Referentes Teóricos y
Precisión de Fines de la Literatura en la Educación*
Julio Carmona
No hay peor gestión que la que no se hace.
ANÓNIMO POPULAR
I.1 Bases científicas para entender la literatura
artística como disciplina pedagógica
La literatura como disciplina pedagógica
constituye nuestro objeto de estudio. Si, bien es cierto, la literatura como
objeto de producción pertenece al terreno del arte, no menos cierto es que como
objeto de estudio cae en el ámbito de la ciencia, y, específicamente, en este
caso, en el de la ciencia pedagógica. Decimos esto, porque también hay otra
dimensión científica en el que la literatura puede ser estudiada: la teoría
literaria, ciencia de la literatura o poética que –en términos más genéricos–
puede ser circunscrita a la estética o ciencia del arte. En el caso que nos
ocupa tratamos de la literatura ubicándola en el plano de su enseñanza.
La
ciencia pedagógica integra en su ámbito el estudio de la literatura desde
épocas inmemoriales. Pero, con referencia a lo que se puede rememorar, ya en el
siglo I de nuestra era, QUINTILIANO –el famoso pedagogo latino– recomendaba:
que se comience a leer por Homero y Virgilio [padres
de la literatura griega y latina, respectivamente, y a pie juntillas precisaba
que], bien que para entender sus bellezas era menester mayor discernimiento;
pero para esto tiempo les queda, puesto que no los han de leer una sola vez.
Entretanto, vayan levantando el espíritu con la grandeza del verso heroico y
ensanchando el alma con la de las materias y bebiendo ideas nobles.
(A4-QUINTILIANO, 1956: 64. Corchetes nuestros).
No obstante, en el decurso de la historia de la
educación, la literatura no ha recibido un tratamiento coherente con su
naturaleza artística ni con su función formativa de receptividad estética. Como
diría Ezra POUND: “La literatura fue tolerada como materia de estudio. Y su
estudio fue concebido de tal manera que alejase el espíritu del estudiante de
la literatura y lo dirigiese a la nada.”(Citado por: A6-MENDOZA, 1994: 9).
El mismo
QUINTILIANO decía que: “En la explicación de los poetas, el maestro de
Gramática deberá cuidar que el discípulo, desenlazando el verso, le dé cuenta
de las partes de la oración.” (Op. cit.,
p. 66), es decir, que, desde un primer momento, se comenzó por incluirla en una
misma asignatura con la lengua (o estudio del idioma). Pero esta verificación
–lejos de constituir un aval para su mantenimiento– demuestra lo obsoleto de
tal criterio, en la medida que en tales tiempos los conocimientos eran muy
reducidos y las disciplinas que los contenían no tenían definidas sus
fronteras. Recordemos que
literatura y cultura fueron sinónimos hasta el siglo XVIII; una persona culta
era una persona de mucha literatura; así, Voltaire decía de Chapelaine que
tenía una “literatura inmensa”. Después, mediado el siglo XVIII se limitó el
concepto de literatura a las obras de ficción bajo preceptos estéticos. No se olvide que, etimológicamente la palabra
‘literatura’ viene del latín, significando inicialmente: “todo lo que está en
letra escrita”; pero hoy ya sabemos que no todo lo que está en letra escrita es
literatura, y como dice ETIEMBLE:
“Que ni el escritor ni el amante de la lengua olviden jamás que una palabra
debe emplearse siempre en su sentido actual.” (A6-ETIEMBLE, 1977: 102). Lo que
debe sacarse en claro, más bien, de ese remoto antecedente es que con él se
inició el desfase en que se incurrió después, de tratar a la literatura como
cualquier otra asignatura transmisora de conocimientos, para concluir
asignándole, en los últimos tiempos, una participación de inquilina precaria
en, por ejemplo, los niveles de
inicial y primaria, en tanto ahí
está al borde de ser desalojada, prácticamente, de los planes de estudio al
considerarla sólo como un aspecto subsidiario de la llamada “comunicación
integral”.
En
los últimos años se ha hecho manifiesto cierto desinterés hacia la Literatura,
como materia o disciplina de aprendizaje. Esto, en parte, acaso pudiera
atribuirse a un inespecífico tratamiento de la Literatura en los programas de
Primaria; en ellos, últimamente, ha sido planteada como un subcomponente en la
programación, en muchas ocasiones subordinada a una mal entendida funcionalidad
del aprendizaje lingüístico, que de inmediato dificultaba el desarrollo de los
recursos para la apreciación personal de los fines estético-lúdicos de la
literatura y que ha desconsiderado su esencialidad propia. (A6-MENDOZA, op.
cit., p. 12).
