La Palabra Como Envoltura Material del Pensamiento
V. M. Boguslavski
LA PALABRA CONSTITUYE una conexión necesaria y el
medio de formación y existencia del concepto. El criterio de que existen
conceptos sin palabras se basa en una contraposición idealista de pensamiento y
lengua. Al separar de la materia la conciencia; al separar el pensamiento del
cerebro (del que ése es un producto) y del mundo objetivo (del que el
pensamiento es un reflejo), el idealismo separa, a la vez, pensamiento y lengua
pese a que en las palabras y oraciones de esta última se fijan los resultados
de la actividad cognoscitiva del pensar: los conceptos, los juicios y los
raciocinios.
Marx y
Engels indicaron que los idealistas, del mismo modo que “aislaron el
pensamiento como fuerza independiente, tuvieron que aislar la lengua en cierto
reino independiente y especial”.1 De ahí las lucubraciones
reaccionarias de los idealistas acerca de la palabra como si ésta no solo no
fuera capaz de expresar el concepto, sino que, por el contrario, constituyera
un obstáculo para la expresión de los conceptos e incluso impidiera que éstos
se expresasen.
Ya
Bergson sostuvo un criterio irracionalista afirmando que el pensamiento no es
conmensurable por medio de la palabra y que las palabras dificultan la
expresión de aquél. Esta opinión se ha difundido mucho en la filosofía y en la
lingüística burguesas idealistas de nuestros días.
La
defensa de este punto de vista por parte de los idealistas actuales se halla
estrechamente relacionada con la del criterio de que todo cuanto existe no
constituye más que cierto estado de nuestra conciencia y ésta no es un producto
de la naturaleza, sino su creadora. Para el positivismo lógico, por ejemplo,
“el concepto y su objeto son una misma cosa. Semejante identidad, empero, no
significa de ningún modo la sustantivación del concepto, sino más bien la
«funcionalización» del objeto”,2 es decir, la reducción de la
existencia del objeto a la existencia del concepto o a la representación del
mismo. “… Todos los objetos -afirma R. Carnap- pueden hallarse constituidos por
«mis vivencias elementales» … Cualquier objeto que no sea una de mis vivencias
queda con ello reducido a un objeto imaginado…”3 Se sostiene, pues,
la tesis siguiente: existir significa hallarse en el número de mis vivencias,
es decir, se parafrasea el famoso “esse est percipi” de Berkeley. Los
positivistas lógicos niegan la existencia de la realidad objetiva: “…el
adscribir la propiedad de «real» a una sustancia, cualquiera que sea -dice
Carnap- (sea materia, energía, un campo magnético no importa qué) no puede ser
logrado mediante ningún experimento, y resulta, por tanto, metafísico”.4
Para el
punto de vista que estamos examinando, incluso formular la pregunta de si
existe el mundo exterior, significa incurrir en el pecado de “metafísica”. R.
Carnap reprocha a B. Russell, a quien le une la comunidad de ideología, el que
“Russell a menudo plantea los problemas que a continuación se indican, en los
cuales (independientemente de la solución que se les dé) se trasluce el punto
de vista realista que implicite contienen. Son estos problemas: el de si
existen las cosas físicas cuando no se observan, el de si existen otras
personas; el de si existen las clases, etc.”5
Carnap ve
la diferencia de su concepción respecto al viejo solipsismo en que el
positivismo lógico no presupone nada ni a nadie a que o a quien esto dado sea
dado.6 Para él “la existencia del «yo» no es la condición inicial
de las cosas en lo dado. Del cogito no se sigue sum; «yo
tengo una vivencia» no se sigue que yo soy; de ello se desprende solo que
existe una vivencia”.7 El estado inicial de lo dado en el cual no
solo es imposible que el individuo se distinga a sí mismo respecto a los demás
individuos, sino que, además, “no se hace ninguna diferencia entre las
vivencias, las cuales, según su subsiguiente constitución, se clasificarán en
percepciones, alucinaciones, sueños, etc.”,8 no necesita,
naturalmente las palabras. Las palabras no son capaces de expresar este
fantástico maremagno, en el que resulta imposible distinguir nada.
Partiendo
de la concepción subjetivo-idealista de los positivistas lógicos, Wittgenstein
afirma que “nosotros no podemos expresar por medio de la lengua lo que por
sí mismo se expresa en ella”.9
La falta
de claridad, la vaguedad del sentido en que unas u otras palabras se emplean,
no solo son inadmisibles en matemáticas, ciencia en que desde hace mucho tiempo
se está trabajando para eliminar tal falta de claridad. También para otras
ciencias, y en política, este problema tiene suma importancia. V. I. Lenin
señaló la necesidad de precisar en toda discusión teórica el sentido que se da
a las palabras. La labor realizada durante los últimos decenios a fin de puntualizar
el significado de palabras que se aplican en distintas ramas del saber, tiene,
por ello, gran valor no solo teórico, sino, además, práctico, como ha
demostrado la creación de las modernas máquinas de cálculo y análisis.
