¡Defender
el Pensamiento de Mariátegui de toda tergiversación
y
desarrollarlo en función de la realidad actual!
El Método de Mariátegui
Eduardo
Ibarra
Comprender el método de José Carlos Mariátegui es una
cuestión fundamental para el Socialismo Peruano. Precisamente el presente
artículo tiene el propósito de contribuir al esclarecimiento de esta cuestión,
tanto en lo que se refiere al método mismo como a su expresión en la
personalidad del maestro.
I
En su Mensaje al
Congreso Obrero (enero de 1927), Mariátegui definió así la doctrina de Marx:
“El marxismo, del cual todos hablan pero que muy pocos conocen y, sobre todo,
comprenden, es un método fundamentalmente dialéctico. Esto es, un método que se
apoya íntegramente en la realidad, en los hechos. No es, como algunos
erróneamente suponen, un cuerpo de principios de consecuencias rígidas, iguales
para todos los climas históricos y todas las latitudes sociales. Marx extrajo
su método de la entraña misma de la historia. El marxismo, en cada país, en
cada pueblo, opera y acciona sobre el ambiente, sobre el medio, sin descuidar
ninguna de sus modalidades” (1).
En la nota
sobre su actividad política, escrita posiblemente en mayo de 1929 (2), hizo
esta polémica afirmación: “Los ‘7 Ensayos’ no son sino la aplicación del método
marxista, para los ortodoxos del marxismo, insuficientemente rígido en cuanto
reconoce singular importancia al aporte soreliano, pero que en concepto del
autor corresponde al verdadero moderno marxismo, que no puede dejar de basarse
en ninguna de las grandes adquisiciones del 900 en filosofía, psicología, etc.”
(3).
Ciertamente
esta aserción introduce un elemento de complicación para la correcta
comprensión de lo que Mariátegui entendía por método marxista y por verdadero
moderno marxismo, cuestiones ambas analizadas no siempre suficientemente
analizadas por quienes estudian su pensamiento.
Pues bien. ¿Cuál
es ese aporte de Sorel al método marxista, que alude Mariátegui? (4) ¿Puede
hablarse de un aporte de Sorel al marxismo? Intentemos responder estos
interrogantes.
Engels señaló
en 1877: “por su forma teórica, el socialismo empieza presentándose como una
continuación, más desarrollada y más consecuente, de los principios proclamados
por los grandes pensadores franceses del siglo XVIII. Como toda nueva teoría,
el socialismo, aunque tuviese sus raíces en los hechos materiales económicos,
hubo de empalmar, al nacer, con las ideas existentes” (5).
Por su parte,
Lenin precisó en 1913: “El marxismo es el heredero legítimo de lo mejor que la
humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política
inglesa y el socialismo francés”. “La historia de la filosofía y la historia de
la ciencia social muestran con diáfana claridad que en el marxismo nada hay que
se parezca al ‘sectarismo’, en el sentido de que sea una doctrina fanática,
petrificada, surgida al margen de la
vía principal que ha seguido el desarrollo de la civilización mundial. Por el
contrario, lo genial en Marx es, precisamente, que dio respuesta a los
problemas que el pensamiento de avanzada de la humanidad había planteado ya. Su
doctrina surgió como la continuación
directa e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la
filosofía, la economía política y el socialismo” (6).
Y, en el
artículo La filosofía moderna y el
marxismo (22 de setiembre de 1928), Mariátegui sostuvo: “Si Marx no pudo
basar su plan político ni su concepción histórica en la biología de De Vries,
ni en la psicología de Freud, ni en la física de Einstein; ni más ni menos que
Kant en su elaboración filosófica tuvo que contentarse con la física newtoniana
y la ciencia de su tiempo: el marxismo –o sus intelectuales– en su curso
posterior, no ha cesado de asimilar lo más sustancial y activo de la
especulación filosófica e histórica post-hegeliana o post-racionalista. Georges
Sorel, tan influyente en la formación espiritual de Lenin, ilustró el
movimiento revolucionario socialista –con un talento que Henri de Man
seguramente no ignora, aunque en su volumen omita toda cita del autor de Reflexiones sobre la Violencia– a la luz
de la filosofía bergsoniana, continuando a Marx que, cincuenta años antes, lo
había ilustrado a la luz de la filosofía de Hegel, Fichte y Feuerbach. La
literatura revolucionaria no abunda, como le gustaría a de Man, en eruditas
divulgaciones de psicología, metafísica, estética, etc., porque tiene que
atender a objetivos concretos de agitación y crítica. Pero, fuera de la prensa
oficial de partido, en revistas como Clarté
y La lutte des Classes de París, Unter den Banner des Marxismos de Berlín, etc., encontraría las expresiones
de un pensamiento filosófico bastante más serio que el de su tentativa
revisionista”. “Vitalismo, activismo, pragmatismo, relativismo, ninguna de
estas corrientes filosóficas, en lo que podían aportar a la Revolución, han
quedado al margen del movimiento intelectual marxista. William James no es
ajeno a la teoría de los mitos sociales de Sorel, tan señaladamente influida,
de otra parte, por Wilfredo Pareto”. “En vez de procesar al marxismo por
retraso o indiferencia respecto a la filosofía contemporánea, sería el caso,
más bien, de procesar a ésta por deliberada y miedosa incomprensión de la lucha
de clases y del socialismo” (7).
Estas
afirmaciones de los maestros expresan la concepción de que el marxismo no es un
compartimiento estanco en relación al ambiente cultural (8): no lo fue en su
génesis ni lo es en su proceso de desarrollo.
En el campo del
pensamiento burgués, el siglo XX se inició con una reacción generalizada del
complejo oscuro de lo irracional contra el agotamiento del racionalismo
positivista y evolucionista. Esta reacción expresó una profunda crisis del
pensamiento burgués, pero, no obstante, ella destacó al primer plano los
factores irracionales en la actuación social de los hombres.
En tales
circunstancias, Lenin escribió Materialismo
y empiriocriticismo, y Sorel publicó Reflexiones
sobre la violencia (9). Y si,
como marxista, el jefe de la
revolución rusa se vio en la urgencia de refutar algunas expresiones del
irracionalismo que hacían daño en las filas del proletariado revolucionario (10),
como bergsoniano el escritor francés tuvo la posibilidad de elaborar la teoría
de los mitos sociales. De tal suerte el primero desarrolló la filosofía
marxista, y el segundo dio cuenta de la realidad de lo irracional en la actuación
masiva de los hombres.
La teoría
soreliana de los mitos sociales tiene dos aspectos: uno histórico-general, que
se expresa, por ejemplo, en la siguiente afirmación: “La experiencia nos hace
ver que ciertas construcciones de un porvenir indeterminado en el tiempo pueden poseer gran eficacia
y muy pocos inconvenientes, cuando son de determinada naturaleza; lo cual se
produce cuando se trata de mitos en los que se manifiestan las más fuertes
tendencias de un pueblo, de un partido o de una clase” (11). Y tiene otro aspecto,
histórico-particular, que se expresa, verbigracia, en la siguiente aserción:
“sabemos que la huelga general es efectivamente lo que yo dije: el mito en el
cual el socialismo entero está encerrado” (12).
