sábado, 2 de marzo de 2019

Literatura


Vallejo para no Iniciados VI


Julio Carmona

SIGUIENDO CON MIS OBSERVACIONES a ciertos juicios vertidos por algunos autores que estudian la obra de César Vallejo, en esta oportunidad cito a Jorge Basadre quien dice que «Vallejo [unió] al horror del lugar común, la búsqueda de la expresión sintetista» (A-2003: 40)1. Es un juicio que Saúl Yurkievich contradice con otro argumento en el que dice prevenir al lector «contra uno de los yerros de Vallejo: su caída en el filosofema», y asegura este autor que esto «Ocurre cuando se inclina hacia una meditación de corte filosófico, no transformada en imagen, en figura intuible, es decir en poesía». Y luego de poner algunos indicios que confirmarían su aseveración, concluye que «el verso se desintegra, se convierte en prosa, baja al lugar común» (C-1958: 20-21)2. Obviamente, esta opinión de SY es opinable, sobre la base de las citas que hace, y son las siguientes:

«Amor desviará tal ley de vida,
hacia la voz del Hombre;
y nos dará la libertad suprema
en transubstanciación azul, virtuosa,
contra lo ciego y lo fatal» (Líneas).

En principio, habría que precisar dos cosas. Primera, recordar la reflexión aristotélica respecto de que la poesía está más cercana de la filosofía que la historia; o sea que se puede admitir la incisión de SY, pero no como un «filosofema» (con sentido peyorativo) que deviene error, sino como un acercarse a la filosofía, como «el contenido de una proposición filosófica» que no pierde su visión poética, si se sigue que en ambas (filosofía/poesía) hay un acercamiento a la abstracción metafísica (en el mejor sentido de este término), pero no al lugar común.

        La segunda precisión tiene que ver con el riesgo de aislar un fragmento del poema: pues se lo hace decir algo que, en su totalidad, no quiere decir. Porque el fragmento citado es parte de una estrofa a la que le falta el primer verso: «¡La hebra del destino!», que, justamente, enlaza con el título del poema: «Líneas», y que tiene una primera estrofa previa y dos subsiguientes que lo rescatan de la oscura y muda o pura abstracción. Nos dice esa estrofa, ligada a la primera, que hay una suerte de fatalidad en la que el Hombre, como ser mortal, cree que se viene a la vida con su destino ya escrito, y que es un «predestinado» hacia «lo ciego y lo fatal». Es, en efecto, esa línea, esa «hebra del destino» de la que el ‘Hombre se desviará, por el Amor, hacia una libertad suya azul como el universo’.3 Es una idea poética. Que, como idea, puede ser discutible, pero que no deja de ser poética. ¡Si el destino era el leitmotiv de la grandiosa poesía trágica de los griegos! Pero, veamos los otros ejemplos que pone SY, para sustentar su advertencia de «error poético» de CV:

«Dios mío, si tú hubieras sido hombre,
hoy supieras ser Dios;
pero tú, que estuviste siempre bien,
no sientes nada de tu creación.» (Los dados eternos)

Y este otro fragmento tampoco es una proposición filosófica que este bajando «al lugar común», porque, en principio, se trata de una exclamación religiosa (y bien se sabe que la religión tiene muy poco que ver con la filosofía), que coincide con la etapa de creyente místico de CV, y que no, por ello, deja de ser poesía, porque, en todo caso, se puede explicar como la figura literaria denominada apóstrofe4, que, además, tiene la cualidad de ser herética (enfrentarse a dios), lo cual —por otro lado— restringe la calidad de ortodoxo católico que alguien quisiera atribuir a CV. Y algo similar se puede decir del tercer y último ejemplo puesto por SY:

«Porque antes de la oblea que es hostia hecha de Ciencia,
está la hostia, oblea hecha de Providencia.» (Encaje de fiebre)

