miércoles, 13 de junio de 2012

Prólogo a la Cuarta Edición del Libro “Vargas Llosa. Mito y Realidad”




(Segunda parte)



Julio Roldán


Vargas Llosa Político



La otra gran pasión en la vida de Mario Vargas Llosa es la política. Ésta en cualquiera de sus formas y expresiones. Para comenzar, en toda su obra literaria hay un marcado sesgo político perceptible a flor de piel. Sus artículos periodísticos tienen el mismo sello. Sus crónicas y ensayos no escapan a esta influencia. Esta presencia no sólo se limita a lo mencionado, por el contrario, se hace extensivo a su vida pública y aún privada. Vargas Llosa, desde sus inicios como escritor, es uno de los intelectuales más comprometidos políticamente en el continente americano.

Por ello caben algunas preguntas: ¿Con qué se compromete? ¿Con quiénes se compromete? ¿En función de quién se compromete? Las respuestas son, a lo largo de su vida política: ¡Se compromete con todo, con todos, de todos! Sus idas y venidas ideológico-políticas dependen de las circunstancias sociales y de los momentos políticos. Él es una personalidad zigzagueante que va, frecuentemente, de un extremo a otro en sus simpatías políticas, en sus credos ideológicos.

Lo afirmado tiene su explicación en el momento histórico que le toca vivir. En el tipo de sociedad de la cual emerge. En las características del hogar del cual provino. Por último, su complicada personalidad. Se podría decir, hegelianamente hablando, que Vargas Llosa es una personalidad desgarrada. Que es un espíritu desgraciado. Lo demás es tema de psiquiatras. Es tarea de psicólogos.

Recordemos su militancia en el Partido Comunista y su repentino paso y militancia en la Democracia Cristiana en el Perú. Luego su cerrada adhesión y defensa de la Revolución Cubana. Continuó como un convencido socialdemócrata. Hasta terminar como “fundamentalista liberal”, como a él le gusta autocalificarse. O como un conservador neoliberal, como otros lo catalogan. En esta última etapa, pretendió ser Presidente del Perú, pero, como es bastante conocido, perdió ante un “oscuro personaje”, ante un “despreciable contendor”, como él lo calificó, que responde al nombre de Alberto Fujimori.
Estos constantes cambios ideológico-políticos no son exclusivos en este quehacer humano. Ellos se repiten, muchas veces, en la misma proporción en el plano de la creación literaria. Por tanto los frecuentes vaivenes del novelista aquí estudiado no han sido los primeros, tampoco serán los últimos en este mundo del poder y la fantasía.

Los consabidos cambios son argumentos centrales para que algunos estudiosos comparen a Mario Vargas Llosa con conocidos personajes que han pasado a la historia por su incurable oportunismo, en unos casos, o por sus frecuentes cambios ideológico-políticos, en otros. Es frecuente mencionar a Joseph Fouché (1759-1820) como prototipo de los primeros y a Benito Mussolini (1883-1945) como encarnación de los segundos. La verdad es que hay más que evidentes puntos de encuentros entre el Premio Nóbel de literatura 2010 con los nombrados. En primer lugar su procedencia provinciana, su extracción de clase, su mundo cultural, son parecidos. Sus rasgos psicológicos, en lo fundamental, coinciden.

 
Pero existen otros hechos, igualmente importantes, que notoriamente los diferencian. Vargas Llosa, pudiendo haberlo hecho, nunca aceptó tener-compartir el poder directamente. Segundo, el novelista canaliza la mayor cantidad de su energía-fantasía, de sus sueños-desvelos en dirección del arte, particularmente de la literatura. Mientras que Fuché y Mussolini orientaron lo suyo en función de la política. Para ellos el arte, la literatura, careció de importancia.

