Vallejo Para No Iniciados IX
Poética versus biología: un
terreno sinuoso
Julio Carmona
LEYENDO EL TRABAJO de Dominic Moran, «Fuentes de Trilce XXXVI»1, se plantea en él que, en dicho poema, se
hace la propuesta de una poética. Y, en efecto, leído y releído el poema, no
puedo hacer menos que admitir dicha sugerencia. Yo no soy renuente a reconocer
los aciertos de los críticos en sus interpretaciones y/o valoraciones. Es más
no acostumbro a descalificar lo que opinan sobre la poesía de un poeta: cada
quien —como yo mismo— es responsable de sus aciertos y de sus ridículos. No
obstante, soy renuente a admitir, con la misma tolerancia, que del poema se
saquen conclusiones sobre el estado de ánimo del poeta en sí o sobre su
ecuanimidad, o que se llegue a conclusiones que equiparen lo dicho por el poeta
de la realidad con las emociones que
él tenía de esa realidad antes o al momento de escribir sobre ella (esto, a mi
entender, deviene especulación si no «adivinación», impertinentes).
Hay una
regla común en la crítica literaria: que no es lo más recomendable sacar
conclusiones interpretativas a partir de fragmentos aislados de un poema. Por
lo tanto, voy a hacer un análisis en su totalidad del poema estudiado por
Dominic Moran. Y de acuerdo con lo expresado arriba, no dejo de reconocer que
es respetable el planteamiento de este autor sobre las fuentes que atribuye a
CV en relación con las teorías biológicas de Ernst Haeckel y Charles Darwin,
como sustentadoras de una concepción de la realidad, y admito también que CV,
al parecer, pudo haber tenido acceso a las obras de esos autores, en especial
las que el autor dice que giran en torno a ciertas partes del cuerpo como
elementos que la evolución biológica no ha suprimido no obstante ser
injustificada su presencia (como es el caso del dedo meñique o las tetillas del
hombre). Es más, ratifico mi adhesión a la consideración de que el texto
analizado constituye uno de los poemas —entre otros— de Trilce que tiene las características de una poética. Dice Moran:
«Varios críticos han observado con razón que Tr. XXXVI es una especie de
manifiesto o “Arte poética”» (op. cit.: 56). Partiré yo de esta premisa. Pero
lo haré para deslindar del tipo de poética que Moran dice estar ilustrando. Es
así que cito la última parte de su artículo (que es continuación de la cita
precedente):
«Espero haber demostrado —dice— que es un “Arte poética”
revolucionaria abocada a marcar el comienzo de una nueva época, en la que no
solo se anuncia sino que también se efectúa estilísticamente la transición de
la anticuada estética modernista a una nueva estética “científica”.
Apropiándonos de un par de términos de la teoría de los actos de habla, podríamos
calificar al poema de “emisión realizativa” o “acto perlocutivo”, que
simultáneamente pone en práctica lo que describe. » (Ibíd.).
Desde luego, no comparto todo lo expresado en esta
cita, pero sí me hago partícipe de la
observación de Moran, de que en el poema, como poética, no solo se enuncia una concepción poética sino que se la
pone en práctica con el poema mismo. Transcribo la primera estrofa:
«Pugnamos
ensartarnos por un ojo de aguja,
enfrentados,
a las ganadas.
Amoniácase
casi el cuarto ángulo del círculo.
¡Hembra
se continúa el macho a raíz
de
probables senos, y precisamente
a raíz de
cuanto no florece!
Comencemos por los dos primeros versos. Moran dice que «El famosísimo verso
inicial de Tr. XXXVI sexualiza de forma deliberadamente provocadora la
advertencia de Cristo, de que “Es más fácil que un camello pase por un ojo de
aguja que el que un rico entre en el reino de Dios”» (op. cit.: 48). Y, en
realidad, a mí me parece que la ‘provocación deliberada’ viene del crítico.