Debe
reconocerse, pues, que la literatura artística no es en sí o de por sí una
disciplina pedagógica o educativa. Como sí ocurre con la lengua, que se encarga
del estudio de un idioma específico, para un mejor tratamiento del mismo por
parte de los usuarios: de tal suerte que se puede enseñar a “usar” la lengua
para que se aprenda a elaborar
textos lingüísticos correctos, coherentes y/o comprensivos; pero es iluso
pretender enseñarle a alguien a escribir textos poéticos. En un libro de
gramática del francés, sus autores dicen lo siguiente:
Bouvard y Pécuchet, après avoir étudié de nombreux
ouvrages de grammaire, “en conclurent que la
syntaxe est une
fantaisie et la grammaire une illusion”. Ce point de vue de Flaubert
–boutade ou conviction?– ne peut être en tout cas celui de professeurs donc la
tache est d’aider les étudiants dans cette entreprise difficile qu’est l’étude
du français.[1]
Digamos,
en principio, que Bouvard y Pécuchet son dos personajes de una novela de Gustav
Flaubert, y, por lo tanto, la conclusión a la que ellos arriban no debería
tomarse como opinión de Flaubert, como lo hacen los autores citados; porque
–como dice Félix MARTÍNEZ Bonati, en opinión generalizada entre los estudiosos
de la literatura–: “se desprende naturalmente del sentido de la obra poética,
como situación imaginaria intuida y contemplada, que las opiniones de los
personajes y del hablante básico, así como su modo de ver y presentar el
mundo, no son
necesariamente réplicas de las del
autor.” Porque –agrega FMB–:
“Comprender poesía, es percibir el poema como hablar imaginario. Así entendemos
cada vez poesía, y ya que es poesía imagen, y, como tal, es como se la piensa,
no es poesía hablar real del poeta.” (A6-MARTÍNEZ, 1972: 166-167). Pero lo
importante de la cita es que dichos autores consideran el estudio de la lengua
(de su sintaxis y su gramática) como una ayuda para los alumnos que estudian
dicha lengua. De tal suerte que –repetimos– se puede enseñar la lengua
(gramática y sintaxis) para perfeccionar el uso de la comunicación lingüística:
escribir una carta, por ejemplo; pero no se puede enseñar literatura, para que
el alumno escriba textos poéticos. Porque ésta –la literatura– es un arte. Y
–según el famoso aforismo– “el artista nace, no se hace”.
Por otro
lado, fuera de su relación con la acción educativa, la literatura en sí misma y
por sí misma (como arte) no se propone enseñar nada. Pongamos el testimonio de
tres escritores íntimamente ligados al estudio de la literatura. En primer
lugar, el ya citado MARTÍNEZ Bonati, quien refiriéndose al género didáctico
dice, de las obras que lo integran, que son de “tipo inferior”:
Exclusivamente ciertos tipos de obras literarias
–dice–, entre ellos el tipo inferior que es la poesía didáctica,
poseen... la relativa llaneza de comunicación de que una parte de lo dicho por
personajes es doctrina que constituye el contenido de la comunicación
literaria. (Op. cit., p. xxii. Cursiva nuestra).
Y Goethe, corroborando ese descrédito de la
“literatura didáctica”, dice que “la poesía didáctica o académica ha sido y
sigue siendo algo intermedio entre poesía y retórica.” (A2-VOLPE, 1971: 104).
Por su parte, Arnold HAUSER, desde el punto de vista histórico señala lo
siguiente:
Al principio el arte es una concesión que se hace a
las multitudes ignaras, en las que se puede influir fácilmente mediante la
impresión sensible. Durante mucho tiempo el arte no fue aún considerado como
“pura complacencia de los ojos”, como dice San Nilo. La finalidad de educación
moral es el rasgo más típico de la concepción cristiana del arte. También, ciertamente,
entre los griegos y romanos era la obra de arte muchas veces instrumento de
propaganda, pero nunca puro medio didáctico. (A2-HAUSER, 1965: 164.
Cursiva nuestra).
Asimismo Antonio GRAMSCI hace la siguiente cita de
Benedetto CROCE: “El arte es educador en cuanto es arte, pero no en cuanto
‘arte educador’, porque en este caso no es nada, y la nada no puede educar.”
