miércoles, 1 de enero de 2020

Literatura


Vallejo Para no Iniciados XV

Julio Carmona

VOY A COMENTAR una opinión que hace André Coyné sobre los escritos en prosa de CV. Dice:

«Media un abismo entre la poesía de Vallejo y sus demás escritos.1 El abismo en sí es revelador y nos interesa como tal. [a] Las crónicas que en 1925, 1926 o 1927, el autor de Trilce manda desde París a revistas limeñas [b] reflejan una voluntad de orden, más aún, de autenticidad, que dicta los juicios sobre los hombres y las obras. [c] Esa voluntad, si bien acierta a definir valores ya seguros —desde Baudelaire y Dostoievski hasta Proust y Reverdy— se equivoca cuando denigra, por ejemplo, al surrealismo o a la primera novela de Bernanos» [d].2

a)   «Media un abismo entre la poesía de Vallejo y sus demás escritos. El abismo en sí es revelador y nos interesa como tal.» Si bien, es cierto, esta no es una aserción privativa del señor Coyné (hay otros que corean lo mismo, aunque no con tanta asertividad3, casi apodíctica), la afirmación de Coyné tiene el plus de la ‘agresividad pasiva’ (como ya lo destaqué en la explicación de la palabra ‘asertividad’). Porque eso de establecer la existencia de un abismo entre dos medios no comparables —el verso y la prosa— es, por decir lo menos, una hipérbole infeliz. Y lo peor es que se haga como una verdad que no necesita demostración, sin el sustento debido. Y ya establecida como tal verdad se puede decir todo lo que se quiera4, hasta una tautología, como la frase que la sigue: que «el abismo en sí es revelador». Obvio, si se demuestra que hay tal abismo, pues, tiene que ser revelador (a no ser que —como en este caso— esa demostración brille por su ausencia, basada solo en la creencia de que el lector así la asumirá, sin chistar). Y la frase que sigue: «y nos interesa como tal», sorprende, no por ser redundante —como la precedente— sino por su ambigüedad, porque cabe preguntar: ¿Qué es lo que le ‘interesa como tal’: el abismo en sí, o lo que revela? Si es lo primero pues, entonces, tendrá que demostrar el porqué es tal abismo. Y si es lo segundo, que diga también qué es ‘lo que revela’. Sin embargo, como veremos a continuación, ninguna de esas cuestiones es puesta en evidencia, y solo se verá que usa la, previamente, «devaluada» prosa de CV para llevar agua a su molino.
b)   «Las crónicas que en 1925, 1926 o 1927, el autor de Trilce manda desde París a revistas limeñas (…)». Nótese en el comienzo de esta proposición que —contra lo que uno espera: que sea la respuesta a las cuestiones surgidas— está sesgando su afirmación primigenia, pues en esta ha comparado la poesía de CV con todos «sus demás escritos»: es decir, todo lo que no es poesía o verso, sino todo lo que está en prosa —aunque seguro exceptúa a los poemas en prosa—; pero a lo que se refiere, en particular, es a sus crónicas, y reducidas a las que escribiera en los años 25, 26 y 27: y esas crónicas no son todos «sus demás escritos».
c)   Y lo que sigue, y completa la proposición anterior que dejé en suspenso: «… reflejan una voluntad de orden, más aún, de autenticidad, que dicta los juicios sobre los hombres y las obras.» ¡sorpresivamente: no es una calificación negativa! Todo lo contrario o, al menos, releva algunos méritos atendibles: porque dice que es una prosa de orden y autenticidad, y que sirve de medio a una voluntad que ‘dicta juicios sobre hombres y obras’.
d)   Pero, sin mucho requilorio. Salta la liebre: «Esa voluntad, si bien acierta a definir valores ya seguros —desde Baudelaire y Dostoievski hasta Proust y Reverdy— se equivoca cuando denigra, por ejemplo, al surrealismo o a la primera novela de Bernanos». Es decir, Coyné conviene en que está bien que ‘defina a valores ya seguros’, pero, a pie juntillas, agrega que «se equivoca cuando denigra». ¡Guarda!: «denigra» es una palabra bastante fuerte que, atribuida a la voluntad de CV, es una imputación —a su vez— denigrante. Asumiendo  solo las acepciones del diccionario: «1. Decir cosas negativas en contra del buen nombre, la fama y el honor de una persona; 2. Dirigir a una persona insultos o juicios despectivos», no son —de ninguna manera— aplicables a la voluntad de CV. Y es preciso descartar el infundio, citando la única referencia que CV hace de Bernanos en sus crónicas Desde Europa:

