miércoles, 1 de agosto de 2018

Religión

La Personalidad de Jesús*

Karl Kautsky

I. LAS FUENTES PAGANAS

CUALQUIERA QUE SEA nuestra actitud hacia el cristianismo, en la forma en que lo conocemos, debemos reconocerlo como uno de los fenómenos más gigantescos en la historia humana. No podemos considerar sin intensa admiración a la Iglesia Cristiana, que ha perdurado por cerca de veinte siglos, y que contemplamos todavía llena de vigor, en muchos países, más poderosa aún que el Estado. Todo lo que, por consiguiente, pueda contribuir a una comprensión de este impresionante fenómeno, resulta un asunto de actualidad de extremada importancia y de gran significación práctica; tal es nuestra actitud hacia el estudio en la historia.

        El poder actual del cristianismo nos lleva a considerar el estudio de sus inicios con mucho mayor interés que cualquier otra investigación histórica, aunque solo nos hiciera retroceder dos siglos;1 pero también hace la investigación de estos inicios más difícil de lo que de otra manera hubiera sido.

        La Iglesia Cristiana ha sido una organización de dominio, bien en interés de sus propios dignatarios, o de los dignatarios de otra organización, el Estado, donde éste ha logrado obtener el control de la Iglesia. Quien batiese estos poderes tendría también que batir a la Iglesia. La lucha por la Iglesia, lo mismo que la lucha contra la Iglesia, ha sido, por consiguiente, una causa de partido, con la cual se hallan ligados los más importantes intereses económicos. Por supuesto, esta condición parece obscurecer demasiado el objetivo perseguido en un estudio histórico de la Iglesia, y por mucho tiempo ha sido causa de que las clases dirigentes prohíban cualquier investigación, en lo absoluto, de los principios del cristianismo, atribuyendo un carácter divino a la Iglesia, que permanece por encima y más allá de toda la crítica humana.

        La "culta" burguesía del siglo XVIII consiguió finalmente poner en su lugar, de una vez para siempre, a este divino halo. No fue posible hasta entonces la investigación científica del cristianismo. Pero aunque parezca extraño, aun en el siglo XIX la ciencia laica permaneció separada de este campo, considerándolo todavía como perteneciente al dominio de la teología, y no concerniente para nada a la ciencia. Un gran número de trabajos históricos escritos por los más importantes historiadores burgueses del siglo XIX, tratando del período de la Roma Imperial, tímidamente se refieren al más importante fenómeno de esta época, esto es, al surgimiento del cristianismo. Así, Mommsen, en el volumen quinto de su Historia Romana, hace un detallado estudio de la historia de los judíos y de los Césares, y no puede evadir en esta sección algunas menciones ocasionales del cristianismo, pero el cristianismo aparece en su obra como un hecho realizado, presuponiendo el conocimiento de su existencia. En resumen, solamente los teólogos y sus oponentes, los propagandistas librepensadores, son los que han mostrado hasta aquí algún interés en los principios del cristianismo.

        Pero no es precisamente cobardía lo que ha impedido a los historiadores burgueses el ocuparse del origen del cristianismo, toda vez que ellos producían solamente historia y no literatura de controversia. Razón suficiente para no meterse en estas cuestiones era quizás la desafortunada escasez de fuentes que tenemos disponibles para obtener los conocimientos de la materia.

        La cristiandad, de acuerdo con el concepto tradicional, es la creación de un solo hombre, Jesucristo, y este concepto no ha sido de ningún modo enteramente sustituido. Por supuesto, al menos en los círculos "culturales", "ilustrados", Jesús no es considerado ya un Dios, pero es todavía considerado como un personaje extraordinario, quien se decide a encontrar una nueva religión y quien triunfa en ese esfuerzo en grado tan notable y tan generalmente aparente. Este concepto lo sostienen no solamente ilustrados teólogos, sino también librepensadores radicales, distinguiéndose estos últimos de los teólogos solamente por la crítica que hacen de la personalidad de Jesús, de la que tratan, en todo lo posible, de sustraer todo lo que sea noble.

        Sin embargo, aun antes del final del siglo XVIII, el historiador inglés Gibbon, en su Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano (escrita de 1774 a 1788), señala con delicada ironía el hecho sorprendente de que ninguno de los contemporáneos de Jesús hubiese informado algo acerca de él, a pesar de atribuírsele la realización de tan maravillosos hechos.

"¿Pero cómo excusaremos la supina inatención del mundo pagano y filosófico para aquellas evidencias que fueron presentadas por la mano del Omnipotente, no a sus razones, sino a sus sentidos? Durante la época de Cristo, de sus apóstoles y de sus primeros discípulos, la doctrina que predicaban se confirmaba por innumerables prodigios. El cojo andaba, el ciego veía, el enfermo era curado, el muerto resucitado, los demonios expulsados, las leyes de la Naturaleza eran suspendidas frecuentemente para beneficio de la Iglesia. Pero los sabios de Grecia y de Roma volvían la espalda al imponente espectáculo, y, prosiguiendo las ocupaciones ordinarias de la vida y el estudio, aparecían inconscientes a cualquier alteración del gobierno moral o físico del mundo."

De acuerdo con la tradición cristiana, toda la tierra, o al menos toda la Palestina, se cubrió de tinieblas durante tres horas después de la muerte de Jesús. Esto tuvo lugar durante la vida de Plinio, el Viejo, quien dedicó un capítulo especial en su Historia Natural a los eclipses; pero no dice nada de este eclipse. (Gibbon, Capítulo xv. Decadencia y Caída, Londres, 1895, volumen n, págs. 69-70.)

        Pero prescindiendo de estos milagros, es difícil de entender cómo un carácter como el de Jesús de los Evangelios, que, de acuerdo con lo que se dice, levantó tal conmoción en la mente de los hombres, pudiese llevar adelante su agitación y morir finalmente como un mártir de su causa sin lograr que los hebreos y paganos contemporáneos le dedicasen una sola palabra.

