jueves, 2 de enero de 2025

Política

Ramón García Ante la Reunión de Barranco 

(Segunda parte) 

Eduardo Ibarra 

Prosigamos. Como hemos señalado en el artículo «El Manifiesto Comunista y el partido de clase» (publicado en partes en el blog CREACIÓN HEROICA), García expone sus ideas mediante un método que deriva en un esquema que presenta una coherencia interna puramente formal, esquema cerrado que tergiversa algunos hechos y excluye aquellos que contravienen su tendenciosa intención previa. Este método es antimarxista. Ya más arriba hemos visto que García tergiversa los motivos del frustrado viaje de Mariátegui a Buenos Aires y que sostiene que el mismo era para enfrentar «la desviación de derecha de Martínez, etcétera». Pero ocurre que, a la altura de abril de 1930, Martínez no había dado muestras de desviarse hacia el derechismo sino hacia el izquierdismo. En el artículo «Presentación a “El movimiento obrero en 1919”», Mariátegui escribió:

 

Los juicios del autor sobre el confusionismo y desorientación de que fatalmente se resentía la acción obrera, en esa jornada y sus preliminares, me parecen demasiado sumarios. Martínez de la Torre no tiene a veces en cuenta el tono incipiente, balbuceante, instintivo de la acción clasista de 1919. Después de su victoriosa lucha por la jornada de ocho horas, es esa la primera gran agitación del proletariado de Lima y el Callao, de carácter clasista. La dirección del movimiento, no puede presentar la línea severamente sindical, revolucionaria, que Martínez de la Torre echa de menos en ella. Por su juventud, Martínez de la Torre no aporta un testimonio personal de la lucha del 19. Juzga los hechos a la distancia, sin relacionarlos suficientemente con el ambiente histórico dentro del cual se produjeron. Prefiero hallarlo intransigente, exigente, impetuoso, a hallarlo criollamente oportunista y equívoco. Pero a condición de no omitir este reclamo a la objetividad, en mi comentario, obligado a establecer que el mérito de este trabajo no está en su parte crítica presurosamente esbozada.1 

Como es claro, en esta cita Mariátegui critica a Martínez por su criterio izquierdista en el enjuiciamiento de la jornada obrera de 1919. En su artículo «Polémica y acción», publicado en el número 16 de Amauta, Martínez escribió: «… toda polémica de interpretación es vana, intelectual, burguesa», y García pretende que esta afirmación expresa derechismo, cuando la verdad es que más bien expresa izquierdismo, pues absolutiza la acción en clara negación de la necesidad de la teoría, del debate, del esclarecimiento, del deslinde. Estos hechos prueban pues que García tergiversa los hechos históricos a efecto de presentar al Martínez de 1930 como derechista y, así, poder decir que, una vez instalado en Buenos Aires, Mariátegui se aprestaba a luchar contra el derechismo de Martínez y el izquierdismo de Ravinez. La verdad histórica, sin embargo, es que el derechismo de Martínez solo se configuró después del fallecimiento de Mariátegui. 

Pero hay más. García recuerda que a partir del número 17 de Amauta Martínez comenzó a publicar en partes su trabajo «El movimiento obrero de 1919», donde, refiriéndose al «desdichado Partido Socialista del Perú», señala que «sólo sirve de obstáculo a la labor de los obreros organizados». De esta forma pretende descalificar las citadas afirmaciones, pero ocurre que las mismas se refieren al partido socialista de 1919 (no al de 1928), cuya actuación Mariátegui juzga en términos coincidentes con los de Martínez:

 

La tentativa del partido socialista fracasa porque a la manifestación del 1º de Mayo de 1919 sigue la gran huelga general del mismo mes. (Véase “El Movimiento Obrero en 1919” por Ricardo Martínez de la Torre) en la que los dirigentes de ese grupo evitan toda acción, abandonando a las masas y tomando, más bien, una actitud contraria a su acción revolucionaria. Ausente Luis Ulloa del país y muerto Carlos del Barzo, el comité del partido se disuelve sin dejar huella alguna de su actividad en la conciencia obrera.2 

Así, la descalificación de García de las frases de Martínez constituye una sibilina descalificación del juicio de Mariátegui. Pero el trasfondo de esta doble descalificación muestra, una vez más, el intento de García de «desagraviar» y «reivindicar» el socialismo reformista, domesticado, y prueba, también una vez más, que en su ensayo-artículo mantiene una posición contraria a la Reunión de Barranco, a sus históricos acuerdos y, por lo tanto, a la Creación Heroica de Mariátegui y al Socialismo Peruano. 

En una nota de nuestro libro La creación heroica de Mariátegui y el socialismo peruano. Planteamiento de la cuestión, escribimos lo siguiente sobre el texto que nos ocupa: 


… García borró con el codo lo que había escrito con la mano en su ensayo «La reunión de Barranco y el Partido Socialista» (7 de octubre de 1987), a propósito de los fundadores y algunos otros militantes, así como sobre el propio Partido Socialista del Perú. Aquí, como es obvio, no es posible extendernos sobre este particular, pero sí señalar que, precisamente, algunos artículos de García, escritos poco después, en mayo de 1988, revelan lo que el mencionado ensayo tiene de mistificación, incoherencia, manipulación, inexactitud y anticipo de sus actuales posiciones con respecto a Mariátegui, al PSP y a la primera generación del socialismo peruano. En efecto, en los artículos «El lexicón octubrino», «El socialismo peruano», «El movimiento comunista», «El partido de Mariátegui» (todos publicados en la red), García niega el marxismo-leninismo (base de unidad del PSP); niega la filiación marxista-leninista de Mariátegui (filiación expresada en la base de unidad del Partido acordada por el maestro precisamente); niega las razones de Mariátegui para titular Socialista a su Partido («De acuerdo con las condiciones concretas actuales del Perú, el Comité concurrirá a la constitución de un partido socialista, basado en las masas obreras y campesinas organizadas»); niega el nombre científicamente exacto del partido proletario (mediante la manipulación de algunas citas de Mariátegui); niega el antagonismo existente entre el marxismo y el revisionismo (escamoteando así el hecho de que, dada su adopción del marxismo-leninismo, el PSP fue un partido de clase). Estos artículos desvelaron pues el trasfondo del ensayo de octubre de 1987 y evidenciaron que, ya desde entonces –aunque desde antes en realidad– García se muestra «criollamente oportunista y equívoco». 

Precisamente en el presente capítulo ha quedado demostrado que García ha mistificado algunos hechos históricos a efecto de llevar agua a su molino; han quedado demostradas, asimismo, sus incoherencias: cita los Principios programáticos del Partido Socialista, pero no se refiere en absoluto a su contenido fundamental: el marxismo-leninismo, base de unidad del Partido, y, además, se refiere al libro Defensa del Marxismo, pero sin precisar que esta defensa es contra los ataques del revisionismo; ha quedado demostrada, igualmente, la manipulación que comete de algunos hechos históricos; finalmente, han quedado demostrados los anticipos de sus posiciones abiertamente contrarias a la línea de la Reunión de Barranco, posiciones sustentadas en sus mencionados artículos de mayo de 1988. Ahora señalemos un ejemplo de inexactitud: la carta colectiva no fue escrita el 10 de julio de 1928, como cree García, sino en abril del mismo año.3 

        Como es evidente, estas constataciones se desprenden sobre todo de lo que tiene de interpretación el ensayo-artículo de García, no del examen de lo que el mismo tiene de información historiográfica, al alcance de cualquier interesado. 

Pues bien, este ensayo-artículo, donde, para decirlo ahora comprimidamente, García ha hecho uso de su método antimarxista, negado la línea de la Reunión de Barranco y, específicamente, anticipado su suplantación del marxismo-leninismo por un marxismo a secas y su suplantación del partido de clase por un partido-amalgama, es el mismo que la insolvencia teórica calificó de «magistral». 