Los
idealistas, empero, han falsificado inmediatamente estos resultados
científicos, lo mismo que los éxitos de la física contemporánea y se han
apresurado a declarar que los nuevos datos científicos confirman su gnoseología
reaccionaria. V. I. Lenin puso reiteradamente de manifiesto la esencia
metafísica del sofisma de que hacen uso los idealistas y que consiste en tomar
un principio cierto en determinados límites, perfectamente establecidos, y
aplicarlo más allá, transformándolo en su principio opuesto. De verdadero pasa
a ser falso. A semejante sofisma recurren los neopositivistas. Del principio
cierto de que el significado de algunas palabras es poco preciso (o sea que las
palabras aludidas se emplean con distintos significados), los
neopositivistas sacan la conclusión completamente falsa de que casi todas las
palabras importantes carecen de significado. Según Chase, son sin
sentido y carecen de significado palabras como: patria, nación, humanidad, ley,
progreso, comunismo, masas, trabajo, capital, fascismo, Wall Street, etc.10
Después
de afirmar que las palabras más importantes de la lengua utilizadas por los
individuos carecen de sentido, los positivistas llegan ala conclusión de que
las palabras en general no son capaces de expresar lo que el hombre piensa.
Según el criterio de los idealistas subjetivos, todo cuanto se relaciona con el
hombre pertenece al mundo de las sensaciones y de las percepciones, constituye
el mundo “de lo dado”, mundo que, afirma Chase, “no puede ser expresado por
medio de palabras”.
Al
defender la tesis de que “un pensamiento enunciado es una mentira”, los
idealistas subjetivos van tan lejos que A. Tarski, por ejemplo, llega a la
conclusión de que “en lo que respecta al habla, coloquial, por lo visto es
imposible no solo definir el concepto de verdad, sino incluso utilizar este
concepto de manera consecuente y en concordancia con las leyes de la lógica”.11
R. Carnap afirma que “por cuanto el significado se puntualiza por medio de
palabras y, por consiguiente, es impreciso, la conclusión a que se llega por
este camino solo puede ser imprecisa y ambigua”.12
Los
idealistas semánticos sostienen el criterio de que la incapacidad de las
palabras para expresar nuestros conceptos impide que los individuos puedan
comprenderse cabalmente. La falta de comprensión mutua da origen, según ellos,
a los problemas sociales, causa de encarnizada lucha en la sociedad
capitalista. “¿Por qué muchos principios, si existen en general -pregunta
Stuart Chase-, resultan tan crueles en sus consecuencias tangibles y tan fuera
de lugar en relación con lo que ocurre en el mundo real? A mi juicio, una de
las respuestas puede hallarse en la estructura de la lengua que utilizamos.”13
Chase considera, en consecuencia, que la causa de las catástrofes sociales en
que se ve sumido el hombre de la actual sociedad capitalista radica no en el
dominio del capital, no en su tiranía, sino en la “tiranía de las palabras”. Es
preciso luchar no contra el capitalismo y el fascismo (esto no son más que
palabras sin sentido), sino contra la tiranía de las palabras, contra la
errónea utilización de las palabras. Tal es el problema que resuelve la
semántica de Chase y de lo que como él piensan. “… Si el conocimiento de la
semántica -dice- fuera general y las personas se preocuparan de evitar los
fallos en la comunicación, es muy dudoso que la catástrofe pudiera comenzar.”14
Es obvio el carácter socialmente reaccionario de semejantes teorías. Al afirmar
que las causas de las calamidades por las que atraviesa el hombre del mundo
capitalista de nuestros días radica en la “estructura del idioma que se usa”,
en la imperfección de los medios de comunicación utilizados por los individuos,
y no en el régimen social capitalista, esta teoría infunde la idea de una
supuesta “lamentable esterilidad de la mayor parte de la literatura consagrada
a la reforma económica y social”;15 sostiene que resultan
infructuosos todos los esfuerzos encaminados a transformar las relaciones
sociales. La lucha contra el capitalismo, entendido como palabra huera, se
declara disparatada; la panacea de todos los desastres sociales se halla en el
perfeccionamiento de las palabras y de la estructura de la lengua, en la mejora
de los medios de comprensión recíproca entre las personas.
