sábado, 1 de noviembre de 2014

Historia






Emilio Choy


La razón de ser de los hijos de Loyola se manifestaba en todos los frentes. Las fuerzas del feudalismo en crisis lucharon en todos los frentes contra la burguesía, tratando de contener la marea triunfal del pensamiento de Lutero, consecuencia del desarrollo del comercio en Alemania, Inglaterra, Francia y la península ibérica. Aunque la disolución de la Compañía de Jesús fue decisión que algunos creen que costó la vida al Pontífice que se atrevió a dar tal paso, a fines del siglo XVIII, es evidente que desde' mediados de ese siglo la Compañía de Jesús, tal como funcionaba, había perdido su razón de ser en algunos países. Su tarea de impedir el avance arrollador de la burguesía, tanto económica como ideológicamente, re­sultaba anacrónica. Si la Compañía de Jesús pretendía seguir existiendo como fuerza religiosa debía asumir la defensa de las fuerzas emergentes de la sociedad, en consecuencia, su nueva obligación era virar, si no en 180 grados, por lo menos lo suficiente como para dejar de ser el baluarte más ultramontano al servicio del feudalismo y evolucionar progresivamente al servicio del capitalismo y ayudarlo en su desarrollo. Este cambio no significaba que los expulsos abandonaran su religión, sino que deberían poner sus esfuerzos de católicos en favor de la expansión de los intere­ses económicos de una potencia protestante como Inglaterra, que había despegado y elevádose en el proceso de la revolución industrial. Sin em­bargo, servir a Inglaterra no implicaba tener que aceptar el desarrollo del protestantismo a expensas del catolicismo.

La habilidad británica, a mediados del siglo XVIII, radicó en pro­piciar su expansión territorial y económica más que su religión protes-
tante. Los expulsados, que terminaron luchando a favor de Inglaterra, no lo hicieron como continuadores de Ignacio de Loyola, sino que, libe­rados de la férrea disciplina escolástica, en los hechos habían dejado de pertenecer a la institución creada por Loyola y Rivadeneyra, aun cuando continuaban considerándose jesuítas.
Si el objetivo que anhelaban era el retorno de la Compañía a las tie­rras de donde había sido arrojada, no importaba hacerlo destruyendo el colonialismo español, predominantemente feudal, aunque ello significara propiciar el neo-colonialismo patrocinado por una potencia capitalista como Inglaterra, en donde el pensamiento escolástico había sido muy quebrantado desde el siglo XVII.

Los expulsos que supieron calcular y amoldarse a los nuevos tiempos, en que los vientos de las revoluciones inglesa, americana y francesa, so­plaban con fuerza de huracán, demostraron que, más que jesuítas, eran antijesuitas. Desde el siglo XVI, y hasta la primera mitad del siglo XVIII, la institución de Loyola poseía suficiente capacidad como para poner la proa contra el viento de la Reforma e inclusive, debilitar la penetración capitalista mediante la tremenda organización económica, religiosa y mi­litarizada que poseían. Suficiente era el fuerte remar de los inteligentes y poderosos hijos de Loyola, para enfrentarse a los nuevos tiynpos. Pero la revolución industrial inglesa había convertido el viento en huracán, y continuar remando en contra, después de la expulsión, era luchar contra lo imposible. Los expulsos más inteligentes fueron los que, como Viz- cardo posiblemente, comprendieron que el huracán inglés había influido en el desmantelamiento de la Compañía, empleando métodos indirec­tos, como la detención de las prósperas misiones jesuítas del Paraguay y propiciando su expulsión del imperio español después de haber influido para arrojarlos del Portugal y Francia.

Fue necesario el doloroso periodo del destierro, en el que los hábiles hijos de la Compañía comprendieron que había llegado la hora en la que era necesario dejarse empujar por los cambios de la historia; y Viz- cardo y Guzmán, no solo se dejó empujar, sino que ayudó en esa tarea. Comprendió que el espíritu de Loyola y Rivadeneyra se había tornado ob­soleto, que no servía para los sueños de contraer una nueva Compañía, sino que era necesario valerse de las ideas del momento y servir a la nueva economía, precisamente a las fuerzas contra las que habían sido preparados para combatir.