«A este respecto he de citar un libro tremendo, “Bajo el Sol de Satán” que acaba de publicar Georges Bernanos y que toda la crítica francesa reputa como una obra genial. En ese libro hay párrafos espantosos. Se trata de lo que acabo de expresar: del tormento místico de nuestra época. Para una mentalidad clara, despreocupada y amiga del sport, esta novela ha de parecer una úlcera terrible. Yo mismo no he podido sustraerme a la repulsión de ese libro. Me ha dado náuseas. No, precisamente, porque se trate allí de un gran motivo religioso, a la manera medioeval, sino tal vez porque el señor Bernanos no ha sabido tratarlo. ¡Qué magnífico flanco para una gran obra: Dios! ... ¡La dicha eterna! ... ¡La manera de llegar a ella! ... ¡Las fuerzas y direcciones del espíritu! ... ¡Las fuerzas y direc­ciones del cuerpo! ... ¡Las lóbregas encrucijadas y los sutiles y perlados crepúsculos del infinito!... Pero el señor Bernanos olvida que estamos en 1926 y no en el año en que murieron Abelardo y Eloísa, ni siquiera en los días de León Bloy. Su profundo anacronismo psicológico le ha perdido, y “Bajo el Sol de Satán” no podrá lograr abrir la brecha espiritual que ne­cesita nuestra época. A estos muchachos que se han muerto de todos los dolores, de todas las miserias y de todas las tragedias humanas en 1914, no se les podrá tocar el corazón sino mostrándoles otros dados del destino, otras posibilidades de ascensión, más inmediatas, más humanas, más uni­versales, que las posibilidades encuadradas dentro de una sola disciplina religiosa, ésta o aquélla. El rostro de Satán habría que buscarlo fuera de la iconografía católica; las llagas del mártir habría que buscarlas en otra cintura que no fuese la del abate Donissants.
Estos mozos de ahora han visto ya a Satán en las trincheras y a los santos penitentes en  la  Cruz Roja.
¡Señor León Daudet! ¡Voto por el gran espíritu católico de usted! Pe­ro permítame tomar mi sombrero y alejarme sin ruido del templo, antes de darme cuenta de que el nuevo cura de Ars, de M. Bernanos, ha fallecido de martirio, en la sombra propicia del confesonario.
¡Mi generación pide otra disciplina de la vida!...»5

Y es la única crítica que CV hace a dicha obra de Bernanos. Y en ella no se aprecia nada de denigrante ni para el autor ni para la obra. No se extralimita fuera de ella. Solo la confronta con el referente que debió tomar en cuenta en ella. Y, por lo demás, el señor Bernanos —si pudiera— se sentiría halagado de que CV se ocupara de una obra que ya no existe, igual que el señor Bernanos. Pero Coyné ha considerado esa crítica de CV como si se la hubiera hecho al Espíritu Santo. Y, una vez más, no sustenta lo que afirma: no dice por qué esa crítica resultó ser «denigrante» (al menos para su parecer). Por lo tanto, si no se ponen las pruebas para que una acusación sea considerada denigrante —desde el punto de vista judicial— esa acusación es falsa o difamatoria. Pero estamos tratando de juicios literarios y en ellos quienes los ejercen resultan ser inimputables, aunque sí pueden ser contradichos o refutados, o, si no, temperados por quien los emitió. Y es así que André Coyné consiente en admitir los aciertos de la «voluntad del juicio crítico» de CV, y dice:

