lunes, 1 de enero de 2024

Filosofía

Concepto de Verdad

A. Vostrikov

TODOS LOS MEDIOS, procedimientos y métodos del conocimiento que hemos estudiado se hallan subordinados a una sola tarea general que es la obtención de la verdad. Por eso es natural que la cuestión de la verdad ocupe un lugar central en la teoría del conocimiento del materialismo dialéctico. Es conocida asimismo la enorme atención que a este asunto dedicó Lenin, en cuyas obras dicho tema adquirió una profunda y multifacética elaboración.

En nuestra literatura filosófica ha logrado un reconocimiento casi general la definición de la verdad como una correspondencia de los conocimientos con la realidad objetiva. Aunque tal definición es demasiado apretada, y en cierto modo puede considerarse como tautológica, en lo fundamental aprehende lo principal del asunto. Desde luego, puede darse también una definición más amplia de verdad que comprenda toda una serie de otros de sus rasgos, como por ejemplo el momento de su historicidad o el incremento de la correspondencia del conocimiento con la realidad, y algunos más. Por más amplias que sean las definiciones de verdad que elaboremos, la esencia o el núcleo de todas ellas será “la correspondencia de los conocimientos a la realidad objetiva”, la cual se refleja en nuestras representaciones y conceptos. El concepto de verdad como correspondencia de los conocimientos con el mundo objetivo expresa en forma generalizada la dirección fundamental de cada ciencia, cual es la de obtener imágenes y conceptos de la realidad que correspondan a ella y que en cierto grado y relación coincidan con la índole objetiva de las cosas y procesos.

En la literatura filosófica marxista se pueden encontrar otros tipos de definiciones de la verdad, diferentes a la que hemos aludido. Queremos señalar una de ellas: la suministra Thódor Pávlov en su conocida y densa obra “La teoría del reflejo”. “La verdad -escribe- es la forma superior del reflejo subjetivo de la realidad objetiva en la conciencia humana1. El autor mismo considera esta definición como la más general. Y ello es así en verdad. En la definición de Thódor Pávlov no queda incluido ninguno de los rasgos que caracterizan la verdad e incluso, a nuestro juicio, tampoco figura el elemento fundamental o sea la correspondencia de los conocimientos con la realidad objetiva. Es necesario anotar que la definición que de verdad nos presenta Pávlov emana de todo el contenido de la teoría marxista-leninista del reflejo y expresa en última instancia, como él mismo dice, la profunda esencia gnoseológica de toda verdad determinada y concreta. En dicha definición, como puede verse en todo el análisis del problema de la verdad, se entiende de suyo que “la forma superior” de reflejo corresponde al mundo objetivo reflejado.

Pero pese a todos sus méritos, principalmente en el campo lógico, la definición de verdad que trae T. Pávlov puede originar la incorrecta comprensión de que la verdad, definida como “forma superior del reflejo subjetivo” de la realidad, no dice relación a las demás formas del conocimiento (a la sensación, la percepción, la representación, el concepto, etc.) sino que se coloca como algo especial, diferente, como una forma de conocimiento superior a ellas. Entretanto, la definición de verdad que hemos mencionado nos libera de la posibilidad de una interpretación contraria a la verdad. Expresa el contenido común a las todas las formas del reflejo, o sea que cada una de estas formas corresponde en una medida u otra a la naturaleza objetiva de las cosas y procesos. En otras palabras, esta definición de la verdad es un reflejo generalizado de lo común que está contenido en cada una de las formas del conocimiento y en cada tesis científica. En efecto, si tomamos cualquier postulado de la ciencia, su veracidad y, en consecuencia, su carácter científico, está determinado por el grado de correspondencia con el objeto reflejado en ella, por la medida en que sea su reflejo veraz y adecuado.