Como se ha
visto, Mariátegui sostiene que Sorel “ilustró el movimiento revolucionario
socialista… a la luz de la filosofía bergsoniana, continuando a Marx que,
cincuenta años antes, lo había ilustrado a la luz de la filosofía de Hegel,
Fichte y Feuerbach”. Esta afirmación sugiere que Sorel era marxista (13). Pero,
en realidad, el escritor francés no era marxista, pues su identidad ideológica
era una verdadera amalgama, y esta es una verdad que se desprende directamente
de su producción teórica (14). En consecuencia, el error de Mariátegui con
respecto a Sorel no consiste, en principio, en haberlo sobrevalorado, sino en
haberlo desubicado ideológicamente. Sólo después resulta evidente el error de
haberlo sobrevalorado.
De hecho, Sorel
no asimiló al marxismo la teoría de
los mitos sociales (15). Pero la existencia de factores irracionales en la
actuación de los movimientos sociales, es una realidad empíricamente comprobada
(16), y, por esto, la teoría soreliana constituyó una contribución al
pensamiento sociológico en general. Este es el mérito del autor de Reflexiones sobre la violencia.
Para asimilar
al marxismo alguna conquista alcanzada en una escuela de pensamiento no marxista, se requiere una condición sine qua non: ser marxista. Como ya se
sostuvo, el marxismo no es un compartimento estanco. Así, Lenin asimiló al
marxismo el principio de Clausewitz según el cual la guerra es la continuación
de la política por los medios de la violencia, y Mao asimiló al marxismo
algunos principios de la guerra establecidos por Sun Tzu cuatrocientos años
antes de nuestra era.
Encontrándose,
pues, en el pensamiento sociológico de principios del siglo XX, la teoría
soreliana de los mitos, Mariátegui la asimiló en su grano racional: la
existencia de factores irracionales en los movimientos sociales. Pero, como
marxista, el maestro no se limitó a tomar sin más ni más dicha teoría, sino que
desechó su fundamento filosófico bergsoniano dotándola de un fundamento
dialéctico-materialista: en él lo
irracional aparece no en contradicción absoluta
con lo racional, sino como el fondo de fe, pasión, fervor, creencia,
emoción de la acción consciente del proletariado, y, al mismo tiempo, desechó
también su contenido anarcosindicalista dotándola de un contenido marxista:
para el maestro el mito proletario no es la huelga general sino la revolución.
De este modo, pues, recreó la teoría de los mitos de Sorel.
Para decirlo de
otro modo, mientras Sorel niega las leyes objetivas que determinan la
revolución socialista y, por lo tanto, en su teoría el mito aparece como algo
que se basta a sí mismo para determinar la acción proletaria, Mariátegui, por
el contrario, reconoce dichas leyes objetivas y, por lo tanto, el mito aparece
en su pensamiento como un elemento que se agrega a las determinaciones
objetivas de la revolución proletaria, y precisamente como un efecto de estas
determinaciones.
El caso que
examinamos no consiste, pues, en que un marxista (Mariátegui) haya asimilado
una teoría de otro marxista (Sorel), sino en que un marxista recreó la teoría de
un pensador no marxista (Sorel). La asimilación se limita aquí al
reconocimiento de la verdad de que los factores irracionales juegan un
determinado papel en los movimientos sociales, mientras la recreación se constata en el hecho de que Mariátegui dota a la
teoría de los mitos sociales de un fundamento filosófico y un contenido político
marxistas. (17)
Es mérito de
Sorel haber aportado al pensamiento social en general su teoría de los mitos
sociales. Es mérito de Mariátegui haber aportado, al marxismo en particular, su
teoría del mito revolucionario del proletariado.
Entonces, no es
Sorel, sino Mariátegui, quien aportó al marxismo una teoría de lo irracional (o de lo no racional) en el movimiento revolucionario proletario. En el
error de desubicar, primero, y de sobrevalorar, después, a Sorel, se encuentra,
pues, este notable aporte de Mariátegui al marxismo.
En la teoría
mariateguiana del mito se constata la existencia de tres aspectos: uno
universal, que se expresa en la frase “el hombre… es un animal metafísico” (18).
Otro histórico-general, que se expresa, por ejemplo, en la aserción de que “El
mito mueve al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no
tiene ningún sentido histórico” (19). Y otro histórico-particular, que se
expresa en la afirmación de que “El proletariado tiene un mito: la revolución
social” (20).
¿Cuál es el
alcance de este aporte mariateguiano al marxismo? ¿Por qué, hasta hoy, no se
reconoce, en el movimiento marxista internacional, este aporte de Mariátegui?
Ciertamente es
grande el alcance de este aporte de Mariátegui al marxismo. La relación entre
lo racional y lo irracional es un problema que atañe al materialismo histórico,
pues aparece como un aspecto de la relación entre el ser social y la conciencia
social. El movimiento marxista internacional no ha reconocido hasta hoy el
aporte mariateguiano de que tratamos, sencillamente porque, incluso sus más
lúcidos representantes, se encuentran anclados en la idea de que la teoría del
mito revolucionario del proletariado es de Sorel, y que Mariátegui se limitó a
señalar que este mito no es la huelga general sino la revolución (21).
La verdad, sin
embargo, es que Mariátegui recreó la teoría soreliana y, de esta forma, aportó
al marxismo una teoría dialéctico-materialista del mito proletario.
Para
terminar el presente acápite, es pertinente destacar que el método marxista del que habló Mariátegui
es aquel que, en el plano de la teoría, reconoce la realidad de los factores no racionales en la lucha de las masas
revolucionarias, y que, en el plano de la práctica, tiene en cuenta estos
factores a fin de activar todas las potencias de tales masas en la lucha por el
socialismo y el comunismo.
Y, es igualmente
pertinente destacar que el verdadero moderno marxismo, del que también habló el
maestro, es aquel que tiene la capacidad de asimilar, sin perjuicio de su
carácter de clase, las conquistas alcanzadas por otras corrientes de
pensamiento.
II
El marxismo es un método de interpretación de la realidad.
Como tal, tiene como piedra angular el principio según el cual el ser social
determina la conciencia social. Por eso Mariátegui precisó: “No es posible
comprender la realidad peruana sin buscar y sin mirar el hecho económico” (22).
“Nada resulta más evidente que la imposibilidad de entender, sin el auxilio de
la Economía, los fenómenos que dominan el proceso de formación de la nación
peruana. La economía no explica, probablemente, la totalidad de un fenómeno y
de sus consecuencias. Pero explica sus raíces. Esto es claro, por lo menos, en
la época que vivimos. Epoca que si por alguna lógica aparece regida es, sin
duda, por la lógica de la Economía” (23). “(…) el problema fundamental del
Perú, que es el del indio y de la tierra, es ante todo un problema de la
economía peruana” (24).