Porque si él mismo ha dicho que el poema es un texto que propone una poética,
pregunto: ¿qué tienen que ver con esta el ‘camello’ y el ‘ojo de la aguja’ para
ser interpretados como símbolos sexuales? Y transcribo aquí la parte conclusiva de la interpretación de
Moran sobre lo sexualizado de esta estrofa:
«… y de allí en adelante nos encontramos con una
serie de referencias afines (“enfrentados”, “a las ganadas”, «conflicto/ de
puntas que se disputan»), todas las cuales indican una actividad sexual
violenta e incluso bestial» (Ibíd.).
Lo que yo destaco, más bien, es la relación que hay entre este poema y otro
de Poemas humanos que también tiene
visos de postular una poética:
«Intensidad y altura», por la razón de que en ambos se trata del plural de
primera persona: nosotros, para
aludir al enfrentamiento entre las dos tendencias literarias (de realismo y
formalismo) cuyas características del orden
y la aventura son resaltadas por
Guillermo de Torre, cuando dice que son «los dos extremos polares de la línea
evolutiva trazada por el espíritu innovador durante los últimos lustros, en el
lapso interbélico»2, e inclusive, para ilustrar mejor esta
clasificación, de Torre dice haberla tomado de un poema de Apollinaire, y cita
de él estos versos: «Je juge cette longue querelle de la tradition et de
l'invention / de l'ordre et de l'aventure.» («Yo juzgo esta larga disputa de la tradición y
de la invención / del orden y la aventura»). Pudiéndose entender que los poetas
de ambos «polos» están en ‘pugna, enfrentados y a las ganadas’ por demostrar
cada quien que son los que logran pasar por ese ‘ojo de aguja’. Y si se coteja
el poema «Intensidad y altura» se ve que el locutor poético propone lo que él
quiere hacer al escribir, o lo que él cree que debe ser la poesía, y opone a
esto el resultado de lo que no quiere hacer, o lo que no es la poesía:
Quiero
escribir pero me sale espuma
……………………………………..
Quiero
laurearme pero me encebollo
Volviendo a la primera estrofa del poema XXXVI, en el tercer verso se lee:
«Amoniácase casi el cuarto ángulo del círculo», y el locutor poético no hace
sino complementar a los versos precedentes en el sentido de que se estaría
exacerbando esa pugna con el despropósito de «buscar la cuadratura del
círculo», es como si «casi» se estuviera
logrando esa avidez, que es equivalente a creer que se está haciendo lo que
hace el amoniaco con el agua, cuya disolución es hacedera y para múltiples
usos, según la química.3
Y
los versos siguientes de la estrofa dan a entender que quienes pretenden eso,
con actitud obsesiva, se convierten en seres partenogenéticos, que tienen en sí
mismos la posibilidad de autogenerarse, por ser andróginos: macho/hembra a la
vez, y dice que se asumen así ‘a raíz de tener probables senos’ (órganos
atrofiados en el hombre: elemento este que le sirve a Moran para establecer la
fuente de Darwin/Haeckel, pues son ellos que tratan este tema, pero que —bien
visto— es un tópico común en el imaginario social). Y frente a esa tendencia
poética de llegar a esos extremos de individualismo (en lucha estéril por ser
los elegidos de dios) se desprende que el locutor poético se siente alejado de
ella, pues concluye que esa es ‘precisamente la raíz de cuanto no florece’.
Paso a analizar ahora la segunda estrofa:
¿Por ahí
estás, Venus de Milo?4
Tú
manqueas apenas, pululando
entrañada
en los brazos plenarios
de la
existencia,
de esta
existencia que todaviiza
perenne
imperfección.
Venus de
Milo, cuyo cercenado, increado
brazo
revuélvese y trata de encodarse
a través
de verdeantes guijarros gagos,
ortivos
nautilos, aunes que gatean
recién,
vísperas inmortales.
Laceadora
de inminencias, laceadora
del
paréntesis.