«Por cierto, tiene razón el cronista en censurar, en la nueva poesía latinoamericana “a base de palabras o metáforas nuevas”, mucha “pedantería de novedad” y en querer disociar a los poetas simplemente novedosos de los realmente nuevos; [a] solo que, llegado el caso de especificar nombres, enzarza6 entre los primeros a Neruda, Borges y Maples Arce, [b] y les opone como dechado de los segundos al solo Pablo Abril de Vivero7, y eso por “la humana hermosura de (su) llana elocución y de (su) rara virtud de emocionar» (Ibíd.) [c]

a)   Como ya dije antes, Coyné admite lo positivo del juicio vallejiano, relacionado con lo que está ocurriendo en el quehacer poético de su momento, dominado básicamente por el vanguardismo, y, asimismo, reconoce que en oposición a este releva a otro quehacer poético que se yergue, potencialmente, contra el ímpetu arrollador del primero.
b)   Pero —y en seguida— Coyné precisa cuáles son los poetas cuestionados por CV: Neruda, Borges y Maples Arce; sin embargo, no se cura en salud pues no es eso lo que él hace (no pone pruebas, no presenta nombres) para que pueda sustentar lo que afirma. Y cuando lo hace —como en este caso— confunde los términos, porque cuando CV menciona a los citados por él no es que los esté devaluando. Solo señala que esos poetas de Hispanoamérica no están haciendo otra cosa que seguir a los que están de moda en París, y así dice: «Un verso de Neruda, de Borges, de Maples Arce, no se diferencian en nada de uno de Tzara, de Ribemont o de Reverdy», es decir, que está cuestionando el seguidismo que esos poetas hacen de la tendencia formalista, descuidando las esencias de su realidad. Por eso, CV agrega: «En Chocano, por lo menos, hubo el barato americanismo de los temas y nombres. En los de ahora, ni eso» (op. cit, 1987: 204). Es más, CV cuando se refiere a Borges pone como ejemplo a su Fervor de Buenos Aires, y no a toda su obra (como sí lo hace Coyné con todos los «demás escritos» de CV), y dice CV que Borges «ejercita un fervor bonaerense tan falso, como lo es el latino-americanismo de Gabriela Mistral y el cosmopolitismo a la moda de todos los muchachos americanos de última hora» (p. 205).
c)   Y lo mismo que he dicho en el apartado precedente se puede decir de lo que Coyné considera desfasado por referirse a Pablo Abril de Vivero, estimo que considerando erróneo el énfasis puesto por CV en ‘lo humano y la llaneza de su elocución y su virtud para emocionar’. Y no hay tal desfase ni error. CV opone, al malabarismo tecnicista de la vanguardia, lo humano y lo llano en el decir, así como el valor de lo emotivo. Esas son cualidades que CV siempre ha relevado desde sus inicios hasta antes de su final. Y si el ejemplo que tiene más a la mano es el de su amigo Pablo Abril, ¿qué de censurable hay en eso? ¿Acaso los críticos, cuando tratan de las obras de su momento, lo hacen pensando que esas obras van a ser inmortales? No todos los críticos se limitan a comentar obras consagradas. Pero la soterrada ironía de Coyné —al subestimar ‘lo humano, lo llano y lo emotivo’ relevados por CV— se explica por su adhesión a la poesía formalista, es decir, al vanguardismo. Y es lo que aflora en los dos siguientes párrafos que transcribo en extenso:

