domingo, 1 de septiembre de 2019

Polémica



Nota:

Publicamos a continuación los materiales de un debate en el que, por un lado, Cronwel Jara ha exhibido su rabioso anticomunismo, su temperamento criollo, su derrame biliar, y por el otro Julio Carmona ha dado muestras de su espíritu de clase, de su vuelo teórico, de su sentido del humor.

         No es necesario que expliquemos los detalles: los materiales que siguen los explican por sí mismos.

    Expresamos nuestra solidaridad con Julio Carmona, poeta combatiente, escultor, dibujante, novelista, ensayista notable.

        Rechazamos, pues, la actitud y la fraseología insultante de Jara, y damos fe de la alta moral de Julio Carmona, entrañable camarada de toda la vida.

01.09.2019.

Comité de Redacción de Creación Heroica.



Un Cerdo de Poca Monta o Cuando los Chanchos Creen que Vuelan

Julio Carmona


Si algún escritor lo dijo
Repetirlo no es pecado
Incluso si lo maldijo
El escritor agraviado.
                               j. c.
ESTE ES EL PRIMER ENVÍO de una serie que inicio hoy y que en días sucesivos continuará. El título se explicará por sí solo después de la lectura del texto que transcribo de la Revista Andina de Cultura SIETECULEBRAS. En su última entrega del mes de agosto (fecha en que fue recibida por mí, aunque no especificada en los créditos), incluye el texto aludido bajo la firma de Cronwell Jara y bajo el título de «Los cinco del patíbulo». Y lo transcribo para mi Facebook, porque en él se me denigra y difama de la peor manera. Como no lo ha hecho nunca, jamás, la derecha más reaccionaria. Y hago esta transcripción y difusión porque me gustaría recibir opiniones que estén de acuerdo con lo que ahí se dice de mí. En las entregas siguientes daré mi opinión desmintiendo todas las falsedades ahí vertidas sobre mi supuesta participación en los hechos que ahí se narran. Falsedades que solo puedo calificar con el título que precede a esta entrega. Y ojalá que el señor Jara si llega a leer este reenvío de su texto, tenga la suficiente hombría de poner las pruebas o testimonios (no solo opiniones interesadas y lucubraciones de sí mismo) que ratifiquen lo por él elucubrado, fantaseado y supuestamente literaturizado.


«Los cinco del patíbulo», por Cronwell Jara

Esperaban a las hienas de los Hora Zero. Desesperados, antropófagos, en pie de guerra, emplumados con bombos y quenas enardecidas; esperaban a los Hora Zero tocando pitillos y atabales y proclamando la guerra con tambor y flechas de furia musical; los esperaban bajo una hipócrita garúa, en la Ciudad Universitaria de San Marcos, como para guiarlos al altar y la piedra del sacrificio. Esperaban a los Hora Zero, saltando y danzando anhelosos y agitados, deseando arrancarles los ojos, corazón, testículos; para coronarlos con sus vísceras hediondas o ponérselas de collar o corona según su estatus: ser Poetas. Ser hienas, ser Hora Zero. Y mejor que poetas hienas, ser poetas horazerianos malditos. Pues los poetas malditos de Hora Zero, hienas para los Fer, hijos del fin del mundo tenían un Recital en la Ciudad Universitaria Patio de Letras (sic). Y un recital con los poetas malditos de Hora Zero, hijos del fin del mundo, no calzarían para cualquier recital. ¡Cómo iban a calzar, siendo tan latinoamericanos y trascendentes! Equivaldría a un incendio según los manifiestos y sus Palabras Urgentes, tan apegados al sufrir del pueblo; y tan enmarcados contra los embates de la vida cotidiana como: ¡estar triste!, ¡caminar! u ¡oír teclear una máquina de escribir! -no una máquina de escribir cualquiera-, que no es lo mismo oírla, cotidianamente, por Margareta Kaukonen, tac, tac, tac, tac, tac, tac, tac…, percutiendo en ritmo, mientras acompasa un blue de Janis Joplin; ¡y eso no encajaba con los cotidianos del Fer nacionalista! ¿Cómo iba a encajar? ¡Ni encajaba con el Fer de los troskos ni con el Fer de los moscovitas ni con los de PCP-Patria Roja y su lideresa trompuda Jujú Caremona! (sic): pues, ¿recital? ¡Cómo que un recital! ¿Con qué clase de poetas? ¿Y con qué Poesía? ¿La burguesa y antipopular? ¿Quién convocó a las hienas de Hora Zero? ¿Cómo se han atrevido a ingresar a este templo revolucionario del saber? No señor, estas hienas no recitan en esta universidad revolucionaria, sería una ofensa. Un suicidio. Como provocar un autolinchamiento. Sus propias horcas. Ser enjaulados y apedreados. [cursiva en el original] Y chocarían con los escupitajos de los chacales del Fer y sus jaurías rabiosas; del Fer, de todos los Fer. Tierra con ellos, compañeros. Pollos y mocos con ellos. No a los falsos Poetas. ¡No entran al Patio ni suben al Auditorio! (Id.)

