El Nuevo Realismo una Nueva Opción Para
la Nueva Crítica Clasista
Primera Parte
Julio Carmona
EN EL ARTÍCULO TITULADO «Necropsia de la vanguardia», publicado en un
número anterior de esta revista, adelanté que en otro texto iba a tratar este
tema del realismo. Pero como este es un tanto extenso, se va a publicar en dos
entregas. Va aquí la primera.
Uno de los libros que analiza la obra de José Carlos
Mariátegui, con el que yo expreso conformidad en un noventa por ciento, es el
titulado Martí/Mariátegui: Literatura,
inteligencia y revolución en América Latina, del poeta Winston Orrillo (1989). Es una conformidad basada en dos razones. En lo formal,
por su bien dosificada profusión de citas y su interesante notación de las
mismas. Y en el contenido, por la feliz presentación de coincidencias en el
pensamiento de ambos conductores de la revolución de sus respectivos pueblos.
Aun cuando —y el mismo autor lo precisa— no hubiera identificación ideológica,
debido, obviamente, a la distancia de época que los separaba (aunque sí
identidad popular).
Pero no se olvide que al empezar insinué que había un
diez por ciento de divergencia. Y es lo que voy a explicar a continuación,
porque está en relación con el tema a tratar, el nuevo realismo. Y a estas otras razones me remito. Al referirse a
Martí, dice Orrillo:
«la
vocación realista de Martí (que no
tiene que ver con las estrecheces y limitaciones de la escuela literaria de
este nombre) lo preservó de sucumbir en el gaseoso esteticismo modernista» (op.
cit., pág. 176. Negrita del autor).
Y mi discordancia en este caso se relaciona con una imprecisión en torno al
tópico del realismo, pues me parece
inapropiado —en estos tiempos— estar haciendo un deslinde de ese tipo con la
escuela realista del novecientos, pues en tal medida también habría que hacerlo
respecto de otros realismos (como el realismo
socialista moscovita, por ejemplo). Y esto es tanto más urgente ya que en
los tiempos de Martí todavía no se había hecho un balance decisivo entre el
haber y el debe del realismo decimonónico. Entonces, se trata, mejor, de
incluir a Martí solo en la tendencia
realista (o vocación realista
como inicialmente formuló su juicio WO). El referirse a los movimientos o
escuelas —derivados de la tendencia— exige hablar de sus «estrecheces y
limitaciones», y al hacerlo se obvia los méritos o aportes insoslayables de la
tendencia que es la que da impulso a las escuelas (¡incluido —por extensión— el
naturalismo de Zola!) Y esto es algo en lo que no incurren: JCM, por su
concepción dialéctica, o el mismo Martí, por su sindéresis ínsita.
Pero en la propuesta de WO hay otro aspecto positivo en
lo que concierne al realismo, pues
luego de hacer la siguiente cita de Martí: «Les hablaremos [a los estudiantes]
de todo lo que se hace en los talleres, donde suceden cosas más raras e
interesantes que en los cuentos de magia, y son magia de verdad, más linda que
la otra». [Los corchetes son míos]. Y, enseguida, WO agrega:
«Con este
concepto Martí se está, nuevamente, adelantando a su tiempo y otea lo que será
el nuevo realismo, que no excluye,
sino que incorpora, porque no le teme a la fantasía, “los cuentos de magia”.
Una realidad amplia, rica, ubérrima, es la que debe ser reflejada en la obra de
arte literaria, que no será, pues, de ninguna manera, la mera descripción
fotográfica de la vida» (p. 177). [Cursiva mía, J.C.]
Y destaco la expresión nuevo realismo,
en la cita de WO, porque es un concepto que, precisamente, exime de estarlo
oponiendo a otras versiones de la tendencia
realista (incluidas las más pedestres o presumidas, como el populismo o el
naturalismo). Y, luego de tan acertada mención de ese concepto caro al Amauta,
WO, con justeza, establece el nexo de continuidad de esa visión realista
martiana con la sostenida por su par mariateguiana. Y para sustentarlo hace la
siguiente cita del Amauta:
«Nada es más
erróneo en la vieja estimativa literaria que el concepto de que el realismo
importa la renuncia de la fantasía. Esa es, en todo caso, una idea basada
exclusivamente en las experiencias y en las creaciones del sedicente realismo de la novela burguesa. El artista desprovisto o
pobre de imaginación es el peor dotado para un arte realista. No es posible
atender y descubrir lo real sin una operosa y afinada fantasía. Lo demuestran
todas las obras dignas de ser llamadas realistas, del cinema, de la pintura, de
la escultura, de las letras»
(1959-6, pp. 178-179). [Cursiva mía, J.C.]
