lunes, 1 de marzo de 2021

Filosofía

El Concepto del Objeto «abstracto» («ideal»)

E. V. Iliénkov

EN LOS ÚLTIMOS AÑOS aparece a menudo en la literatura sobre lógica –y especialmente en la denominada «ciencia lógica»– el término «objeto abstracto». Consideramos que este término tan poco convincente se corresponde muy poco con la comprensión del problema de lo abstracto y lo concreto que le es propia a la tradición dialéctica en lo referente a la lógica. El siguiente texto supone un intento de analizar precisamente bajo qué supuestos lógico-filosóficos se debe construir e introducir en el lenguaje de la lógica este, a nuestro entender, absurdo concepto. Con este fin, el autor parte de las determinaciones de los conceptos «abstracto» y «concreto» ya estudiadas y fundamentadas en una serie de trabajos como, por ejemplo, en un artículo sobre los conceptos de lo «abstracto» y lo «concreto» en «El Capital» de Marx.1

        La existencia de una categoría especial de objetos «abstractos» o «ideales» al lado de un mundo de los objetos concretos empíricamente dados fue rechazada por Marx como materialista y empirista consecuente, mostrando que la necesidad de introducir tal categoría es una suerte de castigo inevitable por la deficiencia, la decadencia y la unilateralidad («lo abstracto») de la comprensión fáctico-empírica de la realidad.

        El empirista inconsecuente, del tipo de Locke o Wittgenstein, que coloca en la base de su pensamiento la representación de «cosas singulares» o «hechos atómicos» independientes unos de otros, fija de esta forma el hecho igualmente empírico y evidente de su interdependencia no en forma de relaciones empíricamente estudiadas entre ellos dentro de una u otra «totalidad», sino en forma de «abstracciones».

           En otras palabras, la conciencia del empirista fija en forma de Abstracción que se «materializa» en «sus manifestaciones concretas y singulares» el rol decisivo de la totalidad en relación con sus propias «partes», rol del que él al principio se abstrae como de un «objeto imaginario» ideado por la anticuada «metafísica filosófica».

        En realidad, la situación de dependencia multilateral entre elementos singulares imaginariamente conectados entre sí es una situación real que ya hace tiempo expresó la filosofía racionalista en sus categorías, la tradición de Spinoza-Leibniz-Fichte-Hegel, una tradición opuesta a la concepción estrechamente empírica (que parte del «individuo» y del «concepto individual»).

        El rol determinante de la totalidad en relación a sus propias «partes», el punto de vista que parte del «todo» para después llegar a la comprensión de sus «partes», fue siempre el terreno sobre el que se cultivó la dialéctica.

        La concepción opuesta, que parte de la representación de que «al comienzo» existen individuos (en griego: «átomos»; en lenguaje neopositivista:«hechos atómicos») autónomos, totalmente independientes unos de otros, esto es, unidades «lógicamente indivisibles» del universo que después se «unen» en complejos más o menos aleatorios en función de su «naturaleza interna» y que permanecen inalterables e idénticos bajo esta unión a como eran antes de ella, esta concepción siempre ha sido y será un terreno en el que no puede desarrollarse ninguna dialéctica, un terreno en el que ella inmediatamente se marchita.

        Muy al contrario, aquí se cultiva muy bien la concepción según la cual junto al mundo de los «individuos» existe además un mundo especial de «modelos», de «objetos abstractos» que forman diferentes «complejos» de individuos y de «conceptos individuales»: la «esfera de lo místico», como lo definió Wittgenstein.

        El empirista fija al fin y al cabo el hecho de la dependencia de las partes del todo precisamente en forma mística, en forma de dependencia de lo singular-concreto respecto de lo Universal-Abstracto.

        Por eso lo Universal resulta inevitablemente místico, pues las determinaciones de la «totalidad» no pueden ser principalmente obtenidas (y esto lo atestigua también incluso la lógica formal) por medio de la fijación de aquellos «rasgos generales» que posee cada parte de esta totalidad estudiada por separado, cada uno de sus elementos integrantes, así como la representación de una casa no puede obtenerse a partir de los rasgos de cada uno de sus ladrillos…

        Esta situación, que tiene importancia universalmente lógica, se sigue muy bien en el concepto de Valor, así como en el concepto de Valor el papel determinante del todo respecto a sus partes aparece justamente en «forma mística», de forma que no es lo «abstracto» lo que resulta propiedad (aspecto, rasgo o momento) de lo concreto, sino al revés, lo concreto sensible se convierte en la manifestación, en la hipóstasis ficticia de lo Universal-Abstracto.