Pero los cuatro poetas malditos habiendo ya bajado del auto que los traía a la Ciudad, impertérritos, avanzaban. Heroicos, guerreros -como dueños de casa guiados por Mito Tumi el Poeta Inconmovible Ojos de Búho trasnochado y su andar ficho, abrigo gánster, gallito del Mangache y depredador navajero en los chicheríos de Piura; Mito Tumi, ¿ese Ojos de Búho sería quien los llamó para un recital en la Ciudad? ¡Cuidado con él, entonces! ¡Ha de ser un hijo del fascismo y del dictador Velasco! (Id.), avanzaban, los Hora Zero conocedores de mundo y los submundos internacionales-; insuflados avanzaban con las energías de los rayos y los protectores pararrayos del pueblo; dialécticos, convencidos de los trotes de Balada para un caballo y del escudo de lo coloquial y bélico de sus nuevos gritos y ritmos antirimas, antisonetistas, antibéricos, anti oligárquicos, anti dictaduras, anti Ezra Pound y anti místicos y anti aquellos exquisitos amantes de la poesía pura y cursi como la poética de Sologuren o la del payaso niño -según manifiestos horazerianos- el panzudo y febril Paco Bendezú. Convencidos de En los extramuros del mundo y sus nuevos tonos punk, psicodélicos, frikeros, a lo Allen Ginsberg y sus aullidos; y con los ánimos Sex Pistols que electrocutó y liquidó lindamente, con sus estridencias y la potencia de tres mil caballos de fuerza, a un Pink Floyd o a los temibles de la banda Yes. No señor, nada detenía a los dos Hora Zero, nada. Underground. Marginales. Diferentes. Iconclastas. Contestatarios. Irredimibles. Y con los Hora Zero avanzaba, sacerdotal y bélico, el Inconmovible Mito, poeta de marras, como atizando en su memoria su poema lapidario Hotel Printania, antes del fin del mundo, a poco de ser llevado a la piedra ceremonial del sacrificio: Nada ni nadie testimonia mi existencia. Soy libre: / No me queda ninguna razón para vivir.
Míticos, pecho al viento, caballos salvajes, avanzaban los horazerianos al patíbulo.

Pero, ¡alto! ¡Cómo van a continuar avanzando!, reclamaban los del Fer, los de la rabona Jujú Caremona y sus elevados pensamientos marxistas-leninistas-maoístas, anti imperialistas, anti fascistas, y enemigos de los anti poetas antologados por el oficialismo que lideraba ese tal Mitchel Oviedo, piojo barbudo del INC. Reclamaban, protestaban sin todavía atacar, clavar las uñas, arañar, devorarlos. ¡No deben avanzar más!

Pero los poetas avanzaban; Jorge Pimentel enfundado en su abrigo negro, altivo caballo de guerra, percherón de jalar cañones, acostumbrado al choque, los cabezazos, el puño y los escupitajos y a las filudas batallas de los puntapiés y las botellas rotas que rodaban por el piso, avanzaba; y avanzaba con Pimentel el poeta Enrique Verástegui, como diciendo: De pronto perdí todo contacto contigo. Ya no pude llegar al teléfono, recordar ese número y llegar a tu casa que no conocí. Ya no pude volar sobre ti como todos los días.

Y, con ellos, ahora añadidos, avanzaban el Inconmovible e Impertérrito Mito Tumi y Luis Alberto Castillo, y se les unía Eneas Marruel (sic), el amigo periodista del Diario La Crónica, quien haciendo de chofer de su propio auto, acomedido los había traído a la Ciudad Universitaria -sin saber el pobre Eneas que los estaba conduciendo al destripamiento-. ¡Capitanes de la nueva poesía americana, marchen! Y los Hora Zero, cada vez a paso marcial más firme, avanzaban ahora con sus edecanes y guarda espaldas -viendo que la cosa se ponía brava brava-, los escuderos Tumi, Luis Alberto Castillo y Eneas Marruel (sic), vestidos de noche bajo la garúa hipócrita, vestidos de dignidad bélica y altiva poesía. Avanzaban como Villon hacia su horca, como Ezra Pound en la jaula de escupitajos condenatorios y denigrantes, donde lo paseaban gritándole, monopayaso, por fascista, acabada ya la Gran Guerra europea.

