viernes, 8 de julio de 2011

José Carlos Mariátegui y los Trabajadores Mineros de Morococha

Víctor Mazzi


El 14 de junio del 2010 se ha cumplido el 116 natalicio del hamutaq José Carlos Mariátegui. En celebración de su onomástico, pongo a disposición de mis lectores un extracto de mi libro: Una experiencia alternativa en la educación peruana, publicada el año 2007 por la Asamblea Nacional de Rectores (Perú).

Me aparto de las habituales exégesis y eslóganes a los que se han acostumbrado distintos estudiosos de la obra de nuestro hamutaq Mariátegui, quien usualmente termina convertido en artículo de fe y su pensamiento es elevado como un dogma irrebatible conteniendo verdades absolutas. Deseo marcar distancias de los ataques exacerbados contra su obra y pensamiento por quienes pretenden argumentar que el hamutaq Mariátegui fuera un «marxista variopinto», que equivocó la aplicación del pensamiento de Marx a la realidad peruana. Suscribo que la obra del Mariátegui debe alabarse menos y estudiarse mucho más, hay que desmitificarlo y comprenderlo en su real dimensión: El fundador del proyecto socialista en el Perú.

En este texto estudiamos la relación de José Carlos Mariátegui con un grupo de trabajadores mineros de Morococha, relación que se sitúa entre los años 1926-1930. La afirmación de que el hamutaq Mariátegui fuera un intelectual “pequeño-burgués”, es una opinión falaz e injusta. Aquí mostramos cómo José Carlos Mariátegui dirigió a los trabajadores mineros del centro, asesorándolos contra los abusos que había cometido la empresa norteamericana Cerro de Pasco Copper Corporation. Fue nuestro hamutaq quien impulsó la organización y fundación de la Federación de Trabajadores Mineros del Perú, cuya primera sede funcionó en el distrito de Morococha. Una acción poco conocida acerca del hamutaq Mariátegui fue que él asesoró a dichos trabajadores mineros para que realicen una primera experiencia educativa de orientación socialista, en la escuela obrera que ellos habían fundado en 1924.

Hoy, el distrito de Morococha está próximo a desaparecer, debido al proyecto de minería a tajo abierto que viene desarrollando la empresa de capitales chinos Chinalco. Con la ejecución del tajo desaparecerán los edificios e instituciones donde los trabajadores mineros guardan mucho de su historia y de la presencia del primer pensador socialista peruano que compartió sus ideales y proyectos con los trabajadores mineros.

Advierto que he retirado las notas finales y algunas anotaciones que hacen referencia a las fuentes consultadas, en muchos casos, cartas, informes, resoluciones ministeriales y manuscritos, tanto de funcionarios del Estado peruano, como de la compañía norteamericana. Estas fuentes de consulta las he tomado del Archivo General de la Nación, Sala de investigaciones bibliográficas de la Biblioteca Nacional y de la obra édita del hamutaq.

El reconocimiento a José Carlos Mariátegui como "Amauta", también tiene su equivalente  en  nuestra pertenencia lingüística original como "hamutaq",  de ahí que utilicemos ambas denominaciones para referirnos al ejercicio de su sabiduría.

I: El grupo socialista de Lima.

Desde su regreso de Europa en 1923, José Carlos Mariátegui empezó el desarrollo de sus ideales socialistas insertándose en el movimiento obrero. Desde su condición de profesor de la Universidad Popular Gonzáles Prada, se involucró dentro de los ideales y la organización sindical de los trabajadores textiles de Vitarte. La necesidad de fundar un Partido Político acorde con los intereses de los trabajadores fue una de las metas que se trazó asociándose con distintos intelectuales y líderes obreros socialistas que luego fueron conocidos como el «Grupo de Lima», al separarse definitivamente del proyecto del APRA que impulsó Víctor Haya de la Torre.

El mismo José Carlos Mariátegui escribe sus planteamientos sobre la necesidad de incorporar a los trabajadores mineros en el naciente Partido Socialista:

«En el Perú, la organización y educación del proletariado minero es con la del proletariado agrícola una de las cuestiones que inmediatamente se plantean. Los centros mineros, el principal de los cuales (La Oroya) está en vías de convertirse en la más importante central de beneficio en Sudamérica, constituyen puntos donde ventajosamente puede operar la propaganda clasista. Aparte de representar en sí mismas importantes concentraciones proletarias con las condiciones anexas al salario, acercan a los braseros indígenas, a obreros industriales, a trabajadores procedentes de las ciudades, que llevan a esos centros su espíritu y principios clasistas».
       El “Grupo de Lima”, bajo la dirección de José Carlos Mariátegui, se propuso expandir y consolidar su influencia en la zona minera del centro del Perú desde 1927. Para tal propósito se valió de la revista Amauta, la misma que funcionó como un órgano periodístico de centralización y concentración de trabajadores afines a los ideales socialistas. Desde su aparición, en 1926, la revista Amauta fue difundida entre los trabajadores mineros de Morococha. Se le podía adquirir en la «Librería Obrera» que regentaba el ciudadano italiano Carlo L. Pezzutti, en la calle Pflücker.

El fortalecimiento del trabajo político en el movimiento obrero peruano se realizó con el objetivo de lograr la fundación y consolidación del Partido Socialista del Perú. El 15 de setiembre de 1928, la editorial de la revista Amauta proclamaba lo siguiente: «El trabajo de definición ideológica nos parece cumplido... Para ser fiel a la revolución le basta ser una revista socialista». El domingo 16 de setiembre de 1928, en la playa de La Herradura (Chorrillos, Lima) se fundó la primera célula inicial del Partido Socialista, afiliado a la III Internacional. El 7 de octubre en la casa del obrero Avelino Navarro (Barranco, Lima), se constituyó el grupo organizador del Partido Socialista del Perú, nombrando como su primer Secretario General a José Carlos Mariátegui; contaba además con la presencia de Ricardo Martínez de la Torre, Avelino Navarro, Julio Portocarrero, Fernando Borjas, César Hinojosa, Bernardo Regman, Luciano Castillo y Chávez León. Se aprobó un acta de constitución y un programa político de nueve puntos. Desde su fundación, urgió de la necesidad de ampliar su influencia con sindicalistas del valle de Chicama, con trabajadores petroleros de Talara, campesinos de Huaraz, campesinos e intelectuales de Junín, Puno, Cusco, Arequipa y Chiclayo. Entre éstos se encuentran los intelectuales y obreros de las localidades mineras de Morococha, Yauli y Cerro de Pasco.

Ya en 1926 Mariátegui había establecido contactos con algunos líderes mineros de Morococha por intermedio de Carlo L. Pezzutti. Entre estos trabajadores destacados se encontraban Adrián C. Sovero, Ramón D. Azcurra y Gamaniel Blanco. Fue Carlo Pezzutti quien expandió estos contactos con otros intelectuales de Jauja, entre ellos Abelardo Solís, Sixto Miguel y Clodoaldo Espinoza Bravo. La colonia de italianos en el centro del Perú estrechó sus vínculos con diferentes intelectuales de Jauja y Morococha. Esos vínculos fueron aprovechados después por Mariátegui.

