viernes, 1 de noviembre de 2019

Política


Lineamientos programáticos

El Método en la Elaboración del Programa de la Revolución

(Tercera Parte)

Eduardo Ibarra

EL PROGRAMA SOSTIENE:

6º- El socialismo encuentra lo mismo en la subsistencia de las comunidades que en las grandes empresas agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria, solución que tolerará en parte la explotación de la tierra por los pequeños agricultores ahí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad recomiendan dejar a la gestión individual, en tanto que se avanza en la gestión colectiva de la agricultura, las zonas donde ese género de explotación prevalece. Pero esto, lo mismo que el estímulo que se preste al libre resurgimiento del pueblo indígena, a la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativos, no significa en lo absoluto una romántica y anti-histórica tendencia de reconstrucción o resurrección del socialismo incaico, que correspondió a condiciones históricas completamente superadas, y del cual sólo quedan, como factor aprovechable dentro de una técnica de producción perfectamente científica, los hábitos de cooperación y socialismo de los campesinos indígenas. El socialismo presupone la técnica, la ciencia, la etapa capitalista; y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna, sino por el contrario la máxima y metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas en la vida nacional (ibídem, p. 161).

Como vemos, después de indicar el destino colonial del país, el Programa sostiene la posibilidad de que la comunidad campesina –así como las grandes empresas agrícolas– constituyen elementos que permiten una solución socialista de la cuestión agraria. Con respecto a la comunidad campesina, en el artículo Principios de política agraria nacional, Mariátegui escribió:

El “ayllu”, célula del Estado incaico, sobreviviente hasta ahora, a pesar de los ataques de la feudalidad y del gamonalismo, acusa aún bastante vitalidad bastante para convertirse, gradualmente, en la célula de un Estado socialista moderno. La acción del Estado, como acertadamente lo propone Castro Pozo, debe dirigirse a la trasformación de las comunidades agrícolas en cooperativas de producción y de consumo. La atribución de tierras a las comunidades tiene que efectuarse, naturalmente, a expensas de los latifundios, exceptuando de toda expropiación, como en México, a los pequeños y aun a la de medianos propietarios, si existe en su abono el requisito de la “presencia real”. (Peruanicemos al Perú, p. 151).

Obviamente, el significado de este planteamiento se entiende en el marco general que propone Mariátegui en el principio de su citado artículo:

1.- El punto de partida, formal y doctrinal, de una política agraria socialista no puede ser otro que una ley de nacionalización de la tierra. Pero, en la práctica, la nacionalización debe adaptarse a las necesidades y condiciones concretas de la economía del país (ibídem, p. 149).

Ciertamente en el tiempo de Mariátegui la comunidad campesina conservaba «vitalidad bastante»; ahora, después de más de noventa años de evolución, su situación es diferente: como resultado de su masiva incorporación a la economía mercantil, sus bases materiales se han debilitado hasta el punto de que prácticamente se encuentra al borde de la extinción, aunque, desde luego, ello no significa que vaya a extinguirse mañana mismo.

        Sin embargo, la comunidad campesina puede cumplir todavía un papel en la construcción del Estado socialista: a más de conservarse en su seno la propiedad colectiva de los pastos, etc., las diversas formas de solidaridad en el trabajo que le son propias se conservan vivas, y, por tanto, si la revolución se produce oportunamente, aquellas formas serían aprovechables.

        Si la comunidad campesina es la principal institución representativa de la tradición «indígena», el municipio es una institución representativa de la tradición hispánica. Y, mientras la comunidad sobrevive casi exclusivamente en la sierra(5), el municipio existe en todo el territorio nacional. Por eso, el colectivismo «indígena» puede extenderse y cobrar un desarrollo en el trabajo productivo del municipio creándose así  una peculiar célula económica y política del Estado socialista.

        Paralelamente, el Programa postula exceptuar –temporalmente, se sobreentiende– de toda expropiación a los pequeños y aun a los medianos propietarios, si existe en su abono el requisito de la «presencia real». Esta es una cuestión a tener muy en cuenta.

        Estas son, grosso modo, algunas de las bases del programa agrario de la revolución.

En relación con el principal agente social de nuestro programa agrario, el Programa sostiene el «libre resurgimiento del pueblo indígena», «la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativos». Aquí la palabra resurgimiento expresa la certeza de que el espíritu colectivista de los pueblos «indígenas» puede manifestarse creadoramente en las condiciones del socialismo. ¿De qué socialismo? Pues del socialismo contemporáneo. Precisamente el Programa expresa, como hemos visto, la convicción de que tal resurgimiento «no significa en lo absoluto una romántica y anti-histórica tendencia de reconstrucción o resurrección del socialismo incaico». En efecto, no se trata de realizar el mito de inkarri reconstruyendo el Tawantinsuyu, sino de construir la sociedad socialista como sociedad de transición hacia la sociedad sin clases, sin lucha de clases y sin Estado.  Por eso el Programa mantiene que el socialismo  «presupone la técnica, la ciencia, la etapa capitalista; y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna, sino por el contrario la máxima y metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas en la vida nacional» (ibídem, p. 161).

En otras palabras, el socialismo moderno puede y debe enriquecer el colectivismo de nuestra tradición «indígena», incorporándolo a la lucha por instaurar y construir la sociedad socialista.

En general, el socialismo no es una negación absoluta, metafísica, del pasado histórico; es decir, el socialismo no importa ningún retroceso con respecto a las conquistas de la potencia humana, sino todo lo contrario, la incorporación de tales conquistas a la vida de la nueva sociedad.

En conclusión, la incorporación máxima y metódica de la ciencia y la técnica  y, en general, de las conquistas de la civilización moderna a la vida nacional bajo el Estado socialista, constituye una necesidad de primer orden. El socialismo presupone el desarrollo máximo de las fuerzas productivas y, particularmente, el desarrollo ideológico, político, científico, técnico y físico de los trabajadores, principal fuerza productiva de la historia.

En la Respuesta al cuestionario Nº 4 del Seminario de Cultura Peruana, Mariátegui escribió:

El advenimiento político del socialismo no presupone el cumplimiento perfecto y exacto de la etapa económica liberal, según un itinerario universal. Ya he dicho en otra parte que es muy posible que el destino del socialismo en el Perú sea en parte el de realizar, según el ritmo histórico a que se acompase, ciertas tareas teóricamente capitalistas (ibídem, 273).

Esta observación mariateguiana es sumamente importante, pues siendo nuestra sociedad una de incipiente desarrollo capitalista, el socialismo en el poder deberá asumir y realizar ciertas tareas teóricamente capitalistas.

Mariátegui dice teóricamente, pues, como es claro, prácticamente las clases trabajadoras deben imprimir su impronta al desarrollo de las fuerzas productivas del socialismo.

Brevemente, el socialismo no podría alcanzar su madurez sin un desarrollo considerable de las fuerzas productivas que haga realidad su ley económica fundamental.

Notas
[5] Decimos «casi exclusivamente”, pues en la selva existe la «comunidad nativa”, con una población mucho menor que la de la comunidad de la sierra. Se sobreentiende que lo aquí expresado sobre la comunidad campesina, vale también para la «comunidad nativa».

24.06.2019.

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