Criticando
al Crítico
Julio
Carmona
Antonio Cornejo Polar, en su apreciación
sobre «lo nacional» en JCM[1],
empieza recusando los trabajos que abundan en citas para exponer o precisar el
pensamiento de JCM, a los que acusa de «solidificar» dicho pensamiento, y los
equipara incluso a «la argumentación escolástica basada —dice— en los
“criterios de autoridad”», y concluye que esa «es la manera más segura de
traicionar la vitalidad creadora del magisterio de Mariátegui.» (p. 49).
Sin embargo, se
puede aducir en defensa del sistema de citas que no necesariamente conduce a «solidificar»
(anquilosar, reificar) el pensamiento estudiado; con él se puede buscar la
fidelidad con el pensamiento del autor estudiado, pues de lo contrario sus
ideas deberán ser parafraseadas o interpretadas con el riesgo de la
tergiversación o la manipulación. Y esto creemos estarlo detectando en el texto
aquí comentado. Por ejemplo, para referirse al tema específico de la literatura peruana[2]
dice de JCM —sin citarlo— que tiene la «explícita voluntad [de] contribuir al
surgimiento y consolidación de una literatura nacional peruana».
Y, de hecho, ACP ha
realizado una paráfrasis de la frase que figura en el prólogo a 7 Ensayos..., en donde se lee: «Tengo
una declarada y enérgica ambición: la de contribuir a la creación del
socialismo peruano.» Y al haber hecho esa transposición de términos mezclando
dos conceptos distintos y distantes (que es una manera de citar impropia) ha
incurrido en el error que empezó recusando. Y es esta una práctica usual en
ACP, pues hemos visto que hace lo mismo con una frase de Marx, dice: «…
Mariátegui no se limitó a constatar un hecho y a interpretarlo en su proceso
histórico; por el contrario, asumió ante él, como ante toda la realidad
peruana, una actitud proyectiva y encauzadora: también en este caso no se trataba solo de comprender el mundo,
se trataba de cambiarlo». La frase transmutada de Marx es la siguiente:
«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo,
pero de lo que se trata es de transformarlo.»[3]
Obviamente, no
estamos diciendo que esta técnica de paráfrasis usada por ACP sea inválida,
sino, en todo caso, hacemos ver que tampoco el «sistema de citas» lo es —como
sí lo pretendía él—; es más, para ratificar la validez de dicho sistema y,
justamente, con perspectiva positiva de magisterio, recurro a la autoridad de
un maestro del intelecto de Nuestra América, el cubano Juan Marinello, quien en
prólogo a un libro que recoge varias obras del argentino Aníbal Ponce, advierte
un reparo a la profusión de citas que hace el maestro, y dice: «A veces, es
cierto, quisiéramos camino más desembarazado y expedito —menos notas al pie de
la página—, pero no olvidemos que un definidor de su talla y responsabilidad se
ve forzado a destacar fuentes y raíces válidas a lectores que no las tienen a
mano ni a su diario servicio. El trato con las obras citadas por Ponce puede
ser la base de una buena cultura filosófica y sociológica, y no es ajeno el
autor a la urgencia de ofrecer ese bagaje.»[4]
Y, reiteramos que, contrariamente
a lo dicho por ACP, la elusión de las citas textuales
puede estar sesgando el pensamiento del autor tratado. Y es lo que creemos
detectar en lo hecho y dicho por ACP, puesto que JCM en ningún momento del
séptimo ensayo —ni tampoco en otro de sus textos— dice tener la explícita
voluntad de «contribuir al surgimiento y consolidación de una literatura
nacional peruana», pues, en todo caso, tendría que haberlo hecho produciendo
literatura y no metaliteratura. Esta se encarga de estudiar a aquella, que es
producida por los literatos, y son estos los que contribuyen a su surgimiento o
consolidación. JCM lo que se propone explícitamente es someter a juicio (en la
acepción jurídica del término) a la literatura
peruana; y, para cumplir su objetivo, precisa que en ella no hay unidad,
por el contrario, dice que se la puede estratificar en tres períodos: colonial,
cosmopolita y nacional; es decir, que dentro de la literatura peruana en
general ubica a la nacional, en
particular, con lo cual está planteando su diferenciación, y su no
homogeneidad, ergo, no se puede confundir literatura
peruana, con literatura nacional,
como una sola y misma cosa.