«Afortunadamente, cuando apartándose de censuras y celebraciones extrañas, Vallejo considera su obra personal, la reivindica sin admitir siquiera debate. [a] A fines de 1925, al referirse a opiniones adversas a Trilce (libro que ha de valerle en 1926 su inclusión en el índice de la nueva poesía americana editado en Buenos Aires por Hidalgo, Huidobro y Borges), el entonces enemigo de tantos “vanguardistas … por cobardía o indigencia” [b] rehúsa comentar sus versos y confía tranquilo en el juicio del futuro: “Siempre gusté de no discutirme ni explicarme, pues creo que hay cosas o momentos en la vida de las cosas que únicamente el tiempo revela y define”.
«Por más que Vallejo valorice la emoción, no nos llegaría su emoción de no estar sostenida por una “estética” original que dista mucho de la “llana elocución” de Ausencia de Pablo Abril y, ajena a las recetas y mentiras enumeradas en el artículo “Contra el secreto profesional”, [c] no por eso se somete a “la razón de Paul Souday” o al trillado “buen gusto”, sino que de todas maneras pertenece —valga lo que valga el termino— al ámbito del vanguardismo. El estilo redime los trozos más sentimentales, hasta lastimeros de Trilce, y es un estilo marcado por el “aire del tiempo”, aun cuando manifiesta caracteres personales, [d] los que, borrada la agresividad, sellarán los largos períodos de 1937, solemnes, religiosos, y simultáneamente devastados por el cataclismo de seguir dándose “contra todas las contras”, a la espera de dar “con el jamás de tanto siempre”. [e]
«Apreciamos mejor la distancia que separa al prosista —sincero y algo descarrilado hasta 1928, luego aplicado a servir la causa que le parece entonces contener la mayor carga de humanidad de la historia—, del poeta superior a cuanto escriba sobre poetas, y cuyo instinto le prohíbe malgastar la poesía o hacer oficio de ella, aunque sea con las más justas intenciones, prefiriendo acallarla a prostituirla como pronto se dedicaría a prostituirla Neruda» [f] (p. 185. La cursiva es mía).

