La Cuestión de la
Táctica del Proletariado en el Programa del Partido
Eduardo Ibarra
EN LA HISTORIA de la lucha entre el proletariado y la burguesía, la táctica proletaria ha sido modificada por lo menos dos veces: la lucha por sorpresa con barricadas por la lucha electoral como forma principal de lucha (en las condiciones del capitalismo competitivo), y la lucha electoral por la táctica de combinar la lucha electoral con la lucha directa de las masas (en las condiciones del imperialismo).
La lucha por sorpresa con barricadas había obtenido
numerosas victorias (como, por ejemplo, en París en julio de 1830 y en febrero
de 1848 y en Berlín en este mismo año), pero, dada la reestructuración de la
guardia cívica (y especialmente su reaccionarización política) y la
militarización de los gobiernos burguesas (y en particular el desarrollo de la
tecnología militar), los ataques por sorpresa, según señaló Engels, perdieron
eficacia ya después de 1849.
Puesto que las condiciones de la lucha de clases habían
cambiado, la táctica del proletariado debió modificarse. Así, en las nuevas
condiciones era necesario que las masas comprendiesen que debían intervenir
directamente en la lucha revolucionaria, dejando atrás los tiempos en que la
misma era actuada por una minoría consciente, pues dicha intervención era la
única manera de compensar el fortalecimiento de la estructura y los cuerpos
represivos del Estado burgués. Pero esta intervención tenía una condición
primaria: que la teoría deviniera fuerza material prendiendo en las masas. Para
esto era necesario un prolongado trabajo de propaganda. Este trabajo fue
posibilitado por la implantación progresiva del sufragio electoral en los
países de Europa. De esta forma el método de utilizar el sufragio universal
reemplazó al método de la lucha por sorpresa con barricadas.
A propósito del nuevo método de lucha, Engels escribió:
Y aunque el
sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos hacer
un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar en igual
medida, con el aumento periódicamente constatado e inesperadamente rápido del
número de votos, la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus
adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro mejor medio de propaganda; la
de informarnos con exactitud acerca de nuestra fuerza y la de todos los
partidos adversarios, suministrándonos así el mejor instrumento posible para
calcular las proporciones de nuestra acción y precaviéndonos por igual contra
la timidez a destiempo y contra la extemporánea temeridad; aunque no
obtuviésemos del sufragio universal más ventaja que ésta, bastaría y sobraría.
Pero nos ha dado mucho más. Con la agitación electoral, nos ha suministrado un
medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están
lejos todavía de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el
pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a
nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual
pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con
una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y
en los mítines. («Introducción» a Las luchas de clases en
Francia de 1848 a 1850, de Marx).
Así, pues, en las
condiciones del desarrollo relativamente pacífico del capitalismo, el nuevo
método se convirtió en la forma principal de lucha.
Respecto a
los resultados de esta circunstancia, Lenin escribió:
El oportunismo se ha
ido incubando durante decenios por la especificidad de una época de desarrollo
del capitalismo en que las condiciones de existencia relativamente civilizadas
y pacíficas de una capa de obreros privilegiados los «aburguesaba»,
les proporcionaba unas migajas de los beneficios conseguidos por sus capitales
nacionales y los mantenía alejados de las privaciones, de los sufrimientos y
del estado de ánimo revolucionario de las masas que eran lanzadas a la ruina y
que vivían en la miseria. (…) La fuerza de la costumbre, la rutina de una
evolución relativamente «pacífica»,
los prejuicios nacionales, el temor a virajes rápidos y la falta de fe en estos
virajes, todo esto, como es de suponer, han sido circunstancias complementarias
que han vigorizado el oportunismo y han contribuido a la contemporización
hipócrita y cobarde con él, bajo el pretexto de que esto es sólo temporal y
obedece únicamente a causas y motivos especiales. (La bancarrota de la II Internacional).