Por cierto, esa
diferenciación no es ajena a ACP, y esto se desprende de la lectura total de su
texto; más aun, la constatación de esa disyunción —que, dice, se halla en JCM—
lo lleva a esbozar una de sus propias tesis para estudiar la literatura
peruana, su totalidad contradictoria[5], su
heterogeneidad: «… queda en pie —dice ACP en el texto aquí comentado— una nueva
alternativa para comprender nuestra literatura sin mutilar su pluralidad. No es
que desaparezca el criterio de unidad, pero se le relativiza mediante un
tratamiento histórico que permite pensar tanto en su paulatino y difícil logro,
cuanto en el variado y problemático proceso que le antecede. Hoy se sabe que la
unidad no se plasmó y hasta se puede pensar legítimamente que ese no es un
objetivo deseable, pero, inclusive así, y gracias precisamente al pensamiento
de Mariátegui, ahora se puede asumir como objeto de reflexión la heterogeneidad esencial de una
literatura que no puede ser más unitaria que la desmembrada realidad de la que
nace. En otras palabras: mientras la unidad no sea real (y pudiera ser que
nunca lo sea del todo) la crítica no tiene por qué seguir violentando la
naturaleza múltiple de nuestro proceso literario, buscando e imponiendo una
unidad falaz y necesariamente empobrecedora…» (op. cit.: 55. Cursiva nuestra).
Obviamente, esa heterogeneidad de la literatura peruana ya
se encuentra destacada en los planteamientos teórico-críticos de JCM. Y aquella
unidad falaz y empobrecedora —como la
llama ACP— no pasará de ser un anhelo, un deseo, un ideal. Como hemos visto en
su última cita, ACP reconoce lo difícil si no imposible que es realizar o
aspirar a esa «unidad», y es algo que en relación con el pensamiento de
Mariátegui dice ser apodíctico, máxime si se reconoce que ese pensamiento está
íntimamente imbricado a su concepción política revolucionaria, leamos lo
anotado por ACP: «… cuando Mariátegui define en términos estrictamente
históricos lo que entiende por nacional en la literatura peruana, cuando habla
en concreto de un “período nacional”, está realizando una operación
abiertamente ideológica: es nacional la literatura que asume, expresa y
defiende los ideales e intereses del pueblo peruano. No otra cosa significan
las siguientes y luminosas palabras de Mariátegui “lo más nacional de una
literatura es siempre lo más hondamente revolucionario”.» (op. cit.: 59).
Empero, cuando ACP
—seguramente para no citar textualmente a JCM— reemplaza su esquema de estudio
clasista, por el de la heterogeneidad, deja abierta la posibilidad de esa
unidad que ha puesto en duda, y, es más, aspira a ver realizada la existencia
de una «literatura nacional peruana». Veamos cómo lo dice: «la aceptación de la
pluralidad heterogénea implica una doble e importantísima reivindicación: la
del carácter nacional y la del estatuto artístico de todos los sistemas
literarios que efectivamente se producen en el Perú, aunque no tengan relación
estable con el sistema y proceso de la literatura que normalmente monopoliza
este nombre.» Y concluye el párrafo estableciendo que las manifestaciones
literarias de toda índole producidas en el Perú «son literatura, de una parte,
y son literatura nacional peruana, de
otra.» (op. cit.: 56). Es decir, ya unificó lo que dijo que era casi imposible
de unificarse. Y es «unificación» que no se puede sustentar con citas de JCM.
Pregunto: ¿por eso sería que ACP recusaba el sistema de citas?
Poesía de Willy Gómez Migliaro. Sentimiento
y Destino Humano en el Libro Nuevas Batallas
Roque Ramírez Cueva
La creación de
poesía se relaciona con un lenguaje que tiene en la palabra el instrumento que
da forma al discurso expresivo cargado de sentimientos y emociones o a
metatextos sin significantes. Los poetas que apelan al sentimiento desde una
visión del mundo se desenvuelven dentro del campo realista de la literatura, y
los poetas que esbozan textos sin llegar a la expresión del texto mismo se
conducen en el campo formalista.
Desde esta premisa, leeremos la poesía de Willy Gómez en su nuevo libro
Nuevas Batallas (Lima, 2014). No es un asunto unilateral decisión impertinente
del lector sino compartido por el creador. Desde el epígrafe nuestro autor
propone su poética estética en donde se lee que en una accidentada geografía,
la cual no es agreste tanto por su estrato geológico como si por lo social,
cohabita siempre la guerra, los ejércitos conllevan sus pasiones. ¿Qué
accidentes? ¿Qué pasiones?
Obviamente las desigualdades abisales entre los unos y los otros, las
ideologías de ambos. Casi nadie objetará sobre los ejércitos como
representaciones que nos advierten de grupos sociales en conflicto, no
cualquier grupo sino en su condición de
clase. Panorama de experiencias cotidianas al cual se enfrenta la voz poética,
quien no es abstracta, la cual deviene de neuronas creadoras que se proponen
decodificar el texto discursivo, incluso el metatexto de los poemas reunidos en
el presente libro. En él hace notar sobre escrituras no genuinas, de mero
protocolo, tenidas a pesar de ello como canon literario en general ni siquiera
como canon de la forma.
