Jorge Beinstein
El ascenso autoritario
LA RADICALIZACIÓN REACCIONARIA de los gobiernos de
países como Paraguay, Argentina, Brasil, México u Honduras comienza a generar
la polémica en torno de su caracterización.
Ninguno de esos regímenes ha sido el
resultado de golpes de estado militares, en los casos de Brasil, Honduras o
Paraguay la destitución de los presidentes fue realizada (parodia
constitucional mediante) por el poder legislativo en combinación más o menos
fuerte con los poderes judicial y mediático. En Brasil la Presidencia pasó a
ser ejercida por el vicepresidente Temer (ungido por un golpe parlamentario)
cuyo nivel de aceptación popular según diversas encuestas rondaría apenas el 3%
de los ciudadanos. En Paraguay ocurrió lo mismo, y el presidente destituido fue
remplazado por el vicepresidente a través de un procedimiento parlamentario
express y luego fueron realizada elecciones presidenciales que consagraron a
Horacio Cartes un personaje de ultraderecha claramente vinculado al
narcotráfico.
En Honduras se realizaron elecciones
presidenciales en noviembre 2017(1), la “Alianza de Oposición contra la
Dictadura” había ganado claramente pero el gobierno haciendo honor al
calificativo con que lo había marcado la oposición consumó un fraude
escandaloso afirmando así la continuidad del dictador Juan Orlando Hernandez.
Un caso por demás curioso es el de
Argentina donde se realizaron en 2015 elecciones presidenciales en medio de una
avalancha mediática, económica y judicial sin precedentes contra el gobierno y
favorable al candidato derechista Maurizio Macrì. El resultado fue la victoria
de Macrì por escaso margen quien apenas asumió la presidencia avanzó sobre los
otros poderes del estado logrando al poco tiempo de hecho la suma del poder
público. Si a esa concentración de poder le agregamos el control de los medios
de comunicación y del poder económico nos encontramos ante una pequeña
camarilla con una capacidad de control propia de una dictadura. Completa el
panorama el comportamiento cada vez más represivo del gobierno que por primera
vez desde el fin de la dictadura militar en 1983 ha decidido la intervención de
las Fuerzas Armadas en conflictos internos mediante la constitución de una “fuerza
militar de despliegue rápido” integrada por efectivos del Ejército, la
Marina y la Aeronáutica y la conformación de una fuerza operativa conjunta con
la DEA utilizando la excusa de la “lucha contra el narcotráfico y el
terrorismo”ii.
De ese modo Argentina se incorpora a una tendencia regional impuesta por los
Estados Unidos de reconversión convergente de las Fuerzas Armadas
convencionales, las policías y otras estructuras de seguridad en policías militares capaces de “controlar” a las
poblaciones de esos países. No siguiendo el viejo estilo
conservador-cuartelario inspirado en la “doctrina de seguridad nacional” sino
estableciendo espacios sociales caóticos inmersos en el desastre, precisamente
atravesados por el narcotráfico (promovido, manipulado desde arriba) y otras
formas de criminalidad disociadora siguiendo la doctrina de la Guerra de Cuarta
Generación.
En México como sabemos se suceden los
gobiernos fraudulentos inmersos en una creciente ola de barbarie y en Colombia
la abstención electoral tradicionalmente mayoritaria llegó recientemente a
cerca de dos tercios del padrón electoraliiiadornada
por un muy publicitado “proceso de paz” que logró la rendición de las
FARC asegurando al mismo tiempo la preservación de la dinámica de saqueos,
asesinatos y concentración de ingresos que caracteriza tradicionalmente a
ese sistema. En estos dos casos no nos encontramos ante algo “nuevo” sino
frente a regímenes relativamente viejos que fueron evolucionando hasta
llegar hoy a constituir verdaderos ejemplos exitosos de aplicación de las
técnicas más avanzadas de desintegración social. La tragedia de esos países
muestra el futuro que aguarda a los recién llegados al infierno.
El panorama queda completado con las tentativas
de restauración reaccionaria en Bolivia y Venezuela. En el caso venezolano
la intervención directa de Estados Unidos busca recuperar (recolonizar) la
mayor reserva petrolera del mundo en momentos en que el reinado del
petro-dólar (fundamento de la hegemonía financiera global del Imperio)
entra en declinación rápida ante el ascenso de China (el mayor comprador
internacional de petróleo) que busca imponer su propia moneda respaldada
por oro (el petro-yuan-oro) en alianza precisamente con Venezuela y otros
gigantes del sector energético como Rusia e Irán.