Y la Ciudad y el Patio de Letras los esperaban con pitillos, bombos sonoros, celebratorios, y una danza en pie de guerra. Y, a como dé lugar, el recital sería multitudinario. Pues el Patio de Letras, cosmopolita, fuera de los del Fer, los esperaba porque lo sabía -por los críticos de la prensa- que se trataba no de cualquier Recital ni de cualquier Poeta, estaban ante los Poetas Fundadores de la Nueva Poesía del Siglo XX, pues así se oía.

Y como los Hora Zero tendrían que llegar, ya los tukuyricuy chismosos de la Ciudad -en realidad, la única tukuyrikuy era la Jujú Caremona, según confidenció después Enrique Verátegui- habían advertido del peligro, ¿a quiénes? ¡A quiénes más! ¿A los del Fer, la Federación de Estudiantes Revolucionarios que los Estudiantes de la Escuela de Literatura habían invitado a Jorge Pimentel y a Enrique Verástegui, para iniciar un Ciclo de Recitales? Pero, ¿solo los estudiantes del Cel…? No. No. ¿Cómo van a ser solo los estudiantes? Eran, según la soplona Jujú, tres locos los que había (sic) organizado un Ciclo de Poesía Peruana del 70, de seis fechas. Y ellos tenían nombre propio, un tal Mito Tumi y un Luis Alberto Castillo, más el Gordo Navarro, actor de teatro callejero y responsable de las Actividades Culturales de la Facultad de Letras, quienes, irresponsablemente, les habían concedido el auditorio del tercer nivel. Pero con una condición: No invitar al recital a dos repudiables: Arturo Consuero y Winston Zorrillo. Y esto se confirmaría después según propia confesión de El Inconmovible Ojos de Búho, dueño y gran señor del Mangache. Y, sí, sería el Primer Recital. Qué tal lisura.

Y los del Fer, lectores de la Poesía de picardía y sapiencia política social, al estilo de Bertolt Brecht y del genial Julio Carmona Reque, y muy al modo de las preciosas décimas de don Nicomedes -sin obviar las cumananas del sufrido populorum- con una multitud desconcertada de curiosos no lectores de poesía, se juntaban y rejuntaban. Los Fer, los diferentes Fer, coincidían, y peligrosamente se juntaban.

Y unos, pirulos y manoplas en mano, decían: -Pero, ¿de qué intrusos se trata? ¿Nazis o fascistas? ¿Qué hacen aquí? ¿A quién hay que patearle el hígado? ¿Quiénes son estos gusanos?

Y otros, los troskos, lectores de amplitud modulada: -Son poetas, camarada.
Hasta que los del Patio de Letras, los tukuyrikuy -luego de espiarlos bajar del auto de Eneas Marrul (sic) y aproximarse desde lo lejos, por la vereda, que llegaban a los peldaños de las puertas del Patio-, entendieron. Y los lectores, troskos y nacionalistas más avispados comprendieron. Estos poetas no eran cualquier cosa. Se trataba de dos cumbres geniales que deslumbraban por los escándalos. Jorge Pimentel y Enrique Verástegui. Poetas jijunas con los testículos bien puestos, que armaban hermosas broncas y recitales a donde puta fueran, se le oyó por ahí a Quique Sánchez. Horazeros. Dos buldócer de la palabra, las teorías poéticas y de la poesía escrita incitando hacia una praxis revolucionaria, contra la rancia poesía de corte burgués y hecha por niñitos bien como Toño Cisneros o el San Bernardo Lauer, tal como lo anunciaban en Palabras Urgentes, el manifiesto inaugural de Hora Zero y que apoyaban los furibundos cancerberos y críticos Poetas de la Revista Estación Reunida -solo que ahora sin Pepe Rosas Ribeyro por haber sido deportado a México por la dictadura velasquista, sin María Emilia Cornejo, sin el gran Elqui Burgos ni Óscar Málaga ni el periodista y poeta de El Sol es también un puño enorme, Maynor Freyre -de armas tomar, gitano de retos, prodigiosos puños y cabezazos certeros en pleitos donde todo valía pero sin despeinarse-. Charo Arroyo, Rosina Valcárcel, ni Ana María Mur la beligerante y por demás hermosa poeta de aires gitanos que solo mataba con el clavel de su mirada-, quienes sobre yunque y martillazo demolían la poesía de hoy, desde Chile y Perú hasta Venezuela, México y la zona francesa del Caribe. ¡Y bien por ellos!, decían algunos. ¿Y por qué bien?, otros.