La realidad peruana y el marxismo. En el
artículo Lo nacional y lo exótico (28
de noviembre de 1924), Mariátegui señaló: “Frecuentemente se oyen voces de
alerta contra la asimilación de ideas extranjeras. Estas voces denuncian el
peligro de que se difunda en el país una ideología inadecuada a la realidad
nacional”. “Podrían acusar una mera tendencia proteccionista, dirigida a
defender los productos de la inteligencia nacional de la concurrencia
extranjera. Pero los adversarios de la ideología exótica sólo rechazan las
importaciones contrarias al interés conservador. Las importaciones útiles a ese
interés no les parecen nunca malas, cualquiera que sea su procedencia. Se
trata, pues, de una simple actitud reaccionaria, disfrazada de nacionalismo”. “(…)
ninguna idea que se aclimata, es una idea exótica. La propagación de una idea
no es culpa ni es mérito de sus asertores; es culpa o es mérito de la historia.
No es romántico pretender adaptar el Perú a una realidad nueva. Más romántico
es querer negar esa realidad acusándola de concomitancias con la realidad
extranjera” (25).
A poco de su
regreso al país en 1923, en una carta a César Falcón, Mariátegui precisó las
“características peculiares del medio” (26) como el blanco al cual había que
disparar la flecha del método marxista. Luego, en julio de 1925, llamó a los
intelectuales a aplicar “un método científico al examen de los problemas
peruanos”. Como se desprende de esta afirmación suya de 1927 dirigida a los
trabajadores, ese método es el marxismo: “Hace año y medio propuse la
organización de una especie de seminario de estudios económicos y sociológicos,
que se proponga en primer término la aplicación del método marxista al
conocimiento y definición de los problemas del Perú” (27).
Con estas
afirmaciones, Mariátegui: 1) desenmascaró la trastienda del nacionalismo de la
burguesía nativa; 2) señaló que la aclimatación de una idea a una realidad
particular es resultado del curso de la historia solidaria de los pueblos; 3)
mantuvo que, entre nosotros, el método marxista exige el conocimiento y definición de los problemas del Perú.
Lo nacional y lo internacional. En el
editorial Aniversario y Balance
(setiembre de 1928), Mariátegui sostuvo: “Esta
civilización [burguesa] conduce, con
una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la
universalidad. Indo América, en este orden mundial, puede y debe tener
individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares” (28).
En la
conferencia titulada Internacionalismo y
nacionalismo (2 de noviembre de 1923), señaló: “En varias de mis
conferencias he explicado cómo se ha solidarizado, cómo se ha conectado, cómo
se ha internacionalizado la vida de la humanidad. Más exactamente, la vida de
la humanidad occidental. Entre todas las naciones incorporadas en la
civilización europea, en la civilización occidental, se han establecido
vínculos y lazos nuevos en la historia humana. El internacionalismo no es
únicamente un ideal; es una realidad histórica”. “El capitalismo, dentro del
régimen burgués, no produce para el mercado nacional; produce para el mercado
internacional. Su necesidad de aumentar cada día más la producción lo lanza a
la conquista de nuevos mercados. Su producto, su mercancía no reconoce
fronteras; pugna por traspasar y por avasallar los confines políticos. La
competencia, la concurrencia entre los industriales es internacional. Los
industriales, además de los mercados, se disputan internacionalmente las
materias primas”. “Entre las naciones existen no sólo fronteras políticas,
fronteras geográficas. Existen también fronteras económicas. Esas fronteras
económicas son las aduanas. Las aduanas que, a la entrada al país, gravan la
mercadería con un impuesto. El libre-cambio pretende abatir esas fronteras
económicas, abatir las aduanas, franquear el paso el paso libre de las
mercaderías en todos los países”. “Las comunicaciones son el tejido nervioso de
esta humanidad internacionalizada y solidaria. Una de las características de
nuestra época es la rapidez, la velocidad con que se propagan las ideas, con
que se transmiten las corrientes del pensamiento y la cultura” (29).
En el artículo Nacionalismo e internacionalismo (10 de
octubre de 1924), mantuvo: “La historia contemporánea nos enseña a cada paso
que la nación no es una abstracción. No es un mito; pero que la civilización,
la humanidad, tampoco lo son. La evidencia de la realidad nacional no
contraría, no confuta la evidencia de la realidad internacional. La incapacidad
de comprender y admitir esta segunda y superior realidad es una simple miopía,
es una limitación orgánica. Las inteligencias envejecidas, mecanizadas en la
contemplación de la antigua perspectiva nacional, no saben distinguir la nueva,
la vasta, la compleja perspectiva internacional. La repudian y la niegan porque
no pueden adaptarse a ella”. “Como los relativistas ante la física de Galileo,
los internacionalistas no contradicen toda la teoría nacionalista. Reconocen
que corresponde a la realidad, pero sólo en primera aproximación. El
nacionalismo aprehende una parte de la realidad; pero nada más que una parte.
La realidad es mucho más amplia, menos finita. En una palabra, el nacionalismo
es válido como afirmación, pero no como negación. En el capítulo actual de de
la historia tiene el mismo valor del provincialismo, del regionalismo en
capítulos presentes. Es un regionalismo de nuevo estilo”. “El nacionalismo es
una faz, un lado del extenso fenómeno reaccionario” “La civilización occidental
ha internacionalizado, ha solidarizado la vida de la mayor parte de la humanidad.
Las ideas, las pasiones, se propagan veloz, fluida, universalmente”. “El hábito
regional decae poco a poco. La vida tiende a la uniformidad, a la unidad. (…)
Esta solidaridad, esta uniformidad no son exclusivamente occidentales. La
civilización europea atrae, gradualmente, a su órbita y a sus costumbres a
todos los pueblos y a todas las razas. Es una civilización dominadora que no
tolera la existencia de ninguna civilización concurrente o rival. Una de sus
características esenciales es su fuerza de expansión. (…) Junto con las
máquinas y las mercaderías se desplazan las ideas y las emociones occidentales.
Aparecen extraña e insólitamente vinculadas la historia y el pensamiento de los
pueblos más diversos” (30).
En el ya citado
artículo Lo nacional y lo exótico,
afirmó: “La realidad nacional está menos desconectada, es menos independiente
de Europa de lo que suponen nuestros nacionalistas. El Perú contemporáneo se
mueve dentro de la órbita de la civilización occidental. La mistificada
realidad nacional no es sino un segmento, una parcela de la vasta realidad
mundial. Todo lo que el Perú contemporáneo estima lo ha recibido de esa
civilización que no sé si los nacionalistas a ultranza calificarán también de
exótica. ¿Existe hoy una ciencia, una filosofía, una democracia, un arte,
existen máquinas, instituciones, leyes, genuina y característicamente peruanos?
¿El idioma que hablamos y que escribimos, el idioma siquiera, es acaso un
producto de la gente peruana?”. “El Perú es todavía una nacionalidad en formación.
Lo están construyendo sobre los inertes estratos indígenas, los aluviones de la
civilización occidental. La conquista española aniquiló la cultura incaica.
