Dialéctica
de la Regulación Consciente e Inconsciente de la Conducta*
E.
V. Shorojova
LA COMBINACIÓN PECULIAR de
lo consciente e inconsciente no solo tiene lugar en el proceso del reflejo de
la realidad, sino también en el proceso de la regulación de la conducta humana.
El sentido vital del reflejo psíquico consiste en que cumple el papel de
regulador de la conducta al orientar al hombre en el medio circundante. En unos
casos, se trata de una regulación consciente y en otros inconsciente.
Los
movimientos y las acciones involuntarias, que son las más frecuentes en la
conducta humana, se regulan por el reflejo inconsciente. En casos de
movimientos involuntarios, que se originan por el reflejo de estímulos de
signalización biológica directa, el papel regulador está a cargo de la
excitabilidad. La base fisiológica de esas acciones son los reflejos
incondicionados. De un modo semejante se regula también la compleja actividad
instintiva refleja condicionada. Cuando se desconecta la actividad de los
sectores superiores del cerebro, puede observarse una regulación no psíquica
del movimiento. Por ejemplo, algunos animales, al tener destruidos los
hemisferios cerebrales, se orientan en sus simples relaciones espaciales y
reciben impresiones visuales de los objetos que les rodean: al desplazarse
entre los objetos no tropiezan con ellos. En algunos casos especiales se
manifiesta en el hombre con mayor claridad la regulación psíquica inconsciente
de movimientos y acciones. Es bien conocido que los sonámbulos efectúan en
estado inconsciente movimientos y acciones de extraordinaria complejidad que en
estado consciente son, a veces, incapaces de realizar. En estos casos, el
regulador del movimiento son las percepciones inconscientes de los objetos y
fenómenos circundantes, sensaciones producidas por la actividad de los tendones,
músculos y ligamentos de los órganos que toman parte en el movimiento. La
excepcional adaptación de esos movimientos a las condiciones circundantes, que
sorprende frecuentemente a los observadores, demuestra que las reacciones motoras
se regulan finamente por el reflejo de las peculiaridades de aquellos objetos
hacia los cuales va dirigida la actividad y por el reflejo de objetos y
fenómenos relacionados de algún modo con la realización al nivel del primer sistema
de señales.
Las
impresiones inconscientes producidas por las condiciones del medio ambiente y
por el estado del sistema muscular-motor del hombre regulan algunos movimientos
automáticos del hombre. El más corriente de todos es la marcha. Durante la
marcha -cuando el hombre la domina- no hay necesidad de ser consciente de cada
paso, ni de las condiciones en que ésta se efectúa. El acto de marchar, que
posee un mecanismo reflejo condicionado, se realiza gracias a la percepción de
las peculiaridades de la superficie que pisan sucesivamente los pies y de
aquellos impulsos interreceptivos que envían al cerebro los músculos que
participan en el movimiento. En algunas dolencias el sentido muscular, como
regulador principal del movimiento durante la marcha, desaparece, siendo
sustituido por las percepciones visuales de la superficie por la cual camina el
hombre. La exclusión del analizador visual en este caso conduce a la infracción
del acto normal y automatizado de la marcha.
A
diferencia de la regulación inconsciente del movimiento en casos de reflejos
incondicionados simples y complejos, en los movimientos automatizados la
regulación, que fue anteriormente consciente, deja de serlo a medida que se
domina el movimiento. El hábito se distingue, precisamente, por el hecho de que
los diversos sistemas de movimiento, que forman parte de una u otra actividad,
empiezan a realizarse gradualmente sin control de la conciencia, de un modo
automático, debido a su realización inicial bien meditada y a sus múltiples
repeticiones. En el caso dado no se tiene conciencia de las condiciones de la
actividad, de algunas de sus operaciones. Una actividad consciente, específica
para el hombre (escribir, leer, tocar el piano, etc.), incluye, en su conjunto,
modos inconscientes y automáticos de ejecución. Los movimientos y las acciones
automáticas, a los cuales se refieren los hábitos y las costumbres, se forman
con la constante participación del segundo sistema de signalización, pero
transcurren, preferentemente, en la esfera del primer sistema de señales. “Es
evidente -escribía Pávlov- que nuestra educación, estudios, toda clase de
disciplina, diversas costumbres, constituyen largas series de reflejos
condicionados. ¿Quién ignora que las conexiones establecidas, adquiridas, de
ciertas condiciones, es decir, de excitaciones determinadas, con nuestra
actividad se reproducen tenazmente por sí solas en contra incluso de una
oposición intencionada por nuestra parte? Esto se refiere por igual tanto a la
producción de unas u otras acciones como a su retención intencionada, es decir,
tanto a reflejos positivos como a los negativos. Es igualmente sabido lo
difícil que es, a veces, desarrollar una inhibición necesaria tanto durante los
juegos como en casos de algunos movimientos superfluos, en diversas
manipulaciones artísticas, y también en acciobes”.1
La
formación y la realización de los hábitos y las costumbres humanas se distingue
por una compleja relación recíproca, por el entremezclamiento de una regulación
consciente e inconsciente. La caracterización completa de esa relación exige un
número mayor de investigaciones experimentales.
