sábado, 1 de julio de 2023

Filosofía

La Palabra Como Envoltura Material del Pensamiento

V. M. Boguslavski

LA PALABRA CONSTITUYE una conexión necesaria y el medio de formación y existencia del concepto. El criterio de que existen conceptos sin palabras se basa en una contraposición idealista de pensamiento y lengua. Al separar de la materia la conciencia; al separar el pensamiento del cerebro (del que ése es un producto) y del mundo objetivo (del que el pensamiento es un reflejo), el idealismo separa, a la vez, pensamiento y lengua pese a que en las palabras y oraciones de esta última se fijan los resultados de la actividad cognoscitiva del pensar: los conceptos, los juicios y los raciocinios.

        Marx y Engels indicaron que los idealistas, del mismo modo que “aislaron el pensamiento como fuerza independiente, tuvieron que aislar la lengua en cierto reino independiente y especial”.1 De ahí las lucubraciones reaccionarias de los idealistas acerca de la palabra como si ésta no solo no fuera capaz de expresar el concepto, sino que, por el contrario, constituyera un obstáculo para la expresión de los conceptos e incluso impidiera que éstos se expresasen.

        Ya Bergson sostuvo un criterio irracionalista afirmando que el pensamiento no es conmensurable por medio de la palabra y que las palabras dificultan la expresión de aquél. Esta opinión se ha difundido mucho en la filosofía y en la lingüística burguesas idealistas de nuestros días.

        La defensa de este punto de vista por parte de los idealistas actuales se halla estrechamente relacionada con la del criterio de que todo cuanto existe no constituye más que cierto estado de nuestra conciencia y ésta no es un producto de la naturaleza, sino su creadora. Para el positivismo lógico, por ejemplo, “el concepto y su objeto son una misma cosa. Semejante identidad, empero, no significa de ningún modo la sustantivación del concepto, sino más bien la «funcionalización» del objeto”,2 es decir, la reducción de la existencia del objeto a la existencia del concepto o a la representación del mismo. “… Todos los objetos -afirma R. Carnap- pueden hallarse constituidos por «mis vivencias elementales» … Cualquier objeto que no sea una de mis vivencias queda con ello reducido a un objeto imaginado…”3 Se sostiene, pues, la tesis siguiente: existir significa hallarse en el número de mis vivencias, es decir, se parafrasea el famoso “esse est percipi” de Berkeley. Los positivistas lógicos niegan la existencia de la realidad objetiva: “…el adscribir la propiedad de «real» a una sustancia, cualquiera que sea -dice Carnap- (sea materia, energía, un campo magnético no importa qué) no puede ser logrado mediante ningún experimento, y resulta, por tanto, metafísico”.4

        Para el punto de vista que estamos examinando, incluso formular la pregunta de si existe el mundo exterior, significa incurrir en el pecado de “metafísica”. R. Carnap reprocha a B. Russell, a quien le une la comunidad de ideología, el que “Russell a menudo plantea los problemas que a continuación se indican, en los cuales (independientemente de la solución que se les dé) se trasluce el punto de vista realista que implicite contienen. Son estos problemas: el de si existen las cosas físicas cuando no se observan, el de si existen otras personas; el de si existen las clases, etc.”5

        Carnap ve la diferencia de su concepción respecto al viejo solipsismo en que el positivismo lógico no presupone nada ni a nadie a que o a quien esto dado sea dado.6 Para él “la existencia del «yo» no es la condición inicial de las cosas en lo dado. Del cogito no se sigue sum; «yo tengo una vivencia» no se sigue que yo soy; de ello se desprende solo que existe una vivencia”.7 El estado inicial de lo dado en el cual no solo es imposible que el individuo se distinga a sí mismo respecto a los demás individuos, sino que, además, “no se hace ninguna diferencia entre las vivencias, las cuales, según su subsiguiente constitución, se clasificarán en percepciones, alucinaciones, sueños, etc.”,8 no necesita, naturalmente las palabras. Las palabras no son capaces de expresar este fantástico maremagno, en el que resulta imposible distinguir nada.

        Partiendo de la concepción subjetivo-idealista de los positivistas lógicos, Wittgenstein afirma que “nosotros no podemos expresar por medio de la lengua lo que por sí mismo se expresa en ella”.9

        La falta de claridad, la vaguedad del sentido en que unas u otras palabras se emplean, no solo son inadmisibles en matemáticas, ciencia en que desde hace mucho tiempo se está trabajando para eliminar tal falta de claridad. También para otras ciencias, y en política, este problema tiene suma importancia. V. I. Lenin señaló la necesidad de precisar en toda discusión teórica el sentido que se da a las palabras. La labor realizada durante los últimos decenios a fin de puntualizar el significado de palabras que se aplican en distintas ramas del saber, tiene, por ello, gran valor no solo teórico, sino, además, práctico, como ha demostrado la creación de las modernas máquinas de cálculo y análisis.