Destruyó el Perú autóctono. Frustró la única peruanidad que ha existido. Los
españoles extirparon del suelo y de la raza todos los elementos vivos de la
cultura indígena. Reemplazaron la religión incásica con la religión católica
romana. De la cultura incásica no dejaron sino vestigios muertos. Los
descendientes de los conquistadores y los colonizadores constituyeron el
cimiento del Perú actual. La independencia fue realizada por esta población
criolla. La idea de la libertad no brotó espontáneamente de nuestro suelo; su
germen nos vino de fuera. Un acontecimiento europeo, la revolución francesa,
engendró la independencia americana. Las raíces de la gesta libertadora se
alimentaron de la ideología de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Un
artificio histórico clasifica a Túpac-Amaru como un precursor de la
independencia peruana. La revolución de Túpac-Amaru la hicieron los indígenas;
la revolución de la independencia la hicieron los criollos. Entre ambos
acontecimientos no hubo consanguineidad espiritual ni ideológica. A Europa, de
otro lado, no le debimos sólo la doctrina de nuestra revolución, sino también
la posibilidad de actuarla”. “La independencia aceleró la asimilación de la
cultura europea. El desarrollo del país ha dependido directamente de este
proceso de asimilación. El industrialismo, el maquinismo, todos los resortes
materiales del progreso nos han llegado de fuera. Hemos tomado de Europa y
Estados Unidos todo lo que hemos podido. Cuando se ha debilitado nuestro
contacto con el extranjero, la vida nacional se ha deprimido. El Perú ha
quedado así insertado dentro del organismo de la civilización occidental”. “Una
rápida excursión por la historia peruana nos entera de todos los elementos
extranjeros que se mezclan y combinan en nuestra formación nacional”.”Tenemos
el deber de no ignorar la realidad nacional; pero tenemos también el deber de
no ignorar la realidad mundial. El Perú es un fragmento de un mundo que sigue
una trayectoria solidaria. Los pueblos con más aptitud para el progreso son
siempre aquellos con más aptitud para aceptar las consecuencias de su
civilización y de su época”. “¿Cómo podrá, por consiguiente el Perú, que no ha
cumplido aún su proceso de formación nacional, aislarse de las ideas y las
emociones europeas? Un pueblo con voluntad de renovación y de crecimiento no
puede clausurarse. Las relaciones internacionales de la inteligencia tienen que
ser, por fuerza, librecambistas” (31).
Con estas afirmaciones,
Mariátegui: 1) reveló las expresiones positivas y negativas de la relación
entre la nación y la realidad supranacional; 2) indicó que, en este marco,
aparecen singularmente relacionados la
historia y la cultura de los más
diversos pueblos; 3) señaló la ubicación del Perú en el contexto de la civilización
occidental; 4) sugirió que, con la rebelión de Túpac Amaru, la tradición
indígena agotó sus posibilidades en la lucha contra el colonialismo español; 5)
destacó que el Perú es una nación en formación, 6) mantuvo implícitamente que,
antes del surgimiento del proletariado a la vida política, la tradición
republicana era el factor decisivo en la formación de la nación peruana; 7)
puntualizó que el Perú es parte de la trayectoria
solidaria que sigue el mundo; 8) sostuvo que, por lo tanto, así como no debe
ignorarse la realidad nacional, tampoco debe ignorarse la realidad mundial; 9)
afirmó que el Perú debe tener individualidad y estilo, pero no un sino
particular.
En Internacionalismo y nacionalismo,
Mariátegui señaló: “Un gran ideal humano, una gran aspiración humana no brota
del cerebro ni emerge de la imaginación de un hombre más o menos genial. Brota
de la vida. Emerge de la realidad histórica. Es la realidad histórica presente.
La humanidad no persigue nunca quimeras insensatas ni inalcanzables; la
humanidad corre tras de aquellos ideales cuya realización presiente cercana,
presiente madura y presiente posible” (…) “Las muchedumbres se emocionan y se
apasionan ante aquella teoría que constituye una meta próxima, una meta
probable; ante aquella doctrina que se basa en la posibilidad; ante aquella
doctrina que no es sino la revelación de una nueva realidad en marcha, de una
nueva realidad en camino”. “Desde hace muchos lustros, desde hace un siglo
aproximadamente, se comprueba en la civilización europea la tendencia a
preparar una organización internacional de las naciones de Occidente. Esta
tendencia no tiene sólo manifestaciones proletarias; tiene también
manifestaciones burguesas. Ahora bien. Ninguna de estas manifestaciones ha sido
arbitraria ni se ha producido porque sí; ha sido siempre, por el contrario, el
reconocimiento instintivo de un estado de cosas nuevo, latente”. (…) El
rentista inglés que deposita su dinero en un banco de Londres ignora tal vez s
dónde va a ser invertido su capital, de a dónde va a ser invertido su capital,
de dónde va a proceder su rédito, su dividendo. Ignora si el banco va a
destinar su capital, por ejemplo, a la adquisición de acciones de la Peruvian
Corporation, en este caso, el rentista inglés resulta, sin saberlo,
copropietario de ferrocarriles en el Perú. La huelga del Ferrocarril Central
puede afectarlo, puede disminuir su dividendo. El rentista inglés lo ignora.
Igualmente, el carrilano, el maquinista peruanos ignoran la existencia de ese
rentista inglés, a cuya cartera irá a parar una parte de su trabajo. Este
ejemplo, este caso, nos sirven para explicarnos la vinculación económica, la
solidaridad económica de la vida internacional de nuestra época. Y nos sirven
para explicarnos el origen del internacionalismo burgués y el origen del
internacionalismo obrero que es un origen común y opuesto al mismo tiempo. El
propietario de una fábrica de tejidos de Inglaterra tiene interés en pagar a
sus obreros menos salario que el propietario de una fábrica de tejidos de
Estados Unidos, para que su mercancía pueda ser vendida más barata y más
ventajosa y abundantemente. Y esto hace que el obrero textil norteamericano
tenga interés en que no baje el salario del obrero textil inglés. Una baja de salarios
en la industria textil inglesa es una amenaza para el obrero de Vitarte, para
el obrero de Santa Clara. En virtud de estos hechos, los trabajadores han
proclamado su solidaridad y su fraternidad por encima de las fronteras y por
encima de las nacionalidades. Los trabajadores han visto que cuando libraban
una batalla no era sólo contra la clase capitalista de su país sino contra la
clase capitalista del mundo. Cuando los obreros de Europa lucharon por la
conquista de la jornada de las ocho horas, luchaban no sólo por el proletariado
europeo sino por el proletariado mundial”. “Es por esto, es por esta
comprobación de un hecho histórico que desde hace más de medio siglo, desde que
Marx y Engels fundaron la Primera Internacional, las clases trabajadoras del
mundo tienden a crear asociaciones de solidaridad internacional que vinculen su
acción y unifiquen su ideal” (32).
En el artículo Zinoviev y la Tercera Internacional (22
de noviembre de 1924), Mariátegui sostuvo: “La Primera Internacional fundada
por Marx y Engels en Londres, no fue sino un bosquejo, un germen, un programa.
