sábado, 8 de febrero de 2014

Política

¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda tergiversación
y desarrollarlo en función de la realidad actual!

El Método de Mariátegui

Eduardo Ibarra


Comprender el método de José Carlos Mariátegui es una cuestión fundamental para el Socialismo Peruano. Precisamente el presente artículo tiene el propósito de contribuir al esclarecimiento de esta cuestión, tanto en lo que se refiere al método mismo como a su expresión en la personalidad del maestro.

I

En su Mensaje al Congreso Obrero (enero de 1927), Mariátegui definió así la doctrina de Marx: “El marxismo, del cual todos hablan pero que muy pocos conocen y, sobre todo, comprenden, es un método fundamentalmente dialéctico. Esto es, un método que se apoya íntegramente en la realidad, en los hechos. No es, como algunos erróneamente suponen, un cuerpo de principios de consecuencias rígidas, iguales para todos los climas históricos y todas las latitudes sociales. Marx extrajo su método de la entraña misma de la historia. El marxismo, en cada país, en cada pueblo, opera y acciona sobre el ambiente, sobre el medio, sin descuidar ninguna de sus modalidades” (1).

En la nota sobre su actividad política, escrita posiblemente en mayo de 1929 (2), hizo esta polémica afirmación: “Los ‘7 Ensayos’ no son sino la aplicación del método marxista, para los ortodoxos del marxismo, insuficientemente rígido en cuanto reconoce singular importancia al aporte soreliano, pero que en concepto del autor corresponde al verdadero moderno marxismo, que no puede dejar de basarse en ninguna de las grandes adquisiciones del 900 en filosofía, psicología, etc.” (3).

Ciertamente esta aserción introduce un elemento de complicación para la correcta comprensión de lo que Mariátegui entendía por método marxista y por verdadero moderno marxismo, cuestiones ambas analizadas no siempre suficientemente analizadas por quienes estudian su pensamiento.

Pues bien. ¿Cuál es ese aporte de Sorel al método marxista, que alude Mariátegui? (4) ¿Puede hablarse de un aporte de Sorel al marxismo? Intentemos responder estos interrogantes.

Engels señaló en 1877: “por su forma teórica, el socialismo empieza presentándose como una continuación, más desarrollada y más consecuente, de los principios proclamados por los grandes pensadores franceses del siglo XVIII. Como toda nueva teoría, el socialismo, aunque tuviese sus raíces en los hechos materiales económicos, hubo de empalmar, al nacer, con las ideas existentes” (5).

Por su parte, Lenin precisó en 1913: “El marxismo es el heredero legítimo de lo mejor que la humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés”. “La historia de la filosofía y la historia de la ciencia social muestran con diáfana claridad que en el marxismo nada hay que se parezca al ‘sectarismo’, en el sentido de que sea una doctrina fanática, petrificada, surgida al margen de la vía principal que ha seguido el desarrollo de la civilización mundial. Por el contrario, lo genial en Marx es, precisamente, que dio respuesta a los problemas que el pensamiento de avanzada de la humanidad había planteado ya. Su doctrina surgió como la continuación directa e inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la filosofía, la economía política y el socialismo” (6).

Y, en el artículo La filosofía moderna y el marxismo (22 de setiembre de 1928), Mariátegui sostuvo: “Si Marx no pudo basar su plan político ni su concepción histórica en la biología de De Vries, ni en la psicología de Freud, ni en la física de Einstein; ni más ni menos que Kant en su elaboración filosófica tuvo que contentarse con la física newtoniana y la ciencia de su tiempo: el marxismo –o sus intelectuales– en su curso posterior, no ha cesado de asimilar lo más sustancial y activo de la especulación filosófica e histórica post-hegeliana o post-racionalista. Georges Sorel, tan influyente en la formación espiritual de Lenin, ilustró el movimiento revolucionario socialista –con un talento que Henri de Man seguramente no ignora, aunque en su volumen omita toda cita del autor de Reflexiones sobre la Violencia– a la luz de la filosofía bergsoniana, continuando a Marx que, cincuenta años antes, lo había ilustrado a la luz de la filosofía de Hegel, Fichte y Feuerbach. La literatura revolucionaria no abunda, como le gustaría a de Man, en eruditas divulgaciones de psicología, metafísica, estética, etc., porque tiene que atender a objetivos concretos de agitación y crítica. Pero, fuera de la prensa oficial de partido, en revistas como Clarté y La lutte des Classes de París, Unter den Banner des Marxismos de Berlín, etc., encontraría las expresiones de un pensamiento filosófico bastante más serio que el de su tentativa revisionista”. “Vitalismo, activismo, pragmatismo, relativismo, ninguna de estas corrientes filosóficas, en lo que podían aportar a la Revolución, han quedado al margen del movimiento intelectual marxista. William James no es ajeno a la teoría de los mitos sociales de Sorel, tan señaladamente influida, de otra parte, por Wilfredo Pareto”. “En vez de procesar al marxismo por retraso o indiferencia respecto a la filosofía contemporánea, sería el caso, más bien, de procesar a ésta por deliberada y miedosa incomprensión de la lucha de clases y del socialismo” (7).

Estas afirmaciones de los maestros expresan la concepción de que el marxismo no es un compartimiento estanco en relación al ambiente cultural (8): no lo fue en su génesis ni lo es en su proceso de desarrollo.

En el campo del pensamiento burgués, el siglo XX se inició con una reacción generalizada del complejo oscuro de lo irracional contra el agotamiento del racionalismo positivista y evolucionista. Esta reacción expresó una profunda crisis del pensamiento burgués, pero, no obstante, ella destacó al primer plano los factores irracionales en la actuación social de los hombres.

En tales circunstancias, Lenin escribió Materialismo y empiriocriticismo, y Sorel publicó Reflexiones sobre la violencia (9). Y si, como marxista, el jefe de la revolución rusa se vio en la urgencia de refutar algunas expresiones del irracionalismo que hacían daño en las filas del proletariado revolucionario (10), como bergsoniano el escritor francés tuvo la posibilidad de elaborar la teoría de los mitos sociales. De tal suerte el primero desarrolló la filosofía marxista, y el segundo dio cuenta de la realidad de lo irracional en la actuación masiva de los hombres.

La teoría soreliana de los mitos sociales tiene dos aspectos: uno histórico-general, que se expresa, por ejemplo, en la siguiente afirmación: “La experiencia nos hace ver que ciertas construcciones de un porvenir indeterminado en el tiempo pueden poseer gran eficacia y muy pocos inconvenientes, cuando son de determinada naturaleza; lo cual se produce cuando se trata de mitos en los que se manifiestan las más fuertes tendencias de un pueblo, de un partido o de una clase” (11). Y tiene otro aspecto, histórico-particular, que se expresa, verbigracia, en la siguiente aserción: “sabemos que la huelga general es efectivamente lo que yo dije: el mito en el cual el socialismo entero está encerrado” (12).

