sábado, 1 de noviembre de 2014

Literatura



Criticando al Crítico


Julio Carmona


Antonio Cornejo Polar, en su apreciación sobre «lo nacional» en JCM[1], empieza recusando los trabajos que abundan en citas para exponer o precisar el pensamiento de JCM, a los que acusa de «solidificar» dicho pensamiento, y los equipara incluso a «la argumentación escolástica basada —dice— en los “criterios de autoridad”», y concluye que esa «es la manera más segura de traicionar la vitalidad creadora del magisterio de Mariátegui.» (p. 49).

Sin embargo, se puede aducir en defensa del sistema de citas que no necesariamente conduce a «solidificar» (anquilosar, reificar) el pensamiento estudiado; con él se puede buscar la fidelidad con el pensamiento del autor estudiado, pues de lo contrario sus ideas deberán ser parafraseadas o interpretadas con el riesgo de la tergiversación o la manipulación. Y esto creemos estarlo detectando en el texto aquí comentado. Por ejemplo, para referirse al tema específico de la literatura peruana[2] dice de JCM —sin citarlo— que tiene la «explícita voluntad [de] contribuir al surgimiento y consolidación de una literatura nacional peruana».

Y, de hecho, ACP ha realizado una paráfrasis de la frase que figura en el prólogo a 7 Ensayos..., en donde se lee: «Tengo una declarada y enérgica ambición: la de contribuir a la creación del socialismo peruano.» Y al haber hecho esa transposición de términos mezclando dos conceptos distintos y distantes (que es una manera de citar impropia) ha incurrido en el error que empezó recusando. Y es esta una práctica usual en ACP, pues hemos visto que hace lo mismo con una frase de Marx, dice: «… Mariátegui no se limitó a constatar un hecho y a interpretarlo en su proceso histórico; por el contrario, asumió ante él, como ante toda la realidad peruana, una actitud proyectiva y encauzadora: también en este caso no se trataba solo de comprender el mundo, se trataba de cambiarlo». La frase transmutada de Marx es la siguiente: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.»[3]

Obviamente, no estamos diciendo que esta técnica de paráfrasis usada por ACP sea inválida, sino, en todo caso, hacemos ver que tampoco el «sistema de citas» lo es —como sí lo pretendía él—; es más, para ratificar la validez de dicho sistema y, justamente, con perspectiva positiva de magisterio, recurro a la autoridad de un maestro del intelecto de Nuestra América, el cubano Juan Marinello, quien en prólogo a un libro que recoge varias obras del argentino Aníbal Ponce, advierte un reparo a la profusión de citas que hace el maestro, y dice: «A veces, es cierto, quisiéramos camino más desembarazado y expedito —menos notas al pie de la página—, pero no olvidemos que un definidor de su talla y responsabilidad se ve forzado a destacar fuentes y raíces válidas a lectores que no las tienen a mano ni a su diario servicio. El trato con las obras citadas por Ponce puede ser la base de una buena cultura filosófica y sociológica, y no es ajeno el autor a la urgencia de ofrecer ese bagaje.»[4]

Y, reiteramos que, contrariamente a lo dicho por ACP, la elusión de las citas textuales puede estar sesgando el pensamiento del autor tratado. Y es lo que creemos detectar en lo hecho y dicho por ACP, puesto que JCM en ningún momento del séptimo ensayo —ni tampoco en otro de sus textos— dice tener la explícita voluntad de «contribuir al surgimiento y consolidación de una literatura nacional peruana», pues, en todo caso, tendría que haberlo hecho produciendo literatura y no metaliteratura. Esta se encarga de estudiar a aquella, que es producida por los literatos, y son estos los que contribuyen a su surgimiento o consolidación. JCM lo que se propone explícitamente es someter a juicio (en la acepción jurídica del término) a la literatura peruana; y, para cumplir su objetivo, precisa que en ella no hay unidad, por el contrario, dice que se la puede estratificar en tres períodos: colonial, cosmopolita y nacional; es decir, que dentro de la literatura peruana en general ubica a la nacional, en particular, con lo cual está planteando su diferenciación, y su no homogeneidad, ergo, no se puede confundir literatura peruana, con literatura nacional, como una sola y misma cosa.