Pero WO, luego de esta cita, acota: «Martí y Mariátegui vuelven a coincidir
en su rechazo al ramplón realismo decimonónico, al que el segundo llama “realismo
burgués”.» Y vuelve a citar a JCM: «La impotencia de la burguesía para producir
un arte verdaderamente realista no se manifiesta en la obra de Zola menos que
en las otras del mismo ciclo literario» (op. cit.: 156).
Y en esto va otra discordancia. Considero que la
apreciación que hace WO de ambas citas es, por decir lo menos, apresurada. En
la primera, debe advertirse que JCM salva al realismo (a la tendencia realista)
de la acusación que ‘la vieja estimativa literaria le hace de darle importancia
a la renuncia de la fantasía’, y dice que esa estimativa corresponde al
«sedicente realismo de la novela burguesa». Es decir, que para JCM no hay un
solo realismo decimonónico, sino dos: uno verdadero y otro falso; este último
correspondería a la obra ‘de Zola y a las otras de su mismo ciclo’. No es, pues
—como dice WO—, que se esté rechazando a un único y «ramplón realismo
decimonónico», al que JCM —dice WO— «llama “realismo burgués”.» En realidad,
sobre este tópico del «realismo burgués», el hecho de que la inmensa mayoría de
los escritores realistas del novecientos perteneciera a la clase de la
burguesía o la pequeña burguesía, no quiere decir que todos hubieran sido
impulsados o patrocinados por estas clases para desarrollar un «realismo» que
asistiera a llenar el vacío dejado por Balzac y Stendhal, fallecidos en 1850 y
1842, respectivamente.
Se sabe que la burguesía no vio con buenos ojos la obra
de ambos grandes realistas, inclusive ni la de Eugenio Sue. De este autor dice
Umberto Eco: «Sue adoptará un solo código, el de las masas populares. Entonces
la burguesía conservadora se volverá contra él, a través de la opinión oficial
(…) Sue ha elegido el lenguaje y el mando de los proletarios» (Eco,
1970: 13). Y agrega Eco: «Aun
puede suscitar en nosotros (…) el gusto crítico que se siente al saborear un
documento característico de la época romántica —testimonio más próximo de lo
que se puede creer a las obras relevantes de Sand, Balzac, Hugo, Cooper o
Scott» (p. 22). Si el marxista JCM se hubiera referido así, como dice WO, de todo el realismo decimonónico como
«ramplón», ¿cómo quedaría la opinión de Marx y de Engels referida al padre del
realismo de esa época: Honorato de Balzac? Dice Engels:
«El realismo del
que yo hablo puede manifestarse también a pesar de las ideas del autor.
Permítame un ejemplo: Balzac, a quien yo tengo por un maestro del realismo con
mucho superior a todos los Zolas del pasado, del presente y del futuro, nos da
en la Comédie humaine una excelente
historia realista de la sociedad francesa, puesto que bajo la forma de una
crónica, describe, casi año a año, desde 1816 hasta 1848, el empuje siempre
creciente de la burguesía ascendente contra la sociedad nobiliaria que, después
de 1815, se había reconstituido y había vuelto a enarbolar, en la medida de sus
posibilidades, el estandarte de la vieille
politesse francaise» [antigua cortesía francesa] (Marx y Engels, 1976: 136).
Y Georg Lukács dice: «Es sabido que Marx quería escribir un libro sobre
Balzac, que no pasó del estadio de plan ni quedó siquiera fijado en forma de
apuntes»
(Lukács, 1966, pág. 151). O
sea, pues, que cuando JCM se refiere al «realismo burgués» es a aquel que
impulsa, promociona o propicia la burguesía, y que cristalizará en la obra de
los naturalistas y los populistas folletinescos, con quienes —como ya dijimos—
esa burguesía quería reemplazar al realismo
crítico de ese mismo siglo:
«… cuando
valoramos el realismo de comienzos del siglo XIX [dice Georg Lukács], pensamos
en Balzac y Stendhal, no en los incontables novelistas que tal vez sus
contemporáneos admiraron por igual o incluso más que a los primeros» (Lukács,
1967: 174).
