Dialéctica
Objetiva de lo Singular, lo Particular y lo Universal*
M.
M. Rosental y G. M. Straks
LO INDIVIDUAL o singular es
siempre el objeto concreto, el fenómeno individual. Fijemos nuestra atención en
el abedul. Este árbol tiene sus caracteres propios, que son exclusivos de él:
la altura, el tamaño, la edad, las condiciones de vida y peculiaridades de su
desarrollo. Nuestra percepción distingue fácilmente este árbol de otros
abedules, de otros objetos que se hallan cerca de él, de las hierbas, los
arbustos y el suelo sobre el cual se alza. Las hojas de este abedul y su fino
tronco blanco son exclusivas de él; en otro abedul también encontraremos un
tronco parecido al de nuestro árbol, pero siempre se tratará de otro tronco.
Podemos distinguir fácilmente a un abedul concreto, singular, del resto del
mundo circundante.
Pero
¿este abedul, en realidad, es absolutamente singular y se halla separado por
completo del mundo? ¿No hay en él algo que conviene, asimismo, a otros objetos,
a los demás abedules? ¿No tiene algo de común con el roble, que crece cerca de
él, o con otros árboles? En la realidad, ¿los abedules se presentan tan
singulares, tan irrepetibles como los hemos considerado? Si examinamos los
nexos existentes entre nuestro abedul y otros objetos y establecemos las
condiciones de su crecimiento y el carácter de su desarrollo, veremos que se
halla unido por miles de lazos a otros objetos y fenómenos y que en él no hay
ningún carácter que no se dé, de uno u otro modo, en otros objetos. El abedul
singular es una partícula del abedul general y lo que tiene de individual no es
más que el modo específico de combinarse los rasgos, que son inherentes a otras
combinaciones y, en otro grado, a otros abedules, robles, arbustos, etc.
En
nuestro abedul advertimos su propia altura, su tamaño, su edad, su
tronco y sus propias hojas; pero la altura, el tamaño, la edad y el
tronco se dan también en otros abedules, lo que quiere decir que no todo es
pura individualidad en estos rasgos individuales, puesto que en ellos hay
también algo universal. Por otra parte, además de estos caracteres
individuales, el abedul posee otros que se dan en todos los árboles de este
género; entre los caracteres propios de todo abedul figuran la forma específica
del tronco, el tono plateado de su corteza, la forma de las hojas
característica de todos los abedules, la peculiaridad de su estructura, la de
las semillas y el modo específico de realizarse el intercambio de sustancias en
él. Todos estos caracteres “particulares” se hallan en cualquier abedul. Pero
en este árbol encontramos rasgos que son comunes no solamente a otros abedules,
sino también a cualquier planta foliácea: las hojas en forma de lámina con
nerviaciones ramificadas, características también del roble, del arce, del
álamo blanco y de otros árboles con hojas.
Ello
significa que el abedul individual posee también, además de los caracteres
singulares, otros caracteres particulares y universales.
Pero
lo que tiene de “universal” —es decir, su carácter foliáceo— se presenta como
singular con respecto a su carácter de “planta”, en tanto que ésta es sólo una
forma “particular” de la naturaleza viviente.
Así,
pues, este abedul concreto, individual, se halla vinculado a otros muchos
objetos. Y esos innumerables e infinitos nexos con lo universal, que hemos
visto en el abedul podemos verlos en cualquier ente individual. “Lo singular
sólo existe en el nexo que lo une a lo universal”,5 dice Lenin a
este respecto.
Esto
podemos verlo, asimismo, en cualquier fenómeno de la naturaleza inorgánica. Por
ejemplo, los átomos de cada uno de los elementos son distintos; es decir, son
algo “singular”, ya que poseen su propio peso atómico, su valencia, su propia
carga del núcleo y una determinada estructura de la envoltura electrónica, etc.
Pero en todos los átomos hay algo que es común a ellos: todos tienen un núcleo,
una capa electrónica y una serie de partículas elementales; el núcleo de todos
los átomos, a su vez, puede desintegrarse. Precisamente a causa de que en todos
ellos existen propiedades comunes surge la posibilidad de transformar el átomo
de un elemento en el átomo de otro. El átomo, como cualquier otro fenómeno del
mundo objetivo, es una unidad de lo idéntico y de lo diverso, de lo universal y
de lo singular.