        En esta absurda forma mística se presenta, tal y como logró demostrar sólo Marx (precisamente porque partió de una concepción dialéctica de las categorías lógicas), el rol determinante de las fuerzas «agregadas» colectivas de la totalidad social en relación a cada trabajo individual (particular y parcial) creador de productos individuales (particulares y parciales).

        En forma de valor (de Abstracción) aparece en la realidad el carácter social, esto es, universal-concreto del trabajo.

        La ilusión consistente en que los fenómenos concretos aparecen como diversos medios de «cristalización» de alguna Abstracción, de algún Universal-Abstracto, se da bajo condiciones totalmente determinadas, es decir, no siempre y no en todo lugar.

        Cuando nos topamos con una situación de dependencia recíproca entre «partes» dentro de un «todo» fácilmente contemplable, sea éste el mecanismo de un reloj o un pequeño colectivo de personas trabajadoras que comparten entre ellas una obligación, simplemente no hay lugar para semejante ilusión. Aquí se ve claramente que las «piezas» separadas dependen unas de otras, y siguiendo detalladamente toda la suma de interdependencias entre las partes comprenderemos también la «totalidad». Aquí no hay lugar para ningún tipo de Objeto Abstracto especial, así como tampoco aparece la necesidad de inventarlo. Esto se debe a que el Objeto Abstracto es una ficción tras la cual no yace un concepto concreto de «totalidad», es decir, la «totalidad» como medio de interacción entre partes permanece oculta para nosotros.

        Si hemos de tratar con la producción dentro de los límites del régimen comunal, es decir, con el trabajo de personas que conforman un colectivo inmediatamente perceptible, resulta entonces obvio que los elementos singulares de esta «totalidad» dependen sólo unos de otros, que entre ellos se encuentra dividido uno y el mismo trabajo, una y la misma actividad concreta y determinada. En este caso, «las fuerzas individuales de trabajo sólo actúan, desde su origen, como órganos de la fuerza de trabajo colectiva»2. En otras palabras, lo universal-concreto cristaliza aquí en forma de personas concretas e individuales y no se da ningún misticismo ni ningún Universal-Abstracto.

        Otra situación se da cuando dentro de alguna Totalidad se hallan relacionadas entre sí cosas o personas «concretas», inmediatamente «independientes» unas de otras, «autónomas» y «aisladas», que existen «por sí mismas». La formación objetiva y real, esto es, universal-concreta, la «totalidad orgánica» que aquí tiene lugar se manifiesta sólo como resultado obtenido a partir de la interacción de «partes» o «átomos» originalmente independientes unos de otros.

        Pero en tanto esta independencia es puramente imaginaria, en tanto en realidad desde el mismo comienzo estas «partes» están formadas y enlazadas entre sí precisamente como exige la «totalidad» y realizan precisamente los roles y funciones que dicha «totalidad» les dicta, entonces esta interdependencia real se presenta en su correspondiente forma ficticia, en forma de alguna Abstracción que dicta desde afuera a estas «partes» su modo de unión dentro de la «totalidad».

        La totalidad se manifiesta aquí bajo el aspecto de una Abstracción accesoria y externa a dichas partes sólo porque no se ha estudiado en el contenido de cada una de estas piezas la determinación que las convertía desde el principio precisamente en tales piezas de la «totalidad» concreta dada; se ha hecho «abstracción» de ella, las piezas se han «abstraído» de ella desde un comienzo.

        En otras palabras, en el examen de cada «elemento» individual han sido omitidas conscientemente todas las particularidades gracias a las cuales estos elementos cumplen su rol o función rigurosamente definidos.