Como se ha visto, Mariátegui sostiene que Sorel “ilustró el movimiento revolucionario socialista… a la luz de la filosofía bergsoniana, continuando a Marx que, cincuenta años antes, lo había ilustrado a la luz de la filosofía de Hegel, Fichte y Feuerbach”. Esta afirmación sugiere que Sorel era marxista (13). Pero, en realidad, el escritor francés no era marxista, pues su identidad ideológica era una verdadera amalgama, y esta es una verdad que se desprende directamente de su producción teórica (14). En consecuencia, el error de Mariátegui con respecto a Sorel no consiste, en principio, en haberlo sobrevalorado, sino en haberlo desubicado ideológicamente. Sólo después resulta evidente el error de haberlo sobrevalorado.

De hecho, Sorel no asimiló al marxismo la teoría de los mitos sociales (15). Pero la existencia de factores irracionales en la actuación de los movimientos sociales, es una realidad empíricamente comprobada (16), y, por esto, la teoría soreliana constituyó una contribución al pensamiento sociológico en general. Este es el mérito del autor de Reflexiones sobre la violencia.  

Para asimilar al marxismo alguna conquista alcanzada en una escuela de pensamiento no marxista, se requiere una condición sine qua non: ser marxista. Como ya se sostuvo, el marxismo no es un compartimento estanco. Así, Lenin asimiló al marxismo el principio de Clausewitz según el cual la guerra es la continuación de la política por los medios de la violencia, y Mao asimiló al marxismo algunos principios de la guerra establecidos por Sun Tzu cuatrocientos años antes de nuestra era.

Encontrándose, pues, en el pensamiento sociológico de principios del siglo XX, la teoría soreliana de los mitos, Mariátegui la asimiló en su grano racional: la existencia de factores irracionales en los movimientos sociales. Pero, como marxista, el maestro no se limitó a tomar sin más ni más dicha teoría, sino que desechó su fundamento filosófico bergsoniano dotándola de un fundamento dialéctico-materialista: en él lo irracional aparece no en contradicción absoluta con lo racional, sino como el fondo de fe, pasión, fervor, creencia, emoción de la acción consciente del proletariado, y, al mismo tiempo, desechó también su contenido anarcosindicalista dotándola de un contenido marxista: para el maestro el mito proletario no es la huelga general sino la revolución. De este modo, pues, recreó la teoría de los mitos de Sorel.

Para decirlo de otro modo, mientras Sorel niega las leyes objetivas que determinan la revolución socialista y, por lo tanto, en su teoría el mito aparece como algo que se basta a sí mismo para determinar la acción proletaria, Mariátegui, por el contrario, reconoce dichas leyes objetivas y, por lo tanto, el mito aparece en su pensamiento como un elemento que se agrega a las determinaciones objetivas de la revolución proletaria, y precisamente como un efecto de estas determinaciones. 

El caso que examinamos no consiste, pues, en que un marxista (Mariátegui) haya asimilado una teoría de otro marxista (Sorel), sino en que un marxista recreó la teoría de un pensador no marxista (Sorel). La asimilación se limita aquí al reconocimiento de la verdad de que los factores irracionales juegan un determinado papel en los movimientos sociales, mientras la recreación se constata en el hecho de que Mariátegui dota a la teoría de los mitos sociales de un fundamento filosófico y un contenido político marxistas. (17)

Es mérito de Sorel haber aportado al pensamiento social en general su teoría de los mitos sociales. Es mérito de Mariátegui haber aportado, al marxismo en particular, su teoría del mito revolucionario del proletariado.

Entonces, no es Sorel, sino Mariátegui, quien aportó al marxismo una teoría de lo irracional (o de lo no racional) en el movimiento revolucionario proletario. En el error de desubicar, primero, y de sobrevalorar, después, a Sorel, se encuentra, pues, este notable aporte de Mariátegui al marxismo.

En la teoría mariateguiana del mito se constata la existencia de tres aspectos: uno universal, que se expresa en la frase “el hombre… es un animal metafísico” (18). Otro histórico-general, que se expresa, por ejemplo, en la aserción de que “El mito mueve al hombre en la historia. Sin un mito la existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico” (19). Y otro histórico-particular, que se expresa en la afirmación de que “El proletariado tiene un mito: la revolución social” (20).

¿Cuál es el alcance de este aporte mariateguiano al marxismo? ¿Por qué, hasta hoy, no se reconoce, en el movimiento marxista internacional, este aporte de Mariátegui?

Ciertamente es grande el alcance de este aporte de Mariátegui al marxismo. La relación entre lo racional y lo irracional es un problema que atañe al materialismo histórico, pues aparece como un aspecto de la relación entre el ser social y la conciencia social. El movimiento marxista internacional no ha reconocido hasta hoy el aporte mariateguiano de que tratamos, sencillamente porque, incluso sus más lúcidos representantes, se encuentran anclados en la idea de que la teoría del mito revolucionario del proletariado es de Sorel, y que Mariátegui se limitó a señalar que este mito no es la huelga general sino la revolución (21).

La verdad, sin embargo, es que Mariátegui recreó la teoría soreliana y, de esta forma, aportó al marxismo una teoría dialéctico-materialista del mito proletario.

Para terminar el presente acápite, es pertinente destacar que el método marxista del que habló Mariátegui es aquel que, en el plano de la teoría, reconoce la realidad de los factores no racionales en la lucha de las masas revolucionarias, y que, en el plano de la práctica, tiene en cuenta estos factores a fin de activar todas las potencias de tales masas en la lucha por el socialismo y el comunismo.

Y, es igualmente pertinente destacar que el verdadero moderno marxismo, del que también habló el maestro, es aquel que tiene la capacidad de asimilar, sin perjuicio de su carácter de clase, las conquistas alcanzadas por otras corrientes de pensamiento.

II

El marxismo es un método de interpretación de la realidad. Como tal, tiene como piedra angular el principio según el cual el ser social determina la conciencia social. Por eso Mariátegui precisó: “No es posible comprender la realidad peruana sin buscar y sin mirar el hecho económico” (22). “Nada resulta más evidente que la imposibilidad de entender, sin el auxilio de la Economía, los fenómenos que dominan el proceso de formación de la nación peruana. La economía no explica, probablemente, la totalidad de un fenómeno y de sus consecuencias. Pero explica sus raíces. Esto es claro, por lo menos, en la época que vivimos. Epoca que si por alguna lógica aparece regida es, sin duda, por la lógica de la Economía” (23). “(…) el problema fundamental del Perú, que es el del indio y de la tierra, es ante todo un problema de la economía peruana” (24).