        La primera mención de Jesús por un no cristiano la encontramos en Antigüedades Judías de Josefo Flavio. El Tercer Capítulo del Libro Decimoctavo, que trata del procurador Poncio Pilatos, dice, entre otras cosas:

"Por este tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede nombrar hombre, porque realizó milagros y fue un maestro de los hombres, quienes gustosamente aceptaban su verdad, y encontró muchos partidarios entre los judíos y los helenos. Este hombre era el Cristo. Aunque Pilatos lo crucificó basándose en la acusación de los hombres más sobresalientes de nuestro pueblo, no obstante aquellos que primero lo amaron permanecieron fieles a él. Porque en el tercer día se les apareció, resucitado a una nueva vida, justamente como los profetas de Dios habían profetizado este y miles de otros milagros. De él toman los cristianos el nombre; su secta no ha cesado desde entonces".

Josefo otra vez habla de Cristo en el Libro Vigésimo, Capítulo Noveno, I, diciendo que el Alto Sacerdote Anano, bajo el gobierno del Gobernador Alvino (en tiempo de Nerón), "consiguió llevar ante los tribunales y apedrear a Jaime, hermano de Jesús, llamado el Cristo, conjuntamente con otros, acusados de violar la Ley".

        Estas evidencias han sido siempre muy estimadas por los cristianos, porque son la palabra de uno no cristiano, de un judío y fariseo, que nació en el año 37 d. C, que vivió en Jerusalén y quien, por consiguiente, pudo muy bien tener información auténtica relativa a Jesús. Más aún, su testimonio es de lo más importante, puesto que, siendo judío, no tenía motivo para colorear los hechos en favor de los cristianos.

        Pero precisamente este elogio excesivo de Cristo por el piadoso judío hace sospechoso este pasaje de su obra, aun para el estudiante advenedizo. Su autenticidad ya fue puesta en duda en el siglo XVI, y ahora se tiene la certeza de que es una falsificación, no habiendo sido escrito, en lo absoluto, por Josefo.2

        Dicho pasaje fue agregado, durante el siglo tercero, por un copista cristiano, quien evidentemente se sintió ofendido por el silencio de Josefo al no dar alguna información concerniente a la persona de Jesús, mientras repite los más infantiles chismes de Palestina. Este piadoso cristiano comprendió con razón que la ausencia de semejante mención equivalía a la negación de su existencia (la de Jesús D. R.), o, al menos, de la importancia de su salvador, pero el descubrimiento de su interpolación prácticamente se ha convertido en una evidencia contra Jesús.

        El pasaje concerniente a Jaime es también de muy dudosa naturaleza. Es verdad que Orígenes, que vivió de 185 a 254 d. C, menciona, en su comentario sobre Mateo, un pasaje de Josefo concerniente a Jaime. En conexión con esto subraya que es peculiar que Josefo, a pesar de todo, no creyese en Jesús como el Cristo. De nuevo cita esta información de Josefo sobre Jaime en su polémica contra Celso, y de nuevo señala el escepticismo de Josefo. Estas palabras de Orígenes constituyen una de las evidencias demostrativas de que en el original de Josefo no existía el pasaje concerniente a Jesús en el que reconoce a éste como al Cristo, el Mesías.

        Ahora aparece que el pasaje relativo a Jaime, que Orígenes encontró en Josefo, es también interpolación de un cristiano, porque este pasaje, según lo cita Orígenes, es completamente diferente del contenido en los manuscritos de Josefo que nos han sido transmitidos. La cita de Orígenes representa la destrucción de Jerusalén como un castigo por la ejecución de Jaime. Esta interpolación no pasó a otros manuscritos de Josefo, y por consiguiente no se ha preservado. Pero, por otro lado, el pasaje que nos ha sido transmitido en los manuscritos de Josefo no es citado por Orígenes, mientras que menciona tres veces los otros en diversas ocasiones. Y esto a pesar del hecho de que Orígenes citó cuidadosamente todas las evidencias de Josefo que parecieran favorecer la fe cristiana. Es razonable, por consiguiente, presumir que el pasaje en Josefo que nos ha sido transmitido es también una falsedad, y que fue interpolado por algún cristiano piadoso, para mayor gloria de Dios, después de los tiempos de Orígenes, pero con anterioridad a los de Eusebio, que los citó.

        No solamente la mención de Jesús y Jaime, en Josefo, sino también la de Juan Bautista (Antigüedades, XVIII, Capítulo v, 2) es sospechosa de interpolación.3

        Por consiguiente, desde principios del siglo II, nos encontramos a cada paso con interpolaciones cristianas en la obra de Josefo. Su silencio referente a los principales personajes de los Evangelios era demasiado impresionante, y tuvo que ser alterado.

        Pero aun si consideramos las informaciones relativas a Jaime como genuinas, demostrarían, cuando más, que existió un Jesús a quien se llamó el Cristo, esto es, el Mesías. Posiblemente no podrían probar más que eso. "Pero aun admitiendo el pasaje como genuino, no sería más fuerte que un hilo de araña, sobre el cual la crítica teológica encontraría difícil suspender una forma humana. Hubo muchos pseudo Cristos en tiempo de Josefo y hasta entrado el siglo II, de los que no tenemos más que una mención sumaria. Hubo un Judas de Galilea, un Theudas, un egipcio desconocido, un samaritano y un Bar Kochba. Puede muy bien haber habido un Jesús entre ellos. Jesús era un nombre muy familiar entre los judíos: Josías, Josué, el Salvador."4

        El segundo pasaje en Josefo nos informa, a lo más, que entre los agitadores que entonces operaban en la Palestina, como mesías, como los ungidos del Señor, había uno llamado Jesús. El pasaje no nos dice nada en lo absoluto concerniente a su vida y a su obra.