a)   Es obvio que si a CV le pedían una opinión sobre su obra no iba a hacerlo con ‘auto-censuras o auto-celebraciones extrañas’. Y no es acertado que se diga que (a su obra) «la reivindica sin admitir siquiera debate», pues, al completar más adelante este aserto, resulta que no se ratifica esa supuesta reivindicación: Vallejo —dice Coyné— «rehúsa comentar sus versos y confía tranquilo en el juicio del futuro: “Siempre gusté de no discutirme ni explicarme, pues creo que hay cosas o momentos en la vida de las cosas que únicamente el tiempo revela y define”.» Y al decir eso, CV no está ‘reivindicando su obra sin admitir siquiera debate’, simplemente se abstiene de opinar sobre ella, y, modestamente, deja que el tiempo lo haga (para bien o para mal). CV no se creía adivino para saber qué calificativo deparaba el futuro a su obra, y con más razón si en su presente no había recibido albricias.
b)   En esta parte, hay una ironía soterrada de Coyné, cuando dice de Trilce que es un «(libro que ha de valerle en 1926 su inclusión en el índice de la nueva poesía americana editado en Buenos Aires por Hidalgo, Huidobro y Borges),» insinuando que CV fue injusto con Borges, y que este tuvo la hidalguía de incluirlo en ese «nuevo índice», a él que había actuado como «enemigo de tantos “vanguardistas … por cobardía o indigencia”». Si bien es cierto Coyné ha cuidado en poner comillas a la frase «vanguardistas… por cobardía o indigencia», siempre resulta ser riesgoso extraer frases cortadas de una cita más amplia, pues, para un lector no avisado, puede dar la impresión de que al referirse a CV como el «enemigo de tantos “vanguardistas… por cobardía o indigencia”» pareciera que la «cobardía o indigencia» las está aplicando al «enemigo de tantos vanguardistas» (o sea a CV).
c)   Luego, vuelve a ironizar en torno al reclamo que CV hace para que la poesía nueva exprese también una nueva emoción, y sugiere que si hay emoción en su poesía (de CV) es gracias a «estar sostenida por una “estética” original» (aludiendo a la estética vanguardista como se verá en la siguiente alerta). Pero aun agrega Coyné que es una estética «ajena a las recetas y mentiras enumeradas en el artículo “Contra el secreto profesional”,» y otra vez se descubre al crítico lanzar acusaciones (esta vez de mentiroso a CV) sin explicar cuáles son esas mentiras.
d)   Y he aquí lo que adelantamos en la alerta precedente: que la ‘estética original’ de CV «de todas maneras pertenece —valga lo que valga el término— al ámbito del vanguardismo.» Y hasta llega a decir que es ese estilo vanguardista el que «redime los trozos más sentimentales, hasta lastimeros de Trilce». Porque es un estilo, el vanguardista [dice], «marcado por el “aire del tiempo”, aun cuando manifiesta caracteres personales». Es decir que los «caracteres personales» del estilo vallejiano valen poco, pues lo cierto es que está «marcado por el “aire del tiempo”», es decir, el aire privatizado del vanguardismo. Si se tuviera que reivindicar los estilos que ‘dejan su marca en el aire del tiempo’, pues lo mismo se tendría que decir del mismo vanguardismo respecto del modernismo, del cual —según observación de Ángel Rama— «ninguna poesía moderna puede prescindir de [su] aportación», pues el modernismo, según Rama «estableció las bases de una creación autónoma y vigente; nutre la poesía posterior, le permite vivir y desarrollarse» (en: La ciudad letrada). Realmente, se siente la tentación de suponer —con ucronía— que si CV viviera usaría la expresión popular: «No me defiendas, compadre».
e)   Aquí hay que destacar que esos «caracteres personales», resaltados por Coyné, que tendría el estilo vanguardista de CV, se desarrollarían en España, aparta de mí este cáliz, previamente «borrada la agresividad», de Poemas humanos, se entiende, porque en este libro se manifiesta abiertamente la adhesión de CV al marxismo, contrariamente —sugiere Coyné— a lo que pasa en el libro posterior en que aparecen «los largos períodos de 1937, solemnes, religiosos, y simultáneamente devastados por el cataclismo».
f)    Y, en el último párrafo, Coyné retoma la idea primigenia (que dio pauta para iniciar las alertas de este comentario): que el prosista está separado del poeta, aunque aquí —hay que reconocerlo— morigera su valoración de la prosa, pues distingue la que va hasta 1928, en la que dice: ‘el prosista era sincero y algo descarrilado’, de la posterior a ese año en la que mostrará su adhesión al marxismo. Pero insiste en que el poeta siempre será «superior a cuanto escriba sobre poetas». Y—pretendiendo inmiscuirse en las decisiones íntimas del poeta— todavía añade que su «instinto le prohíbe malgastar la poesía o hacer oficio de ella, aunque sea con las más justas intenciones», es decir, está insinuando que Poemas humanos fue un ‘malgasto de poesía’, y añade que prefirió «acallarla a prostituirla como pronto se dedicaría a prostituirla Neruda», justamente, se refiere al Neruda posterior a las vanguardistas Residencias, con las que Coyné —con seguridad— sí se identifica. Por favor: «Andá a cantarle a Gardel».