       
La realidad peruana y el marxismo. En el artículo Lo nacional y lo exótico (28 de noviembre de 1924), Mariátegui señaló: “Frecuentemente se oyen voces de alerta contra la asimilación de ideas extranjeras. Estas voces denuncian el peligro de que se difunda en el país una ideología inadecuada a la realidad nacional”. “Podrían acusar una mera tendencia proteccionista, dirigida a defender los productos de la inteligencia nacional de la concurrencia extranjera. Pero los adversarios de la ideología exótica sólo rechazan las importaciones contrarias al interés conservador. Las importaciones útiles a ese interés no les parecen nunca malas, cualquiera que sea su procedencia. Se trata, pues, de una simple actitud reaccionaria, disfrazada de nacionalismo”. “(…) ninguna idea que se aclimata, es una idea exótica. La propagación de una idea no es culpa ni es mérito de sus asertores; es culpa o es mérito de la historia. No es romántico pretender adaptar el Perú a una realidad nueva. Más romántico es querer negar esa realidad acusándola de concomitancias con la realidad extranjera” (25).

A poco de su regreso al país en 1923, en una carta a César Falcón, Mariátegui precisó las “características peculiares del medio” (26) como el blanco al cual había que disparar la flecha del método marxista. Luego, en julio de 1925, llamó a los intelectuales a aplicar “un método científico al examen de los problemas peruanos”. Como se desprende de esta afirmación suya de 1927 dirigida a los trabajadores, ese método es el marxismo: “Hace año y medio propuse la organización de una especie de seminario de estudios económicos y sociológicos, que se proponga en primer término la aplicación del método marxista al conocimiento y definición de los problemas del Perú” (27).

Con estas afirmaciones, Mariátegui: 1) desenmascaró la trastienda del nacionalismo de la burguesía nativa; 2) señaló que la aclimatación de una idea a una realidad particular es resultado del curso de la historia solidaria de los pueblos; 3) mantuvo que, entre nosotros, el método marxista exige el conocimiento y definición de los problemas del Perú.

Lo nacional y lo internacional. En el editorial Aniversario y Balance (setiembre de 1928), Mariátegui sostuvo: “Esta civilización [burguesa] conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indo América, en este orden mundial, puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares” (28).

En la conferencia titulada Internacionalismo y nacionalismo (2 de noviembre de 1923), señaló: “En varias de mis conferencias he explicado cómo se ha solidarizado, cómo se ha conectado, cómo se ha internacionalizado la vida de la humanidad. Más exactamente, la vida de la humanidad occidental. Entre todas las naciones incorporadas en la civilización europea, en la civilización occidental, se han establecido vínculos y lazos nuevos en la historia humana. El internacionalismo no es únicamente un ideal; es una realidad histórica”. “El capitalismo, dentro del régimen burgués, no produce para el mercado nacional; produce para el mercado internacional. Su necesidad de aumentar cada día más la producción lo lanza a la conquista de nuevos mercados. Su producto, su mercancía no reconoce fronteras; pugna por traspasar y por avasallar los confines políticos. La competencia, la concurrencia entre los industriales es internacional. Los industriales, además de los mercados, se disputan internacionalmente las materias primas”. “Entre las naciones existen no sólo fronteras políticas, fronteras geográficas. Existen también fronteras económicas. Esas fronteras económicas son las aduanas. Las aduanas que, a la entrada al país, gravan la mercadería con un impuesto. El libre-cambio pretende abatir esas fronteras económicas, abatir las aduanas, franquear el paso el paso libre de las mercaderías en todos los países”. “Las comunicaciones son el tejido nervioso de esta humanidad internacionalizada y solidaria. Una de las características de nuestra época es la rapidez, la velocidad con que se propagan las ideas, con que se transmiten las corrientes del pensamiento y la cultura” (29).

En el artículo Nacionalismo e internacionalismo (10 de octubre de 1924), mantuvo: “La historia contemporánea nos enseña a cada paso que la nación no es una abstracción. No es un mito; pero que la civilización, la humanidad, tampoco lo son. La evidencia de la realidad nacional no contraría, no confuta la evidencia de la realidad internacional. La incapacidad de comprender y admitir esta segunda y superior realidad es una simple miopía, es una limitación orgánica. Las inteligencias envejecidas, mecanizadas en la contemplación de la antigua perspectiva nacional, no saben distinguir la nueva, la vasta, la compleja perspectiva internacional. La repudian y la niegan porque no pueden adaptarse a ella”. “Como los relativistas ante la física de Galileo, los internacionalistas no contradicen toda la teoría nacionalista. Reconocen que corresponde a la realidad, pero sólo en primera aproximación. El nacionalismo aprehende una parte de la realidad; pero nada más que una parte. La realidad es mucho más amplia, menos finita. En una palabra, el nacionalismo es válido como afirmación, pero no como negación. En el capítulo actual de de la historia tiene el mismo valor del provincialismo, del regionalismo en capítulos presentes. Es un regionalismo de nuevo estilo”. “El nacionalismo es una faz, un lado del extenso fenómeno reaccionario” “La civilización occidental ha internacionalizado, ha solidarizado la vida de la mayor parte de la humanidad. Las ideas, las pasiones, se propagan veloz, fluida, universalmente”. “El hábito regional decae poco a poco. La vida tiende a la uniformidad, a la unidad. (…) Esta solidaridad, esta uniformidad no son exclusivamente occidentales. La civilización europea atrae, gradualmente, a su órbita y a sus costumbres a todos los pueblos y a todas las razas. Es una civilización dominadora que no tolera la existencia de ninguna civilización concurrente o rival. Una de sus características esenciales es su fuerza de expansión. (…) Junto con las máquinas y las mercaderías se desplazan las ideas y las emociones occidentales. Aparecen extraña e insólitamente vinculadas la historia y el pensamiento de los pueblos más diversos” (30).