        Esto significa que el elemento en cuestión ha sido determinado «abstractamente», que el acto de abstracción ha eliminado lo más importante y esencial que convierte a dicho elemento precisamente en elemento de la totalidad dada en cuestión, la determinación concreta que lo liga a la totalidad concreta.

        Esta determinación omitida al comienzo reaparece después en forma de Abstracción mística y externamente accesoria, a modo de totalidad que dicta a los «elementos concretos» su determinación y su papel en el movimiento. Lo mismo sucede con el valor.

        «El trabajo reflejado en el valor de cambio se presupone como el trabajo de un productor individualmente aislado»3. Es decir, se presupone tal y como en verdad nunca ha sido, no es y no puede ser: pues él desde el principio y durante todo el tiempo es trabajo social desigualmente dividido entre diferentes productores que sólo se conciben a sí mismos como originalmente aislados. Realmente, el modo de trabajo que lleva a cabo cada uno de ellos les ha sido impuesto por una totalidad espontánea y, por tanto, incomprendida por ellos, esto es, por una división universal-concreta del trabajo social en una serie de operaciones particulares y parciales.

        Pero si se hace del punto de partida real una ficción, es decir, una representación acerca de la independencia originaria de los elementos entre sí, entonces la dependencia real que siempre ha existido entre ellos, pero que ha sido deliberadamente ignorada, se concibe entonces también como una ficción, como una Abstracción especial. Esta dependencia no ha sido fijada en la composición concreta de los «elementos», por eso luego es necesario introducirla por la puerta de atrás.

        De aquí resulta que la interdependencia multilateral de los individuos entre sí se manifiesta y se expresa a través de su contrario, a través de acciones laborales «particulares», «independientes» unas de otras, aisladas y de ninguna manera «acomodadas» unas a otras previamente. Esto se expresa de tal manera que «el trabajo particular adquiere la forma de su contrario, es decir, de trabajo en forma inmediatamente social»4, o, en otros términos, «el trabajo concreto se transforma aquí en la forma de manifestación de su contrario, del trabajo humano abstracto»5.

        Sobre esta base se origina la expresión absurdamente mística consistente en que lo «concreto» se convierte en la «forma de manifestación», en una («hipóstasis» de la) Abstracción…

        Sin embargo, en esta forma mística se halla expresada una situación totalmente real de las cosas, a saber, la dependencia mutua real de todos los individuos entre sí, el carácter social del trabajo de cada uno de ellos. La interacción universal-concreta de los «elementos» también se presenta bajo el aspecto de lo Universal-Abstracto, en forma de Objeto Abstracto, de Valor.

        De esta manera se vuelve todo del revés, se invierte de la cabeza a los pies y se obtiene la percepción opuesta. Y, a decir verdad, aquello que típicamente se considera «trabajo concreto» ha dejado hace tiempo de ser «concreto». El trabajo en sí, fuera de las fantasías abstractas, se ha convertido en un trabajo extremadamente abstracto, se ha vuelto parcial, unilateral y mecánicamente simple. Ha dejado de ser la actividad viva del individuo –del individuo dado, concreto e irrepetible– y se ha convertido en un simple movimiento aprendido esquemáticamente, en un surtido de operaciones totalmente estandarizadas, abstractas e impersonales. Aquí sucede lo siguiente: inserto en el sistema dado de relaciones características de la gran maquinaria del modo de producción capitalista, el «individuo concreto» comienza a funcionar dentro de ella precisamente siguiendo el rol que ésta le asigna, el rol de «engranaje», el rol de componente estandarizadamente abstracto. Su actividad se convierte literalmente en abstracta, es decir, en parcial, unilateral, mecánica y degradante.

        Precisamente porque su actividad, así como la de cada uno de sus vecinos, se ha vuelto realmente abstracta, así ella resulta fuertemente ligada a otra actividad igualmente abstracta. Atrapado en las redes de la «dependencia objetiva», este individuo abstracto cae también inevitablemente en las redes de las ilusiones relativas a su propia existencia.

        «Estas relaciones objetivas de dependencia, en antítesis a las relaciones personales de dependencia (una relación objetiva de dependencia no es otra cosa que las relaciones sociales que se han vuelto independientes y que enfrentan a individuos aparentemente independientes, es decir, sus relaciones de producción devenidas autónomas en relación a ellos mismos) aparecen de tal forma que los individuos son gobernados por abstracciones, mientras que antes dependían los unos de los otros»6.