Hubo un momento[1] en que algunos jesuítas trataron de regresar como ' particulares a sus lugares de origen, pero el gobierno español les tenía miedo y por eso rechazó el pedido de retorno en la consulta expedida (en Madrid, el 17 de agosto de 1789).[2] ¿El gobierno de Carlos III, con su precipitado rechazo, los empujó a tener que servir al mejor pos­tor? No, porque 9 años antes el gobierno de Inglaterra había recibido el ofrecimiento de algunos expulsos para actuar voluntariamente con­tra España y, aquella potencia, interesada en debilitarla, requería del talento y conocimiento de los exdiscípulos de Loyola. Vizcardo, entre los expulsos, fue uno de los elementos elegidos para llevar a cabo esta misión. Su Carta a los Españoles Americanos y su variante hallada por César García Rosell (publicadas en el N2 17 de la Revista del Centro de Estudios Históricos Militares), constituyen alegatos encendidos a favor de la independencia y de la intervención de los hispanoamericanos en esa lucha, aunque ello implicaba pasar a la dependencia económica inglesa.[3]

Cuando se afirma que los jesuítas como Vizcardo lucharon por la independencia de América hay que distinguir con mucho cuidado si lo hicieron como hijos de Loyola o como individuos expulsos. La Compañía de Jesús nunca mostró entusiasmo por la independencia, más bien se ca­racterizó[4] como una agrupación que, para su siglo, era una extraña mez­cla de central de inteligencia, de comandos teledirigidos de San Pablo, ejércitos de hábiles administradores de haciendas, ingenios, obrajes, pul­perías, tráfico de esclavos, etc., aunados a las excelentes cualidades de poseer los mejores educadores, porque eran capaces de oponer los más eficientes obstáculos a la penetración en las mentes de los estudiantes de lo que por entonces denominaron pestilentes ideales de filosofía como Descartes, Bacon, etc. Mientras la Compañía no fue sacada del imperio español, era la máxima garantía contra las corrientes independentistas y burguesas.

Don Gustavo Vergara Arias, en su estudio Expulsión de los jesuítas de la América Latina, publicado en CEDP del Instituto Riva Agüero (1980), afirma que:

"es innegable que la expulsión de los jesuítas de la América Hispana contribuyó a la emancipación de las colonias españolas. La situación creada por las autoridades españolas y la serie de sufrimientos a que estaban expuestos fortaleció en algunos jesuitas su decisión de luchar por la independencia de la América del Sur".

Aunque estemos de acuerdo con lo de la expulsión, creemos que los que lucharon por la independencia[5] lo hicieron porque habían dejado de estar atados a la institución de Loyola. Pero surge una pregunta: ¿Los expulsos lucharon como jesuítas o como agentes del imperio inglés? Aunque un jesuíta fuera de la Compañía siempre, se dice, es un jesuíta, en las circunstancias de la disolución dejó de serlo. Además, el expulso no luchaba por los fines para los que fue creada la Orden de Loyola. La batalla la dieron "como agentes ingleses", propiciando la expansión del capitalismo, sistema que Loyola trató de destruir, pues la nueva actitud los situaba como demoledores de las bases económicas de los ideales jesuíticos.

El hecho de haberse convertido en agente inglés no disminuye la im­portancia de Vizcardo y de otros expulsos. El regionalismo cultural, más que una búsqueda, era un hecho entre exjesuitas que actuaron den­tro de la misma ruta, porque no propiciaron un colonialismo que sólo fuera un simple cambio de amo. En realidad, el neocolonialismo fue una etapa de progreso, a pesar de todos sus defectos, en comparación con el colonialismo del antiguo régimen, porque la autonomía política que buscaba un sector de los criollos coincidía con su regionalismo cul­tural. La actividad de Vizcardo no es la de la simple búsqueda de la conciencia nacional. Esta conciencia existía desde antes de la expulsión; emerge.clara en las páginas de los Comentarios... Garcilaso, estudiado con pasión por Túpac Amaru en los círculos cusqueños, será citado de manera preferente por Vizcardo. La postura de Vizcardo fue de con­tinuidad respecto de la posición de algunos conquistadores que trataron de liberar al Perú de España. No es casual que los defienda condenando la política empleada por los Habsburgo contra los conquistadores, es que, sin decirlo, se puede establecer una coincidencia de miras. Lo que fue obtenido por los conquistadores padres debería ser de los criollos, sin intervención de la metrópoli. El pensamiento de Vizcardo al identifi­carse en muchos aspectos con Garcilaso, aun dentro de las concesiones que hizo al capitalismo inglés, revela que un sector de la conciencia na­cional americana, aunque no llegó a la altura de la corriente social que representó Túpac Amaru, trató de separarse de la metrópoli.