Por cierto, esa diferenciación no es ajena a ACP, y esto se desprende de la lectura total de su texto; más aun, la constatación de esa disyunción —que, dice, se halla en JCM— lo lleva a esbozar una de sus propias tesis para estudiar la literatura peruana, su totalidad contradictoria[5], su heterogeneidad: «… queda en pie —dice ACP en el texto aquí comentado— una nueva alternativa para comprender nuestra literatura sin mutilar su pluralidad. No es que desaparezca el criterio de unidad, pero se le relativiza mediante un tratamiento histórico que permite pensar tanto en su paulatino y difícil logro, cuanto en el variado y problemático proceso que le antecede. Hoy se sabe que la unidad no se plasmó y hasta se puede pensar legítimamente que ese no es un objetivo deseable, pero, inclusive así, y gracias precisamente al pensamiento de Mariátegui, ahora se puede asumir como objeto de reflexión la heterogeneidad esencial de una literatura que no puede ser más unitaria que la desmembrada realidad de la que nace. En otras palabras: mientras la unidad no sea real (y pudiera ser que nunca lo sea del todo) la crítica no tiene por qué seguir violentando la naturaleza múltiple de nuestro proceso literario, buscando e imponiendo una unidad falaz y necesariamente empobrecedora…» (op. cit.: 55. Cursiva nuestra).

Obviamente, esa heterogeneidad de la literatura peruana ya se encuentra destacada en los planteamientos teórico-críticos de JCM. Y aquella unidad falaz y empobrecedora —como la llama ACP— no pasará de ser un anhelo, un deseo, un ideal. Como hemos visto en su última cita, ACP reconoce lo difícil si no imposible que es realizar o aspirar a esa «unidad», y es algo que en relación con el pensamiento de Mariátegui dice ser apodíctico, máxime si se reconoce que ese pensamiento está íntimamente imbricado a su concepción política revolucionaria, leamos lo anotado por ACP: «… cuando Mariátegui define en términos estrictamente históricos lo que entiende por nacional en la literatura peruana, cuando habla en concreto de un “período nacional”, está realizando una operación abiertamente ideológica: es nacional la literatura que asume, expresa y defiende los ideales e intereses del pueblo peruano. No otra cosa significan las siguientes y luminosas palabras de Mariátegui “lo más nacional de una literatura es siempre lo más hondamente revolucionario”.» (op. cit.: 59).

Empero, cuando ACP —seguramente para no citar textualmente a JCM— reemplaza su esquema de estudio clasista, por el de la heterogeneidad, deja abierta la posibilidad de esa unidad que ha puesto en duda, y, es más, aspira a ver realizada la existencia de una «literatura nacional peruana». Veamos cómo lo dice: «la aceptación de la pluralidad heterogénea implica una doble e importantísima reivindicación: la del carácter nacional y la del estatuto artístico de todos los sistemas literarios que efectivamente se producen en el Perú, aunque no tengan relación estable con el sistema y proceso de la literatura que normalmente monopoliza este nombre.» Y concluye el párrafo estableciendo que las manifestaciones literarias de toda índole producidas en el Perú «son literatura, de una parte, y son literatura nacional peruana, de otra.» (op. cit.: 56). Es decir, ya unificó lo que dijo que era casi imposible de unificarse. Y es «unificación» que no se puede sustentar con citas de JCM. Pregunto: ¿por eso sería que ACP recusaba el sistema de citas?


Poesía de Willy Gómez Migliaro. Sentimiento y Destino Humano en el Libro Nuevas Batallas

Roque Ramírez Cueva

La creación de poesía se relaciona con un lenguaje que tiene en la palabra el instrumento que da forma al discurso expresivo cargado de sentimientos y emociones o a metatextos sin significantes. Los poetas que apelan al sentimiento desde una visión del mundo se desenvuelven dentro del campo realista de la literatura, y los poetas que esbozan textos sin llegar a la expresión del texto mismo se conducen en el campo formalista.

Desde esta premisa, leeremos la poesía de Willy Gómez en su nuevo libro Nuevas Batallas (Lima, 2014). No es un asunto unilateral decisión impertinente del lector sino compartido por el creador. Desde el epígrafe nuestro autor propone su poética estética en donde se lee que en una accidentada geografía, la cual no es agreste tanto por su estrato geológico como si por lo social, cohabita siempre la guerra, los ejércitos conllevan sus pasiones. ¿Qué accidentes? ¿Qué pasiones?

Obviamente las desigualdades abisales entre los unos y los otros, las ideologías de ambos. Casi nadie objetará sobre los ejércitos como representaciones que nos advierten de grupos sociales en conflicto, no cualquier grupo sino en su condición  de clase. Panorama de experiencias cotidianas al cual se enfrenta la voz poética, quien no es abstracta, la cual deviene de neuronas creadoras que se proponen decodificar el texto discursivo, incluso el metatexto de los poemas reunidos en el presente libro. En él hace notar sobre escrituras no genuinas, de mero protocolo, tenidas a pesar de ello como canon literario en general ni siquiera como canon de la forma.

