domingo, 1 de marzo de 2020

Literatura

Vallejo para no Iniciados XVII

Julio Carmona

EN UN LIBRO de Walter Benjamin1, este autor hace la siguiente cita de Goethe: «Sobre todo… el analista debería investigar, o más bien dirigir su atención a si él mismo tiene realmente que ver con una misteriosa síntesis o a si aquello de que se ocupa es solo una agregación, una yuxtaposición…». Y yo estoy de acuerdo con esa apreciación porque es obvio que cada lector es consciente de que está haciendo un «agregado o una yuxtaposición» un sentido nuevo al texto que interpreta, y hasta debe ser consciente de que «él mismo tiene realmente que ver con una misteriosa síntesis» relacionada con una determinada tendencia dentro de la crítica. Pero también la cita de Goethe continúa (después de puntos «supresivos», valga el neologismo) precisando que el lector debe disponerse a ver «cómo todo esto podría ser modificado». En mi modesta posición de lector trato de acomodar mis criterios de lectura a esos parámetros goethianos. Y en ese sentido es que admito estar relacionado 1° con la síntesis del análisis clasista, que no tiene nada de misteriosa, 2° que soy consciente de estar ‘agregando o yuxtaponiendo’ a los textos leídos mis significados o sentidos interpretativos, y 3° que —cuando leo los textos de otros lectores— trato de determinar con qué «misteriosa síntesis» ideológica se relaciona, asimismo advertir qué hay de ‘agregado o yuxtapuesto’ en lo por mí leído, y después de eso tratar de ver ‘cómo todo eso puede ser modificado’.

        Valga la introducción previa para, sobre esa base, comentar una interpretación que hace el estudioso Pedro Granados2, refiriéndose al poema «Huaco» de Los heraldos negros. Él dice haberse percatado de «… que los dos versos finales nos ilustran, a manera de respuesta, del modo siguiente:

“Un fermento de Sol;/ ¡levadura de sombra y corazón!” (vv. 19-20), con la salvedad de que el yo poético, ateniéndose a la anáfora (vv. 1-5-10-14)3, también está tácitamente incluido en esta especie de síntesis temática: “[Yo soy] Un fermento de Sol;/ ¡levadura de sombra y corazón” (sic). [a] Es decir, tanto el “Huaco” como la persona poética son “levadura” —causa, motivo o influjo—, para que el “sol” aparezca o reaparezca. Si este último fuera el caso, y todo pareciera indicar que lo es —bástenos revisar una de las estrofas anteriores, muy en particular la tercera—, ambos serían “fermento” del inkarri (…)».

Y, más adelante, agrega:

«Nunca mejor ubicado o autodefinido, el yo poético es entonces, en estos poemas de “Nostalgias imperiales”, radicalmente un ser solar [b]. Por no decir también, a su modo, un Inca, real y actuante; aunque, debemos puntualizarlo desde el principio, muy distante de la autorrepresentación modernista megalómana y grandilocuente (tipo José Santos Chocano) o de una melancolía algo posterior y no menos oportunista (tipo Pablo Neruda)» [c] (pp. 110-111).

Voy a despejar a continuación las tres alertas [a, b, c] que he incluido en las dos citas:

a)   Yo he reiterado en varias ocasiones que no se debe establecer la relación identitaria del locutor poético (o «yo poético» como dice este autor) con el «yo» atribuido a un ser imaginario dentro del poema. Y en ese sentido digo que —en el caso del poema de CV— no es que los dos versos últimos del poema «Huaco» el «yo poético» (al decir del crítico). los esté asumiendo (tácitamente) como propios. Como tampoco es que el «yo» explícito que aparece al comienzo de los (que él llama) versos anafóricos (1-5-10-14) corresponda al «yo poético» (o alter ego del poeta). En este poema, el «huaco» va adoptando la imagen de varios elementos que representan figuras emblemáticas del pasado ancestral. Y cada una de ellas, usando la prosopopeya4 se describe a sí misma, con el «Yo» de la primera persona, al comienzo de los versos presentados en paralelismo anafórico.

b)   No obstante lo resaltado en la alerta anterior, el crítico, al parecer, está obsesionado en demostrar que es el poeta quien quiere establecer la relación del mito de Inkarrí con la presencia del sol. Esta intención la plantea incluso como una propuesta condicional: «Si este último fuera el caso», dice, para —a pie juntillas— ratificarse ante sí y para sí y concluir que: «todo pareciera indicar que lo es», y, no bastándole eso, respalda su aserción sugiriendo «revisar una de las estrofas anteriores, muy en particular la tercera», la que empieza con el siguiente verso: «Soy el pichón de cóndor desplumado…», para concluir que, como ha dicho antes: «tanto el “Huaco” como la persona poética son “levadura” —causa, motivo o influjo—, para que el “sol” aparezca o reaparezca», es decir, «ambos serían “fermento” del Inkarrí». Insisto, el crítico se empeña en involucrar al poeta, y fusionarlo con los elementos de su poema. Y lo indica explícitamente:

«César Vallejo es desde el principio [es decir, desde su primer poemario]5, por ejemplo aquí en “Huaco”, no un individuo sino, ante todo, un archipiélago (coraquenque, llama, pichón de cóndor, gracia incaica) vivo —aunque de perfil bajo, por aquello de actuar en la “sombra”— y henchido (“fermento de sol”) (p. 112. La cursiva y los corchetes son míos).

