Lenin
El Fin*
Gerard Walter
SU CUERPO, trasladado a Moscú el 23
[falleció el 22 de abril. CH], fue
expuesto en la gran sala de la Casa de los Sindicatos. Se levantó un estrado en
medio, las paredes fueron tapizadas de banderas rojas, y largos velos rojos y
negros recubrieron las bellas columnas blancas. Las lámparas encendidas fueron
envueltas en crespones. El féretro, descubierto, fue colocado sobre el estrado.
Una guardia de honor lo rodeó. Comenzó el desfile del pueblo, que acudió en
masa. En filas de cuatro, hombres, mujeres y niños entraban en la sala, daban
la vuelta al féretro y se iban, con la cabeza agachada, en silencio. Los viejos
se persignaban. El desfile no terminaba nunca, y de todas partes llegaban
pobres y humildes que esperaban horas enteras afuera, con los pies en la nieve,
su turno para entrar.
Eso
duró tres días. El 26, hacia las once de la noche, se ordenó contener el río
humano cuyo fin era imposible prever. A la medianoche se abren de nuevo las
puertas de la gran sala. El Congreso de los Soviets, reunido desde el 18 de
enero y que acaba de celebrar su sesión fúnebre, hace su entrada, precedido por
el Comité central del partido. Son dos mil personas, llegadas de todos los
rincones de Rusia, representantes de todas sus provincias, de todos sus pueblos
grandes y pequeños. Es la República de los Soviets, entera, la que se inclina
ante los restos mortales de su fundador.
El
día siguiente, a las nueve, se traslada el féretro a la Plaza Roja. A las
cuatro de la tarde se oyó elevarse la lenta queja de las sirenas de todas las
fábricas de Moscú. Al son del cañón y de una marcha fúnebre, Lenin entraba en
su última morada, desde la cual, con la cabeza eternamente vuelta hacia el
cielo, velará por el mundo nuevo creado por su voluntad.
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(*)
Tomado de Gerard Walter, Lenin,
cuarta parte, El Fin. Editorial
Grijalbo, 1984.
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