lunes, 1 de octubre de 2018

Política

Nota:

El capítulo del ensayo Carlos Marx: Concepción del mundo, Revolución Proletaria, Realización del Comunismo, que publicamos a continuación, es una contribución al esclarecimiento de la táctica del proletariado en las condiciones de vigencia del sufragio universal.

Contra el “izquierdismo” que menosprecia la participación del proletariado en la lucha electoral, el autor señala la necesidad de esta lucha como preparación para la toma del poder.

Por otro lado, contra la participación a cualquier precio en la lucha electoral, el autor recuerda oportunamente las estipulaciones de Engels que relativizan esta forma de lucha.

La táctica del proletariado no es una camisa de fuerza, sino una cuestión determinada por la situación concreta. Esto significa que, si bien en términos generales puede decirse que en las condiciones aludidas en el primer párrafo, la lucha “pacífica”, legal, sirve como preparación de la toma revolucionaria del poder, esto no debe significar que se olviden las estipulaciones de Engels que, olvidadas en no pocas experiencias, han terminado con la desarticulación de la lucha popular. El proletariado debe estar preparado en todo momento para dirigir la forma de lucha que le imponga la situación. Negligir esto es típico de la política oportunista.

01.10.2018.

Comité de Redacción.


La Táctica del Proletariado

Eduardo Ibarra

LA LUCHA DEL PROLETARIADO contra la burguesía, desde la insurrección del 22 de junio de 1848 en Francia («primera gran batalla entre las dos clases en que se divide la sociedad  moderna», según señaló Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte) hasta la última década del siglo XIX, pasando, naturalmente, por la Comuna de París, le enseñaron al proletariado, a costa de duras derrotas, a diseñar su táctica en las condiciones de la vigencia del sufragio universal.

En marzo de 1985 Engels hizo el balance de ese proceso de lucha y aprendizaje y, así, empezó señalando el cambio de las condiciones donde el proletariado desenvolvía su lucha por su emancipación.

La rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada. (Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 de Marx, Introducción, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, s/f, p. 19).

… desde entonces, han cambiado muchísimas cosas, y todas a favor de las tropas. Entre esas muchísimas cosas, estaban el crecimiento vertiginoso de los ejércitos, la posibilidad real del rápido transporte de las tropas, el nuevo armamento producto del desarrollo industrial. (ibídem, p. 21).

… del lado de los insurrectos todas las condiciones han empeorado. En efecto, la unidad del pueblo era ya entonces una cuestión poco posible, y por tanto el pueblo aparecería dividido en el caso de una insurrección; el nuevo armamento, producto del desarrollo industrial, hacía imposible improvisar el armamento de los insurrectos; la construcción de calles aparentes para la intervención de las tropas en las barriadas obreras hacía allí insostenible la lucha de barricadas. (ibídem, p. 26)

La burguesía se había colocado en todas partes al lado de los gobiernos, los representantes de «la cultura y la propiedad» saludaban y obsequiaban a las tropas enviadas contra las insurrecciones. La barricada había perdido su encanto; el soldado ya no veía detrás de ella al «pueblo», sino a rebeldes, a agitadores, a saqueadores, a partidarios del reparto, a la hez de la sociedad… (ibídem, p. 21).

Es decir, la pasada situación («… una guardia cívica, que, o se ponía directamente al lado de la insurrección o bien, con su actitud tibia e indecisa, hacía vacilar asimismo a las tropas y, por añadidura suministraba armas a la insurrección»), había sido subsanada por la burguesía reestructurando su aparato estatal y particularmente sus cuerpos represivos (véase El dieciocho brumario de Luis Bonaparte).

Ahora bien, en general

… la crisis del comercio mundial producida en 1847 había sido la verdadera madre de las revoluciones de Febrero y Marzo… la prosperidad industrial, que había vuelto a producirse paulatinamente desde mediados de 1848 y que en 1949 y 1950 llegaba a su pleno apogeo, fue la fuerza animadora que dio nuevos bríos a la reacción europea otra vez fortalecida. Y esto fue decisivo. (…) Una nueva revolución sólo es posible como consecuencia de una nueva crisis. Pero es tan segura como ésta (ibídem, p. 6; elipsis nuestra).

A todo lo referido en  las citas, hay que agregar el hecho de que el movimiento espontáneo del proletariado no tenía entonces como guía una doctrina verdadera como es el marxismo, y que, por esto

en 1848 eran contados los que comprendían más o menos en qué sentido había que buscar esta emancipación [del proletariado]. Hasta en París, las mismas masas proletarias ignoraban en absoluto, incluso después del triunfo, el camino que había que seguir. (ibídem, p. 11).