No todos
los representantes del idealismo semántico llegan a conclusiones tan
manifiestamente reaccionarias, pero tales conclusiones se siguen necesariamente
de su manera de entender la correlación existente entre palabra y concepto. En
su basa se halla la tesis formulada ya por Schopenhauer de que “Los
pensamientos mueren en el mismo instante en que quedan encarnados en palabras.”
Los
neopositivistas intentan fundamentar la tesis de que nuestros conceptos no
exigen palabras, en el hecho de que cierta parte de las matemáticas se expone
“en forma simbólica exacta, en la cual no figura ninguna palabra” y en que “…
si queremos estudiar aritmética, álgebra y análisis y, en general, todo lo que
habitualmente se denomina matemática pura (exclusión hecha de la geometría)
hemos de partir de tres palabras. Un símbolo significa cero; otro, número,
y el tercero sigue a. Quien quiera dedicarse a la aritmética necesita
saber lo que estas ideas significan. Ahora bien, introducidos estos símbolos
para tres ideas, su ulterior desenvolvimiento ya no exige ni una palabra”.16
¿Puede,
sin embargo, admitirse que los hechos aducidos constituyen una razón para negar
la necesidad de las palabras para los conceptos científicos? Russell reconoce
que las ciencias indicadas pueden ser consideradas como el desarrollo de tres
“ideas” únicamente a condición de que se dé un determinado contenido a estas
“ideas”. No es difícil comprender que el contenido de dichos conceptos se elige
de modo que, de antemano, encierre la posibilidad de obtener los resultados
alcanzados por las ciencias matemáticas en el transcurso de dos milenios y
medio. Los tres conceptos indicados pueden servir de punto de partida para el
desarrollo de las teorías matemáticas precisamente porque se han elaborado a
base de ellas, de las que constituyen síntesis abstracta y resultado. Como
reconoce el propio Russell, no es posible elaborar y explicar estos conceptos
sintéticos de la matemática, que resumen el desarrollo multisecular de dicha
ciencia, sin recurrir a las palabras. Hay que añadir a esto, además, que para
estructurar las teorías matemáticas, aparte de las tres “ideas” indicadas, se
requieren reglas para su uso, lo cual no puede hacerse sin palabras.
Por otra
parte, toda conclusión obtenida teóricamente de conceptos dados por medio de
reglas dadas, solo tiene sentido en la medida en que puede ser puesta de
manifiesto a base de estos conceptos y reglas que se expresan, necesariamente,
por medio de palabras. ¿Dónde están, pues, los conceptos “sin palabras”? Los
éxitos gigantescos de la ciencia alcanzados gracias al simbolismo matemático
resultan tan insuficientes para negar que la palabra es necesaria al concepto
como lo son los adelantos alcanzados en el empleo de cifras y códigos. La
existencia de los correspondientes sistemas que se emplean al hacer uso del
simbolismo matemático y de las claves es posible tan solo gracias a conceptos y
reglas -que sirven de punto de partida- necesariamente encarnados en palabras.
Solo esto hace posible el cambio de las palabras por otros significados, con la
particularidad de que también el orden de dicha sustitución se establece por
medio de palabras.
El
concepto es la imagen de la realidad objetiva, es el reflejo de ésta en el
cerebro del individuo. Ahora bien, tal reflejo es sumamente original. Crearlo
significa reflejar la realidad formando una imagen que incluya únicamente
ciertos rasgos del objeto sin contener otras facetas del mismo, imagen que una
en sí muchos objetos diferentes unos de otros. Para crear una imagen semejante,
tan abstracta y tan alejada de lo sensorial, es necesaria una base material
sólida. Esta base material radica en determinados sonidos con los que se
concatenan en la conciencia del hombre facetas y propiedades destacadas de los
objetos. Donde esta base fónica material falta (por ejemplo, en los animales
superiores), no es posible la abstracción, no es posible la formación de
conceptos. En concepto no puede surgir ni puede existir sin una base material,
verbal. Mientras no hay palabras ni oraciones, no hay pensamientos abstractos
ni juicio ni raciocinios. También en el pasado los conceptos surgían
exclusivamente a base de palabras, como actualmente se forman y utilizan al
pensar tan solo mediante palabras, pues la propia naturaleza del concepto como
abstracción, como imagen que carece de relieve sensorial, exige una base
material verbal.