El mismo JCM hace una precisión sobre esa manipulación comercial que la
burguesía hizo del populismo y el naturalismo para «reemplazar» a la novela
realista. Dice:
«El populismo es
esencialmente demagógico. La novela y la crítica burguesas sienten en Francia
que a las grandes masas de lectores del demos indiferenciado, mitad
conservador, mitad frondeur [de la
fronda] no les quedarían en breve plazo más obras prestigiosas que las de Zola,
si la literatura se obstinara en seguir las huellas de los maestros del psicoanálisis
moroso y de la prosa preciosista. De aquí nace la decisión de fomentar la
producción en gran escala de novelas que, reclamándose precisamente de Zola,
abastezcan al pueblo de una literatura que se adapte a sus gustos e indague con
simpatía sus sentimientos. Sería sumamente peligroso para los intereses
electorales y literarios de la burguesía francesa, que concluyesen por acaparar
a este público, desalojando al mismo Zola, las novelas de la revolución rusa.
Se traza el plan de una literatura populista exactamente como se trazaría un
plan manufacturero, al abrigo de tarifas proteccionistas y atendiendo a la
demanda y a las necesidades del mercado interno. El populismo se presenta, de
este lado, en estricta correspondencia con la política de estabilización del
franco. No es sino un aspecto de la reorganización de la economía francesa,
dentro de los prudentes principios poincaristas. Para la burguesía
subconscientemente o conscientemente, la novela no es sino una rama de la
industria, un sector de la producción. Por cierto relajamiento de la
organización industrial, se estaba produciendo casi únicamente una novela de
lujo. La novela popular era abandonada a los autores revolucionarios, o
fabricada con viejos moldes, con gastadas matrices. Hay que prevenir la pérdida
de una parte del mercado lanzando una nueva manufactura, que tenga en cuenta la
evolución del gusto y las necesidades de los consumidores. No es a causa de un honesto retorno a la objetividad y al realismo que
surge el populismo. Entenderlo así, sería caer voluntaria o distraídamente
en un engaño. El populismo se caracteriza íntegramente como un retorno a uno de
los más viejos procedimientos de la literatura burguesa. Un crítico de Le Temps no podría amparar otra cosa.
Ninguna tolerancia, ninguna esperanza son, por ende, concebibles respecto a
este movimiento» (1959-6:
34. Cursiva mía: J.C.).
La literatura de los Zola (populismo y naturalismo unidos) tiene un
carácter de clase burgués. El paralelo de la difusión del populismo con los
intereses fiduciarios y políticos de la burguesía es aplicable a la difusión de
las telenovelas hogaño. Esa decisión de la burguesía de apoyar la difusión del
populismo responde a dos alternativas: se dejaba plaza libre a los autores
revolucionarios (aun cuando tuvieran pocas posibilidades de alcanzar grandes
audiencias) o dejaban a los populistas que lo hicieran con viejos moldes, con
gastadas matrices (aunque la distancia entre ambos no fuera muy amplia en ambos
sentidos). El apoyo del orden imperante al populismo no es que se haga para
favorecer al pueblo ni mucho menos al realismo. Y por eso concluye JCM:
«El populismo no
es sino la más especiosa maniobra por reconciliar las letras burguesas con una
cuantiosa clientela de pequeñas gentes, con un ingente público que les habría
enajenado el empleo exclusivo de los poncifs
[suspensos] de trasguerra, el apogeo indefinido de las modas postproustianas y
postgidianas. La demagogia es el peor enemigo de la revolución, lo mismo en la
política que en la literatura» (op. cit. pág. 33).
Nos dice, pues, JCM que el populismo es oportunista y busca conquistar el
público ganado por Proust y Gide, como busca el amparo realista en torno a un
«nuevo tema». Es esta una incisión categórica. De ahí que la siguiente y
generalizadora conclusión a la que llega WO no sea la más justa ni realista.
Dice:
«Por eso el
Amauta no tiene problema en celebrar la muerte del viejo realismo, muerte que
será, correlativamente, la de la sociedad en la que se sustentaba: la
burguesía.»1
Y no es una apreciación justa porque en la cita que hace de JCM (en que
aparece la frase «la muerte del viejo realismo») se nota claramente que él se
refiere al falso y sedicente realismo del
siglo XIX, no al verdadero del mismo siglo, y, por eso, como heredero de
aquel (del falso) pone a un mediocre periodista y dramaturgo, Alfred Capus
(1858-1922). Veamos la cita:
«La muerte del viejo realismo no ha perjudicado
absolutamente el conocimiento de la realidad. Por el contrario, lo ha
facilitado. Nos ha liberado de dogmas y de prejuicios que lo estrechaban. En lo
inverosímil hay a veces más verdad, más humanidad que en lo verosímil. En el
abismo del alma humana cala más hondo una farsa inverosímil de Pirandello que
una comedia verosímil del señor Capus»
(1959-6: 23-24. Cursiva mía).