La realidad internacional no estaba aún definida. El socialismo era una fuerza
en formación. Marx acababa de darle concreción histórica. Cumplida su función
de trazar las orientaciones de una acción internacional de los trabajadores, la
Primera Internacional se sumergió en la confusa nebulosa de la cual había
emergido. Pero la voluntad de articular internacionalmente el movimiento
socialista quedó formulada. Algunos años después, la Internacional reapareció
vigorosamente. El crecimiento de los partidos y sindicatos socialistas requería
una coordinación y una articulación internacionales. La función de la Segunda
Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los partidos
socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento. Sentían que la
fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron, por
consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas. El movimiento obrero
adquirió así un ánima y una mentalidad reformistas. El pensamiento de la
social-democracia lassalliana dirigió a la Segunda Internacional. A
consecuencia de este orientamiento, el socialismo resultó insertado en la
democracia. Y la Segunda Internacional, por esto, no pudo nada contra la
guerra. Sus líderes y secciones se habían habituado a una actitud reformista y
democrática. Y la resistencia a la guerra reclamaba una actitud revolucionaria.
El pacifismo de la Segunda Internacional era un pacifismo extático, platónico,
abstracto. La Segunda Internacional no se encontraba espiritual ni
materialmente preparada para una acción revolucionaria. Las minorías
socialistas y sindicalistas trabajaron en vano por empujarla en esa dirección.
La guerra fracturó y disolvió la Segunda Internacional. Unicamente algunas
minorías continuaron representando su tradición y su ideario. Estas minorías se
reunieron en Khiental y Zimmerwald, donde se bosquejaron las
bases de una nueva organización internacional. La revolución rusa impulsó este
movimiento. En marzo de 1919 quedó
fundada la Tercera Internacional. Bajo sus banderas se han agrupado los
elementos revolucionarios del socialismo y del sindicalismo” (33).
En el artículo El Congreso Anti-imperialista de Bruselas (19
de febrero de 1927), afirmó: “La lucha anti-imperialista se presenta
absolutamente vinculada a la lucha revolucionaria. El socialismo europeo se
encuentra en la necesidad de sostener y apoyar las reivindicaciones
anti-imperialistas aunque no sean rigurosamente proletarias. El nacionalismo que
en las naciones de Europa, tiene forzosamente objetivos imperialistas y por
ende reaccionarios, en las naciones coloniales o semicoloniales adquiere una
función revolucionaria, cuando existe real y activamente y no constituye una
mera etiqueta conservadora y tradicionalista. El mérito de haber advertido
esto, desde su primera hora, no le puede ser regateado a la Tercera
Internacional, ni aún por sus más acres críticos del socialismo reformista.
Lenin, con su genial clarividencia, comprendió, primero que nadie, la
solidaridad de la revolución proletaria de Occidente con las revoluciones
nacionalistas de Asia, Africa, etc.” (34).
Con estos
juicios, el maestro demostró: 1) que el internacionalismo burgués y el
internacionalismo proletario brotan de la misma realidad contemporánea, y que,
al mismo tiempo, uno y otro, desde opuestas posiciones, expresan la lucha entre
el capital y el trabajo; 2) que el marxismo es la doctrina que representa una nueva realidad en marcha; 3) que la
historia de la organización internacional del proletariado ha sido el proceso
por el cual se ha pasado de la Internacional-Frente a la Internacional-Partido;
4) que si en los países capitalistas avanzados el nacionalismo es reaccionario,
en los países atrasados es revolucionario; 5) que, por lo tanto, la lucha
anti-imperialista es parte de la revolución proletaria mundial; 6) que el
socialismo internacional tiene, por eso, el deber de apoyar la lucha
anti-imperialista.
Estableciendo,
pues, las coordenadas y el blanco de su labor teórica, Mariátegui alcanzó la
cima del pensamiento con sus 7 ensayos
de
interpretación de la realidad peruana, verdadera
integración de la verdad universal del marxismo-leninismo y nuestra realidad
concreta.
Y
puede decirse que, con su obra entera, descubrió al proletariado peruano.
III
El marxismo no es únicamente un método de interpretación,
sino también, al mismo tiempo, un método de transformación de la realidad. En
cuanto esto último, tiene como piedra angular el principio según el cual son las
masas populares las que hacen la historia.
Como en
cualquier país, la transformación de la realidad peruana tiene dos momentos
fundamentales: 1) la construcción de los instrumentos materiales de la
revolución, construcción que tiene como piedra angular la tesis de que la
teoría deviene fuerza material una vez que prende en las masas; 2) la toma del
poder y la construcción del socialismo, construcción que tiene como piedra
angular la creación de las condiciones materiales y espirituales de la realización
del comunismo.
Precisamente
Mariátegui constituyó el PSP, la CGTP, la Federación de Yanaconas y las bases
del frente unido de nuestro pueblo. De este modo transformó decisivamente la
escena política nacional.
Puede decirse,
pues, en conclusión, que tanto la interpretación como la transformación de
nuestra realidad concreta, llevadas adelante por Mariátegui, expresaron lo que
él mismo escribió al final de 7 Ensayos:
“Por los caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos
acercando cada vez más a nosotros mismos”.
Acercarnos
a nosotros mismos hasta encontrarnos: he aquí la esencia del método de
Mariátegui, de su método teórico-práctico, de su método de
interpretación-transformación de la realidad peruana.
IV
Mariátegui señaló que “la revolución rusa, en Lenin,
Trotsky y otros, ha producido un tipo de hombre pensante y operante”, y que
“Marx inició este tipo de hombre de acción y de pensamiento” (35). Y agregó:
“El secreto de Lenin está precisamente en su facultad de de continuar su
trabajo de crítica y preparación sin aflojar nunca en su empeño, después de la
derrota de 1905, e una época de pesimismo y desaliento. Marx y Engels
realizaron la mayor parte de su obra, grande por su valor espiritual y
científico, aun independientemente de su eficacia revolucionaria, en tiempos
que ellos eran los primeros en no considerar de inminencia insurreccional. Ni
el análisis los llevaba a inhibirse de la acción, ni la acción a inhibirse del
análisis” (36).
Consecuente con
sus juicios, Mariátegui conjugó en su personalidad las más altas cualidades del
teórico y del práctico, del hombre de pensamiento y de acción, del
revolucionario pensante y operante.
Teórico,
político, propagandista, organizador, agitador, puede decirse que José Carlos Mariátegui encarnó el método marxista.
Mariátegui fue,
pues, una personalidad integral. Por eso es un ejemplo a seguir.
V
La
victoria de la revolución depende de la potencia de la organización, es decir,
en último análisis, del factor humano. Por eso los agonistas del Socialismo
Peruano deben formarse como teóricos y prácticos, como pensantes y operantes,
es decir, con una personalidad integral.
Ser pensante significa pensar con cabeza
propia. Ser operante significa actuar mancomunadamente en el colectivo.
