sábado, 1 de febrero de 2020

Filosofía

La Verdad Como Proceso.
La Hipótesis Científica es la Forma del Desarrollo del Conocimiento Hacia la Verdad Objetiva*

P. V. Kopnin

LA INTERPRETACIÓN IDEALISTA de la esencia de la hipótesis, la negación de su contenido objetivo no sólo tiene raíces de clase, sino también gnoseológicas, que fueron descubiertas por Engels y Lenin. Engels escribía:

        “La abundancia de las hipótesis que se abren paso aquí y la sustitución de unas por otras sugieren fácilmente –cuando el naturalista no tiene una previa formación lógica y dialéctica– la idea de que no podemos llegar a conocer la esencia de las cosas…”1 Lenin, al poner de manifiesto las causas del idealismo físico, enunciaba en calidad de segunda causa “… El principio del relativismo, del carácter relativo de nuestro conocimiento, principio que se impone a los físicos con singular vigor en este periodo de trastorno de las viejas teorías que, unido a la ignorancia de la dialéctica, lleva fatalmente al idealismo.”2

        Vemos, pues, que Engels y Lenin consideraban que el relativismo, unido a la ignorancia de la dialéctica (cuando falta una preparación lógica y dialéctica) lleva al idealismo, a una comprensión deformada de la esencia del conocimiento. En relación a la hipótesis éste se expresa concretamente en la negación de que la hipótesis refleja de un modo absoluto objetivo, la realidad. Los intereses de clase de los filósofos y científicos burgueses afianzan y mantienen esta interpretación deforme de la esencia del saber humano.

        Las especulaciones idealistas en torno a la hipótesis y el carácter del conocimiento en ella contenido se deben a su complejo carácter como forma de conocimiento.

        El filósofo acostumbrado a pensar al modo metafísico, es decir, bien una cosa, bien otra, se encuentra en un callejón sin salida en este complejo fenómeno donde la fórmula resulta inaplicable. Para él, la verdad y la mentira son siempre y en todas partes absolutamente opuestas, por lo cual considera todo juicio (o cualquier otra forma discursiva) ya absolutamente verdadero, ya absolutamente falso. Sin embargo, el planteamiento de la cuestión en la forma de lo uno o de lo otro, es válida únicamente para juicios ya formados, definitivos, con referencia a los cuales puede decirse en realidad si son verdaderos o falsos.

        Cuando un filósofo que sólo piensa en forma de o lo uno o lo otro, se enfrenta con la hipótesis y tiene que resolver si es verdadera o no, al ver que su fórmula no le sirve, cae en el idealismo y niega la veracidad objetiva de las hipótesis científicas.

        Para saber qué clase de conocimiento nos proporciona la hipótesis debemos comprender, ante todo, los siguientes factores: 1) la verdad como proceso; 2) las interrelaciones de la verdad y la demostración. La solución de estos dos problemas sólo la proporciona la dialéctica materialista.

        La gnoseología marxista demostró la existencia de la verdad objetiva, es decir, de un conocimiento cuyo contenido no depende de la conciencia humana. Sin embargo, la verdad objetiva no es posible como un estado inanimado, como el resultado definitivo del conocimiento, sino como un proceso dinámico del pensar. “La coincidencia del pensamiento con el objeto –escribía Lenin– es un proceso: el pensamiento (=hombre) no debe representarse la verdad en forma de un reposo exánime, de un cuadro (imagen), simple, pálido (opaco), sin aspiración, sin movimiento, como un genio, como una cifra, como un pensamiento abstracto.”3 Al margen de la dinámica del pensamiento es imposible hablar de la verdad objetiva; la verdad considerada al margen del conocimiento –que se convierte en objetivo y absoluto tan sólo en su dinámica– adquiere el místico carácter de una revelación sobrenatural.

        La verdad, como proceso, engloba naturalmente determinados resultados, sin los cuales este proceso es inconcebible. Pero lo mismo, que el movimiento no es una suma de reposos, tampoco la verdad, como proceso, es un simple conjunto de resultados. Reducir la verdad a resultados aislados del conocimiento o a su suma significa tan sólo que el conocimiento es discontinuo; pero la negación de que en el proceso del conocimiento se producen determinados resultados nos lleva a la idea de que la finalidad de la dinámica del pensar es el propio movimiento.

        La verdad es un proceso que comprende determinados resultados; ellos constituyen los elementos de este proceso. Comprender el significado, el contenido de estos resultados significa determinar su lugar en el avance del pensamiento hacia la verdad objetiva. Desde estas posiciones debe enfocarse la hipótesis cuando se trata de determinar el conocimiento emprendido en ella en su relación con el mundo objetivo.