La definición general de verdad como correspondencia del conocimiento con la realidad objetiva se desprende directamente de la esencia de la teoría marxista-leninista del conocimiento. Este es el proceso de reflejo del mundo objetivo en las sensaciones, percepciones, representaciones, conceptos, juicios y deducciones del hombre. Todas las formas del reflejo o del conocimiento nos pueden dar y nos dan nociones que corresponden a la naturaleza misma de las cosas y los fenómenos. O sea que pueden ser verdaderas no solo las formas del conocimiento racional o teórico, sino también las sensoriales. Esto debe ser necesariamente subrayado, puesto que en lo concerniente a la verdad todavía se encuentran en la literatura marxista afirmaciones equivocadas en el sentido de que solo una forma del conocimiento, el juicio, está dotada de verdad. Así por ejemplo, Adam Schaff, al defender esta falsa tesis, declara que “la veracidad, en el sentido exacto de la palabra, pertenece exclusivamente a los juicios…”2. En lo que atañe a las sensaciones, percepciones, representaciones, incluso conceptos, según dicho autor, nada tienen que ver con la noción de verdad.

Al pronunciarse a favor de su tesis de que la verdad es una propiedad exclusiva de los juicios, Schaff se esfuerza por interpretar al revés el pensamiento de Engels y Lenin, expresado con gran claridad y precisión, en torno a la veracidad de las percepciones, representaciones y conceptos. Cuando los clásicos del marxismo-leninismo definían las representaciones o los conceptos como verdaderos o falsos, dice Schaff, los entendían como un juicio, los tomaron no “en el sentido estrecho, sino en el más amplio de la palabra, que coincide con el conocimiento en forma de pensamiento, con el juicio. En este orden de ideas pueden ser, claro está, verdaderos o falsos”3. En cuanto a la veracidad de las percepciones, los clásicos del marxismo-leninismo hablaban al respecto, según el autor en cuestión, en el sentido de que las percepciones sensoriales permiten integrar un juicio verdadero. En una palabra, en sentir de Schaff, resulta que donde Engels y Lenin hablan de la veracidad de otras formas del conocimiento, fuera de los juicios, tales autores se refieren solo a éstos. El autor necesitaba este comentario puramente subjetivista de las tesis de los clásicos del marxismo-leninismo para defender su afirmación errada de que solo el juicio tiene verdad.

Esta aseveración de Shaff, a pesar de todas las salvedades y explicaciones, riñe completamente con las tesis de Lenin sobre la veracidad de todas las formas del conocimiento. En primer lugar, ni Engels ni Lenin confundieron nunca en ningún sentido las representaciones y conceptos, con los juicios. Al indicar el nexo dialéctico entre las formas del conocimiento, definieron con nitidez las peculiaridades cualitativas de cada una de ellas. En segundo término, Lenin, al igual que Engels, dice con claridad que cada una de las formas del conocimiento nos puede dar y nos da la verdad. “La sensación -dice Lenin- descubre al hombre la verdad objetiva”4.

Las sensaciones, así como las percepciones y las representaciones, siendo imágenes del mundo exterior, son objetivas por su contenido, esto es, contiene la verdad objetiva. Por eso la limitación de los problemas de la verdad a los marcos del juicio es algo erróneo y conduce a menospreciar el papel de las formas del conocimiento sensorial. La noción de verdad abarca todas las formas del conocimiento y es aplicable a todas ellas pese a sus diferencias cualitativas.

El concepto general de verdad, como ya indicamos, abarca lo principal, lo fundamental en cada verdad científica concreta, pero no agota ni puede agotar todas las formas y características de la verdad. Por eso el rasgo primordial y determinante de ella (la correspondencia de los conocimientos a la realidad objetiva) debe ser concretado en sus aspectos más importantes. Es necesario antes que nada poner en claro si esa correspondencia del conocimiento a la realidad es algo objetivo y en qué sentido debe comprenderse esa objetividad. Además, debe dilucidarse en qué grado nuestro conocimiento (el concepto, la representación, etc.) puede corresponder al objeto reflejado, si esta correspondencia puede ser total y exhaustiva en todo sentido o si solo es parcial, incompleta y únicamente en cierto sentido se refiere al objeto.