La
separación de pensamiento y lenguaje, característica de las orientaciones
burguesas contemporáneas de la filosofía y de la lingüística, se halla íntimamente
ligada a la concepción subjetivo-individualista del pensar como fenómeno
puramente individual y subjetivo. Desde el punto de vista del positivismo
lógico, el material de las múltiples vivencias individuales es completamente
distinto. “La serie de vivencias es distinta para cada sujeto. Si, a pesar de
ello, se llega a un acuerdo al dar nombre a formaciones constituidas a base de
las vivencias, no es que se haga referencia al material de dichas formaciones,
en todo diferente, sino que se recurre a designar formalmente sus estructuras.”17
Aquí se lleva, pues, hasta el absurdo, la idea expuesta ya por Hegel de que “la
lengua expresa, en esencia, tan solo lo universal. Ahora bien, lo que se piensa
es particular, especial. Resulta, por tanto, imposible expresar por medio de la
lengua lo que se piensa”.18
Partiendo
de la idea de que nuestros conceptos constituyen algo subjetivo, los idealistas
semánticos llegan a la conclusión de que los conceptos son “inexpresables”
mediante palabras de la lengua común a todos los miembros de una sociedad. Tal
es la razón de que planteen el problema acerca del derecho de cada individuo a
inventar a su capricho símbolos especiales para sus conceptos.
Al
afirmar que en sus conceptos cada persona piensa algo profundamente individual,
inherente solo a sí mismo, y que las palabras de la lengua corrientemente
admitida son comunes para todos, los idealistas infieren de ello que las
palabras no son idóneas para expresar los conceptos individuales.
La
negación del carácter social de los conceptos y del pensamiento en general
constituye una grave deformación de los que se entiende por esencia del
concepto, y ello es causa de que dicha negación lleva a la conclusión
reaccionaria de que la lengua no sirve para expresar los pensamientos del
hombre. El pensamiento puede surgir y surge exclusivamente en la sociedad; se
produce y existe tan solo como fenómeno, pero su naturaleza es social. Los
pensamientos, los conceptos y los raciocinios nacen en la mente de las personas
exclusivamente en el proceso de su hacer social, al comunicarse durante su
labor conjunta con vistas a obtener los recursos necesarios a su existencia.
Sin el
trabajo, sin la actividad conjunta de los individuos, sin comunicarse en el
proceso de su hacer común, resultaría imposible el propio surgimiento del
pensar abstracto.
La
comunidad de pensamientos de las personas que entran en comunicación durante el
trabajo productivo, posee profundas raíces en la realidad objetiva, de la cual
son reflejo los pensamientos del hombre.
Cuanto de
común en los conceptos de las personas, no es producto de la arbitrariedad
subjetiva. No es el resultado de la “creación libre” de la conciencia
individual. En el grado del pensar abstracto, se refleja en el cerebro del hombre
lo que existe de manera general y objetiva, independientemente de la conciencia
de las personas, en los objetos y procesos de la naturaleza y de la sociedad.
No hay
que entender esta tesis en el sentido de que se niega el papel activo de la conciencia.
En la formación de las abstracciones, desempeña un enorme papel, el trabajo
creador de la imaginación, sin la cual no pueden surgir ni el concepto ni la
representación general. Sin embargo, a pesar de que, como indicó Lenin, en cada
concepto se da un trocito de fantasía, a pesar de la unilateralidad y falta de
plenitud de toda abstracción, lo general del concepto es un reflejo de lo
general existente de modo objetivo en los objetos y en los procesos del mundo
material, es un reflejo de las concatenaciones objetivas de este mundo.
“… El
pensamiento -escribió Engels-, si no incurre en error, puede reunir los
elementos de la conciencia en una unidad tan solo si en ellos o en sus
prototipos reales dicha unidad existe ya de antemano. Al cepillo del limpiabotas
no van a salirle glándulas mamarias por el hecho de que lo incluyamos en la
misma categoría que los mamíferos.”19
Resulta,
pues, evidente que para los pensamientos del hombre es característico reflejar
lo que hay de general en la propia realidad; a la vez, hasta ciertos límites,
existe una comunidad de conceptos en las distintas personas, lo que hace
posible que éstas se entiendan entre sí. La comunidad de conceptos de las
diferentes personas se explica también por el hecho de que refleja lo que hay
de general en los fenómenos de la realidad objetiva y también porque estos
conceptos surgen únicamente en la sociedad, en el proceso de comunicación entre
las personas y solo gracias a esta comunicación que tiene lugar en el
transcurso de la producción social.
“La
conciencia, por tanto, desde el principio es un producto social y así será
mientras exista el hombre.”20 En lo que respecta al “yo”, que vela a
los ojos de los solipsistas el universo entero, este “yo”, esta conciencia de
sí mismo ni siquiera puede darse sin el “tú”. Únicamente en virtud de su
comunicación con otras personas, el hombre adquiere conciencia de sí mismo como
individualidad.
A la luz
de estos principios del marxismo-leninismo, claros e irrebatiblemente
fundamentados, se pone de manifiesto toda la falsía de la contraposición
subjetivo-idealista entre los conceptos como algo exclusivamente individual y
las palabras como fenómeno social.