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(1) Ideología y política, pp.182-183.

(2) Ob. cit., p. 100; cursivas nuestras.

(3) Ver capítulo anterior.


Economía

La Ridícula Propaganda del Aumento de la Riqueza de Todos los Peruanos

Cesar Risso

EL TITULAR DEL DIARIO Gestión dice: “Riqueza de los peruanos crece en 30 mil millones de dólares este año.”1 Y más adelante señala Omar Manrique (autor del artículo), que “Es la riqueza de todos los peruanos, desde los que tienen un sol hasta los que tienen cientos de millones o más”.

Si en el titular se dice “Riqueza de los peruanos” conteniendo implícitamente el cuantificador “todos”, en la segunda cita se dice explícitamente que la riqueza que ha aumentado es la de todos los peruanos. Este incremento es nada menos que de 30 mil millones de dólares.

¿En qué consiste el aumento de la riqueza, al que se refiere el artículo que comentamos? Pues: “Estos caudales se componen de la riqueza financiera más los activos reales […]”. Es decir, que este aumento está en los instrumentos financieros, como bonos, acciones, depósitos en ahorro, etc., así como bienes adquiridos, como viviendas, etc.

Comparando el aumento de la “riqueza” del año 2024 con la “riqueza” del año 2023, que alcanzó la cifra de 600 mil millones de dólares (se entiende que esta también corresponde a todos los peruanos), los 30 mil millones de dólares significan un aumento de 5%. Es decir que, todos los peruanos aumentaron su riqueza en el 5%. Esta presentación de las cifras y los porcentajes es evidentemente un intento de hacernos creer que todos hemos mejorado; que la “proeza” de tal incremento y la riqueza misma es obra de los empresarios; que los trabajadores, incluidos los desempleados, debemos de estar agradecidos y reconocer el esfuerzo de la burguesía por aumentar nuestra riqueza.

Si hacemos algunos cálculos con los montos presentados por la propaganda burguesa, podríamos ver lo grotesco de la farsa.

Si tomamos el dato del aumento de la riqueza del año 2024, y lo comparamos con la población estimada, que es de 34 millones 39 mil habitantes, entonces, a cada peruano le correspondería un aumento de S/ 3.305,00 (estamos considerando el tipo de cambio a S/3,75). Se entiende que los niños menores de un año, los desempleados, los indigentes, etc., habrían aumentado su riqueza en este importe. Si tomamos el dato por hogar, que está compuesto por 4 personas en promedio, a cada hogar le tocaría un aumento de riqueza de S/ 13.220,13. Pero si lo que tomamos es la riqueza actual, esta sería de 630 mil millones de dólares. Esto quiere decir que cada individuo, independientemente de su edad y de su condición económica y social, poseería S/ 69.405,68.

Como se puede apreciar esto es falso, tanto del lado de los trabajadores, de los desempleados, etc., como de los empresarios. Estos últimos poseen gran parte de la riqueza del país.

Por ejemplo, la familia Brescia posee 6.750 millones de dólares; la familia Romero tiene 5.460 millones de dólares; la familia Rodríguez (grupo Gloria), posee 4.300 millones de dólares; la familia Rodríguez Pastor, tiene 3.500 millones de dólares, etc.2

Esta riqueza la crean los trabajadores y se la apropian los empresarios. Así son las cosas en el capitalismo.

Se nos dice que la riqueza de cada peruano aumentó en el 5%. Pues bien, habría que calcular a cuánto asciende el 5% de un ingreso igual a cero, que es lo que “reciben” los desempleados, y los indigentes. Mas bien, lo que podemos deducir es que todos aquellos que han pasado a formar las filas de desempleados, si con algún activo contaban, se han visto obligados a venderlo. En consecuencia, en estos casos, se trata mas bien de reducción de la riqueza.

Aunque la burguesía trata a través de sus intelectuales y su prensa de convencernos de que ella es la que crea la riqueza, y de que esta riqueza es de todos, resulta demasiado evidente que la riqueza va a parar a sus manos, y que son los trabajadores, los productores directos, quienes crean la riqueza, es decir, los bienes y servicios que satisfacen nuestras necesidades.

Del lado de la representante de la burguesía en el gobierno, se ha dado un aumento de la Remuneración Mínima Vital de 105 soles, pasando de S/1.025,00 a S/1.130.00. Este incremento, que es de 10%, está por debajo de la inflación acumulada de los años 2022-2024. Durante los años 2022-2024 la inflación acumulada fue de poco más de 14%. Esto quiere decir que la capacidad de compra de la Remuneración Mínima Vital es menor en 4% a su poder de compra del año 2022.

Hace buen tiempo que a la burguesía no le alcanzan los resultados económicos y sociales para justificar su existencia y la del capitalismo.

Las soluciones propuestas e implementadas por la burguesía, con el objetivo de sostenerse en el poder y seguir usufructuando del esfuerzo de las clases trabajadoras, se ven nubladas por las propias condiciones de existencia de la burguesía. Así, una y otra vez se ven tratando de sortear las crisis económicas, y todas las consecuencias perturbadoras de su dominio como clase. Esto no nos puede sorprender, puesto que la concepción materialista de la historia le ha permitido al proletariado encontrar la respuesta:

“En toda sociedad de clases, la separación entre el pensamiento ordenador y la producción material crea la ilusión, no solo de la independencia del pensamiento, que planea por encima de la realidad material y de la acción práctica, sino también de la primacía del pensamiento.”

“Para una clase que ya no está en contacto directo con las cosas, que actúa sobre el mundo a través de los símbolos del pensamiento y del lenguaje para concebir el trabajo, y mediante órdenes dirige su ejecución, el pensamiento es prisionero de la ilusión de ser la fuerza suprema y ordenadora del mundo.”3

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(1) https://gestion.pe/economia/riqueza-de-peruanos-crece-en-us-30000-millones-en-2024-que-pasara-despues-noticia/

(2) https://www.infobae.com/peru/2024/12/31/las-familias-mas-ricas-del-peru-en-el-2024-la-mas-acaudalada-tiene-un-patrimonio-de-usd-6750-millones/#:~:text=Familia%20Romero%3A%20USD%205.460%20millones&text=Este%20gigante%20financiero%20incluye%20al,su%20valor%20en%20el%20mercado.

(3) Garaudy, Roger. 1980. Introducción al estudio de Marx. Ediciones ERA, México. 4ta edición en español. Pp. 50-51.

Internacionales

Donald Trump Amenaza con Tomar el Control del Canal de Panamá

Santiago Ibarra

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, ha amenazado con retomar el control del canal de Panamá, con el falso pretexto de que las tarifas que les cobran en ese canal a los barcos de su país son muy altas y de que el canal estaría controlado por militares chinos. Esta declaración de Trump ha sido rechazada y desmentidas técnicamente las razones dadas por Trump, tanto por organizaciones sociales de Panamá, como por el propio presidente de este país, José Raúl Mulino, quien es proestadounidense.

El canal de Panamá tiene 80 kilómetros y conecta a Asia con la costa este de Estados Unidos. Por ahí fluye el 5% del comercio mundial y el gobierno de Panamá ha recaudado 5.000 millones de dólares por concepto de tarifas cobradas a los barcos que transitan por ahí el 2024, de los cuales 2.470 millones fueron al Tesoro General de la Nación. El canal de Panamá tiene, pues, una importancia estratégica.

Buscando mantener su hegemonía a escala mundial, Estados Unidos ha llevado al mundo al borde de una guerra mundial, con el riesgo del uso de armas nucleares con consecuencias catastróficas para la humanidad. Estados Unidos busca ante todo derrotar a China y a Rusia, ocasionando para ello las guerras de Ucrania contra Rusia y el genocidio contra el pueblo palestino. Actualmente, además, viene provocando una guerra entre Taiwán y China.