También Stalin
escribió sobre lo mismo:
El período en que
dominó la II Internacional fue, principalmente, un período de formación y de
instrucción de los ejércitos políticos proletarios en unas condiciones de
desarrollo más o menos pacífico. Fue el período del parlamentarismo como forma
preponderante de la lucha de clases. Las cuestiones de los grandes choques de
clases, de la preparación del proletariado para las batallas revolucionarias,
de las vías para llegar a la conquista de la dictadura del proletariado, no
estaban entonces –así lo parecía– a la orden del día. La tarea reducíase a
utilizar todas las vías de desarrollo legal para formar e instruir a los
ejércitos proletarios, a utilizar el parlamentarismo adaptándose a las
condiciones dadas, en las cuales el proletariado asumía y debía asumir –así lo
parecía– el papel de oposición. No creo que sea necesario demostrar que, en ese
período y con semejante concepción de las tareas del proletariado, no podía
haber ni una estrategia coherente ni una táctica bien elaborada. Había
pensamientos fragmentarios, ideas aisladas sobre táctica y estrategia, pero no
había ni táctica ni estrategia.
El pecado mortal de
la II Internacional no consiste en haber practicado en su tiempo la táctica de
utilizar las formas parlamentarias de lucha, sino en haber sobreestimado la
importancia de estas formas, considerándolas casi las únicas; y cuando llegó el
período de las batallas revolucionarias abiertas y el problema de las formas
extraparlamentarias de lucha pasó a primer plano, los partidos de la II
Internacional volvieron la espalda a las nuevas tareas, renunciaron a ellas. (Los fundamentos del leninismo).
Entre nosotros,
Mariátegui escribió sobre el tema:
La función de la
Segunda Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los
partidos socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento.
Sentían que la fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron,
por consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas. El movimiento
obrero adquirió así un ánima y una mentalidad reformistas. (La escena contemporánea).
Si bien es cierto,
pues, que la utilización del sufragio universal permitió que los partidos de la
clase obrera crecieran en número, etcétera, no es menos cierto que, a un tiempo
mismo, el ambiente de la vida política legal corrompió poco a poco a sus
representantes en las instituciones burguesas y aun a los propios partidos. Por
eso Stalin señaló que
… los partidos de la
II Internacional iban echando grasa y no querían pensar seriamente en la revolución,
en la dictadura del proletariado, en la educación revolucionaria de las masas.
El caso paradigmático
de este resultado fue el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. Así, pues, no
se cumplió el pronóstico de Engels según el cual
… antes de terminar
el siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas intermedias de la
sociedad, tanto los pequeños burgueses como los pequeños campesinos y nos
habremos convertido en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que
inclinarse, quieran o no, todas las demás potencias. («Introducción»).
Engels escribió:
… a medida
que va madurando para emanciparse [el proletariado] se constituye como un
partido independiente, elige sus propios representantes y no los de los
capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez
de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual,
pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal
marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que
los capitalistas, qué deben hacer. (El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).
Representativa, pues,
de las condiciones del desarrollo más o menos pacífico del capitalismo, la
teoría del termómetro del sufragio explica la siguiente afirmación:
Su
crecimiento (el de los votos a favor del Partido Alemán) avanza de un modo tan
espontáneo, tan constante, tan incontenible y al mismo tiempo tan tranquilo
como un proceso de la naturaleza. («Introducción»).
De
un modo tan espontáneo como un proceso de la naturaleza. Pero ¿puede
decirse lo mismo en nuestra época de desarrollo catastrófico del capitalismo?
El punto de ebullición de que habló
Engels es la guerra civil que debía
producirse como la respuesta del proletariado y las clases trabajadoras en
general al golpe de Estado de la burguesía.
Sin embargo,
con la sapiencia de un verdadero teórico, Engels no absolutizó la lucha
electoral y, por tanto, tampoco su teoría del termómetro del sufragio, no
obstante haberla planteado en una época en la que la revolución proletaria no
estaba en el orden del día. Así, esclareció:
… Liebknecht ya me ha
hecho un lindo truco. De mi Introducción
a los artículos de Marx sobre la Francia de 1848-50 ha extraído todo lo que
podría servir para apoyar la táctica de paz
a toda costa y de oposición a la fuerza y a la violencia, que por un tiempo
le ha hecho alegre proponer, especialmente en el presente cuando se están
preparando leyes coercitivas en Berlín. (Carta a Paul Lafargue del 3 de abril
de 1895).