Veamos
esto mismo a la luz de otro ejemplo: el del movimiento como modo de ser universal
de la materia. El marxismo dice que el movimiento aplicado a la materia es el
cambio en general; el movimiento es tan universal como la materia misma. No
puede darse la materia sin movimiento como tampoco puede darse el movimiento
sin la materia. Sin embargo, el movimiento se presenta siempre bajo una
determinada forma, bajo una forma particular; y así tenemos diversos tipos de
movimiento: mecánico, molecular, electromagnético, movimiento de las
micropartículas, movimiento en los compuestos químicos y en la vida orgánica,
movimiento bajo la forma del desarrollo social y de la actividad del órgano del
pensamiento, el cerebro. Pero esta forma “particular” se realiza en lo singular
a través de los fenómenos individuales de movimiento.
La
unidad de lo individual, de lo particular y de lo universal se expresa en las
leyes que rigen el desarrollo de la naturaleza. Veamos, por ejemplo, una ley
universal como la ley de la gravitación, que rige en todos los cuerpos
materiales. Esta ley dice que dos cuerpos cualesquiera se atraen mutuamente con
una fuerza que es directamente proporcional al producto de las masas e
inversamente al cuadrado de las distancias. Esta ley universal actúa a través
de una serie de leyes menos generales, es decir, a través de leyes particulares
(por ejemplo, a través de las leyes de Kepler, que dan razón del movimiento de
los planetas al rededor del Sol, a través de la ley de la libre caída de los
cuerpos, etc.). Y estas leyes “particulares” se manifiestan en el movimiento
singular, concreto, de un planeta dado.
Esta
misma interdependencia real, objetiva, entre lo singular, lo particular y lo
universal la encontramos en los fenómenos sociales.
El
trabajo siempre se presenta como la unidad de estos tres momentos: universal,
particular y singular. Posee una naturaleza universal que se mantiene siempre,
cualquiera que sea la forma económico-social en que exista. “El proceso de
trabajo ... —dice Marx— es la actividad racional encaminada a la producción
de valores de uso, la asimilación de las materias naturales al servicio de las
necesidades humanas, la condición general del intercambio de materias entre la
naturaleza y el hombre, la condición natural eterna de la vida humana, y, por
lo tanto, independiente de las formas y modalidades de esta vida y común a
todas las formas sociales por igual.”6
Pero
el trabajo, además de su esencia universal, tiene también sus rasgos
específicos; lo que en el trabajo hay de universal — la producción de los
bienes necesarios para la existencia — se manifiesta a través de lo particular,
bajo una determinada forma histórica y concreta. Así, por ejemplo, la
particularidad del trabajo asalariado estriba en que el obrero trabaja al
servicio del capitalista, que es el propietario de los medios de producción y
se apropia del producto del trabajo del obrero. El trabajo asalariado, como
cualquier tipo de trabajo, sólo existe en los procesos singulares del trabajo,
bajo la forma de un trabajo singular, concreto.
Otros
múltiples hechos de la vida social confirman la realidad de esta unidad de lo
singular y de lo universal. Así, por ejemplo, las contradicciones internas son
inherentes a todos los fenómenos sociales o naturales. Pero esta contradicción
universal se presenta siempre como contradicción concreta entre determinadas
clases, entre ciertos partidos, entre Estados o como contradicción en el seno
de las clases, de los partidos o de los Estados.
Mao
Tse-Tung, en su trabajo Acerca de la contradicción, dice a este
propósito: “La relación existente entre el carácter universal y el carácter
específico de la contradicción es una relación entre lo universal y lo
singular... Lo universal existe a través de lo singular y sin éste no puede
darse lo universal.”7
Así,
pues, en la naturaleza orgánica y en la inorgánica, al igual que en los
fenómenos sociales, advertimos que lo singular no existe al margen de sus nexos
con lo universal, y que lo universal sólo existe a través de lo singular y en
el seno de éste.