La importancia de este trabajo sindical y político que desarrolló Mariátegui puede notarse cuando envía a un dirigente sindical de gran importancia y nivel como fue Julio Portocarrero, con el fin de consolidar la organización sindical entre los trabajadores mineros de Morococha, para afianzar la consolidación del Partido Socialista y crear la primera central sindical del Perú, la Confederación General de Trabajadores del Perú. Julio Portocarrero ya tenía una larga experiencia como dirigente de los trabajadores textiles de Vitarte. En 1927 viajó subrepticiamente a Moscú para asistir como delegado de los trabajadores peruanos al IV Congreso de la Internacional Sindical Roja (Profintern), y, en 1929, viajó a Montevideo como delegado obrero peruano al Congreso Constituyente de la Confederación Obrera Latinoamericana y después como representante socialista a la Conferencia Comunista de Buenos Aires.

El mismo Julio Portocarrero nos brinda el siguiente testimonio, sobre esta directiva que le encomendó Mariátegui. Dice:

«A mi vuelta de Buenos me entrevisté con Martínez de la Torre. Yo consideraba que a José Carlos Mariátegui le había ya informado [Hugo] Pesce de todas las discusiones que se habían producido en Buenos Aires (...). Procedí en esa forma y no hice sino incorporarme al trabajo de la organización de la CGTP. Este trabajo de organización de la central de los trabajadores era nuestra principal preocupación. Y estaba en esta labor, cuando Mariátegui me dijo que debía de viajar al campamento minero de Morococha.

Realicé el viaje, con el propósito de verme con Gamaniel Blanco y Adrián Sovero, y conversar sobre la constitución del sindicato allá en Morococha. Ellos dos estaban vinculados con Mariátegui por carta y se encargaban de distribuir Amauta y Labor en la zona. Blanco era maestro de la escuela de Morococha, y Adrián Sovero trabajaba en la mina».

Aunque las fechas que recuerda Portocarrero son confusas, pues parece que fue a Morococha antes de 1929, probablemente entre julio o agosto de 1928, después de su regreso de Moscú y antes de su viaje a Montevideo y Buenos Aires. Las directivas de Mariátegui fueron la formación y consolidación de un sindicato minero y la difusión de criterios e ideas para estructurar dicho organismo, tal como recuerda Portocarrero:

«En Morococha me reuní con un grupo tanto la primera como la segunda noche, y les expliqué cómo debía de ser la organización sindical. Ya ellos debían desenvolverse; decidir si constituirse en Comité, en Grupo, en fin. No sólo hice este primer viaje; Mariátegui me pidió que fuera otra vez, llevando unos libros que me dio para su venta. Yo también llevé mi mercadería; como vendedor ambulante que era iba a ofrecerla, y me recorrí todo el campamento de Morococha. Después vino la entrevista con el grupo grande. Ya habían formado su Comité de organización para el sindicato; ya habían desplegado esa actividad. Los encontré en plena labor. Lo único, que en esta segunda vez hacía un frío muy agudo».

La labor organizativa de Portocarrero muy pronto fue detectada por la Gerencia de la Cerro de Pasco y el gobierno leguiísta, teniendo Mariátegui que reemplazarlo por Antonio Navarro Madrid, su secretario personal, para continuar el trabajo de coordinación y organización sindical y partidaria. Julio Portocarrero brinda el siguiente testimonio:

«Después de un tiempo hubo un tercer viaje; pero este viaje lo realizó [Antonio] Navarro Madrid. Yo sólo lo acompañé hasta Chosica para, en el camino, ponerlo al tanto de cómo se realizó antes la labor de formación del movimiento sindical en Morococha. Así él, en antecedentes y de acuerdo con las instrucciones de José Carlos Mariátegui, podía desplegar toda la labor para la formación de la Federación de Trabajadores Mineros en las minas del centro. Y también ver lo relativo a la organización del partido en La Oroya, Cerro de Pasco, Jauja y Huancayo».

Un hecho precipitó el estrechamiento de relaciones con los mineros de Morococha: el desastre ocurrido el 05 de diciembre de 1928, por la inundación de túneles y galerías causado por la perforación de un pozo de ventilación que salió directamente a la laguna de Morococha. En este desastre fallecieron treinta y dos personas, entre ellos, dos ingenieros extranjeros. «Daba miedo-testimonia un antiguo trabajador minero- pues en el pique principal de la mina central, el suelo se remecía y por esa boca, salía con mucha fuerza un aire turbio que antes no habíamos visto». Este suceso terminó por convencer a los trabajadores mineros de la necesidad de la representación sindical y la defensa colectiva de sus reclamos, los unió en su rechazo y condena al superintendente de Morococha.

II: Impacto de la revista Amauta y el periódico Labor en Morococha

El periódico Labor como prensa de información e ideas empezó a circular el 10 de noviembre de 1928. Sirvió como órgano para la concentración y organización de los sectores obreros del Perú. El tipo de lector que orientó su línea editorial fue dirigido a un amplio sector de la población. «Labor» debía informar sobre cultura, cuestiones internacionales, cuestiones de organización y formación de un nuevo tipo de sindicato obrero, la superación del anarco-sindicalismo y el mutualismo, el problema agrario y sus posibles vías de solución, temas de educación, entre otros.

       A partir del número 4 (29 de diciembre de 1928) Labor se dirige a reivindicar los reclamos de los trabajadores mineros de Morococha, con motivo de la catástrofe ocurrida el 5 de diciembre de 1928. Harold Kingsmill, gerente general de Cerro de Pasco Copper Corporation, percibió el peligro contra sus intereses económicos que generaba Labor al circular en Morococha, Cerro de Pasco y La Oroya. La compañía norteamericana y el gobierno de Augusto Bernardino Leguía trataron de acallar tal desastre, imponiendo el silencio en distintos periódicos que circulaban en Lima. Desde Labor, el hamutaq Mariátegui respondió con un desafiante titular: «Cómo se produjo la catástrofe de Morococha». El articulo redactado por Abelardo Solís, colaborador de «Labor» y asesor laboral de los trabajadores mineros, lanzó una grave acusación contra la Cerro de Pasco Copper Co. poniendo en evidencia la responsabilidad y negligencia del superintendente de Morococha, Geo Dillimgham, por exigir la perforación de una chimenea de ventilación que salió directamente al lecho de la laguna Morococha, ocurriendo un desastre previsible a todas luces. Las consecuencias de dicha catástrofe motivaron el mayor estrechamiento de relaciones orgánicas entre el grupo socialista de Lima y los trabajadores de Morococha.

En el Nº 5 (15 de enero 1929) se publica el artículo «Las condiciones de trabajo en las minas». Este artículo detalla las condiciones laborales, difíciles, duras, llena de peligro, a las cuales está sometido el trabajador minero. Éste sufre neumoconiosis como enfermedad degenerativa por trabajo en las minas, además de los frecuentes «accidentes de trabajo», donde frecuentemente perdían la vida algunos trabajadores. En el artículo se lee una acusación directa contra la transnacional norteamericana: «Las utilidades de la empresa minera se amasan con la vida de muchos ignorados y miserables obreros peruanos, y con las lágrimas de su familia desamparada». Se percibió en Morococha la presión de la transnacional norteamericana por ocultar tales condiciones de trabajo en los periódicos de Lima. Desde las páginas de Labor se alentaba la organización laboral, mediante la creación de un sindicato de trabajadores:

«Si los trabajadores estuvieron en condiciones de usar su derecho a asociarse a organizarse ya habrían encontrado la vía de sus reivindicaciones y una reglamentación ya estaría en marcha. Pero a la ignorancia de la mayor parte, se une la autoridad despótica que sobre todos sus actos tiene la empresa americana, omnipotente en la región minera. Cualquier tentativa de organización sería considerada como un acto de rebelión inconcebible».