La
lingüística científica niega la existencia de conceptos sin palabras, ficción
que se asienta en la tendencia a separar el pensamiento de su base material
fónica que la lengua le proporciona, a separar materia y conciencia.
Como
prueba de la existencia de conceptos sin palabras, se sacan a relucir a menudo
los “dolores de la acción creadora”, cuya esencia se pretende explicar por la
falta de palabras en la lengua para expresar los pensamientos y los
sentimientos subjetivos, individuales y sin palabras que surgen en la
conciencia del que crea.
Por lo
que toca a esta manera de interpretar los “dolores de la acción creadora”, hay
que indicar, ante todo, que sentir y comprender los propios sentimientos no
constituyen de ningún modo una misma cosa. Mientras el hombre no ha comprendido
su sentimiento, de una u otra manera, es decir, mientras este sentimiento no se
ha reflejado en su conciencia bajo el aspecto de pensamiento acerca del
sentimiento, nada puede decir acerca de este último. La cuestión no estriba en
que no sea posible “expresar” el sentimiento o el concepto, ni que falten
palabras en la lengua para que el individuo enuncie sus conceptos, como afirman
los idealistas, sino en la falta de conceptos. Solo pueden enunciarse los
conceptos, los juicios, cuando surgen; pero mientras no se hayan encarnado en
palabras no han nacido. Resulta, por ende, que los “dolores de la acción
creadora” estriban, ante todo, en los esfuerzos para comprender, para llegar a
conocer determinados fenómenos (incluyendo en ellos las emociones), y en formar
acerca de ellos conceptos ciertos. Dichos esfuerzos constituyen el proceso del
pensar que se produce forzosamente en forma verbal.
Además,
la enorme riqueza del vocabulario, los recursos fraseológicos y estilísticos de
la lengua, los múltiples enlaces significativos de cada palabra con muchas
otras palabras de la lengua dada, si se saben elegir con acierto los vocablos y
su concatenación fraseológica, permiten expresar los matices más sutiles de los
conceptos, las tonalidades emocionales, estilísticas y estéticas más delicadas
del pensamiento. Para el escritor, por ejemplo, “los dolores de la acción
creadora” consisten en buscar, en el riquísimo tesoro de la lengua, las
palabras y expresiones que, además de contener determinados conceptos, permiten
dar una representación artística de la realidad en el sentido emotivo,
estilístico y estético, es decir, permiten reflejarla en imágenes artísticas.
El que lo miembros de una clase social no comprendan los pensamientos y
reivindicaciones de otra clase, no se debe a que los conceptos sean
inexpresables, a la pobreza de la lengua, sino a las contradicciones de la
sociedad dividida en clases.
En una
obra de Chéjov vemos a un ingeniero cuyas palabras no hallan eco entre los campesinos,
a quienes, desea ayudar. Les dice:
-
Si
fuerais justos, pagaríais el bien con el bien.
… Sjod se rascó
y replicó:
-
Hay
que pagarle. Bueno… Pero cuánto hay que pagar no se sabe…
-
Se
lo preguntaremos al juez (A. P. Chéjov).
¿Puede achacarse esta incomprensión a la “falta de
capacidad expresiva” de la lengua?
Las
contradicciones de la sociedad basada en la explotación llevan a menudo a tal
estado en que las ideas y los sentimientos, los conceptos y los juicios
enunciados por un individuo son acogidos hostilmente por parte de determinadas
clases sociales (se niegan a reconocer esas ideas y sentimientos). Pero
explicar esto por insuficiencia de la lengua, por incapacidad de la lengua para
expresas dichas ideas y sentimientos, significa adoptar la posición de los
idealistas que cargan sobre la lengua la responsabilidad por todas las
contradicciones del régimen social burgués, por todos los sufrimientos a que el
capitalismo condena a los trabajadores.
Desde el
punto de vista de esta teoría, la ignominia del fascismo y la lucha de los
pueblos contra él no son más que un resultado de la imperfección de la lengua
que impide a la gente entenderse. “Una lengua buena -dice S. Chase- nos ayudará
a tratar de las cosas reales de nuestro medio; ahora, hablamos confusamente, en
idiomas distintos.”21 La vida refuta decididamente este criterio
mostrando que la lengua y las palabras que en ella se emplean expresan
magníficamente todos los conceptos, todos los pensamientos de las clases que
luchan entre sí. Si es Estado burgués, por ejemplo, se niega a satisfacer
determinadas reivindicaciones de los obreros, es absurdo culpar de ello a la
lengua. La culpa la tiene el régimen social en que el Estado es un instrumento
de que disponen los capitalistas en su lucha contra el proletariado.