Los versos de Willy Gómez muestran una composición desestructurada, hecha de retazos al modo de la labor de las arpilleras o al estilo –escoja usted- de los hacedores de puentes  colgantes que, con pequeñas fibras, conforman   extensas y gruesas cuerdas. En la tarea de la  escritura son signos que no enhebran una natural continuidad, se fragmentan, se manifiestan como hebras de matices variados. Teñidos intensos que alteran sentidos, teñidos tenues que logran el efecto del contraste a la retina  de un observador atento. Nudos no tanto desteñidos como de color indescriptible.

El poeta no se intimida si se trata de desmentir leyendas no urbanas, mas si de nuestras glorias históricas como a nuestro conmovedor e incendiario (de la palabra) Gonzales Prada, afirmando categóricamente que aun en todo cuerpo en descomposición -y la sociedad de este nuevo siglo que llamamos peruana, aún no se define lo peruano, “jiede”-  la esperanza brilla, en principio tenue hasta el momento de su nitidez. No pierde el optimismo porque conoce la reversibilidad de los fenómenos, sobre todo si los puntos de vista acerca del mundo son dialécticos.

En estos afanes, la voz poética no entreteje sola, permite que se le sume un noble espíritu, desde luego no etéreo. Ambos develan  ámbitos agrestes, sucesos no irreales, life facts, one dark life, el transcurso de una fase terrestre, no selenita, con tiempos oscuros, es decir los eclipses de la sociedad. A propósito recuerdo, cuando nos frecuentábamos, que Willy Gómez nació y creció como poeta durante los decadentes y tenebrosos  años 80 y 90. Por eso afirmo que él no quiso ni intentó  en momento alguno levantar sus construcciones  desentendiéndose de esos entornos, en la filosofía total se les llama contextos.

Desde  luego, alguien dizque no intencionado le saldrá al paso a decirle de modo sesgado “en estas décadas el esnobismo, o sea mira ve, es aplaudir la forma en los textos literarios”. Se autotildan de exquisitos cuando son saltimbanquis de los cánones y el demodé. Alguien que inmodestamente se crea eximio lo rodeará con discursos solemnes, “de esa manera se sacrifican los altos niveles de la poesía”. ¿Cuáles niveles? ¿los del parnaso y la musicalidad lírica? O como dice José Ma Valverde (1), ¿“las brillantes  piezas líricas desconectadas  de un destino humano integral”? (los signos de interrogación de la cita son nuestros)

A tales puristas, formalitos ellos, no les place entender que, parafraseando a  Amado Alonso (2), la poesía, además de intuición musical, es sentimiento. Ambos conexos fluidamente entre sí. Y Willy Gómez enfatiza en ese sentimiento  solidario de tradición humanista e iconoclasta, el cual es acompañado de lenguajes distintos,  irredentos e irreverentes. El más cercano referente es la poesía de Juan Ramírez Ruiz. Nuestro poeta en Nuevas Batallas, concluimos, releva un sentimiento entero sin desentenderse de la forma lírica. Basta un verso, “construir un bramido de oleaje al respirar amor” (p. 4).

El primer poema nos describe indeseados  ámbitos de calma tensa, las experiencias en un hospital donde se espera el rayo de esperanza que revierta las circunstancias en torno a nuestros seres amados. Se oyen rumores, quizá se perciben pensamientos de otro país compartido por el amor. Claro, la esperanza asoma en medio de temores que decodifican “la acción de olvidar su propia violencia”, no la de la insensibilidad que se palpa en el nosocomio. Fuera de ahí hay una áspera (valga el redunde) violencia heredada de los tiempos oscuros.

En particular, además hay una preocupación de experimentar otras formas de generar lenguajes al buscar que se transforme el ser que se ama. Ese ser amado no es otro que la palabra y sus galas. Lo cual exige sacrificios que se esfuercen por voltear lenguajes gastados y proponer otra velada artística, “la nuestra” dice la voz poética.

El ambiente del nosocomio con su cotidianidad de intervenciones quirúrgicas es propicio para entrever el uso de un metalenguaje que permita implícitamente describir y entender las tareas de construir nuevos cuerpos usando partes diversas. Dicho de otro modo, incisiones de bisturí y zurcidos que permitan cambiar envejecidas formas y obtener  remozado fondo, los mismos que serán parte de una disputa de confrontaciones, no de técnicas si de concepciones opuestas. De incisión en incisión  el sentimiento aumenta porque puedes fenecer o gozar de los deliquios del amor, “del beso tomado, desde el abrazo que atrae”. (p.5).