En Bolivia el aparato de inteligencia
imperial realiza una de sus manipulaciones de manual inspirada en la
doctrina de la Guerra de Cuarta Generación. Pone en acción sus apéndices
mediáticos locales y globales intentando desplegar la histeria (en este
caso racista) de franjas importantes de las clases medias blancas y
mestizas contra el presidente indio. Aquí no solo se trata de barrer a un
gobierno progresista sino de apropiarse de las reservas de litio, las
mayores del mundo (según distintas prospecciones Bolivia contaría con
aproximadamente el 50 % de las reservas de litio del planeta), pieza clave
en la futura reconversión energética global.
Principales características
Las actuales dictaduras tienen todas las
características de presentar una imagen civil con apariencia de respeto a
los preceptos constitucionales, manteniendo un calendario electoral con
pluralidad de partidos y demás rasgos de un régimen democrático de acuerdo
a las reglas occidentales. Por otra parte no nos encontramos ante
mecanismos explícitos de censura y aunque marginales o en posiciones muy
secundarias se escuchan algunas voces divergentes. Los prisioneros
políticos pasan casi siempre por los juzgados donde los jueces los condenan
de manera arbitraria pero aparentando apoyarse en las normas legales
vigentes. Los asesinatos de opositores son minimizados u ocultados por los
medios de comunicación y quedan por lo general envueltos por mantos de
confusión que diluyen las culpas estatales amalgamando de manera
sistemática los crímenes políticos con las violencias policiales contra
pobres y pequeños delincuentes sociales y represiones a las protestas
populares.
Esa máscara democrática, prolijamente
desprolija, resulta ser lo que es: una máscara, cuando constatamos que los
medios de comunicación convertidos en un instrumento de manipulación total
de la población están controlados por monopolios como el grupo Clarín en
Argentina, O Globo en Brasil o Televisa en México cuyos propietarios forman
parte del estrecho círculo del Poder. O cuando llegamos a la conclusión de
que el sistema judicial está completamente controlado por ese círculo del
que participan los principales intereses económicos (transnacionalizados)
manejando a discreción al aparato policial-militar. Y que en consecuencia
los partidos políticos significativos, los medios de comunicación,
las grandes estructuras sindicales y otros espacios de potencial expresión
de la sociedad civil están estratégicamente controlados (más allá de
ciertos descontroles tácticos) mediante una embrollada maraña de
represiones, chantajes, crímenes selectivos, abusos judiciales, bombardeos
mediáticos apabullantes disociadores o disciplinadores y fraude
electoral más o menos descarado según el problema concreto a resolver.
El nuevo panorama ha provocado una
notable crisis de percepción donde la realidad choca con principios
ideológicos, conceptualizaciones y otras componentes de un “sentido
común” heredado del pasado. No somos víctimas de un
rígido encuadramiento de la población con pretensiones totalitarias
explícitas anulando toda posibilidad de disenso, buscando integrar al
conjunto de la sociedad a un simple esquema militar, sino ante sistemas
flexibles, en realidad embrollados, que no intentan disciplinar a todos
sino más bien desarticular, degradar a la sociedad civil convirtiéndola en
una víctima inofensiva, apabullada por la tragedia.
No se presentan proyectos nacionales
desmesurados, propios de los militares “salvadores de la patria” de
otros tiempos o imágenes siniestras como la de Pinochet, ni siquiera
discursos hiper optimistas como el de los globalistas neoliberales de los
años 1990 o personajes cómicos como Carlos Menem, sino presidentes sin
carisma, por lo general torpes, aburridos repetidores de frases banales
preparadas por los asesores de imagen que conforman una red regional
globalizada de “formadores de opinión” made in USA.
En suma, las dictaduras blindadas y
triunfalistas del pasado parecen haber sido reemplazadas por dictaduras o
protodictaduras grises que ofrecen poco y nada montadas sobre aplanadoras
mediáticas embrutecedoras. Siempre por detrás (en realidad por encima) de
estos fenómenos se encuentran el aparato de inteligencia de los
Estados Unidos y los de algunos de sus aliados. La CIA, la DEA, el MOSSAD,
el M16 según los casos manipulan los ministerios de seguridad o de
defensa, los de relaciones exteriores, las grandes estructuras policiales
de esos regímenes vasallos y diseñan estrategias electorales fraudulentas
y represiones puntuales.