Trump también ha declarado que Canadá es el Estado 51 de los Estados Unidos y que desea aumentar en un 25% los aranceles para los productos importados de ese país. Asimismo, declaró que desea comprar Groenlandia, una isla perteneciente al reino de Dinamarca. Groenlandia tiene una gran riqueza de minerales que se usan en la industria armamentística y en la producción de baterías eléctricas.

No pueden tomarse ligeramente ninguna de las amenazas de Donald Trump. Las clases dominantes de Estados Unidos vienen impulsando una política internacional agresiva, desalmada y altamente peligrosa. La política internacional de Estados Unidos está promoviendo una nueva expansión del viejo colonialismo, lo cual se ve reflejado en la ocupación israelí de territorios palestinos en Gaza y Cisjordania y de otros territorios árabes en Líbano y Siria. Especialmente, las tomas del canal de Panamá y de Groenlandia sintonizarían perfectamente con la actual situación que se vive en Medio Oriente. El gobierno del reino de Dinamarca parece entender bien esto, dado que ha destinado 1.500 millones de dólares al reforzamiento de la seguridad militar de la isla de Groenlandia.

Stalin

Nota:


El artículo que sigue a continuación (y que publicaremos en dos partes), es un esfuerzo por comprender materialistamente la personalidad ideológica, política e histórica de José Stalin. No es necesario estar de acuerdo con todas sus afirmaciones para entender que su tesis central, la excepcionalidad de Stalin en la historia de la humanidad (construcción de la primera sociedad socialista de la historia), es una verdad que solo la ignorancia más supina de los hechos o, en su defecto, la más severa estulticia puede negar. Sin embargo, tenemos un par de observaciones al artículo. La primera se refiere a la masacre de Katyn (Polonia). Ya Ella Rule, militante del Partido Comunista de Gran Bretaña (marxista-leninista), demostró con pruebas testimoniales, exámenes grafológicos e investigaciones de patólogos, que la mencionada masacre fue ejecutada por los nazis. La segunda se refiere a la afirmación final del artículo: “… los seres humanos tanto pueden, llevados por inconfesables motivaciones, aportarle a la humanidad grandes bienes como, movidos por los mejores y los más bellos ideales imaginables hacer germinar los más espantosos de los males.” Aplicada a Stalin, precisamente como se hace en el artículo que comentamos, esa afirmación, expresada así en general, abstractamente, no es convincente: ¿en qué consisten “los más espantosos de los males” resultantes de la conducción de Stalin? Solo en tres cosas: 1) los excesos en la represión durante la necesaria represión a los contrarrevolucionarios; 2) al no contar con antecedente histórico alguno que ilustrara omnicomprensivamente sobre la lucha de clases en el socialismo, no haber caído en cuenta de que era necesario movilizar lo más ampliamente posible a la masas populares a fin de modificar las circunstancias y educar a los hombres que modifican las circunstancias en el sentido de transformar su concepción del mundo, avanzar en la lucha contra la burguesía, en la prevención del revisionismo, en la consolidación de la dictadura del proletariado, en la lucha por la realización del comunismo; 3) en cierto dogmatismo. Tan difícil era resolver el problema de la continuación de la revolución bajo la primera experiencia de dictadura del proletariado estable, que, incluso seis años después del XX Congreso del PCUS, los comunistas chinos, con Mao a la cabeza, escribían que “Después de la eliminación de las clases no se debió continuar subrayando la agudización de las clases…” (“Acerca de la experiencia histórica de la dictadura del proletariado”), es decir, sostenían que las clases habían sido eliminadas en la URSS. Además, no compartimos tampoco afirmaciones como las siguientes: “[Lenin] estaba dispuesto a llegar a acuerdos con fuerzas sociales retrógradas y a pactar con quien fuera necesario hacerlo, enemigos incluidos. Su famosa Nueva Economía Política es el mejor testimonio de ello”; “Stalin logró lo inconcebible: desplazó a Lenin”; “Se cuenta que, durante su sepelio [de la primera esposa de Stalin], Stalin le confió a un amigo lo siguiente: ‘Con ella se acabaron mis últimas ternuras para con los hombres’” (runrún que no puede tomarse en serio); “Stalin fue implacable. La vieja guardia leninista y el Alto Mando del Ejército Rojo, Katyn y Berlín, los kulaks y la oposición bujarinista, por no citar más que unos cuantos casos, podrían fácilmente testificar al respecto”.

 

01.01.2025.

Comité de Redacción.

 

 

Stalin: El Incomprendido 

(Primera parte) 

Alejandro Tomasini Bassols 

Hoy, hace 48 años, murió el estadista más decisivo del siglo XX: José Visariónovich Dhugashvili, mejor conocido como “el de hierro”, esto es, Stalin. Quisiera dedicarle unas cuantas palabras. 

Como prácticamente todo mundo, yo también padecí lo que podríamos llamar la “versión hollywoodense” (si es de divulgación) o churchilliana (si es política) de Stalin, es decir, la visión distorsionada y superficial de un villano todopoderoso, semiignorante, sediento de sangre y culpable de toda clase de crímenes en contra no sólo de su pueblo, sino de la humanidad. Lo grave de caricaturas como esa no es la “crítica moral” subyacente (que ciertamente no son los gobiernos norteamericano o británico los más autorizados para emitir), sino la descarada deformación de la historia que implica. En este punto, es menester percatarse del sutil y ambiguo rol que juegan en las reconstrucciones históricas y para nuestra comprensión del pasado el espacio y el tiempo. Nosotros, para bien o para mal, pertenecemos a la zona de influencia de la cultura anglosajona, a cuyos intelectuales les correspondió, después del triunfo, escribir la primera versión de la Segunda Guerra Mundial, de los hechos que a ella condujeron y de sus implicaciones. Difícilmente habríamos podido sustraernos a la influencia de las interpretaciones y los puntos de vista de los vencedores. Por otra parte, es innegable que el tiempo juega un papel curioso en la gestación de nuestras tomas de posición, dependiendo de cuán cercano o alejado nos resulte un personaje o un evento particular. Así, y no sin razón, admiramos la labor colonizadora de algunos de los grandes conquistadores del pasado. No hay más que poner los pies en el Medio Oriente para sentir la grandeza de Alejandro, echarle un vistazo a La Guerra de las Galias para entender qué clase de hombre superior era César o hacer un recorrido por Europa Central para captar el genio del general Bonaparte. Todo ello y más es factible en parte al menos porque discurrimos sobre seres extraviados ya para nosotros en el flujo de la vida. En cambio, si nos topamos con un personaje de características semejantes y de esas mismas magnitudes sólo que, por así decirlo, palpable o tangible, la actitud histórica de veneración hacia los héroes del pasado automáticamente se transmuta en su opuesto. Es, en efecto, altamente probable que hasta el más fanático de los admiradores de Alejandro o de César, de haber sido testigo de la destrucción de Persépolis o de haber presenciado alguno de los feroces asaltos de las legiones romanas, en lugar de admiración lo que sentiría sería repulsión y rechazo. Hay, pues, un elemento de contingencia temporal del cual es preciso desprenderse si queremos tratar de llegar a lo que sería la apreciación más objetiva posible en historia. Es ese enfoque atemporal e “ingeográfico” que quisiera adoptar aquí para hablar de Stalin. 

Tomo como punto de partida un principio existencialista: el hombre actúa siempre “en situación”. Por consiguiente, si queremos comprender el fenómeno Stalin, lo primero que tenemos que preguntarnos es: ¿cuál fue el contexto social de ese hombre, es decir, qué mundo le tocó a él vivir? La respuesta, en unas cuantas palabras, es básicamente la siguiente: la horrenda realidad del zarismo, la protesta espontánea y desprotegida frente a la miseria y la injusticia, la vida en la clandestinidad, el destierro y la permanente y agobiante labor política, las abrumadoras desgracias personales, la paciente labor constructiva de organización, la infausta guerra civil, la lucha encarnizada por la orientación del nuevo país y la destrucción de la oposición, los terribles y agotadores procesos de nacionalización de la tierra e industrialización a marchas forzadas, las grandes purgas de infiltrados, espías y enemigos potenciales, las colosales tensiones del frente diplomático, la más cruenta guerra de todos los tiempos y la necesaria expansión hacia Occidente. En términos humanos, el espectáculo del cual José Stalin fue testigo es el de alrededor de 60 millones de muertos. 