Se hace referencia de una catástrofe minera ocurrida en Goyllarisquizga, durante el gobierno de José Pardo, donde perecieron más de trescientos trabajadores y se informó que sólo fueron treinta las víctimas. En este número de Labor, se toma importancia a la difusión sobre la necesidad de constituir bibliotecas obreras y al impulso de la autoeducación obrera. Leemos en sus páginas: «cada obrero será el maestro de sí mismo». Este artículo influyó en los mineros de Morococha por la adquisición de cultura y libros.
       En el N° 06 (02 de febrero 1929) se difunde la noticia del peligro que producen las excavaciones y túneles por debajo de la ciudad de Cerro de Pasco. El titular de un artículo presiona contra la compañía norteamericana: ¿Amenaza también una catástrofe en Cerro de Pasco? En la página cuatro leemos con detalle los hechos y precisiones respecto a la catástrofe del 05 de diciembre en Morococha. Informa que fueron veintiséis las víctimas de una cuadrilla. Indica que el trazo de la mina «Yankee» debió salir al Cerro donde se ubica la mina «Cecilia». Detalla las peores condiciones de trabajo y las acciones del superintendente de Morococha por acallar los reclamos respecto a la negligencia de los ingenieros americanos. Puede leerse: «Las escuelas y los hospitales funcionan porque a los obreros se les hace un descuento forzoso del mísero jornal que perciben». Los mineros de Morococha percibieron que el quincenario que dirigía el hamutaq Mariátegui los defendía contra los abusos de la empresa norteamericana y que hacía eco de sus reclamos laborales, de las injusticias que se cometían contra ellos:

«Los obreros de las minas son tratados peor que bestias, obligados a trabajar doce y catorce horas. Mal alimentados, peor vestidos y dentro de unas condiciones de higiene que solamente se puede observar en las trincheras de los campos de batalla. Todas las funciones del organismo se hacen dentro de las minas, respirando un aire nocivo por las emanaciones de los minerales, sin ninguna protección para las filtraciones, y amenazados a todo instante por la muerte».

Este tipo de noticia incomodó al Gerente de la Cerro de Pasco, quien confió en que estos hechos fueran olvidados paulatinamente al pasar el tiempo.

En el Nº 7 (21 de febrero 1929), la línea editorial del periódico nuevamente se enfrenta a la Compañía norteamericana y reclama: «Hay que evitar el amenazante peligro del hundimiento del Cerro de Pasco» (sic). Parte del artículo se refiere a la catástrofe ocurrida en Morococha como negligencia por parte de la Cerro de Pasco Copper Co. Se afirma que: «El Mundo y Labor son los únicos periódicos limenses en denunciar los abusos que comete la transnacional».

Leemos también en la revista Amauta una carta de reconocimiento fechada el catorce de enero de 1929. Indica el encabezado: «Camarada director de Labor». E indica que los obreros se sienten identificados con José Carlos Mariátegui, respecto a la campaña de Labor. Dice: «Hemos leído con sumo interés, la verdad de los acontecimientos, escrita en las columnas de «LABOR». Frente a la catástrofe, y, ante el silencio de la prensa limeña controlada por el gobierno de Leguía y la actitud de la gerencia de la transnacional, dice:

«He aquí, pues, las consecuencias que nada o casi nada importa a la Compañía, en cuanto se refiere a la vida de los obreros que han sucumbido; pero sí, seguramente, en cuanto toca al capital perdido. Su actitud lo evidencia.

Labor sin hacerse responsable específicamente de la información enviada de este lugar, responsabiliza a la compañía, y, para el efecto, insinúa la necesidad de escuchar la voz libre del pueblo. Pues bien, nosotros los obreros, damos nuestro veredicto afirmativamente. Y, con nosotros, todo el pueblo de Morococha seguramente daría su palabra condenatoria y de severa protesta, si no fueran las criminosas maquinaciones de la Compañía».

Esta carta redactada por Gamaniel Blanco y refrendada por los otros líderes mineros muestra el reconocimiento que hacen de la actitud valiente de Mariátegui de denunciar los atropellos y abusos que cometía una transnacional norteamericana. En Amauta número veintidós (abril 1929) en la sección «Procesos» se encuentra el artículo: La verdad sobre la catástrofe minera de Morococha suscrito por Abelardo Solís. En el se indica que hubo negligencia en la explotación minera, sin tomar en cuenta las vidas de los trabajadores y de sus propios ingenieros. Debido a esto, informa del despido de Geo Dillimgham y su inmediato reemplazo por Alexander Mc Hardy. Denuncia Abelardo Solís la presión por acallar las responsabilidades de la Empresa. Dice:

«Todas las informaciones, no obstante, se han limitado a describir la magnitud de la catástrofe y a consignar diversas versiones sobre la forma en que se produjo el derrumbe e inundación de las minas de la Cerro de Pasco Copper Corporation. Pero nadie habrá leído una sola información en la que se exprese concretamente la causa principal del accidente y su carácter culposo. Parece que el miedo o cualquier otro sentimiento o convencionalismo ha impedido a los periodistas el señalar a los culpables de esa catástrofe y de informar detalladamente sobre la culpabilidad que ha habido en la realización de ese accidente minero».

Puede comprobarse como cierta esta denuncia revisando los periódicos limeños de diciembre de 1928, cuando informaron sobre esta catástrofe. No hay señalamiento de las responsabilidades en la que incurrió dicha Empresa transnacional.

A partir del número 8 (1º de mayo de 1929), Labor acusa dificultades económicas. Se reduce el número de suscriptores, los anunciantes, presionados por el gobierno de Leguía y a instancias de la presión de la Compañía norteamericana, dejan de adquirir los espacios para propaganda comercial que ofrecía Labor. El gobierno de Leguía intentaba clausurar el periódico Labor mediante la asfixia económica. Este problema fue superado mediante campañas pro-óbolo de publicación lanzada tanto para «Amauta» como «Labor». En este número se dedica con mayor importancia a la autoeducación obrera.

En este número hay una carta con fecha 9 de febrero de 1929, dirigida al Director de Labor, José Carlos Mariátegui, por los trabajadores de Morococha, informando sobre la labor cultural de los trabajadores mineros. Informan sobre la constitución de un organismo cultural obrero: La Sociedad de Pro Cultura Nacional y lo nombran como su delegado en Lima. Este organismo fue concebido para la defensa de la cultura del pueblo, sobre todo, para evitar las represalias de la Gerencia de la Cerro de Pasco Copper Co. Sobre esto, Ricardo Martínez testimonia:

«Habíamos logrado establecer contactos personales con algunos empleados y obreros de las minas de la Cerro de Pasco. La circulación de «Labor» en esa zona fue un estímulo para que los mineros comprendieran sus necesidades y sus derechos. Aunque nuestro semanario fue clausurado posteriormente, ya había cumplido su misión en el seno del movimiento obrero. El primer paso hacia la organización, como medida para burlar la represión policial y de los imperialistas, fue organizar un pequeño centro «cultural», el cual designó como su delegado en Lima a Martínez de la Torre».

       La Sociedad de Pro Cultura Nacional jugó una importante función en la educación obrera y en la difusión de cultura popular. No representó un simple organismo cultural, sino que potenció la maduración de la organización sindical en Morococha. Augusto Mateu Cueva, trabajador minero y luego de la enseñanza, fue uno de los fundadores de dicha Sociedad. En su obra narrativa, Lampadas del minero, da testimonio de cómo se realizaban sus actividades culturales y de la resistencia del gobernador de Morococha para autorizar la realización de sus conferencias.

