lunes, 1 de agosto de 2022

Economía

La Subconsciente Autocrítica Burguesa y su Ignorancia Económica

Cesar Risso

EL DISCURSO DE PEDRO CASTILLO, el pasado 28 de julio, ha suscitado una reacción acalorada de parte de sus detractores. Las motivaciones de seguro son diversas, pero todas las expresiones se unimisman en considerarlo un personaje mediocre, o un corrupto. Es la perdida de la objetividad, enceguecidos como están por vacarlo. En todo caso, ni siquiera recurren a la objetividad burguesa, es decir, al reconocimiento de lo que en la superficie se da a su favor. Se trata básicamente de destruirlo, pintándolo carente de cualquier rasgo o característica de inteligencia.

Sin embargo, este intento de despojarlo de racionalidad, con la finalidad de vacarlo, le ha caído a todos estos sectores en pleno rostro.

Pedro Castillo, representa a la pequeña burguesía. Esto quiere decir que pretende elevar a este sector de la burguesía a la altura de la burguesía media, o simplemente favorecerla. En consecuencia, las medidas que ha adoptado el ejecutivo son enteramente burguesas, o pequeño burguesas, si prefieren, pues se basan en el dominio del capitalismo de nuestra economía y sociedad. Por lo tanto, la falta de racionalidad e inteligencia para dirigir el Estado burgués, serían, si seguimos la lógica y los argumentos de los intelectuales burgueses, la crítica a la política burguesa; en otras palabras, es una crítica de la misma burguesía: una autocrítica, en fin de cuentas. Esta autocrítica a la que se está sometiendo la política económica burguesa en la persona de Pedro Castillo, tiene el sentido de delatar que cualquier argumento es válido con tal de conseguir lo que se proponen; o mas bien, indicar que no importa las medidas que se adopten siempre y cuando sea el resultado de sostener las reglas de juego de los intereses de la burguesía, pero lo que les parece de suma importancia es que quien dirija los negocios de la burguesía desde el gobierno, no solo promueva sus intereses, sino que además piense, sienta y se parezca a ellos.

La burguesía requiere que quien asuma la dirección de sus negocios desde el gobierno, cuente con su consentimiento.

Se le ha dicho a Pedro Castillo que los resultados favorables son obra de las gestiones anteriores; que es consecuencia del rebote dado el bajo nivel que alcanzó nuestra economía el año 2020; que si hubiera aplicado medidas correctas, los resultados serían menos dramáticos, etc. En otras palabras, soterradamente reconocen que la economía ha mejorado, que la inversión privada ha aumentado considerablemente, que el nivel de empleo también ha aumentado, y que la pobreza ha disminuido, que se van a destrabar los proyectos mineros, etc. Todo esto es evidentemente lo que a la burguesía le conviene, pues es el signo de las grandes ganancias que están obteniendo, en el marco de lo que el ejecutivo les permite obtener con las medidas implementadas.

Salvo algunas medidas, como el aumento de la remuneración mínima legal, o el tratamiento a la tercerización (intermediación) laboral, o el Decreto Supremo que modifica la negociación colectiva, ampliando los derechos de los trabajadores independientes entre otros, en casi todo lo demás los empresarios se han sentido cómodos con las medidas implementadas por este gobierno.

La visión subjetivista de Pedro Castillo, propia de la pequeña burguesía, consiste en creer que es la ética personal la que resolverá los problemas que enfrenta nuestra sociedad; es un problema de voluntad individual. La avaricia y la falta de ética son entonces las que han conducido a la actual situación. Probablemente esta forma de ver la solución de los problemas que enfrentamos sea lo que disgusta a la burguesía; pues, seguramente preferiría que se considere que los problemas que tenemos no se deben a la buena o mala voluntad de los presidentes que nos han gobernado (que han dirigido los negocios de la burguesía), sino a los mecanismos, a la lógica, a la racionalidad de funcionamiento de la economía y sociedades modernas. Planteado el asunto en estos términos, la burguesía estaría a buen recaudo de cualquier aventurero, como seguramente considera a Pedro Castillo.