Nótese, en esta cita, que incluye al poeta dentro del poema (como un archipiélago) pero en ningún momento interpreta lo que sea el huaco, en sí, como símbolo o representación de algo externo al poema. Y solo se sobreentiende que podría ser el sol. Y por eso concluye —reiterando su propensión a hibridar al yo poético y, en última instancia, al poeta con su poema—: «Nunca mejor ubicado o autodefinido, el yo poético es entonces, en estos poemas de “Nostalgias imperiales”, radicalmente un ser solar». Contrariamente, y a la luz del poema mismo, yo digo lo siguiente:

Yo soy el coraquenque ciego
que mira por la lente de una llaga,
y que atado está al Globo,
como a un huaco estupendo que girara. (1)

(1)Sería incongruente pensar que es el locutor poético el que se autocalifica como «coraquenque». A esta ave el locutor poético la dota de la facultad de hablar. Y a pesar de que el coraquenque está ciego puede mirar por una herida secular que le permite seguir observando los dolores del pasado. Además, el coraquenque ya ha sido mencionado en el soneto III de «Nostalgias imperiales» y, desde ahí, el lector ya ha averiguado que es la famosa ave cuyas plumas adornaban la corona del inca, y que ahora se encuentra en extinción; por tanto de él solo queda su imagen atada al planeta Tierra como si este fuera un huaco portentoso: y esta es la explicación del «huaco» (al menos para mi entender).

Yo soy el llama, a quien tan sólo alcanza
la necedad hostil a trasquilar
volutas de clarín,
volutas de clarín brillantes de asco
y bronceadas de un viejo yaraví. (2)

(2)El llama, que también figura en el huaco terráqueo, es trasquilado por la necedad de las bandas de música de guerra con sus llamadas de clarín, como adornos brillantes en los instrumentos de viento que en sus músicas con trasfondo de yaraví pretenden emular a la raza de bronce.

Soy el pichón de cóndor desplumado
por latino arcabuz;
y a flor de humanidad floto en los Andes,
como un perenne Lázaro de luz. (3)

(3)Igualmente, la cría del cóndor tiene presencia en el huaco portentoso, aunque zaherido por el arcabuz de los invasores españoles. Pero que, preservándose por la protección de algunos humanos, pervive en las cordilleras como la representación de una luz siempre rediviva.

Yo soy la gracia incaica que se roe
en áureos coricanchas bautizados
de fosfatos de error y de cicuta.
A veces en mis piedras se encabritan
los nervios rotos de un extinto puma. (4)

(4)En esta estrofa se destaca la arrogancia de la raza inca que predomina en los restos imperiales («áureos coricanchas») que han sido «bautizados» o renombrados con construcciones de materiales extraños («fosfatos») que reemplazan al dios Sol con erróneos dioses y oraciones venenosas. Y en esa galanura (o «gracia») que es lo más preciado de sus piedras, se rebelan «los nervios rotos de un extinto puma», es decir, los descendientes de los guerreros aborígenes.

Un fermento de Sol;
levadura de sombra y corazón! (5)

(5)Toda esa imaginería, que mantiene su presencia impregnada en la superficie del «huaco estupendo» (el planeta Tierra), está bullendo como la maceración de un licor que el mismo «Sol» prepara: como una mezcla de espera oscura y corazón ardiente.

c)   Finalmente, el crítico llega a la conclusión de que no solo el yo poético se está comparando con el sol sino que siente ser —dice— «también, a su modo, un Inca, real y actuante»; pero dice que esta comparación es «muy distante de la autorrepresentación modernista megalómana y grandilocuente (tipo José Santos Chocano) o de una melancolía algo posterior y no menos oportunista (tipo Pablo Neruda)». Y, bueno, cada quien es dueño de sus fobias. Pero a mí me parece que es impertinente ese paralelo diferenciador que opone a CV contra Chocano o Neruda. Cada poeta en su momento tiene su propia «intensidad y altura». Y, en todo caso, esa dirimencia es mejor plantearla en un trabajo específico, y no como cuña superficial en la harina de otro costal.

___________
(1) El concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán. PDF: www.lectulandia.com.
(2) «El sol(o) de Trilce: modernización, melodrama y mito», En: Vallejo-2014. Actas del Congreso Internacional Vallejo Siempre. Lima: Cátedra Vallejo. Tomo 1.
(3) Por definición, la anáfora es la repetición de una palabra en versos consecutivo. Cuando se trata de versos separados (como es el caso) se usa la expresión paralelismo anafórico. (Cf. Mario Castro Arenas, C-s/f: 10).
(4) Da vida a los seres inanimados, ya sea dándoles cualidades propias de seres vivos, describiéndolos en acción o haciéndolos hablar.
(5) La cursiva y los corchetes son míos.

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