        Los idealistas, empero, han falsificado inmediatamente estos resultados científicos, lo mismo que los éxitos de la física contemporánea y se han apresurado a declarar que los nuevos datos científicos confirman su gnoseología reaccionaria. V. I. Lenin puso reiteradamente de manifiesto la esencia metafísica del sofisma de que hacen uso los idealistas y que consiste en tomar un principio cierto en determinados límites, perfectamente establecidos, y aplicarlo más allá, transformándolo en su principio opuesto. De verdadero pasa a ser falso. A semejante sofisma recurren los neopositivistas. Del principio cierto de que el significado de algunas palabras es poco preciso (o sea que las palabras aludidas se emplean con distintos significados), los neopositivistas sacan la conclusión completamente falsa de que casi todas las palabras importantes carecen de significado. Según Chase, son sin sentido y carecen de significado palabras como: patria, nación, humanidad, ley, progreso, comunismo, masas, trabajo, capital, fascismo, Wall Street, etc.10

        Después de afirmar que las palabras más importantes de la lengua utilizadas por los individuos carecen de sentido, los positivistas llegan ala conclusión de que las palabras en general no son capaces de expresar lo que el hombre piensa. Según el criterio de los idealistas subjetivos, todo cuanto se relaciona con el hombre pertenece al mundo de las sensaciones y de las percepciones, constituye el mundo “de lo dado”, mundo que, afirma Chase, “no puede ser expresado por medio de palabras”.

        Al defender la tesis de que “un pensamiento enunciado es una mentira”, los idealistas subjetivos van tan lejos que A. Tarski, por ejemplo, llega a la conclusión de que “en lo que respecta al habla, coloquial, por lo visto es imposible no solo definir el concepto de verdad, sino incluso utilizar este concepto de manera consecuente y en concordancia con las leyes de la lógica”.11 R. Carnap afirma que “por cuanto el significado se puntualiza por medio de palabras y, por consiguiente, es impreciso, la conclusión a que se llega por este camino solo puede ser imprecisa y ambigua”.12

        Los idealistas semánticos sostienen el criterio de que la incapacidad de las palabras para expresar nuestros conceptos impide que los individuos puedan comprenderse cabalmente. La falta de comprensión mutua da origen, según ellos, a los problemas sociales, causa de encarnizada lucha en la sociedad capitalista. “¿Por qué muchos principios, si existen en general -pregunta Stuart Chase-, resultan tan crueles en sus consecuencias tangibles y tan fuera de lugar en relación con lo que ocurre en el mundo real? A mi juicio, una de las respuestas puede hallarse en la estructura de la lengua que utilizamos.”13 Chase considera, en consecuencia, que la causa de las catástrofes sociales en que se ve sumido el hombre de la actual sociedad capitalista radica no en el dominio del capital, no en su tiranía, sino en la “tiranía de las palabras”. Es preciso luchar no contra el capitalismo y el fascismo (esto no son más que palabras sin sentido), sino contra la tiranía de las palabras, contra la errónea utilización de las palabras. Tal es el problema que resuelve la semántica de Chase y de lo que como él piensan. “… Si el conocimiento de la semántica -dice- fuera general y las personas se preocuparan de evitar los fallos en la comunicación, es muy dudoso que la catástrofe pudiera comenzar.”14 Es obvio el carácter socialmente reaccionario de semejantes teorías. Al afirmar que las causas de las calamidades por las que atraviesa el hombre del mundo capitalista de nuestros días radica en la “estructura del idioma que se usa”, en la imperfección de los medios de comunicación utilizados por los individuos, y no en el régimen social capitalista, esta teoría infunde la idea de una supuesta “lamentable esterilidad de la mayor parte de la literatura consagrada a la reforma económica y social”;15 sostiene que resultan infructuosos todos los esfuerzos encaminados a transformar las relaciones sociales. La lucha contra el capitalismo, entendido como palabra huera, se declara disparatada; la panacea de todos los desastres sociales se halla en el perfeccionamiento de las palabras y de la estructura de la lengua, en la mejora de los medios de comprensión recíproca entre las personas.

