sábado, 2 de marzo de 2019

El método de la economía


El Método de la Economía: El Planteamiento Subjetivista*

Antonio Pesenti

AUNQUE ACTUALMENTE ESTÁ EN DECADENCIA, todavía prevalece en los manuales oficiales, al menos en Italia, el planteamiento idealista subjetivista.

        Según dicho pensamiento, la economía política es una ciencia que estudia la actividad humana resultante del dato fáctico de la existencia de medios limitados (escasez de medios) frente a necesidades ilimitadas, cuya satisfacción es el fin de esa actividad humana. La economía se convierte así en la Teoría de las elecciones realizadas por un sujeto económico entre diversas alternativas.

        Esta definición de la economía en su contenido sustancial –aunque no en su formulación– se encuentra en los manuales de Papi, Fanno, Amoroso, Bresciani Turroni y también en autores más modernos y más abiertos a nuevas orientaciones como Di Fenizio y Vito o, en forma más moderna y aceptable, Graziani, y ha sido extensa y profundamente estudiada en el conocido libro de Robbins sobre la naturaleza y la importancia de la ciencia económica.1

        El planteamiento en cuestión toma como punto de partida en el análisis de los hechos económicos, un «sujeto económico» que actúa a través de su opción sobre el mundo que le rodea.

        Sin duda se trata de un planteamiento idealista, en cuanto este «sujeto económico» encuentra en el mundo circundante su su limitación, pero es absolutamente independiente de él y por consiguiente indiferenciado en el espacio y en el tiempo, y por tanto igual a sí mismo, libre y soberano dentro de los límites convenidos por la hipótesis inicial. El comportamiento de dicho sujeto, ya sea consumidor o productor, es analizado en las distintas hipótesis considerando el sistema existente como punto de partida. A veces no sólo el sistema social, sino incluso el sistema de precios, se consideran como punto de partida y no como punto de llegada.

        En tales autores el planteamiento subjetivista es considerado esencial para la construcción científica. Para ellos permanece sustancialmente válida la vieja afirmación de Böhm Bawerk: «Una ciencia económica que no desarrolla la teoría del valor subjetivo está construida en el aire» y aquella otra de Morgenstern: «Debe existir una voluntad unitaria que disponga de una escasa provisión de bienes. Sólo así puede surgir el valor. Esta condición de estrecha relación con el sujeto no puede ser destruida».

        La teoría subjetivista del valor ha tenido su propio desarrollo. Nació ligada a premisas utilitaristas. Jevons, profesor de lógica y de economía política en el colegio de Owen en Manchester, afirmó que «el valor depende enteramente de la utilidad», inspirándose abiertamente en Bentham. Al mismo tiempo Menger y los austriacos, que desarrollaron la escuela de la utilidad marginal sino una vinculación tan estrecha con unos supuestos filosóficos, concibieron en cualquier caso la utilidad como racionalidad de la conducta humana en sentido hedonístico. En aquella época se acuñó el concepto de homo economicus. Posteriormente se intentó despojar de cualquier significado hedonístico la conducta del sujeto económico, empleando a veces otros vocablos (como «ofelimidad»** en Pareto) y admitiendo la posibilidad de combinaciones diversas (curvas de indiferencia), para llegar finalmente a la «teoría de las opciones», -cualquiera que sea el fundamento psicológico de tal elección, ya sea, como dice Robbins, simplemente «un hecho de experiencia elemental», ya se trate, como se dirá con otras palabras, de «preferencias reveladas».

        De cualquier forma, incluso en las sucesivas evoluciones y transformaciones, y tanto en la formulación paretiana de la interdependencia general como en la más reciente formulación neopositivista, la base ideológica de tal planteamiento ha sido siempre el subjetivismo idealista.

        En efecto, lo que es esencial en este planteamiento es el hecho de que se postula como sujeto de la actividad económica un ego [yo] indiferenciado y soberano, concebido fuera y por encima de la estructura social en la que vive. Y tal concepto subyace a lo largo de todas las evoluciones sufridas por la teoría subjetivista. Esto ha significado crear un sujeto económico indiferenciado, con vinculaciones puramente formales con categorías económicas más amplias, tales como (lo veremos más adelante) salario, beneficio, producción, consumo.