        Los individuos, atados de pies y manos por las cadenas de las «relaciones objetivas», es decir, por las fuerzas de la propia realidad concreta de sus relaciones mutuas que ellos no ven, que no comprenden, de las que no son conscientes, estos individuos siguen comprendiéndose a sí mismos como «individuos concretos», aunque el proceso que les atrapa en su transcurso ya hace tiempo que ha transformado a cada uno de ellos en un individuo extremadamente abstracto, en el ejecutor de operaciones particulares y parciales unilateralmente estandarizadas: en tejedor, en sastre, en panadero, en tornero o en fabricante de «óleos abstractos».

        Todos los demás tipos de individuo «concreto», a excepción de los puramente profesionales, desde el punto de vista del proceso en su totalidad se convierten en algo completamente inesencial e indiferente, innecesario, y por eso se atrofian en lo que ya eran y no perseveran en lo que todavía pueden devenir.

        Esto también se halla en conexión con el conocido fenómeno de la «alienación», que conduce a la «despersonalización del individuo», a la pérdida de la vinculación personal del individuo tanto respecto a otro individuo como al mundo en general, a su transformación en una figura totalmente estandarizada, en un esquema, en una imagen abstracta.

        Y si el individuo-imagen, sólo imaginariamente concreto y de facto reducido a lo abstractamente unilateral y esquemático, tiene la impresión de que ejercen poder sobre su suerte ciertas Abstracciones impersonales, Objetos Abstractos, Modelos Abstractos, Estereotipos Abstractos que le dominan como a un esclavo, como a una marioneta, entonces en verdad, como demostró Marx, lo que une a este individuo a otros es su propia abstracción, el esquematismo unilateral de su propia actividad vital, que exige su propia realización en el esquematismo igualmente abstracto de la actividad de otro individuo.

        Así como el tornillo no tiene sentido sin la tuerca, sin el destornillador, sin la llave inglesa y sin un agujero en el que introducirse, así tampoco tiene sentido el tornero sin el panadero, ni el panadero sin el fundidor, ni el fundidor sin el tornero, etcétera.

        La dependencia universal-concreta que liga a estos individuos en una única totalidad se manifiesta a través de la realización de un individuo abstracto mediante otro individuo igual de abstracto (aunque de diferente manera), mediante todos los demás individuos, que son en sí sustancias abstractas. Y solo la totalidad de individuos «abstractos» conforma la única «concretidad» real de la existencia humana, la «esencia humana».

        Esta concretidad no verdadera se presenta en la conciencia de cada individuo abstracto bajo la forma de la fuerza mística de una Abstracción, del «poder de las abstracciones», que reemplaza la forma personal y concreta de la dependencia mutua entre individuos.

        En realidad esto no es otra cosa que la fuerza y el poder de lo auténticamente concreto en su comprensión marxista, es decir, de la totalidad de las relaciones sociales en el interior del organismo social, más allá del esclavo «abstracto» de la división del trabajo, es decir, más allá de los individuos «parciales» unilateralmente desarrollados. Aquí el individuo es en verdad esclavo de la abstracción, pero no de la Abstracción mística situada fuera de él, sino de su propia abstracción, esto es, del esquematismo parcial, degradante e impersonal de su propia actividad vital, de su trabajo.

        Bajo un análisis detallado de esta dialéctica objetiva referente a la transformación del «trabajo concreto» (y del individuo que lo realiza) en «trabajo abstracto» (y en el tipo de individuo que lleva a cabo esta forma de trabajo) fue disipado todo el misticismo del Valor, de «esta Abstracción» que «se encarna en el cuerpo sensiblemente concreto de la cosa y del hombre».

        Y aquí se despliega en su totalidad toda la astucia dialéctica de las representaciones actuales (que para nada tienen en cuenta a la dialéctica) sobre lo «abstracto» y lo «concreto».