        No todos los representantes del idealismo semántico llegan a conclusiones tan manifiestamente reaccionarias, pero tales conclusiones se siguen necesariamente de su manera de entender la correlación existente entre palabra y concepto. En su basa se halla la tesis formulada ya por Schopenhauer de que “Los pensamientos mueren en el mismo instante en que quedan encarnados en palabras.”

        Los neopositivistas intentan fundamentar la tesis de que nuestros conceptos no exigen palabras, en el hecho de que cierta parte de las matemáticas se expone “en forma simbólica exacta, en la cual no figura ninguna palabra” y en que “… si queremos estudiar aritmética, álgebra y análisis y, en general, todo lo que habitualmente se denomina matemática pura (exclusión hecha de la geometría) hemos de partir de tres palabras. Un símbolo significa cero; otro, número, y el tercero sigue a. Quien quiera dedicarse a la aritmética necesita saber lo que estas ideas significan. Ahora bien, introducidos estos símbolos para tres ideas, su ulterior desenvolvimiento ya no exige ni una palabra”.16

        ¿Puede, sin embargo, admitirse que los hechos aducidos constituyen una razón para negar la necesidad de las palabras para los conceptos científicos? Russell reconoce que las ciencias indicadas pueden ser consideradas como el desarrollo de tres “ideas” únicamente a condición de que se dé un determinado contenido a estas “ideas”. No es difícil comprender que el contenido de dichos conceptos se elige de modo que, de antemano, encierre la posibilidad de obtener los resultados alcanzados por las ciencias matemáticas en el transcurso de dos milenios y medio. Los tres conceptos indicados pueden servir de punto de partida para el desarrollo de las teorías matemáticas precisamente porque se han elaborado a base de ellas, de las que constituyen síntesis abstracta y resultado. Como reconoce el propio Russell, no es posible elaborar y explicar estos conceptos sintéticos de la matemática, que resumen el desarrollo multisecular de dicha ciencia, sin recurrir a las palabras. Hay que añadir a esto, además, que para estructurar las teorías matemáticas, aparte de las tres “ideas” indicadas, se requieren reglas para su uso, lo cual no puede hacerse sin palabras.

        Por otra parte, toda conclusión obtenida teóricamente de conceptos dados por medio de reglas dadas, solo tiene sentido en la medida en que puede ser puesta de manifiesto a base de estos conceptos y reglas que se expresan, necesariamente, por medio de palabras. ¿Dónde están, pues, los conceptos “sin palabras”? Los éxitos gigantescos de la ciencia alcanzados gracias al simbolismo matemático resultan tan insuficientes para negar que la palabra es necesaria al concepto como lo son los adelantos alcanzados en el empleo de cifras y códigos. La existencia de los correspondientes sistemas que se emplean al hacer uso del simbolismo matemático y de las claves es posible tan solo gracias a conceptos y reglas -que sirven de punto de partida- necesariamente encarnados en palabras. Solo esto hace posible el cambio de las palabras por otros significados, con la particularidad de que también el orden de dicha sustitución se establece por medio de palabras.

        El concepto es la imagen de la realidad objetiva, es el reflejo de ésta en el cerebro del individuo. Ahora bien, tal reflejo es sumamente original. Crearlo significa reflejar la realidad formando una imagen que incluya únicamente ciertos rasgos del objeto sin contener otras facetas del mismo, imagen que una en sí muchos objetos diferentes unos de otros. Para crear una imagen semejante, tan abstracta y tan alejada de lo sensorial, es necesaria una base material sólida. Esta base material radica en determinados sonidos con los que se concatenan en la conciencia del hombre facetas y propiedades destacadas de los objetos. Donde esta base fónica material falta (por ejemplo, en los animales superiores), no es posible la abstracción, no es posible la formación de conceptos. En concepto no puede surgir ni puede existir sin una base material, verbal. Mientras no hay palabras ni oraciones, no hay pensamientos abstractos ni juicio ni raciocinios. También en el pasado los conceptos surgían exclusivamente a base de palabras, como actualmente se forman y utilizan al pensar tan solo mediante palabras, pues la propia naturaleza del concepto como abstracción, como imagen que carece de relieve sensorial, exige una base material verbal.

