del Homo sapiens, comunes a todas las razas humanas sin excepción? Las características fundamentales son un cerebro grande y bien desarrollado (con gran número de circunvoluciones y surcos en la superficie de los hemisferios) y la mano humana, que según Engels es tanto el ins­trumento como el producto del trabajo. También es típico el pie humano, que merced a su arco longitudinal puede sostener el cuerpo durante la estación o la locomoción erectas.

Otros rasgos importantes que distinguen al hombre moderno son: una columna vertebral con cuatro curvaturas, que se han desarrollado como consecuencia de la locomoción erecta; un cráneo con una superficie externa bastante lisa, gran cavi­dad encefálica y región facial pobremente desarrollada, zonas frontal y parietal altas; músculos glúteos muy desarrollados y, asimismo, fuertes músculos del muslo y la pantorrilla: escaso vello y absoluta ausencia de haces de pelos táctiles (vibrisas) en las cejas, bigotes y barba.

      Todas las razas humanas actuales poseen esos rasgos y se hallan en el mismo —y alto— nivel de organización física. Aunque todas esas peculiaridades especí­ficas no están igualmente desarrolladas en todas las razas, aunque algunas se han desenvuelto más vigorosamente y otras menos, no se presentan grandes diferencias: todas las razas poseen la totalidad de las características del hombre moderno: no se puede considerar neanderthaloide a ninguna. Ninguna raza humana es bioló­gicamente superior a otra cualquiera.

No obstante, los científicos burgueses reaccionarios continúan predicando la desigualdad biológica de las razas humanas. En la mayor parte de los casos sos­tienen que los cerebros de algunas razas ("razas inferiores", según ellos), son más símicos que los de las otras (las "superiores"). Esto es absolutamente falso. Los estudios realizados por antropólogos soviéticos muestran que, entre los represen­tantes de las diversas razas, no existen diferencias significativas en cuanto a la estructura del cerebro (Shevchenko, 1956). Refuta asimismo a las teorías racistas el hecho de que todas las razas humanas están igualmente bien adaptadas a la locomoción erecta y al trabajo. La existencia de tales rasgos de semejanza entre las razas demuestra que carece de toda base la tesis de que alguna de ellas es más afín al mono que otras (Niéstruj, 1965).

Las razas humanas actuales han perdido los numerosos rasgos símicos que sub­sistían en los neanderthalenses y han adquirido las peculiaridades del Homo sa­piens. De las razas modernas, ninguna puede ser considerada más símica o pri­mitiva que las otras.

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