Con la conformación de la Sociedad Pro Cultura Nacional se buscó alentar el espíritu de organización colectiva, tal como reza la directiva a los trabajadores de este asiento minero:

«No nos cansaremos de repetir que únicamente organizándose, uniéndose, sindicalizándose, podrán los trabajadores de las minas conseguir que se respete sus derechos y se atienda a sus reclamaciones. Individualmente, serán siempre burlados. Colectivamente, a través de las asociaciones que ejerza su representación jurídica, en uso de un derecho que la Constitución del Estado garantiza, sabrán hacerse escuchar».

Después de este número, Labor entró en receso asfixiado por problemas económicos.

El 1 de agosto Labor, en un número extraordinario, lanza una campaña contra el belicismo de los japoneses y norteamericanos contra la Unión Soviética, en sus pretensiones guerreras contra este país socialista. Incluye un manifiesto de la Federación de Trabajadores del Tejido. Informa que reanudará con regularidad: «En nuestra edición del 1 de mayo hicimos un llamamiento a nuestros amigos y simpatizantes de Lima, Callao y provincias para que nos ayudaran a obtener la estabilidad económica de Labor».

El Nº 9 (18 de agosto 1929) indica que Labor se convertirá en un semanario apenas la economía lo permita y que para lograrlo «Necesitamos- dice José Carlos Mariátegui- alcanzar un tiraje estable de 6,000 ejemplares, íntegramente absorbidos en la República e inmediatamente pagados». En la segunda página leemos: «Las grandes empresas mineras no cumplen con la ley de accidentes de trabajo». Este artículo está suscrito por Gamaniel Blanco. «Las denuncias –escribe Blanco- de casos en que la Cerro de Pasco Copper Corporation ha negado asistencia e indemnización a los obreros inválidos en las labores de sus minas, se han sucedido en los últimos tiempos, sin que esa compañía les haya opuesto ningún desmentido.» Además inserta un Proyecto de Estatuto de la Confederación General de Trabajadores del Perú, el mismo que se utilizó como material para la realización de su Primer Plenum.

En el número 10 (agosto, 1929) la línea editorial de Labor enfrenta a la International Petroleum Company con un artículo suscrito por Jorge Basadre. Este último número causó la irritación de los Gerentes de la Cerro de Pasco Copper Corporation e IPC. Ambos presionaron al gabinete de Leguía para la clausura de Labor. José Carlos Mariátegui enfrentó la agresión del gobierno leguiísta, esto puede leerse en la carta que le dirigió al Ministro de Gobierno, Benjamín Huamán de los Heros. Escribe:

«He sido notificado, como director de «Labor», por el inspector general de Investigaciones, de que la publicación de este quincenario de Información e ideas queda terminantemente prohibida; y, al mismo tiempo, me llegan noticias de que algunos vendedores han sido molestados y amenazados por los agentes de policía, por exhibir «Labor» en sus puestos y de que a algunos les han sido quitados los ejemplares que expendían como lo comprueba el vale que adjunto del agente Carbonell, por cuatro ejemplares.». «Es posible que la existencia de este periódico resulte incomoda a las grandes empresas mineras que infringen las leyes del país, en daño a sus obreros». «Pero ni uno ni lo otro me parecen justificar la clausura de este periódico por razones de orden público».

En la historia del periodismo peruano, observamos que hay periodistas decentes que escribieron la verdad con pasión, colisionando con los intereses del poder económico y político establecido y por ello sufrieron represión. De manera irónica sostiene Mariátegui que quizás deba contarse entre los riesgos de su ejercicio, un «nuevo género de accidente del trabajo», con secuelas de censura oficiosa y brutal de un régimen que se aprestaba a inaugurar un tercer mandato, asumiendo la defensa cerrada de los intereses económicos norteamericanos.
 
       En una carta enviada a Esteban Pavletich, secretario personal de César Augusto Sandino, sobre las causas de la clausura de «Labor» escribe lo siguiente:

«Nos han suprimido en estos días «Labor» que había llegado al Nº 10. Este número precisamente tuvo gran éxito en las masas. Pero, por esto mismo atrajo demasiado la atención de la policía, que espiaba su desarrollo. Parece que un artículo sobre «Talara, feudo de la International Petroleum Co.» dio lugar a una gestión de esta empresa todopoderosa contra nosotros. Hemos reclamado al Ministerio de Gobierno; y las organizaciones obreras, según sé, presentarán memoriales sosteniendo nuestra demanda; pero parece imposible que de inmediato obtengamos éxito. Dado el golpe contra «Labor» no se querrá volver atrás fácilmente>>.

¿Cuál fue el impacto de Labor entre los trabajadores mineros? Afirma Ricardo Martínez de la Torre que el periódico ya había cumplido su misión cuando fue clausurado. En Morococha, debido a su influjo, hubo de surgir un nuevo periodismo obrero, distinto cualitativamente al de la prensa anarco-sindicalista. Indirectamente, creó las condiciones para el surgimiento de una profusa literatura siguiendo los postulados del realismo social, entre los obreros mineros e intelectuales cercanos a la actividad minera.

III: La huelga del 10 de octubre de 1929.

El hamutaq Mariátegui centró todos sus esfuerzos en la organización sindical de los trabajadores mineros de Morococha. Este trabajo organizativo dio sus frutos el 10 de octubre de 1929, cuando los obreros se declararon en huelga indefinida planteando un pliego de reclamos al Superintendente de Morococha, Alexander McHardy, estableciendo un Comité Obrero de Reclamos. La causa de esta huelga fue la decisión del superintendente de Morococha de reducir el salario de los lamperos de mina y del despido arbitrario de 50 trabajadores, a los cuales la empresa norteamericana se negó a reconocerles el pasaje de regreso a sus pueblos de origen, en el valle del Mantaro.

La paralización afectó inmediatamente a la compañía norteamericana. El gobierno de Leguía envió un destacamento armado de cien policías para resguardar las instalaciones mineras. Buscaba provocar algún incidente para justificar una brutal represión en contra de los líderes obreros y quebrar la huelga que desarrollaban. La disciplina obrera y la experiencia de sus líderes evitaron el fracaso. Los dirigentes mineros presentaron un pliego de reclamos siguiendo los procedimientos y normas legales imperantes en 1929. El Prefecto de Junín los acusó de incitar a la población a una rebelión, pero igualmente tuvo que aceptar que debían respetarse los procedimientos legales y debían negociarse las peticiones planteadas al Gerente General de la compañía, en la ciudad de Lima.

El asesoramiento de José Carlos Mariátegui en la planificación y apoyo material para el éxito de esta huelga de los mineros de Morococha fue contundente, tal como se aprecia en una carta que dirigió a Moisés Arroyo Posadas:

«Excelente y oportuno el volante solicitando la solidaridad de los mineros de Cerro de Pasco, La Oroya, etc., para sus compañeros de Morococha. Ha estado en Lima el Comité de Morococha, pero no ha conseguido el éxito que esperaba en sus gestiones. La empresa se niega a conceder el aumento. Y el gobierno por supuesto la ampara.- Lo que interesa, ante esto, es que los obreros aprovechen la experiencia de su movimiento, consoliden y desarrollen su organización, obtengan la formación en La Oroya, Cerro de Pasco y demás centros mineros del departamento de secciones del sindicato, etc. No deben caer, por ningún motivo, en la trampa de una provocación. A cualquier reacción desatinada, seguiría una represión violenta».