(A3- GRAMSCI, 1977: 288). Pero vale aclarar que no por el hecho de que la
literatura no se proponga de manera ex profesa “dar una enseñanza”, eso no
quiere decir que los lectores no podamos aprender de ella. Porque, después de
todo, es producto de una forma de conocer el mundo. Y de todo conocimiento
aprendemos algo. Pero –insistimos– ese no es su propósito. La intención básica
del poeta es hacer arte. Y –ya lo
dijimos– nadie puede enseñarle a nadie a ser artista. Cualquiera puede aprender
las técnicas de escribir un poema, un cuento, una novela. Pero de ahí a que ese
aprendizaje se traduzca en una obra de arte hay tanta distancia como que
alguien, por el hecho de aprender las leyes matemáticas de la física, pueda
producir una nueva teoría a lo Einstein. Y, en efecto, hacemos el paralelo,
porque entre la matemática y el arte hay una gran cercanía, en tanto –como dice
el filósofo Juan Nuño–: la matemática es un juego lingüístico avanzado “de
posibles aplicaciones tecnológicas derivadas, pero con valor creativo propio.
Como el de cualquier obra de arte. Es aquello de Russell de que ‘la matemática,
bien vista, no sólo posee la verdad, sino la suprema belleza, una belleza fría
y austera como la de las estatuas’.”[2]
Pero en la medida que el acceso a la
obra de arte (la acción estética: contemplación y comprensión de la obra de
arte) se aprende, también es pertinente enseñar qué es la literatura (teoría)
y cómo se la percibe mejor (crítica) y cuándo, dónde
y por qué ocurrió ese hecho literario (historia). Esos tres aspectos (puestos entre paréntesis y
cursiva) son los campos de estudio de la disciplina
artística literatura, y constituyen –los tres– la base de la
disciplina pedagógica literatura. Obsérvese que como arte y
como educación –o enseñanza de ese arte– ambos conceptos (disciplina artística
y disciplina pedagógica, en sí distintos) responden a un mismo nombre: literatura, mas –no lo olvidemos– eso no
los identifica, no los indiferencia: siempre serán uno diferente del otro. La disciplina
instructiva[3], Literatura, que –en la escuela– se encarga del
estudio y/o enseñanza de la disciplina artística del mismo nombre,
Literatura, a su vez se divide en materias pedagógicas[4], es decir, la sistematización de los asuntos o temas
científicos relacionados con la disciplina artística literatura, y estos
asuntos o temas científicos están en relación con los campos de estudio de la
Ciencia Literaria, que son: teoría, crítica, historia; por lo tanto, debe
considerarse la existencia de tres materias en el campo de la enseñanza de la
literatura (una materia para la teoría literaria, otra para la crítica
literaria y otra más para la historia literaria). Es en este terreno de la
Ciencia Literaria en que se desenvuelve la disciplina instructiva de la
literatura, es decir como estudio de la literatura y no como hacer
literatura. Quienes trabajamos en este campo debemos considerarnos estudiosos
de la literatura. Quienes se desarrollan en el campo de la creación poética
deben ser considerados poetas. Los asuntos científicos o temas de
estudio de la literatura –hay que advertirlo– no son unívocos, sino multívocos,
diversos y aun diferentes entre sí, entonces deben ordenarse en otras
sub-materias a las que llamaremos asignaturas.[5] Y, finalmente, este ordenamiento requiere de una
organización o planificación que ha de hacerse en una última división: los cursos
de literatura.[6] En tal sentido, la disciplina instructiva literatura
se divide en las siguientes materias pedagógicas literarias: Teoría, Crítica
e Historia, y cada una de ellas se divide en asignaturas (de temas
más específicos) y éstas, a su vez, en cursos (o acciones de enseñanza y
aprendizaje, propiamente).
La
literatura, pues, se puede –y se debe– estudiar para su mejor comprensión y su
más adecuado uso. Pero hay que saber distinguir que ese estudio no es igual al
estudio de la historia, de la geografía, de la lengua o de cualquier otra disciplina instructiva. Es verdad que la tendencia educativa que prima en
los últimos tiempos es hacer que todos los cursos se integren en el objetivo de
hacer que el estudiante “aprenda a aprender”. Pero muchas veces esa voluntad de
integración pretende borrar toda frontera entre las materias, como dice John
Blackie:
Hay partidarios de la
integración –esta palabra se usa generalmente para aludir al repudio de la
división de las materias– que afirman que todo el conocimiento es sólo uno.
