martes, 1 de mayo de 2018

Ética

El Ideal Moral Burgués*

Paul Lafargue

EL IDEAL HEROICO, lógico y simple, reflejaba en el pensamiento la realidad ambiente, sin extremadas exageraciones: erigía como primeras virtudes del alma humana las cualidades físicas y morales que debían reunir los héroes bárbaros para conquistar y conservar los bienes materiales, los cuales bienes les elevaban a la primera condición entre los ciudadanos más dignos y dichosos de la tierra.

        La realidad de la naciente sociedad burguesa no correspondía a este ideal. Las riquezas, los honores y los placeres ya no eran el precio del valor y de las otras virtudes heroicas, tanto más cuanto que en nuestra sociedad capitalista la pro­piedad no es la recompensa del trabajo, del orden y de la economía. Sin embargo, las riquezas continuaban siendo el objeto de la actividad humana, convirtiéndose más y más en su único y supremo objeto. Para conseguir este objeto tan ardientemente deseado, bastaba poner en acción las cualidades heroi­cas, en otra época tan apreciadas. Pero como la naturaleza humana no se había despojado de estas cualidades, aunque en las nuevas condiciones sociales resultasen inútiles y hasta perjudiciales "para abrirse paso en la vida", y como en las repúblicas antiguas eran causas engendradoras de conflictos y de guerras civiles, urgía dominarlas, dándoles una satisfac­ción platónica, a fin de utilizarlas para la prosperidad y la conservación del nuevo orden social.

        Los sofistas emprendieron la tarea. Unos, no pretendiendo desvirtuar la verdad, reconocieron y proclamaron bien alto que la posesión de las riquezas era "el supremo bien" y que los placeres físicos e intelectuales que proporcionaban constituían "la última aspiración del hombre". Sostenían resueltamente el arte de conquistarlas por todos los medios, lícitos e ilícitos y el de escapar a las desagradables consecuencias que podía entrañar la violación de las leyes y de las costumbres.

        Otros sofistas, tales como los cínicos y muchos estoicos, en abierta oposición contra las leyes y contra las costumbres, querían volver al estado presocial y "vivir según la naturale­za". