domingo, 1 de marzo de 2020

Política

Lineamientos programáticos


La Unidad del Pueblo Peruano
en la Lucha Contra el Enemigo Común

Eduardo Ibarra

I

La unidad a la que nos referimos aquí es la unidad del pueblo peruano para la lucha por su emancipación de toda opresión política y de toda explotación económica.

Esta unidad, por tanto, no es para maquillar el régimen capitalista, sino para liquidarlo. Para que así sea, se requiere que el frente unido levante un programa revolucionario a partir de cuya propagandización, debate y asimilación por las clases trabajadoras se eleve su conciencia política hasta hacer que la agenda del debate nacional no gire en torno a la contradicción entre reacción y reformismo, como ocurre ahora, sino la contradicción entre reacción y revolución.

II

De nuestra experiencia histórica con respecto a la unidad del pueblo contra el enemigo principal pueden señalarse algunos hechos que bien podemos asumirlos como ejemplos negativos a efecto de no repetirlos.

Los conquistadores españoles pudieron vencer al Tawansinsuyu por varias causas que actuaron en conjunto, pero la principal de ellas fue la debilidad del Estado tawantinsuyano en la medida en que sus casi cien años de existencia no habían podido consolidar la unidad política del conglomerado indígena.

Así, cuando el proceso de conquista, los pueblos indígenas no supieron unirse ante el enemigo común, contra el enemigo principal: hubo etnias que se aliaron a los invasores y lucharon a su lado contra el poder de la etnia quechua; así procedieron huancas, cañares, chancas, chachas, caracaras y decenas y decenas de otras etnias. Incluso los propios quechuas se hallaban divididos por la lucha dinástica entre Huáscar y Atahualpa, que continuó sin pausa después de la invasión  española.

Luego de las muertes de Huáscar y Atahualpa, los generales Rumi Ñahui y Chalco Chumi continuaron la lucha entre sí, y muy tarde se dieron cuenta que hubieran tenido que unirse contra el enemigo común.

Es decir, hablando en general, las diversas etnias que formaban la población tawantinsuyana, no tuvieron noción del enemigo común.

Casi cuatrocientos años después, durante la guerra con Chile, en varias regiones del país (y al parecer señaladamente en la sierra central) terratenientes y grandes comerciantes colaboraron con el invasor, con lo cual demostraron no tener conciencia nacional.

III

Pues bien, estas experiencias históricas deben servir ahora para reconocer al enemigo principal del pueblo peruano.

Liquidada la estructura semifeudal de nuestra economía agraria en la segunda mitad de los años ochenta, el imperialismo se presenta como el enemigo principal del pueblo peruano. Este enemigo tiene, como es obvio, un aliado interno: la gran burguesía intermediaria.

Por tanto, contra esta burguesía y el imperialismo tienen que enfocar su lucha las clases trabajadoras: el proletariado, el campesinado y la pequeña burguesía urbana.

Pero la lucha común contra el enemigo común es la lucha por la liberación nacional, y, por tanto, en el marco del proceso general de nuestra revolución, es el principio táctico del frente unido.

Por eso, si la lucha común contra el enemigo común no está orgánicamente relacionada con la revolución socialista, entonces se quedaría atascada en una revolución democrático-nacional de viejo cuño.

Por eso, para que la primera etapa de la revolución sea realmente de nueva democracia, tiene que estar dirigida por el proletariado que llevará la revolución a su etapa socialista-proletaria.

Por tanto, desde el punto de vista de su proceso general, es correcto precisar que la revolución peruana es una revolución socialista con dos etapas.

La dirección del proletariado en todo el proceso general de la revolución, es el principio estratégico del frente unido.

IV

Obviamente, el frente unido surge de la lucha de clases y se desarrolla en medio de la lucha de clases. Y, la lucha de clases tiene diversas formas (lucha económica, lucha teórica, lucha política), y se desenvuelve en dos ámbitos interrelacionados: lucha directa de las masas y lucha electoral (general, municipal, regional).

Por tanto, el frente tiene que actuar todas esas formas en el ámbito de los dos caminos de la lucha de clases.

