Stalin. Historia y Crítica de Una Leyenda Negra
(7)
Domenico
Losurdo
El culto a la personalidad
en Rusia; de Kerensky a Stalin
La denuncia del culto a la
personalidad es el argumento principal de Kruschov. En su Informe sin embargo
no aparece una pregunta que parecería obligatoria: ¿tiene que ver con la
vanidad y el narcisismo de un único líder político, o con un fenómeno de carácter
más general que hunde sus raíces en un contexto objetivo determinado? Puede ser
interesante leer las observaciones realizadas por Bujarin mientras en EEUU se
ultiman los preparativos para la intervención en la Primera guerra mundial:
Puesto
que la máquina estatal está más preparada para las tareas militares, se
transforma por sí misma en una organización militar, al mando de la cual hay un
dictador. Este dictador es el presidente Wilson. Se le han concedido poderes
excepcionales. Tiene un poder casi absoluto. Y se intenta instalar en el pueblo
sentimientos serviles hacia el "gran presidente", como en la antigua
Bizancio, donde divinizaron al propio monarca112.
En situaciones de crisis
aguda la personalización del poder tiende a entrelazarse con la transfiguración
del líder que lo detenta. Cuando llega a Francia en diciembre de 1918, el
presidente americano victorioso es aclamado como el salvador y sus catorce
puntos son comparados con el Sermón de la montaña113. Sobre todo,
dan que pensar los procesos políticos que se producen en Estados Unidos, en el
período que va desde la Gran crisis a la Segunda guerra mundial. Elegido
presidente con la promesa de poner remedio a una situación social y económica
bastante preocupante, F. D. Roosevelt ostentará el cargo durante cuatro
mandatos consecutivos aunque muere al comienzo del cuarto: un caso único en la
historia de su país. Más allá de la larga duración de esta presidencia, fuera
de lo común son también las previsiones y esperanzas que lo rodean. Destacadas
personalidades hablan de «dictador nacional» e invitan al nuevo presidente a
dar muestra de toda su energía: «Se convierte en un tirano, un déspota, un
auténtico monarca. Durante la guerra mundial tomamos nuestra Constitución, la
apartamos a un rincón hasta que no hubo acabado la guerra». La permanencia del
Estado de excepción exige no dejarse atrapar en excesivos escrúpulos
legalistas. El nuevo líder de la nación está llamado a ser y es ya definido
como «una persona providencial», esto es, en palabras del cardenal O'Connell:
«un hombre enviado por Dios». La gente de la calle escribe y se dirige a F. D.
Roosevelt en términos aún más enfáticos, mirándolo «casi como se mira a Dios» y
esperando poder colocarle algún día «en el Panteón de los inmortales, al lado
de Jesús»114. Invitado a comportarse como un dictador y hombre de la
Providencia, el nuevo presidente hace un amplísimo uso de su poder ejecutivo ya
desde el primer día u horas de su mandato. En su mensaje inaugural exige «un
amplio poder del Ejecutivo [...] tan grande como sería el que se me concedería
si fuésemos invadidos por un enemigo extranjero»115. Con el
estallido de las hostilidades en Europa, antes aún de Pearl Harbor, F. D.
Roosevelt comienza por iniciativa propia a arrastrar al país a la guerra, al
lado de Inglaterra; a continuación, con una orden ejecutiva emitida de manera
soberana, impone la reclusión en campos de concentración de todos los
ciudadanos americanos de origen japonés, incluidos mujeres y niños. Es una
presidencia que, si por un lado goza de una gran devoción popular, por otro
lado hace saltar las alarmas por el peligro «totalitario» (totalitarian): ello
ocurre en ocasión de la Gran crisis cuando el que pronuncia la acusación es
concretamente el ex presidente Hoover y sobre todo en los meses que preceden a
la intervención en el segundo conflicto mundial en cuya ocasión es el senador
Burton K. Wheeler el que acusa a Roosevelt de ejercer un «poder dictatorial» y
de promover una «forma totalitaria de gobierno»116. Al menos desde
el punto de vista de los adversarios del presidente, el totalitarismo y el
culto a la personalidad habían atravesado el Atlántico.