Y éste sería Recital tumultuoso y explosivo, por tra­tarse de dos gallos internacionales y que de cumplirse, reafirmarían sus glorias ante la América y el mundo de Poesía castellana. Y solo faltaban unos cincuenta metros para encontrarse al pie de los dos peldaños que daban al Patio. Poetas a quienes los escudaban retadores, como los fosfóricos estruendos de los tambores de Miriam Makcba, sus Manifiestos y las propuestas ideológicas -ceñidos a las consignas de Juan Ramírez Ruiz, Carlos Marx, Engels, José Carlos Mariátegui, Vallejo- que para muestra: ahí estaba la furia de sus poemas, en Enrique Verástcgui: «Yo vi hombres y mujeres vistiendo ropas c ideas vacias y la tristeza visitándolos en los manicomios. Y vi también a muchos gritando por más fuego...».

Ahí los planteamientos rotundos, la claridad cerebral y los cojones de toro bien puestos, para imponer sus lineamientos en la poesía futura. Y estos eran, ahora que se los veía más cerca, los poetas abanderados del colectivo Hora Zero. Hasta que, a medio camino, volteó a abrazarlos, algo medroso, Luis Alberto Castillo, por darles fuerza y aliento -lógicamente, por la posible gresca, la probable celada y el ajusticiamiento y linchamiento poético popular que se le avecindaba, a medida que se acercaban al Patio-; pues, justamente, se oyó a unos diez metros:

-¡Fuera poetas del pro imperialismo yankee! ¡Fuera Sinamos, cagones...! -El chillido de la Jujú Caremona, cuándo no la zamba Jujú revoltosa.
-¡Linchar a los traidores del pueblo! -A Jaime Guadalupe Pedregoso, viéndolos aun aproximarse a la distancia.
-¡Colgarlos como a perros, carajo! -De nuevo la Jujú Caremona, roja la cara huesuda, demencial y combativa, en defensa de los intereses del pueblo universitario-. ¡Mueran los poetas anti revolucionarios y diletantes cavernarios del pro imperialismo yankee!

Los del Fer, advertidos por los tukuyrikuy -los corre ve y dile- de todo partido político, se habían movilizado y ahora como hienas hambrientas, a punto de írseles encima, merodeaban desde lejos a los Poetas, quienes caballos altivos, orgullosos de ser Poetas lucidos revolucionarios ante el mundo neocapitalista, como si no fuese con ellos, continuaban el paso marcial ahora con el Poeta Luís Alberto Castillo adelante, adalid abanderado, encaminándose aún por las orillas del largo bosquecillo de Letras, hacia las cortas escalerillas -ya muy cerca, ahí nomás- que daban al Patio de Letras. Caballos crinudos, armando ya el escándalo presentido en la visionaria Balada de un caballo de Jorge Pimentel. «Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión sobre las traseras...» Pero, ¡cómo se olía a juicio popular! Porque los esperaban. El Patio y el Fer y los Fer, enloquecidos entre tamborcillos y antaras medievales festivas, los esperaban, todo mundo los esperaba; como que, más allá de este juicio, todavía vendría algo inimaginable.*

(*) Fragmento de Molotov Suit en el Patio de Letras, novela de Cronwell Jara Jiménez de pronta aparición.


Un Cerdo de Poca Monta o Cuando los Chanchos Creen que Vuelan II

Julio Carmona

Existe un escribidor
Que por tener más de un premio
Se cree el más más y es peor
Que borrachera de abstemio.
                                             j. c

LA SEMANA PASADA compartí un texto de Cronwell Jara, narrador de cierto renombre, a quien conocí en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la década del 70’ del siglo pasado. Y ese conocimiento no pasó de que, mutuamente, fuéramos «conocidos», nunca amigos (de lo que hoy me congratulo). Ahora bien, quienes han leído el texto por mí compartido podrán colegir que del personaje que Jara ahí ha creado, al que pone mi nombre (nombre que igualmente deforma), él si conoce su filiación política (que también coincide con la mía: comunista, marxista-leninista-maoísta, y le faltó agregar stalinista). Por mi parte, lo que siempre saqué en claro de él es que fungía de apolítico o que, en todo caso, nunca especificó cuál era su filiación en ese sentido. Pero con la publicación del texto que he compartido ya definió, con toda claridad, su anticomunismo y su posición de derecha. ‘¡Y bien por él!, dirán algunos. ¿Y por qué bien?, otros’.