En particular, tiene que actuar la lucha electoral a efecto de acumular fuerzas (la lucha electoral permite acumular fuerzas como ninguna otra lucha), pero, al mismo tiempo, tiene que organizar a las masas populares de tal forma que en el momento decisivo sean capaces de tomar el poder y ejercerlo revolucionariamente.

Por tanto, el frente tiene que participar en la lucha electoral y en la lucha directa de las masas y saber combinarlas en cada momento de la confrontación de clases.

Es en el curso de estas interconectadas luchas que el pueblo peruano tiene que construir su unidad programática, su unidad revolucionaria.

Escamotear la construcción de esta unidad es jugar para el enemigo de clase, y, como en el Tawantinsuyu y la guerra con Chile, significaría no advertir que hay que concentrar todas las fuerzas sociales y políticas contra el enemigo principal, contra el enemigo común.

23.07.2019.



El Punto de Partida de la Revolución Peruana*

(Fragmento)

Eduardo Ibarra

La dilución del socialismo marxista en el variopinto socialismo en general tiene consecuencias negativas en la comprensión del proceso histórico de la revolución peruana, así como en la significación de la fundación del Partido Socialista del Perú el 7 de octubre de 1928.

En versión de Miguel Aragón, tales consecuencias se presentan en los términos siguientes:

La Revolución Socialista en el Perú comenzó entre los años 1918 y 1919, al confluir dos hechos muy importantes y decisivos. Con el golpe de estado del 04 de julio de 1919  la burguesía peruana llegó al gobierno, desplazando a la vieja clase terrateniente feudal; y por otro lado, en el trascurso del año 1918 se  constituyó el Comité de Propaganda y Concentración Socialista, y se publicó Nuestra Época, la primera revista socialista de nuestra historia,  dando así, en la acción y en la propaganda, nacimiento al movimiento socialista peruano. De manera concreta, precisa y definida,  se inició la Revolución Socialista en el Perú, poniendo desde un comienzo, frente a frente,  al proletariado y a la burguesía, clases que luchan desde hace 90 años, por la dirección de la sociedad peruana. (Carta del 10.11.2010 a David Aguinaga, publicada en la red; negritas en el original).

Como es de conocimiento común, hasta 1923 las luchas de la clase obrera y, en general, del movimiento popular (lucha por la tierra, por la organización sindical, por la jornada por las ocho horas, por el aumento de salarios, por el abaratamiento de la subsistencias, por la reforma universitaria, etcétera), fueron todas luchas democráticas dirigidas por diversas tendencias políticas pre-marxistas y, por esto, fueron parte de la vieja democracia.

En el período 1918-1920, Mariátegui participó en las luchas populares como socialista a lo Araquistain: entonces, como es claro, no existía en nuestro medio el socialismo marxista.

Pero, como hemos visto, Aragón señala dos hechos que, a su parecer, marcan el inicio de la revolución socialista en el Perú: 1) el ascenso de la burguesía al gobierno en 1919; y, 2) la fundación del Comité de Propaganda y Organización Socialistas(1)  y la publicación de la revista Nuestra Epoca.

En cuanto al primer hecho, Mariátegui señaló:

… el régimen leguiísta, aunque tímido en la práctica ante los intereses de los latifundistas y gamonales, que en gran parte le prestan su apoyo, no tiene ningún inconveniente en recurrir a la demagogia, en reclamar contra la feudalidad y sus privilegios, en tronar contra las antiguas oligarquías, en promover una distribución del suelo que hará de cada peón agrícola un pequeño propietario. De esta demagogia saca el leguiísmo, precisamente, sus mayores fuerzas. El leguiísmo no se atreve a tocar la gran propiedad. Pero el movimiento natural del desarrollo capitalista –obras de irrigación, explotación de nuevas minas, etc.– va contra los intereses y privilegios de la feudalidad. (Ideología y política, p. 93).