Así pues, ya en la década de 1850 habían cambiado las condiciones sobre las cuales el proletariado tenía que  desenvolver su lucha de clase y, por tanto, era necesario revisar su método de lucha.

        Ciertamente en el marco general de la cuestión que nos ocupa, la implantación progresiva del sufragio universal en la Europa de la época jugó un papel clave en el cambio de las condiciones.

Así pues, en la medida en que en las nuevas condiciones no era posible que la insurrección tuviese éxito, el proletariado empezó a utilizar las instituciones que la propia burguesía había instaurado para sostener su poder y, particularmente, el sufragio universal.

Engels recordó en su mencionada Introducción que, ya el Manifiesto comunista, había proclamado

la lucha por el sufragio universal, por la democracia, como una de las primeras y más importantes tareas del proletariado militante (ibídem, p. 17).

Por eso, en la introducción al programa del Partido Obrero Francés, adoptado en 1880 en el Congreso de El Havre, Marx escribió que los obreros alemanes habían transformado el sufragio universal

de medio de engaño que había sido hasta aquí en instrumento de emancipación. (citado por Engels, ibídem, p. 18).

Pero además, Engels hizo el siguiente comentario sobre la utilización por el proletariado del sufragio universal:

Y aunque el sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos hacer un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar en igual medida, con el aumento periódicamente constatado e inesperadamente rápido del número de votos la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro mejor medio de propaganda; la de informarnos con exactitud acerca de nuestra fuerza y la de todos los partidos adversarios, suministrándonos así el mejor instrumento posible para calcular las proporciones de nuestra acción y precaviéndonos por igual contra la timidez a destiempo y contra la extemporánea temeridad; aunque no obtuviésemos del sufragio universal más ventaja que ésta, bastaría y sobraría (ibídem).

Es decir, el uso del sufragio universal le permite al proletariado y a los trabajadores en general, llevar su lucha de clase al campo de la burguesía para descomponerla desde dentro; propagandizar la idea de la revolución y el programa revolucionario; acumular fuerzas; registrar la correlación de fuerzas entre el partido proletario y los partidos adversarios; reconocer la dimensión de la acción propia; y, como resultado de todo ello, precaver a las propias fuerzas contra toda actitud pusilánime («timidez a destiempo») y contra toda precipitación («extemporánea temeridad»).

Ya en el Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (marzo-mayo de 1884), Engels había adelantado:

… la clase poseedora impera de un modo directo por medio del sufragio universal. Mientras la clase oprimida –en nuestro caso el proletariado– no está madura para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda. Pero a medida que va madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido independiente, elige sus propios representantes y no los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estrado actual, pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los capitalistas, qué deben hacer. (OE, t. III, p. 347).

O sea, el sufragio universal expresa el grado de conciencia alcanzado por el proletariado y las clases trabajadoras en general, y, esto es todo lo que puede alcanzarse «en el Estado actual», es decir, bajo la dictadura de la burguesía. Pero esta conciencia alcanzada es la mejor preparación para la conquista revolucionaria del poder, pues, como se sabe, la teoría deviene fuerza material una vez que prende en las masas.

Engels apuntó:

El primer gran servicio que los obreros alemanes prestaron a su causa consistió en el mero hecho de su existencia como Partido Socialista que superaba a todos en fuerza, en disciplina y en rapidez de crecimiento. Pero además prestaron otro: suministrar a sus camaradas de todos los países un arma nueva, una de las más afiladas, al hacerles ver cómo se utiliza el sufragio universal (Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, p. 17).

Obsérvese que Engels señala un primer servicio del proletariado alemán a los obreros «de todos los países»: su existencia como partido de clase, como partido marxista. Y, precisamente sobre esta base –y solo sobre esta base– los obreros alemanes suministraron a los obreros de los demás países el ejemplo de la utilización del sufragio universal como el método más adecuado para acrecentar las fuerzas del partido proletario, unir al pueblo, aislar a la burguesía y, llegado el momento, conquistar el poder.

También apuntó Engels:

… en Alemania [después de implantarse el sufragio universal en 1866], donde la industria… se desarrollaba cada vez más rápidamente, la socialdemocracia crecía todavía más de prisa y con más persistencia. (p. 16; elipsis nuestra).

Así, en Francia, Bélgica, Suiza, Italia, Dinamarca, Bulgaria, Rumania, etc., empezó a seguirse el ejemplo de Alemania.

Y agregó:

Nosotros, los «revolucionarios», los «elementos subversivos», prosperamos mucho más con los medios legales que con los medios ilegales y la subversión. (ibídem, p. 26).