“Lo
singular se opone a lo universal”, ha señalado Lenin, pero estos polos de la
contradicción no existen aislados el uno del otro, sino mutuamente vinculados
entre sí, formando una unidad. Todo objeto singular posee, al mismo tiempo, el
carácter de lo particular y de lo universal. Ello quiere decir que todo lo que
es singular es también, de uno u otro modo, universal.
Pero
todo lo universal, según la definición de Lenin, es también una parte, un
aspecto o la esencia de lo singular. Lo universal existe en lo singular y éste
forma parte de lo universal. El nexo indisoluble que une a estos dos contrarios
constituye el rasgo fundamental de su dialéctica.
Otro
rasgo de la dialéctica de estas categorías es el nexo que une un objeto
singular, a través de miles de transiciones, a los objetos singulares de otro género,
lo que expresa el encadenamiento objetivó que existe en la naturaleza y revela,
al mismo tiempo, su necesidad.
Así,
por ejemplo, el abedul concreto se halla íntimamente vinculado a un objeto
singular de otro género como el terreno dado, del que el abedul toma los
minerales nutricios; se halla en relación, asimismo, con determinados rayos
solares con ayuda de los cuales se lleva a cabo un proceso de fotosíntesis en
las hojas del abedul y se toman del aire las sustancias nutritivas
correspondientes. Ningún fenómeno singular puede desarrollarse ni existir sin
estos nexos con otros fenómenos singulares.
Cada
una de las categorías que estamos examinando abarca sólo un aspecto de la
realidad. Después de haber señalado lo universal y de afirmar que “esto es un
abedul”, solamente hemos puesto de relieve lo que reviste una importancia
esencial, pero prescindiendo de numerosos aspectos del objeto (lugar en que se
encuentra, altura, edad, etc.). Es claro que lo singular se halla vinculado
sólo parcialmente, no en forma plena, con la universal —es decir, con “el
abedul”—, ya que muchos rasgos individuales quedan fuera del marco del
universal dado. “Todo lo singular forma parte, de modo incompleto, de lo
universal”, dice Lenin.8 Y en esto reside la insuficiencia de lo
universal. Pero también lo singular, considerado en sí mismo, es insuficiente,
ya que sólo existe efectivamente en relación con lo universal. Ello significa
que la verdadera imagen del mundo, tal como es en la realidad, es una unidad
dialéctica de estos dos contrarios: lo universal y lo singular.
La
dialéctica objetiva de lo universal y de lo singular se manifiesta y reside en
el hecho de que lo singular puede transformarse en universal. Y los ejemplos de
esta transformación los hallamos tanto en la naturaleza como en la sociedad.
Supongamos que una planta de una determinada variedad, que se caracteriza por
un tipo de intercambio de sustancias ya consolidado, se ve sujeta a condiciones
no habituales para ella: experimenta un cambio gradual de temperatura, de la humedad
del aire y del suelo, así como de la composición de éste. Estos cambios
individuales que se operan en sus condiciones de existencia conducen a que
aparezcan en la planta propiedades y caracteres del organismo que no son
característicos ni habituales de la variedad dada.
Estas
desviaciones casuales y singulares se basan, sin embargo, en la ley de la
adaptación de los organismos al medio ambiente y se afianzan en los
descendientes. Las plantas que no se desvían de lo universal, es decir, del
tipo creado en las viejas condiciones, acaban por extinguirse; pero las
plantas, que se desvían y responden a los cambios operados en el medio
circundante con cambios en el carácter de su desarrollo, sobreviven. Los
cambios singulares se vuelven paulatinamente universales y lo universal se
transforma gradualmente en singular hasta desaparecer más tarde por completo.
La
tesis relativa a la transformación de lo singular y casual en universal y
necesario constituye una de las bases de la teoría científica del desarrollo de
la naturaleza orgánica, ya que rechaza el concepto de especie, es decir, de lo
universal, en la naturaleza viviente, como algo rígido y dado de una vez para
siempre.