        Efectivamente, desde el punto de vista conceptual, resulta igual la posición del «empresario» y la del «trabajador» e incluso la del parado en el campo del «consumo»; en el campo productivo todos se convierten en «factores de producción», elegidos por el sujeto económico empresario según las leyes de sustitución.

        Veremos cómo técnicamente se ha construido la teoría económica sobre estas bases ideológicas, partiendo de los conceptos de «cantidad» y de «margen».

        Por lo que respecta a nosotros los italianos, es necesario recordar que alrededor de 1900 hubo fuertes discusiones sobre metodología del subjetivismo y que Croce2 contribuyó grandemente a la sublimación de los conceptos económicos en su definición filosófica.

        Croce, como es sabido, ha hecho claramente la distinción entre filosofía y ciencia, entre concepto puro y concepto empírico o seudoconcepto. Para Croce las ciencias no son sino edificio de seudoconceptos o conceptos empíricos y representativos, si bien «no son solamente el llamado estadio empírico de las correspondientes disciplinas filosóficas, sino que persisten y persistirán junto a las filosóficas porque prestan servicios insustituibles» sin «contaminarse».

        De esta concepción de «autonomía» degradante de las ciencias en una esfera inferior, en la que no es posible «el desarrollo dialéctico», deriva una posición escéptica que trascenderá después en empirismo y en neopositivismo, y en todo caso, incluso en Croce, de ella nace el carácter arbitrario y tautológico de las leyes económicas.

        Por tanto, el hecho de que Croce haya distinguido la «actividad práctica del espíritu» de la actividad teorética y haya concebido el espíritu práctico en las dos formas –de las cuales la primera es «la utilitaria o económica»– ha proporcionado, aunque lo niegue, la base filosófica de la «teoría de las opciones», del subjetivismo idealista en el campo económico en su forma actual, sublimada y liberada de todo residuo utilitarista en el sentido hedonístico. Si el hecho económico es concebido como elección, no hay duda, decía Croce en 1900, de que se trata de un hecho de actividad práctica, es decir, de voluntad. Tal derivación se ve a veces reflejada en los manuales, especialmente en los italianos, e implícitamente es muy frecuente aunque los autores no sean plenamente conscientes de ello por ignorancia o incomprensión de las fuentes directas.

        Las consecuencias de semejante planteamiento en la sistematización científica de los fenómenos económicos, resultarán más claras a los lectores mediante las llamadas de atención que haremos de cuando en cuando a lo largo del desarrollo de la obra. Sin embargo, conviene criticar rápidamente dicho enfoque, tanto en su aspecto filosófico como en sus fines prácticos, es decir, en los fines del conocimiento y de la acción.

        Sobre la base del citado planteamiento se afirmó, efectivamente, que podía crearse una ciencia capaz de tener validez al margen del tiempo y de cualquier forma social, hasta el punto de que –se afirmó– era oportuno cambiar el viejo nombre de «economía política» por el de «economía» o «economía pura». Pero aquí se encuentra ya el error lógico. En efecto, con tales expresiones, o se afirman tautologías carentes de sentido concreto o bien se deben aceptar sin someter a la crítica científica los presupuestos de hecho dentro de los cuales se desarrolla la actividad económica, considerándolos inmutables.

        En realidad, el sujeto económico –sea o no el «homo oeconomicus» de la primera fase– actúa siempre en un mercado y es frecuentemente catalogado en categorías económicas; incluso en el planteamiento subjetivista, aunque tal codificación resulte puramente formal; no tiene el significado que, como veremos, tenía para los economistas clásicos.

        En el subjetivismo económico, el mercado determinado llega a convertirse en un presupuesto, pero precisamente en ello estriba el error y la deficiencia del planteamiento por lo que respecta a la investigación de las leyes económicas. Además, en su aplicación práctica, el subjetivismo parte siempre, cualquiera que sea la base psicológica y la evolución lógica, de la teoría de la utilidad marginal, allí incluso donde se intenta eliminar el concepto de utilidad, como sucede con la teoría neopositivista de las «preferencias reveladas». Esta se funda, como veremos mejor más adelante, en dos conceptos correlativos entre sí, utilidad y necesidades, introduciendo una determinación cuantitativa del concepto de utilidad en el sentido que construye este concepto en función del concepto de cantidad. De esta función derivan, desde el punto de vista de la «teoría de las opciones», los teoremas que expondremos de la igualdad de las utilidades marginales, por lo que respecta al proceso de consumo y de las «productividades marginales de los factores de la producción» por lo que respecta al proceso de producción.