Los
idealistas semánticos, al afirmar que las lenguas vivas existentes no son
capaces de expresar nuestros conceptos, y al plantear al problema de que es
preciso crear “una buena lengua”, parten del principio subjetivista según el cual
la elección de la lengua o la invención de palabras y reglas para su
utilización, dependen de la voluntad y del capricho de la conciencia
individual. Desde estas posiciones, se interpreta la aparición de toda palabra
nueva como si el hombre creara un signo para sus pensamientos individuales, por
considerar que en la lengua comúnmente admitida (precisamente por ser común) no
existen palabras adecuadas.
En
realidad, el nacimiento de una nueva palabra constituye un proceso que no tiene
nada que ver con lo que los idealistas se imaginan. Al entrar en conocimiento
de la naturaleza y de la sociedad, se entera el hombre de la existencia de
objetos y procesos que hasta entonces desconocía. Estos objetos y procesos se
reflejan en la mente de las personas formando nuevos juicios, raciocinios y
conceptos, lo cual no es posible, naturalmente, sin el ropaje de la lengua, sin
la envoltura verbal.
El
proceso de formación de un nuevo concepto científico puede mostrarse de manera
esquemática y en líneas generales -importantes para la cuestión que examinamos-
a base del siguiente ejemplo. A finales del siglo XVIII y en la primera mitad
del siglo XIX, a consecuencia del desarrollo de la industria, la química había
acumulado ya una importante cantidad de datos acerca de la composición de
diferentes combinaciones químicas y acerca de las correlaciones cuantitativas
en que los distintos elementos entraban en dichas combinaciones. Aunque se
habían acumulado muchos datos de este género, se hallaban desconectados y se
los consideraba como si entre ellos no hubiera ninguna relación. Cuando la
acumulación de tales datos llegó a cierto grado, surgió, naturalmente, la
necesidad de confrontarlos entre sí. Dicha confrontación puso de manifiesto las
conexiones que había entre los distintos datos acumulados acerca de las
combinaciones químicas y se concluyó (1852) que el átomo de cada elemento podía
combinarse únicamente con una cantidad determinada de átomos de los demás
elementos. Se comprobó prácticamente dicha hipótesis y se vio que era verdadera
para todas las combinaciones entonces conocidas. De esta manera surgió el nuevo
concepto científico de “valencia”.
Como es
natural, al principio este nuevo concepto se formuló combinando palabras que de
manera descriptiva ponían de manifiesto el contenido del nuevo concepto
utilizando conceptos y palabras anteriormente elaborados. De otro modo, el
concepto nuevo no habría podido surgir. Apareció como concepto relativo “a la
propiedad del átomo de formar combinaciones químicas con un número determinado
de otros átomos”. Se utilizaron, así, conceptos y palabras anteriormente
conocidos: “átomo”, “combinación química”, etc. Más tarde empezaron a
utilizarse palabras especiales para expresar dicho concepto: “atomicidad”,
“valor”. Tan solo en el siglo XX se generalizó para dicho concepto el término
“valencia”.
Un
concepto científico cualitativamente nuevo solo puede formarse a base de la
práctica histórico-social en desarrollo y mediante la acumulación de una
cantidad suficiente de raciocinios que generalicen dicha práctica. A su
vez, estos raciocinios, cada uno de los cuales aporta un conocimiento
cualitativamente nuevo, solo pueden llevarse a cabo si la práctica, en
desarrollo, ha permitido allegar suficiente cantidad de juicios que
reflejen facetas y conexiones de la realidad objetiva, anteriormente
desconocidas. La formación de dichos juicios solo cabe en el transcurso de la
actividad práctica sustentada sobre un nivel de conocimientos anteriormente
alcanzado y, por ende, sobre conceptos elaborados antes.
El juicio
en que se reflejan aspectos y vínculos -por primera vez descubiertos- de
diversos fenómenos, contiene conceptos elaborados con anterioridad. Cada juicio
de esta clase adquiere cuerpo en una proposición, y los conceptos contenidos en
el juicio se hallan manifiestos mediante palabras nacidas anteriormente. Luego,
utilizamos necesariamente estas proposiciones cuando realizamos inferencias a
base de conocimientos (juicios) recién adquiridos y pasamos a elaborar un nuevo
concepto. Así, pues, un nuevo conocimiento (nuevos juicios,
correspondientemente, proposiciones de nuevo contenido) adquirido a base del
quehacer práctico constantemente renovado, se halla revestido, al principio,
con una forma vieja (conceptos elaborados antes y -correspondientemente- viejas
palabras). Ahora bien, al llegar a cierta etapa, pasamos a un grado
cualitativamente nuevo en el desenvolvimiento de nuestro saber, formamos nuevos
conceptos cuyo contenido, al principio, puede expresarse en forma descriptiva
mediante un grupo de palabras (a las que se han asignado conceptos
anteriormente elaborados). Luego, el nuevo conocimiento se adscribe a una
palabra especial o a una combinación de palabras. Una y otra pueden consistir
en antiguas formaciones adaptadas a la nueva significación o pueden ser de
nuevo cuño. Ello depende de las leyes de la lengua dada. En ambos casos, el
nuevo concepto implica un cambio en la lengua, aunque no sea más que por la
adquisición de un nuevo significado fundamental por parte de una de las
palabras o expresiones de la misma.