Obsérvese que no dice «muerte del realismo», sino «muerte del viejo realismo»; porque él está
anunciando y hasta promocionando la aparición de un nuevo realismo. Y aquí está sugiriendo cuál sería una de sus
alternativas: la de morigerar ese sentido de lo «verosímil», que en el «viejo
realismo» lo ligaba a lo verdadero a «lo que ha sido o es» (y hasta
verificable).2 Y, entonces, JCM sugiere que también debe admitirse
la posibilidad de lo inverosímil, es decir, de aquello que no siendo verdadero
sí «es posible que lo sea». Y precisamente, antes, se ha referido a una obra de
Pirandello en la que lo extraordinario, aquello que la alejaba de lo verdadero,
no la hacía imposible de creerla como posible de ser.3 Y en el
artículo en que trata sobre Pirandello, JCM precisa mejor su visión de lo
verosímil:
«El prejuicio de
lo verosímil aparece hoy como uno de los que más han estorbado al arte. Los
artistas de espíritu más moderado se revelan violentamente contra él. “La vida
—escribe Pirandello— para todas las descaradas absurdidades, pequeñas y
grandes, de que está bellamente llena, tiene el inestimable privilegio de poder
prescindir de aquella verosimilitud a la cual el arte se ve obligado a
obedecer. Las absurdidades de la vida tienen necesidad de parecer verosímiles
porque son verdaderas. Al contrario de las del arte que para parecer verdaderas
tienen necesidad de ser verosímiles”.» (EAE: 24).
Esta cita de Pirandello cuadra el asunto: las cosas de la vida no necesitan
ser verosímiles porque son verdaderas, y ellas a veces se presentan como
inverosímiles. En arte lo increíble tiene que hacerse creíble; la mentira,
hacerse verdad. Lo verosímil es lo opuesto a lo verdadero. Si se dice la verdad
tal como se da en la realidad, deja de ser arte. Por eso lo increíble en el
arte «tiene la necesidad de parecer verosímil».4 Esta visión del
nuevo realismo se hace más patente cuando al reiterar JCM la «defunción» de ese
falso realismo, dice estar refiriéndose a la escuela realista (no a la tendencia
realista). Veamos:
«A través de
estos autores y estas obras se constata en el teatro moderno un hecho esencial:
la defunción de la escuela realista.
La orientación naturalista y objetivista no ha tenido un largo dominio sobre el
Arte. Ha pretendido mantener en un injusto ostracismo a la Fantasía y obligar a
los artistas a buscar sus modelos y sus temas sólo en la Naturaleza y en la
Vida tales como las perciben sus sentidos» (op. cit.: 186).
Y esta separación entre falso y verdadero realismo, que se advierte en la
estimativa dialéctica mariateguiana, se constata en la siguiente cita: «Los
errores del realismo, en el teatro como en la novela, han sido graves. Pero un balance exclusivamente negativo y pasivo
de la escuela realista sería incompleto e
injusto. El realismo ha renovado la técnica y el método teatrales» (Ibíd.
Cursiva nuestra). En tal sentido las
otras conclusiones a las que arriba WO también pierden objetividad, pues dice:
«… se colige que
es perentorio buscar un nuevo realismo,
un realismo que devuelva sus derechos a la fantasía, y que llegue hasta la
actualísima corriente del realismo
mágico que, como veremos, ya anuncia Mariátegui en este artículo sobre Nadja, de André Bretón» (op. cit. 180.
Negrita del autor. Cursiva nuestra).
Y, en realidad, no se trata de «buscar
un nuevo realismo», se trata de renovar
el realismo de siempre, el inmemorial, el que como base teórica ha dado impulso
a los movimientos y escuelas realistas de todos los tiempos (incluidos los
actos fallidos naturalistas y populistas), es decir, esa tradición que tanto
releva JCM y que, como dice René Wellek: es la fuerza de una «tradición [y] no
debe ser menospreciada. Tiene de su parte algunas verdades sencillas. El arte
no puede dejar de relacionarse con la realidad, a pesar de lo mucho que
reduzcamos su significado o hagamos énfasis en el poder transformador o creador
del artista. La palabra “realidad”, como “verdad”, “naturaleza” o “vida”, es,
en el arte, en la filosofía y en el uso común, una palabra cargada de valor.