_____________

(1) En página anterior ha hecho un adelanto de esta idea: «… sólo en su poesía fue verdaderamente genial: verdaderamente lúcido» (p. 183).
(2) André Coyné, 1989. César Vallejo. Trujillo: Ediciones SEA.: 184-189. Esta referencia a Bernanos, Coyné la había planteado cuarenta años antes, mostrando desde ya un afecto idealista hacia Bernanos, tanto así que da la impresión de que la crítica a él es poco menos que fuera hecha al espíritu santo. En este artículo escribe lo siguiente: «En una crítica del todo equivocada, la primera que ha presentado a Bernanos en una revista peruana (Mundial, 1926) César Vallejo, después de leer la primera novela del autor, escribe:» (y a continuación cita parte del texto que, más adelante y también en parte, aquí transcribo. Ver: André Coyné, 1949? «Bernanos, “Testigo de lo que dura”», en: Las moradas N°s 7-8, Lima: s/e. p. 104.
(3) ‘La asertividad es una habilidad social que permite a la persona comunicar su punto de vista desde un equilibrio entre un estilo agresivo y un estilo pasivo de comunicación’.
(4) «… el crítico teológico considera como algo perfectamente natural el que haya de hacerse, en el campo filosófico, todo lo necesario para que él pueda charlar acerca de la pureza de la crítica resuelta y total, y se considera como el verdadero triunfador sobre la filosofía…» Marx, Carlos (1982). «Manuscritos económico-filosóficos de 1844», en: Escritos de juventud. México: FCE. p. 559.
(5) «París renuncia a ser centro del mundo», en: Mundial, Nº 320, 28 de julio de 1926. (Desde Europa, 1987: 105).
(6) Seguro quiso decir «engarza», porque «enzarzar» significa «Hacer que dos o más personas riñan o discutan por algún motivo» y este significado no se condice con la expresión en sí, que más se aviene con «engarzar» que significa «Unir una cosa con otra u otras de manera que formen una cadena.»
(7) Sobre esta contradicción, aparente, en la apreciación crítica de CV, Marta Ortiz Canseco dice: «Vallejo alabó siempre la poesía de su amigo Pablo Abril de Vivero, y sin embargo no dedica los mismos halagos al hermano de este, Xavier Abril, considerado hoy mejor poeta» (…) «Esta antología se basa en la relevancia de que un autor como Vallejo, imbuido de su época, alabe a poetas como Pablo Abril o Alcides Spelucín, y no a otros como Alberto Hidalgo o Martín Adán, valorados ahora por encima de los demás» (A-2013: 10). Con ese criterio inclusivo de todos los poetas aparecidos entre 1921 y 1931, concluye la autora que busca «mostrar la variedad de la época» e invertir «el orden de algunos cuestionamientos: como el hecho de llamar a esta década vanguardista, excluyendo todo lo demás» (op. cit.: 12).





Opinión Sobre Opiniones de Mario Vargas Llosa

Julio Carmona

DESDE LA PUBLICACIÓN DE MI LIBRO de crítica literaria, El mentiroso y el escribidor. Teoría y práctica literarias de Mario Vargas Llosa (2007: nótese que he resaltado la palabra «literarias», porque en dicho trabajo incursiono solo de manera aleatoria en otras recurrencias escriturarias del referido autor); pero decía que, desde entonces, no he vuelto a ocuparme de nada relacionado con él. Pues me parece ocioso hacerlo. Y es como machacar en fierro frío. Pues ya atosiga verlo pontificar sobre el neoliberalismo en actitud más acérrima que los liberales más tenaces. Y es un pontificador al que se puede aplicar la famosa frase: más papista que el Papa. Al extremo, que llegó a plegarse a las tesis de uno de esos fanáticos liberales, Francis Fukuyama, autor del best seller El fin de la historia; sin embargo, a pesar de que este, finalmente, llegó a rectificarse y reconocer que, en realidad, había exagerado y que el capitalismo y su globalización y neoliberalismo no eran el non plus ultra, y que se podía aceptar la derivación de este hacia otros sistemas distintos o diferentes, Mario Vargas (sintetizo), sigue aferrándose a los postulados fundamentalistas de dicho autor.