Es, asimismo, muy importante explicar la conexión y la unidad entre el concepto general de verdad o de correspondencia del conocimiento con la realidad objetiva y las verdades concretas, determinadas por cada nivel de desarrollo del conocimiento. Pues la verdad en general es una abstracción filosófico-científica con respecto a las verdades diferentes y determinadas, existentes en la ciencia de modo concreto. En la noción de verdad se expresa lo más general y sustancial que es inherente a cada verdad por separado, esto es, la correspondencia del conocimiento al mundo objetivo.

En pocas palabras, para caracterizar la definición general de verdad y obtener una noción más completa de ella, es indispensable analizarla en sus diversos aspectos: como verdad objetiva, absoluta, relativa y concreta. Cada uno de estos tópicos tiene su específico sentido de principio, su importancia gnoseológica y metodológica. Tomados en conjunto, estos aspectos descubren la esencia de la concepción dialéctico-materialista de la verdad.

Estudiemos ante todo la verdad como objetiva, es decir, la objetividad de la verdad. Pertenece a Lenin el descubrimiento el descubrimiento del concepto de verdad objetiva y de su importancia en la concepción del mundo. En su magnífica obra “Materialismo y Empiriocriticismo” nos presenta una definición muy precisa de la verdad objetiva y muestra que la negación de ésta equivale al agnosticismo y al subjetivismo. La verdad objetiva en la definición leninista en un contenido en las representaciones mentales del hombre “que no dependa del sujeto, que no dependa ni del hombre ni de la humanidad…”5.

Esta definición leninista de la verdad objetiva se halla íntimamente relacionada con la definición general de verdad como correspondencia de nuestros conocimientos a la realidad objetiva. Si nuestras representaciones y conceptos corresponden al mundo objetivo, si lo reflejan correctamente, este correcto reflejo del mundo habrá de constituir el contenido objetivo del conocimiento, es decir, la verdad objetiva. Pero en razón de que solo puede considerarse como contenido objetivo de nuestro saber aquello que obtenemos del mundo material, por tal motivo el contenido de nuestras representaciones y conceptos no depende del hombre, del sujeto, es objetivo por su naturaleza. El reconocimiento de la verdad objetiva implica el de que nuestras sensaciones, representaciones y conceptos, comprobados por la práctica, corresponden a la realidad objetiva, sean sus fieles fotografías.

Es muy importante en la comprensión de la verdad prestar atención al hecho de que en la definición de Lenin sobre verdad objetiva se habla no en general del contenido del conocimiento, del de nuestras representaciones y conceptos, sino de un contenido que corresponda a la realidad objetiva y que precisamente por eso y en tal sentido no depende del sujeto ni de la humanidad. De la definición leninista se colige que no es verdadero todo lo que en cada momento dado esté contenido en la conciencia o en nuestros conocimientos, representaciones y conceptos. No es casual que cuando Lenin habla de las sensaciones, percepciones y representaciones como imágenes o fotografías de la realidad objetiva, agrega a menudo la palabra “veraces” y subraya que se trata de imágenes cognoscitivas que corresponden a la realidad objetiva, que la reflejan realmente. En pocas palabras, a juicio de Lenin, solo puede considerarse como objetivo y verdadero en las imágenes cognoscitivas, el contenido que está determinado no por el sujeto, sino por la propia realidad material.

En este orden de ideas no pueden considerarse como correctas las afirmaciones que de “la verdad objetiva es una unidad indisoluble de lo subjetivo y lo objetivo”, que “la verdad objetiva contiene elementos de confusión”. Pues si se reconoce que en la verdad objetiva está contenido algo subjetivo, e incluso “elementos de confusión”, no podrá considerarse la verdad como completamente objetiva, como independiente del sujeto; porque lo subjetivo, incluyendo los “elementos de confusión”, se introduce en el conocimiento, en las imágenes cognoscitivas, por el propio sujeto que conoce y por eso depende de él. Semejantes aseveraciones encierran el peligro de una interpretación subjetivista de la verdad. Desde luego, la verdad objetiva está ligada a la subjetiva. Es descubierta por el sujeto que conoce y está contenida en sus sensaciones, representaciones y otras formas de reflejo de la realidad. Y por eso es natural que cada una de las formas del conocimiento contienen de un modo u otro no solo lo que obtenemos del mundo material, es decir lo objetivo, sino también algo introducido por el sujeto, vale decir, lo subjetivo.