La huelga, en un primer momento, sorprendió al Superintendente de Morococha. Alexander McHardy, consideró que los mineros podían ser reprimidos y desarticulada la huelga, debido a una aparente debilidad organizativa. No supo que se había constituido un poderoso organismo sindical minero, organizado bajo la supervisión del mismo hamutaq Mariátegui. Esto puede leerse en su correspondencia con Moisés Arroyo Posadas:

«Conviene que converse Ud. sobre esto con el compañero [Abelardo] Solís y que escriba a Morococha. Dígale a [Abelardo] Solís que el acta de fundación de la Federación de Trabajadores del Centro, con sede en Morococha, dejaba pendiente la constitución de la organización especial de los mineros. En vista de esto, el Comité ha deliberado la constitución del sindicato de mineros y fundidores del centro. El sindicato de mineros y fundidores del centro será, además, el punto de partida de la Federación de Mineros del Perú».

Este trabajo organizativo para fundar la Federación Minera en Morococha muestra a José Carlos Mariátegui como un destacado político y organizador del gremio de trabajadores mineros del Perú. Él consideró que la importancia de la organización minera consolidaba una etapa en la constitución de la Confederación General de Trabajadores del Perú.

       En el transcurso de la huelga de octubre de 1929, esta delegación de trabajadores mineros se trasladó a Lima para gestionar el reconocimiento oficial como Comité Central de Reclamos ante el Ministerio de Fomento. Visitaron a José Carlos Mariátegui en su casa de Washington izquierda y consolidaron su adhesión al Partido Socialista.

El hamutaq Mariátegui y Gamaniel Blanco estrecharon sus relaciones amicales. Entre ambos surgió la inmediata simpatía, los unía la misma trayectoria como autodidactas y como periodistas. Mientras Mariátegui trabajó como cronista parlamentario, Blanco fue corresponsal y redactor del diario El minero de Cerro de Pasco. La evolución intelectual de Gamaniel Blanco se respaldó en el autodidacto Mariátegui, encontró apoyo incondicional, extendiéndole éste literatura para desarrollar sus experiencias como maestro y dirigente minero.

En el epistolario sostenido entre Mariátegui y Blanco puede notarse sus motivaciones intelectuales y perspectivas políticas. Dicho epistolario está impregnado de directivas y consejos a Blanco de cómo centralizar y organizar un sindicato minero, así como para desarrollar el trabajo educativo como maestro en los Centros Escolares Obreros.

Durante las negociaciones para la resolución del conflicto y solución del pliego de reclamos, Nicolás Salazar Orfila delegado de la oficina de Fomento del gobierno Leguiísta, se desempeñó como abogado defensor de los intereses de la Compañía norteamericana. Esto puede leerse en la información que muestra La Correspondencia Sudamericana, sobre el desarrollo de la negociación del conflicto huelguístico:

«La obsecuencia de Leguía para con el imperialismo es absolutamente indiscutible. En el curso de «Solución» de este conflicto mostró con toda desnudez su incondicionalismo y su servilismo. En esta reunión a que nos referimos intervino como representante del gobierno el señor N. Salazar Orfila, quien presidió por lo demás la negociación. Su discurso no sólo no contiene una palabra contra la Copper Corporation, sino que es su mejor y más descarada defensa. Está íntegramente destinado a destacar las dificultades de la empresa y a mostrar la exageración que hoy significa el pedido obrero. En la bolsa de Nueva York se ha producido un pánico sin precedentes. Salazar dice que repercute en nuestro país, pues la Copper Corporation tiene su sede en aquella ciudad; por ello la situación de la empresa es muy difícil. La cotización del cobre, contrariamente a lo que creen los obreros, no es la que aparece públicamente (y no da naturalmente ninguna explicación del hecho), siendo de tal manera grave las condiciones de la empresa, que con un aumento de salarios, habría de cerrar las minas. Por consecuencia, añade, es un bien para el obrero el no insistir en el aumento de los salarios, ya que esto importaría el cierre de las minas, la desocupación de muchos millares de obreros que no serían absorbidas por otras industrias también en crisis, etc.

Hace enseguida el elogio de Leguía, verdadero protector de los obreros, pide a los delegados de los huelguistas que tengan fe en la benevolencia ilimitada del dictador, les incita a bajar a las minas para edificar la grandeza nacional- sinónimo por lo visto, de las altas ganancias del imperialismo- y termina invitándolos a que «aplacen para mejor oportunidad la solicitud sobre aumento de salarios y gratificaciones»

Como leemos, la resolución del conflicto que logró la gerencia de la Cerro de Pasco y el gobierno de Leguía fue la aceptación a renunciar a la petición de incremento salarial, aunque convino en reconocerles representación gremial ante la negativa y descontento del Gerente de Cerro de la compañía norteamericana. Leemos en la Correspondencia Sudamericana una grave acusación contra los miembros de la comisión obrera de negociación:

«Los dirigentes de los huelguistas han traicionado directamente a las masas; han admitido en no insistir en lo del aumento salarial, sometiéndose a la buena voluntad que, en el futuro, mostrará el Presidente Leguía. Han entregado a las masas y han destroncado la huelga. La «solución» del conflicto de Morococha tiene bases muy débiles e inestables, todas las condiciones que lo generaron quedan en pie, y no cuesta trabajo prever nuevos movimientos de los obreros mineros»

Esta acusación es contraria a los criterios positivos de la solución del conflicto hecha por Mariátegui, quien consideró que el triunfo de la resolución del conflicto huelguístico fue el de conquistar la libertad de organización y representación de los intereses de los trabajadores ante la compañía norteamericana. Recordemos que en su mensaje al segundo Congreso Obrero de Lima, Mariátegui reclamó que un proletariado sin más ideal que el aumento de su salario, nunca será capaz de una gran empresa histórica, para alcanzarla requería mayor organización. Aunque sabiendo la debilidad organizativa de sus miembros, señaló que lo importante fue el reconocimiento sindical.

El mismo Gamaniel Blanco deja testimonio sobre este hecho, como participante directo en el conflicto, él fue nombrado secretario general de la Comisión Central de Reclamos. Conviene transcribir el testimonio que nos brinda del desarrollo de esta huelga:

“La huelga iniciada el 10 de octubre de 1929 fue, entre todas las realizadas hasta la fecha, una de las más notables por la corrección con que se entablara, después que habíase iniciado a manera de motín, como en las anteriores veces. En este movimiento, los obreros consecuentes de su deber y respetando la reglamentación de la materia y las indicaciones de la autoridad competente presentaron ante la Gerencia General de la Cerro de Pasco Copper Corporation un pliego de reclamaciones exponiendo los causales de la huelga y los puntos de la reivindicación. La masa trabajadora en pleno, en el local del Club de Movilizables, eligió a sus personeros representativos con el fin de que asumieran su dirección y su defensa. El señor Adrián C. Sovero fue elegido Presidente del Comité Obrero de Reclamos, habiendo sido secundado por los señores Gamaniel E. Blanco, como secretario General, y Ramón D. Azcurra, Enrique Saravia, Alejandro Loli, Abel Vento y otros como delegados y vocales. El 99% de los puntos señalados en el Pliego de Reclamos fueron reivindicados en este movimiento, en donde reinó la más grande comprensión entre el elemento trabajador y sus representantes. El día 14 de octubre, los representantes de la colectividad obrera reunidos con el Gerente General de la Compañía Americana, señor Harold Kingsmill y el Superintendente de la sección Morococha, señor A.C. McHardy, presididos por el doctor Augusto de Romaña, Prefecto del Departamento, arribaron al arreglo final de la huelga, acto en el cual los obreros, por medio de sus representantes, reivindicaron sus derechos señalados en el pliego ya citado. Luego este pliego fue sancionado para mejor seriedad en la Dirección General del Ministerio de Fomento, el 15 de noviembre del mismo año, en presencia de los delegados obreros, del Gerente General de la compañía americana, del Prefecto, doctor Romaña y del Director Interino de Fomento, señor Nicolás Salazar Orfila. Para detallar mejor sobre este particular, sería menester ocuparse, especialmente en un folleto digno de su merecimiento, ya que la mediación halagadora del señor Presidente de la República don Augusto B. Leguía puso de manifiesto su nunca desmentido apoyo para con la clase proletaria. Por medio de los comprobantes que en su debida oportunidad publicaron los periódicos de la Capital, el público podrá haberse dado cuenta de la gran trascendencia de este singular movimiento. Uno de los triunfos más rotundos conseguidos por los representantes obreros fue el derecho de organización y la estabilidad del Comité Obrero de Reclamos. En suma: el movimiento obrero de 1929 fue una epopeya heroica y digna del proletariado de Morococha”.