… propongo estas
tácticas únicamente para la Alemania de
hoy y solamente con una estipulación
importante. En Francia, Bélgica, Italia y Austria, no se podían seguir estas
tácticas en su totalidad y en Alemania podrían quedarse inaplicables mañana…
(Citado por Bob Avakian en Para una
cosecha de dragones).
Es decir, según Engels,
la revolución no necesariamente tenía que producirse como resultado de un
proceso que se desenvuelve «tan tranquilo
como un proceso de la naturaleza» y que termina con el golpe de estado y la
guerra civil, a pesar de que el proceso de la revolución se producía entonces
en las condiciones del desarrollo relativamente pacífico del capitalismo, pues,
de hecho, fuera de Alemania, la lucha entre el proletariado y la burguesía
podía desarrollarse en circunstancias tales que el estallido de la guerra civil
se produjese como resultado de otras causas.
Con el surgimiento del imperialismo, el
capitalismo pasó de su desarrollo relativamente pacífico a su desarrollo
catastrófico: exacerbación de todas las contradicciones del capitalismo y
aparición de otras nuevas, crisis económicas cada vez más profundas, crisis políticas
desestabilizadoras, guerras interimperialistas por un nuevo reparto del mundo, actualidad
de la revolución proletaria, desarrollo del movimiento de liberación nacional.
Por eso nuestra época es definida como la del imperialismo y de la revolución
proletaria.
Este cambio
en las condiciones de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía,
obligó a replantear la táctica proletaria: las nuevas condiciones no permitían ya
la lucha electoral como forma principal de lucha, sino que exigía su combinación
con la lucha directa de las masas. He ahí la nueva táctica proletaria.
Lenin
escribió:
Saber
encontrar, percibir, determinar exactamente la marcha concreta o el cambio
brusco de los acontecimientos susceptibles
de conducir a las masas a la
grande y verdadera lucha revolucionaria final y decisiva, es en lo que
consiste la misión principal del comunismo contemporáneo en la Europa
occidental y en América.
Ejemplo:
Inglaterra. No podemos saber –ni nadie se halla en estado de determinarlo por
anticipado– cuándo estallará allí la verdadera revolución proletaria y cuál será el motivo principal que
despertará, inflamará, lanzará a la lucha a las grandes masas, hoy aún
adormecidas. Tenemos el deber, por consiguiente, de realizar todo nuestro
trabajo preparatorio teniendo herradas las cuatro patas (según la expresión
favorita del difunto Plejánov cuando todavía era marxista y revolucionario).
Quizá sea una crisis parlamentaria la que «abra
el paso», la que «rompa el hielo»; acaso una crisis que derive
de las contradicciones coloniales e imperialistas irremediablemente
complicadas, cada vez más inextricables y exasperadas; son posibles otras
causas. No hablamos del género de lucha que decidirá
la suerte de la revolución proletaria en Inglaterra (esta cuestión no
sugiere duda alguna para ningún comunista, pues para todos nosotros está
firmemente resuelta), pero sí del motivo que
despertará a las masas proletarias adormecidas hoy todavía, las pondrá en
movimiento y las conducirá a la revolución. No olvidemos que, por ejemplo, en
la república burguesa de Francia, en una situación que, tanto desde el punto de
vista internacional como del interior, era cien veces menos revolucionaria que
la actual, bastó una circunstancia tan «inesperada» y
tan «mezquina» como el asunto Dreyfus –una de las
mil hazañas deshonrosas de la banda militarista reaccionaria– para conducir al
pueblo a dos dedos de la guerra civil. (El
estado y la revolución).
Así, pues, si ya en
los tiempos a los que se refirió Engels, la lucha electoral tenía una validez
solamente relativa, en las actuales condiciones del desarrollo catastrófico del
capitalismo su validez es aun menor.
En nuestra
época la teoría del termómetro del sufragio tiene vigencia como «el
índice que sirve para medir la madurez de la clase obrera». Y, como señaló el
propio Engels, tal termómetro «No puede
llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual».
Pero no tiene
vigencia como el factor que marca para los trabajadores «el
punto de ebullición», pues nuestra época presenta una variedad de causas que
pueden dar lugar a la revolución, y no una sola como el golpe de estado en la
argumentación de Engels.