En el ya citado artículo Lo nacional y lo exótico, afirmó: “La realidad nacional está menos desconectada, es menos independiente de Europa de lo que suponen nuestros nacionalistas. El Perú contemporáneo se mueve dentro de la órbita de la civilización occidental. La mistificada realidad nacional no es sino un segmento, una parcela de la vasta realidad mundial. Todo lo que el Perú contemporáneo estima lo ha recibido de esa civilización que no sé si los nacionalistas a ultranza calificarán también de exótica. ¿Existe hoy una ciencia, una filosofía, una democracia, un arte, existen máquinas, instituciones, leyes, genuina y característicamente peruanos? ¿El idioma que hablamos y que escribimos, el idioma siquiera, es acaso un producto de la gente peruana?”. “El Perú es todavía una nacionalidad en formación. Lo están construyendo sobre los inertes estratos indígenas, los aluviones de la civilización occidental. La conquista española aniquiló la cultura incaica. Destruyó el Perú autóctono. Frustró la única peruanidad que ha existido. Los españoles extirparon del suelo y de la raza todos los elementos vivos de la cultura indígena. Reemplazaron la religión incásica con la religión católica romana. De la cultura incásica no dejaron sino vestigios muertos. Los descendientes de los conquistadores y los colonizadores constituyeron el cimiento del Perú actual. La independencia fue realizada por esta población criolla. La idea de la libertad no brotó espontáneamente de nuestro suelo; su germen nos vino de fuera. Un acontecimiento europeo, la revolución francesa, engendró la independencia americana. Las raíces de la gesta libertadora se alimentaron de la ideología de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Un artificio histórico clasifica a Túpac-Amaru como un precursor de la independencia peruana. La revolución de Túpac-Amaru la hicieron los indígenas; la revolución de la independencia la hicieron los criollos. Entre ambos acontecimientos no hubo consanguineidad espiritual ni ideológica. A Europa, de otro lado, no le debimos sólo la doctrina de nuestra revolución, sino también la posibilidad de actuarla”. “La independencia aceleró la asimilación de la cultura europea. El desarrollo del país ha dependido directamente de este proceso de asimilación. El industrialismo, el maquinismo, todos los resortes materiales del progreso nos han llegado de fuera. Hemos tomado de Europa y Estados Unidos todo lo que hemos podido. Cuando se ha debilitado nuestro contacto con el extranjero, la vida nacional se ha deprimido. El Perú ha quedado así insertado dentro del organismo de la civilización occidental”. “Una rápida excursión por la historia peruana nos entera de todos los elementos extranjeros que se mezclan y combinan en nuestra formación nacional”.”Tenemos el deber de no ignorar la realidad nacional; pero tenemos también el deber de no ignorar la realidad mundial. El Perú es un fragmento de un mundo que sigue una trayectoria solidaria. Los pueblos con más aptitud para el progreso son siempre aquellos con más aptitud para aceptar las consecuencias de su civilización y de su época”. “¿Cómo podrá, por consiguiente el Perú, que no ha cumplido aún su proceso de formación nacional, aislarse de las ideas y las emociones europeas? Un pueblo con voluntad de renovación y de crecimiento no puede clausurarse. Las relaciones internacionales de la inteligencia tienen que ser, por fuerza, librecambistas” (31).

Con estas afirmaciones, Mariátegui: 1) reveló las expresiones positivas y negativas de la relación entre la nación y la realidad supranacional; 2) indicó que, en este marco, aparecen singularmente relacionados la historia y la cultura de los más diversos pueblos; 3) señaló la ubicación del Perú en el contexto de la civilización occidental; 4) sugirió que, con la rebelión de Túpac Amaru, la tradición indígena agotó sus posibilidades en la lucha contra el colonialismo español; 5) destacó que el Perú es una nación en formación, 6) mantuvo implícitamente que, antes del surgimiento del proletariado a la vida política, la tradición republicana era el factor decisivo en la formación de la nación peruana; 7) puntualizó que el Perú es parte de la trayectoria solidaria que sigue el mundo; 8) sostuvo que, por lo tanto, así como no debe ignorarse la realidad nacional, tampoco debe ignorarse la realidad mundial; 9) afirmó que el Perú debe tener individualidad y estilo, pero no un sino particular.

En Internacionalismo y nacionalismo, Mariátegui señaló: “Un gran ideal humano, una gran aspiración humana no brota del cerebro ni emerge de la imaginación de un hombre más o menos genial. Brota de la vida. Emerge de la realidad histórica. Es la realidad histórica presente. La humanidad no persigue nunca quimeras insensatas ni inalcanzables; la humanidad corre tras de aquellos ideales cuya realización presiente cercana, presiente madura y presiente posible” (…) “Las muchedumbres se emocionan y se apasionan ante aquella teoría que constituye una meta próxima, una meta probable; ante aquella doctrina que se basa en la posibilidad; ante aquella doctrina que no es sino la revelación de una nueva realidad en marcha, de una nueva realidad en camino”. “Desde hace muchos lustros, desde hace un siglo aproximadamente, se comprueba en la civilización europea la tendencia a preparar una organización internacional de las naciones de Occidente. Esta tendencia no tiene sólo manifestaciones proletarias; tiene también manifestaciones burguesas. Ahora bien. Ninguna de estas manifestaciones ha sido arbitraria ni se ha producido porque sí; ha sido siempre, por el contrario, el reconocimiento instintivo de un estado de cosas nuevo, latente”. (…) El rentista inglés que deposita su dinero en un banco de Londres ignora tal vez s dónde va a ser invertido su capital, de a dónde va a ser invertido su capital, de dónde va a proceder su rédito, su dividendo. Ignora si el banco va a destinar su capital, por ejemplo, a la adquisición de acciones de la Peruvian Corporation, en este caso, el rentista inglés resulta, sin saberlo, copropietario de ferrocarriles en el Perú. La huelga del Ferrocarril Central puede afectarlo, puede disminuir su dividendo. El rentista inglés lo ignora. Igualmente, el carrilano, el maquinista peruanos ignoran la existencia de ese rentista inglés, a cuya cartera irá a parar una parte de su trabajo. Este ejemplo, este caso, nos sirven para explicarnos la vinculación económica, la solidaridad económica de la vida internacional de nuestra época. Y nos sirven para explicarnos el origen del internacionalismo burgués y el origen del internacionalismo obrero que es un origen común y opuesto al mismo tiempo. El propietario de una fábrica de tejidos de Inglaterra tiene interés en pagar a sus obreros menos salario que el propietario de una fábrica de tejidos de Estados Unidos, para que su mercancía pueda ser vendida más barata y más ventajosa y abundantemente. Y esto hace que el obrero textil norteamericano tenga interés en que no baje el salario del obrero textil inglés. Una baja de salarios en la industria textil inglesa es una amenaza para el obrero de Vitarte, para el obrero de Santa Clara. En virtud de estos hechos, los trabajadores han proclamado su solidaridad y su fraternidad por encima de las fronteras y por encima de las nacionalidades. Los trabajadores han visto que cuando libraban una batalla no era sólo contra la clase capitalista de su país sino contra la clase capitalista del mundo. Cuando los obreros de Europa lucharon por la conquista de la jornada de las ocho horas, luchaban no sólo por el proletariado europeo sino por el proletariado mundial”. “Es por esto, es por esta comprobación de un hecho histórico que desde hace más de medio siglo, desde que Marx y Engels fundaron la Primera Internacional, las clases trabajadoras del mundo tienden a crear asociaciones de solidaridad internacional que vinculen su acción y unifiquen su ideal” (32).