        La separación de pensamiento y lenguaje, característica de las orientaciones burguesas contemporáneas de la filosofía y de la lingüística, se halla íntimamente ligada a la concepción subjetivo-individualista del pensar como fenómeno puramente individual y subjetivo. Desde el punto de vista del positivismo lógico, el material de las múltiples vivencias individuales es completamente distinto. “La serie de vivencias es distinta para cada sujeto. Si, a pesar de ello, se llega a un acuerdo al dar nombre a formaciones constituidas a base de las vivencias, no es que se haga referencia al material de dichas formaciones, en todo diferente, sino que se recurre a designar formalmente sus estructuras.”17 Aquí se lleva, pues, hasta el absurdo, la idea expuesta ya por Hegel de que “la lengua expresa, en esencia, tan solo lo universal. Ahora bien, lo que se piensa es particular, especial. Resulta, por tanto, imposible expresar por medio de la lengua lo que se piensa”.18

        Partiendo de la idea de que nuestros conceptos constituyen algo subjetivo, los idealistas semánticos llegan a la conclusión de que los conceptos son “inexpresables” mediante palabras de la lengua común a todos los miembros de una sociedad. Tal es la razón de que planteen el problema acerca del derecho de cada individuo a inventar a su capricho símbolos especiales para sus conceptos.

        Al afirmar que en sus conceptos cada persona piensa algo profundamente individual, inherente solo a sí mismo, y que las palabras de la lengua corrientemente admitida son comunes para todos, los idealistas infieren de ello que las palabras no son idóneas para expresar los conceptos individuales.

        La negación del carácter social de los conceptos y del pensamiento en general constituye una grave deformación de los que se entiende por esencia del concepto, y ello es causa de que dicha negación lleva a la conclusión reaccionaria de que la lengua no sirve para expresar los pensamientos del hombre. El pensamiento puede surgir y surge exclusivamente en la sociedad; se produce y existe tan solo como fenómeno, pero su naturaleza es social. Los pensamientos, los conceptos y los raciocinios nacen en la mente de las personas exclusivamente en el proceso de su hacer social, al comunicarse durante su labor conjunta con vistas a obtener los recursos necesarios a su existencia.

        Sin el trabajo, sin la actividad conjunta de los individuos, sin comunicarse en el proceso de su hacer común, resultaría imposible el propio surgimiento del pensar abstracto.

        La comunidad de pensamientos de las personas que entran en comunicación durante el trabajo productivo, posee profundas raíces en la realidad objetiva, de la cual son reflejo los pensamientos del hombre.

        Cuanto de común en los conceptos de las personas, no es producto de la arbitrariedad subjetiva. No es el resultado de la “creación libre” de la conciencia individual. En el grado del pensar abstracto, se refleja en el cerebro del hombre lo que existe de manera general y objetiva, independientemente de la conciencia de las personas, en los objetos y procesos de la naturaleza y de la sociedad.

        No hay que entender esta tesis en el sentido de que se niega el papel activo de la conciencia. En la formación de las abstracciones, desempeña un enorme papel, el trabajo creador de la imaginación, sin la cual no pueden surgir ni el concepto ni la representación general. Sin embargo, a pesar de que, como indicó Lenin, en cada concepto se da un trocito de fantasía, a pesar de la unilateralidad y falta de plenitud de toda abstracción, lo general del concepto es un reflejo de lo general existente de modo objetivo en los objetos y en los procesos del mundo material, es un reflejo de las concatenaciones objetivas de este mundo.

        “… El pensamiento -escribió Engels-, si no incurre en error, puede reunir los elementos de la conciencia en una unidad tan solo si en ellos o en sus prototipos reales dicha unidad existe ya de antemano. Al cepillo del limpiabotas no van a salirle glándulas mamarias por el hecho de que lo incluyamos en la misma categoría que los mamíferos.”19

        Resulta, pues, evidente que para los pensamientos del hombre es característico reflejar lo que hay de general en la propia realidad; a la vez, hasta ciertos límites, existe una comunidad de conceptos en las distintas personas, lo que hace posible que éstas se entiendan entre sí. La comunidad de conceptos de las diferentes personas se explica también por el hecho de que refleja lo que hay de general en los fenómenos de la realidad objetiva y también porque estos conceptos surgen únicamente en la sociedad, en el proceso de comunicación entre las personas y solo gracias a esta comunicación que tiene lugar en el transcurso de la producción social.

        “La conciencia, por tanto, desde el principio es un producto social y así será mientras exista el hombre.”20 En lo que respecta al “yo”, que vela a los ojos de los solipsistas el universo entero, este “yo”, esta conciencia de sí mismo ni siquiera puede darse sin el “tú”. Únicamente en virtud de su comunicación con otras personas, el hombre adquiere conciencia de sí mismo como individualidad.

        A la luz de estos principios del marxismo-leninismo, claros e irrebatiblemente fundamentados, se pone de manifiesto toda la falsía de la contraposición subjetivo-idealista entre los conceptos como algo exclusivamente individual y las palabras como fenómeno social.