Así pues, no es como cree Batllori que los expulsos sólo cooperaron en la búsqueda de la conciencia americana, sino que decididamente se sumaron a una corriente de conciencia ya existente, cargándola y en­riqueciéndola con más elementos. Si Loyola creó la Compañía para im­pedir la forja de la conciencia burguesa, los expulsos actuaron al servicio del desarrollo capitalista de Inglaterra al mismo tiempo que trataban de eliminar la hegemonía política hispana en Indias. Esta contribución de los ex-jesuitas al proceso de la emancipación, cuyo punto más alto es la Carta a ¡os Españoles Americanos, se torna en un documento anti­jesuítico aun cuando defiende las misiones del Paraguay. La Carta... en su mayor parte fue un alegato indirecto contra los objetivos generales de la Compañía de Jesús en el suelo de América y, en especial, su función fue la de proteger la estructura del imperio feudal español.

En resumen: la Carta... de Vizcardo no es la partida de nacimiento, sólo es el certificado de bautismo. La partida de nacimiento de la con­ciencia nacional la encontraremos en las obras de Garcilaso, y Huamán Poma de Ayala, así como la partida de origen de la emancipación la pode­mos hallar en la acción revolucionaria del campesinado, que fue dirigido por el comerciante de Tungasuca, Micaela Bastidas y Túpac Catari.

*Publicado en Idea, artes y letras, julio-diciembre de 1968, Año XIX, nos. 73-74, pp.7-11. (Nota del Comité de Redacción).




[1] "El Director General de Temporalidades (Ayala) informa sobre las instancias particulares de varios ex-jesuitas residentes en Italia en solicitud de Real Permiso para regresar a los reynos de Indias". Madrid, 17 de agosto de 1789. Entre ellos participaban Juan Tomás de Silva, Juan Pablo Vizcardo, Francisco Xavier Caldera, Antonio Corbalán, Ignacio Pietas Garces. Doc. 69 publicado por Miguel Batllori en El o bate Vizcardo..., Caracas, 1953.
[2]Batllori, ob.cit., Doc. 70.
[3] "Toda la América meridional —escribe Vizcardo al cónsul inglés—, desde el istmo de Panamá hasta Buenos Aires, se separará del dominio español; todas las provin­cias limítrofes del Perú tienen igual dependencia y teniendo las mismas razones de disgustos deben seguir su ejemplo. Si se provee a estos pueblos de armas suficientes y de buenos oficiales, no tienen que temer el poderío Borbón... Entonces esa fuente de riqueza terminará para siempre para España y por largo tiempo sólo Inglaterra gozará de sus productos; no es fácil calcular la suma que extraerá del Perú; basta que V.S. (John Udny, representante del gobierno inglés en Liorna), considere las riquezas transportadas anualmente por los burgueses del registro y las sumas considerables que el solo comercio de contrabando producía una vez a los ingleses en Jamaica por cuenta propia". El eminente historiador César Pacheco Vélez cree que estas frases de Vizcardo son producto de la euforia para interesar a Inglaterra en una empresa ardua o costosa, o sea, que Vizcardo trataba de utilizar al gobierno de Londres em­pujándolo a tan descomunal aventura. Quizá la excesiva simpatía del doctor Pacheco por Vizcardo no le ha permitido apreciar que Vizcardo fue profético. Al colonialismo español sucedió el inglés, con las características más avanzadas del neocolonialismo.
De todas maneras, considerar que Vizcardo propiciaba el neocolonialismo no sería "dar lugar a una falsa imagen de Vizcardo, como promotor de la independencia de España". Obsérvese que Vizcardo no ofrece el sometimiento político, sólo propone concesiones de tipo comercial. En las circunstancias en que actuaba era realista. No podía exigir una ayuda a la pérfida Albión sin entregarle nada en retribución.
Vizcardo jamás pretendió una independencia total para la América española en el nivel de su época; ésta es tarea que sólo se alcanzará en nuestro tiempo. El tamaño y calidad del separatismo que proponía Vizcardo no alcanza la dimensión que le asigna el buen deseo del doctor Pacheco. Prueba de ello es que en la misma carta del 30 de setiembre de 1781 se menciona que "Inglaterra se ha procurado las más grandes ventajas; al mismo tiempo que ha privado de ellas a sus enemigos, la revolución del Perú (Túpac Amaru) la recuperará de los desastres de la presente guerra con ventajas que jamás se hubieran esperado" . Y más adelante, refiriéndose al desembarco atribuido al jefe naval Johnstone, daba por descontada la toma de Buenos Aires por la escuadra inglesa, porque "no había sino 1200 hombres de tropa regular y tres o cuatro mil de milicias... estoy convencido que muchos se unirán a las tropas inglesas tan pronto como sepan que éstas están destinadas contra el enemigo común". Tal desembarcó no se llevó a cabo, pero es evidente que Vizcardo alentó la dominación económica de Inglaterra en el mercado hispanoamericano, para lo cual la política del cañoneo y desembarco, en que la city supo distinguirse, era precursora, a menudo, de su penetración comercial.
César Pacheco Vélez: "Un valioso antecedente de la 'Carta' de Vizcardo y Guzmán", publicado en Causas de la Emancipación del Perú, Instituto Riva Agüero, 1960, pp. 100-125.
[4]E1 mismo Vizcardo, en su famosa cartadel 30 de setiembre de 1781 al cónsul Udny, (El abate Vizcardo, historia y mito, de Miguel Batllori, pp. 204-211, traducido por Julio Macera), destaca el odio de los indios a los españoles europeos a quienes denominaban "Auca Guampo", es decir enemigo extranjero y contra quienes en cualquier momento dirigían su cólera; me refiero a la sublevación de Quito en 1764, cuando indios y mestizos buscaron a los europeos hasta en las sepulturas de las iglesias, allí donde nunca se cometió la menor injusticia contra criollo alguno. Aun cuando muchos de ellos hubieran tomado las armas para apoyar la autoridad real, éstos, en el calor de la sublevación proclamaron rey al "conde criollo". Bien se sabe que esta sublevación fue calmada por obra de los jesuítas, pero después de la expulsión del 68, luego de haber salido los jesuítas, todo cambia por arte casi mágico y "ya no hay para ellos (los criollos) mayor salud que liberarse del dominio español". Esta propaganda de la importancia de los jesuítas, como calmantes de levantamientos, para defender el edificio colonial y mantenerlo en buen orden y armonía no fue una gratuita ocurrencia barroca.
6EI expulso Gaspar Suárez, natural de Santiago del Estero, en la correspondencia con su antiguo discípulo Ambrosio Funes, de Córdoba, sobre la importancia de los jesuitas como poder antirrevolucionario, escribía en 1795: "Dieron tacha de revoltosos a los jesuitas, para extrañarlos y aun abolirlos, cuando ni aun señales de revolución se veía; ahora, después de aquellas faltas, todo el mundo se ha hecho revoltoso".