Esto no es precisamente así. Hay diferentes clases de conocimiento y diferentes
maneras de adquirirlo. Los métodos empleados para el estudio y el aprendizaje
de las ciencias son muy diferentes de los que convienen para el estudio de la literatura. (A4-BLACKIE, 1976: 3).
Cuando a una disciplina no propiamente educativa
(como es el caso de la literatura) se le piensa dar una mejor disposición
metodológica dentro de los procesos de la enseñanza y del aprendizaje, es
sumamente importante –en primer lugar– establecer cuáles son las relaciones que
existen entre ella y las ciencias de la educación. Ello permitirá explorar en
su dimensión epistemológica para determinar la ubicación de la disciplina de
que se trate (en nuestro caso la literatura) en el ámbito de la educación, la
pedagogía, el currículo, la didáctica, la tecnología. Así se podrá ver el rol que
se otorga a la asignatura de que se trate dentro de los fines de la educación en sí (vista ésta como la acción genérica, que es,
de los grupos humanos que la organizan para coordinar su ejecución)[7]; y, asimismo, observar la
concepción teórica que de la literatura –en nuestro caso, como materia educativa– tiene la pedagogía (en tanto cuerpo teórico
que ésta es de la educación), para planificar con más precisión las experiencias propiamente literarias diseñadas
en el curriculum, y para proyectar mejor los
parámetros a seguir desde las estrategias
de la didáctica y las tácticas
–de enseñanza y aprendizaje– más acordes con su naturaleza artística, desde la
perspectiva de la tecnología educativa. En la medida que
esta comprobación haría de nuestro trabajo una desmesura, tratamos de
realizarla en el gráfico 1 y en paralelo con la Lengua (como esbozo de
un trabajo específico).
I.1.1 Función de la literatura en la educación
Situados, pues, nosotros
como docentes de literatura ante esa perspectiva que definirá nuestras
concepciones en relación con la educación, debemos plantear las siguientes
alternativas:
a) Que la educación concibe
(o debe concebir) a la literatura como una materia formativa, en el plano propiamente educativo y no instructivo[8], para que contribuya al
objetivo de educar al ser humano de manera integral, con capacidad de dominio
de la ciencia y de la conciencia.
b) Que esa naturaleza
formativa de la literatura le está dada por su esencia artística y, por lo
tanto, la concepción que de ella se tenga, en relación con el mundo real, será
definida por la concepción ideológica que de ese mundo reflejen los textos
literarios; y, en consecuencia, el profesor de literatura –cuando se dé el
caso– estará obligado a respetar y a explicar dicha concepción del mundo,
aunque sea discrepante de la suya;
c) Que esa concepción de la
literatura como manifestación artística obliga al profesor de la misma (es
decir a quien la ha asumido como especialidad: con las satisfacciones, retos y
riesgos que ello implica) a defender sus fueros y a luchar por verla
desarrollándose sin las interferencias de otras disciplinas como son la Lengua
y la Comunicación, que le sustraen no sólo espacio y tiempo sino también
historia, viéndose diluida entre contenidos eminentemente informativos y no
formativos como es su deber ser.
Si aceptamos –como viene ocurriendo desde hace mucho tiempo– que amputen
a nuestros niños una dimensión esencial en su formación educativa, cual es la
dimensión estética, nos hacemos cómplices
de un sistema educacional funesto, y –lo que es más
grave– que vamos a frustrarlos tal vez irreversiblemente. Si, como docentes
especialistas de Literatura, tomamos conciencia de que somos responsables, en
cierta medida, de las generaciones venideras, entonces debemos revisar buen
número de ideas recibidas y considerar qué función queremos asignar a la
literatura y al arte en la sociedad que se está gestando ante nuestra vista (y
paciencia).
I.1.2
Importancia de la literatura en la educación
No es gratuito el hecho de
que los más importantes teóricos de la educación le den al arte y a la
literatura un rol importantísimo en la formación del ser humano. Por ejemplo,
el famoso pedagogo ruso Vasili SUJOMLINSKI dice: “Es de suma importancia en la
niñez y la adolescencia que el individuo halle, note, tenga conciencia en sí
mismo de la belleza humana, sienta admiración por lo bello, por lo humano en él
mismo. A través de lo bello hacia lo humano: tal es la lógica de la educación.”
(A4-SUJOMLINSKI, 1975: 228). Asimismo, el eminente filósofo y pedagogo alemán
Wilhelm DILTHEY dice: “El arte y la poesía constituyen el primer órgano que nos
permite descubrir la verdad cuando todavía no está elaborada la ciencia.”