        La filosofía metafísica especulativa que considera la verdad como un estado petrificado, que interpreta dogmáticamente el conocimiento, se muestra totalmente incapaz de responder a la pregunta de si la hipótesis proporciona un conocimiento objetivamente verídico del mundo. Comprende que la hipótesis no proporciona un conocimiento definitivo del objeto y, por lo tanto, la hipótesis y la verdad son para ella absolutamente incompatibles (si es verdad no es hipótesis, y si es hipótesis, entonces, naturalmente, no es verdad). Debido a ello, las hipótesis se excluyen de la ciencia como algo imperfecto, no verdadero. Mas en este caso la propia ciencia se empobrece extraordinariamente, ya que su desarrollo está vinculado a la formulación de nuevas y nuevas hipótesis (las ciencias están rodeadas de un enjambre de hipótesis). Y todas estas búsquedas de verdades definitivas conducen a los metafísicos, en última instancia, a la deducción agnóstica de que la verdad es inalcanzable.

        La filosofía metafísica, una vez convencida de que sus búsquedas de la verdad, al margen de la aprehensión del objeto por el pensamiento, son vanas, llega al relativismo. El dogmatismo y el relativismo no son concepciones opuestas en la teoría de la verdad, sino dos modos de su enfoque metafísico. Como nuestro conocimiento es un proceso vinculado a la sustitución de unas hipótesis, por otras, no puede hablarse de verdad alguna. En la hipótesis y en su sustitución se expresa con la máxima claridad que el pensamiento científico constituye un proceso. El relativismo comprende esto muy bien, pero lo interpreta subjetivamente. Las hipótesis y su sustitución constituyen la trayectoria del conocimiento en la esfera de las representaciones puramente subjetivas del objeto: una visión del mundo es reemplazada por otra más cómoda y prácticamente ventajosa para el sujeto.

        La dialéctica muestra que la dinámica del pensamiento, en general, y en la forma de la sustitución de las hipótesis, en particular, significa que cambia su contenido objetivo. Durante este proceso, el pensamiento va aprehendiendo los fenómenos, las hipótesis, sigue el camino de la aprehensión del contenido objetivo. Por ello, cuando se plantea el problema de si es la hipótesis la forma de expresión de un conocimiento objetivamente verídico, se quiere decir el desarrollo del pensamiento en la hipótesis sigue el camino de la aprehensión del contenido objetivo o si las hipótesis y su sustitución se hallan al margen de la aprehensión del objeto por el pensamiento. Para un dialéctico materialista es de todo punto indudable que la hipótesis científica nace y se desarrolla debido a la necesidad de conseguir un conocimiento objetivamente verídico sobre el mundo; gracias a las hipótesis se conocen las propiedades y las leyes objetivas.

        La hipótesis, como proceso de desarrollo del pensamiento comprende, como elemento suyo, determinados resultados, un sistema de tesis relativamente definitivas. Por lo cual, tanto con respecto a la hipótesis en su conjunto como en relación a sus diversas tesis, cabe lógicamente plantear la cuestión de su contenido objetivo, es decir, en qué medida han aprehendido las cosas, los procesos de la realidad que existen al margen de nuestra conciencia.

        La hipótesis, lo mismo que las demás formas de conocimiento, es el reflejo del mundo material en la conciencia del hombre, la imagen subjetiva del mundo objetivo. La hipótesis científica proporciona un conocimiento objetivamente verídico de las leyes del mundo exterior; su contenido no depende ni del individuo ni de la humanidad, no es una ficción, ni un símbolo, ni un signo taquigráfico, ni un patrón lógico, ni un instrumento de trabajo, ni una selva que rodea el edificio de la ciencia, ni tampoco sus muletas, sino una copia, una fotografía de los objetos, de los fenómenos del mundo material y de las leyes de su movimiento.

        La hipótesis, lo mismo que en cualquier otra forma de conocimientos objetivamente verídicos del mundo exterior, no es una copia fotográfica de la realidad, sino un proceso activo y creador de reflejo del mundo.

        La objetividad del contenido es la propiedad inalienable de la hipótesis científica, que la distingue de toda suerte de teorías y ficciones fantásticas, con las que operan la religión y la filosofía idealista. Además, entre las diversas formas y clases de hipótesis científicas no hay ninguna diferencia, ya que su fuente y su contenido son objetivos. Se diferencian tan sólo por la plenitud con que abarcan el objeto, por el grado de exactitud con que lo reflejan y por el nivel de su aprehensión de la naturaleza objetiva del objeto.