        La siguiente mención de Jesús, en un historiador no cristiano, se encuentra en los Anales del historiador romano Tácito, escritos alrededor del año 100 d. C. En el Libro Decimoquinto se describe el incendio de Roma bajo Nerón, y se lee en el Capítulo XLIV:

"A fin de contrarrestar el rumor (que señalaba a Nerón como el culpable de esta conflagración) él acusó a personas llamadas por las gentes cristianos y quienes eran odiados por sus fechorías, culpándolos y condenándolos a los mayores tormentos. El Cristo, de quien habían tomado el nombre, había sido ejecutado en el reino de Tiberio por el procurador Poncio Pilatos; pero aunque esta superstición había sido abandonada por un momento, surgió de nuevo, no sólo en Judea, el país original de esta plaga (mali), sino en la misma Roma, en cuya ciudad cada ultraje y cada vergüenza (atrocia aut pudenda) encuentra un hogar y una amplia diseminación. Primero, unos pocos fueron detenidos y confesados, y, después, basándose en su denuncia, un gran número de otros, quienes no eran acusados del crimen del incendio, sino del odio a la humanidad. Su ejecución constituyó una diversión pública; fueron cubiertos con las pieles de fieras y después devorados por perros, crucificados o llevados a la pira y quemados al venir la noche, iluminando la ciudad. Para este espectáculo Nerón facilitó sus jardines, y aun preparó juegos de circo en los cuales él se mezcló con el pueblo en el traje de carretero, o montando en un carro de carrera. Aunque estos hombres eran criminales que merecían los más severos castigos, había una pública simpatía hacia ellos, pues parecía que no eran sacrificados por el bien general, sino por la crueldad de un solo hombre."

Este testimonio ciertamente que no es una falsedad inventada por los cristianos en favor de los cristianos. Por supuesto su veracidad ha sido atacada, pues Dio Casio no conoce nada de una persecución a los cristianos bajo Nerón. Sin embargo, Dio Casio vivió un siglo más tarde que Tácito. Suetonio, que escribió no mucho después que Tácito, informa en su biografía de una persecución de cristianos, "gente que había abrazado una nueva y perniciosa superstición". (Capítulo XVI.)

        Pero de Jesús, Suetonio no nos dice nada en lo absoluto, y Tácito ni siquiera nos transmite su nombre. Cristo, la palabra griega por "el ungido", no es otra cosa que la traducción griega de la palabra hebrea "mesías". Referente a las actividades de Cristo y el contenido de sus enseñanzas, Tácito no tiene nada que decir.

        Y esto es todo lo que nos dicen de Jesús las fuentes no cristianas del primer siglo de nuestra era.


II. LAS FUENTES CRISTIANAS

¿Pero no fluyen las fuentes cristianas más abundantemente? ¿No tenemos en los Evangelios las más minuciosas narraciones de la enseñanza e influencia de Jesús?

        No hay duda de que son minuciosas. Pero su admisibilidad es un asunto completamente distinto. El ejemplo de la falsedad en Josefo nos ha dado a conocer un rasgo característico de los primitivos historiadores cristianos, esto es, su completa indiferencia hacia la verdad. Estos escritores no se preocupaban de la verdad, sino de hacer ver las cosas como les interesaba, y no tenían delicadeza en la selección de los medios.

        Para ser completamente justos, tenemos que admitir que a este respecto no eran diferentes a sus tiempos. La literatura religiosa judaica no era nada mejor, y los movimientos místicos "paganos”, anteriores y siguientes al inicio de la era cristiana, eran culpables de la misma ofensa. La credulidad del público, el deseo de crear un efecto, lo mismo que una falta de confianza en sus propias habilidades, la necesidad de agarrarse a autoridades sobrehumanas, la falta de un sentido de la realidad, cualidades cuyas causas examinaremos más tarde, viciaban entonces toda la literatura, especialmente donde se desviaba de las líneas tradicionales. Encontraremos muchas pruebas de esto en la literatura cristiana y judaica. Pero el hecho es que los filósofos místicos se inclinaban también en esta dirección (por supuesto, se hallaban íntimamente relacionados con el cristianismo), como lo demuestran, por ejemplo, los neopitagóricos, una secta que surgió en el siglo anterior al nacimiento de Cristo. Su doctrina, una mezcla de platonismo y estoicismo, rica en fe revelada, hambrienta de milagros, pretendía ser la enseñanza del antiguo filósofo Pitágoras, que vivió en el siglo VI a. C. y de quien se sabe muy poco. Así, era lo más fácil atribuirle a él todas las cosas que necesitaban la autoridad de algún gran nombre.

        "Los neopitagóricos deseaban ser considerados como verdaderos discípulos del antiguo filósofo samio; para poder presentar sus enseñanzas como genuinamente pitagóricas, tomaron esta innumerable y falsa representación literaria, y sin vacilación atribuían todas las cosas, sin consideración de su novedad o de su origen platónico o aristotélico, bien conocido, a Arquitas o a Pitágoras."5

Lo mismo ocurre con la primitiva literatura cristiana, que está en un estado tal de confusión, que ha requerido el trabajo diligente de algunas de las más brillantes inteligencias del siglo pasado para su aclaración y ordenamiento, sin haber obtenido un resultado muy satisfactorio.

        Señalaremos en un solo caso cuán grande es la confusión que resulta de la mezcla de los más variados conceptos del origen de los primitivos escritos cristianos. El caso que señalamos es la Revelación de San Juan, una nuez especialmente dura de cascar. Pfleiderer dice lo siguiente sobre este asunto en su libro El Cristianismo Primitivo, sus Escritos y sus Enseñanzas:

"El Libro de Daniel era el más antiguo de estos apocalipsis, y da el modelo para toda la serie. Cuando se buscó la llave de la interpretación de las visiones de Daniel en los acontecimientos de la guerra judaica en tiempo de Antioco Epifanes, se presumió con razón que el Apocalipsis de Juan debía explicarse por las circunstancias de su época. De conformidad con esto, cuando el misterioso número 666, en el Capítulo XIII, versículo 18, fue interpretado casi simultáneamente por varios estudiosos (Benary, Hitzig y Reuss) del valor numérico de las letras hebreas, como significando el Emperador Nerón, se llegó a la conclusión, por una comparación de los Capítulos XIII y XVII, que el apocalipsis se originó poco después de la muerte de Nerón, el año 68. Este criterio prevaleció durante algún tiempo, especialmente en la temprana escuela Tübingen, la cual, sobre la presuposición, a la que se sostiene todavía firmemente, de la composición del libro por el Apóstol Juan, supuso que la llave de todo el libro tenía que encontrarse en el conflicto de partidos entre judaizantes y partidarios de Pablo, una interpretación que no pudo llevarse adelante sin gran arbitrariedad (especialmente sospechosa en Volkmar). Un nuevo impulso hacia una más completa investigación del problema tuvo lugar en 1882 por un discípulo de Weizsäcker, Daniel Volter, quien formuló la hipótesis de una repetida revisión y extensión de un documento fundamental entre 66 y 170 (fijando, más tarde, 140, como el límite más bajo). El método de la crítica documental, aquí aplicado, sufrió en los quince años siguientes las más numerosas variaciones. Vidier tomó un documento judaico como la base, el cual había sido producido por un escritor cristiano; Sabatier y Schon, por otro lado, tomaron un documento cristiano en el cual se habían interpolado materiales judaicos; Weiland distinguió dos fuentes judaicas que databan de los tiempos de Nerón y de Tito, y un editor cristiano del tiempo de Trajano; Spitta distinguía un documento fundamental cristiano del año 60 d. C, dos fuentes judaicas del 63 a. C. y del 40 d. C, y un redactor cristiano del tiempo de Trajano; Schmidt, tres fuentes judaicas y dos redactores cristianos; Volter (en un segundo trabajo en 1893), un apocalipsis original del año 62, y cuatro revisiones bajo Tito, Domiciano, Trajano y Adriano. La consecuencia de todas estas hipótesis, mutuamente opuestas y más o menos complicadas, fue, finalmente, que el no iniciado recibiese la impresión de que nada es cierto y nada imposible en el campo de la crítica del Nuevo Testamento (Jülicher, Introducción, pág. 287)."6