(Citado por A4-PROHASKA, 1970: 8). Y PROHASKA vuelve a decir, en la p. 49, que: “la inspiración artística puede preceder
a la ciencia en la investigación de las dimensiones humanas.”
Pero obsérvese bien que esta
concepción de la literatura como factor decisivo en la formación de la
dimensión estética del ser humano no es una abstracción. Es una opción
concreta, una toma de conciencia,
es adoptar una
actitud, lo cual
tiene –obviamente– el trasfondo ineludible de haber asumido –a todo
riesgo– nuestro propio sentido de la libertad. Por lo tanto, no debe ser
aquélla una actitud individual y pasiva. Ha de ser el motor de nuestra
disciplina. Y tanto más habrá de concretizarse así cuanto más se hagan
partícipes de ella los mismos alumnos. Porque se trata de que éstos asuman
actitudes prácticas y no seguirlos considerando como entes pasivos. Y la
actitud es un factor decisivo en el desarrollo de una habilidad.
Lamentablemente el cultivo de las actitudes ha sido muy descuidado en la
educación. Los educadores se han limitado al suministro de conocimientos,
cuando no a propiciar algunos buenos hábitos disciplinarios.[9] “Las actitudes –dice
Domingo TIRADO Benedí– han sido y siguen siendo consideradas como un campo
comprometedor y peligroso. ¿Por qué? Sencillamente, porque las actitudes
definen a los hombres. Tomar una actitud es tomar una posición resuelta y
concreta ante los hechos, las cosas, las personas y las ideas. Es hacer
afirmaciones tajantes sobre el mundo que nos rodea y eso resulta algunas veces
peligroso. Casi podemos decir que siempre resulta peligroso. Por eso la
educación y la escuela, a pesar de todas las protestas de renovación y de
revolucionarismo de muchos de sus representantes, ha dejado de lado las
actitudes.” (A4-TIRADO, 1964: 124).
Hay, pues, la tendencia a
cercenar esa “actitud peligrosa” que es inherente a la literatura, por su
potencialidad para formar lectores críticos. No se olvide que ya, hace más de
veinticinco siglos, Platón expulsó a los poetas de su República. Por eso se ha
creado la imagen del poeta como un ser especial, poseedor de dotes
excepcionales, o si no la otra imagen del “poeta maldito”, depravado o loco.
Con cualquiera de las dos visiones, los sojuzgados y los “cuerdos” no quieren
saber nada. Y, entonces, la literatura ha perdido su verdadera dimensión en la
enseñanza, considerándola como “expresión elevada de la lengua” pero no
independiente de ella, diluyendo así esa potencial “peligrosidad” de formar
hombres libres. Y, por eso, la literatura ha dejado de ser el alimento
espiritual de primera necesidad que debiera ser para el pueblo. Se ha generado
un divorcio entre ambos. Como contrapartida a esto, vemos que los sectores
minoritarios, los que tienen el poder en la sociedad, y los hombres que ejercen
una profesión liberal sí son usufructuarios de una cultura literaria y
artística, y, por supuesto, tienen hijos que se declaran preocupados por dicha
cultura, mientras que los obreros, los campesinos y sus hijos son extraños o,
mejor, han sido extrañados del mundo del arte. Sin que sean responsables de
esto, casi no preparan a sus hijos para gustar del arte. De ello ha de
deducirse que la formación o estimulación artística de los niños depende sobre
todo del medio familiar: y la conclusión que se saca es que la mayoría de los
niños son dejados a su suerte en el plano artístico. Y esta deficiencia que
debería ser contemplada y paliada por la educación resulta más bien ser
descuidada, postergada y eliminada de la preocupación escolar. Esto, desde
luego, implica una concepción aberrante de la educación. Pero, en efecto, en la
enseñanza oficial dependiente de la educación nacional, el arte no es más que
una disciplina secundaria, accesoria, no
intelectual.
Toda esta situación descrita
–grosso modo– obedece también a la
errónea concepción educativa de separar la educación en compartimentos
intelectuales y no intelectuales, desechando a estos últimos por no incidir en
los “adiestramientos cerebrales” sino sentimentales o emocionales. Desde luego
esto ha ido cambiando. Antes, esas divisiones se hacían basándose en métodos
centrados en la acumulación de conocimientos (lo que se hizo extensivo a la
literatura, exacerbando su aspecto histórico-biográfico); es decir, antes se
aprendía lo que se debía saber. Hoy
se “aprende a aprender”. Ya es algo mejor, aunque no hay una separación
definitiva de la “acumulación de conocimientos”, pues entonces cabe
preguntarse: en ese procedimiento ¿dónde se encuentra la educación en su
acepción formadora? ¿Ha de ser sólo informadora? ¿Cuándo nos preocuparemos
por formar, respetando al mismo tiempo la personalidad de los niños y de las
niñas? Porque hay, evidentemente, una diferencia esencial entre la enseñanza
basada en una memorización furiosa, y la educación fundada en el respeto del
niño, en la experiencia propia de cada uno, es decir, en la experiencia vivida.