 
Por el contrario, para otros estudiosos, la vida publica-privada de Vargas Llosa estaría más emparentada con dos figuras literarias que aparecen en la novela Ilusiones perdidas de Honoré de Balzac (1799-1850), dos hombres provincianos, pequeñoburgueses, deseosos de triunfo. Ellos irrumpen, como una sombra, en el universo literario de la Ciudad luz en busca de celebridad. Y, para coronar su deseo, se comprometen activamente con la política. Es conocido el arribismo-oportunismo de Rastignac, que fluye paralelo al arribismo-radicalismo de Lucien. Nosotros pensamos que el autor de Conversación en la catedral está más cerca del segundo que del primero. Para corroborar nuestra afirmación transcribimos un escueto párrafo del autor sobre el personaje mencionado. Sus palabras: “Lucien, que se había convertido en monárquico y romántico rabioso, de liberal y volteriano rabioso que fue desde su principio,…” (Balzac 1976: 355)

Sus cambios ideológicos, aquí mencionados, tienen raíz en su agnosticismo que se da la mano con su eclecticismo, en el plano filosófico. Estos vaivenes se dan en tiempos políticos relativamente prudentes. Lo dicho corre paralelo con que él es una personalidad emotiva, de carácter voluble, de espíritu controvertido. En Vargas Llosa son, principalmente, las sensaciones las que lo impulsan a caer en muchas contradictorias e incoherentes adhesiones.

Todo no queda ahí. Muchas veces sus contradicciones se manifiestan en tiempos cortos. Incluso muy cortos. En un artículo periodístico, en una crónica política, en un ensayo ideológico, es donde se evidencia lo afirmado. En estos últimos casos, el problema ya no es sólo emotivo. Parece ser un problema consustancial a su discurrir mental. A su concepción de la vida. A la lógica de su razonar.

El novelista es un excelente propagandista de ideas ajenas. Es un eximio difusor de ideas ya formuladas. El problema, en Vargas Llosa, es cuando intenta teorizar por su cuenta y riesgo. Aquí es cuando la confusión aflora y da pábulo a un sinnúmero de incoherencias. Es cuando brotan espontáneamente sus problemas con las definiciones, sus deficiencias con los conceptos. Esta dificultad con las definiciones-conceptos es la causa central de su problema cuando pretende teorizar, o en su defecto, cuando intenta ser ideólogo.

En torno al rigor en el uso de los conceptos y la precisión en la formulación de las ideas, deseamos hacer un añadido que trasciende a Vargas Llosa, y que tiene mucho que ver con el origen, estructura y desarrollo del idioma español como tal. Para comprender esta problemática, hay que tomar en cuenta, y esto es válido para todos los idiomas, el momento histórico en el cual se origina un idioma y la necesidad que determina su estructuración de tal o cual manera.

 
El español es un idioma estructurado en los tiempos de la contrarreforma y todo lo que implicó esta etapa histórico-cultural en Europa y en España redunda sobre él. Teniendo este marco general, hay que comprender la presencia, en su estructura, de muchas figuras, de abundantes metáforas en su composición y de un sinnúmero de adjetivos en su vocabulario. El español es un idioma principalmente emocional, en un nivel, y en otro nivel, bastante concreto. La existencia de sustantivos y verbos no son lo suficientemente abundantes para dotar al idioma de precisión, en unos casos, o de exactitud, en otros. Es por ello sus limitaciones evidentes para la abstracción filosófica o para la precisión científica.

 
Esta característica del idioma ya fue evidenciada por intelectuales hispanohablantes de renombre como Paul Croussac (1848-1929), Leopoldo Lugones (1874-1938) y Jorge Luis Borges (1899-1986). El mismo Vargas Llosa en muchas oportunidades ha abordado el tema con mucha propiedad. Para la ocasión, leamos lo que en 1990 escribió: “El español, como el italiano o el portugués, es un idioma palabrero, abundante, pirotécnico, de una formidable expresividad emocional, pero, por lo mismo, conceptualmente impreciso. Las obras de nuestros grandes prosistas, empezando por la de Cervantes, aparecen como soberbios juegos de artificio en los que cada idea desfila precedida y rodeada de una suntuosa corte de mayordomos, galanes y pajes cuya función es decorativa" (Vargas Llosa 1990: 468).