Esto quiere decir que entre la verdad objetiva y la imagen cognoscitiva, la representación por ejemplo, no hay una completa coincidencia ni identidad. La noción de “imagen” es más vasta que la verdad objetiva. La imagen es ciertamente la unidad de lo objetivo y lo subjetivo, al paso que la verdad objetiva representa no la imagen en su integridad, sino apenas su contenido que está determinado precisamente por el mundo objetivo, corresponde a él y por eso no depende del sujeto. La verdad objetiva está ligada a los momentos subjetivos e incluso limita con los “elementos de confusión”, tiene siempre una forma subjetiva de expresión, pero no comprende los elementos subjetivos, ni los “elementos de confusión”, sino la forma subjetiva de su expresión. Es el contenido objetivo de las formas del conocimiento, es la correspondencia del conocimiento con la realidad objetiva, su reflejo veraz. “El dominio de la naturaleza -escribió Lenin- que se manifiesta en la práctica de la humanidad, es el resultado del reflejo objetivo y veraz, en la cabeza del hombre, de los fenómenos y procesos de la naturaleza y constituye la prueba de que dicho reflejo (dentro de los límites de los que nos muestra la práctica) es una verdad objetiva, absoluta, eterna”6.

Nosotros volveremos otra vez a hablar** de lo objetivo y lo subjetivo, de la verdad y el error, cuando analicemos la verdad absoluta y relativa. Ahora es indispensable, no obstante, indicar que en la concepción de la verdad objetiva aparece a veces el erróneo punto de vista de que la verdad objetiva se identifica con la realidad objetiva. Ciertamente, en este caso hay que diferenciar entre quienes simplemente por falta de conocimiento mezclan los conceptos de verdad objetiva con los de realidad objetiva y no explican la diferencia entre ellas; y las especiales concepciones subjetivas e idealistas, por el estilo del machismo, que se basan en la identificación consciente de la verdad, las sensaciones, las representaciones, con la realidad existente fuera de nosotros. Ya hemos hablado de semejantes concepciones. Uno de sus exponentes fue el conocido Bazárov, quien afirmaba que la percepción sensorial no es sino la realidad existente fuera de nosotros. Mostrando la inconsistencia y lo absurdo de esta afirmación escribía Lenin: “La tierra es una realidad que existe fuera de nosotros, No puede ni ‘coincidir’ (en el sentido de la identidad) con nuestras representaciones de los sentidos, ni encontrarse con ellas en coordinación indisoluble… puesto que la tierra existía cuando no había ni hombres, ni órganos de los sentidos…”7.

La verdad objetiva se encuentra en la misma relación con la realidad objetiva, que la materia con respecto a la conciencia. Es secundaria con relación a la realidad y es un producto de nuestro conocimiento, es decir, es el reflejo correcto del mundo objetivo. Del hecho de que el contenido de nuestros conocimientos es la realidad objetiva, la cual nos es dada en las sensaciones, no se deduce en modo alguno que la verdad objetiva es la realidad objetiva. Por supuesto, entre la verdad objetiva y la realidad objetiva no hay ni puede haber ninguna frontera absoluta, pues esta no puede existir entre la cosa para nosotros y la “cosa en sí”, entre la conciencia y la materia. Por esto no denota de ninguna manera que entre ellas no haya diferencias. La teoría marxista del conocimiento enseña que hay diferencias entre las cosas y los fenómenos de la naturaleza y la sociedad, los cuales existen fuera de nuestras sensaciones, fuera de nuestra conciencia, y nuestras sensaciones, nuestra conciencia. El mundo, tal como lo conocemos y pensamos, y el mundo de suyo, no son la misma cosa. Solo los idealistas identifican las representaciones y conceptos con la realidad objetiva.