En circunstancias como estas, lo que sólo a un débil mental o a un hipócrita demagogo se le podría ocurrir sería culpar o acusar en forma descontextualizada a un individuo por desenvolverse exitosamente en condiciones tan poco envidiables. Por eso, lo que ya es hora de entender es que, en el fondo, lo horroroso de la vida de Stalin no es su actuación o su persona, sino las circunstancias en las que tuvo que desempeñarse. Pero es más que evidente que Stalin no creó su contexto histórico más de lo que crea el suyo cualquier individuo, hombre o mujer, por insignificante que sea. Aunque sinceramente lo dudo, si se le hubiera preguntado él quizá habría preferido haber nacido entre pañales de seda, como descendiente del duque de Marlborough, y no en la humilde choza de una campesina inculta y de un zapatero alcohólico y golpeador. Pero no tuvo esa “fortuna”, no fue ese su sino. De ahí que lo fantástico de la vida de Stalin sea precisamente que fue un hombre exitoso, un triunfador total, en un contexto particularmente tenebroso, desde luego no elegido por él, un mundo en el que todos sistemática y fatalmente fracasaban y caían. No olvidemos que desde los 16 años Stalin se enfrentó a toda clase de autoridad hostil, de policías siniestros, de políticos intrigantes, de militares depravados y crueles y, en general, de rivales que no esperaban otra cosa que un fauxpas de su parte, el más leve error, para decapitarlo. Que quede claro de una vez por todas: sus adversarios no fueron nunca inocentes párvulos, abnegadas monjitas o moralistas desinteresados, sino gente capaz, con posibilidades y dispuesta a todo con tal de desplazarlo. El problema es que no pudieron porque, y aquí el parangón con Fidel Castro es inevitable, Stalin simplemente se volvió indispensable, insustituible: quien sabía tanto de producción de trigo como de producción de cañones, de ingeniería civil como de las perfidias de la diplomacia internacional, era Stalin. Por ello, dejando de lado preferencias políticas, me parece que hasta el más acérrimo de sus enemigos o detractores (que con toda seguridad habría estrepitosamente fallado allí donde él salió vencedor), si fuera honesto habría de reconocer que estamos hablando de un hombre de estado con quienes muy pocos, en el millón de años que tiene el homo sapiens, podrían equipararse en carácter, astucia y congruencia política. 

¿Por qué pudo Stalin convertirse en irremplazable y salir airoso en esa peligrosa selva política que era el Politburó del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética? No por casualidad ni porque sus “colegas” le hubieran de buena gana concedido tal privilegio! La verdad es que las cualidades de nuestro personaje son tan obvias que resulta hasta trivial mencionarlas. En primer lugar, era un hombre valiente. No conozco a nadie todavía que se atreviera a escaparse completamente solo de lo que eran las prisiones zaristas del norte de Siberia y a caminar cientos de kilómetros por la estepa helada con no otro fin que el de reincorporarse a la lucha social. En segundo lugar, Stalin tenía grandes dotes de organizador: congregaciones estudiantiles, células de sabotaje, grupos de resistencia obrera, corporaciones partidistas, órganos de represión, redes diplomáticas, etc., todas esas formas (y muchas más) de acción coordinada se beneficiaron de su destreza. En tercer lugar, Stalin era un hombre con genuinos ideales políticos. Es evidente hasta para el más despreciable de sus denostadores y calumniadores que ni en sus peores momentos hubiera sido posible “comprar” a Stalin. Éste pertenecía a esa minúscula familia de humanos formidables que, independientemente de sus convicciones, no están dispuestos a hacer concesiones, no transigen, no negocian, no claudican. Así son los serios y los puros y Stalin era uno de ellos. En cuarto lugar, Stalin era, en el marco de una perspectiva particular y asumida conscientemente, un hombre de teoría. Su célebre ensayo sobre las nacionalidades no ha sido en lo esencial superado, sus consideraciones de materialismo histórico son siempre ilustrativas y, aunque limitadas, sus especulaciones sobre las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento son magníficas. Evidentemente no era, en el sentido más purista y estrecho de la expresión, un “académico” (pero ¿qué académico podría organizar un plan quinquenal, dirigir el contraataque en Stalingrado o conducir las negociaciones con Churchill en Teherán?). Yo de todos modos estoy convencido de que era un hombre que, a los 60 años, hubiera podido impartir en las mejores universidades del mundo y mejor que nadie una cátedra que hubiera podido llamarse “Sobre la vida”. Empero, si bien podía enseñar, y mucho, no era esa su función. La de él era mandar y construir y eso es algo que, como argumentaré en breve, dejó en claro que sabía hacer.



Stalin. Historia y Crítica de Una Leyenda Negra

(11)

Domenico Losurdo

«No más distinciones entre tuyo y mío»: la disolución de la familia

Junto al imperialismo y el capitalismo, la Revolución de octubre estaba llamada a acabar también con la opresión de la mujer. Para hacer posible su participación con los mismos derechos en la vida política y social, era necesario liberarla, gracias al desarrollo lo más amplio posible de los servicios sociales, de la reclusión doméstica y de una división del trabajo que la humillaba y embrutecía; después la crítica de la moral tradicional y su doble rasero habría hecho posible garantizar también a la mujer una emancipación sexual hasta ese momento reservada, aunque de manera parcial y distorsionada, al hombre. ¿Tras estas grandes transformaciones habría seguido teniendo sentido la institución de la familia o estaba destinada a disolverse? Alexandra Kollontai no tiene dudas: «la familia ya no es necesaria». Mientras tanto ésta estaba en crisis por la completa libertad, espontaneidad y «fluidez» que caracterizarían a partir de entonces a las relaciones sexuales. Además de estar en declive, la familia parecía superflua: «la educación de los hijos pasa gradualmente a manos de la sociedad». Por otra parte, no había que dejarse llevar por lamentaciones: la familia era un lugar privilegiado para el cultivo del egoísmo, fomentando también el apego a la propiedad privada.

En conclusión: «La madre trabajadora socialmente consciente se alzará hasta el punto de no hacer más distinción entre tuyo y mío, y por tanto hasta recordar que sólo existen nuestros hijos, los hijos de la Rusia comunista de los trabajadores». Se trata de ideas duramente criticadas por el grupo dirigente bolchevique en su conjunto. En especial, interviniendo en 1923, Trotsky señala sabiamente que tal visión ignoraba «la responsabilidad del padre y de la madre hacia el hijo», estimulando así el abandono del niño y por tanto agravando un flagelo de por sí bastante difundido en el Moscú de aquellos años160. Y, sin embargo, en una forma u otra tales ideas «continuaban siendo bastante populares en los círculos del partido»161. Contra ellas, todavía a comienzos de los años treinta, se ve obligado a enfrentarse un estrecho colaborador de Stalin, Kaganovich. Demos la palabra a su biógrafo:

Pese a adherirse completamente al principio de la liberación de la mujer, Kaganovich se enfrentó con vehemencia contra las posiciones extremistas, que solicitaban la liquidación de las cocinas individuales y defendían una convivencia forzada en comunas. Sabsovich, uno de los planificadores de izquierda, había incluso propuesto suprimir todo espacio de convivencia común entre marido y mujer, a excepción de un pequeño dormitorio para la noche. Había impulsado la idea de grandes edificios con estructura de panal, albergando a 2.000 personas con todos los servicios en común, todo para estimular el «espíritu comunitario» y suprimir la institución de la familia burguesa.162