En el artículo Zinoviev y la Tercera Internacional (22 de noviembre de 1924), Mariátegui sostuvo: “La Primera Internacional fundada por Marx y Engels en Londres, no fue sino un bosquejo, un germen, un programa. La realidad internacional no estaba aún definida. El socialismo era una fuerza en formación. Marx acababa de darle concreción histórica. Cumplida su función de trazar las orientaciones de una acción internacional de los trabajadores, la Primera Internacional se sumergió en la confusa nebulosa de la cual había emergido. Pero la voluntad de articular internacionalmente el movimiento socialista quedó formulada. Algunos años después, la Internacional reapareció vigorosamente. El crecimiento de los partidos y sindicatos socialistas requería una coordinación y una articulación internacionales. La función de la Segunda Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los partidos socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento. Sentían que la fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron, por consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas. El movimiento obrero adquirió así un ánima y una mentalidad reformistas. El pensamiento de la social-democracia lassalliana dirigió a la Segunda Internacional. A consecuencia de este orientamiento, el socialismo resultó insertado en la democracia. Y la Segunda Internacional, por esto, no pudo nada contra la guerra. Sus líderes y secciones se habían habituado a una actitud reformista y democrática. Y la resistencia a la guerra reclamaba una actitud revolucionaria. El pacifismo de la Segunda Internacional era un pacifismo extático, platónico, abstracto. La Segunda Internacional no se encontraba espiritual ni materialmente preparada para una acción revolucionaria. Las minorías socialistas y sindicalistas trabajaron en vano por empujarla en esa dirección. La guerra fracturó y disolvió la Segunda Internacional. Unicamente algunas minorías continuaron representando su tradición y su ideario. Estas minorías se reunieron en Khiental y Zimmerwald, donde se bosquejaron las bases de una nueva organización internacional. La revolución rusa impulsó este movimiento. En marzo de 1919 quedó fundada la Tercera Internacional. Bajo sus banderas se han agrupado los elementos revolucionarios del socialismo y del sindicalismo” (33).

En el artículo El Congreso Anti-imperialista de Bruselas (19 de febrero de 1927), afirmó: “La lucha anti-imperialista se presenta absolutamente vinculada a la lucha revolucionaria. El socialismo europeo se encuentra en la necesidad de sostener y apoyar las reivindicaciones anti-imperialistas aunque no sean rigurosamente proletarias. El nacionalismo que en las naciones de Europa, tiene forzosamente objetivos imperialistas y por ende reaccionarios, en las naciones coloniales o semicoloniales adquiere una función revolucionaria, cuando existe real y activamente y no constituye una mera etiqueta conservadora y tradicionalista. El mérito de haber advertido esto, desde su primera hora, no le puede ser regateado a la Tercera Internacional, ni aún por sus más acres críticos del socialismo reformista. Lenin, con su genial clarividencia, comprendió, primero que nadie, la solidaridad de la revolución proletaria de Occidente con las revoluciones nacionalistas de Asia, Africa, etc.” (34).

Con estos juicios, el maestro demostró: 1) que el internacionalismo burgués y el internacionalismo proletario brotan de la misma realidad contemporánea, y que, al mismo tiempo, uno y otro, desde opuestas posiciones, expresan la lucha entre el capital y el trabajo; 2) que el marxismo es la doctrina que representa una nueva realidad en marcha; 3) que la historia de la organización internacional del proletariado ha sido el proceso por el cual se ha pasado de la Internacional-Frente a la Internacional-Partido; 4) que si en los países capitalistas avanzados el nacionalismo es reaccionario, en los países atrasados es revolucionario; 5) que, por lo tanto, la lucha anti-imperialista es parte de la revolución proletaria mundial; 6) que el socialismo internacional tiene, por eso, el deber de apoyar la lucha anti-imperialista.

Estableciendo, pues, las coordenadas y el blanco de su labor teórica, Mariátegui alcanzó la cima del pensamiento con sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, verdadera integración de la verdad universal del marxismo-leninismo y nuestra realidad concreta.

Y puede decirse que, con su obra entera, descubrió al proletariado peruano.

III

El marxismo no es únicamente un método de interpretación, sino también, al mismo tiempo, un método de transformación de la realidad. En cuanto esto último, tiene como piedra angular el principio según el cual son las masas populares las que hacen la historia.

Como en cualquier país, la transformación de la realidad peruana tiene dos momentos fundamentales: 1) la construcción de los instrumentos materiales de la revolución, construcción que tiene como piedra angular la tesis de que la teoría deviene fuerza material una vez que prende en las masas; 2) la toma del poder y la construcción del socialismo, construcción que tiene como piedra angular la creación de las condiciones materiales y espirituales de la realización del comunismo.  

        Precisamente Mariátegui constituyó el PSP, la CGTP, la Federación de Yanaconas y las bases del frente unido de nuestro pueblo. De este modo transformó decisivamente la escena política nacional.

Puede decirse, pues, en conclusión, que tanto la interpretación como la transformación de nuestra realidad concreta, llevadas adelante por Mariátegui, expresaron lo que él mismo escribió al final de 7 Ensayos: “Por los caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos”.

Acercarnos a nosotros mismos hasta encontrarnos: he aquí la esencia del método de Mariátegui, de su método teórico-práctico, de su método de interpretación-transformación de la realidad peruana.

IV

Mariátegui señaló que “la revolución rusa, en Lenin, Trotsky y otros, ha producido un tipo de hombre pensante y operante”, y que “Marx inició este tipo de hombre de acción y de pensamiento” (35). Y agregó: “El secreto de Lenin está precisamente en su facultad de de continuar su trabajo de crítica y preparación sin aflojar nunca en su empeño, después de la derrota de 1905, e una época de pesimismo y desaliento. Marx y Engels realizaron la mayor parte de su obra, grande por su valor espiritual y científico, aun independientemente de su eficacia revolucionaria, en tiempos que ellos eran los primeros en no considerar de inminencia insurreccional. Ni el análisis los llevaba a inhibirse de la acción, ni la acción a inhibirse del análisis” (36).

Consecuente con sus juicios, Mariátegui conjugó en su personalidad las más altas cualidades del teórico y del práctico, del hombre de pensamiento y de acción, del revolucionario pensante y operante.

Teórico, político, propagandista, organizador, agitador, puede decirse que José Carlos Mariátegui encarnó el método marxista.

Mariátegui fue, pues, una personalidad integral. Por eso es un ejemplo a seguir.

V

La victoria de la revolución depende de la potencia de la organización, es decir, en último análisis, del factor humano. Por eso los agonistas del Socialismo Peruano deben formarse como teóricos y prácticos, como pensantes y operantes, es decir, con una personalidad integral.

        Ser pensante significa pensar con cabeza propia. Ser operante significa actuar mancomunadamente en el colectivo.

Así pues, siguiendo el ejemplo de Mariátegui, los agonistas del Socialismo Peruano deben encarnar el método de Mariátegui.