Con el que CV reivindica su adhesión de creyente. Y vemos con él ratificada nuestra apreciación anterior, que dice: bien se sabe que la religión tiene muy poco que ver con la filosofía. Y, a mi parecer, con la palabra «Ciencia» CV está aludiendo también a la filosofía, y dice que antes de esta está la providencia, es decir, el cuidado del mundo y de los hombres que los creyentes atribuyen a Dios. Con lo que paga tributo a su calidad de creyente, lo cual puede ser discutible como tal creencia, mas no como parte integrante del poema ni menos para adoptar la posición del «dómine Cabra» que pretende ‘prevenir al lector contra uno de los yerros de Vallejo’. Es en ese sentido que la incisión de Basadre es mucho más coincidente con los verdaderos criterios manejados por CV en su concepción teórica y práctica en relación con su arte poética y su arte poético. Pongo un ejemplo sobre esto último. CV refiere lo siguiente:

«“Basta —me decía Maiakovsky—, que un artista milite políticamente en favor del Soviet, para que merezca el título de revolucionario”. Según esto, un artista que pintase —sin darse cuenta de ello, sin poderlo evitar y hasta contrariando subconscientemente su voluntad consciente— cuadros de evidente sustancia artística reaccionaría —individualista, verbigracia— pero que, como miembro del partido bolchevique, se distingue por su verborrea propagandista, realiza una obra de arte revolucionaria. Estamos entonces ante el caso híbrido o monstruoso de un artista que es, a la vez, revolucionario, según Maiakovsky, y reaccionario, según la naturaleza intrínseca de su obra. ¿Se concibe mayor confusión? Porque el caso del pintor de nuestro ejemplo es cotidiano y se repite tratándose de músicos, escritores, cineastas, escultores, ante los cuales algunos críticos marxistas observan un criterio tan arbitrario, casuístico y anarquizante, como el de cualquier esteta burgués» (B-1973-2: 34)5.

Acotación al margen: tampoco se debe creer que CV pide actuar como si la estética burguesa no existiese o de que ella toda estuviese condenada al sepulcro. En la p. 150 se lee lo siguiente:

«Breton reivindica al Rimbaud humano tanto como al revolucionario. Breton cree que el adherir a un partido revolucionario no hace la obra de un artista necesariamente revolucionaria —Al revés de Maiakovski».

Y alguien puede decir que, al decir esto, CV le está haciendo concesiones a la estética vanguardista o surrealista de Bretón; como igual otros podrán decir de esas citas de CV —como en efecto hay quien lo ha hecho— que esa reflexión vallejiana alcanza al mismo CV, por la oscuridad de muchos de sus poemas (especialmente aquellos que produjo en paralelo a su conversión política marxista). Pero tal observación no trasciende lo puramente formal de dichos poemas, y que (amparándose en una suerte de astenia exegética) no hace el esfuerzo por descubrir la nuez que esa corteza formal encierra. De hacerlo, sí se llega a coincidir con la concepción poética de CV que se fundamenta en el equilibrio entre forma y fondo (entre significante y significado, entre forma de la expresión y forma del contenido). Y, entonces, se verá que ese fondo, ese significado, ese contenido no es reaccionario. Y que coincide con su vocación y práctica poética de no hacer que la poesía descienda al nivel en que se encuentra el pueblo (con riesgo a que deje de ser poesía) y que, más bien, busca elevar ese nivel. Y entonces se explica la aparente contradicción del verso: «para el analfabeto a quien escribo». De ahí que en relación con el trabajo poético de CV y con su manera de concebir el arte: práctica y teoría para las que exige plena libertad, hay que mantenerse con cierta expectación y evitar la tentación de emitir juicios definitivos a partir de proposiciones aisladas de su reflexión. Por ejemplo, cuando dice:

«Todas las teorías son inútiles para el artista que debe ser y trabajar libremente. Sin embargo, el artista debe saber a dónde va y debe saber de qué nacen Chaplin, Einseinstein, etc.» (B-1973-2: 164).