Pero la actitud de Kaganovich y de Stalin suscita la dura crítica de Trotsky, a la sazón líder de la oposición:

«El culto totalmente reciente de la familia soviética no cae del cielo. Los privilegios que no se pueden legar a los hijos pierden la mitad de su valor. Ahora, el derecho de dejar herencia es inseparable del de propiedad»163

Por lo tanto, la recuperación de la institución de la familia y el rechazo de las comunas, destinadas a absorberla y disolverla remitía a la defensa del derecho de transmisión hereditaria y el derecho de propiedad, y asumía por consiguiente un claro significado contrarrevolucionario. Y de hecho, por una «coincidencia providencial» —ironiza Trotsky— «la solemne rehabilitación de la familia» tiene lugar en el mismo momento en que retorna con honores el dinero; «la familia renace al mismo tiempo en que se afirma el rol educativo del rublo»164. La consagración de la fidelidad conyugal va a la par de la consagración de la propiedad privada: por decirlo en términos religiosos, «el quinto mandamiento vuelve a ponerse en vigor de manera simultánea al séptimo, sin invocación a la autoridad divina, de momento»165— En realidad, esta invocación ya se perfila en el horizonte. Al intervenir sobre el proyecto de Constitución de 1936, Stalin polemiza contra aquellos que querían «prohibir la celebración de las ceremonias religiosas» y «privar de sus derechos electorales a los sacerdotes»166. De nuevo Trotsky interviene para denunciar este inadmisible repliegue respecto a los proyectos iniciales de liberación definitiva de la sociedad de los yugos de la superstición: «El asalto al cielo ha acabado [...]. Preocupada por su buena reputación, la burocracia ha ordenado a los jóvenes ateos deponer las armas y ponerse a leer. No es sino el comienzo. Un régimen de neutralidad irónica se instituye poco a poco respecto a la religión»167. Junto a la familia y al derecho de herencia y propiedad, no se podía sino volver al marxiano opio del pueblo.

Tras este nuevo capítulo de la requisitoria contra la "traición", está la dialéctica que ya conocemos. Acabando con la familia burguesa, con sus mezquinos intereses, sus inveterados prejuicios y sus leyes muertas, la revolución habría abierto también un espacio reservado exclusivamente al amor, a la libertad y a la espontaneidad. Y sin embargo...

Es interesante notar que lo que provocaba la protesta e indignación de Trotsky era todavía la idea de una reglamentación jurídica de las relaciones familiares:

La auténtica familia socialista, liberada por la sociedad de los pesados y humillantes fardos cotidianos, no necesitará ninguna reglamentación y la sola idea de leyes sobre el divorcio y el aborto no le parecerán mejores que el recuerdo de las casas de tolerancia o de los sacrificios humanos168.

 

La condena de la «política de jefes» o la «transformación del poder en amor»

De este modo, más allá de la institución de la familia junto a los derechos de herencia y de propiedad y de la consagración religiosa del poder del jefe de familia y del propietario, la polémica de Trotsky atañe al problema de la organización jurídica en su conjunto; el problema del Estado. Se trata de la cuestión central hacia la que convergen todas las cuestiones particulares antes analizadas: ¿cuándo y bajo qué modalidades comienza el proceso de extinción del Estado previsto por Marx después de la superación del capitalismo? El proletariado victorioso —afirma El Estado y la revolución antes del Octubre bolchevique— «necesita únicamente un Estado en vías de extinción»; y sin embargo, poniendo en marcha una gigantesca oleada de nacionalizaciones, el nuevo poder da un impulso sin precedentes a la extensión del aparato estatal. Por lo tanto, a medida que se procede a la construcción de la nueva sociedad, Lenin se ve obligado, conscientemente o no, a tomar cada vez más distancia del anarquismo así como de otras de sus anteriores opiniones. Para advertirlo con mayor claridad, basta con echar una ojeada a una importante intervención, Mejor menos, pero mejor, publicada en Pravda el 4 de marzo de 1923. Enseguida se aprecia la novedad de las consignas: «mejorar nuestro aparato estatal», dedicarse seriamente a la «construcción del Estado», «construir un aparato verdaderamente nuevo que merezca realmente el apelativo de socialista, de soviético», mejorar el «trabajo administrativo», y hacer todo ello aprendiendo si es preciso de los «mejores modelos de Europa occidental».169 Ampliar masivamente el aparato estatal y plantearse con firmeza el problema de su mejora ¿no significa renunciar de hecho al ideal de la extinción del Estado? Desde luego, la realización de tal ideal puede remitirse a un futuro bastante lejano, pero mientras, ¿cómo debe gestionarse la propiedad pública, que ahora ha conocido un[a] enorme ampliación, y cuáles formas debe asumir el poder en la Rusia soviética en su conjunto? Incluso en El Estado y la revolución, escrito en el momento en el que más áspera y necesaria era la denuncia de los regímenes representativos, igualmente responsables de la masacre, podemos leer que incluso la democracia más desarrollada no puede carecer de «instituciones representativas»170. Y sin embargo, la espera por la extinción del Estado continúa alimentando la desconfianza respecto a la idea de representación precisamente en el momento en el que los dirigentes de la Rusia soviética multiplican los organismos representativos como sin duda es el caso de los Soviets, sin rehuir tampoco una representación de segundo y tercer grado: los Soviets de nivel inferior elegían a sus delegados para el Soviet de nivel superior. La polémica no tarda en avivarse.

El problema del restablecimiento del orden y la revitalización del aparato productivo, con el consiguiente reconocimiento del principio de competencia se plantea también en las fábricas; de este modo, ya a inicios del nuevo régimen, ambientes sociales y políticos reluctantes al cambio denuncian la llegada al poder de los «especialistas burgueses», o de una «nueva burguesía», de nuevo eligen como blanco de sus críticas a Trotsky, que en aquél momento desempeña un papel destacado en la dirección del aparato estatal-militar171 Es una polémica que acaba llegando más allá de Rusia. Es significativa la crítica dirigida a Gramsci, que celebra el nuevo Estado que está formándose en el país de la Revolución de octubre y homenajea a los bolcheviques como «una aristocracia de estadistas» y a Lenin como «el más grande estadista de la Europa contemporánea»: ellos han sabido poner fin al «oscuro abismo de miseria, barbarie, anarquía, descomposición» abierto «por una guerra larga y desastrosa». Pero —objeta un anarquista— «esta apología, llena de lirismo» del Estado y de la «estadolatría», del «socialismo estatal, autoritario, legalitario y parlamentarista», está en contradicción con la misma Constitución soviética, que se compromete con la instauración de un régimen en cuyo seno «no habrá más división de clases, ni poder del Estado».

No son solamente ambientes y autores de orientación claramente anarquista los que adoptan una postura crítica. También exponentes del movimiento comunista internacional expresan insatisfacción, desilusión y una clara disensión. Demos la palabra a uno de ellos, Pannekoek, que ya no se reconoce en la acción política de los bolcheviques: «los funcionarios técnicos y administrativos ejercen en las fábricas un poder mayor del que debería ser compatible con la evolución comunista [...]. De los nuevos jefes y funcionarios ha surgido una nueva burocracia»172. «La burocracia», enfatiza la Plataforma de la Oposición obrera en Rusia, «es una negación directa de la acción de las masas»; desgraciadamente, se trata de una «dolencia» que «ya ha invadido las fibras más íntimas de nuestro partido y de las instituciones soviéticas»173

Más allá de Rusia, tales críticas se dirigen también y en primer lugar a Occidente: apelan a acabar «con el sistema representativo burgués, con el parlamentarismo»174. Más que la dictadura bolchevique, se condena el principio de representatividad: sí, «es cualquier otro el que decide vuestro destino, esta es la esencia de la burocracia»175.