Sólo así es posible que cumplan bien su jornada.

Notas
[1] T.13, pp.111-112.
[2] Esta nota aparece como introducción al tomo 13 de las Obras Completas de Mariátegui, pp.15-17.
[3] Ibídem, p.16. No es posible precisar en qué otras disciplinas estaba pensando  Mariátegui cuando escribió etcétera, pero no cabe duda que en filosofía el maestro se refirió al bergsonismo y en sicología al freudismo, escuelas ambas en plena boga entre fines del siglo XIX y principios del XX. Que la filosofía bergsoniana y el sicoanálisis tengan un indiscutible carácter idealista, no impide reconocer que Bergson destacó al primer plano lo irracional y Freud el inconsciente, lo que de algún forma impulsó la reflexión dialéctico-materialista de ambos fenómenos. Por eso Mariátegui dice que el marxismo “no puede dejar de basarse” en estas adquisiciones, pero esto quiere decir basarse en ellas para desarrollar una teoría propia, como precisamente hizo él mismo con el fenómeno de lo irracional.
[4] Mariátegui se refiere a la teoría de los mitos sociales. Lo que tiene de más importante el planteamiento de una moral de productores estaba ya en el Kautsky marxista (ver Etica y concepción materialista de la historia). Por eso aquí solamente examinaremos la cuestión de los mitos.
[5] Del Socialismo utópico al socialismo científico. Engels utilizó aquí el término socialismo como sinónimo de marxismo y no para designar el socialismo como una de las partes integrantes de esta doctrina. Prueba de esto es el hecho de que señala “los principios sentados por los grandes pensadores franceses del siglo XVIII” como antecedentes de la nueva concepción del mundo. Esos pensadores franceses son sobre todo los representantes del materialismo francés del mencionado siglo: Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Herder, Lessing, Schiller, Goethe, etcétera, antecesores de los representantes de las fuentes teóricas del marxismo.
[6] Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. Subrayados en el original.
[7] Defensa del marxismo, pp.43-44. Subrayados en el original. Mariátegui menciona una revista francesa y dos alemanas. El estudio de estas revistas atendiendo a la indicación del maestro, es una tarea pendiente. Tal vez los marxistas peruanos que viven en Francia y Alemania puedan contribuir a su realización.
[8] Evidentemente, esta concepción incluye la idea de que el marxismo abarca pero no reemplaza las distintas esferas particulares del conocimiento. En general, el marxismo está en relación necesaria –en sentido recíproco, y para bien o para mal– con la filosofía burguesa, las ciencias naturales, las ciencias sociales y el revisionismo. Los estudios realizados por numerosos autores sobre la relación entre el marxismo de un lado y el pragmatismo, el freudismo, el existencialismo, el estructuralismo y el funcionalismo de otro, así como a lucha contra el revisionismo, expresan dicha relación necesaria.
[9] Efectivamente, Lenin publicó su mencionado libro en 1908, aunque sólo fuera publicado al año siguiente, y Sorel publicó el suyo en el mismo año de 1908, aunque avances del mismo se publicaron en el periódico Le Mouvement Socialiste desde 1906.
[10] El empiriocriticismo fue también una forma de irracionalismo en la medida en que consideraba la intuición inmediata como la vía de conocimiento de la realidad.
[11] Reflexiones sobre la violencia, Alianza Editorial, Madrid, 1976, p.183. Subrayado en el original.
[12] Ibídem, p.186. Subrayado en el original.
[13] No sólo la frase “continuando así a Marx”, sino también las siguientes afirmaciones confirman nuestro aserto: “La verdadera revisión del marxismo, en el sentido de renovación y continuación de la obra de Marx, ha sido realizada, en la teoría y en la práctica, por otra categoría de intelectuales revolucionarios. Georges Sorel, en estudios que separan y distinguen lo que en Marx es esencial y sustantivo, de lo que es formal y contingente, representó en los dos primeros decenios del siglo actual, más acaso que la reacción del sentimiento clasista de los sindicatos, contra la degeneración evolucionista y parlamentaria del socialismo, el retorno a la concepción dinámica y revolucionaria de Marx y su inserción en la nueva realidad intelectual y orgánica. A través de Sorel, el marxismo asimila los elementos y adquisiciones sustanciales de las corrientes filosóficas posteriores a Marx. Superando las bases racionalistas y positivistas de su época, Sorel encuentra en Bergson y los pragmatistas ideas que vigorizan el pensamiento socialista, restituyéndolo a la misión revolucionaria de la cual lo había gradualmente alejado el aburguesamiento intelectual y espiritual de los partidos y de sus parlamentarios, que se satisfacían, en el campo filosófico, con el historicismo más chato y el evolucionismo más pávido. La teoría de los mitos revolucionarios, que aplica al movimiento socialista la experiencia de los movimientos religiosos, establece las bases de una filosofía de la revolución, profundamente impregnada de realismo psicológico y sociológico, a la vez que se anticipa a las conclusiones del relativismo contemporáneo, tan caras a Henri de Man. La reivindicación del sindicato, como factor primordial de una conciencia genuinamente socialista y como institución característica de un nuevo orden económico y político, señala el renacimiento de la idea clasista sojuzgada por las ilusiones democráticas del período de apogeo del sufragio universal, en que retumbó magnífica la elocuencia de Jaurés. Sorel, esclareciendo el rol histórico de la violencia, es el continuador más vigoroso de Marx en ese período de parlamentarismo socialdemocrático, cuyo efecto más evidente fue, en la crisis revolucionaria post-bélica, la resistencia psicológica e intelectual de los líderes obreros a la toma del poder a que los empujaban las masas” (Defensa del marxismo, pp.20-21. Los subrayados son nuestros). “El sorelismo como retorno al sentido original de la lucha de clases, como protesta contra el aburguesamiento parlamentario y pacifista del socialismo, es el tipo de la herejía que se incorpora al dogma. Y en Sorel reconocemos al intelectual que, fuera de la disciplina del partido, pero fiel a una disciplina superior de clase y de método, sirve a la idea revolucionaria. Sorel logró una continuación original del marxismo, porque comenzó por aceptar todas las premisas del marxismo” (ibidem, p.126. El subrayado es nuestro).    Pero estas afirmaciones no tienen el valor que algunos comentadores quieren atribuirles, si se tiene en cuenta que fue Lenin, y no Sorel, quien realmente revisó la teoría de Marx –no su método– en el sentido positivo del término, y la llevó a un nivel nuevo de desarrollo. Por eso Mariátegui adhirió al marxismo-leninismo, y no, por supuesto, al sorelismo.   
[14] Proudhoniano, bergsoniano, anarcosindicalista, Sorel tuvo siempre una posición negativa ante la dialéctica marxista, la dictadura del proletariado, la Segunda Internacional y la Comuna de París. 
[15] Sorel se empeñó en hacer creer que su teoría de los mitos sociales expresaba una posición marxista. En el capítulo cuarto de sus Reflexiones…, llega a decir que “se da una identidad fundamental entre las tesis capitales del marxismo y los aspectos globales que ofrece el conjunto de la huelga general”; que “los principios fundamentales del marxismo no pueden entenderse debidamente si no es con la ayuda de la perspectiva de la huelga general; y, por otro lado, cabe pensar que esa perspectiva sólo cobra toda su significación para quienes han asimilado la doctrina de Marx”; que ”Quizá no quepa mejor prueba para demostrar el genio de Marx, que la notable concordancia entre sus puntos de vista y la doctrina que el sindicalismo revolucionario construye hoy lentamente, con gran trabajo, manteniéndose en el terreno de la práctica de las huelgas” (edición citada, pp.188-189, 191 y 200). Incluso llega a sostener: “El penúltimo capítulo del primer volumen de El Capital no puede dejar ninguna duda sobre cuál era el pensamiento íntimo de Marx; éste representa la tendencia general del capitalismo por medio de fórmulas que serían, muy a menudo, francamente discutibles si fueran aplicadas literalmente a los fenómenos actuales; podría decirse –y se ha dicho– que las esperanzas revolucionarias del marxismo eran vanas, puesto que los rasgos de ese cuadro han perdido su realidad. Se ha vertido infinidad de tinta a propósito de esa catástrofe final que debería estallar como consecuencia de una revuelta de los trabajadores. Sin embargo, no hay que tomar ese texto en su sentido literal; estamos en presencia de lo que yo he llamado un mito social; tenemos un boceto fuertemente coloreado que da una idea muy clara del cambio, pero ningún detalle del mismo debería ser debatido como si se tratara de un hecho histórico previsible”. “Si analizamos cómo se ha preparado siempre el espíritu para una revolución, es fácil reconocer que siempre ha recurrido a mitos sociales, cuyas fórmulas han variado según los tiempos. Nuestra época exige una literatura más sobria que la que se utilizaba en otro tiempo, y Marx tuvo el mérito de desembarazar su mito revolucionario de todas las fantasmagorías que a menudo han hecho que se buscara el país de Jauja” (La descomposición del marxismo, en El marxismo de Marx, Talasa Ediciones, Madrid, pp.189-190). Pero, desde luego, ninguna de estas afirmaciones corresponde a la verdad. La teoría de los mitos sociales de Sorel no es una teoría marxista.
[16] Para demostrar nuestra aserción basta recordar dos hechos de conocimiento general: las manifestaciones de misticismo revolucionario en la Unión Soviética de Lenin y Stalin y en la China de los tiempos de la Revolución Cultural.
[17] Es pertinente anotar que, mientras la teoría soreliana de la huelga general como el mito del proletariado nunca tuvo vigencia práctica y ha terminado en el olvido incluso en el papel, la teoría mariateguiana de la revolución como el mito del proletariado está viva en la lucha que libran los pueblos, en el mundo entero, animadas por la doctrina de Marx.
[18] El alma matinal, p.24. La elipsis es nuestra.
[19] Ibídem.
[20] Ibídem, p.27.
[21] Raymundo Prado afirma en relación a esta cuestión: “Es realmente extraño que la falta de comprensión de los sentidos que dan a la palabra ‘mito’ tanto Sorel como Mariátegui, haya determinado la marginación de un tema legítimo del marxismo: el estudio del complejo de fuerzas subjetivas que mueven a las masas y la peculiaridad de estos móviles en el comportamiento revolucionario del proletariado. La elaboración de una teoría sistemática del desarrollo de la conciencia de clase obliga a la incorporación de este problema al seno del materialismo histórico. Pues nadie podría sostener que las multitudes que participan en un proceso revolucionario lo hacen exclusivamente por el imperativo de una convicción teórica, que generalmente se adquiere a posteriori como sostiene Mariátegui” (El marxismo de Mariátegui, Amaru Editores, Lima, 1982, pp.62-63).
[22] T.11, p.61.
[23] Ibídem, p.59. Tan importante es el aspecto interpretativo del método marxista, que Mariátegui llegó a decir que “Si el socialismo no debiera realizarse como orden social, bastaría esta obra formidable de educación y elevación para justificarlo en la historia (Defensa del marxismo, p.62).
[24] Ibídem, p.61.
[25] T.11, pp.25 y 28.
[26] Ver carta de César Falcón al grupo de Lima del 15 de setiembre de 1923, publicada en Anuario Mariateguiano,  Nº1, 1990, pp.4-9.
[27] Martínez de la Torre, Apuntes para una interpretación marxista de la historia social del Perú, t.II, p.272.
[28] T.13, p.248.
[29] T.8, pp.156-165.
[30] T.3, pp.59-61. Las elipsis son nuestras.
[31] T.11, pp.25-28.
[32] T.8, pp. 156-160. Las elipsis son nuestras.
[33] La escena contemporánea, pp.112-114. Subrayados en el original.
[34] Citado en Jorge Falcón, Educación y cultura en Lenin-Mariátegui, Editora Amauta, Lima, 1981, pp.96-97.   
[35] Defensa del marxismo, p.44.
[36] Ibídem, p.118.