        Asimismo, se recordará que en la presentación del texto enviado como número I, yo precisaba que en este (número II) iba a contestar a los infundios y errores históricos en que incurre. Pero, antes de entrar en materia, voy a recordar aquí esa deformación que hace de mi apellido para referirse a un personaje femenino, primero, llamándola la Jujú Caremona. Obviamente, eso hace que no me sienta aludido, pues como se trata de un personaje de ficción (ya que el texto de marras es presentado como un fragmento de novela), sin embargo, como es notoria la alteración de mi apellido, yo también aquí me tomo la licencia de jugar con el apellido del narrador (también de marras) llamándolo Congrio Jarajo (aludiendo a su procacidad y coprolalia).

        En otros momentos de su texto Congrio Jarajo sí usa mi nombre completo, Julio Carmona, aunque para que se tome como coincidencia, le agrega otro supuesto apellido, Reque. Y, bien, me sigo moviendo en el plano de las coincidencias, y, por lo tanto, no puedo asumir que directamente se esté refiriendo a mí (por esas sibilinas manipulaciones de mi nombre), considerando otra excusa como que hay varias personas ubicables en Internet que tienen ese nombre. Pero lo que ya resulta difícil de esquivar es la relación de los hechos «narrados»: el frustrado recital de dos miembros del grupo literario Hora Zero que, efectivamente, se dio en esos años setenta del siglo pasado. Y, en honor a la verdad o para salvar el honor de mi nombre, yo debo decir que nada de lo que Congrio Jarajo atribuye a los personajes relacionados con mi nombre, tiene que ver conmigo.

        La noche de los hechos narrados por Congrio Jarajo, sí estuve en el Patio de Letras, pero como espectador, mas no como actor o protagonista de los hechos o acciones atribuidos a los personajes a quienes se usa para manipular mi nombre. Es más, ahí se menciona a mi amiga Ana María Mur Bedoya, y falsamente se dice que no estuvo allí. Ocurrió todo lo contrario. Porque en esa misma época en la casa de Ana María (y de Pancho Izquierdo López, su esposo), en colaboración con el escultor Aníbal Agüero, trabajábamos la estatua de Ernesto «Che» Guevara que, después, sería develada en la puerta principal de la Facultad de Derecho. Pero como yo tenía clases igual que Ana María, entonces, íbamos juntos a nuestros cursos de Literatura en la Facultad de Letras.

        Y la noche aludida nos encontramos, Ana María y yo, con la sorpresa de que se iba a realizar el recital de los poetas de Hora Zero. Y asistimos —sin quererlo ni proponérnoslo— como espectadores a la manifestación realizada en contra de dicho recital. Y tanto Ana María como yo estábamos de acuerdo con esa manifestación (contrariando la especulación que sobre Ana María hace Congrio Jarajo), porque siendo, ambos, simpatizantes del FER, también coincidíamos con la posición política de los actos realizados por la organización estudiantil, de la que —insisto— no éramos miembros ni mucho menos dirigentes, y, sí, solo simpatizantes, porque tanto Ana María como yo militábamos —cada quien— en organizaciones políticas que no eran las que estaban en la dirigencia del FER. Entonces, mal podría yo haber participado en la organización de la defenestración que ficcionaliza Congrio Jarajo.

        Por otro lado, debo precisar aquí que no es la primera vez que me entero de esas diatribas que contra mi persona hace Congrio Jarajo. Varios amigos me han referido que en sendas ocasiones él ha despotricado en mi contra. Y, con seguridad, toda persona que se entera de ese odio visceral que derrama (como se nota en el texto aludido) se debe preguntar cuál es la razón o el motivo que enciende esa desproporcionada inquina. Y fue la misma pregunta que yo me hice. Felizmente, no tuve que especular mucho, porque no faltó quien me aclarara el asunto. Resulta que, en una ocasión, para cumplir con el pedido de un artículo que me hiciera una persona para cierta revista que estaba por editarse, no se me ocurrió mejor tema que hacer una crítica al cuento «Montacerdos» de Congrio Jarajo.