La verdad no pertenece a las cosas, objetos y fenómenos, de por sí. Las cosas no son ni verdad ni error. Existe de suyo, objetivamente, en forma independiente de valoraciones que de ellos podamos hacer. La verdad y el error son siempre derivados de aquellas. La verdad es una categoría gnoseológica que expresa la correspondencia de nuestros conocimientos con la realidad objetiva. En otras palabras, la verdad objetiva no es la realidad objetiva en sí misma, existente fuera de nuestra conciencia; la verdad objetiva es, como ya se indicó, el reflejo veraz de la realidad objetiva en la conciencia.

El concepto de realidad objetiva se desprende de que la realidad material es la fuente de nuestro saber, el objeto de nuestro conocimiento. Tanto los machistas como los materialistas, decía Lenin, reconocen que las sensaciones son la fuente de los conocimientos. “El primer postulado de la teoría del conocimiento es, indudablemente, que las sensaciones son el único origen de nuestros conocimientos. Reconociendo este primer postulado, Mach embrolla el segundo postulado importante: El de la realidad objetiva, que es dada al hombre en sus sensaciones, o que es el origen de las sensaciones humanas. Partiendo de las sensaciones se puede ir por la línea del subjetivismo, que lleva al solipsismo (“los cuerpos son complejos o combinaciones de sensaciones”), y se puede ir por la línea del objetivismo, que lleva al materialismo (las sensaciones son imágenes de los cuerpos, del mundo exterior). Para el primer punto de vista -el del agnosticismo, o, yendo aun más lejos, el del idealismo subjetivo- no puede haber verdad objetiva. Para el segundo punto de vista, es decir, el del materialismo, es esencial el reconocimiento de la verdad objetiva.”8

Como puede verse en esta tesis de Lenin, los machistas, al reducir el mundo a los “complejos de sensaciones”, niegan la verdad objetiva. Para ellos todas las verdades son subjetivas. Así pues, en opinión de Bogdánov, la verdad es la forma ideológica u organizadora de la experiencia humana. Pero si eso es así, no podrá haber una verdad que no dependa del sujeto, de la humanidad, ya que no conocemos una ideología distinta a la humana. Además, si la verdad, como piensa Bogdánov, es la forma organizadora de la experiencia humana, no podrá ser veraz, por ejemplo, la afirmación de las ciencias naturales en el sentido de que la tierra existió antes de la humanidad. Más aun. La tesis de que la verdad es la forma organizadora de la experiencia humana, lo obliga a reconocer como verdadera la doctrina religiosa. Pues no cabe la menor duda, dice Lenin, de que el catolicismo, por ejemplo, es “una forma organizadora de la experiencia humana”.

Bogdánov reconocía en apariencia la objetividad de la verdad, entendiendo por tal la significación universal, esto es, aquello que tiene, a su entender, una importancia igual para todas las gentes. Poniendo al desnudo la esencia idealista de esta noción de verdad, Lenin subrayaba que en la definición de Bogdánov sobre la objetividad de la verdad como su significación universal caben perfectamente las tesis de la religión, las cuales poseen a no dudarlo “significación universal”, por cuanto una gran parte de la humanidad cree en ellas. Bogdánov empleó toda una suerte de argucias para fundamentar su comprensión anticientífica de la religión. Decía que no toda experiencia colectiva es verdadera, sino solo aquella que “se compagina en la cadena de la causalidad”. Lenin señalaba que también la religión se “compagina” plenamente en la “cadena de la causalidad”, pues, no ha surgido sin causa alguna y se mantiene en la masa del pueblo en condiciones de explotación de modo no casual. La religión es una opresión espiritual que ayuda a las clases poseedoras a explotar a los trabajadores.

Muchas otras corrientes de la filosofía burguesa actual comprenden también la verdad en el espíritu del idealismo subjetivo.