07.10.2008.




Una Visión Histórica Actual


José Carlos Ibarra


En Nuestra América, el siglo XX se inició con la llegada de una nueva ideología: orden y progreso. Esta ideología marcó, sin duda, una orientación en la política económica de nuestros países a partir de dos ejes principales: apertura de los mercados locales al capital extranjero y la consecuente profundización de la lucha de los grupos de poder en contra de las masas trabajadoras. Allí donde los estados lograron consolidarse como nación, las burguesías ya desarrolladas embistieron rápidamente contra las jóvenes organizaciones clasistas de corte contestatario, en su mayoría influenciadas por el anarquismo. Y, por el contrario, los países cuyos estados atrasados no habían logrado conformar una nación, abrieron el camino para desarrollar el ideario nacional burgués. Pero en uno y otro caso la imposición de la nueva orientación en las economías locales se abrió paso a sangre y fuego. 

De allí para adelante, la historia de nuestro continente siguió el mismo sendero: las organizaciones de masas y las protestas populares fueron aplastadas unas tras otras al son de los tambores de guerra de las clases explotadoras. 

Pero nuestro continente, sometido como hasta ahora, siguió las líneas trazadas por los intereses foráneos. Las distintas clases nacionales (nacionales pero no nacionalistas) vendieron a bajo precio la enorme riqueza natural con que cuenta nuestra América. Y no podía ser de otra manera, pues con ello mantenían su situación de clase y obtenían las migajas que el capital extranjero les dejaba.