En efecto, desarrollar el intelecto, que no es más que una función psicológica
entre otras igualmente importantes, no carece de peligros; acentuar una
tendencia en detrimento de las otras es preparar seres hidrocéfalos, que han
perdido su centro de gravedad. Este modo unilateral de considerar al individuo
es tanto más limitado cuanto que la psicología profunda nos revela zonas de la
personalidad que se habían omitido completamente y que todavía se quieren
ignorar con demasiada frecuencia en la enseñanza tradicional. Dice Karl ROGERS:
De antiguo, la educación ha considerado el aprendizaje como una forma
ordenada de la actividad cognitiva de la porción izquierda del cerebro. El
hemisferio cerebral izquierdo tiende a funcionar de manera lógica y lineal,
avanzando paso a paso, en línea recta, y poniendo de relieve las partes, los
detalles que constituyen el todo. Acepta sólo lo seguro y claro y se ocupa de
ideas y conceptos. Guarda relación con los aspectos masculinos de la vida y es
el único tipo de actividad que ha tenido aceptación plena en nuestras escuelas
y universidades. Sin embargo, involucrar a toda la persona en el aprendizaje
significa también poner en libertad y utilizar la porción derecha del cerebro.
El hemisferio derecho funciona de modo totalmente distinto. Es la parte
intuitiva, la que aprehende la esencia antes de conocer los detalles, la que
abarca la Gestalt entera, la
configuración total. Se vale de metáforas y es estética más que lógica. Hace
cabriolas creativas. Es la manera del artista, del científico creativo, y está
vinculada a los aspectos femeninos de la vida. (A4-ROGERS, 1987: 33).
Creemos que lo esencial, en
materia de educación, es agudizar el ansia de descubrimiento, la curiosidad del
niño, y permitirle que encuentre, con el apoyo de un guía, una expansión óptima
y un equilibrio que más adelante podrá consolidar solo. Pero, ante todo,
tratemos de comprender por qué en nuestro país, contrariamente a lo que se hace
en otros, la formación artística de nuestros niños se elimina sistemáticamente
de su educación. Ahora bien, cuando lo que hemos dicho hasta aquí no se
manifiesta de manera tan tajante, y se nota la intención de otorgarle presencia
a la literatura y al arte en la educación, lo que se hace es acentuar el
propósito deliberado de entrenar al niño para que verbalice, intelectualice,
cuente o comente las obras maestras (del arte en general) clasificadas como
monumentos históricos. Se bloquea así lo más auténtico que podría surgir; se
ahoga todo impulso y toda espontaneidad; se mata en embrión lo que podría
llamarse la dimensión poética, es decir, la posibilidad de sentir una emoción
estética, sea suscitada por un poema o por un trozo de música. De ahí que en
arte sea urgente asumir los métodos de aprendizaje significativo o
constructivista, que tienen absoluta concordancia con la concepción realista de
la pedagogía, desarrollando el objetivo de “aprender a aprender” del que tanto
se habla, pero el que muy poco se practica. Sobre este objetivo cabe destacar
que en los “Logros Educativos por niveles” del Diseño Curricular Nacional
(2005) se le releva indicando que el educando “Aprende a aprender” (pp. 16-17).
A modo de resumen, es
pertinente citar el siguiente juicio de un educador francés, quien dice: “Soy
partidario de lo que llamo ‘humanidades estéticas’, es decir, de una educación
centrada en el arte empleado como vehículo de ideas generales.” Etienne SOURIAU. (Cit. por: A2-GAGNARD, 1973: 19). La importancia del arte en la educación es tal que hay algunos teóricos
que los unimisman, dándole a la educación categoría de arte.[10] “En muchas definiciones de
la Pedagogía –dice GARCÍA Hoz– se suele hablar de ella como ‘ciencia y arte’.”