El subjetivismo burgués se caldea entre las actitudes individuales y la racionalidad de la economía moderna. Si las cosas son como son, porque no pueden ser de otro modo, entonces las consecuencias negativas no son su responsabilidad, ni como individuos ni como clase social. Así, el capitalismo resulta siendo una fatalidad, acerca de lo cual nada se puede hacer, salvo seguir viviendo en el capitalismo, es decir, aceptar la fatalidad.

Para la burguesía, y las diversas corrientes en su interior, las cosas se interpretan y funcionan así.

Cuando reconocemos que existen leyes económicas, que son objetivas, es decir, que existen independientemente de nuestra voluntad; o cuando señalamos que la ley de la tendencia decreciente de la cuota media de ganancia es real; o cuando planteamos que la acumulación de capital conduce a la concentración y a la centralización de capital; que la acumulación de capital conduce, además, a la desigualdad social; o cuando decimos que la plusvalía, que es la expresión científica que designa la forma en la que, en el capitalismo, la burguesía se apropia (expropia) de una parte del valor creado por la fuerza de trabajo asalariada; que el ejército industrial de reserva (desempleo, subempleo, y otras formas específicas) es uno de los resultados propios del capitalismo, y que a pesar de que las cifras puedan variar, existirá mientras este sistema siga vigente; que la crisis económica es una ley objetiva, etc., la burguesía nos espeta que esto es ideología.

Frente a esto solo podemos decirle a la burguesía como clase y a sus intelectuales, que su mediocridad e incapacidad para descubrir estas leyes, o para reconocerlas, se debe sobre todo al límite que su propia condición de clase les impone. He aquí una mediocridad real, histórica, que no puede ser superada sino por la liberación de la humanidad de toda forma de explotación.

Sin embargo, la burguesía se regodea en su ignorancia, y se auto adula con los conocimientos superficiales que tiene del sistema capitalista. Esto da cuenta de que la burguesía no solo no puede, sino que además, no tiene interés de conocer la verdad; que no quiere conocer las leyes del desenvolvimiento del capitalismo del cual viven. Solo le importa mantener la posición de dominio en la que se encuentra, para seguir obteniendo ganancias.

La negación de sus propias políticas, como autocrítica velada, se da porque su objetivo es vacar a Pedro Castillo. Si las mismas políticas se hubieran dado con algún representante de la ultraderecha, probablemente reconocería el éxito, o la sensible mejora económica, de la gestión.

Así, entre la verdad científica y su interés, la burguesía opta por lo segundo.

No nos sorprende la actitud de la burguesía y sus representantes frente a la realidad. Muchos crímenes se han cometido, y seguro se seguirán cometiendo, para mantener y ampliar su poder. La pobreza no le interesa sino como negocio, realizando los proyectos que le reporta ingentes ganancias.

En el caso del presidente Pedro Castillo, el convencimiento de que su voluntad garantiza la mejoría de los sectores “vulnerables” de nuestra población, o que la buena voluntad de quien lo suceda en el cargo resolverá nuestros problemas, lo enceguece y no le permite reconocer las leyes objetivas de desenvolvimiento del capitalismo en el Perú. Tarde o temprano caerá en la cuenta de que las cosas no funcionan por la buena voluntad de algún individuo, aunque probablemente piense que de no lograr sus buenos deseos sea por sus propios errores, o por las trabas impuestas por los diversos representantes de la burguesía en el Congreso. La voluntad de Pedro Castillo y sus seguidores, actúa dentro de las leyes del capitalismo sin cambiarlas, únicamente retrasando o adelantando sus consecuencias, o intensificándolas o atenuándolas, pero de ninguna manera evitándolas.

Y a todo esto, el desarrollo del movimiento obrero y popular, y del movimiento campesino, no alcanza la unidad que permita salir de la encrucijada de la confrontación de un gobierno pequeño burgués socialdemócrata y de la gran burguesía y sus intelectuales.

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