Años antes, 12 de enero de 1791, refiriéndose a la revolución francesa, daba gran importancia a la supresión de la Compañía de Jesús como un factor importante en la aceleración del proceso burgués que culminó con el hundimiento definitivo del feudalismo galo: "Reflexione Vmd. que en Francia fue donde primeramente se forjó la ruina de la Compañía y de allá se difundió el sistema para la ejecución a otras partes. Y ahora allí ha comenzado aquel gran mal de sacudir el yugo de la obediencia a sus legítimos señores, que se teme se difunda a las otras partes del mundo, por lo cual están con gran recelo (y justísimamente) los demás soberanos. El odio común y maledicente general que se originó en la Francia y se ha publicado contra la Compañía, recae ahora contra los mismos franceses. Otras más reflexiones se pueden hacer, pero basta".

En carta posterior, mayo 10 del mismo año, el padre Suárez añadía: "Acá (Roma) han venido como, también, huyendo de aquella tempestad dos personas reales que son hermanas del rey muerto (Luis XV) y tías carnales del infeliz reinante. Llegaron antes de la Semana Santa y han sido acogidas y aun visitadas y consoladas del Sumo Pontífice con gran benignidad. Estas señoras son ya de edad y de gran cristiandad, han mostrado mucho afecto a los ex-jesuitas y dicho públicamente: que si hubiera per­manecido la Compañía de Jesús en Francia no hubiera sucedido la horrenda catástrofe que ahora se ve. Han tenido por confesor, y lo conservan, a un ex-jesuita francés. No tienen ánimo de volver jamás a Francia, sino de vivir y morir en Roma". Cit., por Enrique de Gandia en Napoleón y la independencia de América, Cap. 8. Ed. Antonio Zamora, Buenos Aires, 1955.

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