Así pues,
siguiendo el ejemplo de Mariátegui, los agonistas del Socialismo Peruano deben encarnar
el método de Mariátegui.
Sólo así es
posible que cumplan bien su jornada.
Notas
[1] T.13, pp.111-112.
[2] Esta nota aparece como introducción al tomo 13 de las Obras Completas de Mariátegui,
pp.15-17.
[3] Ibídem, p.16.
No es posible precisar en qué otras disciplinas estaba pensando Mariátegui cuando escribió etcétera, pero no
cabe duda que en filosofía el maestro se refirió al bergsonismo y en sicología
al freudismo, escuelas ambas en plena boga entre fines del siglo XIX y
principios del XX. Que la filosofía bergsoniana y el sicoanálisis tengan un
indiscutible carácter idealista, no impide reconocer que Bergson destacó al
primer plano lo irracional y Freud el inconsciente, lo que de algún forma impulsó
la reflexión dialéctico-materialista de ambos fenómenos. Por eso Mariátegui
dice que el marxismo “no puede dejar de basarse” en estas adquisiciones, pero esto
quiere decir basarse en ellas para
desarrollar una teoría propia, como precisamente hizo él mismo con el fenómeno
de lo irracional.
[4] Mariátegui se refiere a la teoría de los mitos
sociales. Lo que tiene de más importante el planteamiento de una moral de
productores estaba ya en el Kautsky marxista (ver Etica y concepción materialista de la historia). Por eso aquí
solamente examinaremos la cuestión de los mitos.
[5] Del Socialismo
utópico al socialismo científico. Engels utilizó aquí el término socialismo como sinónimo de marxismo y
no para designar el socialismo como una de las partes integrantes de esta
doctrina. Prueba de esto es el hecho de que señala “los principios sentados por
los grandes pensadores franceses del siglo XVIII” como antecedentes de la nueva
concepción del mundo. Esos pensadores franceses son sobre todo los
representantes del materialismo francés del mencionado siglo: Voltaire,
Rousseau, Montesquieu, Herder, Lessing, Schiller, Goethe, etcétera, antecesores
de los representantes de las fuentes teóricas del marxismo.
[6] Tres fuentes y
tres partes integrantes del marxismo. Subrayados en el original.
[7] Defensa del
marxismo, pp.43-44. Subrayados en el
original. Mariátegui menciona una revista francesa y dos alemanas. El estudio
de estas revistas atendiendo a la indicación del maestro, es una tarea
pendiente. Tal vez los marxistas peruanos que viven en Francia y Alemania
puedan contribuir a su realización.
[8] Evidentemente, esta concepción incluye la idea de que
el marxismo abarca pero no reemplaza las distintas esferas particulares del
conocimiento. En general, el marxismo está en relación necesaria –en sentido
recíproco, y para bien o para mal– con la filosofía burguesa, las ciencias
naturales, las ciencias sociales y el revisionismo. Los estudios realizados por
numerosos autores sobre la relación entre el marxismo de un lado y el
pragmatismo, el freudismo, el existencialismo, el estructuralismo y el
funcionalismo de otro, así como a lucha contra el revisionismo, expresan dicha relación
necesaria.
[9] Efectivamente, Lenin publicó su mencionado libro en
1908, aunque sólo fuera publicado al año siguiente, y Sorel publicó el suyo en
el mismo año de 1908, aunque avances del mismo se publicaron en el periódico Le Mouvement Socialiste desde 1906.
[10] El empiriocriticismo fue también una forma de
irracionalismo en la medida en que consideraba la intuición inmediata como la
vía de conocimiento de la realidad.
[11] Reflexiones
sobre la violencia, Alianza Editorial, Madrid, 1976, p.183. Subrayado en el
original.
[12] Ibídem,
p.186. Subrayado en el original.
[13] No sólo la frase “continuando así a Marx”, sino
también las siguientes afirmaciones confirman nuestro aserto: “La verdadera
revisión del marxismo, en el sentido de renovación y continuación de la obra de
Marx, ha sido realizada, en la teoría y en la práctica, por otra categoría de
intelectuales revolucionarios. Georges Sorel, en estudios que separan y
distinguen lo que en Marx es esencial y sustantivo, de lo que es formal y
contingente, representó en los dos primeros decenios del siglo actual, más
acaso que la reacción del sentimiento clasista de los sindicatos, contra la
degeneración evolucionista y parlamentaria del socialismo, el retorno a la concepción dinámica y revolucionaria de Marx y su inserción en la nueva realidad
intelectual y orgánica. A través de
Sorel, el marxismo asimila los elementos y adquisiciones sustanciales de las corrientes filosóficas posteriores
a Marx. Superando las bases racionalistas y positivistas de su época, Sorel
encuentra en Bergson y los pragmatistas ideas que vigorizan el pensamiento
socialista, restituyéndolo a la misión revolucionaria de la cual lo había
gradualmente alejado el aburguesamiento intelectual y espiritual de los
partidos y de sus parlamentarios, que se satisfacían, en el campo filosófico,
con el historicismo más chato y el evolucionismo más pávido. La teoría de los
mitos revolucionarios, que aplica al movimiento socialista la experiencia de
los movimientos religiosos, establece las bases de una filosofía de la
revolución, profundamente impregnada de realismo psicológico y sociológico, a
la vez que se anticipa a las conclusiones del relativismo contemporáneo, tan
caras a Henri de Man. La reivindicación del sindicato, como factor primordial
de una conciencia genuinamente socialista y como institución característica de
un nuevo orden económico y político, señala el renacimiento de la idea clasista
sojuzgada por las ilusiones democráticas del período de apogeo del sufragio
universal, en que retumbó magnífica la elocuencia de Jaurés. Sorel,
esclareciendo el rol histórico de la violencia, es el continuador más
vigoroso de Marx en ese período de parlamentarismo socialdemocrático, cuyo
efecto más evidente fue, en la crisis revolucionaria post-bélica, la
resistencia psicológica e intelectual de los líderes obreros a la toma del
poder a que los empujaban las masas” (Defensa
del marxismo, pp.20-21. Los subrayados son nuestros). “El sorelismo como
retorno al sentido original de la lucha de clases, como protesta contra el
aburguesamiento parlamentario y pacifista del socialismo, es el tipo de la
herejía que se incorpora al dogma. Y en Sorel reconocemos al intelectual que,
fuera de la disciplina del partido, pero fiel a una disciplina superior de
clase y de método, sirve a la idea revolucionaria. Sorel logró una continuación original del marxismo, porque
comenzó por aceptar todas las premisas del marxismo” (ibidem, p.126. El subrayado es nuestro). Pero estas afirmaciones no tienen el valor que algunos
comentadores quieren atribuirles, si se tiene en cuenta que fue Lenin, y no Sorel,
quien realmente revisó la teoría de Marx –no su método– en el sentido positivo
del término, y la llevó a un nivel nuevo de desarrollo. Por eso Mariátegui
adhirió al marxismo-leninismo, y no, por supuesto, al sorelismo.