Por eso, en nuestra época y para nuestra
época, Lenin escribió:
Solo los canallas o
los bobos pueden creer que el proletariado debe primero conquistar la mayoría
en las votaciones realizadas bajo el yugo
de la burguesía, bajo el yugo de la
esclavitud asalariada, y que sólo después debe conquistar el poder. Esto es
el colmo de la estulticia o de la hipocresía, esto es sustituir la lucha de
clases y la revolución por votaciones bajo el viejo régimen, bajo el viejo
poder. (Saludo a los comunistas
italianos, franceses y alemanes).
Téngase en cuenta que,
cuando Engels y Lenin se refieren a la lucha electoral, hablan del
potenciamiento de la influencia entre las masas del partido proletario, y no de
un partido oportunista o de un conglomerado de tendencias reformistas.
En resumidas
cuentas, absolutizar en nuestra época la teoría del termómetro del sufragio, es
no tener en cuenta las condiciones en las que la revolución proletaria mundial
se desenvuelve desde el surgimiento del imperialismo y, a la par, es no tener
en cuenta que Engels propuso dicha táctica «únicamente
para la Alemania» de la últimas
décadas del siglo XIX (táctica que podía
quedar inaplicable posteriormente), «y solamente con una estipulación importante»: en
otros países, como aquellos nombrados por Engels, la táctica del termómetro del
sufragio no tenía aplicabilidad.
Para decirlo
de otro modo, asumir librescamente la teoría del termómetro del sufragio es dar
un salto hacia atrás, es retroceder hasta el siglo XIX, y, peor aún, es aterrizar
en un solo país: Alemania.
Lenin señaló:
Para un marxista es
indudable que la revolución es imposible sin una situación revolucionaria…
Seguramente no
cometeremos un error si señalamos estos tres signos principales: 1) La
imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación;
tal o cual crisis de las «alturas», una
crisis de la política de la clase dominante. Que origina una grieta por la que
irrumpen el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que
estalle la revolución no suele bastar con que «los
de abajo no quieran», sino que hace falta además que «los
de arriba no puedan» seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación,
superior a la habitual, de la miseria y de los sufrimientos de las clases
oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la
actividad de las masas, que en tiempos de «paz»
se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas,
tanto por toda la situación de crisis, como
por los mismos «de arriba», a una acción
histórica independiente. (La bancarrota
de la II Internacional).
Es decir, la revolución
se produce por la conjunción de causas diversas, pero ligadas entre sí, como
las señaladas por Lenin.
El movimiento
revolucionario de las masas aparece pues en nuestra época como el termómetro
que, contrariamente a la teoría del termómetro del sufragio de Engels, sí puede
llegar y llegará –y llegó ya en no pocos casos– a marcar «el punto
de ebullición».
Por supuesto,
los marxista-leninistas no se oponen a la lucha legal (participación en las
elecciones al parlamento, a los municipios, etc.), es decir, no son partidarios
del infantilismo de izquierda y, por eso, no juegan a la revolución ni
parlotean en abstracto sobre la misma. Los marxista-leninistas adhieren a la
teoría sobre la lucha legal expuesta por Lenin en La enfermedad infantil.
Pero, por eso
mismo, consideran que la lucha legal electoral debe servir a la lucha ilegal,
aunque legítima, de las masas. En síntesis, la táctica proletaria debe apuntar
a desarrollar un movimiento revolucionario de masas. En consecuencia, la lucha
legal (parlamentaria, municipal, etc.) debe ser abordada desde la perspectiva
del movimiento revolucionario de masas, y, por tanto, este movimiento no puede
abordarse desde la perspectiva de la lucha electoral, como hace el oportunismo.
Pero, como es
claro, dicho movimiento implica un trabajo ilegal de propaganda y de
organización, la preparación de las fuerzas de la revolución.
El principio
fundamental de la táctica proletaria es: 1) mantener la independencia política
del proletariado tanto en la lucha legal como en la lucha de masas; 2) combinar
los intereses inmediatos del movimiento con sus intereses futuros; 3) vincular
el movimiento presente con el proceso general y el objetivo final de la lucha
de clase del proletariado.
Como se ve,
la cuestión de la táctica del proletariado es tan importante en la política del
Partido, que su exposición no puede quedar por fuera de su Programa General.
18.07.2019.
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