Pero Pfleiderer no obstante creía "que las investigaciones diligentes de los dos últimos siglos" habían producido "un resultado definido"; sin embargo, apenas se atreve a decirlo en muchas palabras, sino que dice "así me parece a mí". Conclusiones razonables y seguras, en lo que respecta a la primitiva literatura cristiana, solamente se han formulado, casi sin excepción, en su aspecto negativo: la certeza de aquello que es verdaderamente falso.

        Es cierto que solamente una pequeña minoría de primitivas obras cristianas fueron escritas realmente por los autores a quienes se les atribuye, que en la mayor parte se originaron con bastante posterioridad a las fechas comúnmente asignadas, y que sus textos originales han sido en muchos casos terriblemente deformados por posteriores revisiones y adiciones. Finalmente, es cierto que ninguno de los Evangelios u otros trabajos primitivos cristianos fueron escritos por un contemporáneo de Jesús.

        El llamado Evangelio de San Marcos se considera ahora como el más antiguo de los Evangelios; seguramente no fue escrito antes de la destrucción de Jerusalén, que el autor representa como profetizada por Jesús y la cual, en otras palabras, tuvo ya que haberse realizado cuando se escribió el Evangelio. Por consiguiente, fue escrito probablemente no menos de medio siglo después de la fecha señalada como la de la muerte de Jesús. Lo que tiene que contar es, por lo tanto, el producto de una evolución de la leyenda durante medio siglo.

        Después del de Marcos viene el de Lucas, luego el llamado de Mateo y finalmente el de Juan, a mediados del segundo siglo, y por lo menos un siglo después del nacimiento de Cristo. Mientras más avanzamos en el tiempo, más milagrosos se hacen estos Evangelios. Por supuesto, los milagros ocurrían ya en el de San Marcos, pero son bastante inocentes comparados con los posteriores. Así, en el caso de las resurrecciones, Marcos presenta a Jesús llamado junto al lecho de la hija de Jairo que está a punto de morir. Todos creen que está muerta, pero Jesús dice: "La doncella no está muerta sino dormida", y pone la mano sobre ella, y ella se levanta. (Marcos, Capítulo V.)

        En Lucas tenemos la vuelta a la vida del joven de Naín. Cuando Jesús lo encontró había transcurrido ya, desde la muerte, tiempo suficiente para hallarse en camino del cementerio; Jesús lo levantó de su féretro. (Lucas, Capítulo VII.)

        Para San Juan estos hechos no son suficientemente fuertes. En el Capítulo Onceno reporta la resurrección de Lázaro, quien "hacía cuatro días que estaba muerto". De esta manera Juan bate el record.

        Pero los evangelistas eran hombres extremadamente ignorantes y sus ideas concernientes a las materias de las que escribían eran completamente erróneas. Así, Lucas nos presenta a José viajando con María desde Nazaret a Belén, en ocasión de un censo imperial romano, con el resultado de que Jesús naciera en Belén. Pero semejante censo no fue levantado bajo Augusto. Por consiguiente, Judea no vino a ser provincia romana sino después de la fecha señalada para el nacimiento de Cristo. En el año 7 d. C. se hizo realmente un censo, pero los censores fueron a las habitaciones de la población. No fue necesario ir a Belén.7

        Tendremos ocasión de volver a este punto. Pero agregaremos ahora otros datos. El procedimiento con motivo del juicio de Jesús ante Poncio Pilatos no está de acuerdo con las leyes judaicas ni con las romanas. Hasta en los casos donde los evangelistas no están relatando milagros, con frecuencia presentan situaciones falsas e imposibles.

        Y la trama así urdida en un "Evangelio" sufrió muchos más cambios a manos de posteriores "editores" y copistas, para la edificación de la fe.

        Por ejemplo, los mejores manuscritos de Marcos terminan con el Capítulo XVI, versículo 8, en el momento en que las mujeres están mirando a Jesús muerto en la tumba, pero encuentran en su lugar a un joven con una túnica blanca y larga; por lo que dejaron la tumba y "se sintieron atemorizadas".

        Nuestra versión tradicional no termina en este punto, pero lo que sigue fue escrito mucho después. Sin embargo, posiblemente el trabajo no pudo haber terminado en el versículo 8, como se describe más arriba. Renán ya supuso que lo que seguía había sido agregado en el interés de la buena causa, porque contenía algún material que podía entrar en conflicto con una interpretación posterior.

        Por otro lado, Pfleiderer y otros, después de una agotante investigación, llegaron a la conclusión de "que el Evangelio de Lucas primitivamente no contenía nada del origen sobrenatural de Jesús, sino que esta historia surgió más tarde y fue interpolada en el texto adicionando los versículos 34 y ss.8 en el Capítulo I, e intercalando las palabras "como se suponía" en el III, 23".9

        En vista de lo anterior, no es un milagro que ya en la primera parte del siglo XIX los Evangelios empezaran a ser considerados, por muchos estudiosos, como completamente carentes de valor como fuentes para la biografía de Jesús, y Bruno Bauer llegó hasta negar absolutamente la realidad histórica de Jesús. Es natural que los teólogos fueran no obstante incapaces de abandonar los Evangelios y de que hasta los más liberales hicieran todos los esfuerzos, por mantener su autoridad. ¿Qué quedaría del cristianismo si la personalidad de Cristo tuviese que ser abandonada? Pero a fin de salvarla se ven obligados a recurrir a las más ingeniosas deformaciones y combinaciones.