 
Lo mencionado es la característica principal del idioma aquí referido. Esto es lo que singulariza, por ejemplo, a tres de los más conocidos y representativos escritores de habla hispana de todos los tiempos. Miguel de Cervantes (1547-1616), Pablo Neruda (1904-1973) y Gabriel García Márquez (1927-). Pero para ser justos, en idioma español se han escrito también obras conceptuales, con un nivel considerable de abstracción y con alta precisión. Que esta producción no sea fácil de leer, por lo tanto, poco conocida, no niega su existencia y menos su gran valor. Además, algo paradigmático, estos escritos se han producido en tiempos casi paralelos a los anteriormente mencionados. Recordemos la producción de Francisco Quevedo y Villegas (1580-1645), de César Vallejo y Jorge Luis Borges.

Con lo último, deseamos insistir que un idioma tiene, en términos generales, ciertas características que se presta mejor para tal o cual actividad teórica. Ello no implica que esté totalmente cancelado para otro tipo de actividad intelectual. Con lo afirmado nos distanciamos de aquellos teóricos que sostienen que sólo en un determinado idioma se puede filosofar o hacer ciencia y en otro sólo narrativa o literatura.

 
Volviendo sobre el tema anterior, veamos algunos casos de flagrantes contradicciones en Vargas Llosa para evidenciar lo afirmado. En el discurso de Estocolmo, con motivo de la recepción del Premio Nóbel, subrayando el carácter revolucionario de la literatura en la sociedad, escribió: “Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empapados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los tabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.” (Vargas Llosa 10-12-2010)

 
Lo que Vargas Llosa denuncia, en el párrafo transcrito, es una verdad a medias. Es solamente el aspecto que determinadas élites desean escuchar. La otra parte, conociéndola muy bien, sencillamente la ignora. Nos referimos a la dictadura de la gran burguesía. Del Poder en manos del gran capital. Los que controlan y orientan los Estados. En pocas palabras, el sistema capitalista en su conjunto. Sistema que ha convertido a la razón en sinrazón. Esta sinrazón razonada, o razón instrumentalizada, en el alfa y el omega que orienta las sociedades controladas, las sociedades manipuladas. Es el sistema que ha transformado al ser humano en una simple mercancía. La sociedad que ha encumbrado el tener a condición de degradar el ser.

 
Todo este Leviatán funciona con la engañifa de la democracia liberal, con el mito de la democracia representativa, la que ha reglamentado, la que ha legalizado y legitimado la dictadura. Es la gran burguesía quien ha prostituido las dos bellas palabras. Es el sistema que ha quitado todo contenido real a los dos términos. Es el orden establecido que, en nombre de la democracia, de la libertad, organiza guerras, instrumentaliza dominación, garantiza explotación, en el mundo entero.

 
Esta democracia liberal, como la gran burguesía lo conceptualiza, como sus teóricos lo sistematizan, como sus políticos lo propagandizan, como sus representantes lo instrumentalizan, no es más que una coartada para el dominio, la explotación, las guerras, las dictaduras abiertas, de igual modo para las dictaduras encubiertas en las “sociedades de control”, las que, en esencia, son las democracias desarrolladas, como ellas se autodenominan, del Primer Mundo.

 
Son las democracias liberales “desarrolladas” las que mejor aplican la violencia ideológica. Son las que mejor implementan la violencia psicológica. Para ello cuentan con todo el poder del Estado. Con todos los mecanismos de dominación. Comenzando por los medios de comunicación. Dentro de ellos, es la TV el medio más eficaz para implantar el control y dominio psicosocial sobre la población.