Capitalismo de desintegración
Se forjan así articulaciones complejas, sistemas de
dominación donde convergen élites locales (mediáticas, políticas,
empresarias, policial-militares, etc.) con aparatos externos integrantes
del sistema de poder de los Estados Unidos. Estas fuerzas dominan
sociedades marcadas por lo que podría ser calificado como “capitalismo
de desintegración” basado en el saqueo de recursos naturales y
la especulación financiera, y la creciente marginación de población, radicalmente
diferente de los viejos capitalismos subdesarrollados estructurados en
torno de actividades productivas (agrarias, mineras, industriales). No es
que en los viejos sistemas no existiera el saqueo de recursos ni el
bandidaje financiero, en algunos momentos y países ocupaban el centro de
la escena pero en el largo plazo y en la mayor parte de los casos quedaban
en un segundo plano. La superexplotación de la mano de obra y
el acaparamiento de las ganancias productivas aparecían como los
principales objetivos económicos directos de aquellas dictaduras.
Tampoco es cierto que ahora las élites
dominantes se desinteresen de los salarios o de la propiedad de la tierra,
por el contrario desarrollan una amplio abanico de estratagemas destinadas
a reducir los salarios reales y adueñarse de territorios, ya que si en los
viejos capitalismos no existía solamente producción sino también
especulación y saqueo, en los actuales la base productiva, en retracción a
causa del pillaje desmesurado, sigue siendo una fuente importantísima de
beneficios. Sin embargo su preservación, su reproducción en el largo plazo
no está en el centro de las preocupaciones cotidianas de las
élites atrapadas psicológicamente por la dinámica parasitaria de la
especulación financiera y su entorno de negocios turbios. Entre otras
cosas porque en el actual imaginario burgués ha desaparecido el largo
plazo, sus operaciones más importantes están regidos por el corto plazo
lumpecapitalista. En el saqueo de recursos naturales a través de la
megaminería a cielo abierto, de la extracción de gas y petróleo de
esquisto o de la agricultura basada en transgénicos, se
utilizan tecnologías orientadas por la velocidad del ritmo financiero al
servicio de gente que no tiene tiempo ni interés para dedicarse a temas
tales como la salud de la población afectada, el equilibrio ambiental y
otras áreas impactadas por los “daños colaterales” del éxito empresario
(financierización del cambio tecnológico, la cultura técnica
dominante como auxiliar del saqueo).
Estos capitalismos de desintegración
son conducidos por élites que pueden ser caracterizadas como
lumpenburguesías, burguesías principalmente
parasitarias, transnacionalizadas, financierizadas, oscilando entre lo
legal y lo ilegal, crecientemente alejadas de la producción. Son
inestables no por accidentes de la coyuntura sino por su esencia
decadente. Por encima de ellas se encuentran las grandes potencias y sus
élites embarcadas desde hace tiempo en el camino de la degradación, en un
planeta donde los productos financieros derivados representaban a fines de
2017 unas siete veces el Producto Bruto Global, donde la deuda global
total (pública más privada) era de casi tres veces el Producto Bruto
Global, donde solo cinco grandes bancos estadounidenses disponían de
“activos financieros derivados” por unos 250 billones de dólares (13 veces
el Producto Bruto Interno de los Estados Unidos), donde sumadas las ocho
personas más ricas del mundo disponen de una riqueza equivalente al 50 %
de la población mundial (los más pobres).
La formación y encumbramiento de esas
élites latinoamericanas son el resultado de prolongados procesos de
decadencia estructural y cultural, de un subdesarrollo que incluyó hace ya
varias décadas componentes parasitarias que se fueron adueñando del sistema,
lo fueron carcomiendo, envenenando, pudriendo, siguiendo la
lógica sobredeterminante del capitalismo global, no de manera mecánica
sino imponiendo especificidades nacionales propias de cada degeneración
social.