       En síntesis, esta huelga consiguió el reconocimiento oficial del Comité Central de Reclamos. Fue un triunfo sindical antes que económico. Muchos puntos del pliego de reclamos quedaron pendientes, sobre todo el de incremento salarial. Harold Kingsmill, Gerente de la Cerro de Pasco Copper, suscribió el acta de la negociación en la convicción de que burlarían sus compromisos laborales posteriormente. Resuelta la huelga, los mineros denotan un cambio en la conducta del personal norteamericano, dicen: «se han vuelto, de la noche a la mañana, respetuosos con la gente, amigables y aún tolerantes en extremo». Mientras que los trabajadores mineros muestran «altivez y rebeldía» al defender sus derechos laborales.

Culminado el conflicto laboral el embajador norteamericano Alexander Moore* y el Gerente General de la Cerro de Pasco Copper Co. Harold Kingsmill, presionan al gobierno de Augusto B. Leguía para que encarcele a diferentes intelectuales y dirigentes sindicales ligados a José Carlos Mariátegui, con la finalidad de cortar la influencia que tenía en los trabajadores mineros. Esto puede leerse en la correspondencia entre Ricardo Martínez y el trabajador minero Héctor A. Herrera:

«Los periódicos nos dan cuenta de las continuas visitas de Kingsmill al Presidente, lo cual es motivo de variados comentarios en la localidad. Unos creen que están ultimando las gestiones para el esperado aumento, y que el Presidente, llevado de su espíritu de protección a los obreros, está presionando al gerente de alguna forma, pero los que apreciamos mejor la realidad creemos, más bien, que Kingsmill está haciendo todo lo posible para no dar un centavo a nadie, y que el Presidente, quiera o no quiera, tendrá que aceptar sus condiciones, y tendrá, asimismo, que apresurarse a rodear de mayores garantías a la propiedad y a las preciosas vidas de los amigos norteamericanos.

Las visitas que realizó Harold Kingsmill al presidente Augusto B. Leguía fueron para ultimar detalles sobre la desarticulación de los líderes sindicales y políticos de Lima, y cortar sus vínculos con los mineros de Morococha. Una gran redada policial se desarrolló el lunes 11 de noviembre de 1929, con la detención de José Carlos Mariátegui y un grupo de intelectuales cercanos a la revista Amauta. El gobierno Leguiísta, a través de su ministro de Gobierno, Benjamín Huamán de los Heros, lanzó la acusación del “Complot comunista” con la intención de desactivar al naciente Partido Socialista, tal como denuncia el mismo José Carlos Mariátegui en una carta dirigida a César A. Miró Quesada:

«Mi casa es designada como el centro de la conspiración. Se me atribuye especial participación en la agitación de los mineros de Morococha, que en reciente huelga, que ha alarmado mucho a la empresa norteamericana, han obtenido el triunfo de varias de sus reivindicaciones, entre otras las de su derecho a sindicalizarse. El gobierno acaba de obligar a los obreros a renunciar al aumento que gestionaban y se teme que nosotros defendamos e incitemos a los obreros a la resistencia».

En otra carta dirigida a Samuel Glusberg, fechada el 21 de noviembre de 1929, Mariátegui describe el incidente como escandaloso y sumamente arbitrario: «Tuve que hacer enormes esfuerzos para impedir que se llevarán mi biblioteca», rechaza la descripción patética y la queja, «detesto la actitud plañidera. No he especulado nunca sobre mis dramas». Pone al descubierto las intenciones represivas del gobierno Leguiísta. Dice: «Se trata, también, de crear el vacío a mi alrededor aterrorizando a la gente que se me acerque. Se trata, como ya creo haberle dicho alguna vez, de sofocarme en silencio.- Mi propósito de salir del Perú con mi mujer y mis niños se afirma en estos hechos. No puedo permanecer aquí. No me quedaré sino el tiempo necesario para preparar mi viaje».

Aún bajo esta dura represión, Mariátegui mantuvo el trabajo de coordinación con los mineros de Morococha. Hace un balance de la huelga minera y su repercusión en la ola represiva desatada en su contra. Escribe:

«El gobierno que acaba de imponer a los obreros de las minas de Morococha, después de una huelga, la renuncia al aumento que exigían, defiende probablemente los intereses de la gran compañía minera del Centro Cerro de Pasco Corporation. Se aprovecha del raid contra los organizadores obreros, para hostilizar a los artistas y escritores de vanguardia que me ayudan a mantener «Amauta.»
       Si bien es cierto, la huelga del 10 de octubre de 1929 no consiguió sus reivindicaciones económicas iniciales, fue considerada como un triunfo político y sindical, sobre todo un éxito organizacional. Esto se hace evidente en las cartas del superintendente de Morococha, la molestia que generaba la intervención de la Comisión Central de Reclamos, que impedía el abuso en contra de los trabajadores. «Este Comité -Dice Alexander McHardy- manda continuamente «oficios» a mi oficina, formulando reclamos por los obreros. Están bajo la impresión de que la Compañía no puede despedir a sus obreros cualquiera que sea el motivo. Además, sostienen que la Compañía debe proporcionar pasaje de ferrocarril a los trabajadores que han sido despedidos y a sus familias, o que no encuentran trabajo, de regreso a sus pueblos». Las metas productivas que acordó el directorio de la compañía en Nueva York, fue obtener máxima ganancia por un mínimo de gastos en derechos laborales. Esto explica la necesidad que tenían por clausurar este organismo sindical, tal como leemos en un informe de McHardy, dirigido a Kingsmill, fechado el 24 de marzo de 1930:

«En general, la situación aquí es más o menos tranquila al presente y los desórdenes que ocurren de vez en cuando son fomentados por el Comité [Obrero de Reclamos]. Estoy seguro que si los obreros fueran dejados solos, estarían completamente tranquilos. La mayoría de ellos parecen estar contentos desde que los jornales en Morococha son los más altos en la región, de cualquier otro campamento. Me parece que, a menos de que el Comité de Reclamos se halle oficialmente reconocido por el Ministerio de Fomento, debe ser suprimido, porque estoy seguro de que está haciendo más daño que bien a todos.»