La degeneración de la Rusia soviética reside en el hecho de que quien asume un cargo determinado es una persona concreta: en las fábricas, como en cualquier nivel, a la «dirección colectiva» la está sustituyendo la «dirección individual», que «es un producto de la concepción individualista de la clase burguesa» y expresa «fundamentalmente una voluntad del hombre ilimitada, libre y aislada, disociada de la colectividad»176. Más que una «política de masas» (Massenpolitik), la Tercera Internacional también «lleva a cabo una política de jefes» (Führerpolitik). Como se ve, la acusación de traición a los ideales originarios, más que dirigirse contra el abuso de poder, carga contra los órganos del poder, fundados en la distinción/oposición entre gobernados y gobernantes, entre jefes y masas, entre dirigentes y dirigidos, fundados en la exclusión de la acción directa o «política de masas». Si los Soviets no se libran de la desconfianza, igualmente explícito es el desprecio hacia el Parlamento, los sindicatos y los partidos, incluido quizás el partido comunista basado también en el principio de representatividad y, por lo tanto, afectado por el virus de la burocracia. En última instancia, más que los órganos de poder, es el mismo poder en cuanto tal el que recibe las críticas. «Es la maldición del movimiento obrero: apenas consigue cierto "poder", intenta incrementarlo con medios carentes de principios». De ese modo deja de ser «puro»: es lo que ocurrió con la socialdemocracia alemana, y es lo que ocurre también con la Tercera internacional177.

En este contexto puede situarse al joven Bloch, quien desde la revolución y los Soviets, aparte de la superación de la economía, el espíritu mercantil y el mismo dinero, espera también la «transformación del poder en amor»178. Si el filósofo alemán, al pulir la segunda edición de Espíritu de la utopía eliminando estos fragmentos y proposiciones desiderativas, toma distancia de los aspectos más claramente mesiánicos de su pensamiento, no son pocos —en la Rusia soviética y en el exterior— los comunistas que gritan escandalizados, en definitiva a causa del ausente milagro de la «transformación del poder en amor».

En los primeros años de vida de la Rusia soviética, más que Stalin, la polémica "anti burocrática" implica en primer lugar a Lenin y al mismo Trotsky, incluido entre los más destacados «defensores y cruzados de la burocracia». La situación cambia sensiblemente en los años siguientes. Antes aún que por los contenidos, la sanción de la Constitución de 1936 representa un cambio radical por el hecho mismo de romper con las representaciones anarcoides, tenazmente apegadas al ideal de la extinción del Estado y en base a las cuáles «el derecho es el opio del pueblo» y «la idea de Constitución es una idea burguesa». En palabras de Stalin la Constitución de 1936 «no se contenta con fijar los derechos formales de los ciudadanos, sino que desplaza el centro de gravedad sobre la garantía de estos derechos, sobre los medios necesarios para el ejercicio de estos derechos». Si también es insuficiente y no constituye tampoco el aspecto esencial, la garantía «formal» de los derechos no parece ser aquí irrelevante. Stalin subraya con aprobación el hecho de que la nueva Constitución «ha asegurado la aplicación del sufragio universal, directo e igual, con el secreto de voto». Pero precisamente sobre este punto interviene la crítica de Trotsky: en la sociedad burguesa el secreto de voto sirve para «sustraer a los explotados de la intimidación de los explotadores»; la reaparición de esta institución en la sociedad soviética es la confirmación de que también en la URSS el pueblo debe defenderse de la intimidación, si no de una auténtica clase explotadora, en todo caso de una burocracia.

A aquellos que exigían que se recomenzase a afrontar el problema de la extinción del Estado, Stalin respondía en 1938 invitando a no transformar las enseñanzas de Marx y Engels en un dogma y una vacua escolástica; el retraso en la realización del ideal se explicaba por el permanente asedio capitalista. ¡Y sin embargo, al enumerar las funciones del Estado socialista, aparte de aquellas tradicionales, como la defensa contra el enemigo de clase en el plano interior e internacional, Stalin llamaba la atención sobre una «tercera función, es decir, el trabajo de organización económica y el trabajo cultural y educativo de los órganos de nuestro Estado», un trabajo destinado al «fin de desarrollar los gérmenes de la nueva economía socialista, y de reeducar a los hombres en el espíritu del socialismo». Era un punto sobre el que el informe al XVIII Congreso del PCUS insistía con fuerza: «Ahora la tarea fundamental de nuestro Estado, dentro del país, consiste en un trabajo pacífico de organización económica, en un trabajo cultural y educativo». La teorización de esta «tercera función» era ya de por sí una novedad esencial. Pero Stalin iba más allá, al declarar: «La función de la represión ha sido sustituida por la función de salvaguarda de la propiedad socialista de los ladrones y de aquellos que derrochen el patrimonio del pueblo»179.

Desde luego, se trataba de una declaración más bien problemática, es más, mistificadora: desde luego no reflejaba correctamente la situación de la URSS en 1939, donde arreciaba el terror y se dilataba monstruosamente el Gulag. Pero aquí nos estamos ocupando de otro aspecto: ¿es válida, y hasta qué punto, la tesis de la extinción del Estado? «Se conservará entre nosotros el Estado también durante el comunismo? Sí, se conservará, si no es liquidado el acoso capitalista, si no se elimina el peligro de agresiones armadas del exterior»180. Por tanto, la realización del comunismo en la Unión Soviética o en determinado conjunto de países habría conllevado el definitivo declive de la primera función del Estado socialista la salvaguarda del peligro de contrarrevolución en el ámbito interno, aunque no de la segunda la protección contra las amenazas externas que, en presencia de potentes países capitalistas, habría continuado siendo vital incluso «en un período comunista». ¿Pero por qué al derrumbe del acoso capitalista y al declinar de la segunda función tendría que seguirles también el ocaso de la «tercera función», es decir, el «trabajo de organización económica» y «cultural», por no decir la «salvaguarda de la propiedad socialista de los ladrones y aquellos que derrochen el patrimonio del pueblo»? No hay duda de que Stalin revela incertidumbres y contradicciones, estimuladas probablemente también por la necesidad política de moverse con cautela sobre un terreno minado, donde todo pequeño desvío respecto a la clásica tesis de la extinción del Estado lo exponía a la acusación de traición.

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(160) En Carr 1968-69), vol. 1, p. 32.

(161) Ibid, pp. 30-1.

(162) Marcucci 1997), p. 143.

(163) Trotsky 1988), p. 957 = Trotsky, 1968, p. 232).

(164) Ibid, pp. 843-4 = Trotsky, 1968, pp. 139-40).

(165) Ibid, p. 846 = Trotsky, 1968, p. 142).

(166) Stalin 1971-73), vol. 14, p. 87 = Stalin, 1952, p. 641).

(167) Trotsky 1988), p. 846 = Trotsky, 1968, p. 142).

(168) Ibid, p. 850 = Trotsky, 1968, pp. 144-5).

(169) Lenin 1955-70), vol. 25, p. 380 y vol. 33, pp. 445-50.

(170) Lenin 1955-70), vol. 25, p. 400.

(171) Figes 2000), pp. 878-80.

(172) Pannekoek 1970), pp. 273-4.

(173) En Kollontai 1976), pp. 240-1.

(174) Gorter 1920), p. 37.

(175) En Kollontai 1976), p. 242.

(176) Ibid, pp. 199-200.

(177) Ibid, p. 33.

(178) En Losurdo 1997), cap. iv, § 10.

(179) Stalin 1971-73), vol. 14, p. 229 = Stalin, 1952, pp. 724-5).

(180) Ibid. = Stalin, 1952, p. 725).