(A4-GARCÍA, 1988). Y en un trabajo anterior (A1-GARCÍA, 1986) también dice que:
“Originariamente la Organización escolar tuvo mucho de arte.” Y ahí mismo
reconoce que “en cierto modo, la Organización, por muy racionalizada que esté,
no es una tarea automática, mecánica, sino que en ella intervienen además la
capacidad personal y la destreza del director u organizador. El organizador
debe poseer ciertas características del artista, la de ser capaz de interpretar
creadoramente la realidad, de responder a situaciones nuevas que se le
presentan.” (A1-GARCÍA, 1986: 33).[11] Por supuesto que, entendido
así el arte, puede hacerse extensivo –si no a todas– a muchas de las
disciplinas o de las acciones humanas.[12] Con todo, dichas
disciplinas se resentirían al tener que tomar ciertas decisiones que exigen
objetividad y racionalidad, características que, por lo común, al arte lo
tienen sin cuidado.[13]
Esa fácil ligazón del arte con otras actividades
humanas –que ha conducido a hablar incluso de “arte culinario”– obedece a la
confusión etimológica del “ars” latino que era la traducción fidedigna de la
“techné” griega, es decir, lo que hacía referencia a la técnica, a la manera de elaborar algo; pero ocurrió que en el giro
semántico –como arte ya– se acentuó
la intervención creadora de la imaginación humana; el arte, entonces, sería la
‘técnica de lo imaginario y cumpliría una función especial’ (A3-AUZIAS, 1968:
100). De esa forma se desviaron los aspectos de la práctica a los dominios de
la ciencia. Pero obsérvese que, tanto el arte como la ciencia, intercambian sus
sellos característicos: la ciencia no está reñida con la imaginación y la
creatividad, y el arte no es ajeno a una determinada práctica y a la
recurrencia de ciertas técnicas. Lo decisivo en el caso del arte –aunque supone
un aprendizaje– es que “el acento recae, más que en ese conocimiento
preparatorio, en la elaboración imaginativa libre de reglas, en la sensibilidad
creadora.” (García Hoz, Ibídem: 34).[14] Valga esta digresión extensa, en torno a la relación
arte/educación, para justificar el uso diferenciador que damos en este trabajo
a las expresiones “literatura como disciplina artística” y “literatura como
disciplina educativa”, con ánimo de evitar confusiones.
*Este escrito es la primera
parte del primer capítulo del libro Incluimos La Literatura en los Niveles del Sistema Educativo Peruano: Una
Propuesta de Cambio. (Nota del Comité de Redacción).
[1] Y.
DELATOUR, D. JENNEPIN
et. al., Grammaire du Francais,
Paris, Hachette FLE, 1991, p. 3. Una traducción
aproximada o literal dice: “Bouvard y Pécuchet, después de estudiar numerosas
obras de gramática ‘concluyeron que la sintaxis es una fantasía y la gramática
una ilusión’. Ese punto de vista de Flaubert –¿broma o convicción?– no puede
ser, en todo caso, de los profesores cuya labor es ayudar a los estudiantes en
esta empresa difícil que es el estudio del francés.”
[2] Juan Nuño, “El barbero y las
pompas de jabón”, en: Quimera, Revista de literatura, Nº 175, Barcelona,
diciembre 1998.
[3] Disciplina = “doctrina, instrucción, regla,
arte.” Félix DÍEZ Nieto, Diccionario español etimológico, Madrid: Mayfe,
1974.
[4] Materia = “asunto de una obra científica.”
Eduardo CÁRDENAS, Diccionario comprehensivo de la lengua Española, Cali:
Editorial América, 1987. “Asunto, tema, objeto.” Samuel GILI Gaya,
Diccionario de sinónimos, Barcelona: Bibliograf, 1977.
[5] Asignatura = “materia de estudio en el curso
académico.” Eduardo CÁRDENAS, op. cit. “Disciplina, enseñanza, materia.” Gili
Gaya, op. cit. “Cada tratado o materia que se enseña en un instituto docente.”
Félix DIEZ Nieto, op. cit.
[6] Curso = “enseñanza de una materia.” Eduardo
CÁRDENAS, op. cit. “Tiempo señalado en cada año para oír las lecciones en la
escuela, el instituto o universidad.” Félix DÍEZ Nieto, op. cit.
[7] Para apreciar los orígenes y
evolución o desarrollo de la educación –organizada según los intereses de los
grupos sociales– ver el importante y didáctico trabajo de Aníbal PONCE, en
A4-PONCE, 1975: Educación y lucha de
clases.