El Prefecto de Junín, José Arias, en su informe al Ministro de Gobierno, sostiene que los efectos de la huelga de 1929, ha sido contraria para los intereses de la compañía norteamericana y sostiene que sus representantes no son propiamente trabajadores mineros. Dice:

«Desde la huelga que ocurrió en octubre de 1929, ha existido un comité obrero conocido con el nombre de Comité Central de Reclamos, Federación de Trabajadores del Centro, y se compone de los siguientes miembros: Presidente: A.C. Sovero. Trabaja en la Compañía, en la oficina de tiempo y está encargado de los campamentos de obreros. Es un «empleado» conforme a la ley 4916. Secretario General: Gamaniel Blanco. No trabaja en la Compañía. Es maestro de una de las escuelas de Morococha. Ramón D. Azcurra: Trabaja en la compañía como tareador. Es un «empleado» conforme a la ley 4916. A.M. Vento: Trabaja en la Compañía como caporal en la superficie. Ha sido considerado como «empleado». A.E. Loli: Trabaja en la Compañía como contratista en las minas.»
       La huelga del 10 octubre de 1929 fue determinante para la consolidación de la organización gremial minera, aunque causó una ola represiva en contra de los líderes socialistas de aquella época, fue suficiente para dotarle de nueva orientación sindical bajo el pensamiento de Mariátegui.

El poder económico y político que ejerció la compañía norteamericana, puede evidenciarse cuando presionó al gobierno de Leguía para nombrar y despedir prefectos del departamento de Junín. En una carta dirigida a Ricardo Martínez, Héctor Herrera le informa la preocupación del Prefecto de Junín por la presión que ejercía el gerente de la compañía norteamericana por sacarlo del puesto. Dice:

«El Prefecto, Dr. Romaña, cuyas dotes de hombre y caballero hemos tenido ocasión de apreciar, se queja de que la Corporation está haciendo gestiones encaminadas a sacarlo del puesto; pero confía que el Ministro de Gobierno, que es amigo personal suyo no ha de prestar mucha atención a lo que diga Kingsmill.»

Este cambio del Prefecto se efectuó después del golpe de Estado de Luis Sánchez Cerro, ocurrida en agosto de 1930. Evidentemente, el directorio de Cerro de Pasco tuvo un poder omnímodo en la región minera del centro. Jerónimo Santiváñez, el nuevo Prefecto de Junín, corrió con la misma suerte que el anterior Prefecto, pues su testimonio deja en claro que es la compañía norteamericana quien puso condiciones del gobierno en la región, cuando fue a mediar durante los incidentes y paralización de labores el 10 de octubre de 1930. Dice:

«No obstante de que en ese Ministerio se habían hecho todo lo posible por favorecer a los delegados [mineros]: no obstante de que mi despacho hizo, igualmente, todo por el bien de los obreros, al extremo de cómo se recordará, el Gerente de la Empresa [Kingsmill] pidió mi destitución o reemplazo, tanto al señor Presidente de la Junta de Gobierno, como a Ud. señor Ministro (prueba lo más elocuente de mi actuación), no obstante de que quise cortar los abusos de parte de la Empresa, no precisamente por sostener un capricho, sino porque me di cuenta de que nuestros humildes obreros habían sido explotados desde años atrás, sin que se levantara una sola voz en su ayuda.»

Fue Santiváñez, el más prolífico y fiel cumplidor de las directivas de la Junta de Gobierno, pero evidentemente colisionó con los intereses y las directivas laborales que aplicó la Cerro de Pasco Copper Co. El poder político y económico de la región fue supeditado a los intereses de una transnacional minera, que traspasó los límites de soberanía que un Estado puede permitirse en materia de propiedad y control del capital extranjero.

Durante la consolidación de la CGTP, en los primeros meses de 1930, se solicitó a los líderes de la Comisión Central de Reclamos que designaran un representante en Lima como delegado de los mineros de Morococha. Esta designación recayó en Julio Portocarrero. En marzo de 1930, Portocarrero sufre prisión, por su actividad organizativa para con los trabajadores mineros de Morococha. La naciente CGTP y los sindicatos obreros de Lima solicitan la libertad de su dirigente sindical. Sobre el mismo es oportuno transcribir el comunicado de la Unificación de Obreros Cerveceros Backus y Johnston:

«Por los informes que obran en nuestro poder sabemos los atropellos que viene sufriendo la clase trabajadora, ya no solamente de parte del capital sino también de las autoridades políticas quienes con su acostumbrada manera de enmarañar las cosas perturban cada vez que le venga en gana la modestia de los trabajadores, como es en el momento actual. Tienen preso desde hace algunos días al camarada Julio Portocarrero, delegado de la Federación de Obreros Mineros de Morococha, sindicándolo como agente propagandista del comunismo. Si bien es cierto que será un bello ideal, nosotros en nuestro medio no lo conocemos, desde luego estamos muy lejos de tales ideas, así por el estilo tenemos tanto y muchos abusos que pesan sobre nuestras cabezas»

El paro fue coordinado con los trabajadores de Morococha. Ya José Carlos Mariátegui convalecía una dolorosa enfermedad, probablemente osteomielitis. Ricardo Martínez de la Torre, siguiendo la sugerencia de Mariátegui, envió a Julio Del Prado a coordinar el éxito de esta paralización con los trabajadores de Morococha. Esto puede leerse en una carta del 28 de marzo de 1930 que envió a Adrián C. Sovero: «La visita de nuestro enviado es secreta. No debe conocerlo más que Ud. y Blanco. Después me enviará Ud. informes de la forma en que se desarrolle su movimiento».

A los pocos días de lograrse la libertad de Portocarrero, y después de una dolorosa agonía, fallecía José Carlos Mariátegui el 16 de abril de 1930. Entre los telegramas de condolencias que se envían a su esposa Ana Chiappe, está el de los trabajadores de Morococha, el que conviene transcribir:

«Morococha.- Grupo Amauta, Confederación General de Trabajadores, viuda Mariátegui.- Nombre Federación Trabajadores Centro enviamos sentido pésame por fallecimiento vigoroso escritor vanguardia inmaculado apóstol laborismo José Carlos Mariátegui.- Adrián Sovero, Gamaniel Blanco, Miguel de la Mata, Gliserio Núñez, Moisés Espinoza, Abel Vento, Enrique Saravia, Ramón Azcurra, Alejandro Loli, Vicente Pérez, Luis La Madrid, Héctor Herrera, Moisés Palacios, Santiago Villar, Oscar Oátegui, Máximo Santiváñez, José Montero, Leoncio Caro, Faustino Cruz, Alipio Chávez»

La Federación de Trabajadores del Centro representó uno de los anhelos organizativos que alentó Mariátegui y que a su muerte logró constituirse. Funcionaba a la vez como Comité Central de Reclamos y Federación de Trabajadores. Esta dualidad de denominación permitió la concentración y defensa de los derechos de los trabajadores, luego será un organismo representativo de la Confederación General de Trabajadores del Perú.

IV: Conflictos y articulación sindical de los trabajadores mineros del Centro después del fallecimiento de José Carlos Mariátegui.

El 20 de mayo de 1930, cerca a Chosica, el Partido Socialista cambió su denominación a Partido Comunista del Perú, siguiendo las directivas y recomendaciones del Secretariado de la Tercera Internacional. Este cambio de denominación no varió los términos ideológicos y organizativos que Mariátegui había desarrollado con la finalidad de consolidar la organización sindical de los trabajadores mineros del centro.