        Así, Harnack, en sus conferencias sobre lo esencial del cristianismo (1900), declaró que David Friedrich Strauss pudo haber pensado que estaba echando en saco roto el valor histórico de los Evangelios, pero el trabajo histórico y crítico de dos generaciones ha logrado, no obstante, levantar esta realidad, otra vez, en una gran medida. Por supuesto los Evangelios no son trabajos históricos, ni han sido escritos para presentar hechos según ocurrían, sino que tienen la intención de ser documentos constructivos. "Sin embargo, no son inútiles como fuentes históricas, especialmente dado que su propósito no es el que fue impuesto desde fuera, sino que en muchos aspectos coinciden con las intenciones de Jesús.' (Página 14.)

        ¿Pero qué podemos saber acerca de las intenciones de Jesús fuera de lo que nos dicen los Evangelios? Todo el razonamiento de Harnack en apoyo de la admisibilidad de los Evangelios como fuentes para la vida de Jesús meramente prueba cuan imposible es presentar una evidencia segura y decisiva en esta dirección.

        Posteriormente, en su tratado, Harnack mismo se ve forzado a admitir que todo lo reportado por los Evangelios concerniente a los primeros treinta años de la vida de Jesús no es histórico, igualmente que todos los incidentes de fechas posteriores pueden probarse el ser imposibles o el haber sido inventados. Pero le agrada, a pesar de todo, preservar el resto como hecho histórico. El cree que todavía retenemos "un cuadro vivo de las enseñanzas de Jesús, del fin de su vida y de la impresión que hizo en sus discípulos". (Página 20.)

        ¿Pero cómo sabe Harnack que las prédicas de Jesús han sido tan fielmente representadas en los Evangelios? Los teólogos son mucho más escépticos cuando abordan el asunto de la reproducción de otros sermones de aquellos días. Así, encontramos al colega de Harnack, Pfleiderer, que nos dice en su libro El Cristianismo Primitivo:

"Argumentar acerca de la veracidad de este o de aquel sermón en los Hechos, es realmente absurdo. Basta sólo pensar en todas las condiciones que serían necesarias para poder considerar como exacto, o al menos como correcto, en términos generales, semejantes discursos. Habría sido necesario que hubiesen sido escritos inmediatamente ipor algunos de los presentes (en verdad, para obtener un registro exacto, habrían tenido que ser tomados en taquigrafía), y estas notas de los varios discursos tendrían que haber sido conservadas por más de medio siglo por los oyentes, quienes en su mayor parte eran judíos o paganos hostiles o indiferentes a lo que se decía, y finalmente reunidas por el historiador en las más diversas localidades. Cualquiera que haya pensado alguna vez diáfanamente en estas imposibilidades comprenderá, de una vez, cómo debe considerar estos discursos, que, en realidad, en los Hechos como en todos los historiadores seculares de la Antigüedad, los discursos son composiciones libres en las que el autor hace hablar a sus héroes como cree que pudieron haber hablado bajo las circunstancias del momento?”10

¡Exacto! ¿Pero por qué no se aplica también este razonamiento a los sermones de Jesús que se hallan colocados (en el tiempo), respecto a los autores de los Evangelios, más allá que los discursos en los Hechos respecto a los Apóstoles? Porque los sermones de Jesús en los Evangelios no son otra cosa sino discursos que los autores de estos anales deseaban que Jesús hubiese dictado. Efectivamente, los discursos, según han sido transmitidos, contienen numerosas contradicciones; expresiones que son a veces rebeldes, y en otras ocasiones sumisas, y que pueden explicarse solamente por el hecho de que entre los cristianos se hallaban presentes varias tendencias, cada una de las cuales adaptaba los discursos de Cristo, en su tradición, a sus propias necesidades. Daré otro ejemplo de la manera audaz con que procedían los evangelistas en estos asuntos. Compárese el Sermón de la Montaña, como lo registra Lucas, con el registrado en Mateo. En Lucas es todavía una glorificación del pobre, una condenación del rico. En los días de Mateo a muchos cristianos no les gustaban ya esas cosas, y el Evangelio de San Mateo, por consiguiente, transforma al pobre que será bendecido en el pobre de espíritu, mientras que se omite totalmente la condición de rico. Si ésta era la manera de tratar los sermones que ya han sido anotados, ¿qué razones tenemos para creer que los discursos que se afirma Jesús pronunció, medio siglo antes de ser registrados, son fielmente repetidos en los Evangelios? En primer lugar, es absolutamente imposible, por simple tradición oral, preservar fielmente, por un periodo de cincuenta años después de pronunciado, el vocabulario de un discurso que no fue registrado en seguida. Cualquiera que, a pesar de este hecho claro, reproduzca discursos transmitidos solamente por la voz que corre, demuestra, por ese solo acto, su prontitud a escribir cualquier cosa que le plazca, o su extrema credulidad para aceptar, por el valor que se dice tener, todo lo que se cuente.

        Por ejemplo, el Padre Nuestro se considera como una contribución original de Jesús. Pero Pfleiderer señala que una oración (CADIX) aramea de mucha antigüedad concluye con estas palabras:

"Magnificado y Santificado sea Su gran nombre en el mundo que Él ha creado por Su voluntad. Pueda levantar su Reino durante vuestra vida y durante la vida de toda la casa de Israel". Es aparente que la primera parte del Padre Nuestro es una imitación.

Pero si no podemos poner fe en los discursos de Jesús de la temprana historia de su vida, y seguramente tampoco en sus milagros, ¿qué es lo que queda de los Evangelios?