Y, ya había anticipado:

… con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organiza la dominación de la burguesía ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones (ibídem, p. 19).

«¿Quiere decir esto, se preguntó Engels, que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar ya papel alguno?» Y se respondió:

Nada de eso. Quiere decir únicamente que, desde 1948, las condiciones se han hecho mucho más favorables y ventajosas para las tropas. Por tanto, una futura lucha de clases sólo podrá vencer si esta desventaja de la situación se compensa con otros factores. Por eso se producirá con menos frecuencia en los comienzos de una gran revolución que en el transcurso ulterior de ésta y deberá emprenderse con fuerzas más considerables. Y estas deberán… preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas. (ibídem, p. 23; elipsis nuestra).

¿Quiénes pretendían que los revolucionaros se lanzaran sin más a la lucha de calle con barricadas? Pues la burguesía, precisamente. Por eso Engels escribió:

¿Comprende el lector, ahora, por qué los poderes imperantes nos quieren llevar a todo trance allí donde disparan los fusiles y dan tajos los sables? ¿Por qué hoy nos acusa de cobardía porque no nos lanzamos sin más a la calle, donde de antemano sabemos que nos aguarda la derrota? ¿Por qué nos suplican tan encarecidamente que juguemos, al fin, una vez, a ser carne de cañón? (ibídem).

Concluyendo su razonamiento, Engels apuntó:

Si han cambiado las condiciones de la guerra entre naciones, no menos han cambiado las de la lucha de clases. La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es precisamente la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios. (ibídem, p. 24).

Pero el nuevo método de lucha que impusieron las nuevas condiciones en las que tenía que desarrollar su lucha de clase el proletariado, no significaba en modo alguno la renuncia a la revolución. Por eso Engels precisó:

Huelga decir que no por ello nuestros camaradas extranjeros renuncian, ni mucho menos a su derecho a la revolución. […] El derecho a la revolución está tan inconmoviblemente reconocido en la conciencia universal que hasta el general von Boguslawski deriva pura y exclusivamente de este derecho del pueblo el derecho al golpe de Estado que reivindica para su emperador. (ibídem, p.25; elipsis nuestra).

Y aquí llegamos a un aspecto particularmente importante del método que nos ocupa: si la lucha electoral le permite al proletariado crecer y fortalecer las filas de la revolución, se sobreentiende que «Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos» (ibídem, pp. 26-7); que «… a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos esta legalidad…» (ibídem, p. 27); que el fortalecimiento de la revolución solo podría ser contenido «mediante la subversión de los partidos del orden, que no pueden prosperar sin violar las leyes» (ibídem).

Y, puesto que

todos los Estados modernos [son] un producto contractual: producto primero, de un contrato de los príncipes entre sí y, segundo, de los príncipes con el pueblo. Y si una de las partes rompe el contrato, todo el contrato viene a tierra y la otra parte queda también desligada de su compromiso… Por tanto, si [la burguesía viola] la Constitución… [el proletariado] queda en libertad y puede hacer y dejar de hacer con respecto a (los poderes instituidos] lo que quiera. Y lo que entonces querrá… no es fácil que se le ocurra contárselo a ustedes hoy. (p. 28; las dos primeras elipsis son nuestras; la última y las cursivas son del original)

Entonces, el derecho al golpe de Estado legitima el derecho a la revolución.

Es decir, la conquista del poder debe aparecer como respuesta a la defensa violenta del poder por parte de la burguesía. De esta forma la violencia revolucionaria aparece legitimada ante la conciencia del pueblo o, mejor dicho, la violencia del pueblo aparece como legítima.

Hacia este desenlace se movía el proletariado alemán y el proletariado de otros países europeos. Por eso Engels escribió:

Entonces, reinaba la multitud de confusos evangelios de las diferentes sectas, con sus correspondientes panaceas; hoy, una sola teoría, reconocida por todos, la teoría de Marx, clara y transparente, que formula de un modo preciso los objetivos finales de la lucha. Entonces, las masas escindidas y diferenciadas por localidades y nacionalidades, unidas sólo por el sentimiento de las penalidades comunes, poco desarrolladas, no sabiendo qué partido tomar en definitiva y cayendo unas veces en el entusiasmo y otras en la desesperación; hoy, el gran ejército único, el ejército internacional de Los socialistas… avanza incontenible y crece día a día en número, en organización, en disciplina, en claridad de visión y en seguridad de vencer. Si incluso este potente ejército del proletariado no ha podido alcanzar todavía su objetivo, si lejos de poder conquistar la victoria en un gran ataque decisivo, tiene que avanzar lentamente, de posición en posición, en una lucha dura y tenaz, esto demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en 1848, conquistar la trasformación social simplemente por sorpresa. (pp. 12-3; elipsis y últimas cursivas nuestras).