        La lingüística científica niega la existencia de conceptos sin palabras, ficción que se asienta en la tendencia a separar el pensamiento de su base material fónica que la lengua le proporciona, a separar materia y conciencia.

        Como prueba de la existencia de conceptos sin palabras, se sacan a relucir a menudo los “dolores de la acción creadora”, cuya esencia se pretende explicar por la falta de palabras en la lengua para expresar los pensamientos y los sentimientos subjetivos, individuales y sin palabras que surgen en la conciencia del que crea.

        Por lo que toca a esta manera de interpretar los “dolores de la acción creadora”, hay que indicar, ante todo, que sentir y comprender los propios sentimientos no constituyen de ningún modo una misma cosa. Mientras el hombre no ha comprendido su sentimiento, de una u otra manera, es decir, mientras este sentimiento no se ha reflejado en su conciencia bajo el aspecto de pensamiento acerca del sentimiento, nada puede decir acerca de este último. La cuestión no estriba en que no sea posible “expresar” el sentimiento o el concepto, ni que falten palabras en la lengua para que el individuo enuncie sus conceptos, como afirman los idealistas, sino en la falta de conceptos. Solo pueden enunciarse los conceptos, los juicios, cuando surgen; pero mientras no se hayan encarnado en palabras no han nacido. Resulta, por ende, que los “dolores de la acción creadora” estriban, ante todo, en los esfuerzos para comprender, para llegar a conocer determinados fenómenos (incluyendo en ellos las emociones), y en formar acerca de ellos conceptos ciertos. Dichos esfuerzos constituyen el proceso del pensar que se produce forzosamente en forma verbal.

        Además, la enorme riqueza del vocabulario, los recursos fraseológicos y estilísticos de la lengua, los múltiples enlaces significativos de cada palabra con muchas otras palabras de la lengua dada, si se saben elegir con acierto los vocablos y su concatenación fraseológica, permiten expresar los matices más sutiles de los conceptos, las tonalidades emocionales, estilísticas y estéticas más delicadas del pensamiento. Para el escritor, por ejemplo, “los dolores de la acción creadora” consisten en buscar, en el riquísimo tesoro de la lengua, las palabras y expresiones que, además de contener determinados conceptos, permiten dar una representación artística de la realidad en el sentido emotivo, estilístico y estético, es decir, permiten reflejarla en imágenes artísticas. El que lo miembros de una clase social no comprendan los pensamientos y reivindicaciones de otra clase, no se debe a que los conceptos sean inexpresables, a la pobreza de la lengua, sino a las contradicciones de la sociedad dividida en clases.

        En una obra de Chéjov vemos a un ingeniero cuyas palabras no hallan eco entre los campesinos, a quienes, desea ayudar. Les dice:

-      Si fuerais justos, pagaríais el bien con el bien.

 Sjod se rascó y replicó:

-      Hay que pagarle. Bueno… Pero cuánto hay que pagar no se sabe…

-      Se lo preguntaremos al juez (A. P. Chéjov).

¿Puede achacarse esta incomprensión a la “falta de capacidad expresiva” de la lengua?

        Las contradicciones de la sociedad basada en la explotación llevan a menudo a tal estado en que las ideas y los sentimientos, los conceptos y los juicios enunciados por un individuo son acogidos hostilmente por parte de determinadas clases sociales (se niegan a reconocer esas ideas y sentimientos). Pero explicar esto por insuficiencia de la lengua, por incapacidad de la lengua para expresas dichas ideas y sentimientos, significa adoptar la posición de los idealistas que cargan sobre la lengua la responsabilidad por todas las contradicciones del régimen social burgués, por todos los sufrimientos a que el capitalismo condena a los trabajadores.

        Desde el punto de vista de esta teoría, la ignominia del fascismo y la lucha de los pueblos contra él no son más que un resultado de la imperfección de la lengua que impide a la gente entenderse. “Una lengua buena -dice S. Chase- nos ayudará a tratar de las cosas reales de nuestro medio; ahora, hablamos confusamente, en idiomas distintos.”21 La vida refuta decididamente este criterio mostrando que la lengua y las palabras que en ella se emplean expresan magníficamente todos los conceptos, todos los pensamientos de las clases que luchan entre sí. Si es Estado burgués, por ejemplo, se niega a satisfacer determinadas reivindicaciones de los obreros, es absurdo culpar de ello a la lengua. La culpa la tiene el régimen social en que el Estado es un instrumento de que disponen los capitalistas en su lucha contra el proletariado.