        De acuerdo con Harnack, aún nos queda la influencia de Jesús sobre sus discípulos y la historia de su Pasión. Pero los Evangelios no fueron compuestos por los discípulos de Cristo, no reflejan la impresión hecha por esta personalidad, sino más bien la impresión hecha por la narración de la personalidad de Cristo en los miembros de la secta cristiana. Ni aun la más poderosa impresión puede probar algo en relación a la corrección histórica de esta narración. Hasta un cuento relativo a una persona ficticia puede hacer la más profunda impresión en un sistema social, siempre que las condiciones históricas sean propicias para que se produzca semejante impresión. (Cuán grande no fue la impresión hecha por la novela de Goethe Los Sufrimientos de Werther) y sin embargo, aunque todo el mundo sabía que se trataba solamente de una novela, Werther tuvo muchos discípulos y sucesores.

        Entre los judíos, principalmente en los siglos inmediatamente anteriores y siguientes a la época de Cristo, personajes inventados a menudo ejercían una gran influencia, siempre que los hechos y enseñanzas que se les atribuyesen correspondiesen a las profundas necesidades del pueblo judío. Esto lo  prueba, por ejemplo, la figura del profeta Daniel, de quien el libro de Daniel informa que vivió bajo Nabucodonosor, Darío y Ciro, en otras palabras, en el siglo VI a. C; que realizó los más grandes milagros, y que dictó profecías que luego se cumplieron de manera asombrosa, siendo la última de ellas que grandes calamidades sobrevendrían al judaísmo, de las cuales sería redimido o salvado por un redentor, y después levantado a su anterior prestigio. Este Daniel nunca existió; el libro que trata de él no fue escrito sino por el año 165, en tiempo de la insurrección macabea; por consiguiente, no es un milagro que todas las profecías que se declaran haber sido enunciadas por el profeta sean correctamente aplicables a todos los hechos anteriores al año 165, lo cual convencía al piadoso lector de que la profecía final de tan infalible profeta tenía también que cumplirse sin fallar. Todo el asunto es una audaz invención que no obstante tuvo el más grande efecto: la creencia en el Mesías, la creencia en un redentor que vendría, encontró el más grande apoyo en este profeta; vino a ser el modelo para todas las posteriores profecías acerca del Mesías. Pero el Libro de Daniel también prueba con cuánta resolución la gente piadosa acudía al embuste en aquellos días cada vez que aspiraba a producir un gran efecto. El efecto producido por la figura de Jesús no es, por lo tanto, una prueba de su verdad histórica.

        No nos queda, consiguientemente, nada de lo que Harnack piensa que ha salvado como el verdadero meollo histórico, excepto la historia de la Pasión de Cristo. Y todavía esta historia está también entrelazada con milagros desde el principio hasta el fin, terminando con la Resurrección y la Ascensión, por lo que es casi imposible descubrir los núcleos históricos de la vida de Jesús. Tendremos otras ocasiones de familiarizarnos con la veracidad de la historia de la Pasión.

        El resto de la primitiva literatura cristiana no es mejor. Todo lo aparentemente escrito por los contemporáneos de Jesús, por ejemplo, por sus discípulos, ha sido reconocido como una falsedad, al menos en el sentido de haber sido producido en una edad posterior.

        Las Epístolas, también, que se atribuyen a San Pablo, no incluyen una sola cuya autenticidad no haya sido discutida; varias de ellas han sido generalmente reconocidas por la crítica histórica como no genuinas. La más descarada de estas falsificaciones es probablemente la de la Segunda Epístola, dirigida a los tesalonicenses. En esta falsa carta, el autor, que se esconde bajo el nombre de Pablo, emite la siguiente advertencia: "Que no os mováis fácilmente de vuestro sentimiento, ni os conturbéis ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como nuestra..." (n, 2), (quiere decir una carta apócrifa), y por último el falsario dice: "Salud de mi mano, Pablo, que es mi signo en toda carta mía: así escribo". Por supuesto, son precisamente estas palabras las que traicionan la falsedad.

        Un número de otras Epístolas de Pablo quizás constituyen la más antigua producción literaria de la cristiandad, pero prácticamente no mencionan nada acerca de Jesús, fuera del hecho de que fue crucificado y luego resucitado de entre los muertos.

        ¿Qué crédito debemos dar a la Resurrección? No parece que sea un asunto que necesitemos discutir con nuestros lectores. Por consiguiente, no hay prácticamente un solo elemento en la literatura cristiana, concerniente a Jesús, que pueda resistir el examen.


III.  LA LUCHA POR LA IMAGEN DE JESÚS

A lo más, el meollo histórico de los primitivos informes cristianos, concernientes a Jesús, no parece ser más de lo que Tácito nos dice. Esto es, que en tiempo de Tiberio, fue ejecutado un profeta, a quien se señala como el origen de la secta de los cristianos. Lo que este profeta enseñó y cuál fue su influencia, es una materia sobre la cual no se ha obtenido todavía la más ligera información positiva. De cualquier modo, es cierto que no atrajo la atención que se le atribuye en los primitivos registros cristianos, porque, de otro modo, Josefo seguramente hubiera informado algo acerca de él, ya que cuenta muchas otras cosas de mucha menos importancia. La agitación y la ejecución de Jesús, como quiera que sea, no levantaron el más ligero interés de parte de sus contemporáneos. Pero si realmente Jesús fue un agitador, adorado por una secta como su campeón y caudillo, seguramente la importancia de su personalidad tendría que crecer con el desarrollo de esta secta. Así empezó a formarse una guirnalda de leyendas acerca de este carácter, en la cual los espíritus piadosos tejían todo lo que deseaban que su modelo hubiese dicho y hecho. Pero a medida que Jesús vino a ser así, cada vez más, un modelo para toda la secta, más tratan de atribuir a esta personalidad cada uno de los grupos opuestos de los que consistía la secta desde el principio, precisamente aquellas ideas a las cuales el grupo estaba más apegado, a fin de poder invocar esta persona como una autoridad. De este modo, Jesús, según se dibuja en las leyendas que fueron primero transmitidas simplemente de boca en boca y posteriormente por escrito, devino, cada vez más, la imagen de una personalidad sobrehumana, la encarnación de todos los ideales desarrollados por la nueva secta, pero también, necesariamente, se fueron llenando de contradicciones, no siendo ya compatibles unos con otros, los distintos rasgos de la imagen.