Filosofía

Dialéctica Objetiva de lo Singular, lo Particular y lo Universal*

M. M. Rosental y G. M. Straks

LO INDIVIDUAL o singular es siempre el objeto concreto, el fenómeno individual. Fijemos nuestra atención en el abedul. Este árbol tiene sus caracteres propios, que son exclusivos de él: la altura, el tamaño, la edad, las condiciones de vida y peculiaridades de su desarrollo. Nuestra percepción distingue fácilmente este árbol de otros abedules, de otros objetos que se hallan cerca de él, de las hierbas, los arbustos y el suelo sobre el cual se alza. Las hojas de este abedul y su fino tronco blanco son exclusivas de él; en otro abedul también encontraremos un tronco parecido al de nuestro árbol, pero siempre se tratará de otro tronco. Podemos distinguir fácilmente a un abedul concreto, singular, del resto del mundo circundante.

Pero ¿este abedul, en realidad, es absolutamente singular y se halla separado por completo del mundo? ¿No hay en él algo que conviene, asimismo, a otros objetos, a los demás abedules? ¿No tiene algo de común con el roble, que crece cerca de él, o con otros árboles? En la realidad, ¿los abedules se presentan tan singulares, tan irrepetibles como los hemos considerado? Si examinamos los nexos existentes entre nuestro abedul y otros objetos y establecemos las condiciones de su crecimiento y el carácter de su desarrollo, veremos que se halla unido por miles de lazos a otros objetos y fenómenos y que en él no hay ningún carácter que no se dé, de uno u otro modo, en otros objetos. El abedul singular es una partícula del abedul general y lo que tiene de individual no es más que el modo específico de combinarse los rasgos, que son inherentes a otras combinaciones y, en otro grado, a otros abedules, robles, arbustos, etc.

En nuestro abedul advertimos su propia altura, su tamaño, su edad, su tronco y sus propias hojas; pero la altura, el tamaño, la edad y el tronco se dan también en otros abedules, lo que quiere decir que no todo es pura individualidad en estos rasgos individuales, puesto que en ellos hay también algo universal. Por otra parte, además de estos caracteres individuales, el abedul posee otros que se dan en todos los árboles de este género; entre los caracteres propios de todo abedul figuran la forma específica del tronco, el tono plateado de su corteza, la forma de las hojas característica de todos los abedules, la peculiaridad de su estructura, la de las semillas y el modo específico de realizarse el intercambio de sustancias en él. Todos estos caracteres “particulares” se hallan en cualquier abedul. Pero en este árbol encontramos rasgos que son comunes no solamente a otros abedules, sino también a cualquier planta foliácea: las hojas en forma de lámina con nerviaciones ramificadas, características también del roble, del arce, del álamo blanco y de otros árboles con hojas.

Ello significa que el abedul individual posee también, además de los caracteres singulares, otros caracteres particulares y universales.

Pero lo que tiene de “universal” —es decir, su carácter foliáceo— se presenta como singular con respecto a su carácter de “planta”, en tanto que ésta es sólo una forma “particular” de la naturaleza viviente.

Así, pues, este abedul concreto, individual, se halla vinculado a otros muchos objetos. Y esos innumerables e infinitos nexos con lo universal, que hemos visto en el abedul podemos verlos en cualquier ente individual. “Lo singular sólo existe en el nexo que lo une a lo universal”,5 dice Lenin a este respecto.

Esto podemos verlo, asimismo, en cualquier fenómeno de la naturaleza inorgánica. Por ejemplo, los átomos de cada uno de los elementos son distintos; es decir, son algo “singular”, ya que poseen su propio peso atómico, su valencia, su propia carga del núcleo y una determinada estructura de la envoltura electrónica, etc. Pero en todos los átomos hay algo que es común a ellos: todos tienen un núcleo, una capa electrónica y una serie de partículas elementales; el núcleo de todos los átomos, a su vez, puede desintegrarse. Precisamente a causa de que en todos ellos existen propiedades comunes surge la posibilidad de transformar el átomo de un elemento en el átomo de otro. El átomo, como cualquier otro fenómeno del mundo objetivo, es una unidad de lo idéntico y de lo diverso, de lo universal y de lo singular.

Veamos esto mismo a la luz de otro ejemplo: el del movimiento como modo de ser universal de la materia. El marxismo dice que el movimiento aplicado a la materia es el cambio en general; el movimiento es tan universal como la materia misma. No puede darse la materia sin movimiento como tampoco puede darse el movimiento sin la materia. Sin embargo, el movimiento se presenta siempre bajo una determinada forma, bajo una forma particular; y así tenemos diversos tipos de movimiento: mecánico, molecular, electromagnético, movimiento de las micropartículas, movimiento en los compuestos químicos y en la vida orgánica, movimiento bajo la forma del desarrollo social y de la actividad del órgano del pensamiento, el cerebro. Pero esta forma “particular” se realiza en lo singular a través de los fenómenos individuales de movimiento.

La unidad de lo individual, de lo particular y de lo universal se expresa en las leyes que rigen el desarrollo de la naturaleza. Veamos, por ejemplo, una ley universal como la ley de la gravitación, que rige en todos los cuerpos materiales. Esta ley dice que dos cuerpos cualesquiera se atraen mutuamente con una fuerza que es directamente proporcional al producto de las masas e inversamente al cuadrado de las distancias. Esta ley universal actúa a través de una serie de leyes menos generales, es decir, a través de leyes particulares (por ejemplo, a través de las leyes de Kepler, que dan razón del movimiento de los planetas al rededor del Sol, a través de la ley de la libre caída de los cuerpos, etc.). Y estas leyes “particulares” se manifiestan en el movimiento singular, concreto, de un planeta dado.

Esta misma interdependencia real, objetiva, entre lo singular, lo particular y lo universal la encontramos en los fenómenos sociales.

El trabajo siempre se presenta como la unidad de estos tres momentos: universal, particular y singular. Posee una naturaleza universal que se mantiene siempre, cualquiera que sea la forma económico-social en que exista. “El proceso de trabajo ... —dice Marx— es la actividad racional encaminada a la producción de valores de uso, la asimilación de las materias naturales al servicio de las necesidades humanas, la condición general del intercambio de materias entre la naturaleza y el hombre, la condición natural eterna de la vida humana, y, por lo tanto, independiente de las formas y modalidades de esta vida y común a todas las formas sociales por igual.”6

Pero el trabajo, además de su esencia universal, tiene también sus rasgos específicos; lo que en el trabajo hay de universal — la producción de los bienes necesarios para la existencia — se manifiesta a través de lo particular, bajo una determinada forma histórica y concreta. Así, por ejemplo, la particularidad del trabajo asalariado estriba en que el obrero trabaja al servicio del capitalista, que es el propietario de los medios de producción y se apropia del producto del trabajo del obrero. El trabajo asalariado, como cualquier tipo de trabajo, sólo existe en los procesos singulares del trabajo, bajo la forma de un trabajo singular, concreto.

Otros múltiples hechos de la vida social confirman la realidad de esta unidad de lo singular y de lo universal. Así, por ejemplo, las contradicciones internas son inherentes a todos los fenómenos sociales o naturales. Pero esta contradicción universal se presenta siempre como contradicción concreta entre determinadas clases, entre ciertos partidos, entre Estados o como contradicción en el seno de las clases, de los partidos o de los Estados.

Mao Tse-Tung, en su trabajo Acerca de la contradicción, dice a este propósito: “La relación existente entre el carácter universal y el carácter específico de la contradicción es una relación entre lo universal y lo singular... Lo universal existe a través de lo singular y sin éste no puede darse lo universal.”7

Así, pues, en la naturaleza orgánica y en la inorgánica, al igual que en los fenómenos sociales, advertimos que lo singular no existe al margen de sus nexos con lo universal, y que lo universal sólo existe a través de lo singular y en el seno de éste.