Es decir: en la primera proposición, CV está haciendo una prevención respecto de todas las teorías que pretenden arrogarse la propiedad de lo que es arte, con lo cual, pues, están coactando la libertad de trabajo del artista. Esa opinión primera de CV fuera inaceptable, si no tuviera su contrapartida inmediata que admite el deber del artista de «saber a dónde va y de saber de qué nacen Chaplin, Einseinstein, etc.» El mismo CV ha dicho en otro momento que los absolutos no existen, y decir «todas las teorías» es ya estar planteando un absoluto. Pero, bien vista su propuesta, se entiende que la sola posibilidad de usar una cierta técnica o de elegir un tema y no otro o, por último, el solo hecho de ponerse a escribir, es estar ya adoptando una determinada concepción del mundo y del arte, lo cual ya es una manera de teorizar. La prevención que hace CV no es contra el teorizar en sí, sino contra las teorías fundamentalistas que se erigen como únicas y absolutas. Como dice Bertolt Brecht: «Nosotros derivamos nuestra estética, como la moral, de las necesidades de nuestra lucha.», igualmente CV afirma:

«El instinto del trabajo es, cronológica y jerárquicamente, el primero entre todos, antes que el sexo y que el de la conservación. Lo primero que hace un niño al nacer es un esfuerzo (grito, movimiento, gesto) para contrarrestar un dolor, malestar o incomodidad. Este instinto puede llamarse el de la lucha por la vida6 (instinto del trabajo), base de una nueva estética: la estética del trabajo» (op. cit., 1973-2: 150. Resaltado del original).

Vale, pues, entonces, sumar a la poética del equilibrio este otro sustento teórico: «la estética del trabajo».

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(1) Equivocaciones. Ensayos obre literatura penúltima. Lima: Universidad San Martín de Porres.
(2) Valoración de Vallejo. Buenos Aires: Universidad del Nordeste.
(3) Don Luis Monguió atinó en este sentido, al analizar el poema en referencia, dice: que ‘es el amor a los demás’: «la forma de quebrantar la hebra fatídica del destino» (C-1952: 112: César Vallejo. Vida y obra.)
(4) Figura retórica que consiste en interrumpir el discurso para dirigirse con vehemencia a otra persona o a cosas personificadas que pueden ser reales o imaginarias, generalmente con un tono patético o de lamento.
(5) El arte y la revolución. Lima: Mosca Azul, 1973-2.
(6) Una sola atingencia a esta proposición vallejiana: el ‘instinto de la lucha por la vida’ ¿no es equivalente al instinto «de la conservación»?




La Neo Parcela Liberal  de Mario Vargas y Octavio Paz

Roque Ramírez Cueva.

EN 1990 RESIDÍAMOS EN LA CAPITAL, eran tiempos de campañas electorales, y el escritor Mario Vargas disputaba las encuestas con el candidato Fujimori, un gris ex  rector de la Universidad Agraria. Atrás quedarían relegados los candidatos del Apra, y Barrantes Lingan candidato de IU. Luego, sabemos, ganaría el Chino, como empezaron a llamar al japonés Fujimori. Por esa época, meses después, Vargas Llosa retomaba sus conferencias en cuanto foro nacional e internacional podía fustigando los nacionalismos, las “dictaduras”, y reivindicaba los valores y libertades de la democracia.

        Pero no lo hizo sólo sino acompañado de otro destacado escritor. De esa manera, el peruano Vargas LLosa y el mexicano Octavio Paz, aparte de conocidos y excelentes escritores –narrador el primero y poeta el segundo- se estaban manifestando (Paz vivía en ese entonces), desde una activa militancia política, en defensa del sistema capitalista y sus tendencias, liberal antes y neoliberal ahora.

        Paz y Vargas proponían la validez de estos proyectos  basándose en que la democracia liberal es la única que permite prácticas de  “libertad absoluta” para la “realización” del ser humano, acusando de viejo y opresor al proyecto socialista. Incluso manifestaban que con imperfecciones la democracia es factible y siempre será una mejor opción porque se le podía corregir.

        Sin embargo, todas las ideas modernizantes o la modernidad de las prácticas que proponían no fueron tan nuevas como las pintaban  ambos escritores; además, todas esas ideas no eran genuinas, pero las defendían con pasión cuando ambos hacían dupla polémica en los foros de la élite política y empresarial que gustosa los acogía y promovía. Nosotros vamos a hacer algunas observaciones sobre dichas posturas  políticas, veamos.