La
conducta volitiva del hombre se regula por la conciencia. La voluntariedad como
cualidad de la conducta constituye el rasgo peculiar del reflejo consciente. La
atención, la percepción, la recordación, la reproducción y la imaginación. La característica
del proceso psíquico, como proceso voluntario, coincide, si no plenamente, por
lo menos en muchos aspectos, con la determinación del grado de su conciencia,
mientras que el proceso involuntario se relaciona con su inconsciencia. Las
cualidades de consciente e inconsciente se revelan con la máxima claridad en la
conducta voluntaria e involuntaria.
Una
conducta consciente es una conducta voluntaria. A diferencia de los movimientos
y las acciones automáticas, las acciones voluntarias del hombre son
conscientes. La conducta voluntaria se distingue porque el hombre se plantea un
objetivo, prevé los resultados de su actividad y es consciente de los modos de
alcanzar sus resultados. La conducta voluntaria es la actividad consciente,
intencionada y adecuada a un fin. El objetivo de la actividad, que tiene por
origen determinadas necesidades, se forma debido a que el hombre tiene
conciencia de ellas y aspira a satisfacerlas. En la conducta voluntaria, el
hombre no solo tiene conciencia de las posiciones iniciales de la actividad, de
los correspondientes motivos de la conducta, de la preparación psíquica
necesaria para realizar la acción (lucha de motivos, toma de decisión), sino
también de la propia realización de esa actividad. La conciencia de cada uno de
esos eslabones constituye la peculiaridad esencial de la conducta voluntaria. Si
uno de esos eslabones deja de ser consciente, se quebranta la estructura del
acto voluntario. Por ejemplo, si no se tiene suficiente conciencia del objetivo
de la actividad y de los efectos que proporciona, o se infringe el control de
la conciencia por la realización de los actos voluntarios, la conducta
voluntaria se convierte en una cadena de acciones impulsivas: el hombre deja de
dominarse. La capacidad de ser consciente del fin propuesto, de los resultados
y los modos de conseguirlo se combina en la conducta voluntaria con la
conciencia de uno mismo como sujeto activo. Esto último se expresa en la lucha
de motivos, en la toma de decisión, en el dominio de uno mismo, es decir, en el
constante control de los propios actos. La conciencia de la conducta voluntaria
se manifiesta también en que la superación certera de las dificultades, tanto
internas como externas, depende de que el hombre tenga ciertas convicciones firmes,
una concepción correspondiente de mundo. Estas concepciones firmes y su
concepción del mundo vienen a ser la forma en que el hombre toma conciencia de
las relaciones recíprocas con las condiciones de su existencia, con los hombres
que le rodean, con la clase, con la sociedad en su conjunto. Del grado de la
plenitud, exactitud y objetividad con que se reflejan esas relaciones dependerá
la conciencia de la conducta del hombre como miembro de la sociedad.
En
las discusiones con motivo de lo inconsciente suele negarse la existencia del
inconsciente como categoría psicológica. Dicen que lo psíquico y lo consciente
son conceptos idénticos. Sin embargo, al analizar las efectivas relaciones
sociales del hombre, los investigadores tropiezan con el hecho de que no todo
individuo es consciente de todas sus acciones, de los lejanos efectos sociales
de su conducta. El hombre, en una serie de casos, al actuar de un modo
plenamente consciente en su actividad individual, no es consciente de los
resultados de la actividad conjunta del grupo social al que pertenece.
La
categoría de lo inconsciente, aplicada en la sociología burguesa según hemos
indicado ya, está llamada a cumplir un determinado objetivo social. En diversas
concepciones sociológicas y psicológicas lo inconsciente se emplea para
describir la actividad de la “muchedumbre”, de la “masa”. Esa “masa” -a su vez-
fue identificada poco después con las clases “bajas”, con la plebe, con las
heces de la sociedad. Destaca en este sentido la “concepción” de Le Bon.2
Al crear su peculiar “psicología del socialismo”, Le Bon trató de pintar el
triunfo del alma inconsciente de las masas, representada por un conjunto de
bandidos y asesinos.
Le
Bon prefiere a la razón, como peculiaridad característica del hombre-miembro de
la sociedad, un algo místico, mágico e inconsciente. Según él, poseen razón los
representantes de las clases superiores, lo inconsciente se considera como
propiedad del pueblo trabajador.