Esta fue la etapa del liberalismo.

Luego, con el pasar de los años y como producto de las nuevas condiciones internacionales dadas: revolución rusa, primera guerra mundial, revoluciones campesinas, nacionalizaciones, etc., las necesidades del capital extranjero impusieron una nueva política económica en nuestro continente.

En pocos años, la miseria material creada por el liberalismo trajo consigo algunos ventarrones de nacionalismo burgués, los mismos que, en algunos países, lograron integrar a la clase campesina a un proyecto nacional y, en otros, siguió condenándola al ostracismo. En el primer caso, sometiéndola a su política conservadora.

Muy pronto, sin embargo, los proyectos nacionalistas burgueses cayeron en franca contradicción con los intereses económicos del gran capital extranjero. Las nacionalizaciones no fueron vistas con buenos ojos, y todo gobierno que quería desembarazarse de las directrices del imperio sufría rápidamente la aplicación de la teoría Monroe: “América para los americanos”, la misma que incluía, en casos extremos, la invasión.

Estos procesos, naturalmente, fueron acompañados de un discurso populista y de políticas que atacaban por encima la vieja estructura de propiedad de la tierra. Así, el populismo, dirigido a crear una clase burguesa con contenido nacional se dirigió a crear un estado corporativo o, en algunos casos, a sostener el estado de cosas pero formando una alianza con amplios sectores populares ganados ideológicamente o que se sumaban al proyecto burgués, habida cuenta de mantener sus intereses pequeño-burgueses.

Esta fue la etapa del populismo.

Pero el populismo, como se sabe, no acabó con la miseria material de las amplias mayorías. Si bien incorporó a amplios sectores a la vida política y social, no pudo remediar lo fundamental ni en la ciudad ni en el campo. Vanos fueron los intentos de crear cooperativas agrícolas, talleres artesanales o semi-industriales donde la explotación llegó a enmascararse bajo el discurso patriótico, explotación que dio origen, con el tiempo, a nuevos y más violentos levantamientos populares.

Allí donde la política burguesa de crear una nación no encontró mejor forma que inflar el pecho del pueblo de nacionalismo haciendo uso de un discurso anti-imperialista, bajo las circunstancias internacionales del mundo bipolar, rápidamente se organizaron revueltas y golpes de estado dirigidos por la bota militar. Y, en otros casos, donde el riesgo de las luchas sociales iba en serio aumento, concluyeron con el establecimiento de una política de desapariciones, homicidios y masacres en masa, lo que dio origen a gobiernos militares que marcaron, con el sable enrojecido, un nuevo capítulo dentro del derrotero histórico de la lucha de clases en nuestro continente.

Ni siquiera los propósitos más serios de organización de las masas en un partido y proyecto propios terminaron por cuajar. Sea por falta de preparación, ausencia de suficientes cuadros o por una insuficiente penetración en las clases trabajadoras, los proyectos fracasaron. Sumado a ello, una parte de la dirigencia clasista de nuestro continente asimiló mecánicamente la experiencia de los luchadores de Sierra Maestra, no comprendiendo así que no todos los métodos y derroteros del cambio social son iguales para “todas las latitudes y climas históricos”.

Así fue como se abrió en América un tercer período: las dictaduras militares.

Estas dictaduras, impuestas para aplastar los levantamientos populares, terminaron por aumentar los héroes de nuestro pueblo. Las clases explotadoras, con más experiencia a la hora de utilizar las contradicciones internas en el seno del pueblo, ganaron la batalla.

Ya impuestas las dictaduras en nuestra América, las luchas sociales cambiaron su norte: había que recobrar la democracia, la libertad de prensa, de expresión, de reunión. Tampoco bajo esas circunstancias se supo qué hacer. La indecisión de unos y la falta de una organización propia, terminó por llevar a unos al matadero y a otros a la lucha democrático-burguesa. Así, el pueblo, sin organización, sin ideología y sin programa, se lanzó a derrotar la bota militar. 

Más tarde, con el cambio de táctica de las clases dominantes: pde las dictaduras militares a los regímenes democrático-burgueses, nuestros pueblos vivieron años angustiosos de reacomodo político. El mundo bipolar pasó a ser parte de la historia y nuevamente las ideas del liberalismo, gritando “el fin de la historia” en todos los idiomas, se impuso en nuestro continente. Es cierto que este proceso no estuvo exento de luchas populares (el Caracazo, 1989, etc.), pero ya las campanas doblaban por otros aires.

Así, el liberalismo nuevamente instalado en nuestro continente (la primera experiencia en este sentido fue la de los Chicago Boys, en el Chile de Pinochet) volvió a aplicar toda su vieja política económica sin que hubiera algún esfuerzo serio que lo impidiera. Se vendieron las industrias como antaño, las materias primas corrieron como verdaderos ríos de riqueza hacia el centro del poder mundial y el pueblo pagó con su propio empobrecimiento una nueva etapa de explotación capitalista-imperialista.

De allí a la actualidad, nuestra América ha seguido un derrotero parecido al del siglo pasado. El liberalismo, una vez más, tras constantes crisis económicas mundiales, entró en un período de crisis terminal. Los problemas sociales se agudizaron y el deterioro de las condiciones de vida por efecto de una industrialización salvaje,  determinó demandas de una vida digna de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo. Las grandes corporaciones hicieron estragos las economías nacionales y hasta llevaron a la quiebra financiera a países enteros. La reorientación de las políticas económicas impuestas en nuestro continente, dirigidas a mantener estable la macro economía y reducir los gastos estatales, mellaron la pobre economía popular.

De este modo surgieron nuevas luchas populares exigiendo trabajo, salud, educación, seguridad social, respeto al medio ambiente, etc. En estas condiciones, un nuevo populismo se abrió paso en algunos de nuestros países; un nuevo populismo que haciendo uso de un discurso indigenista y anti- imperialista, nada ha resuelto, en lo sustancial, a favor de las mayorías.

Se han repartido tierras de poca calidad, se han organizado fábricas dirigidas por los mismos trabajadores y hasta se les ha otorgado armas como en algún caso, pero más allá de eso nada ha cambiado. El poder, en algunos países, ha pasado de manos de la burguesía pro-imperialista a la pequeña burguesía nacionalista.

Y, después de este nuevo populismo, cuando las luchas sociales se incrementen, sobrevendrá un nuevo período de dictaduras militares. Pues, al fin y al cabo, la bota militar es el último recurso con el que cuenta el sistema capitalista para mantenerse en el poder.

Entonces es de esperar que, asimilando las lecciones de la historia, los pueblos de Nuestra América, sepan qué hacer. Mientras tanto, utilizando las condiciones de democracia burguesa, hay que acumular fuerzas para unir programáticamente al 90% de la población de cada país. 

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