De esta forma el maestro precisó que la burguesía había asumido el gobierno, pero que de hecho compartía el poder con la clase terrateniente feudal, y esta situación daba cuenta del gamonalismo («el factor central» del gamonalismo, según observó Mariátegui, «es la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política y el mecanismo del Estado»), que, como es de conocimiento general, existió hasta los años ochenta. Por lo tanto, la burguesía tomó el poder con el segundo gobierno de Leguía, pero lo que hizo fue impulsar el capitalismo semicolonial sobre una base semifeudal, o, para decirlo de otro modo, la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política y el mecanismo del Estado se daba precisamente a través de la propia burguesía enlazada a los intereses de la clase terrateniente feudal.

En cuanto al segundo hecho, Mariátegui escribió críticamente:

El grupo [el Comité de Propaganda] tiende a asimilarse a todos los elementos capaces de reclamarse del socialismo, sin exceptuar aquellos que provienen del radicalismo Gonzáles-pradista y se conservan fuera de los partidos políticos. (…) El período no es propio para la organización socialista; algunos elementos del comité redactan un periódico: “Germinal”, que adhiere al movimiento leguiísta… (ibídem, p. 99).
… la revista “Nuestra Epoca”, influida por la “España” de Araquistain… (ibídem, p. 17).
El programa político de NUESTRA EPOCA es bien sencillo. Dos palabras podrían definirlo: decir la verdad. (Nuestra Epoca, Nº 1, p. 1).

De esta forma dio cuenta de que el Comité era una organización-amalgama del socialismo reformista, y, por lo tanto, nada idónea para llevar adelante la lucha revolucionaria del proletariado; y, por otro lado, de que el contenido de los dos números de Nuestra Epoca da cuenta de su socialismo influido por la revista España dirigida por Araquistain, así como de su programa limitado a decir la verdad.

Así, pues, en un momento en el que, como hemos dicho, no existía aún el marxismo en nuestro medio, el socialismo reformista no ponía ni podía poner prácticamente en cuestión el poder de la burguesía.

En suma, en el período 1918-1919, que menciona Aragón, la impotencia de tal socialismo ante el poder de la burguesía era una realidad más que notoria.

Por eso, esclareciendo el curso de las luchas del pueblo peruano, algunos años después Mariátegui remarcó el momento de la ruptura con dicho impotente socialismo, momento histórica y políticamente decisivo, y, como veremos enseguida, lo hizo en términos que no dejan lugar a dudas:

… en los días en que se cajeaba el Nº 4 de “Claridad”, Mariátegui asume su dirección. El Nº 5 señala el principio de un franco orientamiento doctrinario en el que “Claridad” abandona el tono estudiantil.(2)

Sería necesario ser bastante escaso de entendimiento para no darse cuenta de dos cosas; 1) que con la frase «un franco orientamiento», Mariátegui se refirió a su marxismo-leninismo; y, 2) que con el término «el principio», se refirió al momento en que el movimiento proletario y popular en general comenzaron a adquirir un carácter diferente al carácter reformista que subsistía en vastos sectores.

La citada afirmación mariateguiana sobre la nueva orientación doctrinaria, fue escrita en 1923, o sea, cuatro años después del ascenso de la burguesía al poder; por lo tanto, es recién en el indicado año que la burguesía y el proletariado comenzaron a enfrentarse consistentemente en un nuevo terreno: en el terreno ideológico-teórico. Pero, si entonces la burguesía tenía el poder, en cambio el proletariado no contaba todavía con el instrumento orgánico necesario para llevar adelante su lucha revolucionaria: el partido de clase.

Este partido, como se sabe, comenzó a existir solo cinco años después.

Precisamente con esta materialización orgánica del marxismo-leninismo, el proletariado comenzó a enfrentarse a la burguesía en el terreno de la lucha práctica por el poder.

Por eso, el maestro sostuvo:

El proceso leguiísta es la expresión política de nuestro proceso de crecimiento capitalista, y si algo se le opone radicalmente, si algo es su antítesis y su negación, es justamente nuestro socialismo, nuestro marxismo, que pugnan por afirmar una política basada en los intereses y en los principios de las masas obreras y campesinas, del proletariado, no de la inestable pequeña burguesía. (Correspondencia, p. 611; cursivas nuestras).