Los versos de Willy Gómez muestran una composición desestructurada,
hecha de retazos al modo de la labor de las arpilleras o al estilo –escoja
usted- de los hacedores de puentes
colgantes que, con pequeñas fibras, conforman extensas y gruesas cuerdas. En la tarea de
la escritura son signos que no enhebran
una natural continuidad, se fragmentan, se manifiestan como hebras de matices
variados. Teñidos intensos que alteran sentidos, teñidos tenues que logran el
efecto del contraste a la retina de un
observador atento. Nudos no tanto desteñidos como de color indescriptible.
El poeta no se intimida si se trata de desmentir leyendas no urbanas,
mas si de nuestras glorias históricas como a nuestro conmovedor e incendiario
(de la palabra) Gonzales Prada, afirmando categóricamente que aun en todo
cuerpo en descomposición -y la sociedad de este nuevo siglo que llamamos
peruana, aún no se define lo peruano, “jiede”-
la esperanza brilla, en principio tenue hasta el momento de su nitidez.
No pierde el optimismo porque conoce la reversibilidad de los fenómenos, sobre
todo si los puntos de vista acerca del mundo son dialécticos.
En estos afanes, la voz poética no entreteje sola, permite que se le
sume un noble espíritu, desde luego no etéreo. Ambos develan ámbitos agrestes, sucesos no irreales, life
facts, one dark life, el transcurso de una fase terrestre, no selenita, con
tiempos oscuros, es decir los eclipses de la sociedad. A propósito recuerdo,
cuando nos frecuentábamos, que Willy Gómez nació y creció como poeta durante
los decadentes y tenebrosos años 80 y
90. Por eso afirmo que él no quiso ni intentó
en momento alguno levantar sus construcciones desentendiéndose de esos entornos, en la
filosofía total se les llama contextos.
Desde luego, alguien dizque no
intencionado le saldrá al paso a decirle de modo sesgado “en estas décadas el
esnobismo, o sea mira ve, es aplaudir la forma en los textos literarios”. Se
autotildan de exquisitos cuando son saltimbanquis de los cánones y el demodé.
Alguien que inmodestamente se crea eximio lo rodeará con discursos solemnes,
“de esa manera se sacrifican los altos niveles de la poesía”. ¿Cuáles niveles?
¿los del parnaso y la musicalidad lírica? O como dice José Ma
Valverde (1), ¿“las brillantes piezas
líricas desconectadas de un destino
humano integral”? (los signos de interrogación de la cita son nuestros)
A tales puristas, formalitos ellos, no les place entender que,
parafraseando a Amado Alonso (2), la
poesía, además de intuición musical, es sentimiento. Ambos conexos fluidamente
entre sí. Y Willy Gómez enfatiza en ese sentimiento solidario de tradición humanista e
iconoclasta, el cual es acompañado de lenguajes distintos, irredentos e irreverentes. El más cercano
referente es la poesía de Juan Ramírez Ruiz. Nuestro poeta en Nuevas Batallas,
concluimos, releva un sentimiento entero sin desentenderse de la forma lírica.
Basta un verso, “construir un bramido de oleaje al respirar amor” (p. 4).
El primer poema nos describe indeseados
ámbitos de calma tensa, las experiencias en un hospital donde se espera
el rayo de esperanza que revierta las circunstancias en torno a nuestros seres
amados. Se oyen rumores, quizá se perciben pensamientos de otro país compartido
por el amor. Claro, la esperanza asoma en medio de temores que decodifican “la
acción de olvidar su propia violencia”, no la de la insensibilidad que se palpa
en el nosocomio. Fuera de ahí hay una áspera (valga el redunde) violencia
heredada de los tiempos oscuros.
En particular, además hay una preocupación de experimentar otras formas
de generar lenguajes al buscar que se transforme el ser que se ama. Ese ser
amado no es otro que la palabra y sus galas. Lo cual exige sacrificios que se
esfuercen por voltear lenguajes gastados y proponer otra velada artística, “la
nuestra” dice la voz poética.
El ambiente del nosocomio con su cotidianidad de intervenciones quirúrgicas
es propicio para entrever el uso de un metalenguaje que permita implícitamente
describir y entender las tareas de construir nuevos cuerpos usando partes
diversas. Dicho de otro modo, incisiones de bisturí y zurcidos que permitan
cambiar envejecidas formas y obtener
remozado fondo, los mismos que serán parte de una disputa de
confrontaciones, no de técnicas si de concepciones opuestas. De incisión en
incisión el sentimiento aumenta porque
puedes fenecer o gozar de los deliquios del amor, “del beso tomado, desde el
abrazo que atrae”. (p.5).