«¿Por ahí estás, Venus de Milo?»,
pregunta el locutor poético, porque la Venus es el paradigma estético del arte
griego, clásico, ordenado, y está en el ambiente: en los “brazos plenarios de la existencia”, aunque en él apenas se la vislumbra. Y al preguntar: ¿por dónde está?, la
respuesta implícita es: —Por ahí—, ese «por ahí» es tan vago, tan inasible:
«tan ala, tan salida, tan amor» (como dice de su madre el locutor poético en
«Los pasos lejanos» de Los heraldos
negros), que hasta da pena. Pero, ¿por qué se encuentra así la Venus de
Milo? Porque su estado de «orden» ha sido quebrado
más de una vez. Porque la tendencia de la «aventura» la tiene postergada. Pero,
antes de proseguir con este análisis, cito la interpretación que hace Moran:
«Puesto
que el poema acentúa la naturaleza arbitraria y sin fin directriz de la lucha
por la vida, en la que nada llega nunca a un estado de plenitud o permanencia,
[a] cabría preguntarnos por qué Vallejo representa a la manca Venus de Milo
mecida en los “brazos plenarios de la existencia”. [b] ¿No incurre así en una
contradicción que socave la coherencia fundamental del poema?» [c] (Ibíd.).
a) En principio, me parece apresurado —cuando
recién se ha terminado de analizar la primera estrofa— concluir que el poema
(lejos de su condición de poética)
esté acentuando
«la naturaleza arbitraria y sin
fin directriz de la lucha por la vida». Esto es lo que le atribuye el crítico
para hacer calzar al poema con la concepción científica de Darwin/Haeckel, la
misma que puede ser cierto que fuera conocida por el poeta, pero que no
necesariamente ha sido asumida por él, y menos que esa sea la orientación que
propone el poema, ya que la constatación de que existe una realidad
contradictoria, ello no implica que esta se dé como irreversible, y menos que
este pensamiento se quiera prescribir como propio del poeta o del poema.
b) Por este lado, considero que —en principio— no
es que el locutor poético esté haciendo la representación de la Venus mecida en los «brazos plenarios de la
existencia». La Venus está representada en su incapacidad, ella «manquea»
apenas (por la indefensión en que la han dejado los movimientos de aventura),
pero aun tiene la capacidad de pulular (bullir, moverse, diseminarse) ¿dónde?:
‘en las entrañas de los brazos plenarios de la existencia’; es decir: la Venus
tiene «la inmanente dignidad de la existencia»5, «de esta
existencia» —enfatiza CV— «que todaviiza / perenne imperfección»: no es que la
existencia sea imperfecta desde siempre y para siempre, sino que prolonga el todavía de la imperfección, o sea que sí es una existencia
perfectible.
c) Entonces, no es que Vallejo haya incurrido «en
una contradicción que socave la coherencia fundamental del poema». Lo que en
todo caso debe preguntarse el crítico es lo siguiente: ¿No estaré pidiendo que
el poema tenga coherencia con lo que yo interpreto?, si lo que debe exigirse el
crítico es hacer que su interpretación
sea coherente con el poema que analiza.
Hasta aquí he analizado los seis
primeros versos de la segunda estrofa del poema XXXVI de Trilce, en cotejo con la interpretación de Moran. Los versos que
siguen, relacionados siempre con la Venus de Milo, no hacen sino confirmar la
propuesta vallejiana de una poética del
equilibrio6, porque no es como dice Moran al final de su
artículo que esté desechando «la anticuada estética modernista [en transición]
a una nueva estética “científica”», porque CV sabe que la estética modernista
era usufructuaria del clasicismo griego, y ve en este, a través de la figura de
la Venus de Milo, una apoyatura para «todaviizarlo». Luego, el locutor poético
pasa, a partir del verso sétimo, de la segunda persona (tú: que es como se
dirigía a la Venus en los versos anteriores) a la tercera persona (ella: que es
como la presenta ahora a los lectores). Y así la presenta: ‘revolviéndose con
su cercenado, increado brazo, tratando de encodarse’, dando a entender que no
ha desaparecido, que se resiste a desaparecer, con su brazo cercenado (aquel