        Y la persona que me aclaró el asunto me dijo que Congrio Jarajo estaba indignadísimo con mi crítica a su texto. Y que, incluso, había añadido que quién era yo para contradecir la crítica favorable que sobre su cuento habían expuesto críticos de renombre, como Antonio Cornejo Polar. Y, bueno pues, cualquier lector crítico (no necesariamente crítico profesional) tiene el derecho de opinar y de publicar sus opiniones sobre la obra de un escritor, más o menos, conocido como Congrio Jarajo, o de otros renombrados como Mario Vargas o Miguel Gutiérrez (por mencionar a dos que he tenido oportunidad de criticar, no en un artículo de revista sino en sendos libros). El artículo de revista sobre «Montacerdos» lo publicaré mañana por este medio, como la tercera parte de la serie. Y lo haré con la única intención de que quienes hayan seguido la lectura de los dos que lo preceden, sopesen la relación que hay entre mi artículo y la reacción vitriólica que suscitó en el ánimo de Congrio Jarajo. Y si hay proporcionalidad entrambos.

        Termino esta explicación, necesaria, haciendo una aclaración propedéutica de la actitud que debe asumir un autor cuya obra es sometida a crítica. Y la aclaración es simple y única: un escritor no debe enojarse, ni tratar de polemizar sobre los sentidos de su obra, y menos odiar a quien hizo la crítica. Cualquier reacción que desoiga este principio, redundará en su contra. Porque, como en este caso, nadie que me conozca dirá que son apropiadas las referencias que Congrio Jarajo hace de mi persona o a través de los personajes que crea para ese efecto. Si él criticase algún texto mío descalificándolo con las peores apreciaciones, yo lo tomaría con cierto ánimo deportivo. Pero lo tratado en estos envíos no se inserta en ese caso de crítica literaria, sino en el de la falacia ad hominen, falacia que es explicada en cualquier diccionario, palabras más o menos, en los siguientes términos: la falacia ad hominem consiste en que la persona B ataca a la persona A que presenta un argumento, en lugar de atacar al argumento que dicha persona ha presentado. Lo cual obliga a la persona A a tener que justificarse.

        Y como Congrio Jarajo no solo se la agarra conmigo sino con la literatura que me es afín, la poesía ibérica, sus coplas, décimas y sonetos, a continuación, resumo, en una décima, la aclaración propedéutica arriba sugerida:

Si otro escritor trata tu obra
Con excesivo rigor
Asume que nada sobra
Ya por odio o por amor
No respondas con furor
Y mucho menos con ira
Pues la verdad y mentira
Merecen ser evaluadas
Porque a veces peor es nada
De acuerdo a cómo se mira.


Un Cerdo de Poca Monta o Cuando los Chanchos Creen que Vuelan III
Desmontando un Cuento

                                                                                Julio Carmona

Digo por decir cualquier
Cosa. Escuchen: todo el mundo
Puede ir a lo profundo
Del amor, si sabe ser
Un buen hijo de mujer
Y no alimaña rabiosa
Que se cree la gran cosa
Sin saber que en el vivir
Y el amar hay que elegir
Antes que espina, ser rosa.
                                                 j. c.

POR LA ÉPOCA en que estudiaba en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos: los gloriosos años ’70 del siglo pasado, conseguí un ejemplar de la revista LETRAS, Órgano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas (Nºs 74-75), que conservo como una joya, porque ahí —entre otros igualmente importantes— hay un texto de Abraham Valdelomar, titulado «Neuronas». Especie de «pastillas» conceptuales «a base de lógica» (como las define el mismo autor). Pongo como muestra la siguiente: «Hay escritores que tienen el alma como una carreta de mudanza. Siempre hay algo atado, algo que se va a caer, algo que se rompe, y un negro soez encima de todo

        Y cito esta «neurona» pues creo que con ella se puede esbozar un esquema de crítica literaria. Considerando, en primer lugar, los valores o méritos de la obra y autor leídos, y que viene a constituir ese «algo atado» que releva Valdelomar, es decir lo que da merecimiento al texto criticado (de otra manera no sería digno de la menor atención). En segundo lugar, detectar los aspectos inseguros, débiles, y que constituyen ese «algo que se va a caer» (siempre que lo haya), para, en tercer lugar, señalar el aspecto negativo, ese «algo que se rompe» (también, siempre que lo haya) y, finalmente, incidir en la escatología verbal o mal uso del idioma (en tanto denuncie su presencia) propia del «negro soez». Y siendo, todos, aspectos puestos de relieve en la neurona del Conde de Lemos, quiero aquí proponerlos como pautas para enfocar ciertos textos. Y en la medida que fue ese esquema que —hace varios años— usé para analizar el cuento «Montacerdos» de Cronwell Jara, en esta ocasión reitero ese modelo para ilustrar la propuesta.