        Cuando la secta alcanzó una determinada organización, cuando llegó a abrazar toda una Iglesia, en la que tuvo que dominar una tendencia específica, uno de sus primeros trabajos fue delinear un canon fijo, un catálogo de todos aquellos primitivos escritos cristianos que reconoció como genuinos. Por supuesto únicamente fueron reconocidos aquellos escritos que hubieron sido escritos desde el punto de vista de esta tendencia dominante. Todos aquellos Evangelios y otros escritos conteniendo un cuadro de Jesús que no estuviese de acuerdo con esta tendencia de la Iglesia, fueron rechazados como "heréticos", como falsos, o, al menos, apócrifos, y, no siendo por consiguiente dignos de confianza, no fueron diseminados, siendo eliminados en todo lo posible; los manuscritos fueron destruidos, con el resultado de que muy pocos quedaron en existencia. Los escritos admitidos al canon fueron "editados" a fin de introducir la más grande uniformidad posible, pero afortunadamente la edición fue hecha con tan poca habilidad que todavía salen a luz, aquí y allí, rastros de anteriores y contradictorias relaciones que nos permiten suponer el curso de la historia del libro.

        Pero la Iglesia no consiguió su objetivo, que era el de obtener de este modo una uniformidad de opiniones dentro de ella; esto fue imposible. Las variables condiciones sociales estaban siempre produciendo nuevas diferenciaciones de opiniones y aspiraciones dentro de la Iglesia, y gracias a la contradicción que la imagen de Jesús, reconocida por la Iglesia, preservó, a pesar de todas las ediciones y omisiones que se le habían hecho, estas varias opiniones siempre consiguieron encontrar en la imagen puntos que sirviesen a sus propósitos. Por consiguiente, la lucha entre fuerzas socialmente opuestas dentro de la armazón de la Iglesia Cristiana se convirtió ostensiblemente en mera lucha por la interpretación de las palabras de Jesús, y los historiadores superficiales son lo suficientemente ingenuos para creer que todos los grandes y frecuentes conflictos sangrientos dentro de la cristiandad, que tuvieron lugar bajo las banderas de la religión, no fueron más que luchas por simples palabras, y por consiguiente una triste indicación de la estupidez de la raza humana. Pero dondequiera que un fenómeno de masa social se atribuye a una mera estupidez de sus participantes, esta mera estupidez, en realidad, es simplemente la estupidez del observador y crítico, que evidentemente no ha logrado encontrar su situación entre conceptos y opiniones que le son extraños, o penetrar en las condiciones y motivos materiales subyacentes a estos modos del pensamiento. Como regla, la guerra fue empeñada entre intereses muy realistas; cuando las varias sectas cristianas disputan sobre una distinta interpretación de las palabras de Cristo, realmente son esos intereses los que operan.

        El surgimiento del modo moderno de pensar y el desuso del razonamiento eclesiástico, por supuesto que han privado cada vez más a estos combates sobre la imagen de Jesús de su significado práctico, reduciendo estos a simples subterfugios de parte de los teólogos, pagados por el Estado para mantener viva la psicología eclesiástica, y quienes deben rendir algo por sus salarios.

        La moderna crítica de la Biblia, aplicando los métodos históricos para una investigación de las fuentes de los libros que la componen, hizo nuevo esfuerzo para crear una semejanza de la personalidad de Jesús. Esta crítica no minó la certeza de la imagen tradicional de Jesús, pero, manipulada principalmente por teólogos, muy rara vez avanzó más allá del concepto primero proclamado por Bruno Bauer, y después por otros, particularmente A. Kalthoff, de que es imposible, en vista de las presentes condiciones de las fuentes, establecer en lo absoluto una nueva imagen. La crítica ha tratado una y otra vez de restaurar esta imagen, con el mismo resultado obtenido anteriormente por el cristianismo en otros siglos: cada uno de nuestros amigos teólogos pone sus propias ideas, su propio espíritu, en la imagen que se forma de Jesús. La descripción de Jesús en el siglo XX se asemeja a aquellas escritas en el siglo II, en que no se pinta lo que Jesús realmente enseñó, sino lo que los productores de estas imágenes deseaban que hubiese enseñado.

        Kalthoff nos da una relación clara de esta transformación de la imagen de Jesús:

        "Desde el punto de vista social-teológico, la imagen de Jesús es, por consiguiente, la más sublime expresión religiosa de todas las fuerzas operativas sociales y éticas de la era en cuestión; y la transformación que esta imagen de Jesús ha sufrido constantemente, sus extensiones y contradicciones, el debilitamiento de antiguos caracteres y su aparición bajo nuevos colores, nos ofrece el más delicado instrumento para medir las alteraciones por las cuales la vida contemporánea está pasando, desde los más altos puntos de sus ideales espirituales a las mayores profundidades de sus fenómenos materiales. La imagen de Cristo mostrará, ya los rasgos de un filósofo griego, ya los de los Césares romanos, ahora los del señor feudal, o los del maestro del gremio, o los del atormentado campesino vasallo, o bien los del libre burgués, y todos estos rasgos son genuinos, todos viven hasta que los teólogos facultativos se creen poseídos de la peculiar noción de proveer los rasgos individuales de su época particular como los caracteres históricos originales del Cristo de los Evangelios. Por lo menos estos rasgos se les hacen aparecer históricos por el hecho de que las más variadas y opuestas fuerzas operaban en los nacientes y constructivos períodos de la sociedad cristiana, cada una de cuyas fuerzas tiene una cierta semejanza con las fuerzas que operan hoy en día. Pero la imagen de Cristo de nuestros días aparece a primera vista completamente llena de contradicciones. Aun retiene en un cierto grado los rasgos de los antiguos santos, o los del Señor de los Cielos, pero también los caracteres completamente modernos del amigo del proletariado, hasta los del líder de los trabajadores. Pero esta contradicción es un mero reflejo de los más fundamentales contrastes que animan nuestra vida moderna".