Todo arte del pasado tenía como objetivo la realidad aun si hablaba de una
realidad superior: una realidad de esencias o una realidad de sueños y de
símbolos.» (Wellek, 1963: 170). Esta visión de los hechos coincide con lo
señalado por Eugenio Garin, en su importante trabajo sobre el renacimiento
italiano: «Lo antiguo, redescubierto —pues a ello conducían las afinidades
espirituales y las analogías en los estados de ánimo—, fluía de nuevo plasmando
por sí mismo la época, pero en un renacer y una regeneración que eran como una
nueva creación. Los simples imitadores pedestres —y los hubo— aparecen, pues,
como ramas secas en una planta floreciente» (Garin, 1986: 15).
De ahí que JCM diga, con absoluta coherencia: «Ahora que
el realismo está agotado y superado,
aparecen una técnica y un método verdaderamente
realistas»; es obvio, pues, que el ‘realismo agotado y superado’ a que se
refiere JCM era el «falso realismo», el que usaba técnicas y métodos realistas
falsos.
Por lo demás, cuando WO dice que JCM anunció lo que en
los últimos tiempos se conoce como «realismo mágico», resulta ser también
exagerado, porque no es que él estuviera proponiendo esa fórmula; en todo caso,
se limitó a señalar que tal fórmula pertenecía a Massimo Bontempelli, y que
podía ser verificado hasta en los escritores «más intransigentes en el servicio
de la fantasía». Y en el mismo orden de ideas, dice JCM:
«Restaurar en la
literatura los fueros de la fantasía, no puede servir, si para algo sirve, sino
para restablecer los derechos o los valores de la realidad. Los escritores
menos sospechosos de compromisos con el viejo realismo, más intransigentes en
el servicio de la fantasía, no se alejan de la fórmula de Massimo Bontempelli:
“realismo mágico”.» (1959-6: 179).
Esta es la cita que hace WO, pero en la continuación de ella (y que omite
nuestro autor) JCM ratifica la idea de una tendencia realista permanente, es
decir, que no se trata de «buscar un nuevo realismo», ni de declarar la muerte
de todo realismo. Dice:
«No aparece, en ninguna teoría del
novecentismo, beligerante y creativa, la
intención de jubilar el término realismo, sino de distinguir su acepción actual
de su acepción caduca, mediante un prefijo o un adjetivo. Neorrealismo,
infrarrealismo, suprarrealismo, “realismo mágico”.5 La literatura,
aun en los temperamentos más enervados por los excitantes de la secesión
novecentista, siente que sólo puede moverse en el territorio de la realidad, y
que en ningún otro lo espera mayor suma de aventuras y descubrimientos» (Ibíd.)
____________
(1) Y decimos que «no es una conclusión
realista» porque la muerte del viejo y falso realismo (celebrada por JCM) no
era correlativa a la de la sociedad burguesa, esta sigue hasta ahora
—lamentablemente— vivita y coleando; pero el viejo y falso realismo que la
burguesía pretendió contrabandear, no. Ese sí murió.
(2) «La obra del novelista escapa al
gobierno de la verosimilitud, e insensiblemente renuncia el escritor al
privilegio propio de la creación artística, al arduo goce de obligar a las
palabras a aceptar extraño contenido y nueva significación, a cambio de la
sutil pero estéril satisfacción de contemplar cómo giran obedientes a su propia
ley»
(3) He aquí un ejemplo categórico de lo que
JCM entiende por nuevo realismo,
aunque, aparentemente, contraría lo dicho en un momento anterior del libro que
estamos citando respecto al verismo, que buscaría lo verosímil o acercamiento a
la verdad; refiriéndose a la obra de un pintor solo realista: «Fattori, en cambio —dice JCM—, fue un pintor de
extraordinario realismo. Y en sus retratos y paisajes se aduna a una interpretación verista un admirable
sentido de la belleza y la armonía. Esta doble aptitud pictórica hace de él el
pintor más completo y más sugestivo del lapso abarcado por la bienal romana»
(1959-6, pág. 70), es decir, que la verdad no necesariamente tiene que ser
explícita o «fotográfica» y ayuna de belleza y armonía.
(4) «… nuestra época (es) una época en la
que existe un marcado contraste entre arte y vida, hasta el punto de que en la
vida hay poco de arte, y en el arte poco de vida, el arte no puede ser natural
cuando la vida es algo artificial»
(5) Con esta cita JCM está ratificando que
la expresión «realismo mágico» no es una propuesta suya ni siquiera como algo
que él desease proponer.
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