        Los idealistas semánticos, al afirmar que las lenguas vivas existentes no son capaces de expresar nuestros conceptos, y al plantear al problema de que es preciso crear “una buena lengua”, parten del principio subjetivista según el cual la elección de la lengua o la invención de palabras y reglas para su utilización, dependen de la voluntad y del capricho de la conciencia individual. Desde estas posiciones, se interpreta la aparición de toda palabra nueva como si el hombre creara un signo para sus pensamientos individuales, por considerar que en la lengua comúnmente admitida (precisamente por ser común) no existen palabras adecuadas.

        En realidad, el nacimiento de una nueva palabra constituye un proceso que no tiene nada que ver con lo que los idealistas se imaginan. Al entrar en conocimiento de la naturaleza y de la sociedad, se entera el hombre de la existencia de objetos y procesos que hasta entonces desconocía. Estos objetos y procesos se reflejan en la mente de las personas formando nuevos juicios, raciocinios y conceptos, lo cual no es posible, naturalmente, sin el ropaje de la lengua, sin la envoltura verbal.

        El proceso de formación de un nuevo concepto científico puede mostrarse de manera esquemática y en líneas generales -importantes para la cuestión que examinamos- a base del siguiente ejemplo. A finales del siglo XVIII y en la primera mitad del siglo XIX, a consecuencia del desarrollo de la industria, la química había acumulado ya una importante cantidad de datos acerca de la composición de diferentes combinaciones químicas y acerca de las correlaciones cuantitativas en que los distintos elementos entraban en dichas combinaciones. Aunque se habían acumulado muchos datos de este género, se hallaban desconectados y se los consideraba como si entre ellos no hubiera ninguna relación. Cuando la acumulación de tales datos llegó a cierto grado, surgió, naturalmente, la necesidad de confrontarlos entre sí. Dicha confrontación puso de manifiesto las conexiones que había entre los distintos datos acumulados acerca de las combinaciones químicas y se concluyó (1852) que el átomo de cada elemento podía combinarse únicamente con una cantidad determinada de átomos de los demás elementos. Se comprobó prácticamente dicha hipótesis y se vio que era verdadera para todas las combinaciones entonces conocidas. De esta manera surgió el nuevo concepto científico de “valencia”.

        Como es natural, al principio este nuevo concepto se formuló combinando palabras que de manera descriptiva ponían de manifiesto el contenido del nuevo concepto utilizando conceptos y palabras anteriormente elaborados. De otro modo, el concepto nuevo no habría podido surgir. Apareció como concepto relativo “a la propiedad del átomo de formar combinaciones químicas con un número determinado de otros átomos”. Se utilizaron, así, conceptos y palabras anteriormente conocidos: “átomo”, “combinación química”, etc. Más tarde empezaron a utilizarse palabras especiales para expresar dicho concepto: “atomicidad”, “valor”. Tan solo en el siglo XX se generalizó para dicho concepto el término “valencia”.

        Un concepto científico cualitativamente nuevo solo puede formarse a base de la práctica histórico-social en desarrollo y mediante la acumulación de una cantidad suficiente de raciocinios que generalicen dicha práctica. A su vez, estos raciocinios, cada uno de los cuales aporta un conocimiento cualitativamente nuevo, solo pueden llevarse a cabo si la práctica, en desarrollo, ha permitido allegar suficiente cantidad de juicios que reflejen facetas y conexiones de la realidad objetiva, anteriormente desconocidas. La formación de dichos juicios solo cabe en el transcurso de la actividad práctica sustentada sobre un nivel de conocimientos anteriormente alcanzado y, por ende, sobre conceptos elaborados antes.

        El juicio en que se reflejan aspectos y vínculos -por primera vez descubiertos- de diversos fenómenos, contiene conceptos elaborados con anterioridad. Cada juicio de esta clase adquiere cuerpo en una proposición, y los conceptos contenidos en el juicio se hallan manifiestos mediante palabras nacidas anteriormente. Luego, utilizamos necesariamente estas proposiciones cuando realizamos inferencias a base de conocimientos (juicios) recién adquiridos y pasamos a elaborar un nuevo concepto. Así, pues, un nuevo conocimiento (nuevos juicios, correspondientemente, proposiciones de nuevo contenido) adquirido a base del quehacer práctico constantemente renovado, se halla revestido, al principio, con una forma vieja (conceptos elaborados antes y -correspondientemente- viejas palabras). Ahora bien, al llegar a cierta etapa, pasamos a un grado cualitativamente nuevo en el desenvolvimiento de nuestro saber, formamos nuevos conceptos cuyo contenido, al principio, puede expresarse en forma descriptiva mediante un grupo de palabras (a las que se han asignado conceptos anteriormente elaborados). Luego, el nuevo conocimiento se adscribe a una palabra especial o a una combinación de palabras. Una y otra pueden consistir en antiguas formaciones adaptadas a la nueva significación o pueden ser de nuevo cuño. Ello depende de las leyes de la lengua dada. En ambos casos, el nuevo concepto implica un cambio en la lengua, aunque no sea más que por la adquisición de un nuevo significado fundamental por parte de una de las palabras o expresiones de la misma.