        Pero ocurre que el otro día, en casa de unos parientes, que suelen incurrir en la inveterada costumbre de comprar periódicos, hojeando uno de ellos me encontré con un artículo del susodicho en el que, a propósito de comentar los últimos acontecimientos de disolución congresal ocurridos en el Perú, vuelve a machacar sobre su somnífero baturrillo sobre el neoliberalismo y la democracia burguesa, y culmina con la siguiente parrafada, cual estocada en profundidad de un espadachín novato:

«… un país no solo funciona con la democracia —dice—. Es imprescindible que haya trabajo, que los ciudadanos sientan que existe igualdad de oportunidades, que todos pueden progresar si se esfuerzan para ello, y que existe un orden legal al que pueden recurrir si son víctimas de injusticias y atropellos». Y concluye esa propuesta básica, para él, con el siguiente supuesto logro: «Se han ensanchado las clases medias» (Mario. Vargas Llosa., «Del desorden a la libertad», en: La República, Lima, «Domingo», 06-10-2019, p. 13).

Obviamente, cuando MV habla de democracia, se refiere a la burguesa, porque su fundamentalismo y exclusivismo neoliberales así lo tienen establecido, pretendiendo ignorar que la idea de democracia se erige sobre las clases que conquistan el poder socio-político-económico, y que la democracia por él privilegiada obedece al modelo utópico del neoliberalismo burgués (y es una utopía arcaica burguesa, pues deriva del liberalismo decimonónico que, con el prefijo, neo, se busca hacerlo digerible hogaño). Y, más que obviamente, es el modelo que defiende MV, quien durante casi medio siglo viene ejerciendo ese fundamentalismo, también arcaico, de ver al mundo moderno dominado por una sola potencia que es, en pocas palabras, el capitalismo occidental capitaneado por el imperio norteamericano. Y visto así este menjurje no tiene nada de nuevo, y es todo lo contrario de digerible, pues tiene más bien todas las apariencias de un amasijo indigesto.

Primero, veamos eso de «que es imprescindible que haya trabajo». Esta, en verdad, es una condición nimia, superflua, en tanto el trabajo es uno de los factores que constituyen la estructura de la economía, y no puede dejar de estar presente. O sea que trabajo siempre hay. El problema es que se lo hace depender del lema fundamentalista del neoliberalismo: la oferta y la demanda. O sea que siempre hay una masiva demanda de trabajo. Lo que no hay es oferta, porque no solo la monopoliza el sector privado, sino que en los países subdesarrollados ha sido reducida a su mínima expresión: lo que puedan ofrecer las transnacionales en la minería (y el comercio) y por la reducción del sector industrial, pues estos países son importadores de productos elaborados en las metrópolis capitalistas, y, en el mejor de los casos, en los centros de ensamblaje de esos productos en los países receptores. Es, pues, una oferta ínfima, ridícula. Y millones de «demandantes de trabajo» pasan a engrosar las filas de los desocupados, cuyas estadísticas cada vez se incrementan más con las nuevas generaciones de la población (lo cual ha abierto el rubro anexo de la delincuencia). Ese ha resultado ser el sueño neoliberal. 

Segundo, veamos la otra propuesta fundamentalista del neoliberalismo: «que los ciudadanos sientan que existe igualdad de oportunidades». Una ilusión, de cabo a rabo. Es algo que solo puede existir en la imaginación de los que viven en los centros de poder, en donde teorizan sobre cómo embellecer su modelo (y uno de esos teóricos fantasiosos es MV). Pero para alguien que vive en la periferia de esos centros de poder (centros en los que, dígase de paso, tampoco se cumple esa utopía) ya no es un sueño sino una pesadilla, porque lleva aparejadas las lacras de la discriminación en sus diferentes modalidades: racial, social, cultural y de servicios: justicia, educación, salud, deporte, alimentación, etc., precarios o inexistentes. ¿Existe «igualdad de oportunidades» en Perú, pregunto, para no ir muy lejos?