        Si, como venía siendo habitual, se denomina «individuo concreto» al individuo singular sensiblemente percibido y «trabajo concreto» al trabajo particular que este individuo realiza, al mismo tiempo que éste ya hace tiempo que ha sido transformado por la fuerza de la dialéctica objetiva en un individuo abstracto, en el sujeto del trabajo abstracto, entonces resulta que lo «concreto» es la forma de manifestación y de encarnación de lo Abstracto.

        Y en tanto en el léxico de una persona que no se maneja con la lógica dialéctica lo Abstracto es sinónimo de lo Ideal, sinónimo de Concepto, entonces de aquí se extrae muy coherentemente la concepción de acuerdo a la cual sobre el mundo –o, al menos, sobre el mundo social- reina el Concepto, la Idea, el Pensamiento.

        Precisamente por eso, el empirista que refunfuña no sé qué acerca del «hegelianismo» en la lógica acaba siendo esclavo de las mismas desviaciones fundamentales del idealismo hegeliano tan pronto como se topa con el hecho de la dependencia de las «partes» y los «elementos» en el interior de alguna totalidad orgánica, con el hecho del papel determinante de esta totalidad en relación a sus propias partes.

        Aquí comienzan inmediatamente las «Abstracciones», los «Objetos Abstractos», las «Ficciones» –incluso las imprescindibles–, las «Entelequias» y demás dislates místicos.

        Este es el final totalmente inevitable para la lógica del empirismo.

        A decir verdad, el punto de partida del pensamiento según esta lógica no es lo «concreto» entendido como un «todo» orgánicamente dividido en su interior, como una «unidad de lo diverso», sino como una «diversidad» completamente indefinida, como una «multitud de individuos» sin límites trazados en modo alguno.

        Cuando de estos «individuos» indeterminados se abstraen unos «rasgos comunes a todos ellos», descubriendo en esta tarea la «comprensión» del empirismo, resulta que en vez de la comprensión nos encontramos simplemente con la descripción en términos abstractos de «hechos aislados» previamente incomprendidos. Pues los «rasgos comunes» propios a los individuos de uno u otro «tipo», «clase» o «género» de ninguna manera llegan a caracterizar por sí mismos dichos «tipo», «clase» o «género», y estos permanecen siendo una misteriosa Equis.

        Pongamos que una persona quiera, empleando la lógica del empirismo, comprender una totalidad no demasiado compleja como puede ser una radio. Para llevar esto a cabo estará obligado, siendo fiel a dicha lógica, a colocar ante su percepción intelectual no esta «totalidad concreta» llamada radio, sino una «multitud de piezas», de ejemplares individuales de la «clase» de componentes de radio y esforzarse por extraer con ayuda de una Abstracción «algo común» entre ellos. Esta persona buscará lo Universal-Abstracto que posee de igual forma toda radio: una válvula, un condensador, un diodo, un interruptor, etcétera.

        Es evidente que a partir de las «abstracciones» obtenidas por esta vía nunca podrá alcanzarse ni siquiera una representación aproximada de la «totalidad» en cuyo seno existen y funcionan los componentes enumerados. Pues en los «rasgos abstracto-comunes» que poseen el triodo, la bobina del altavoz y el interruptor de los diapasones de ninguna manera está expresada la específica interrelación universal-concreta entre ellos.

        Por este motivo, incluso la enumeración más completa y acabada de los «rasgos comunes» poseídos por «todos los componentes» de un todo conocido (sea éste una radio o un colectivo de personas dedicadas a una tarea común) no podrá acercarnos ni un milímetro a la comprensión de dicha tarea universal-concreta que aquí se halla dividida entre componentes aislados, entre cosas o personas «singulares y sensiblemente perceptibles».

        Todo este universal-concreto (la interdependencia entre diferentes elementos de un «todo» dado y específicamente concreto) aparecerá después en la conciencia del empirista como una Abstracción inmediata, como un «Modelo Abstracto» en base a cuyas exigencias se organizan y se combinan los componentes aislados en una u otra «totalidad».

        Esta Abstracción debe ser introducida a la fuerza «desde fuera», y no a partir del estudio de los «elementos». ¿Por qué? Pues sólo porque en el transcurso de este estudio de los «elementos», enfocado a la revelación de lo «común-abstracto entre ellos», precisamente estos elementos han dado la espalda a (se han abstraído de) ese momento dentro de cada uno de ellos que «expresa» esta ligazón universal-concreta de la «totalidad».