        Incluso las versiones, que son construcciones hipotéticas provisionales, reflejan determinados aspectos de los fenómenos de la realidad objetiva. Si la versión no reflejase algunos aspectos del proceso o del fenómeno que se estudia, no contribuiría al avance de nuestro conocimiento en la aprehensión de la naturaleza objetiva del objeto. Tanto más objetiva por su contenido es la hipótesis científicamente argumentada.

        En cada hipótesis es preciso diferenciar dos aspectos: 1) qué refleja en el mundo objetivo y con qué exactitud; 2) qué perspectivas ofrece para el progreso ulterior del conocimiento científico. Como vemos, lo segundo depende de lo primero. El grado de la veracidad objetiva de la hipótesis determina su eficacia y su capacidad de trabajo. Cuanto mayor sea el contenido objetivo de la hipótesis, tanto más fértil será y, por el contrario, las hipótesis que no contengan un conocimiento suficientemente objetivo y verídico sobre el objeto, no abrirán amplios horizontes para el desarrollo de la ciencia y sobre su base no se descubrirán nuevas leyes, nuevos hechos, etcétera.

        El investigador, por sí sólo, no puede decidir lo que no es objetivamente verídico en la hipótesis por él enunciada; esto lo establece el curso del desarrollo ulterior del conocimiento. Por ejemplo, hoy día desde las posiciones de la teoría moderna de la luz vemos con toda claridad lo que era objetivamente cierto en la hipótesis mecánica (corpuscular y ondulatoria) y electromagnética. También vemos con la misma claridad las fallas de estas hipótesis, su carácter unilateral, que nos alejaban de la naturaleza objetiva del objeto. Pero también nos es indudable que el desarrollo del conocimiento sobre la naturaleza de la luz en forma de hipótesis que se sustituyen unas a otras, expresaba la dinámica del conocimiento hacia la verdad objetiva, contribuía a poner de manifiesto la naturaleza de este fenómeno tal como es en realidad, al margen de la conciencia humana. Cada una de estas hipótesis fue un elemento, un resultado de este proceso en una u otra etapa del progreso de la ciencia, reflejaba determinados aspectos del objeto, pero era limitada por cuanto el propio objeto era más rico y poseía mayor contenido que cualesquiera de ellas.

        El ejemplo de la hipótesis científica nos muestra con peculiar evidencia el carácter relativo de la oposición de lo verdadero y lo erróneo en un sentido y lo absoluto en otro. Engels escribía: “Verdad y error, como todas las determinaciones de pensamiento que se mueven en contraposiciones polares, no tienen validez absoluta más que para un terreno extremadamente limitado, como acabamos de ver… En cuanto que la aplicamos fuera de aquel estrecho ámbito antes indicado, la contraposición de verdad y error se hace relativa y, con ello, inutilizable para un modo de expresión rigurosamente científico.”4

        Debemos distinguir la verdad del error, ya que su confusión conduce a sustituir lo objetivamente verídico por lo erróneo. En un sentido determinado, la verdad es la verdad, pero la verdad, como proceso dinámico del pensamiento, no excluye la posibilidad del error, de que el pensamiento se aleje, se aparte de la realidad. La verdad es un proceso en la trayectoria del pensamiento que, pese a incluir en sí la posibilidad de equivocarse, sigue el camino del reflejo objetivamente verdadero de la realidad. El error, en oposición a la verdad, sigue el camino de la deformación, de un reflejo deformado de la realidad. Y en este sentido, teniendo en cuenta la tendencia del pensamiento, la verdad y el error constituyen procesos opuestos, aunque lo verdadero contenga y revele más tarde sus aspectos erróneos y lo erróneo comprenda algunos elementos verdaderos.

        En toda hipótesis científica hay un contenido objetivamente verídico y también elementos erróneos, en los cuales la realidad aparece deformada y dogmatizada. Y en algunas hipótesis es muy reducido el factor objetivamente verdadero, sobre todo cuando se trata de hipótesis aparecidas en las primeras etapas del desarrollo de la ciencia; por ejemplo, las hipótesis del calórico, del flogisto, etc. Creemos, incluso, que, en general, eran un error de la mente humana ya que el factor objetivamente verídico contenido en ellas es minúsculo desde el punto de vista de la ciencia moderna. Sin embargo, esta manera de enfocar la apreciación de los resultados científicos es errónea. No puede compararse una hipótesis científica, por muy inmatura que sea, con una ficción religiosa o con las especulaciones de la filosofía idealista de acuerdo con rasgos puramente cuantitativos (es decir, por el número de sus tesis objetivamente verídicas). Si tomamos como criterio este planteamiento puramente cuantitativo, se perderá de hecho toda diferencia entre lo verdadero y lo erróneo, y tendremos que deponer las armas ante el relativismo. En este caso, la hipótesis del flogisto y el mito de la vida y las actividades de Mahoma o de Buda vendrían a ser equivalentes para nosotros (en la primera en todo, ni mucho menos, es verdadero y, en la segunda, no todo es absolutamente falso; nadie ha calculado el número de juicios acertados en la primera y en la segunda). La filosofía positivista incita a esta comparación cuantitativa y nos conduce inevitablemente, a través del relativismo, al idealismo y al fideísmo.