        Tomando, pues, la “neurona” de Valdelomar como una metáfora del cuento aludido podemos decir, primero, que en él hay algo atado, es decir, algo que va seguro y es lo que hace que sea un cuento impactante, debido a la fuerza narrativa que caracteriza al autor.

        Pero, en segundo término, no podemos sumarnos a la opinión generalizada que lo considera como el más importante si no el mejor de los relatos de su autor. Y no creemos que esto sea así porque en dicho cuento sentimos que hay algo que se va a caer, es decir, detectamos ciertas contradicciones, exageraciones o irrealidades que nos hacen sentirlo en la cuerda floja. Pongamos ejemplos.

        Los personajes principales: Yococo, Griselda —la madre— y Maruja —hermana del primero, hija de la segunda y «narradora»—, los tres, comen ratas, cucarachas y todo ello en un escenario de basura, fango y excrementos en grandes cantidades; sin embargo, la madre ama entrañablemente a Yococo, su hijo, y es lo que se infiere del relato, pues en determinado momento se dice que viéndolo «más chupado por fiebres y más hinchado por llagas, cabeza bajo y muriéndose de pie: “Que no muera mi niño, Dioooos, salvalóooo” (clama). Y luego lloraba a gritos aullando», es decir: el amor maternal patéticamente descrito; sin embargo, en otra circunstancia se presenta de la siguiente manera, contradiciendo a la anterior: «sin soltar la ruma de palos y cartones que llevaba ella al hombro, pujando y pujando, le dio un leñazo a Yococo: “Calla, guanacu’e mierda, loco, calla”. Y lo hizo llorar, haciéndole agarrar desesperadamente su fea cabeza llagada», y de esa misma madre —de un amor tan sui generis— se dice en otra ocasión que «con su saliva le limpiaba las legañas, acariciándolo» (pero) «Luego, conteniendo el asco y la respiración se acercaba a esa charola de pus y pelos»; es decir, «conteniendo el asco» por las llagas del hijo, ella con quien —dice la narradora— «Íbamos (…) por los basurales confundiéndonos pronto en un bosque de revoltijos pestilentes, en un mar de ratas envenenadas y gatos agusanándose por todo lugar», y ahí no se dice que expresara ningún asco ni que contuviera la respiración, hecho que tampoco ocurrirá cuando la misma narradora recordará con cierta fruición que «comíamos ratas, meses atrás, comíamos harto hasta chupar y sorber rico los tuétanos y masticar los güesitos, embriagándonos de dicha. Pero ahí en casa de doña Juana no podíamos cocinar eso. Y un día nos escapamos en la madrugada y nos fuimos a las madrigueras y cazamos tres. Mamá y Yococo se comieron una que sangraba por la nariz y los ojos, casi cruda, casi vivita…» (¡y sigue la exagerada truculencia!). ¡Y esa misma madre tiene que contener el asco y la respiración para limpiar las llagas del hijo! Claro, se puede argumentar que esa es una exageración para «agrandar» la llaga del hijo, para hacérnosla ver en magnitud superlativa. Con todo, nosotros consideramos que esa seguirá siendo una contradicción insalvable, porque en realidad no hace más patética la llaga, y sí más exacerbada la repulsión que la lectura de esas escenas truculentas genera en el lector. De donde deducimos que, si aquella fue la intención, pues otro debió ser el mecanismo.

        Entre otras contradicciones, destaquemos una exageración más que degenera en irrealidad. Y es la referida a la escena en que a Yococo le ponen «ají rocoto molido en un platito y (…) feliz por lo que le proponían, riendo, riendo se comió en seis cucharadas todo el ají. Luego, nunca sintió molestia ni ardor alguno en la boca»; lo cual es, de todo punto de vista, irreal (y conste que no se trata de un texto de ciencia ficción). Y eso se hace más flagrante cuando al cerdo de Yococo —dice la narradora— «para que no moleste, vi también, cómo los hombrecitos le metían un rocoto pelado en el trasero (…) Y cómo él huía, para risa de todos, arrastrando el infeliz trasero en el suelo». (Huelgan comentarios).