        Todo buen estudiante universitario conoce que el pensamiento liberal surgió de la mano con el proyecto capitalista allá entre los pasados siglos XVI  y XVII en que se empezaba a gestar la llamada primera revolución industrial. Y como sistema de dominación, gobierno y poder del estado burgués, el capitalismo se establece  en el siglo XVIII con el triunfo de la Revolución Francesa de 1789, en que se da certificado de defunción al feudalismo, mucho antes de las guerras de independencia en el Perú y América indígena y mestiza.

        Desde esas centurias un tanto lejanas el hombre y sus sociedades han evolucionado vertiginosamente. Se revolucionaron especialmente las ciencias y por ende las tecnologías, a la par de ellas surgirían los diversos pensamientos, entre ellos  ideas positivistas sustentadoras del capitalismo y las concepciones y nociones marxistas, fundamento del socialismo.

        Las nociones empíricas del tomismo (propuestas por Santo Tomás de Aquino) fueron abandonándose  y empezaron a ser trocadas por un pensamiento escéptico que surgía con el Renacimiento, conocidas por el común con el rótulo de ideas renacentistas; además de llegar a ser confrontadas por el escepticismo que llegaría en tiempos posteriores a la Revolución  Francesa. Sin embargo, No se debe olvidar que el escepticismo ya planteaba sus entelequias desde la remota era esclavista.

        Discúlpennos el paréntesis que hacemos para detallar algunas ideas sobre el escepticismo. Este, en la sociedad capitalista, tuvo y tiene sus matices, entre ellos situamos una etapa positivista y otra neopositivista que resultan de nuestro interés. ¿Por qué nos interesa? Porque las nociones del positivismo fueron el surtidor y nutriente de las tendencias liberales. Por tanto se deduce cuán anticuado es el modelo liberal que a capa y espada defendieron, ya lo adelantamos, Mario Vargas y Octavio Paz. Y el neopositivismo es la insignia medular de las corrientes neoliberales.

        Por lo cual insistimos en que, desde antes de la Revolución Francesa, el sistema capitalista tiene un blasón muy anticuado el de la “modernidad”. En otras palabras, la sociedad industrial, aun la de su etapa imperialista, se sustenta en un envejecimiento de más de dos siglos, sólo que de vez en vez se maquilla o se lava la curtida cara. A propósito,  este epíteto de “moderna”  es achacado por Mario Vargas, y Octavio Paz lo secundaba.

        Ambos, por supuesto, motejan de viejo u obsoleto al marxismo, pero en realidad se refieren a las experiencias socialistas desarrolladas en Rusia el año 1917, y en China 1940, en Cuba 1960. El pensamiento marxista, sus nociones elementales, se originaría por los tiempos de La Comuna de París, 1870, cuando acá faltaban diez años para el conflicto contra Chile. Entonces, La antigüedad de las sociedades socialistas y su pensamiento marxista no pasan de 80 años en promedio, comparadas con los añejos orígenes del sistema capitalista o industrial y sus ideas liberales.

        Además, dicho no sea de paso sino central, los conceptos de viejo y nuevo no se dan y menos valoran por una medición cronológica, también es importante su actitud. Se conoce que hay jóvenes que padecen con vejez prematura por sus ideas conservadoras; y por otro lado, conocemos de mayores o ancianos mentalmente jóvenes, es el caso de Marx, Gonzales Prada, Brecht, Mariátegui, entre otros. Tal como se sugiere, lo fundamental es la vigencia o no de los sistemas, de los pensamientos.

        Paz y Vargas le otorgan vigencia al neoliberalismo, obviando su herencia liberal, porque, entre otros asuntos, buscan ajustar las cuentas de su pasión literaria (en que toda corriente se corresponde con determinado pensamiento filosófico) con el mundo objetivo, con la realidad circundante. Su propósito es rescatar algunos momentos lúcidos de la élite latinoamericana, en su versión de escuela literaria, como lo fue –que duda cabe- el modernismo.