Willy Gómez es sutil en su escritura sin dejar de ir al fondo del
asunto. En ese tránsito de experiencias y trajines surgen los temas que
escosen, como la búsqueda de justicia ante amores desaparecidos nunca hallados.
Todo es una labor de taxidermia que devela el amor y el dolor
restituyendo averías. A través de ella se elaboran lenguajes reconstituyéndolos
desde las áureas vetas aldeanas, proponiéndose la meta de tratar saltar esa
valla lingüística narrativa que encierra los límites de la desteñida poesía
conversacional que va camino a echar canas.
Hasta aquí ya nos dimos cuenta que los temas y subtemas se superponen,
se cortan y se continúan. Por ello perder algo querido, tenido en honda estima,
duele, el modo de culminar ese dolor es darle vuelta al escenario, transitar
otras comarcas donde los lenguajes no se enreden, no sean parte de una nueva
Babel, donde fluyan sin densidades.
Para culminar esta primera parte,
sólo voy a referirme a un fragmento del discurso en el segundo poema. En
dichos versos el poeta enfatiza en la esperanza como fondo intertextual de
temas no menores como el hallazgo de otros tiempos de breve luz, con rayos
que penetran los hogares, algunas
estancias y lares. Aquellos testigos que lograron salir algo ilesos
parcialmente del pozo oscuro, se asombran de “una maquinaria de guerra
[que] desvió su lucha fundamentalista”
(p.8) so pretexto de un horizonte que ni siquiera vislumbraban como propio.
Aquí entonces, se está incursionando como ningún otro bardo se ha
atrevido, salvo César Vallejo respecto de la guerra civil en España, en versar
acerca del conflicto interno que experimentó la población peruana a partir de
1980 hasta 1992. Todos sabemos que en otros géneros como el ensayo y la
narrativa se abunda y se sigue enjuiciando o testimoniando sobre el tema. En
poesía, la disposición a enfrentarse con dicha temática casi no se da, salvo en
poesía inédita o en algún otro poeta que lo asume tangencialmente. En Gómez
Migliaro está siendo una prioridad que se aprecia desde sus anteriores
poemarios, empezando por Moridor y
en el penúltimo Construcción Civil.
Es un enfrentamiento que envolvió
–así lo siente la voz poética- a
nuestra sociedad en una larga noche oscura, donde los principales ejecutores
pasaron de ser de protagonistas a un antagonismo que los llevó a desdecir sus
propios principios e ideales por los cuales iniciaron una guerra contra el
Estado peruano, y terminaron confundiéndose con el accionar de masacres de
este.
En otra oportunidad redondearemos el comentario de Nuevas Batallas, obra
que nos impide ser breves. No obstante ser una obra no extensa, sin embargo
obliga a una lectura comentada global, total, y afirmo que es y será
parcializada. Al respecto, Pierre de Barberis (3), es preciso al decir (¿influenciado por Marx?), “…toda crítica,
de un modo o de otro, confiesa, incluso por lo que calla”. Y el libro de Willy
Gómez Migliaro no merece que se silencie. Desde la distancia un abrazo al poeta
fratelo.
NOTAS
[1] MACHADO, Antonio. Nuevas
Canciones y de un cancionero apócrifo. Edit. Castalia-Hyspamerica. Chile
1986. Edición, introducción y notas de José
Ma Valverde.
[2] ALONSO, Amado. Materia y
Forma en Poesía.3ra edición. Edit.
Gredos. Madrid 1965.
[3] BARBERIS, Pierre, y otros. Literatura
e Ideologías. Serie Comunicación 18. Edit.
Alberto Corazón. Madrid, 1972.
[1]
«Apuntes sobre la literatura nacional en el pensamiento crítico de Mariátegui»,
en: Varios (1980). Mariátegui y la
literatura. Lima: Amauta, pp. 49-60.
[2] Para
JCM los términos de «nacional» y de «peruana» no son sinónimos, conversión sinonímica
que, al final, veremos que sí hace ACP.
[3] La
cita de ACP la hemos tomado de Tomás Escajadillo, «Ciro Alegría, José María
Arguedas y el indigenismo de Mariátegui». En: Varios (1980). Mariátegui y la literatura. Lima:
Amauta, pp. 61-106. La cursiva es de Tomás Escajadillo, y él hace la siguiente
referencia hemerográfica: ACP, «Para una interpretación de la novela
indigenista». En: Casa de las Américas
N° 100, La Habana, enero-febrero 1977, p. 42.
[4] Aníbal
Ponce (1975). Obras. La Habana: Casa
de las Américas, p. 10. Prólogo de Juan Marinello.
[5] Cf.
Antonio Cornejo Polar (1989). La
formación de la tradición literaria en el Perú. Lima: Centro de Estudios y
Publicaciones.
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