        Y la coprolalia, la truculencia y el regodeo en los detritus, la basura y lo asqueroso fuera permisible o justificable si, a su vez, fuera expresión de la incoherencia de la narradora, a quien el lector pudiera atribuir una cierta enajenación mental que la hace ver la realidad de una manera distorsionada; pero esta es una incoherencia que es desmentida por la total coherencia del relato en sí, que está escrito en partes, además, con un lenguaje digno de un narrador culto, presentándose de esta manera un desfase entre el nivel cultural y la edad misma de la narradora y el tipo de lenguaje que usa y la madurez de muchas de sus observaciones, todo lo cual le es excesivamente impropio. Y es este, pues, un desfase que grafica la penúltima observación de la «neurona» de Valdelomar: que eso es algo que se rompe.

        Mientras que lo del negro soez encima de todo vendría a ser ese refocilamiento o regodeo en la abyección y lo repugnante. Y es el aspecto más censurable porque pretende ser presentado como reflejo de una vida de gente del pueblo, pues es un tratamiento de la vivencia del pueblo expresado así —en la contracarátula de la edición de Lluvia— como «un acercamiento descarnado e intimista de los estratos marginales de Lima.» Y, definitivamente, lo consideramos un reflejo inválido (poéticamente hablando) aunque se nos diga que la realidad puede ser más descarnada que esa ficción, pues denigra —en la totalidad narrativa— a ese pueblo, que no idealizamos, que sí respetamos y para el que también se debe exigir respeto.

        Esa exacerbación de lo infrahumano: comer excremento, ratas, cucarachas, de la manera más truculenta, desde un punto de vista estrictamente literario, no emociona sino desilusiona. Y en ese sentido suscribo la apostilla indirecta que sobre este cuento hiciera Miguel Gutiérrez al comentar otro cuento que —según él— «Revelaba un mundo violento y bello, pero» (agrega Gutiérrez) «lejos de deformaciones como cierto encomiado relato de supuesto tema barrial y que es la cristalización de una suerte de esteticismo sobre las deyecciones de los humillados y ofendidos.» Esa propensión hacia el peor naturalismo decimonónico del relato analizado, nos hace pensar que así como el escritor en literatura tiene absoluta libertad para decirlo todo, asimismo el lector de literatura no está obligado a «tragarse todo» sin protestar.

        Finalmente, podemos llegar a la siguiente conclusión: que la pertinencia del esquema crítico propuesto basado en la «neurona» de Valdelomar, se justifica solo si se trata de ese tipo de cuento en el que es evidente la presencia de los cuatro aspectos aludidos, es decir que «hay algo atado», «algo que se va a caer», «algo que se rompe» y «un negro soez encima de todo». Por cierto, no todo cuento se presenta así, del mismo modo que no todo negro es soez.

4 comentarios:

  1. Utilizando el título de un libro reciente es posible afirmar lo siguiente: "La bestia neoliberal", con podrida arrogancia, quiere infectar la historia en vana creencia que así salva de su insoportable mal olor actual.

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  2. Yo estuve en San Marcos (Ciudad Universitaria) desde 1979 pero conocí a Julio desde fines de 1976 por mi hermano Orlando Robles que ya estudiaba Filosofía allí y en esa época tuve la oportunidad de conocer a Julio Carmona así como a muchos artistas populares (porque venían del pueblo y siempre a él se dirigian, lógicamente con identidad de clase y no como clase superior a él) Jovaldo, Luis Deza, Chacho Martinez, grupos musicales como Neper, Yahuar Mayu, Tiempo después Los Hermanos del Ande etc. Y en toda esa época y estoy seguro siempre vi e Julio una identidad y solidaridad con nuestro pueblo (Julio no solo declamaba en la universidad sino dónde movimiento popular lo invitaba) y dejaba mostrar también su furor y enojo cuando contra el pueblo se atacaba.
    Esa severidad y energía que caracterizaba su poesía en defensa de nuestro arte y cultura popular siempre contrastaba con la alegria y el sentido del humor contagiante que mostraba con sus amigos y aunque no trato de hacer un análisis de las cobardes alusiones y afirmaciones que hace esta vez nuestro pobre miserable y coprofágico amigo jarajo (que es muy diferente a un "pore derashao" porque eso tiene cura) quiero mas bien confirmar que el ser humano que tiene identidad, valores y compromiso con su pueblo, su pluma siempre se va a dirigir al mismo horizonte que él aspira llegar, y por mas hambre e ignorancia que pueda tener y por mas pura que sea la raza del lobo, el pueblo siempre sabrá elegir al cordero.

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  3. Ana Maria Mur; Era mi Madre.Exijo no se le nombre en temas de índole Política...

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  4. Ana Maria Mur; Era mi Madre.Exijo no se le nombre en temas de índole Política...

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