        En la estructura de cada elemento (de cada hecho singular) la lógica del empirismo recomienda sacar a la luz sólo lo universal-abstracto precisamente en cuyo interior la «especificidad» del elemento dado -como elemento de éste «todo», y no de ningún otro- se extingue.

        Esto significa que cada elemento desde el mismísimo comienzo ha sido estudiado de forma extremadamente abstracta, es decir, de forma extremadamente unilateral y parcial.

        El colofón inevitable a todo esto es la Abstracción que caracteriza a la «Totalidad», pero ya sin relación al estudio de cada elemento, de su especificidad.

        De aquí nace la representación del «Objeto Abstracto», del «Modelo (ideal) Abstracto» que mediante su poder conecta elementos totalmente insignificantes e indiferentes unos a otros en una unidad, en una totalidad orgánica. Y el hecho de que denominen a esta Abstracción mística «Concepto», «Entelequia», «Idea» o «Forma del Lenguaje», «Forma del armazón del Lenguaje» o «Modelo» es de todo punto irrelevante. Pues la Abstracción (que representa a la totalidad) se concibe ya no bajo el prisma de la investigación empírica y del análisis de los elementos, de los fenómenos singulares, sino bajo otra lente totalmente distinta, bajo la lente de la «construcción lógica», de la «modelización», etcétera.

        Esto es inevitable, pues las determinaciones universal-abstractas de la «totalidad» no pueden obtenerse en calidad de determinaciones abstractas de cada elemento de esta totalidad tomado por separado como si se tratasen de abstracciones en las que estuviesen reflejados la «propiedad» o «rasgo» comunes a todos los elementos sin excepción (a cada uno de ellos). Aquellas determinaciones no se hallan en absoluto en esta retahíla,  sino en los hechos empíricamente examinables; intervienen a través de las diferencias (y contradicciones) de estos hechos individuales, y no a través de lo «común» en ellos; es decir, intervienen a través de su propia contradicción.

        Por este motivo, el intento de justificar cualquier determinación universal-abstracta de un sistema concreto de hechos singulares (de fenómenos, de cosas, de personas, de individuos en general) en forma de determinación universal-común a todos los individuos, a cada uno de ellos, acaba siempre en un callejón sin salida. Bajo esta forma, dichas determinaciones sencillamente no se justifican, no se «verifican», sino más bien al contrario, se «desmienten» con firmeza. Pero en tanto sin ellas (sin las determinaciones universal-abstractas) es imposible cualquier esquema teórico de comprensión de hechos «concretos» («singulares»), hasta el más riguroso «empirista» se ve obligado a aceptarlas, si bien lo hace a regañadientes, colocándolas bajo el título de «ficciones», aunque imprescindibles…

        Así «justificó» el capitán Konrad Schmidt el concepto de «valor» y así «justifican» los trasnochados adeptos a la lógica del empirismo – los neopositivistas- los conceptos actuales de «electrón», «quantum» y demás.

        K. Marx y F. Engels siempre se vieron obligados a divulgar, polemizando con semejante clase de teóricos, que el Valor no es un «Objeto Abstracto» existente por separado de los «hechos empíricos evidentes», sino una determinación abstracta de un objeto concreto (es decir, de la totalidad de relaciones de producción entre personas mediadas por cosas), aunque en la composición de los «valores singulares» ella no intervenga como determinación universal-abstracta e idéntica a cada uno de estos valores dentro de cada ejemplar «único» (de cada «concreto», según la comprensión del empirista). Muy al contrario, mostraron Marx y Engels, esta determinación universal-abstracta del todo concreto en la composición de cada «ejemplo» separado de Valor brota, en esencia, de un modo dialéctico, a través de diferencias entre ellos que se vuelven extremas hasta la contradicción y hasta la oposición directa entre diversos «casos» aislados que realizan diversas (y contradictorias) determinaciones (diferentes formas) de este valor. El Valor en general no se refleja en las diversas mercancías singulares por medio de la misma forma, ni por el mismo «rasgo» ni por la «convergencia de rasgos idénticos». Esto no es en absoluto así: en una mercancía se refleja un momento abstracto, y en la otra el otro momento, justamente su opuesto. Una mercancía se halla en «forma relativa» y otra en «forma de equivalente». Y el análisis de las contradicciones de la forma Valor, el cual se da empíricamente bajo el aspecto de formas contradictorias unas a otras (y lógica y mutuamente excluyentes) –al principio en forma de desdoblamiento del mundo de las mercancías en «mercancías y dinero» y después en «capital y fuerza de trabajo», etcétera– confiere todo el significado al análisis marxiano.