        Esta es la razón de que consideremos perfectamente justa la crítica a que L. S. Kovtún somete las opiniones sustentadas en publicaciones de nuestro país afirmando que la palabra no es capaz de transmitir de manera adecuada el contenido del concepto y que el significado de la palabra no se desarrolla a la par que avanza el saber del hombre concerniente a dicho significado. El que una palabra del dominio común se retrase respecto al significado de un término científico no es motivo para negar el progreso del significado corriente de la misma. Además, la existencia de la terminología científica impugna directamente la tesis de que la palabra no es capaz de dar a conocer el concepto científico. “… Para la palabra -observa L. S. Kovtún- no son de ningún modo, indiferentes los cambios que se producen en el contenido del concepto que aquélla exprese mediante su significado. Cambios semejantes pueden tener consecuencias que afecten directamente a la lengua y lleven a cierta limitación o ampliación de las concatenaciones libres de las palabras… a la transformación de las combinaciones libres de la palabra en combinaciones fraseológicas, etc.”22

        Tenemos, pues, que el hontanar de nuevas palabras y de nuevos conceptos no radica en la arbitraria voluntad de un individuo ni es su afán de inventar un signo para el divino “yo” inexpresable en el idioma común de los hombres. La formación de un nuevo concepto (lo mismo que la de todos los conceptos viejos) no tiene un origen subjetivo ni espiritual, sino que es objetivo y material. La fuente de las nuevas palabras y de los nuevos conceptos se halla en los objetos y procesos del mundo material, que tienen existencia objetiva, de los cuales son reflejo los nuevos conceptos creados en el proceso del quehacer social de los hombres. La actividad del ser humano transforma la realidad material, y con ello condiciona el desenvolvimiento del conocer humano que refleja en sus conceptos con creciente profundidad y amplitud de realidad objetiva.

        Sobre el problema relativo al origen de nuevas palabras en relación con el nacimiento de nuevos conceptos que reflejan nuevos fenómenos, arrojan diáfana luz las palabras de V. I. Lenin que a continuación citamos y que fueron escritas contra los populistas que defendían tenazmente la expresión “oficio” (es decir, ocupación colateral) para designar todas las ocupaciones de los campesinos fuera de la parcela.

        “… Refieren al “oficio” todas las ocupaciones, sean de la clase que sean, a que se dedican los campesinos fuera de la parcela; fabricantes, obreros, dueños de molinos, campos de regadío, aparceros y jornaleros: acaparadores, mercaderes y peones; comerciantes en madera y leñadores; contratistas y albañiles; representantes de las profesiones liberales, empleados y mendigos, etc., todos son “¡hombres de oficio!” Este salvaje uso de la palabra es una supervivencia de la tradicional… concepción según la cual, en la “parcela” se halla la ocupación “auténtica” y “natural” del mujik, y todas las demás ocupaciones se incluyen indistintamente en los oficios “colaterales”. Mientras existía el régimen de servidumbres, semejante empleo de la palabra tenía su raison d’être, pero ahora todo esto constituye un escandaloso anacronismo. Semejante terminología entre nosotros se mantiene también, en parte, porque armoniza perfectamente con la ficción relativa al campesino “medio” y excluye directamente la posibilidad de estudiar la diferenciación del campesinado…”23

        A nuestro parecer, en las palabras que anteceden se ve con meridiana claridad que el nacimiento de nuevos fenómenos sociales (en relación con el desarrollo del capitalismo en Rusia) exige de nosotros nuevos conceptos que reflejen fielmente dichos nuevos fenómenos: el intento de aplicar viejos conceptos a los nuevos fenómenos es una deformación reaccionaria de la realidad, es una farsa. La aplicación de nuevos conceptos exige a su vez, naturalmente, una nueva terminología y renunciar a la que ha envejecido en las nuevas condiciones del “salvaje uso de la palabra”. Semejante “uso” de las palabras fue uno de los recursos de que echaron mano los populistas en su afán de refutar, costara lo que costara, el hecho objetivo de la diferenciación de las clases en el campo.