que los movimientos de aventura insisten en cercenar), que es al mismo tiempo
un brazo increado, que necesita ser creado (o recreado), y con ese muñón
todavía tiene ímpetu para «encodarse», para tomar impulso. Y lo hace «a través
de verdeantes guijarros gagos, / ortivos nautilos, aunes que gatean / recién,
vísperas inmortales». Y cabe preguntarse: ¿sobre quiénes dice el locutor
poético que se impulsa la manca?: sobre «verdeantes guijarros gagos». No lo
hace sobre piedras graníticas sino sobre trocitos
de ellas que, además están a la intemperie enverdecidos
por la humedad del campo y sin ser bien hablados, sino tartamudos, gagos. Y lo hace sobre «ortivos
nautilos», es decir, ‘moluscos marinos’ (nautilos) que salen de la oscura
profundidad del mar hacia
el orto del sol (ortivo alude al orto o salida de un astro), y, finalmente, se
impulsa sobre «aunes», es decir, sobre poetas que aun no son, que gatean «recién, vísperas inmortales», pero que son los
futuros poetas que quedarán para siempre: «vísperas inmortales». Y lo interesante
es ver que estos proyectos de poetas se relacionan con la última estrofa del
poema «Oración del camino» de Los heraldos
negros, que aquí cito:
«Queda un olor de tiempo abonado de versos,
para brotes de mármoles consagrados que hereden
la aurífera canción»,
es decir, que el pasado revive en el presente, con nuevos brotes, herederos
de la canción. Y, es más, también se puede ilustrar con los versos iniciales
del poema LXXVII de Trilce:
Graniza tanto, como para que yo recuerde
y acreciente las perlas
que he recogido del hocico mismo
de cada tempestad.
La relación temática es obvia. «Graniza tanto», es
decir hay tantas agresiones, tanta intolerancia que el locutor poético siente
que eso ocurre para hacerle recordar que él ha sufrido esas embestidas que
sufren los poetas noveles, y eso es un aliciente para que el locutor poético se
sienta en la obligación de acrecentar los logros de la poesía que otros han ido
forjando sin mezquindades y que él sabe que ha «recogido del hocico mismo / de la tempestad». Entonces, la Venus de Milo es la «Laceadora de inminencias, laceadora / del
paréntesis», que esa estética antigua (representada por la Venus) todavía está
a la caza no de «eminencias» sino de inminencias,
de aquello
‘que está próximo a ocurrir o es
muy próximo en el tiempo’, y ¿por qué es «laceadora del paréntesis»?, porque ella está allí, en
cada pausa, en cada detención o parada
que se realiza en medio de la actividad poética. A continuación analizaré la
última estrofa (dejando en suspenso la penúltima). Confutando, primero, lo que
hace Moran con ella. Por eso, creo pertinente citarla (lo que no hace Moran):
Tal
siento ahora al meñique
demás en
la siniestra. Lo veo y creo
no debe
serme, o por lo menos que está
en sitio
donde no debe.
Y me
inspira rabia y me azarea
y no hay
cómo salir de él, sino haciendo
la
cuenta de que hoy es jueves.
¡Ceded
al nuevo impar
potente de
orfandad!
Sobre la base científica de
Haeckel y Darwin, dice Moran: «Según se cuente, el meñique coincide con el día
jueves, el quinto día de la semana, y así el más inútil de las excrecencias
corporales adquiere un propósito, por más modesto que este sea». Y continúa
Moran: «Huelga decir que esta asociación entre los días de la semana y los
dedos de la mano es completamente arbitraria [a], pero resulta suficiente para
sacar al poeta de su acceso de “rabia” e inducirlo a formular la exhortación
desafiante con que pone fin al poema» [b].
a) Leída la
cita, y en relación con lo que sigue, hay cierta ambigüedad en esta alerta,
pues se presta a interpretación: 1. Que la relación entre ‘dedos y días es una
asociación hecha por el poeta’ o 2. Que es hecha por quien hace la crítica, y
que, en ambos casos, es ‘arbitraria’. Ahora bien, si es por lo segundo, yo digo
que toda interpretación es arbitraria, hasta la que —supuestamente— más se
acerca a la idea original del poema, puesto que quien debe dirimir esta
controversia es el poeta, y él ya no está para hacerlo.