 
Vargas Llosa conoce muy bien lo mencionado. En algunos momentos lo evidencia y hasta lo critica, pero sin ver que la raíz del mal descansa en el sistema dominante que él defiende. Leamos lo que declaró: “La televisión es un medio de un poder extraordinario, pero sus contenidos son de una gran pobreza, de una gran indigencia creativa, moral, intelectual y artística.” (Fresneda 2010: 54)

 
De lo afirmado en torno a estas democracias de control no se desprende, necesariamente, que ellas tengan el mismo significado, en la formalidad, que las caricaturas de democracia que proliferan en el denominado Tercer Mundo. Las democracias de control en el Primer Mundo tienen una mayor legitimidad, hegemonía y consenso, gramscianamente hablando, que las otras. Pero en esencia son lo mismo.

 
No se trata de los sistemas de Gobierno, que cambian periódicamente ni de los partidos políticos que se alternan sucesivamente en el mismo. Se trata del carácter del poder del Estado. El Gobierno puede cambiar periódicamente a través de los actos electorales periódicos, de las llamadas “dictaduras” a las llamadas democracias. Orientarse por el Estado de derecho. Pero el tema central no son estos métodos. Lo determinante es el rol del Estado. La imposición de este aparato en la sociedad es permanente.

 
Por último, lo afirmado no implica que se denigre a la democracia, a la libertad como logros histórico-políticos. Éstas son grandes conquistas de la humanidad que se hicieron a través de acción heroica de la burguesía en ascenso cuando ésta fue una clase revolucionaria. Clase que compaginaba y sintetizaba las necesidades, los deseos, los ideales, de las grandes mayorías. Ella fue quien materializó en parte, primero, y abandonó totalmente, después, estos grandes principios.

 
Que la burguesía haya arriado estas banderas, que haya abdicado de sus ideales, que de ser clase revolucionaria se haya metamorfoseado en clase contrarrevolucionaria, no es una excepción. Esta acción es común denominador de todas las clases progresistas, las que después de encaramarse en el Poder, devienen enemigas del progreso.

 
Que la clase burguesa, imitando al mítico Dios Cromos, haya devorado a sus hijos (la razón, la justicia, la igualdad, la libertad, la confraternidad, la democracia), no implica, de ninguna manera, negar estos invictos principios. Por el contrario, la misión de los auténticos demócratas, de los verdaderos liberales, de los consecuentes progresistas, humanistas, izquierdistas, socialistas, revolucionarios, comunistas, es recuperar la esencia de estos logros. Llevarlos a la práctica hasta los últimos límites y ahí, en la vida cotidiana, agotarlos social e históricamente.

 
En relación a lo afirmado, Klaus Mann (1906-1949), sin ser un teórico de la política, más bien desde la vertiente de la literatura, comprendió este engarce entre los logros del pasado y su proyección hacia el futuro. Leamos lo que, hace más de setenta años, puso en boca de uno de sus personajes: “… balbuceó que había burgueses que estaban por encima de la burguesía y que podían ser respetados por los comunistas, que la herencia grandiosa de las revoluciones burguesas y del liberalismo seguían presente aún en la ideología bolchevique,…” (Mann 1995: 111)

En otras palabras, todas estas conquistas recuperadas y desarrolladas teóricamente deben ser materializadas en las relaciones económicas. En la actividad social. En la vida política diaria. En la recreación cultural permanente. Teniendo como raíz y tronco la justicia. Como ramas y flores la libertad. En esas condiciones, el fruto democracia caerá como cae la fruta madura. Sólo en medio de estos dos principios, la democracia encontrará su verdadero sentido. Recuperará su verdadera esencia. Sólo así encontrará su auténtica significación humana.

 
Esto no ve Vargas Llosa. No desea ver. Ahí es cuando aparecen nuevamente las orejas del filisteo. Es el otro Vargas Llosa defensor del sistema quien aparece en el escenario. Es el Vargas Llosa conservador que sale, espada en mano, a la palestra. Es el Vargas Llosa anticomunista que gana los aplausos de todos los conservadores del mundo. Es el Vargas Llosa, “fundamentalista liberal”, que emprende la gran cruzada en defensa del orden “democrático-liberal” y en contra del progreso-transformación, quien se lleva la gloria.