        Así pues, desde el punto de vista filosófico, en la base de este planteamiento existe una vulgar petición de principio. El juicio de utilidad sobre una mercancía presupone en el consumidor el conocimiento del precio, la posibilidad de elección, la existencia de una renta disponible. El precio, presupone una sociedad, una división del trabajo, una moneda, una distribución del producto social. Pasando por alto incluso la «categoría» moneda, el juicio de utilidad y, por tanto, la elección, presupone el conocimiento de la cantidad disponible de un bien, la posición del sujeto económico en la sociedad, etc. Es decir, antes de que exista una estructura económica, una estructura de precios, no es posible un juicio de utilidad, un juicio de valor, una elección.

        Si se examina realmente los textos universitarios, no hace muchos años todavía vigentes, se observará que jamás se realiza en ellos una crítica del sistema capitalista en su conjunto para descubrir si hay en él leyes generales que afectan al sistema como tal. No, el sistema capitalista es para el subjetivista un dato fáctico, un punto de partida indiscutible y, por consiguiente, el único objeto de la economía es el análisis del comportamiento del sujeto económico dentro de dicho sistema de producción y de distribución del producto social. No interesa ya la «economía política», sino la «economía». Sin embargo, es natural que la «ciencia abstracta» que de aquí se deriva no interese ya desde el punto de vista científico ni al estudiante ni al estudioso y que incluso apenas sirva para los fines prácticos de la «dirección de los negocios».

        Ciertamente el estudiante no tiene necesidad de ir a la Universidad para saber que es libre de escoger entre las diversas perspectivas que se le presentan. Sabe muy bien que el suicida es libre de elegir el medio para matarse, que el preso es libre de elegir entre pasear por su celda o permanecer quieto y que el que no tiene casa es libre de elegir entre dormir bajo un puente o al pie del monumento a Garibaldi. Sabe también que si debe elegir entre los diversos empleos posibles escogerá aquel en el que el trabajo sea más agradable y rentable. Tampoco tiene necesidad a ir a aprender, como todavía se enseña en alguna Universidad, que la quinta cucharada de sopa da una satisfacción menor que la primera y que a la cincuentésima cucharada cesa la utilidad de la sopa; que más allá de este límite, si existe alguien que trague como los patos, la utilidad se convierte en algo negativo; y tampoco tiene necesidad de aprender cómo se deben gastar las diez mil liras que tiene en el bolsillo.

        También el capitalista sabe, sin ir a las clases de economía política, que «combinará los diversos factores de la producción con el fin de obtener el máximo producto al menor coste» y otras agudezas semejantes.

        Lo que quiere saber el estudiante es por qué tiene diez mil y no cien mil liras en el bolsillo, por qué, terminada su carrera, busca un empleo y no lo encuentra; y el capitalista por qué tiene un capital de un volumen x y no otro, por qué se le niega el crédito o por qué se encuentra frente a un coloso industrial que le impide elegir el modo de emplear su capital como mejor le parezca.

        Se quiere saber, en definitiva, cuál es nuestra posición en la sociedad, si existen leyes objetivas que la determinen. Lo que quiere saber el trabajador en paro es por qué en esta sociedad no encuentra trabajo, el obrero por qué en la estructura social en la que vive tiene una posición subordinada de la que no puede librarse; y el mismo empresario querrá saber no cómo se comporta respecto al precio del mercado, sino cómo se origina ese precio, esa estructura de precios. De otra forma la ciencia no sirve para comprender la realidad y, hasta cierto punto, ni siquiera sirve para fines prácticos inmediatos.

