Jorge
Luis Borges Advierte: La Cultura en Peligro
Julio
Carmona
DEBO PRECISAR que yo —como
creo que ocurre con la mayoría de estudiosos del arte literario— no puedo negar
la importancia de Borges en los predios de esta disciplina tan controvertida o
controvertible como es la literatura. He leído su poesía, sus cuentos y algunos
de sus ensayos. Y jamás me he puesto en plan de menospreciar esa obra, a todas
luces respetable. Pero nunca lo he hecho ni lo haré: convertirme en uno de sus
adoradores (que los hay, y tantos, que hasta parece que quieren elevarlo a objeto
de culto). Por el contrario, cuando leo algo de él, trato de rescatar algunas
de sus opiniones que puedan servirme para reforzar mi posición realista en arte
y literatura, ya sea porque él está en contra de ella o porque, indirectamente,
la apoya con sus opiniones sobre, por ejemplo, el tópico del espejo (tan
socorrido en él) o su sucedáneo el reflejo. Y para que esta observación
—relacionada con la teoría del reflejo— no quede sin sustento, voy a comentar
brevemente un texto de él sobre dicho tema. Escribe Borges:
«Memoria:
Yo no creo que tengamos otro instrumento. La imaginación es una especie de arte
combinatoria de la memoria. Un ejemplo muy burdo: el unicornio requiere el
caballo y el cuerno; el minotauro, el toro y el hombre; la sirena, la mujer y
el pez. Creo que lo que se llama imaginación es eso, está hecho jugando con los
elementos de la memoria, usando la memoria personal o la de la especie, la
memoria del subconsciente, los arquetipos, tal vez, según Jung, creo.
Se impone un comentario. Borges, como otros intelectuales de su misma
posición ideológica relacionada con la filosofía idealista (y sus sucedáneos
sociales y políticos), no deja de admitir el planteamiento básico de la
relación ineludible que hay entre el hombre y el mundo natural, que, en
términos materialistas se plantea como «la propiedad de los fenómenos
materiales, objetos y sistemas, de reproducir en sus particularidades las
particularidades de otros fenómenos, objetos y sistemas con los que entran en
interacción». Y en lo que compete al ser humano que interactúa con fenómenos,
objetos y sistemas del mundo material, dice Borges que todo ese mundo es
guardado en su memoria. Y agrega que la imaginación o capacidad humana de
imaginar situaciones nunca antes vistas (como la idea de la sirena: mitad
mujer, mitad pez) solo es posible gracias a la fusión de esos elementos guardados
en la memoria. Y ese es el punto de partida de la teoría del reflejo. Y
prosigue Borges:
Pero la
memoria es el material del que disponemos. No porque haya una contradicción
entre la imaginación y la memoria, ya que la imaginación juega con la memoria y
quizá no podría existir si no hubiera memoria. La imaginación presupone la
memoria, y, además, la memoria también es inventiva.
Y de esa manera ratifica y amplía su visión del mecanismo
que permite a todo ser humano la posibilidad de ser un inventor científico o un
creador artístico. Y luego pone un ejemplo práctico, de su propia experiencia
familiar:
Mi padre
estudió Psicología, y me decía que cada vez que recordamos algo lo modificamos
ligeramente, de modo que para recordar algo, me dijo, conviene olvidarlo y
después recuperarlo. Me decía: «Yo creo recordar mi infancia en Entre Ríos,
creo recordar aquella quinta cerca de la ciudad de Paraná, pero realmente lo
que recuerdo no es esa quinta sino el último recuerdo que tuve de ella.» Él
ilustraba aquello con una pila de monedas; me decía: «Vamos a suponer que esta
moneda sea la primera imagen que yo tuve de aquella quinta»; luego tomaba otra
moneda y me decía: «Esta será la segunda imagen, pero con una ligera
modificación, ya que la memoria es fatalmente infiel»; y luego venía la
tercera. «La tercera —me dijo— no recordará la primera, sino la segunda;
cuantas más veces recordamos algo, más modificaciones introducimos.» Ésa era su
teoría, la de William James. No sé si ustedes estarán de acuerdo».
Al final de esta parte de la
cita, ratifica lo que dijimos al comienzo: que hay otros pensadores (y pone el
caso de William James) que coinciden con esta lógica observación que la vida
misma impone. Todo lo cual se puede sintetizar con esta otra cita de Borges: «Los
símbolos escritos son un espejo de símbolos orales, que a su vez lo son de
abstracciones o de sueños o de memorias.» (J.L. Borges, Obra crítica I). Y eso es lo que la teoría del reflejo marxista
asume como punto de partida para explicar el origen o definir la teoría de las
manifestaciones «ideales» del ser humano.
Pero, más allá de lo citado,
no hallo más coincidencias con los planteamientos borgeanos. Por eso, cuando otros
de ellos chocan con mis convicciones, no puedo hacer menos que controvertirlos,
especialmente cuando, como en el caso del tema propuesto en el título de este
artículo: «La cultura en peligro», me parece, antes que reflexión meditada,
producto de una reacción hepática. Cito, a continuación, una opinión suya
—difundida en redes—:
«Es raro
que alguien quiera haber sido objeto de una broma; tal es, inverosímilmente, mi
caso. Ha llegado a mis manos un manuscrito cuya materia es la reforma —llamémosla
así— de los estudios de la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos
Aires. Soy doctor emérito de esa casa. En esta ocasión, como en otras, no he
sido consultado, pero me creo con derecho a opinar. Transcribo el asombroso
texto:
“Todas
las literaturas extranjeras podrán ser optativas y pueden sustituirse, por ejemplo,
por: Literatura media y popular, Medios de comunicación, Folklore literario, Sociología
de la literatura, Sociolingüística. Psicolingüística”.