 
Como prueba de lo afirmado, veamos lo que leyó al respecto en el mencionado discurso de Estocolmo: “Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el Poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida fetal y acercándonos -aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer.” (Vargas Llosa 10.12.2010)

 
Para terminar con esta parte, el periodista César Hildebrandt (1948), paisano de Vargas Llosa, poniendo algunos ejemplos concretos de la democracia liberal que el novelista defiende, escribió: “Vargas Llosa lo ha dicho con todas sus letras: `Defendamos la democracia liberal.´¡Qué franqueza y qué vacuidad de frase! O sea que el escritor que ha pregonado siempre que la literatura enmienda a la realidad, postula, al mismo tiempo, desde su flamante Olimpo, la resignación ante lo que considera insuperable: LA DEMOCRACIA LIBERAL (las mayúsculas son mías, pero interpretan el énfasis vargasllosiano).

 
Porque, dejémonos de monsergas: ¿Qué es la democracia liberal? ¿La de Estados Unidos, donde si quieres mejorar la salud pública dándosela a quienes no están cubiertos tienes que enfrentar a un ejército de analfabetos cívicos encabezados por Sarah Palin, ejército que, al final, paraliza o esteriliza tus proyectos? ¿O la de Chile, que nació en el mar de sangre de Pinochet y continúa hoy con un enorme grado de desigualdad y con el desconocimiento de los derechos mapuches? ¿O la del Perú, parida en el golpe de Estado de Fujimori y ahondada hoy por un farsante, con quien Vargas Llosa se ha amistado, que dice que la plata viene sola cuando la verdad es que viene acompañada de una licitación, una ley a domicilio, o una gran concesión fraudulenta, y que añade que si Humala gana las elecciones él promoverá un golpe de Estado? ¿Es ésa la democracia liberal por la que debemos, como caballeros andantes, luchar hasta morir?”

 
Finalmente agrega: “¿Es democracia liberal la del cómico Ménem o la del trágico Lobo? ¿La de Sarkozy -ese Petain sin batallas-, o la de Berlusconi, ese Casanova sin gracia? ¿O la de Rodríguez Zapatero, ese señor que acepta que los estadounidenses usen las pistas de aterrizaje de España para sus vuelos con carga humana clandestina? Vargas Llosa callaría si alguien le pidiera precisiones. Pero no calla lo que su astucia y su vanidad le dictan -astucia para congraciarse con los grandes mercados y vanidad para erigirse como voz de una muy supuesta conciencia mundial-. Por eso usa groseramente el podio del Nóbel para condenar la dictadura de Cuba y los `populismos payasos´ que se le parecen. Y menciona a Venezuela, Nicaragua y Bolivia. ¿Cómo se puede caer tan bajo en la ceremonia de lectura oficial de un discurso por el Premio Nóbel? ¿Qué derecho puede esgrimirse para ese vertido de insultos? ¿Y si hay populismos payasos, no habrá también corretaje de novelistas?” (Hildebrandt 2010: 2)

 
Mal que les pese a los seguidores del novelista, lo escrito por el periodista es verdad en todas sus líneas. Ésta es una de las caras, de las muchas que tiene en el nivel político-ideológico, el Premio Nóbel de Literatura 2010.

 
Otro acápite del susodicho discurso fue el tema de la “sangre”, de la “raza”. Refiriéndose al Perú, dijo: “Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de `Todas las sangres´. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevarnos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales.” (Vargas Llosa 10-12-2010)

 
Vayamos por partes. El tema de la “sangre”, para categorizar-caracterizar a los seres humanos, es una creación de los biologistas. La razón de esta idea es para diferenciarse, con el argumento de que hay “sangre” limpia, pura, azul y, por otro lado, “sangre” mezclada, chandala, degenerada, etc. El concepto de “raza” que Vargas Llosa utilizaba en muchos escritos, como sinónimo de rasgos morfológicos de los seres humanos, es una creación de los racistas. Con ello argumentan-justifican que hay “razas” superiores, “razas” inferiores, “razas” puras, “razas” degeneradas, etc. Ese viejo principio mítico-religioso de que hay “Un pueblo elegido por Dios” para reinar sobre la Tierra ha sido reemplazado por el principio de que hay “Razas puras”, “Razas más evolucionadas” para gobernar el planeta. Esto, como las ciencias ya lo han demostrado, es creación ideológica-fantasiosa.