        ¿Por qué? Porque el modernismo, que significó algo más de una gran Escuela literaria, insurge en el ámbito latinoamericano para conducir y dominar el universo de las letras y, digamos, de alguna manera ser el pensamiento positivista decimonónico que, en tiempos de las emancipaciones, América al sur de Rio Grande, no tuvo. Así para sectores de la élite pensante y dominante el modernismo les simbolizaba su etapa de renacimiento romanticista.

        Para hacernos experimentar –decía el mismo Paz, en Los Hijos del Limo- la corriente romanticista que no tuvimos. Nosotros decimos, romanticismo que no fue capaz de desarrollar la intelectualidad pro burguesa, a partir del proceso de las luchas por la independencia. ¿Qué sucedió? Simplemente tales líderes, en realidad no pudieron dar la talla como intelectuales cultos y eruditos sino que eran los más estudiosos de la época, nunca resultaron aptos para convertirse en el sector social dirigente que las circunstancias requerían. Esto es, erigirse como burguesía. Dejamos el tema por ser historia aparte. Lo mencionamos con el propósito de advertir que el pensamiento  liberal asumido por los estudiosos decimonónicos, fue un positivismo mediatizado que se movía entre la escolástica medieval y parte del postulado liberal.

        Mas, si la teoría liberal se desarrolló con la finalidad de oponerse a tal escolasticismo, se observa una paradoja, algo irónico, porque la corriente modernista –fundada, recordemos, por Rubén Darío- salta para poner en tela de juicio a la sociedad capitalista, en lo que respecta al consumismo que la industria promueve. No olvidemos que la modernidad concebida por los modernistas, estos la entendían de dos maneras. Primero, lo banal, superfluo, consumista e individualista en las actitudes capitalistas; y segundo, la indagación, la reflexión, la querella satírica a la vida capitalista.

        Mario Vargas y Octavio Paz, se estaban proponiendo restañar esas incomodas grietas que atentan contra la ¿solidez? ¿lo ideal? de su maquinaria neoliberal.  Además de ejercitar toda una experiencia de postulados y prácticas tecnocráticas, por el lado del escritor peruano, intentando trasladarlas de los espacios de la literatura al mundo real de la socio política. Pero ese es otro capítulo que llamaríamos “el boom y el pragmatismo tecnocrático” de lo que gusta hacer gala, cuando no alarde, el escribidor Vargas, Mario. Disculpen mis hábitos de maestro de llamar a los estudiantes en ese orden de apellido y nombre.

        Resumiendo, entonces ¿de qué modernidad del pensamiento liberal nos hablan, el buen novelista –es válido reconocerlo- peruano y el gran poeta mexicano?  Si la modernidad (en versión neoliberal) que defienden, ha sido ironizada y sancionada por el movimiento literario que Octavio Paz y Mario Vargas asumían como un simbolo del romanticismo que tardíamente reivindicaba un ausente pensamiento decimonónico del liberalismo, y una corriente romanticista que no se desarrollaron con la puntualidad y urgencia en esas circunstancias fundacionales, y que se frustraron desde el interés y perspectiva de una clase burguesa que no alumbró.

        Aparte que el neoliberalismo –ya se viene diciendo- nacido de las entrañas del liberalismo es anticuado y resulta obsoleto, su novedad que no es tal reside en el hecho que el modelo económico neoliberal ha roto relaciones con el estado, lazos que el liberalismo si tiene en cuenta para evitar eclosiones sociales. En cambio, el neoliberalismo no se preocupa de ello, los costos sociales son parte del riesgo de sus inversiones, y el estado tiene que ser nada más y nada menos que un mero instrumento administrativo; incluso para algunas prácticas de invasión y exterminio de masas sociales incómodas, el estado es considerado como un estorbo para la aplicación de estas políticas neoliberales.

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Nota: Este artículo ha sido ampliado y corregido, antes se publicó en un diario de Lima, llamado El Nacional, 1989. La fecha de publicación y el título del mismo se han traspapelado.

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