b) Ahora bien,
lo dicho en esta alerta, precisamente, está haciendo lo que recusé al comienzo
de este artículo: de cargar al poeta —literalmente— un estado de ánimo:
«rabia», por ejemplo. Y —peor aun— si se está insinuando que con la
interpretación (reconocida como «arbitraria») se puede «sacar al poeta de su
acceso de “rabia”», pues no se puede decir que esa interpretación sea la que
coincide exactamente con los referentes que cargaba el poeta a sus versos. Si
lo que se está haciendo es la interpolación de un sentido accesorio, extra-poético
y «arbitrario», no se ha de aventurar sugerir que dicha interpretación es la
que induce al poeta (?) «a formular la exhortación desafiante con que pone fin
al poema».
Lo que yo creo que se debe sacar
en claro respecto del dedo meñique es que, en esa situación de rivalidad por
obtener la calificación de poeta, este se siente como el dedo meñique en su
mano: desamparado, desterrado del ámbito de la poesía. No se olvide que —según
los biógrafos de CV— en Trujillo sufrió vejaciones no solo verbales sino materiales
(agresión física), y en Lima, un desinterés agresivo. Y así como él cree que su
dedo meñique ‘no debe serle’: que está demás en su mano, es decir «que está en
sitio donde no debe», igualmente el locutor poético advierte su ausencia (o
presencia indeseada) en esa realidad que denuncia.
Y es esa situación de rivalidad —que deja, en la mayoría de los casos, en
tampoco deseada orfandad a los poetas noveles— la que ‘le inspira rabia’; pero
«inspirar» no es estar ya con rabia, sino que se siente en el ánimo el
despertar de un sentimiento como el aludido: es esa situación de rivalidad la que le inspira ese sentimiento de rabia.
Y por eso lo morigera y dice que ‘lo azarea’, es decir, lo enoja, lo enfada
(que es lo que significa «azarear» y no es lo mismo que sentir rabia). Y lo más
terrible es que ese «sitio» en que se
está y no se debería estar, constituye un callejón sin salida porque «no hay cómo salir de él». Pero obsérvese que —como
ya dije antes— el locutor poético atenúa, modera esa situación, y agrega que sí
hay una salida: «haciendo la cuenta de que hoy es jueves», es decir, un sitio
en el que el tiempo es un eterno retorno: ayer, hoy y mañana, siempre son
iguales: siempre jueves.7 Pero eso no es lo que CV propone como
solución, sino como lo hace en «Intensidad y altura»:
¡Vámonos!
¡Vámonos! Estoy herido;
Vámonos a
beber lo ya bebido, (…)
Es decir, que la solución es
hacer un llamado a los litigantes, en especial a sus opuestos en concepción
poética: «¡Ceded al nuevo impar!»: No opongáis resistencia al poeta novel, al
«nuevo impar», que no es igual a ellos como individuos. Y además les dice que
no pierdan de vista que el estar en orfandad no es estar en derrota, porque
esta también potencia: y el «nuevo impar» debe sentirse «potente de orfandad». Y
es así que lo ha sugerido en la penúltima estrofa que, ahora sí, transcribo
para después analizarla.
Rehusad,
y vosotros, a posar las plantas
en la
seguridad dupla de la Armonía.
Rehusad
la simetría a buen seguro.
Intervenid
en el conflicto
de
puntas que se disputan
en la
más torionda de las justas
el salto
por el ojo de la aguja!
En los dos primeros versos el
locutor poético hace la distinción de dos grupos de interlocutores: sus afines
y sus contrarios: un ustedes (ausente
en el verso, que serían sus afines) y el «vosotros» (presente en el verso, como
sus contrarios). Y hasta en el tercer verso se dirige a ambos y les dice que
‘la seguridad de la Armonía’ no es segura, y menos que sea igual (dupla) para
ambos. Y lo mismo se debe hacer con la simetría: tampoco es una realidad segura
o que deba tenerse como inamovible. No se olvide que tanto la armonía como la
simetría son puntos de base de la tendencia del orden. Y el locutor poético no
se enfeuda con ella. Y lo interesante es que lo vuelve a plantear en el poema
LXXVII. Dice:
para dar
armonía,
hay
siempre que subir ¡nunca bajar!