Así, por ejemplo, los pragmáticos consideran como verdaderas solo aquellas opiniones y teorías que traen beneficio al sujeto en su actividad. Dentro de dicha concepción de la verdad no se hace referencia a que una u otra teoría sea correcta o no, si corresponde o no a la actividad objetiva, sino a que si es inútil o nociva para la humanidad, provechosa o perjudicial. En realidad, es la negación de la verdad objetiva, pues la veracidad de una u otras opiniones y teorías se coloca en este caso en dependencia del sujeto. El hombre, sostienen los pragmáticos, define de suyo la verdad de acuerdo con sus personales intereses. Todo lo que proporcione al hombre un “éxito práctico”, puede considerarse como verdadero.

La comprensión pragmática, subjetivista, de la verdad abre un vasto ámbito para la difusión del oscurantismo religioso. Porque si la verdad y el provecho se identifican para los pragmáticos, en tal caso la religión resulta ser tan verdadera como la ciencia ya que es útil y provechoso para la burguesía, sirve a los intereses de los explotadores. W. James, por ejemplo, escribía: “Si resulta que las ideas religiosas tienen valor para la vida real, desde el punto de vista del pragmatismo serán verdaderas en la medida en que sean aptas para ello”.9

La concepción pragmática de la verdad conduce a la eliminación de las fronteras que hay entre ciencia y religión, el conocimiento y el misticismo. Mediante tal comprensión puede justificarse toda clase de opiniones anticientíficas, incluyendo los dogmas religiosos, pues solo basta que sean un medio para embrutecer a los trabajadores.

Apoyándose en la comprensión pragmática de la verdad, ciertos filósofos burgueses contemporáneos se pronuncian abiertamente por la idea de la conciliación de la ciencia con la religión. Un ejemplo es el libro del filósofo idealista Whitehead “La ciencia y el mundo contemporáneo”. En un capítulo especial de este libro (“La religión y la ciencia”), Whitehead se esfuerza por todos los medios, para solaz del imperialismo, por “demostrar” la necesidad de la alianza de la ciencia con la religión y llama a los científicos y representantes de la religión a “abstenerse de los mutuos anatemas”, pues la religión dizque es tan indispensable para el provecho de la causa como lo es la ciencia.

En consonancia con la teoría del conocimiento del materialismo dialéctico, es verdad no lo que sea provechoso para el sujeto, sino únicamente lo que corresponda a la realidad objetiva, lo que tenga un contenido objetivo. La verdad objetiva es la que existe independientemente de que sea o no útil y provechosa para nosotros. Las gentes obtienen un provecho real solo cuando actúan de acuerdo con la verdad objetiva, en completa armonía con las leyes conocidas correctamente.

El concepto de verdad objetiva, que expresa el contenido objetivo de las nociones humanas sobre el mundo, el reflejo correcto de la realidad objetiva en la conciencia del hombre, reviste particular importancia para poner en claro la esencia de la teoría materialista del conocimiento y de su diferencia de principio con respecto a la gnoseología idealista. Enfila su poderío contra toda clase de concepciones idealistas, positivistas y neopositivistas de la verdad. Hoy día, bajo el pretexto de la creciente importancia de las abstracciones científicas y del formalismo matemático en las ciencias, en los países capitalistas se difunden aseveraciones subjetivas e idealistas sobre una supuesta independencia de los principios y formulas de la ciencia con respecto a la realidad evidente. En este sentido quizá lo más demostrativo es el convencionalismo, para el cual la veracidad de los principios y leyes de la ciencia se determina no por su correspondencia con la realidad objetiva, sino por un acuerdo, una convención entre los científicos.

Desde este punto de vista los axiomas matemáticos, las leyes de la geometría, no son en modo alguno el reflejo del mundo real, sino acuerdos arbitrarios sobre la manera de emplear términos tale como “línea recta” y “punto”. El convencionalismo no solo niega la verdad objetiva y el carácter experimental de las leyes de la ciencia, sino que en general ni siquiera acepta el planteamiento del problema de la veracidad de uno u otros postulados científicos, leyes y teorías. Por ejemplo, el problema de saber si la geometría de Euclides es verdadera, no tiene, a juicio de H. Poincaré, ningún sentido. Esto -dice- equivaldría a preguntar: Es correcto o no el sistema métrico en comparación con las medidas antiguas? O, serán más veraces las coordenadas cartesianas que las polares? Una geometría no puede ser más verídica que otra; solo puede ser más cómoda.”10