Y en un pasaje anterior:

        "La mayor parte de los representantes de la llamada Teología Moderna usa las tijeras cuando extracta de acuerdo con el método crítico preferido por David Strauss: amputa los elementos míticos de los Evangelios, y declara que los restantes constituyen el núcleo histórico. Pero aun los teólogos reconocen que este núcleo se ha hecho demasiado pobre bajo sus manipulaciones... En ausencia de toda certeza histórica, el nombre de Jesús ha venido a ser un depósito vacío para la Teología Protestante, en el cual cada teólogo puede volcar su propio equipo intelectual. Uno de ellos hará de este Jesús un moderno espinosista; el otro, un socialista; mientras que los teólogos profesionistas oficiales, por supuesto, verán a Jesús a la luz religiosa del Estado moderno en realidad, en época reciente lo han representado, cada vez más intrépido, como el abogado religioso (la Teología Nacional) de todas aquellas aspiraciones que reclaman el dominio de la más grande Prusia."11

En vista de este estado de cosas no debe sorprender que los historiadores temporales no hayan sentido sino una ligera inclinación a investigar las fuentes del cristianismo, si empiezan con la opinión de que el cristianismo fue el trabajo de un solo hombre. Si esta opinión fuera correcta, por supuesto que sería razonable abandonar todos los esfuerzos para determinar el origen del cristianismo y dejar a nuestros teólogos la no disputada posesión del campo de la ficción religiosa.

        Pero la actitud del historiador se hace completamente diferente si ve una religión mundial, no como el producto de un superhombre, sino como un producto social. Las condiciones sociales de la época en que se originó el cristianismo son bien conocidas. Y el carácter social de la primitiva cristiandad puede también determinarse con alguna precisión por el estudio de su literatura.

        El valor histórico de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles no es más elevado probablemente que el valor de los poemas homéricos o de los Nibelungos. Estos pueden tratar de personajes históricos; pero relatan sus actividades con tal licencia poética que es imposible sacar de sus relaciones ni aun los más ligeros datos para una descripción histórica de esos personajes, para no mencionar el hecho de que se hallan tan mezclados con elementos fabulosos que nunca podremos, basándonos solamente en estos poemas, determinar cuáles de los caracteres son históricos y cuáles inventados. Si no tuviésemos otra información referente a Atila que la que se encuentra en los Nibelungos, tendríamos que decir de él, como decimos ahora de Jesús, que no estamos ciertos ni aun siquiera de que haya existido, y que puede haber sido un personaje mítico como Sigfrido.

        Pero semejantes narraciones poéticas son de un valor incalculable en el estudio de las condiciones sociales de las que surgieron, y las cuales reflejan fielmente, a pesar de cuantas libertades puedan haberse tomado sus autores al tratar de los hechos y de las personas. La extensión de los hechos históricos sobre la cual se basa la narración de la Guerra de Troja y de sus héroes se halla envuelta en obscuridad, y quizás permanezca siempre igual, pero tenemos en La Iliada y La Odisea dos fuentes históricas de primera magnitud para el estudio de las condiciones sociales de la Edad Heroica.

        Las obras poéticas son con frecuencia mucho más importantes para el estudio de sus épocas que las más fieles narraciones históricas. Porque las últimas nos dan solamente los elementos personales extraordinarios e impresionantes, que son los menos permanentes en su efecto histórico; las primeras, por otro lado, nos ofrecen un panorama de la vida diaria de las masas, que es constante y permanente en sus efectos, con una duradera influencia sobre la sociedad; el historiador no relata estas cosas, porque las supone como generalmente conocidas y evidentes. Es por esta razón que las novelas de Balzac son una de las fuentes más importantes para el estudio de la vida social de Francia en las primeras décadas del siglo IX.

        Así, aunque no hemos aprendido nada exacto en los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Epístolas, acerca de la vida y doctrina de Cristo, podemos, no obstante, obtener muy importante información concerniente al carácter social, los ideales y aspiraciones de la primitiva congregación cristiana. Cuando la crítica bíblica excava los varios depósitos que se han ido acumulando en estos escritos, en sucesivos estratos, nos ofrece una oportunidad para investigar el desarrollo de esas congregaciones, al menos en una cierta medida, mientras las fuentes "paganas" y judaicas nos capacitan para lanzar una ojeada a las fuerzas sociales que se hallaban trabajando simultáneamente en la primitiva cristiandad. Esto nos capacita para reconocer y entender esta última como un producto de sus tiempos; tal es la base de todo el conocimiento histórico. Los personajes individuales pueden influir en la sociedad, y la descripción de prominentes individuos es indispensable para un cuadro completo de sus tiempos. Pero, cuando se miden por épocas históricas, su influencia es, cuando más, temporal, y ofrecen únicamente dos adornos superficiales, los cuales, aunque pueden ser la primera porción de la estructura que impresione a la vista, no nos revelan nada referente a sus fundamentos. Es esto último lo que determina el carácter y permanencia de la estructura. Si podemos revelarlos, habremos realizado el más importante trabajo para la comprensión del edificio.
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(*) Primera parte del libro Cristianismo. Orígenes y fundamentos de Karl Kautsky.
(1) Claramente es una referencia a la fundación del reino prusiano en 1701. (Nota de la traducción inglesa.)
(2) Compárese, entre otros, Schürer, Gesehichte des jüdischen Volkes im Zeitalter Jesús Christus, vol. I, Tercera Edición, 1901, pág. 544 y siguientes.
(3) Schurer, obra citada, págs. 438, 548, 581.
(4) Albert Kalthoff, The Rise of Christianity, traducción de Joseph McCabe, Londres, 1907, págs. 20, 21.
(5) Zeller, Philosophie der Griechen, parte III, sea II, Leipzig, 1868, página 96.
(6) Pfleiderer, Primitive Christianity, Its Writines and Te achings in their Híst orical Connections, Londres y Nueva York, 1906-1911, vol. III, páginas 401, 402.
(7) En relación con esto, véase David Strauss, The Life of the Christ, Critically Examined, Londres, 1S16. vol. I, págs. 200-208.
(8) Entonces Maria dijo al Angel: '¿Cómo será esto?, porque no conozco varón'. Y respondiendo, el Angel le dijo: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te hará sombra; por lo cual también lo Santo que nacerá será llamado Hijo de Dios.”
(9) “…hijo de José, como se creía". El pasaje de Pfleiderer es tomado de su Primitive Christianity, Londres y Nueva York, 1906-1911, vol. II, página 103.
(10) Primitive Christianity, Londres y Nueva York, 1906-1911, vol. II, páginas 234, 235.
(11) Das Christusproblem. Grundlinien zu einer Sozialtheologie 1902 pág.15-17. 80-81

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