En julio de 1930, Jorge del Prado es destacado a Morococha para reforzar la labor entre los trabajadores mineros de Morococha. A su arribo, Del Prado descubrirá que la presencia del Partido Comunista era pública y sin algún velo de secretismo; debido a la labor de propaganda que realizó Gamaniel Blanco Murillo, tal como se lee en una carta que dirigió a Ricardo Martínez de la Torre el 21 de julio de 1930:

«También le comunico que con gran sorpresa mía (que) nadie ignora aquí la existencia del P (artido). Parece que José Carlos [Mariátegui] le dio a [Gamaniel] Blanco toda clase de detalles y si mal no me acuerdo hasta le entregó el manifiesto [del Partido]. [Gamaniel] Blanco como buen p[equeño] b[urgués] no pudo callar nada y hoy tiene usted que todos lo saben, creo que esto me ha de facilitar la labor, pues ya no tendré que andar con rodeos, ya que la cosa ha sido precipitada de ese modo. Lo malo es que, aunque conociendo su existencia, casi todos se muestren conformes de no pertenecer a él».

En esta correspondencia puede leerse la decisión de ambos en apartar a Gamaniel Blanco del trabajo de consolidación de organización sindical minera. A fines de julio de 1930, Ricardo Martínez escribía a Jorge del Prado lo siguiente: «Respecto a su prescindencia de los elementos como Blanco, etc. la encuentro conveniente. Hay que limpiar a la organización de las influencias pequeño-burguesa». Jorge Del Prado contestaba: «ya quedó públicamente descartado Blanco». Fue evidente que ambos no entendieron la actitud de Gamaniel Blanco, no se percataron de que muchos de los dirigentes sindicales mineros con los que contaban como aliados, habían promovido en 1924 un «Comité de Reelección Presidencial» de Augusto B. Leguía.

La pugna por el liderazgo de los trabajadores mineros pasó por su educación y un cambio de mentalidad. Esto sólo podía darse como un proceso lento y efectivo. Los líderes del Partido Comunista de aquella época consideraron que imponiendo una nueva mentalidad política, los trabajadores mineros debían aceptarla inmediatamente, sin mostrar dudas. El sólo hecho de estar insertos en el engranaje dominativo del capital norteamericano fue requisito suficiente para comprenderlos como «aliados naturales». Discrepando con tal criterio, Gamaniel Blanco desplegó un importante programa de educación obrera, ubicando la necesidad de enfrentar el dominio económico foráneo mediante la tensión de lo nacional, de resaltar los valores patrióticos. Esto colisionó con el naciente internacionalismo, que les permitía comunicarse con otros trabajadores y organismos mundiales diversos. Cuando Gamaniel Blanco escribe sobre la bandera peruana, se puede leer entre líneas que está atacando la pérdida de valores nacionales. Sin ser un «chauvinista» o un vulgar «patriotero», defiende lo propio y enseña el valor de lo auténtico que representa el pensamiento andino. Esta actitud fue considerada como «influencia pequeño-burguesa», de ahí la justificación del apartamiento de Gamaniel Blanco del naciente proyecto socialista.

El 10 de octubre de 1930, se originó en Morococha una fuerte protesta provocada por los funcionarios Skeen y Alexander McHardy, quienes burlándose de los acuerdos de solución del pliego petitorio, conseguida tras la huelga del 10 de octubre de1929, desconocieron la representación de Adrián C. Sovero como dirigente de la Federación Minera del Centro y lo agredieron con impunidad. La respuesta de Adrián C. Sovero fue convocar de inmediato la paralización de labores y del apresamiento de dichos funcionarios por la policía del distrito, bajo presión de los trabajadores mineros. El Sargento segundo Víctor Silva Sánchez, Comisario del puesto policial, intentó amedrentar con su arma a la masa obrera, siendo reducido e inmovilizado. «En esos momentos -narra Jorge del Prado-, Blanco subió a la baranda de la comisaría y desde allí habló acertadamente de la lucha de clases y de la toma del poder. Explicó también lo que quería decir el comunismo y el discurso terminó con vivas a la unión de los soviets. Los obreros se entusiasmaron». Este discurso indicó que Gamaniel Blanco mantenía sus convicciones políticas. Luego de la toma de la comisaría de Morococha, los obreros se retiraron a sesionar en los patios de los Centros Escolares Obreros, Gamaniel Blanco, quien ejercía el magisterio en dicha escuela- «Pronunció un discurso en el que recalcó primero, e hizo una gloriosa mención al camarada Mariátegui, incitando a seguir fielmente su obra. Poseído aún de gran porcentaje de lirismo e idealismo recomendó sobre todo «lectura» e insinuó la idea de fundar la biblioteca obrera Mariátegui». Este nuevo conflicto mostraba la agudización del antagonismo entre los intereses económicos de la compañía norteamericana y los derechos laborales de los mineros. La crisis económica mundial de octubre de 1929 afectó las ganancias y utilidades de la trasnacional por lo que necesitó justificar la reducción de la producción del cobre y plata en un mercado mundial que se contraía rápidamente, y con ella debía reducir el empleo de la mano de obra.

       Después del conflicto de octubre de 1930, Gamaniel Blanco siguiendo el pensamiento mariateguiano consolidó su liderazgo entre los trabajadores mineros de Morococha, siendo aún maestro de escuela. Los trabajadores mineros le encargan participar como su delegado y representante ante el Primer Plenum de la Confederación General de Trabajadores del Perú. Este Plenum se realizó en Lima, el 5 de noviembre de 1930. Su discurso inaugural está consignado en el diario La Crónica. Leemos:

«El compañero Blanco, delegado de la Federación de Trabajadores Mineros del Centro, tomó la palabra enseguida, remarcando el sufrimiento y la explotación a que estaba sometido el trabajador minero directamente al imperialismo yanqui. Sus palabras fueron apoyadas con mueras a todos los imperialismos y se cantó como al terminar otros discursos «La internacional», y otros himnos del trabajador.»

Este Plenum fortaleció el trabajo sindical que José Carlos Mariátegui había forjado tiempo atrás. Durante la realización del Congreso Minero en la Oroya, en noviembre de 1930, el Prefecto de Junín acota que Blanco “Hace (…) una exaltada apología de José Carlos Mariátegui, llamándolo el Lenine Americano”. El liderazgo de Gamaniel Blanco constituyó una referencia de la persistencia del pensamiento mariateguiano entre los trabajadores de aquella época.

Sin embargo, hechos posteriores muestran que después de fallecido Mariátegui, en nuevo Secretario del Partido Comunista, Eudocio Ravines al poco tiempo de su arribo del exilio en Europa, empezó una campaña para «desmariateguizar» sus filas, motejando como «mariateguistas» a quienes se oponían a la directiva de abierto conflicto denominado «clase contra clase». Esta directiva consistía en desarrollar «luchas implacables» y «golpes despiadados» contra supuestos enemigos dentro de las propias filas; se privilegiaba el conflicto interno con medidas de depuración y aislamiento a quienes no siguieran a pie juntillas dichas directivas, pues para Ravines, «quien no era un reaccionario declarado, era un contrarrevolucionario en potencia». Estas directivas fueron acogidas por muchos líderes comunistas, directiva que arruinó todo el trabajo que había desarrollado Mariátegui, al punto de dejarlos aislados de los trabajadores y débiles ante la represión de la dictadura de Luis Sánchez Cerro.

El pensamiento mariateguiano es considerado en muchos casos como guía para la interpretación de la realidad peruana y su transformación, una manera original para aplicar un programa socialista en nuestro Perú.

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* Alexander P. Moore fue embajador de EE.UU. en Perú entre el 11 de junio 1928 al 10 de julio de 1929. Fue sucedido por Fred Morris Dearing desde el 23 de mayo de 1930.

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