Esta es
la razón de que consideremos perfectamente justa la crítica a que L. S. Kovtún
somete las opiniones sustentadas en publicaciones de nuestro país afirmando que
la palabra no es capaz de transmitir de manera adecuada el contenido del
concepto y que el significado de la palabra no se desarrolla a la par que
avanza el saber del hombre concerniente a dicho significado. El que una palabra
del dominio común se retrase respecto al significado de un término científico
no es motivo para negar el progreso del significado corriente de la misma.
Además, la existencia de la terminología científica impugna directamente la
tesis de que la palabra no es capaz de dar a conocer el concepto científico. “…
Para la palabra -observa L. S. Kovtún- no son de ningún modo, indiferentes los
cambios que se producen en el contenido del concepto que aquélla exprese
mediante su significado. Cambios semejantes pueden tener consecuencias que
afecten directamente a la lengua y lleven a cierta limitación o ampliación de
las concatenaciones libres de las palabras… a la transformación de las
combinaciones libres de la palabra en combinaciones fraseológicas, etc.”22
Tenemos,
pues, que el hontanar de nuevas palabras y de nuevos conceptos no radica en la
arbitraria voluntad de un individuo ni es su afán de inventar un signo para el
divino “yo” inexpresable en el idioma común de los hombres. La formación de un
nuevo concepto (lo mismo que la de todos los conceptos viejos) no tiene un
origen subjetivo ni espiritual, sino que es objetivo y material. La fuente de
las nuevas palabras y de los nuevos conceptos se halla en los objetos y
procesos del mundo material, que tienen existencia objetiva, de los cuales son
reflejo los nuevos conceptos creados en el proceso del quehacer social de los
hombres. La actividad del ser humano transforma la realidad material, y con
ello condiciona el desenvolvimiento del conocer humano que refleja en sus
conceptos con creciente profundidad y amplitud de realidad objetiva.
Sobre el
problema relativo al origen de nuevas palabras en relación con el nacimiento de
nuevos conceptos que reflejan nuevos fenómenos, arrojan diáfana luz las
palabras de V. I. Lenin que a continuación citamos y que fueron escritas contra
los populistas que defendían tenazmente la expresión “oficio” (es decir,
ocupación colateral) para designar todas las ocupaciones de los campesinos
fuera de la parcela.
“…
Refieren al “oficio” todas las ocupaciones, sean de la clase que sean,
a que se dedican los campesinos fuera de la parcela; fabricantes, obreros,
dueños de molinos, campos de regadío, aparceros y jornaleros: acaparadores,
mercaderes y peones; comerciantes en madera y leñadores; contratistas y
albañiles; representantes de las profesiones liberales, empleados y mendigos,
etc., todos son “¡hombres de oficio!” Este salvaje uso de la palabra es una
supervivencia de la tradicional… concepción según la cual, en la “parcela” se
halla la ocupación “auténtica” y “natural” del mujik, y todas las demás
ocupaciones se incluyen indistintamente en los oficios “colaterales”. Mientras
existía el régimen de servidumbres, semejante empleo de la palabra tenía su raison
d’être, pero ahora todo esto constituye un escandaloso anacronismo.
Semejante terminología entre nosotros se mantiene también, en parte, porque
armoniza perfectamente con la ficción relativa al campesino “medio” y excluye
directamente la posibilidad de estudiar la diferenciación del campesinado…”23
A nuestro
parecer, en las palabras que anteceden se ve con meridiana claridad que el nacimiento
de nuevos fenómenos sociales (en relación con el desarrollo del capitalismo en
Rusia) exige de nosotros nuevos conceptos que reflejen fielmente dichos nuevos
fenómenos: el intento de aplicar viejos conceptos a los nuevos fenómenos es una
deformación reaccionaria de la realidad, es una farsa. La aplicación de nuevos
conceptos exige a su vez, naturalmente, una nueva terminología y renunciar a la
que ha envejecido en las nuevas condiciones del “salvaje uso de la palabra”. Semejante
“uso” de las palabras fue uno de los recursos de que echaron mano los
populistas en su afán de refutar, costara lo que costara, el hecho objetivo de
la diferenciación de las clases en el campo.