        El ejemplo aducido es una prueba convincente de que el origen de las nuevas palabras y expresiones no es, de ningún modo, resultado de los esfuerzos de las personas que no encuentran palabras en el idioma para “expresarse a sí mismas”, para expresar “su individualidad”.

        En realidad, el nacimiento de nuevas palabras no es, ni mucho menos, el producto de la creación “libre” de personas que sienten que no pueden “expresar” su “yo” individual. Es un proceso objetivamente condicionado que se verifica con carácter necesario y que es inherente a la regularidad objetiva. Los individuos que por primera vez elaboran el nuevo concepto o que hallan para él la expresión verbal, llevan a cabo una labor que ha madurado objetivamente, en un momento en que se hallan ya en sazón los medios que permiten ejecutarla, pues la tarea ha emergido de las necesidades de desarrollo material de la vida de la sociedad, objetivamente producidas.

        Mientras que las causas de la aparición de nuevos conceptos y palabras radican en el proceso objetivo del desarrollo de la sociedad y del conocimiento, el procedimiento concreto en virtud del cual se crea la nueva palabra en la lengua dada (o la nueva significación de una palabra vieja) depende de las leyes específicas del idioma en cuestión. Estas leyes poseen también carácter objetivo y excluyen toda arbitrariedad. En el nacimiento de nuevas palabras no solo se pone de manifiesto la regular aparición de nuevos conceptos, sino que, además, se revelan las leyes de la formación de palabras interiormente propias de la lengua dada en el correspondiente grado de su desarrollo.

        Tenemos, por tanto, que no existen ni pueden existir pensamientos -entre ellos, conceptos- fuera de las palabras. Todo concepto se encarna, se fija en una palabra o en un grupo de palabras en las que halla su expresión material. Mientras no existan tales palabras, mientras no se han hallado, no existe tampoco el concepto.

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(*) D. P. Gorski y otros, Pensamiento y lenguaje, Boguslavski, La palabra y el concepto, La palabra como envoltura material del concepto. Editorial J. Grijalbo, México, D. F., 1966, págs. 193-206.

(1) C. Marx y F. Engels: Obras, t. 3. Editorial del Estado de Literatura Política, Moscú, 1955, pág. 448.

(2) R. Carnap, Der logische Aufbau der Welt, Berlín, 1928, pág. 6.

(3) R. Carnap, Der logische Aufbau der Welt, Berlín, 1928, pág. 220.

(4) Ibídem, pág. 250.

(5) R. Carnap, Der logische Aufbau der Welt, Berlín, 1928, pág. 247. En este caso, por realismo se entiende materialismo.

(6) Ibídem, pág. 86.

(7) Ibídem, pág. 226.

(8) Ibídem, pág. 86.

(9) Citado según el libro de Cornforth La ciencia contra el idealismo, Editorial de Literatura Extranjera, Moscú, 1948, pág. 190.

(10) V. I. Lenin, Obras, t. 31, pág. 83.

(11) Citado según el libro de Adam Schaffer Algunos problemas de la teoría marxista-leninista acerca de la verdad, Editorial de Literatura Extranjera, Moscú, 1953, pág. 98.

(12) Citado según el libro de Cornforth La ciencia contra el idealismo, pág. 222.

(13) Citado según el libro de Cornforth En defensa de la filosofía, Editorial de Literatura Extranjera, Moscú, 1951, pág. 144.

(14) Ibídem, pág. 140.

(15) Citado según el libro de Cornforth En defensa de la filosofía, Editorial de Literatura Extranjera, Moscú, 1951, pág. 137.

(16) B. Russell, Últimos trabajos acerca de los principios de la matemática. “Nuevas ideas en matemáticas”. Primer cuaderno, S. Petersburgo, 1913, páginas 86-87.

(17) R. Carnap, Der logische Aufbau der Welt, pág. 21.

(18) G. Hegel, Werke, t. XIV, Berlín, 1833, págs. 143-144.

(19) F. Engels, Anti-Dühring, Editorial del Estado de Literatura Política, 1953, pág. 40.

(20) C. Marx y F. Engels, Obras, t. 3, pág. 29.

(21) Citado según el libro de Cornforth En defensa de la filosofía, página 142.

(22) Problemas de lingüística, núm. 5, 1955, pág. 71.

(23) V. I. Lenin, Obras, t. 3, págs. 69-70. [El texto en referencia se encuentra en El desarrollo del capitalismo en Rusia, en el cual se dice “diferenciación” en lugar de “descompensación” como se señala en el libro del cual tomamos el texto. CH].


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