Prefiero
creer que este misterioso proyecto es jocoso, o trata de serlo; si ha sido
escrito para ser leído literalmente, es alarmante o terrorífico. Abolir las
literaturas extranjeras es, de hecho, abolir las humanidades, es decir, la
cultura. El verbo sustituir ha sido empleado de manera indebida. Puede
sustituirse una cosa por otra análoga. Puede sustituirse una taza de café por
una de té, pero no el estudio de Virgilio, o el de Voltaire, por el del Canal
13. En cuanto a “literatura media” confieso mi invencible ignorancia; quizá se
trate simplemente de literatura mediocre, acaso la de autores que asimismo son
funcionarios. En lo que se refiere a “folklore” (voz acuñada en Inglaterra, en
1846) contaré una anécdota personal.
Hace ya
muchos años, Néstor Ibarra y yo conversábamos con un amigo común, el tropero
Soto. Ibarra le dijo:
—Usted es
entrerriano. Usted creerá, sin duda, en los lobizones.
El
paisano le contestó:
—No crea,
señor. Ésas son fábulas.
Como se
ve, el pueblo es menos crédulo que los crédulos folkloristas. Si el folklore me
interesara, lo buscaría en tierras muy antiguas, como la India, o primitivas
como el Senegal, no en las provincias argentinas, de tradición reciente. Me
dicen, sin embargo, que, gracias a las autoridades, el folklore ha llegado ya a
la campaña.
¿Qué será
la sociología de la literatura? El hecho estético es un brusco milagro. No
puede ser previsto. Me place recordar que el pintor Whistler dijo una vez Art
happens, el Arte sucede. Ya el místico alemán Angelus Silesius había declarado:
Die Rose ist ohne Warum, la rosa es sin porqué.
¿Qué
serán la sociolingüística y la psicolingüística? Como del resto del universo,
nada sé de esas disciplinas o neologismos, pero sé que no pueden “sustituir” a Las
mil y una noches o a las aventuras de Alicia.
Según es
fama, los argentinos somos ingenuos. Para acallar toda sospecha convendría que
algún personaje oficial desmintiera en letras de molde el estrafalario catálogo
que denuncio.»
Hasta aquí el texto de
Borges. Pero, sea cual fuere el caso, creo que se pueden hacer algunas
aclaraciones. Al parecer, Borges no leyó bien lo que critica, y que él mismo
transcribe: «Todas las literaturas extranjeras podrán ser optativas». Esta proposición no dice que esas
literaturas serán suprimidas. Lo que se precisa es que no serán obligatorias para algunos estudiantes (no para todos).
Se deja en libertad al alumno para que decida qué cursos llevar en lugar de los
que puede prescindir. Pero como no puede quedar un vacío en el lugar que el
estudiante no acepta: esas literaturas extranjeras podrán ser reemplazadas por
las otras, que, en realidad, sí existen en los programas, pero —precisamente—
como optativas o electivas para los estudiantes. El problema es ese. Las
literaturas que se proponen como reemplazantes serían esas de carácter optativo
o que recién se estarían incluyendo en el plan de estudios. Y en eso debió
centrarse Borges. En dar cabida a esas materias probablemente reemplazantes. Y
no hacer lo que hizo: satanizarlas o pretender que sean despreciables (o darlas
por inexistentes, pues eso da a entender al decir que son neologismos la sociolingüística y la psicolingüística). Y esto se
vuelve sorprendente si se recuerda que el mismo Borges dijo —alguna vez— que él
recomendaba a sus estudiantes que leyeran lo que les gustaba, y que dejaran de
lado lo que no les gustaba. Pruebas al canto:
«Creo que
la frase “lectura obligatoria” es un contrasentido; la lectura no debe ser
obligatoria. ¿Debemos hablar de placer obligatorio? ¿Por qué? El placer no es
obligatorio, el placer es algo buscado. ¡Felicidad obligatoria! La felicidad
también la buscamos. Yo he sido profesor de literatura inglesa durante veinte
años en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y
siempre les aconsejé a mis estudiantes: si un libro les aburre, déjenlo; no lo
lean porque es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lean un libro
porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo; aunque ese
libro sea el Paraíso Perdido —para mí no es tedioso— o el Quijote —que para mí
tampoco es tedioso—. Pero si hay un libro tedioso para ustedes, no lo lean; ese
libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe ser una de las formas de
la felicidad, de modo que yo aconsejaría a esos posibles lectores de mi
testamento —que no pienso escribir—, yo les aconsejaría que leyeran mucho, que
no se dejaran asustar por la reputación de los autores, que sigan buscando una
felicidad personal, un goce personal. Es el único modo de leer». («Borges para
millones» Entrevista realizada en la Biblioteca Nacional en 1979).
¿Por qué Borges se confundió
con algo tan simple? Si un alumno no quiere leer obras de Rusia o de
Inglaterra, y prefiere leer la literatura de su propio pueblo, pues, se le da
la opción de hacerlo. Y eso no impide que haya un curso de Literatura Universal
en que se le dé una información general de esas literaturas extranjeras, pero
no se le obligará a leerlas. Porque en la educación se enseña literatura para
que se sepa cómo leerla, no para que sea poeta o literato o erudito en ella o
que esté obligado a leer solo literatura extranjera. Y el saber cómo leer es
una técnica que debe aplicarse a la literatura que a cada quien le gusta.
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