El
ejemplo aducido es una prueba convincente de que el origen de las nuevas
palabras y expresiones no es, de ningún modo, resultado de los esfuerzos de las
personas que no encuentran palabras en el idioma para “expresarse a sí mismas”,
para expresar “su individualidad”.
En
realidad, el nacimiento de nuevas palabras no es, ni mucho menos, el producto
de la creación “libre” de personas que sienten que no pueden “expresar” su “yo”
individual. Es un proceso objetivamente condicionado que se verifica con
carácter necesario y que es inherente a la regularidad objetiva. Los individuos
que por primera vez elaboran el nuevo concepto o que hallan para él la
expresión verbal, llevan a cabo una labor que ha madurado objetivamente, en un
momento en que se hallan ya en sazón los medios que permiten ejecutarla, pues
la tarea ha emergido de las necesidades de desarrollo material de la vida de la
sociedad, objetivamente producidas.
Mientras
que las causas de la aparición de nuevos conceptos y palabras radican en el
proceso objetivo del desarrollo de la sociedad y del conocimiento, el procedimiento
concreto en virtud del cual se crea la nueva palabra en la lengua dada (o la
nueva significación de una palabra vieja) depende de las leyes específicas del
idioma en cuestión. Estas leyes poseen también carácter objetivo y excluyen
toda arbitrariedad. En el nacimiento de nuevas palabras no solo se pone de
manifiesto la regular aparición de nuevos conceptos, sino que, además, se
revelan las leyes de la formación de palabras interiormente propias de la
lengua dada en el correspondiente grado de su desarrollo.
Tenemos,
por tanto, que no existen ni pueden existir pensamientos -entre ellos,
conceptos- fuera de las palabras. Todo concepto se encarna, se fija en una
palabra o en un grupo de palabras en las que halla su expresión material.
Mientras no existan tales palabras, mientras no se han hallado, no existe
tampoco el concepto.
__________
(*) D. P. Gorski y otros, Pensamiento y lenguaje,
Boguslavski, La palabra y el concepto, La palabra como envoltura
material del concepto. Editorial J. Grijalbo, México, D. F., 1966, págs.
193-206.
(1) C. Marx y F. Engels: Obras, t. 3. Editorial
del Estado de Literatura Política, Moscú, 1955, pág. 448.
(2) R. Carnap, Der logische Aufbau der Welt,
Berlín, 1928, pág. 6.
(3) R. Carnap, Der logische Aufbau der Welt,
Berlín, 1928, pág. 220.
(4) Ibídem, pág. 250.
(5) R. Carnap, Der logische Aufbau der Welt,
Berlín, 1928, pág. 247. En este caso, por realismo se entiende materialismo.
(6) Ibídem, pág. 86.
(7) Ibídem, pág. 226.
(8) Ibídem, pág. 86.
(10) V. I. Lenin, Obras, t. 31, pág. 83.
(11) Citado según el libro de Adam Schaffer Algunos
problemas de la teoría marxista-leninista acerca de la verdad, Editorial de
Literatura Extranjera, Moscú, 1953, pág. 98.
(12) Citado según el libro de Cornforth La ciencia
contra el idealismo, pág. 222.
(13) Citado según el libro de Cornforth En defensa
de la filosofía, Editorial de Literatura Extranjera, Moscú, 1951, pág. 144.
(14) Ibídem, pág. 140.
(15) Citado según el libro de Cornforth En defensa
de la filosofía, Editorial de Literatura Extranjera, Moscú, 1951, pág. 137.
(16) B. Russell, Últimos trabajos acerca de los principios
de la matemática. “Nuevas ideas en matemáticas”. Primer cuaderno, S.
Petersburgo, 1913, páginas 86-87.
(17) R. Carnap, Der logische Aufbau der Welt,
pág. 21.
(18) G. Hegel, Werke, t. XIV, Berlín, 1833,
págs. 143-144.
(19) F. Engels, Anti-Dühring, Editorial del
Estado de Literatura Política, 1953, pág. 40.
(20) C. Marx y F. Engels, Obras, t. 3, pág. 29.
(21) Citado según el libro de Cornforth En defensa
de la filosofía, página 142.
(22) Problemas de lingüística, núm. 5, 1955,
pág. 71.
(23) V. I. Lenin, Obras, t. 3, págs. 69-70. [El
texto en referencia se encuentra en El desarrollo del capitalismo en Rusia,
en el cual se dice “diferenciación” en lugar de “descompensación” como se
señala en el libro del cual tomamos el texto. CH].
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