¿no
subimos acaso para abajo?
Sí. En esta encrucijada temporal,
la Venus de Milo está abajo con su grandeza. Entonces no se tiene por qué quedarse
con ella: ¡hay que subir! Porque si seguimos junto a la Venus de Milo estaremos
bajando a su estar. Y se debe asumir que ‘se sube para abajo’, porque si en
este nuevo tiempo se sube por encima de donde está la Venus de Milo,
seguramente se alcanzará una altura considerable que también tendrá su declive.
Esta propuesta vallejiana del subir para
abajo, tiene su antecedente en la poesía mística española. Sea esta muestra
poética de Santa Teresa de Jesús:
Aquella vida de arriba
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva;
Muerte, no me seas esquiva,
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.8
¿Y no fue, acaso, que así ocurrió
con CV: que subió a dónde hoy se encuentra cuando bajó a la tumba? Pasando
ahora al otro verbo imperativo: «Intervenid» (que suena casi a una orden) es
mucho más categórico que «rehusad», y se puede colegir que lo usa para exhortar
a sus afines, pidiéndoles que intervengan en el conflicto «de puntas que se
disputan»: de opuestos que antagonizan «en la más torionda de las justas», o
sea: en la más genésica de las
contiendas: no se pierda de vista que se trata de la creación (o procreación)
poética, y «torionda», según el diccionario: «Se aplica al ganado vacuno que
está en celo, en especial a la vaca». Y en la justa de la poesía, quien está en
celo es ella: la poesía. Se trata entonces de ensartarla como al ojo de una
aguja. Y, recién aquí, es admisible que tenga razón Jorge Guzmán (parafraseado
por Moran) cuando dice que «el verbo ensartar lleva connotaciones sexuales
especialmente vulgares, sobre todo en un contexto hispanoamericano» (op. cit.:
48).
Sin
embargo y para concluir, queda por aclarar lo dicho por Moran respecto de que
«Varios críticos han
observado con razón que Tr. XXXVI es una especie de manifiesto o “Arte
poética”, pero ninguno ha logrado explicar exactamente qué tipo de “Arte
poética” es, o cuál sería su propósito fundamental». La expresión «varios
críticos» es muy vaga, y no se puede constatar lo que dice Morán respecto de su
fracaso por «explicar exactamente qué
tipo de “Arte poética” es» ni sobre «cuál sería su propósito fundamental». Pero sí se puede opinar sobre lo que Moran dice
haber resuelto sobre el particular. Dice que «es un “Arte poética” revolucionaria
abocada a marcar el comienzo de una nueva época». Y en esto estamos de acuerdo
porque el resultado de esa poética, que no solo enuncia su concepción de la
poesía sino que la realiza, se demuestra con el testimonio contundente de su
obra total. Sin embargo en lo que sí discrepo de Moran es que diga que esa
poética «efectúa estilísticamente la
transición de la anticuada estética modernista a una nueva estética
“científica”». Sobre la primera parte de esta cita en lo que respecta a «la
anticuada estética modernista» ya he adelantado algo arriba que aquí puedo
complementar, respecto del calificativo de «anticuada» aplicado a la estética
modernista, porque todavía no lo era al momento de ser escrito el poema
tratado, y en este —justamente, lo he dicho— se valora su nexo con la poesía de
la «clásica era» (que, aun hoy, puede —como también lo precisaba Marx—
«procurarnos goces estéticos y [que] se consideren en ciertos casos como norma
y modelo inaccesibles»9). Pero, aparte ese desliz venial, lo que sí
me parece exagerado y hasta inapropiado es el otro calificativo que Moran adosa
a la «poética» del poema en cuestión, como tránsito a una estética
“científica” (las comillas son de Moran). Porque estoy seguro que él sabe que toda
estética y toda poética lo son: como ciencias del arte y de la poesía,
respectivamente. Pero son ciencia de su propio objeto no porque estén
relacionadas con las ciencias de la naturaleza o, específicamente, la biología que
es lo que se filtra de lo expuesto por Moran al sustentar sus alcances en los
vínculos que él dice haber descubierto entre las teorías de los biólogos
Haeckel y Darwin y el trabajo poético de César Vallejo, al extremo de llegar a decir
que «El argumento determinante a favor de esta interpretación es —me permito
sugerir— la deuda profunda que
tiene con el pensamiento de Haeckel, deuda que he intentado identificar y
dilucidar a lo largo de estas páginas» (op. cit.: 56). Y yo creo que las deudas
son reconocidas por los propios deudores o por los acreedores (y en ambos casos
es imposible que se pueda dar), pero no por terceros. Y en el caso de CV, su
poema habla por sí solo. Cualquier interpretación sobre él es arbitraria
—incluida la mía, y, por supuesto también la de Moran.