        Como la verdad, desde el punto de vista de la dialéctica materialista, es un proceso, debe interesarnos, ante todo, la calidad de este proceso, su tendencia fundamental, la dirección en que se desarrolla el conocimiento. Desde este punto de vista la hipótesis del flogisto expresa para nosotros la verdad objetiva, accesible a la ciencia de aquel entonces, y los diversos mitos religiosos, el error de la razón humana. Para nosotros no tiene importancia esencial conocer el número de tesis falsas en la primera y de tesis verdaderas en los segundos. En el sentido gnoseológico lo único que tiene importancia de principio es saber si uno u otro sistema de tesis contribuye a descubrir la naturaleza objetiva del fenómeno, a conocer las leyes de su movimiento, o bien si va dirigida a deformar la realidad, si procura separar el pensamiento del objeto, de sus propias cualidades y leyes. Aquí es donde la diferencia entre la hipótesis científica y la ficción religiosa adquiere carácter de antítesis entre la verdad y el error y se hace absoluta. Pero si estudiamos un pensamiento, una hipótesis científica, por ejemplo, que en su trayectoria trata de aprehender la naturaleza objetiva del propio objeto, veremos que en ella la antítesis de la verdad y del error tiene carácter relativo, por cuanto la propia hipótesis es limitada, tiene errores y refleja aproximadamente el proceso; el curso ulterior del conocimiento pone de manifiesto que la realidad se refleja en la hipótesis de un modo incompleto, unilateral e incluso deformado. Por ejemplo, tomemos la hipótesis del éter que desempeñó un papel esencial en la física del siglo XIX. Es indudable que esta hipótesis reflejaba ciertos aspectos objetivos de la naturaleza, contenía elementos verdaderos. Pero la ciencia de principios del siglo XX descubrió sus lados erróneos. ¿Significa esto, acaso, que la hipótesis del éter es una ficción a semejanza de la mitología cristiana, un error de la mente humana? Claro que no. Por el contrario, su formulación es un testimonio de que la física trataba de aprehender las leyes objetivas; pese a su limitación, esta hipótesis poseía contenido objetivo. Esto se hace particularmente visible ahora, cuando la ciencia retorna, en forma nueva y en una nueva fase, a ciertas ideas del éter como algo que llena todo el medio material. Así, pues, lo verdadero ponía de manifiesto su aspecto erróneo y aquello que parecía erróneo de nuevo significado verdadero. En esto se manifiesta el carácter relativo de la oposición entre la verdad y el error que demuestra la índole dialéctica del desarrollo del conocimiento científico. Pero se trata de una oposición interna del proceso dinámico del pensamiento en su camino hacia la verdad objetiva. No debe confundirse de ningún modo con la oposición de la verdad y el error cuando se comparan dos procesos distintos: el avance del pensamiento científico (con todos sus conceptos, hipótesis, etc.) y las teorías seudocientíficas, dirigidas a deformar la realidad; el primero, que significa un cambio en el contenido objetivo del pensamiento, sigue el camino de la verdad objetiva; en el segundo se sustituyen de manera arbitraria, subjetiva, las representaciones y se sigue un camino erróneo. La hipótesis científica desarrolla el pensamiento en la primera dirección y por ello es la forma de un conocimiento objetivamente verídico del mundo.
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(*) Tomado de P. V. Kopnin, Hipótesis y verdad, Editorial Juan Grijalbo, Colección 70, capítulo 2, parte 2.
(1) F. Engels, Dialéctica de la naturaleza, Ed. Grijalbo, México, pág. 205.
(2) V. I. Lenin, Materialismo y Empiriocriticismo, Ed. Grijalbo, México, ed. cit.
(3) V. I. Lenin, Obras, t. 38, pág. 186.

(4) F. Engels, Anti-Dühring, Ed. Grijalbo, México, D. F., 1964, pág. 80.

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