Freud
admitió la teoría de lo inconsciente social3 y la “argumentó”
psicológicamente en su teoría de lo inconsciente. Según esa teoría, lo inconsciente
en la vida social se reduce a los mismos deseos sexuales reprimidos que Freud
analizaba al estudiar la conducta del hombre aislado. Esos deseos reprimidos,
según dice, son inherentes a toda la humanidad desde el período prehistórico.
Desde ese punto de vista toda la cultura y todos los hábitos de los pueblos vienen
a ser la realización simbólica de esos primeros deseos reprimidos.
El
problema del inconsciente no se resuelve con su simple transferencia desde la
vida social a la psique del individuo aislado, o viceversa.
Según
la psicología marxista, el hombre es un ser social y el proceso de la toma de
conciencia de sus relaciones constituye el proceso del descubrimiento de los
vínculos reales entre el hombre y la sociedad, de la exteriorización de las
leyes objetivas que rigen los fenómenos sociales cuyo testigo o participante es
el hombre. Lo mismo que la conciencia de los propios procesos psíquicos
elementales y de las causas que los han provocado tiene diversos grados de
amplitud y profundidad, así también la conciencia de las condiciones objetivas
más complejas de la actividad humana, del ser social, suele tener diverso grado
de amplitud y profundidad.
El
propio hombre, como ser social, está unido -a lo largo de toda su vida individual-
por múltiples hilos de la realidad objetivamente existente. En conjunto de esos
nexos efectivos en la sociedad determina la existencia objetiva del hombre,
determina lo que es él en realidad. En la conciencia individual, el reflejo de
la situación que el hombre ocupa no coincide, a veces, con su posición
efectiva. Lo que el hombre piensa y dice de sí mismo no coincide frecuentemente
con lo que es él en la realidad.
Esa
complejidad del conocimiento consciente de su propia existencia se explica, en
gran medida, por el hecho de que la misma conciencia es un aspecto
indispensable de la existencia individual.
Desde
su infancia, el hombre se enfrenta con condiciones objetivas y relaciones
sociales que no dependen de su conciencia y voluntad. Se adapta a esas condiciones
y a esas relaciones sin ser consciente de ellas ni de los efectos sociales
reales de su actividad. Sin embargo, no debe deducirse del hecho que la masa de
los hombres se adapte inconscientemente a esas relaciones y no sea consciente,
frecuentemente, de sus vínculos sociales, que los individuos no son seres
conscientes. “De que los hombres -escribía Lenin-, al ponerse en contacto con
otros, lo hagan como seres conscientes, no se deduce de ningún modo que
la conciencia social sea idéntica al ser social. En todas las formaciones
sociales más o menos complejas, y sobre todo, en la formación social
capitalista, los hombres, cuando entran en relación unos con otros, no
tienen conciencia de cuáles son las relaciones sociales que se establecen
entre ellos, de las leyes que presiden el desarrollo de esas relaciones, etc.
Por ejemplo, un campesino, al vender su trigo, entra en “relación” con los
productores mundiales de trigo en el mercado mundial, pero sin tener conciencia
de ello, sin tener conciencia tampoco de cuáles son las relaciones sociales que
se forman a consecuencia del cambio. La conciencia social refleja el ser
social, tal es la doctrina de Marx. El reflejo puede ser una copia
aproximadamente verdadera de lo reflejado, pero es absurdo hablar aquí de
identidad”.4
Los
clásicos del marxismo indicaban que todo cuanto incita al hombre a la actividad
pasa por su conciencia, mas la forma que adopten esos móviles en la cabeza de
un individuo determinado dependerá de muchas circunstancias. En una serie de
casos, la conciencia de las condiciones sociales, de las relaciones sociales,
puede ser deforme; el individuo, según Engels, puede tener una “conciencia
errónea.”
Al
caracterizar el reflejo de las condiciones sociales de existencia, de las
relaciones determinadas que establece el hombre, puede hablarse de lo
inconsciente como de un reflejo incompleto, de una comprensión inexacta de las
leyes realmente objetivas del desarrollo social ocultas tras la apariencia de
los fenómenos.
__________
(*) E. V. Shorojova, El
problema de la conciencia, capítulo V: Fenómenos psíquicos conscientes e
inconscientes, punto 4.
(1) I. P. Pávlov, Obras
completas, ed. cit., t. IV, pág. 415.
(2) G. Le Bon, Psicología
de las masas, San Petersburgo, 1896.
(3) S. Freud, “Massenpsychologie
und Ich-Analyse”, Gesammelte Werke, t. 13, Londres, 1947.
(4) V. I. Lenin, Materialismo
y empiriocriticismo, ed. esp. cit., págs. 361-362.
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