“Lo singular se opone a lo universal”, ha señalado Lenin, pero estos polos de la contradicción no existen aislados el uno del otro, sino mutuamente vinculados entre sí, formando una unidad. Todo objeto singular posee, al mismo tiempo, el carácter de lo particular y de lo universal. Ello quiere decir que todo lo que es singular es también, de uno u otro modo, universal.

Pero todo lo universal, según la definición de Lenin, es también una parte, un aspecto o la esencia de lo singular. Lo universal existe en lo singular y éste forma parte de lo universal. El nexo indisoluble que une a estos dos contrarios constituye el rasgo fundamental de su dialéctica.

Otro rasgo de la dialéctica de estas categorías es el nexo que une un objeto singular, a través de miles de transiciones, a los objetos singulares de otro género, lo que expresa el encadenamiento objetivó que existe en la naturaleza y revela, al mismo tiempo, su necesidad.

Así, por ejemplo, el abedul concreto se halla íntimamente vinculado a un objeto singular de otro género como el terreno dado, del que el abedul toma los minerales nutricios; se halla en relación, asimismo, con determinados rayos solares con ayuda de los cuales se lleva a cabo un proceso de fotosíntesis en las hojas del abedul y se toman del aire las sustancias nutritivas correspondientes. Ningún fenómeno singular puede desarrollarse ni existir sin estos nexos con otros fenómenos singulares.

Cada una de las categorías que estamos examinando abarca sólo un aspecto de la realidad. Después de haber señalado lo universal y de afirmar que “esto es un abedul”, solamente hemos puesto de relieve lo que reviste una importancia esencial, pero prescindiendo de numerosos aspectos del objeto (lugar en que se encuentra, altura, edad, etc.). Es claro que lo singular se halla vinculado sólo parcialmente, no en forma plena, con la universal —es decir, con “el abedul”—, ya que muchos rasgos individuales quedan fuera del marco del universal dado. “Todo lo singular forma parte, de modo incompleto, de lo universal”, dice Lenin.8 Y en esto reside la insuficiencia de lo universal. Pero también lo singular, considerado en sí mismo, es insuficiente, ya que sólo existe efectivamente en relación con lo universal. Ello significa que la verdadera imagen del mundo, tal como es en la realidad, es una unidad dialéctica de estos dos contrarios: lo universal y lo singular.

La dialéctica objetiva de lo universal y de lo singular se manifiesta y reside en el hecho de que lo singular puede transformarse en universal. Y los ejemplos de esta transformación los hallamos tanto en la naturaleza como en la sociedad. Supongamos que una planta de una determinada variedad, que se caracteriza por un tipo de intercambio de sustancias ya consolidado, se ve sujeta a condiciones no habituales para ella: experimenta un cambio gradual de temperatura, de la humedad del aire y del suelo, así como de la composición de éste. Estos cambios individuales que se operan en sus condiciones de existencia conducen a que aparezcan en la planta propiedades y caracteres del organismo que no son característicos ni habituales de la variedad dada.

Estas desviaciones casuales y singulares se basan, sin embargo, en la ley de la adaptación de los organismos al medio ambiente y se afianzan en los descendientes. Las plantas que no se desvían de lo universal, es decir, del tipo creado en las viejas condiciones, acaban por extinguirse; pero las plantas, que se desvían y responden a los cambios operados en el medio circundante con cambios en el carácter de su desarrollo, sobreviven. Los cambios singulares se vuelven paulatinamente universales y lo universal se transforma gradualmente en singular hasta desaparecer más tarde por completo.

La tesis relativa a la transformación de lo singular y casual en universal y necesario constituye una de las bases de la teoría científica del desarrollo de la naturaleza orgánica, ya que rechaza el concepto de especie, es decir, de lo universal, en la naturaleza viviente, como algo rígido y dado de una vez para siempre.

El desarrollo de las formas del valor, descubierto por Marx en El capital, puede servirnos de ejemplo para ver la transformación de lo singular en universal. Es sabido que ya en la sociedad primitiva había surgido entre los hombres el cambio de los productos de su trabajo. El cambio tenía, entonces, un carácter casual y a este carácter casual del cambio correspondía una forma simple o casual del valor. Al surgir la primera gran división social del trabajo, es decir, la segregación de las tribus de pastores, el cambio se hace más regular y más necesario para el funcionamiento normal de la producción. A esta fase de desarrollo del cambio corresponde la forma total o desplegada del valor. Este cambio más regular, en el que una multitud de mercancías diversas se cambian por muchas otras, no podía funcionar en las condiciones de la forma simple del valor, en que el valor de una mercancía se expresaba solamente en el valor de alguna otra. Una forma más alta del valor surge cuando el valor de la mercancía se expresa en el valor de uso de numerosas mercancías, que desempeñan la función de equivalentes. El valor se ha desarrollado aquí de lo singular y casual a lo particular, tanto en el sentido de la frecuencia con que aparece en el cambio cada vez más amplio como en el sentido del carácter de su expresión (el valor de una mercancía se expresa en muchas).

El desarrollo posterior de la división social del trabajo y de la producción mercantil condujo a que el cambio se convirtiera en la forma predominante y necesaria de la realización de los productos. Las necesidades del cambio cada vez más amplio determinaron que resultara insuficiente la forma del cambio directo de unas mercancías por otras, lo que venía ejerciéndose como forma fortuita o desplegada del valor. Surge así la forma universal del valor en la que todas las mercancías se cambian por una que actúa como equivalente universal. Esta función de equivalentes universal las desempeñan, en diferentes lugares, en estos primeros tiempos, diversas mercancías: el ganado, las pieles, la sal, etc.

Las necesidades de la ampliación sucesiva de la producción mercantil condujeron a una sucesiva concentración del equivalente universal, a la creación de la forma monetaria del valor y a la concentración de la función de equivalente universal en una determinada mercancía, en el dinero.

Así, pues, la forma singular, fortuita, del valor que había surgido como expresión de la división del trabajo, nacida sobre la base del incremento de las fuerzas productivas y como expresión también de la necesidad en el cambio, se desarrolló a través de la forma particular del valor (forma desplegada) hasta convertirse en la forma universal del valor.

Lo singular, que se eleva hasta lo universal, expresa el curso progresivo del desarrollo. Tras estos fenómenos singulares se halla el futuro, ya que lo nuevo, lo progresivo, lo que expresa la sujeción a la ley, triunfa inevitablemente en el curso del desarrollo.

Tomemos, por ejemplo, el triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre y la edificación del socialismo en nuestro país. Los ideólogos de la burguesía se empeñaban en afirmar, en todos los tonos, que nuestra revolución tenía un carácter único y casual y no podría repetirse en otros países. Sin embargo, en la actualidad muchos países de Europa y Asia, incluyendo una potencia tan grande como China, han emprendido, siguiendo a la U.R.S.S., el camino de la edificación socialista. El socialismo se ha convertido así en un sistema mundial.

El curso del desarrollo histórico demuestra palmariamente que las ideas y la práctica del socialismo abarcan cada vez a mayor número de países; demuestra, a su vez, que todos los países llegarán, por caminos distintos, al socialismo, el cual se convertirá de este modo en el régimen social avanzado, universal, que imperará en toda la esfera terrestre.

Estos son los rasgos fundamentales de la dialéctica de las categorías de lo singular, de lo particular y lo universal en la realidad, dialéctica objetiva de la que es reflejo la dialéctica del conocimiento humano.

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(*) M. M. Rosental y G. M. Straks, Categorías del materialismo dialéctico, capítulo VIII: Lo singular, lo particular y lo universal, apartado: Dialéctica objetiva de lo singular, lo particular y lo universal.

(5) V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, ed. rusa, pág. 329.

(6) C. Marx, El capital, trad. española de W. Roces, pág., 206, México, D. F., 1946.

(7) Mao Tse-Tung, Obras escogidas, tr.nl. rusa. t. II. pág. 440. Moscú, 1953.

(8) V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, ed. rusa, pág. 329.

CREACIÓN HEROICA