        Aplicando los principios del subjetivismo económico, según los conocidos postulados del idealismo subjetivista, del «ego» soberano y puro para sí mismo, incomunicable con los otros como reconocía Wicksteed en su famosa frase del no bridge entre los distintos sujetos, se llega a afirmaciones increíbles. Resulta verdaderamente sorprendente que Morgenstern, renombrado economista austriaco ahora profesor en los Estados Unidos, pudiese repetir en 1933 –como, por lo demás, continúan afirmando ciertos manuales, aunque sea de un modo más fino y elegante (baste leer al modernísimo Coen y Cyert) – que «si un sujeto económico cuenta como único medio de producción con su trabajo, trabajará hasta que el cansancio, o la utilidad negativa representada por el trabajo, iguale la utilidad positiva representada por el bien que tiene necesidad de obtener». Y piénsese que había entonces millones de parados en Alemania y cientos de miles en Austria como, por lo demás, existen hoy centenares y centenares de miles en Italia. ¡Inténtese explicar a esos parados la teoría de la libre elección!

        Finalmente, ¿cómo se puede imaginar a un trabajador que a las tres horas y cuarenta minutos diga: ¡basta, el cansancio de mi trabajo iguala la utilidad del bien que recibo, me voy!? Y, ¿qué estudiante tendría el valor de levantarse a mitad de la explicación para decir: querido profesor, la fatiga que experimento oyendo su lección iguala ya la utilidad que recibo de su enseñanza y, por consiguiente, salgo del aula?

        Por otra parte, aceptando el sistema económico como un dato de hecho, como un punto de partida indiscutible, creando artificiales y artificiosos equilibrios individuales de los que a su vez se derivaría un equilibrio social y general sostenido por interdependencias, el sistema carecería de aplicación causal, resultando estático. Desconociendo las leyes objetivas del sistema económico en su totalidad no es posible encontrar una dinámica intrínseca a largo plazo, es decir, no es posible delimitar las leyes de la tendencia. Y realmente en el citado planteamiento se niega una dinámica verdadera y propia o se refiere ésta a hechos externos al sistema económico, más o menos ocasionales y, por consiguiente, no necesarios lógicamente. De ahí, por ejemplo, la negación paretiana de las crisis económicas o su explicación por motivos extraeconómicos y psicológicos. Por lo demás, en tal enfoque prevalecen los análisis «a corto plazo».

        Diremos rápidamente los motivos que han llevado a muchos economistas a elegir el planteamiento subjetivista. Este asumió su función práctica, aunque sea de forma limitada, en el período de relativa estabilidad y progreso del capitalismo, período de mercado estable y moneda fuerte, y permitió el estudio de las reacciones del consumo –en relación con un sistema de precios ya existente, por regla general consolidado y suficientemente estable–, y de las variaciones habidas en su seno en su período breve. Sobre tal base fueron posibles ciertos estudios que podríamos denominar de economía empresarial. Sin embargo, desde un punto de vista científico es indudable que tal planteamiento representó un retroceso con respecto al pasado y demostró muy pronto su insuficiencia. La economía política se había transformado efectivamente en una especie de recetario empresarial, en una minuciosa casuística, mientras que, por otra parte, los conceptos más generales representaban abstracciones tan grandes que corrían el riesgo de convertirse en puras tautologías o en afirmaciones banales. Hasta el mismo Croce advertía que los conceptos empíricos, cuando alcanzan un grado excesivo de abstracción, se hacen inservibles incluso para los fines de la misma actividad práctica, dando la razón involuntariamente a la más profunda y precisa concepción marxista de la abstracción históricamente determinada de la que pronto hablaremos.

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(*) Tomado de Pesenti, Antonio, Manual de Economía Política, tomo I. Principios generales, I. Método y objeto de la economía política. El planteamiento subjetivista. Akal editor, 1979, Madrid.
(1) Saggio sulla natura el’importanza della scienza económica. Torino, UTET, 1947.
(**) Ofelimidad o también optimalidad, derivado del griego ophellimos, que significa «utilidad». Pareto utilizó el término en francés ophélimité, que consideraba ideológicamente más neutro, en vez del de utilidad como móvil del sujeto económico. (N. del T.)
(2) En particular, Sul principio económico: due lettere al prof. V. Pareto, en B. Croce: Materialismo storico ed economía marxista. Bari, Laterza, 1918. Confróntese también con B. Croce: Logica come scienza del concetto puro. Bari, Laterza, 1947.

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