        Si Marx hubiese intentado resolver la tarea de la formación del concepto del «valor en general» por la vía de revelar los rasgos iguales (idénticos) que poseen tanto la mercancía «lienzo» como la mercancía «levita», tanto la mercancía «fuerza de trabajo» como la mercancía «fábrica» o la mercancía «oro», entonces él no habría podido proporcionar exactamente nada más que determinaciones nominales del concepto de «valor».

        El asunto aquí no versaba acerca de la «explicación del contenido implícito del término», sino acerca del análisis del concepto de «Valor».

        Por eso, la vía de la «abstracción» es totalmente distinta. No se trata de la fútil e interminable comparación del oro con el lienzo, ni de ambos con la fuerza de trabajo, la tierra, etcétera, con el objetivo de «descubrir lo común-abstracto» entre ellos, sino del análisis de formas contradictorias de manifestación del Valor en el transcurso de fases sucesivas de desarrollo de las relaciones entre diferentes «mercancías», entre «Valores mercantiles», comenzando desde la «simple» («individual») situación «lienzo-levita» y terminando con las formas desarrolladas de representación de una mercancía en otra, de una mercancía en su directamente opuesta.

        Ya en la primera fase de evolución de las «formas de valor» Marx descubre la dialéctica de lo abstracto y lo concreto, la situación en la cual lo «concreto» es totalmente parcial, y el tipo de trabajo particular (la tejeduría) representa «trabajo abstracto», trabajo en general. Resulta que el «trabajo abstracto» es reflejado por un tipo de trabajo particular y parcial, más concretamente, la confección. Aquí la «confección», en toda su corporeidad inmediata y sensiblemente perceptible (en toda su «concretidad») entra en la relación como todopoderoso representante o «suplente» del Trabajo Abstracto.

        La «Abstracción» en este caso es sinónimo por completo de parcialidad, es decir, de particularidad e incluso de singularidad de este tipo de trabajo.

        Y el asunto no varía esencialmente cuando este rol de «sustituto» comienza a ocuparlo el oro, y más concretamente, el buscador de oro. Este tipo de trabajo totalmente concreto, con todas sus particularidades corporalmente condicionadas, comienza a intervenir como «trabajo en general», como «trabajo abstracto», conservando todos los «rasgos» de su corporeidad, de su particularidad.

        El oro acaba siendo el «representante por excelencia» de la Abstracción, del «Objeto Abstracto». El oro representa a este Objeto precisamente a través de su particular corporeidad natural-concreta, y la «Abstracción» representada en él («lo universal-abstracto») se entremezcla, identificándose con una forma «concreta» y sensiblemente perceptible. El oro se convierte en «espejo» que refleja su valor, su «esencia» a cada mercancía.

        La esencia aquí consiste en que una mercancía es también simplemente un caso particular de Trabajo Abstracto que crea un producto particular (abstracto).  Por eso «el oro es la existencia material de la riqueza abstracta»7.

        Y lo más importante: esta «reducción» de cualquier tipo de trabajo «concreto» y de su producto a «trabajo abstracto» no se ha realizado para nada en una cabeza pensante, sino en la realidad del proceso económico:


«Esta reducción aparece como una abstracción. Es, sin embargo, una abstracción que se realiza diariamente en el proceso social de la producción», y por eso «no es una abstracción mayor, ni menos real, además, que la conversión de todos los cuerpos orgánicos en el aire»8.