 
Sobre el acápite de la “sangre”, de la “raza”, desde el punto de vista científico, en el Congreso Mundial de Biología celebrado el año 1905, se sentenció que éstas son falacias. Que éstas son creaciones-convenciones ideológicas. Por su parte la UNESCO, en su reunión celebrada en 1967, donde concurrieron todos los especialistas sobre el tema, concluyó: “Primero. Todos los hombres que viven hoy día pertenecen a la misma especie, descienden del mismo tronco. Dos. La división de la especie humana en ‘razas’ es en parte convencional y en parte arbitraria, y no implica ninguna jerarquía absoluta. Tres. El conocimiento biológico actual no nos permite imputar los logros culturales a las diferencias en el potencial genético, sino que deberían atribuirse a la historia cultural de los diferentes pueblos. Los pueblos del mundo actual parecen poseer igual potencial biológico para alcanzar cualquier nivel de civilización.” (Ver archivos de esta organización.)

Del mismo modo, en los últimos años, el profesor Stuart Hall (1932) sobre el punto escribió: “… la raza no es una categoría biológica o genética que tenga validez científica. Hay diferentes variedades y `lagunas´ genéticas, pero están tan ampliamente dispersas dentro de lo que se llama las `razas´ como lo están entre una `raza´ y la otra. La diferencia genética -el último refugio de las ideologías racistas- no puede ser usada para diferenciar un pueblo de otro. La raza es una categoría discursiva, no biológica. Es decir, es la categoría organizadora de aquellas maneras de hablar, de aquellos sistemas de representación y de las prácticas sociales (discursos) que utiliza un conjunto suelto y a menudo no-especifico de diferencias en las características físicas –color de la piel, la textura del cabello, los rasgos físicos y corporales, etc- como marcas simbólicas a fin de diferenciar un grupo de otro en los social.” (Hall 2010: 385 y 386)

 
El escritor José María Arguedas (1911-1969) puso como título a una de sus novelas Todas las sangres. La literatura, por su esencia, se mueve entre figuras y se expresa con metáforas. Por lo tanto el título del libro se entiende, se explica y se justifica como una figura literaria. Los que desean encontrar en este título una síntesis científica-conceptual de la sociedad peruana o se equivocan por ignorancia o, de lo contrario, son racistas encubiertos, como tantos que proliferan en el mundo.

 
Vargas Llosa conoce muy bien estas diferencias. Es por ello que no se explica por qué toma una figura metafórica para explicar conceptual-racionalmente una problemática histórico-social. Los seguidores de Arguedas que defienden esta última acepción no le hacen ningún favor al autor de Los ríos profundos, presentándolo como un racista donde había, posiblemente, un indigenista-socialista.

 
¿O pensaba Arguedas lo contrario de lo que afirmamos? Esperamos que no. A pesar de las luces y las sombras, aún no develadas, que cubrió el encuentro-discusión sobre la novela, el año 1965, organizado por el Instituto de Estudios Peruanos. Si es una novela, que sus páginas reproduzcan total o parcialmente una realidad, no tiene ninguna importancia. Historia distinta sería si es un ensayo. Con mayor razón si fuese un tratado científico. Parece que en aquella lejana discusión se confundieron los niveles. Hubo muchos confundidos. Y uno de ellos, en parte fue precisamente, el autor de la novela mencionada.

 
Además del tema de la “sangre” y “raza”, hay otro acápite en el discurso de Estocolmo que está ligado a los dos falsos conceptos mencionados. Nos referimos al tema de la “identidad”. Leamos: “Si escarbamos un poco, descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es un pequeño formato del mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!” (10-12-2010)

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