Para el convencionalismo lo principal no es la verdad de la ciencia sino el principio de la comodidad, la elección mediante acuerdos de tesis y leyes más cómodas que pueden tomarse como punto de partida en las posteriores investigaciones. En semejante interpretación la ciencia resulta siendo apenas una suma de acuerdos arbitrarios, pierde su contenido objetivo, porque si las leyes y postulados científicos se basan en convenciones, en arbitrarios acuerdos realizados entre los sabios, la ciencia en tal sentido no puede ser verdadera, adquiere un carácter subjetivo, sus tesis resultan puramente convencionales, el producto de la razón del sujeto.

De esa suerte, el convencionalismo remplaza el concepto de verdad por el de convención, acuerdo, basado en el principio de la comodidad. Por otra parte, los principios de la ciencia, seleccionados como resultado de la convención, deben ser no solo cómodos sino simples. En este sentido el convencionalismo es pariente cercano del machismo. El principio de la comodidad y de la simplicidad no son sino un complejo peculiar, un desarrollo del conocido “principio de la economía del pensamiento”, colocado por Mach en la base de su teoría del conocimiento. Según este último principio el pensamiento es verdadero solo cuando “económicamente” describe la realidad y la mayor “economía” se logra cuando el pensamiento parte de un principio. Para Mach, por ejemplo, el máximo caso de economía del pensamiento era el de declarar como existente únicamente la sensación para extraer de ella todo lo demás.

El principio de la economía del pensamiento, el reconocimiento de que solo es verdadero lo que es “económico”, conduce directamente al idealismo subjetivo. Pues si se reconoce dicho principio como el objetivo de la ciencia, como hacían los machistas, debemos negar entonces la realidad objetiva del mundo con respecto a nuestro conocimiento. El principio de la economía, como decía Lenin, es subjetivismo, apriorístico, no se toma de la realidad objetiva ni de la experiencia, sino del sujeto, precede a toda experiencia, es su condición lógica, como las categorías de Kant11. La economía del pensamiento, como decía Lenin, es un término torpe y pomposo hasta la ridiculez, que se pone en lugar del término debido: Justeza: “El pensamiento del hombre es ‘económico’ -escribía- cuando refleja con justeza la verdad objetiva y de criterio de esta justeza sirve la práctica, el experimento, la industria. Solamente negando la realidad objetiva, es decir, negando los fundamentos del marxismo, es como se puede hablar en serio de la economía del pensamiento en la teoría del conocimiento!”12

La negación de la realidad objetiva es la base sobre la que han surgido en el pasado y existen en el presente diversas concepciones subjetivas e idealistas de la verdad. Tanto el principio de la “economía del pensamiento” como el de la “convención”, la “comodidad” y la “simplicidad” tienen un fundamento gnoseológico común que es el idealismo subjetivo. Cabe anotar que todas estas concepciones de la verdad encuentran de un modo u otro un estímulo para renacer en la gnoseología del idealismo contemporáneo, particularmente en el neopositivismo. En este sentido es muy característico el punto de vista que sobre la verdad aduce F. Frank. Estrictamente hablando, no tiene su propio punto de vista sobre la verdad. En sus opiniones se entrelazan estrechamente diferentes concepciones subjetivistas de verdad: La concepción pragmática como provecho; el principio de la “economía” de Mach; el de la “comodidad” y “simplicidad” de Poincaré, etc. Se esfuerza, por ejemplo, en su “Filosofía de la Ciencia”, por vincular estos principios, fortalecerlos unos con otros, a fin de “fundamentar” más plenamente la necesidad de su aplicación en la ciencia, sin los cuales, según cree, aquélla es inconcebible.