Tercero, de la anterior falacia deriva la siguiente: «que todos pueden progresar si se esfuerzan para ello». ¿En qué familia peruana no hay esfuerzos sobrehumanos para progresar? Por supuesto que los hay, pero ¿eso se condice con su premisa: «existe igualdad de oportunidades»? Si una de las condiciones previas: que haya trabajo no se da, ¿cómo se puede aspirar a progresar? Si las otras oportunidades de «crear empresa» choca con el otro ingrediente de la economía capitalista (inexistente para las grandes mayorías): el capital. Y cuando una persona «emprendedora» junta un pequeño «capitalito» y se compra una carretilla rústica en la que moviliza algunas raciones de comida o de ropa o de cualquier otra chuchería para vender en la calle, porque el «capitalito» no le alcanza para alquilar un local y mucho menos para comprarlo, es atropellada por los guardias municipales que «defienden el ornato de la ciudad» y no permiten comerciantes informales que, además, constituyen una competencia desleal para los comerciantes formales. Y el sueño de hacer empresa queda desparramado, con la empresa por los suelos (pareciera que la premisa vargasllosiana ha convertido en sinónimos «sueño y suelo»).

Cuarto. Y los emprendedores progresistas se enfrentan con otro escollo que MVLl da por sueño plausible y alcanzable: «que existe un orden legal al que pueden recurrir si son víctimas de injusticias y atropellos». Pero si ya vimos que uno de los ingredientes menos alcanzable en el sistema neoliberal es el de la justicia: si la discriminación en ese ámbito es proverbial. Y quien mejor lo siente y lo expresa es la poesía popular: Felipe Pinglo cuyo «Plebeyo» sigue siendo el himno de los «ídem» y continúa diciéndolo: «Señor, ¿por qué los seres no son de igual valor? ¿Justicia para los pobres de dinero, de apellido y hasta de dignidad?

        Pero el ímpetu de progreso, en algunos casos, logra rebasar o sortear esas vallas que atentan contra su sueño. Y, en efecto, hacen que se cumpla no el sueño de MV, sino el objetivo del neoliberalismo. Hacer desaparecer a la clase obrera de las sociedades subdesarrolladas, porque ella siempre se organiza en sindicatos y estos se han convertido en escuelas políticas, especialmente, de políticas izquierdistas, marxistas, terroristas (para el neoliberalismo estos tres términos son sinónimos). Y en gran medida lo han logrado: «las clases medias se han ensanchado» (como dice MV), con el trabajo informal y formal también. Ha ido creciendo una clase pequeñoburguesa. Y a esta MV, de manera inapropiada, la sigue llamando «clase media», que va incluso contra el objetivo (también iluso) de su doctrina ideológica, el neoliberalismo, pues ese objetivo es hacer desaparecer a la clase obrera que quedando reducida a su mínima expresión —piensan los neolilberales— esos pocos obreros (un número esencial, altamente calificado) fácilmente pueden ser tratados con buenos sueldos para que asciendan en su estatus o modus vivendi, de tal manera que se convertirán también en clase media o pequeña burguesía. Pero obsérvese bien que de cumplirse este sueño neoliberal ya no se deberá hablar de «clase media» porque desaparecida la clase obrera como tal, convertida en pequeña burguesía, solo quedaría esta y la burguesía (y nadie más en medio). Pero, también, ya lo dijo el poeta del siglo XVII, Pedro Calderón de la Barca: «Los sueños, sueños son». Porque esa clase media sigue siendo clase trabajadora, opuesta a su explotadora, la burguesía capitalista neoliberal. Y, finalmente, no le quedará otra cosa que darse cuenta de ese su estado de clase explotada. Y el corolario de esto es lo que ha pasado en Argentina y Chile, en los años de Macri y Piñera en los que se jactaban de estar construyendo el paraíso aquí en la tierra. Y la clase pequeñoburguesa y la clase obrera y la clase campesina (que el neoliberalismo creyó estar aburguesando) salieron a las calles a manifestar sus protestas por la infame explotación a que las somete el sistema capitalista neoliberal. Y esto no se da solo en el «patio trasero» del imperio yanqui. También en las mismas entrañas de ese monstruo se nota el descontento con repercusiones en los otros centros de poder, especialmente europeos.

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