Por debajo de esas élites aparecen
poblaciones fragmentadas, con trabajadores integrados desde el punto de
vista de las normas laborales vigentes separados de los trabajadores
informales, precarios. Con masas crecientes de marginales urbanos,
de pobres e indigentes estigmatizados por los medios de comunicación,
despreciados por buena parte de las clases integradas que se van achicando
en la medida en que avanzan los procesos de concentración económica y
pillaje de riquezas. No se trata entonces de espacios sociales estancados,
segmentados de manera estable sino de sociedades sometidas a la
reproducción ampliada de la rapiña elitista transnacionalizada, a la
sucesión interminable de transferencias de ingresos de abajo hacia arriba
y hacia el exterior, a la degradación ascendente de la calidad de vida de
las clases bajas pero también de porciones crecientes de las capas
medias. Algunos autores se refieren al fenómeno calificándolo de “neoliberalismo
tardío”iv,
algo así como un regreso a los paradigmas ideológicos neoliberales que
tuvieron su auge en los años 1990 pero en un contexto global desfavorable
a ese retorno (ascenso del proteccionismo comercial, declinación de la
unipolaridad en torno de los Estados Unidos, etc.). Nos encontraríamos entonces
frente a una aberración histórica, un contrasentido económico y
geopolítico protagonizado por círculos dirigentes empecinados en
su subordinación al Imperio norteamericano, interrumpiendo la marcha
normal, racional, progresista y despolarizante que predominaba en América
Latina. Las derechas latinoamericanas se encontrarían embarcadas en un
proyecto a contramano de la evolución del mundo.
Pero ocurre que el mundo no se encamina
hacia una nueva armonía, un nuevo ciclo productivo, sino hacia la
profundización de una crisis de larga duración, iniciada hace casi medio
siglo. La misma se caracteriza entre otras cosas por la declinación tendencial
de las tasas de crecimiento de las economías capitalistas centrales
tradicionales y la hipertrofia financiera (financierización de la economía
global) impulsando el quiebre de normas, legitimidades institucionales y
equilibrios socioculturales que aseguraban la reproducción de la
civilización burguesa más allá de las turbulencias políticas o económicas.
La mutación parasitaria-depredadora del capitalismo tiene como centro
a Occidente articulado en torno del Imperio norteamericano pero envuelve
al conjunto de la periferia y también afecta a potencias emergentes como
China o Rusia muy dependientes de sus exportaciones donde los mercados de
Europa, Estados Unidos y Japón cumplen un papel decisivo. Así es como la
tasas de crecimiento del Producto Bruto Interno de China se vienen
desacelerando y la economía rusa oscila entre la recesión,
el estancamiento y el crecimiento anémico.
Un aspecto esencial de la nueva
situación global es el carácter abiertamente devastador de las dinámicas
agrarias, mineras e industriales motorizadas tanto por la
potencias tradicionales como por las emergentes, cuyos efectos han dejado
de ser una borrosa amenaza futura para convertirse en un desastre presente
que se va amplificando año tras año. Todo ello nos debería llevar a
la conclusión de que los regímenes reaccionarios de América Latina no
tienen nada de tardío, de desactualizado, de desubicación histórica sino
que son la expresión de la podredumbre radical de sus élites, de su
mutación parasitaria enlazada con un fenómeno global que las incluye. Lo
que nos permite descubrir no solo la fragilidad histórica, la
inestabilidad de esas burguesías, tan prepotentes y voraces como enfermas,
sino también las vanas ilusiones progresistas negadoras de la realidad,
que al calificar de tardío al lumpencapitalismo dominante
lo marcan como anormal, anómalo, a destiempo, alentando la
esperanza del retorno a la “normalidad” de
un nuevo ciclo de prosperidad en la región, más o menos keynesiano, más o
menos productivo, más o menos democrático, más o menos razonable, ni
muy derechista ni muy izquierdista, ni tan elitista ni tan populista. El
sujeto burgués de ese horizonte burgués fantasioso solo está en su
imaginación, la marcha real del mundo lo ha convertido en un habitante
fantasmagórico de la memoria. Mientras tanto los grandes “empresarios”, los círculos concretos de
poder, participan de cuerpo y alma en la orgía de la devastación, tan
desinteresados en el largo plazo y el desastre social y ambiental como en
la racionalidad progresista (a la que consideran un estorbo, una traba
populista al libre funcionamiento del “mercado”).
Reacciones populares y profundización
de la crisis
La gran incógnita es la que se refiere al futuro
comportamiento de las grandes mayorías populares que fueron afectadas
tanto desde el punto de vista económico como cultural por la decadencia
del sistema. Las élites pudieron aprovechar la desestructuración,
las irracionalidades sociales generadas por un fenómeno perverso que
atravesó tanto las etapas derechistas como las progresistas. Durante los
períodos de gobiernos de derecha civiles o militares promoviendo y garantizando
privilegios y abusos de todo tipo, afirmando un “sentido común“ egoísta,
disociador, subestimador de identidades culturales solidarias.