Así pues, al propugnar el principio de la “economía” algo así como el objetivo de la ciencia, Frank considera indispensable al mismo tiempo complementarlo y reforzarlo con el de la “simplicidad” de las leyes y postulados de la ciencia. “… Si los principios establecidos por nosotros -escribe-, son tan complejos como la experiencia misma, en esto no habrá ninguna economía ni ninguna ‘ciencia propiamente dicha’. Muchos principios o un solo principio muy complejo, son una y la misma cosa. Si los principios son tan complejos como los hechos mismos, no podrán constituir la ciencia.”13 Si no hay simplicidad, dice luego Frank, no habrá ciencia. El objetivo de la ciencia, a su juicio, es el de establecer principios simples.

Como puede verse en tales razonamientos, Frank reconoce como verdadero no la correspondencia de las leyes, principios y fórmulas de la ciencia a la realidad objetiva, sino la simplicidad de la ciencia. El erro de la concepción de Frank reside en la incomprensión o en la falta de deseo para comprender el hecho irrefutable de que el principio de la “simplicidad”, al igual que el de la “economía” del pensamiento y el de la “comodidad”, solo tienen un cierto sentido en la ciencia cuando las leyes corresponden al mundo objetivo, lo reflejan correctamente. En oposición a Frank podemos decir que si la ciencia no nos da un cuadro veraz del mundo objetivo, dejaría de ser ciencia, aunque sus postulados y leyes sean cómodas o simples.

Naturalmente, en la ciencia hay acuerdos convencionales para la elección de los medios más cómodos y sencillos destinados a obtener y expresar los conocimientos sobre las cosas y procesos. Pero el contenido de nuestros conocimientos, su veracidad, no dependen en absoluto de los acuerdos convencionales, ni de los medios de conocimiento, por más cómodos y simples que sean. Ese contenido está determinado por el mundo material que se refleja en nuestros conocimientos. Por ejemplo, las igualdades matemáticas se expresan a través de determinados signos y sistemas de signos que en cierto modo deben ser cómodos y simples, pero la esencia de las igualdades radica en que en última instancia reflejan los nexos objetivos y las relaciones de la naturaleza; por eso el contenido de las fórmulas e igualdades matemáticas no depende de ningún acuerdo entre los científicos. Es objetivo.

El reconocimiento de la realidad objetiva se desprende directamente de la teoría dialéctica materialista, rigurosamente científica, de reflejo, en la cual todas las tesis fundamentales se hallan vinculadas entre sí desde un ángulo de principios, integran un todo monolítico. “Considerar nuestras sensaciones como las imágenes del mundo exterior -decía Lenin-, reconocer la verdad objetiva, mantenerse en el punto de vista de la teoría materialista del conocimiento, todo ello es uno y lo mismo.”14

_________

(*) A. Vostrikov, Teoría del conocimiento del materialismo dialéctico. Capítulo sexto: El problema de la verdad en la filosofía marxista. Concepto de verdad. Ediciones Suramérica, Bogotá, Colombia, 1970.

(**) En el texto original aparece la palabra “haber”, la cual hemos procedido a reemplazar por la palabra “hablar”, pues al parecer es un error de la traducción, o en su defecto la palabra original no designa con precisión la expresión del autor. Nota de la Redacción.

(1) Thódor Pávlov: Obras Filosóficas Escogidas, t. 3, pág. 436.

(2) A. Schaff: Algunos problemas de la teoría marxista-leninista de la verdad. Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1953, pág. 12.

(3) Ibídem, pág. 13.

(4) V. I. Lenin: Obras, t. 14, pág. 129.

(5) Ibídem, pág. 121.

(6) Ibídem, pág. 188.

(7) Ibídem, pág. 113-114.

(8) Ibídem, pág. 125.

(9) W. James: Pragmatismo, 1910, pág. 50.

(10) H. Poincaré: Ciencia e hipótesis, Moscú, 1904, pág. 61.

(11) Véase V. I. Lenin: Obras, t. 14, pág. 170.

(12) Ibídem, pág. 169.

(13) F. Frank: Filosofía de la ciencia, pág. 110.

(14) V. I. Lenin: Obras, t. 14, pág. 129.


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