[14] Proudhoniano, bergsoniano, anarcosindicalista, Sorel
tuvo siempre una posición negativa ante la dialéctica marxista, la dictadura
del proletariado, la Segunda Internacional y la Comuna de París.
[15] Sorel se empeñó en hacer creer que su teoría de los
mitos sociales expresaba una posición marxista. En el capítulo cuarto de sus Reflexiones…, llega a decir que “se da
una identidad fundamental entre las tesis capitales del marxismo y los aspectos
globales que ofrece el conjunto de la huelga general”; que “los principios
fundamentales del marxismo no pueden entenderse debidamente si no es con la
ayuda de la perspectiva de la huelga general; y, por otro lado, cabe pensar que
esa perspectiva sólo cobra toda su significación para quienes han asimilado la
doctrina de Marx”; que ”Quizá no quepa mejor prueba para demostrar el genio de
Marx, que la notable concordancia entre sus puntos de vista y la doctrina que
el sindicalismo revolucionario construye hoy lentamente, con gran trabajo,
manteniéndose en el terreno de la práctica de las huelgas” (edición citada,
pp.188-189, 191 y 200). Incluso llega a sostener: “El penúltimo capítulo del
primer volumen de El Capital no puede dejar ninguna duda sobre cuál era el
pensamiento íntimo de Marx; éste representa la tendencia general del
capitalismo por medio de fórmulas que serían, muy a menudo, francamente
discutibles si fueran aplicadas literalmente a los fenómenos actuales; podría
decirse –y se ha dicho– que las esperanzas revolucionarias del marxismo eran
vanas, puesto que los rasgos de ese cuadro han perdido su realidad. Se ha
vertido infinidad de tinta a propósito de esa catástrofe final que debería
estallar como consecuencia de una revuelta de los trabajadores. Sin embargo, no
hay que tomar ese texto en su sentido literal; estamos en presencia de lo que
yo he llamado un mito social; tenemos
un boceto fuertemente coloreado que da una idea muy clara del cambio, pero
ningún detalle del mismo debería ser debatido como si se tratara de un hecho
histórico previsible”. “Si analizamos cómo se ha preparado siempre el espíritu
para una revolución, es fácil reconocer que siempre ha recurrido a mitos
sociales, cuyas fórmulas han variado según los tiempos. Nuestra época exige una
literatura más sobria que la que se utilizaba en otro tiempo, y Marx tuvo el
mérito de desembarazar su mito revolucionario de todas las fantasmagorías que a
menudo han hecho que se buscara el país de Jauja” (La descomposición del marxismo, en El marxismo de Marx, Talasa Ediciones, Madrid, pp.189-190). Pero,
desde luego, ninguna de estas afirmaciones corresponde a la verdad. La teoría de los mitos sociales de Sorel no
es una teoría marxista.
[16] Para demostrar nuestra aserción basta recordar dos
hechos de conocimiento general: las manifestaciones de misticismo
revolucionario en la Unión Soviética de Lenin y Stalin y en la China de los
tiempos de la Revolución Cultural.
[17] Es pertinente anotar que, mientras la teoría
soreliana de la huelga general como el mito del proletariado nunca tuvo
vigencia práctica y ha terminado en el olvido incluso en el papel, la teoría
mariateguiana de la revolución como el mito del proletariado está viva en la
lucha que libran los pueblos, en el mundo entero, animadas por la doctrina de
Marx.
[18] El alma
matinal, p.24. La elipsis es nuestra.
[19] Ibídem.
[20] Ibídem,
p.27.
[21] Raymundo Prado afirma en relación a esta cuestión:
“Es realmente extraño que la falta de comprensión de los sentidos que dan a la
palabra ‘mito’ tanto Sorel como Mariátegui, haya determinado la marginación de
un tema legítimo del marxismo: el estudio del complejo de fuerzas subjetivas
que mueven a las masas y la peculiaridad de estos móviles en el comportamiento
revolucionario del proletariado. La elaboración de una teoría sistemática del
desarrollo de la conciencia de clase obliga a la incorporación de este problema
al seno del materialismo histórico. Pues nadie podría sostener que las multitudes
que participan en un proceso revolucionario lo hacen exclusivamente por el
imperativo de una convicción teórica, que generalmente se adquiere a posteriori
como sostiene Mariátegui” (El marxismo de
Mariátegui, Amaru Editores, Lima, 1982, pp.62-63).
[22] T.11, p.61.
[23] Ibídem,
p.59. Tan importante es el aspecto interpretativo del método marxista, que
Mariátegui llegó a decir que “Si el socialismo no debiera realizarse como orden
social, bastaría esta obra formidable de educación y elevación para justificarlo
en la historia (Defensa del marxismo, p.62).
[24] Ibídem,
p.61.
[25] T.11, pp.25 y 28.
[26] Ver carta de César Falcón al grupo de Lima del 15 de
setiembre de 1923, publicada en Anuario
Mariateguiano, Nº1, 1990, pp.4-9.
[27] Martínez de la Torre, Apuntes para una interpretación
marxista de la historia social del Perú, t.II, p.272.
[28] T.13, p.248.
[29] T.8, pp.156-165.
[30] T.3, pp.59-61. Las elipsis son nuestras.
[31] T.11, pp.25-28.
[32] T.8, pp. 156-160. Las elipsis son nuestras.
[33] La escena
contemporánea, pp.112-114. Subrayados en el original.
[34] Citado en Jorge Falcón, Educación y cultura en Lenin-Mariátegui, Editora Amauta, Lima,
1981, pp.96-97.
[35] Defensa del
marxismo, p.44.
[36] Ibídem, p.118.
07.10.2008.
Una
Visión Histórica Actual
José Carlos
Ibarra
En Nuestra América, el siglo XX se
inició con la llegada de una nueva ideología: orden y progreso. Esta ideología marcó,
sin duda, una orientación en la política económica de nuestros países a partir
de dos ejes principales: apertura de los mercados locales al capital extranjero
y la consecuente profundización de la lucha de los grupos de poder en contra de
las masas trabajadoras. Allí donde los estados lograron consolidarse como
nación, las burguesías ya desarrolladas embistieron rápidamente contra las
jóvenes organizaciones clasistas de corte contestatario, en su mayoría
influenciadas por el anarquismo. Y, por el contrario, los países cuyos estados
atrasados no habían logrado conformar una nación, abrieron el camino para
desarrollar el ideario nacional burgués. Pero en uno y otro caso la imposición
de la nueva orientación en las economías locales se abrió paso a sangre y
fuego.
De allí para adelante, la
historia de nuestro continente siguió el mismo sendero: las organizaciones de
masas y las protestas populares fueron aplastadas unas tras otras al son de los
tambores de guerra de las clases explotadoras.
Pero nuestro continente,
sometido como hasta ahora, siguió las líneas trazadas por los intereses
foráneos. Las distintas clases nacionales (nacionales pero no nacionalistas)
vendieron a bajo precio la enorme riqueza natural con que cuenta nuestra
América. Y no podía ser de otra manera, pues con ello mantenían su situación de
clase y obtenían las migajas que el capital extranjero les dejaba.