El
desarrollo de las formas del valor, descubierto por Marx en El capital,
puede servirnos de ejemplo para ver la transformación de lo singular en
universal. Es sabido que ya en la sociedad primitiva había surgido entre los
hombres el cambio de los productos de su trabajo. El cambio tenía, entonces, un
carácter casual y a este carácter casual del cambio correspondía una forma
simple o casual del valor. Al surgir la primera gran división social del
trabajo, es decir, la segregación de las tribus de pastores, el cambio se hace
más regular y más necesario para el funcionamiento normal de la producción. A
esta fase de desarrollo del cambio corresponde la forma total o desplegada del
valor. Este cambio más regular, en el que una multitud de mercancías diversas
se cambian por muchas otras, no podía funcionar en las condiciones de la forma
simple del valor, en que el valor de una mercancía se expresaba solamente en el
valor de alguna otra. Una forma más alta del valor surge cuando el valor de la
mercancía se expresa en el valor de uso de numerosas mercancías, que desempeñan
la función de equivalentes. El valor se ha desarrollado aquí de lo singular y
casual a lo particular, tanto en el sentido de la frecuencia con que aparece en
el cambio cada vez más amplio como en el sentido del carácter de su expresión
(el valor de una mercancía se expresa en muchas).
El
desarrollo posterior de la división social del trabajo y de la producción
mercantil condujo a que el cambio se convirtiera en la forma predominante y
necesaria de la realización de los productos. Las necesidades del cambio cada
vez más amplio determinaron que resultara insuficiente la forma del cambio
directo de unas mercancías por otras, lo que venía ejerciéndose como forma
fortuita o desplegada del valor. Surge así la forma universal del valor en la
que todas las mercancías se cambian por una que actúa como equivalente
universal. Esta función de equivalentes universal las desempeñan, en diferentes
lugares, en estos primeros tiempos, diversas mercancías: el ganado, las pieles,
la sal, etc.
Las
necesidades de la ampliación sucesiva de la producción mercantil condujeron a
una sucesiva concentración del equivalente universal, a la creación de la forma
monetaria del valor y a la concentración de la función de equivalente universal
en una determinada mercancía, en el dinero.
Así,
pues, la forma singular, fortuita, del valor que había surgido como expresión
de la división del trabajo, nacida sobre la base del incremento de las fuerzas
productivas y como expresión también de la necesidad en el cambio, se
desarrolló a través de la forma particular del valor (forma desplegada) hasta
convertirse en la forma universal del valor.
Lo
singular, que se eleva hasta lo universal, expresa el curso progresivo del
desarrollo. Tras estos fenómenos singulares se halla el futuro, ya que lo
nuevo, lo progresivo, lo que expresa la sujeción a la ley, triunfa
inevitablemente en el curso del desarrollo.
Tomemos,
por ejemplo, el triunfo de la Gran Revolución Socialista de Octubre y la
edificación del socialismo en nuestro país. Los ideólogos de la burguesía se
empeñaban en afirmar, en todos los tonos, que nuestra revolución tenía un
carácter único y casual y no podría repetirse en otros países. Sin embargo, en
la actualidad muchos países de Europa y Asia, incluyendo una potencia tan
grande como China, han emprendido, siguiendo a la U.R.S.S., el camino de la
edificación socialista. El socialismo se ha convertido así en un sistema
mundial.
El
curso del desarrollo histórico demuestra palmariamente que las ideas y la
práctica del socialismo abarcan cada vez a mayor número de países; demuestra, a
su vez, que todos los países llegarán, por caminos distintos, al socialismo, el
cual se convertirá de este modo en el régimen social avanzado, universal, que
imperará en toda la esfera terrestre.
Estos
son los rasgos fundamentales de la dialéctica de las categorías de lo singular,
de lo particular y lo universal en la realidad, dialéctica objetiva de la que
es reflejo la dialéctica del conocimiento humano.
_______
(*) M. M. Rosental y G. M. Straks,
Categorías del materialismo dialéctico, capítulo VIII: Lo singular, lo
particular y lo universal, apartado: Dialéctica objetiva de lo singular, lo
particular y lo universal.
(5) V.
I. Lenin, Cuadernos filosóficos, ed. rusa, pág. 329.
(6)
C. Marx, El capital, trad. española de W. Roces, pág., 206, México, D.
F., 1946.
(7)
Mao Tse-Tung, Obras escogidas, tr.nl. rusa. t. II. pág. 440. Moscú,
1953.
(8)
V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, ed. rusa, pág. 329.