Pero cuando llegaron las experiencias
progresistas esas élites utilizaron la degradación tradiciones de
marginación muy enraizadas) impulsando irrupciones racistas,
neofascistas de las capas medias extendidas a veces hasta espacios
medio-bajos donde se mezclan el pequeño comerciante con el asalariado
integrado (en consecuencia por encima del marginado, del precario).
Vimos así en Brasil, Argentina, Bolivia
o Venezuela movilizaciones histéricas de clases medias urbanas
neofascistas exigiendo las cabezas de los gobernantes
“populistas”, manipuladas por los medios de comunicación y los poderes
económicos que el progresismo había respetado como parte de su pertenencia
al sistema (admitida abiertamente, silenciada o negada de manera
superficial o insuficiente). Ahora las llamadas restauraciones
conservadoras o derechistas no están restaurando el pasado neoliberal sino
instaurando esquemas de devastación nunca antes vistos. Pudieron triunfar
gracias a las limitaciones y desinfles de progresismos acorralados por las
crisis de sistemas que ellos pretendían mejorar, reformar o en algunos casos
superar de manera indolora, gradual, “civilizada”.
Pero las crisis nacionales no se
detienen, por el contrario son incentivadas por los comportamientos
saqueadores de las derechas gobernantes que siguen practicando
sus tácticas disociadoras, de embrutecimiento colectivo, buscando generar
odio social hacia los pobres. Los medios de comunicación trabajan a pleno
detrás de esos objetivos y como la declinación económica avanza empujada
por las políticas oficiales y por la marcha de la crisis global, las
manipulaciones mediáticas comienzan a demostrarse impotentes ante la marea
ascendente de protestas populares. La virtualidad del marketing
neofascista empieza a ser desbordado por la materialidad de las penurias
no solo de los pobres sino también de capas medias que se van
empobreciendo. Males materiales que al amplificarse les abren la puerta a
la rebeldía de quienes nunca fueron engañados y de los que han sido
embaucados. Es así como en Brasil el repudio popular al gobierno de
Temer es abrumador o en Argentina la imagen edulcorada de Macri se va
diluyendo velozmente mientras se extienden las protestas populares.
La represión, la militarización de los
gobiernos de derecha aparece entonces como alternativa de gobernabilidad,
las dinámicas dictatoriales de esos regímenes van engendrando dispositivos
policial-militares con la esperanza de controlar a los de abajo, van
funcionando con cada vez mayor intensidad los mecanismos de
“cooperación hemisférica”: operaciones conjuntas con la DEA, suministro de
armamento y capacitación para el control de protestas sociales,
multiplicación de estructuras represivas nacionales y regionales
monitoreadas desde los Estados Unidos. Se trata de un combate con final
abierto entre fuerzas sociales que buscan sobrevivir y que al hacerlo
pueden llegar a engendrar vastos movimientos de regeneración
nacional, radicalmente antisistémicos y élites degradadas e inestables,
dependientes del amo imperial (que se reserva el derecho a la intervención
directa, si las circunstancias lo requieren y permiten), animadas por un
nihilismo portador de pulsiones tanáticas.
Notas:
(1) Hugo
Noé Pino, “Cronología del fraude electoral en Honduras”, Criterio.hn. Diciembre
8 de 2017, https://criterio.hn/2017/12/08/cronologia-del-fraude-electoral-honduras/
(2) Manuel Gaggero, “Argentina. La historia
se repite… como tragedia”,
(3) Ana Patricia Torres Espinosa, “Abstención
electoral en Colombia. Desafección política, violencia política y conflicto armado”, Cuadernos de Investigación,
Universidad Complutense de Madrid, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociología, http://politicasysociologia.ucm.es/data/cont/docs/21-2016-12-21-CI12_W_Ana%20Patricia%20Torres.pdf
Miguel García Sanchez, “Sobre la baja participación
electoral en Colombia”, Semana, 2016-10-18, http://www.semana.com/opinion/articulo/miguel-garcia-sanchez-sobre-la-baja-participacion-electoral-decolombia/499388
(4) “El neoliberalismo tardío. Teoría y praxis.
Documento de Trabajo nº 5”, Daniel García Delgado y Agustina Gradin
(compiladores), FLACSO, Argentina 2017.
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