Esta fue la etapa del
liberalismo.
Luego, con el pasar de
los años y como producto de las nuevas condiciones internacionales dadas:
revolución rusa, primera guerra mundial, revoluciones campesinas,
nacionalizaciones, etc., las necesidades del capital extranjero impusieron una
nueva política económica en nuestro continente.
En pocos años, la miseria
material creada por el liberalismo trajo consigo algunos ventarrones de
nacionalismo burgués, los mismos que, en algunos países, lograron integrar a la
clase campesina a un proyecto nacional y, en otros, siguió condenándola al
ostracismo. En el primer caso, sometiéndola a su política conservadora.
Muy pronto, sin embargo,
los proyectos nacionalistas burgueses cayeron en franca contradicción con los
intereses económicos del gran capital extranjero. Las nacionalizaciones no
fueron vistas con buenos ojos, y todo gobierno que quería desembarazarse de las
directrices del imperio sufría rápidamente la aplicación de la teoría Monroe:
“América para los americanos”, la misma que incluía, en casos extremos, la
invasión.
Estos procesos, naturalmente,
fueron acompañados de un discurso populista y de políticas que atacaban por
encima la vieja estructura de propiedad de la tierra. Así, el populismo,
dirigido a crear una clase burguesa con contenido nacional se dirigió a crear
un estado corporativo o, en algunos casos, a sostener el estado de cosas pero
formando una alianza con amplios sectores populares ganados ideológicamente o
que se sumaban al proyecto burgués, habida cuenta de mantener sus intereses
pequeño-burgueses.
Esta fue la etapa del populismo.
Pero el populismo, como
se sabe, no acabó con la miseria material de las amplias mayorías. Si bien
incorporó a amplios sectores a la vida política y social, no pudo remediar lo
fundamental ni en la ciudad ni en el campo. Vanos fueron los intentos de crear
cooperativas agrícolas, talleres artesanales o semi-industriales donde la
explotación llegó a enmascararse bajo el discurso patriótico, explotación que
dio origen, con el tiempo, a nuevos y más violentos levantamientos populares.
Allí donde la política
burguesa de crear una nación no encontró mejor forma que inflar el pecho del
pueblo de nacionalismo haciendo uso de un discurso anti-imperialista, bajo las
circunstancias internacionales del mundo bipolar, rápidamente se organizaron
revueltas y golpes de estado dirigidos por la bota militar. Y, en otros casos,
donde el riesgo de las luchas sociales iba en serio aumento, concluyeron con el
establecimiento de una política de desapariciones, homicidios y masacres en
masa, lo que dio origen a gobiernos militares que marcaron, con el sable
enrojecido, un nuevo capítulo dentro del derrotero histórico de la lucha de
clases en nuestro continente.
Ni siquiera los
propósitos más serios de organización de las masas en un partido y proyecto
propios terminaron por cuajar. Sea por falta de preparación, ausencia de
suficientes cuadros o por una insuficiente penetración en las clases
trabajadoras, los proyectos fracasaron. Sumado a ello, una parte de la dirigencia
clasista de nuestro continente asimiló mecánicamente la experiencia de los
luchadores de Sierra Maestra, no comprendiendo así que no todos los métodos y
derroteros del cambio social son iguales para “todas las latitudes y climas
históricos”.
Así fue como se abrió en
América un tercer período: las dictaduras militares.
Estas dictaduras,
impuestas para aplastar los levantamientos populares, terminaron por aumentar
los héroes de nuestro pueblo. Las clases explotadoras, con más experiencia a la
hora de utilizar las contradicciones internas en el seno del pueblo, ganaron la
batalla.
Ya impuestas las
dictaduras en nuestra América, las luchas sociales cambiaron su norte: había
que recobrar la democracia, la libertad de prensa, de expresión, de reunión.
Tampoco bajo esas circunstancias se supo qué hacer. La indecisión de unos y la
falta de una organización propia, terminó por llevar a unos al matadero y a
otros a la lucha democrático-burguesa. Así, el pueblo, sin organización, sin
ideología y sin programa, se lanzó a derrotar la bota militar.
Más tarde, con el cambio
de táctica de las clases dominantes: pde las dictaduras militares a los
regímenes democrático-burgueses, nuestros pueblos vivieron años angustiosos de
reacomodo político. El mundo bipolar pasó a ser parte de la historia y
nuevamente las ideas del liberalismo, gritando “el fin de la historia” en todos
los idiomas, se impuso en nuestro continente. Es cierto que este proceso no
estuvo exento de luchas populares (el Caracazo, 1989, etc.), pero ya las
campanas doblaban por otros aires.
Así, el liberalismo
nuevamente instalado en nuestro continente (la primera experiencia en este
sentido fue la de los Chicago Boys, en el Chile de Pinochet) volvió a aplicar
toda su vieja política económica sin que hubiera algún esfuerzo serio que lo
impidiera. Se vendieron las industrias como antaño, las materias primas
corrieron como verdaderos ríos de riqueza hacia el centro del poder mundial y
el pueblo pagó con su propio empobrecimiento una nueva etapa de explotación
capitalista-imperialista.
De allí a la actualidad,
nuestra América ha seguido un derrotero parecido al del siglo pasado. El liberalismo,
una vez más, tras constantes crisis económicas mundiales, entró en un período
de crisis terminal. Los problemas sociales se agudizaron y el deterioro de las
condiciones de vida por efecto de una industrialización salvaje, determinó demandas de una vida digna de las
masas trabajadoras de la ciudad y del campo. Las grandes corporaciones hicieron
estragos las economías nacionales y hasta llevaron a la quiebra financiera a
países enteros. La reorientación de las políticas económicas impuestas en
nuestro continente, dirigidas a mantener estable la macro economía y reducir
los gastos estatales, mellaron la pobre economía popular.
De este modo surgieron
nuevas luchas populares exigiendo trabajo, salud, educación, seguridad social,
respeto al medio ambiente, etc. En estas condiciones, un nuevo populismo se
abrió paso en algunos de nuestros países; un nuevo populismo que haciendo uso
de un discurso indigenista y anti- imperialista, nada ha resuelto, en lo
sustancial, a favor de las mayorías.
Se han repartido tierras
de poca calidad, se han organizado fábricas dirigidas por los mismos trabajadores
y hasta se les ha otorgado armas como en algún caso, pero más allá de eso nada
ha cambiado. El poder, en algunos países, ha pasado de manos de la burguesía
pro-imperialista a la pequeña burguesía nacionalista.
Y, después de este nuevo
populismo, cuando las luchas sociales se incrementen, sobrevendrá un nuevo
período de dictaduras militares. Pues, al fin y al cabo, la bota militar es el
último recurso con el que cuenta el sistema capitalista para mantenerse en el
poder.
Entonces es de esperar
que, asimilando las lecciones de la historia, los pueblos de Nuestra América,
sepan qué hacer. Mientras tanto, utilizando las condiciones de democracia
burguesa, hay que acumular fuerzas para unir programáticamente al 90% de la
población de cada país.
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