Y, así, el autor del Origen de la familia expresó la absoluta necesidad de la teoría de Marx para el proletariado en su lucha por sus objetivos finales.

Pues bien, como es de conocimiento común, la comentada Introducción de Engels fue publicada en Vorwärts, órgano central del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán en forma tergiversada, mutilada y desordenada. El responsable de esto fue Guillermo Liebknecht, que de esa forma pretendió presentar a Engels como un «paladín de la ‘legalidad a toda costa’». Por eso este último hubo de esclarecer:

… Liebknecht ya me ha hecho un lindo truco. De mi Introducción a los artículos de Marx sobre la Francia de 1848-50 ha extraído todo lo que podría servir para apoyar la táctica de paz a toda costa y de oposición a la fuerza y a la violencia, que por un tiempo le ha hecho alegre proponer, especialmente en el presente cuando se están preparando leyes coercitivas en Berlín. (carta a Paul Lafargue del 3 de abril de 1895, citado por Bob Avakian en Para una cosecha de dragones, Asir Editores, Bogotá, 1989, p. 62).

Y agregó:

… propongo estas tácticas únicamente para la Alemania de hoy y solamente con una estipulación importante. En Francia, Bélgica, Italia y Austria, no se podían seguir estas tácticas en su totalidad y en Alemania podrían quedarse inaplicables mañana… (ibídem).

De esta forma, pues, Engels, con la prudencia de un verdadero teórico, señaló el valor relativo de la lucha electoral, incluso en países donde rige el sufragio universal.

No obstante, los dirigentes de la socialdemocracia alemana absolutizaron la lucha electoral (entonces fundamentalmente parlamentaria, pero también municipal), y, de esta forma, se convirtieron en paladines de la legalidad a toda costa, en campeones de la paz a ultranza, en adversarios vergonzantes de la fuerza y la violencia.

Y, así, aun cuando Engels augurara que «… antes de terminar el siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas intermedias de la sociedad, tanto los pequeño burgueses como los pequeños campesinos y nos habremos convertido en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse, quieran o no, todas las demás potencias», esto, sin embargo, no se produjo, como todo el mundo sabe.

Entre otras razones, sobre todo porque el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán estaba siendo corroído por el oportunismo, y finalmente se convirtió, con Bernstein y Kautsky a la cabeza, en el paladín del revisionismo que infectó a la Segunda Internacional.

Ocurrió, pues, lo que Lenin comentó con las siguientes palabras:

El oportunismo se ha ido incubando durante decenios por la especificidad de una época de desarrollo del capitalismo en que las condiciones de existencia relativamente civilizadas y pacíficas de una capa de obreros privilegiados los «aburguesaba», les proporcionaba unas migajas de los beneficios conseguidos por sus capitales nacionales y los mantenía alejados de las privaciones, de los sufrimientos y del estado de ánimo revolucionario de las masas que eran lanzadas a la ruina y que vivían en la miseria. (…) La fuerza de la costumbre, la rutina de una evolución relativamente «pacífica», los prejuicios nacionales, el temor a virajes rápidos y la falta de fe en estos virajes, todo esto, como es de suponer, han sido circunstancias complementarias que han vigorizado el oportunismo y han contribuido a la contemporización hipócrita y cobarde con él, bajo el pretexto de que esto es sólo temporal y obedece únicamente a causas y motivos especiales. (Contra el revisionismo, pp. 260-61; elipsis nuestra).

Y que Stalin subrayó de este modo:

Fue ése un período de desarrollo relativamente pacífico del capitalismo, el período de anteguerra, por decirlo así, en que las contradicciones catastróficas del imperialismo no habían llegado aún a revelarse en toda su evidencia; un período en que las huelgas económicas de los obreros y los sindicatos se desenvolvían más o menos «normalmente»; en que se obtenían triunfos «vertiginosos» en la lucha electoral y en la actuación de las minorías parlamentarias; en que las formas legales de lucha se ponían por las nubes y se creía «matar» al capitalismo con la legalidad; en una palabra, un período en el que los partidos de la II Internacional iban echando grasa y no querían pensar seriamente en la revolución, en la dictadura del proletariado, en la educación revolucionaria de las masas. (Los fundamentos del leninismo/Cuestiones del leninismo, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1961,p. 13)

Y que, por su parte, Mariátegui expresó en los términos siguientes:

La función de la Segunda Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los partidos socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento. Sentían que la fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron, por consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas. El movimiento obrero adquirió así un ánima y una mentalidad reformistas. (La escena contemporánea, p. 113).