A buen entendedor, pocas palabras: el antagonismo político entre la burguesía y el proletariado solo se expresó, de manera concreta, precisa y definida, cuando en la escena nacional aparecieron el pensamiento y la acción marxista-leninistas. El socialismo reformista, precisamente por reformista, no se oponía radicalmente a la burguesía, no era su antítesis ni su negación, es decir, su relación política con la burguesía no expresaba una contradicción antagónica sino una contradicción no antagónica.(3)

Para Mariátegui, pues, solo el movimiento del socialismo marxista representa los intereses (los intereses históricos) y los principios (los principios marxistas) de las masas obreras y campesinas, pues, así como otras tendencias políticas de la época, el socialismo reformista representaba a la inestable pequeña burguesía.
       
Esclarecidas, pues, las teorías y los hechos, la conclusión es ineludible: EL PUNTO DE PARTIDA DE NUESTRA REVOLUCION SOCIALISTA ES el 7 de OCTUBRE DE 1928, cuando fue fundado el Partido Socialista del Perú y aprobado, en primera instancia, su programa, donde, como se sabe, aparecen estas categóricas afirmaciones:

Cumplida su etapa democrático-burguesa, la revolución deviene en sus objetivos y en su doctrina revolución proletaria. El partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio del poder y el desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la organización y defensa del orden socialista.
El Partido Socialista del Perú es la vanguardia del proletariado, la fuerza política que asume la tarea de su orientación y dirección en la lucha por la realización de sus ideales de clase. (Ideología y política, p. 162).

Sin embargo, con su afirmación de que «La Revolución Socialista en el Perú comenzó entre los años 1918 y 1919», Aragón adorna el socialismo reformista del Comité de Propaganda y de la revista Nuestra Epoca, silencia la significación de la labor teórica y la actividad organizativa marxista-leninistas de Mariátegui, y, de esta forma, acaba escamoteando la significación, histórica y política al mismo tiempo, de la fundación del Partido Socialista del Perú.(4)

Es decir, diluye nuestra revolución socialista en el movimiento socialista en general, o sea, despoja al socialismo marxista del mérito de haber dado inicio a la revolución socialista, y se lo otorga al socialismo reformista. ¡Ni más ni menos!

Notas
[1] Repitiendo irreflexivamente una frase de Mariátegui, a dicho Comité Aragón le llama Comité de Propaganda y Concentración Socialista, tal como consta en lo que hemos citado de su pluma.
[2] Ideología y política, p. 101. El marxista que no tenga en cuenta la citada afirmación mariateguiana en todo su alcance, se cierra a sí mismo la posibilidad de entender la transformación que significó el orientamiento marxista-leninista que Mariátegui le imprimió a la lucha de clase del proletariado, y, por lo tanto, no puede comprender tampoco la significación histórica y política de la fundación del PSP.
[3] El antagonismo entre la burguesía y el proletariado existe desde el principio mismo de la aparición de ambas clases, pero primero se manifiesta económicamente y solo después políticamente (véase el Manifiesto Comunista). El desarrollo del antagonismo político entre las dos clases mencionadas alcanza su mayor grado cuando el proletariado logra constituir su partido, es decir, cuando alcanza la condición de clase para sí, o sea, cuando cuenta ya con el instrumento material que le permite desenvolver la lucha por el poder.
[4] Para Aragón, pues, contrariamente al juicio de Mariátegui, el socialismo reformista se oponía radicalmente al poder de la burguesía, era su antítesis y su negación. En otras palabras: para nuestro liquidador el socialismo marxista-leninista de Mariátegui no fue necesario, fue intrascendente, estuvo demás, pues ya sin él había empezado nuestra revolución socialista de manera «concreta, precisa y definida». A esta enormidad lleva el oportunismo liquidacionista.

28.06.2011.
*El presente texto hace parte del capítulo VII del libro El Socialismo Peruano y la Creación Heroica de Mariátegui. Planteamiento de la Cuestión, de próxima aparición. (Comité de Redacción).

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