Desde luego, el fenómeno que
aquí estamos investigando la personalización del poder y el culto de la
personalidad vinculado con ésta en la República norteamericana se presenta
solamente en forma embrionaria, protegida por el océano de cualquier intento de
invasión, y llevando a sus espaldas una tradición política bien diferente de la
de Rusia. Es en este país en el que se debe concentrar la atención. Veamos lo
que ocurre entre febrero y octubre de 1917, antes por lo tanto de la llegada al
poder de los bolcheviques. Empujado por su vanidad personal, pero también por
el deseo de estabilizar la situación, nos encontramos a Kerensky «adoptando la
forma de Napoleón»: pasa lista a las tropas «con el brazo metido en la
chaquetilla»; por otro lado «en el escritorio de su despacho en el ministerio
de la guerra resplandecía un busto del emperador de los franceses». Los
resultados de esta puesta en escena no tardan en manifestarse: florecen las
poesías que homenajean a Kerensky como a un nuevo Napoleón117. En la
vigilia de la ofensiva de verano, que cambiaría definitivamente la suerte del
ejército ruso, el culto reservado para Kerensky en ciertos círculos
restringidos alcanza su paroxismo:
En
todas partes era aclamado como un héroe, los soldados lo alzaban a hombros, le
arrojaban flores, se tiraban a sus pies. Una enfermera inglesa pudo presenciar
anonadada cómo hombres de la tropa le besaban, besaban su coche y la tierra
sobre la que ponía los pies. Muchos caían de rodillas y rezaban, otros
lloraban.118
Como puede verse no tiene
mucho sentido explicar, como hizo Kruschov, la forma exaltada que alcanza a
partir de cierto momento el culto a la personalidad en la URSS, a través del
narcisismo de Stalin. En realidad, cuando Kaganovich le propone sustituir la
expresión de marxismo-leninismo por la de marxismo-leninismo-estalinismo, el
líder al que está destinado tal homenaje responde:
«Quieres comparar la polla
con la torre de bomberos»119. Al menos, en comparación con Kerensky,
Stalin parece acaso más modesto. Lo confirma la actitud que asume al concluir
una guerra ya ganada, no imaginariamente, como en el caso del dirigente
menchevique amante de las poses napoleónicas. Inmediatamente después del
desfile de la victoria, un grupo de mariscales contactan con Molotov y
Malenkov: proponen solemnizar el triunfo alcanzado durante la Gran guerra
patriótica, otorgando el título de «héroe de la Unión Soviética» a Stalin,
quien sin embargo declina la oferta120. El líder soviético rehúye la
exageración retórica también en ocasión de la Conferencia de Potsdam: «Tanto
Churchill como Traman se tomaron tiempo para pasear entre las ruinas de Berlín;
Stalin no mostró tal interés. Sin hacer ruido, llegó con el tren, ordenando
incluso a Zhukov que cancelara cualquier ceremonia de bienvenida con una banda
militar y una guardia de honor»121. Cuatro años después, en la
víspera de su septuagésimo aniversario, se desarrolla en el Kremlin una
conversación que vale la pena citar:
[Stalin]
convoca a Malenkov y le advierte: «Que no se le pase por la cabeza honrarme de
nuevo con una "estrella"». «Pero camarada Stalin, ¡un aniversario
así! El pueblo no lo entendería.»
«No
se remita al pueblo. No quiero discutir. ¡Ninguna iniciativa personal! ¿Me han
entendido?»
Desde
luego, camarada Stalin, pero los miembros del politburó opinan...»
Stalin
interrumpe a Malenkov y declara cerrada la cuestión.
Naturalmente, puede decirse
que en las circunstancias aquí referidas juega un papel más o menos importante
el cálculo político y sería muy extraño que no lo jugase; es un hecho, sin
embargo, que la vanidad personal no toma las riendas. Y mucho menos en la
medida en que están en juego decisiones vitales de carácter político o militar:
en el transcurso de la segunda guerra mundial Stalin invita a sus
interlocutores a expresarse sin rodeos, discute animadamente e incluso se pelea
con Molotov, que a su vez, pese a cuidarse bien de poner en duda la jerarquía,
continúa defendiendo su opinión. A juzgar por el testimonio del almirante
Nikolai Kuznetsov, el líder supremo «apreciaba especialmente a aquellos
compañeros que pensaban por su cuenta y no dudaban en expresar su punto de
vista sin ambages»122. Interesado en señalar a Stalin como el único
responsable de todas las catástrofes acaecidas a la URSS, lejos de liquidar el
culto a la personalidad, Kruschov se limita a transformarlo en un culto
negativo. Queda clara la imagen en base a la cuál in principio era ¡Stalin!
También al afrontar el capítulo más trágico de la historia de la Unión
Soviética el terror y las sangrientas purgas, que se propagaron a gran escala
sin hacer excepción con el propio partido comunista, el Informe secreto no
tiene dudas: es un horror del que se debe culpar exclusivamente a un individuo
sediento de poder y poseído por una paranoia sangrienta.
____________
(112)
Bujarin 1984), p. 73.
(113)
En Hoopes, Brinkley 1997), p. 2.
(114)
Schlesinger jr. 1959-65), vol. 2, pp. 3-15.
(115)
Nevins, Commager 1960), p. 455.
(116)
En Hofstadter 1982), vol. 3, pp. 392-3.
(117)
Figes 2000), pp. 499-500.
(118)
Ibid, pp. 503-4.
(119)
En Marcucci 1997), pp. 156-7.
(120)
Wolkogonow 1989), p. 707.
(121)
Roberts 2006), p. 272.
(122)
Wolkogonow 1989), p. 707 para la conversación entre Stalin y Malenkov);
Montefiore 2007), pp. 498-9.
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