Con el paso del capitalismo competitivo al imperialismo, todas las contradicciones del capitalismo se exacerbaron y surgieron otras nuevas. En estas condiciones, más todavía que en la época del capitalismo competitivo y de preparación de la revolución proletaria, la lucha electoral no puede ser actuada a la manera de los partidos de la Segunda Internacional, sino que tienen que observarse escrupulosamente las precisiones de Engels: ahí donde está vigente el sufragio universal, el partido proletario debe tener presente en todo momento la relación de la lucha electoral con la lucha directa de las masas, de la lucha legal con la lucha ilegal, de la lucha «pacífica» con la lucha no pacífica. Por tanto, la lucha en las instituciones burguesas (parlamento, municipio, etc.) no puede ser actuada en toda situación como la forma principal de lucha y menos todavía como la única forma de lucha.

Así pues, la táctica del proletariado comprende el  empleo combinado de la lucha electoral y la lucha directa de las masas, y la principalidad de una u otra forma depende de la situación concreta.

Por eso, elevar a principio una forma de lucha y prácticamente a considerarla como la única forma de lucha, es proceder como los oportunistas que castraron el balance de Engels.

En el Perú de hoy, precisamente, hay quienes, sin necesidad de tergiversar la letra de Engels, tergiversan sin embargo el contenido de su táctica, absolutizando la lucha electoral al desechar las precisiones que el cofundador del marxismo subrayara, apareciendo así los aludidos como paladines de la legalidad a toda costa, como campeones de la paz a ultranza, como adversarios vergonzantes de la fuerza y la violencia.

En conclusión, el proletariado y en general las clases trabajadoras deben estar preparados en todo momento, tanto política como organizativamente, para desarrollar cualquier forma de lucha.

En el Manifiesto, Marx y Engels escribieron:

Los comunistas luchan por alcanzar los objetivos e intereses inmediatos de la clase obrera; pero, al mismo tiempo representan y defienden también, dentro del movimiento actual, el porvenir de ese movimiento.

En esta afirmación se encuentra la esencia de la táctica del proletariado; en efecto, tanto la lucha electoral como la lucha directa de las masas tienen que tener presente en todo momento «los objetivos e intereses inmediatos» (económicos, políticos, sociales, culturales), como «el porvenir» del movimiento revolucionario (conquista del poder, socialismo, realización del comunismo)

En consecuencia, el partido proletario debe luchar constantemente por unir a todas las fuerzas sociales susceptibles de ser unidas en torno a un programa de reivindicaciones inmediatas y mediatas; es decir, de concretar las luchas cotidianas y parciales y preparar al pueblo para la lucha por el poder, por la dictadura del proletariado y, todo esto, enmarcado en la idea rectora de la realización del comunismo.

        Mariátegui subrayó:

        Una revolución no puede ser predicha a plazo fijo. Sobre todo, una revolución no es un golpe de mano. Es una obra multitudinaria. Es una obra de la historia. Los comunistas lo saben bien. Su teoría y su praxis se han forjado en la escuela y en la experiencia del materialismo histórico. No es probable, por ende, que se alimenten de ilusiones (La escena contemporánea, p. 135).

Pues bien, teniendo en cuenta que la revolución «no es un golpe de mano», sino «una obra multitudinaria» que se cumple «en muchos años», Mariátegui puntualizó en otro lugar:

        El comunismo conforme a su práctica mundial asistirá a las elecciones con meros fines de agitación y propaganda clasistas. (Temas de nuestra América, 1988, pp. 137-38).

Es decir, para Mariátegui la lucha legal, y, en general, la lucha «pacífica», es la preparación necesaria de la toma revolucionaria del poder; pero, claro está, esto no contraviene las estipulaciones precisadas arriba.

        Levantar –como lo hacen algunos–  un pretendido camino municipal al socialismo es, de hecho, plantear una tesis semejante a la tesis de la vía parlamentaria al socialismo del revisionismo jruschoviano: al proponer, en las condiciones del régimen capitalista, un “nuevo municipio” como “germen del socialismo”, de hecho se propone la reestructuración del Estado burgués en sus bases municipales y, así, de hecho también, se propone la transición pacífica al socialismo.

        Contra esta ilusión se alza la tesis marxista según la cual los cauces legales no pueden contener una acción revolucionaria (véase Temas de nuestra América, pp. 140-44).

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