[8] “No sería inútil –dice Madeleine
GAGNARD– volver a preguntarse sobre el sentido de las palabras ‘instrucción’ y
‘educación’, si la transmisión de conocimientos predigeridos (instrucción) es
una cosa, otra muy distinta es querer ayudar al niño a descubrir su mundo
interior (educación), vale decir su propia personalidad.” (Los paréntesis explicativos
son nuestros). (A2-GAGNARD, 1973: 16).
[9]
Dice José Carlos
MARIÁTEGUI: “Los catedráticos inseguros de su solvencia intelectual, tienen un
tema predilecto: el de la disciplina. (...) El verdadero maestro no se preocupa
casi de la disciplina. Los estudiantes lo respetan y lo escuchan, sin que su
autoridad necesite jamás acogerse al reglamento ni ejercerse desde lo alto de
un estrado.” (A4-MARIÁTEGUI, 1970: 90).
[10]
Justo ARNAL dice que
“Eisner concibe la enseñanza como un arte” (A7-ARNAL, 1994: 223). Según René
HUBERT, “para William James la educación es un arte” (A4-HUBERT, 1965: 14).
Además menciona a LITTRÉ quien también habla del “arte” de la pedagogía (p.
18). Otro autor, Luis Enrique GALVÁN, dice: “La educación es un arte...
habilidad o destreza. ‘ARTE’ no como la expresión de la belleza infinita, bajo
cualquier forma, sino en el restringido de dominio didáctico para llenar bien
una finalidad dada” (Revista Amauta Nº 5, p. 31). Asimismo, Jan MUKAROVSKY dice
que “la historia del arte se confundió durante mucho tiempo con la historia de
la educación en su sentido más amplio.” (A2-MUKAROVSKY, 1971: 31).
[11] En el otro trabajo aludido de
este autor (1988) se establecen también estos nexos entre arte y pedagogía:
“... en la primera mitad del siglo XX surgió una clara preocupación por las
distintas formas de obrar humano. Este movimiento se concretó incorporando al
lenguaje pedagógico la palabra y el concepto de ‘estilo’, ya utilizado en la
historia y la crítica del arte. Incorporación justificada, porque, a fin de
cuentas, el arte se desenvuelve en el mundo de las formas.” (pp. 18-19). Y, al
momento de explicar, las definiciones de la Pedagogía como ciencia y como arte,
dice: “En esta expresión la ciencia significa conocimiento sistemático, más bien
teórico, de lo que la educación es, mientras que el arte se refiere a la
capacidad personal del maestro para dirigir adecuadamente el proceso de la
educación.” (pp. 77-78).
[12] Por ejemplo, se dice
que “... algunos autores catalogan a la administración como arte y otros como técnica...”
(A1-FERNÁNDEZ, 1970). Del mismo modo se expresa Jorge BASADRE de la historia:
“Cabe aceptar la historia –dice– como la reviviscencia de caracteres o de
épocas en cuyo caso pertenece al arte; o como esclarecimiento de problemas
esenciales, en cuyo caso es ciencia.” (Revista Amauta, Nº 9, p. 11).
[13]
En el campo de la
educación esta confusión de términos (o del sentido de los términos) puede
tener resultados nefastos. Es en esa perspectiva que Antonio GRAMSCI hace la siguiente
prevención: “El mejor juicio sobre la orientación educativa de los niños es y
tiene que ser el de quien los conoce de cerca y puede seguir todo el proceso de
desarrollo, siempre que no se deje cegar por los sentimientos y no pierda así
todo criterio, abandonándose a la pura contemplación estética del niño,
implícitamente degradado a la función de obra de arte.” (A3-GRAMSCI, 1977:
244).
[14]
El maestro sanmarquino
Emilio BARRANTES, también precisa la ligazón de arte y pedagogía en los
siguientes términos: “En lo que se refiere al maestro, el término arte se puede emplear en dos sentidos:
como el conjunto de reglas propias de su oficio y como la capacidad de llegar a
lo íntimo de cada alumno por las excelencias de su actividad de educador. Él
tiene que ser, al mismo tiempo, artista y artesano. Lo primero, por lo que
llamaríamos la intuición profesional, por su delicadeza y su don creador, por
el acierto en la elección de los medios y en el cumplimiento de la obra, no por
los recursos del histrión o el malabarista, que repugnan a su ministerio; lo
segundo, por el dominio de la técnica, por la paciencia, la seguridad y la
eficacia del que allega materiales y los usa con acierto en la tarea
cotidiana.” (A4-BARRANTES, 1966: 84-85).
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