La equiparación de cualquier producto «concreto» a oro, a esta «forma abstracta», a esta «abstracción materializada» revela el secreto oculto al empirista, demuestra la verdad de que cada tipo de trabajo «concreto» hace ya tiempo que ha sido transformado en esencia en trabajo Abstracto y que su «esencia» no consiste en que produce un óleo, una levita o libros, sino en que produce Valor, produce esta Abstracción.

        La «concretidad» del trabajo y de su producto se ha convertido aquí simplemente en una máscara que aquella Abstracción se pone para danzar al son de sus místicos bailes en el carnaval de las relaciones mercantiles, ésta «concretidad» se ha convertido en pseudoconcreta, en una apariencia, en las vestimentas sensiblemente perceptibles de lo Abstracto…

        La abstracción de cada tipo de trabajo particular y de su producto consiste precisamente en que éste trabajo crea un producto extremadamente parcial, «incompleto» y unilateral que no posee ningún sentido propio fuera de la interdependencia multilateral con todos los demás productos, en que es un fragmento del producto total («concreto»).

        En este sentido, todo trabajo aislado produce lo Abstracto y, así, es él mismo Abstracto, en el sentido más exacto y riguroso de este concepto lógico.

        Lo «Concreto» (el producto concreto) es producido sólo por el trabajo colectivo y diversamente dividido de las personas, sólo por la colectividad plena de la incontable multitud de trabajos abstractos aislados, unidos en torno a esta tarea común por la fuerzas silenciosas de las relaciones de mercado.

        El misterio del Valor, irresoluble para el empirista y su lógica, se soluciona así sin todo aquel misticismo.

        Ningún tipo de trabajo aislado es, bajo la comprensión marxista, una «manifestación concreta y sensible de la Abstracción», de este fantasma sacado fuera de él. La cosa consiste  en que él mismo, a pesar de toda su «concretidad» sensible y corporal, no es autónomo, sino esquemático y estándar, impersonalmente simple, es decir, éste trabajo es reducido a un sencillo movimiento aprendido que se repite mecánicamente y que por ello no exige ni inteligencia ni una individualidad desarrollada, sino sólo la sumisión esclavizante a un estándar abstracto, a un patrón, a un esquema. Y esta abstracción suya se refleja en el «espejo del oro». En el oro, cualquier trabajo encuentra la imagen visible de su propia «esencia», pues el oro es precisamente el producto parcial y fragmentado que no posee por sí mismo ningún significado en absoluto y que adquiere su función de «imagen universal de la riqueza» sólo a través de su relación con los innumerables cuerpos del mundo de las mercancías. El producto del trabajo se adueña de la naturaleza de manera completamente unilateral, arrancando de las entrañas de la misma un único elemento químico y abstrayéndose de todo lo demás…

        El «objeto abstracto» (el oro en su función de equivalente universal supone el mejor ejemplo de semejante objeto) es un objeto real aislado, extremadamente pobre, extremadamente mezquino, extremadamente miserable en comparación con el resto de la riqueza del mundo material, tosco y «depurado» de todo lo demás. Y no es en absoluto un «constructo lógico» ni un «objeto modélico» especial, «conceptualizado» en vez de percibido, ideal, incorpóreo, invisible, intangible y todos los demás absurdos inventados por los empiristas, quienes permanecen atascados en un callejón sin salida con su comprensión de «lo abstracto y lo concreto», de lo universal y lo particular, de lo parcial y lo total.

        El objeto concreto se encuentra diversamente dividido en sí mismo, es rico en determinaciones históricamente conformadas en el «objeto total», es similar no a un solo «cuerpo» aislado, sino a un organismo vivo, a una formación socioeconómica y a las formas que con este organismo surgen.

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(*) «Problemas de lógica dialéctica (materiales para simposio)» Alma-Ata: Nauka, 1968, págs. 62-77

(1) «Cuestiones de filosofía», 9 (1967)

(2) Marx K., Engels F., Obras Escogidas, t.13, p. 20.

(3) Íbid.

(4) Íbid.

(5) Íbid.

(6) Archivo Marx y Engels, t. IV, Moscú, 1935, p. 103.

(7) Marx K., Engels F. Obras Escogidas, t. 13, p. 107.

(8) K., Engels F. Obras Escogidas, t. 13, p. 107. 

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