______________
(1) En: Varios, (2014).
Vallejo 2014. Actas del Congreso
Internacional Vallejo Siempre. Lima: Editorial Cátedra Vallejo, p. 52.
(2) Guillermo de Torre
(1960). La aventura y el orden.
Buenos Aires: Losada. p. 11.
(3) «El amoniaco o
amoníaco es un gas que disuelto en agua puede usarse en infinidad de casos,
especialmente como limpiador del hogar. Sus propiedades lo convierten en un
producto muy apropiado para eliminar suciedad y manchas de numerosas
superficies».
(4) CV, a un año y un
mes de estar en París, escribió esto: «Entre la Manca de Milo y una madre que
da a dos manos el seno a su bebé, yo, naturalmente, me inclino entre ambas: las
dos puede ser la mujer al mismo tiempo». («Las mujeres de París», de 1924, en:
César Vallejo (1987). Desde Europa.
Lima: Fuente de Cultura Peruana. p. 26. En esta cita, reafirma su vocación por
una poética/estética de equilibrio.
(5) «Todo cuanto
existe, digno es de entrar en la obra de arte, porque todo goza de la inmanente
dignidad de la existencia. El arte no distingue cosa sucia o inferior. La
distinción de cosa sucia podrá venir del estómago. Lo de cosa inferior, del
cerebro. El corazón no tiene nada que ver en estas diferenciaciones. Un gran
dolor, un inmenso placer, hacen olvidar lo sucio y lo inferior, nivelándolo
todo en emoción», César Vallejo (1973). El
arte y la revolución. Lima: Mosca Azul, p. 51.
(6) Un equilibrio que
se puede ilustrar con la siguiente precisión de Baudelaire: «La modernidad es
lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, que es la mitad del arte, cuya
otra mitad es lo eterno y lo inmutable» (cit. por Guillermo de Torre, op. cit:
12). De lo que se trata dirá De Torre, citando a Unamuno, es de «la
eternización de la momentaneidad» (op. cit.: 110).
(7) El día jueves es un
tópico muy socorrido en el imaginario de CV. Por ejemplo, en Contra el secreto profesional (y en otros momentos) dice: «Mi
amargura cae jueves» (1973, Lima, Mosca azul: 78). Es el tópico de la
permanencia de lo fugaz de que trata Guillermo de Torre, cuando recuerda el
soneto de Quevedo en dos momentos de su ya citado libro, dice: «Siempre he
recordado aquel soneto de Quevedo que comienza: “Busca en Roma a Roma, ¡oh
peregrino!” Y concluye así: “¡Oh Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura, / huyó
lo que era firme y solamente / lo fugitivo permanece y dura…”» (pp. 12 y 110).
(8) Cit. por Helmut
Hatzfeld (1955). Estudios literarios
sobre mística española. Madrid: Gredos. p. 243.
(9) Carlos Marx (1976).
Contribución a la crítica de la economía
política. México: Ediciones de Cultura Popular. p. 272. Y, asimismo, Marx,
le dice en carta a su padre: «Quisiéramos erigir un monumento a lo ya vivido en
otro tiempo, para que vuelva a conquistar en nuestro sentimiento el lugar
insumido por este para la acción» En: Marx y Engels, Sobre arte.
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