Willy Gómez es sutil en su escritura sin dejar de ir al fondo del asunto. En ese tránsito de experiencias y trajines surgen los temas que escosen, como la búsqueda de justicia ante amores desaparecidos nunca hallados.   

Todo es una labor de taxidermia que devela el amor y el dolor restituyendo averías. A través de ella se elaboran lenguajes reconstituyéndolos desde las áureas vetas aldeanas, proponiéndose la meta de tratar saltar esa valla lingüística narrativa que encierra los límites de la desteñida poesía conversacional que va camino a echar canas.

Hasta aquí ya nos dimos cuenta que los temas y subtemas se superponen, se cortan y se continúan. Por ello perder algo querido, tenido en honda estima, duele, el modo de culminar ese dolor es darle vuelta al escenario, transitar otras comarcas donde los lenguajes no se enreden, no sean parte de una nueva Babel, donde fluyan sin densidades.

Para culminar esta primera parte,  sólo voy a referirme a un fragmento del discurso en el segundo poema. En dichos versos el poeta enfatiza en la esperanza como fondo intertextual de temas no menores como el hallazgo de otros tiempos de breve luz, con rayos que  penetran los hogares, algunas estancias y lares. Aquellos testigos que lograron salir algo ilesos parcialmente del pozo oscuro, se asombran de “una maquinaria de guerra [que]  desvió su lucha fundamentalista” (p.8) so pretexto de un horizonte que ni siquiera vislumbraban como propio.

Aquí entonces, se está incursionando como ningún otro bardo se ha atrevido, salvo César Vallejo respecto de la guerra civil en España, en versar acerca del conflicto interno que experimentó la población peruana a partir de 1980 hasta 1992. Todos sabemos que en otros géneros como el ensayo y la narrativa se abunda y se sigue enjuiciando o testimoniando sobre el tema. En poesía, la disposición a enfrentarse con dicha temática casi no se da, salvo en poesía inédita o en algún otro poeta que lo asume tangencialmente. En Gómez Migliaro está siendo una prioridad que se aprecia desde sus anteriores poemarios, empezando por Moridor y en el penúltimo Construcción Civil.

Es un enfrentamiento que envolvió  –así lo siente la voz  poética- a nuestra sociedad en una larga noche oscura, donde los principales ejecutores pasaron de ser de protagonistas a un antagonismo que los llevó a desdecir sus propios principios e ideales por los cuales iniciaron una guerra contra el Estado peruano, y terminaron confundiéndose con el accionar de masacres de este.

En otra oportunidad redondearemos el comentario de Nuevas Batallas, obra que nos impide ser breves. No obstante ser una obra no extensa, sin embargo obliga a una lectura comentada global, total, y afirmo que es y será parcializada. Al respecto, Pierre de Barberis (3), es preciso al decir (¿influenciado por Marx?), “…toda crítica, de un modo o de otro, confiesa, incluso por lo que calla”. Y el libro de Willy Gómez Migliaro no merece que se silencie. Desde la distancia un abrazo al poeta fratelo.

NOTAS 
[1] MACHADO,  Antonio. Nuevas Canciones y de un cancionero apócrifo. Edit. Castalia-Hyspamerica. Chile 1986. Edición, introducción y notas de José  Ma Valverde.
[2] ALONSO, Amado. Materia y Forma en Poesía.3ra edición.  Edit. Gredos. Madrid 1965.
[3] BARBERIS, Pierre, y otros. Literatura e Ideologías. Serie Comunicación 18. Edit.  Alberto Corazón. Madrid, 1972.


[1] «Apuntes sobre la literatura nacional en el pensamiento crítico de Mariátegui», en: Varios (1980). Mariátegui y la literatura. Lima: Amauta, pp. 49-60.
[2] Para JCM los términos de «nacional» y de «peruana» no son sinónimos, conversión sinonímica que, al final, veremos que sí hace ACP.
[3] La cita de ACP la hemos tomado de Tomás Escajadillo, «Ciro Alegría, José María Arguedas y el indigenismo de Mariátegui». En: Varios (1980). Mariátegui y la literatura. Lima: Amauta, pp. 61-106. La cursiva es de Tomás Escajadillo, y él hace la siguiente referencia hemerográfica: ACP, «Para una interpretación de la novela indigenista». En: Casa de las Américas N° 100, La Habana, enero-febrero 1977, p. 42.
[4] Aníbal Ponce (1975). Obras. La Habana: Casa de las Américas, p. 10. Prólogo de Juan Marinello.
[5] Cf. Antonio Cornejo Polar (1989). La formación de la tradición literaria en el Perú. Lima: Centro de Estudios y Publicaciones.

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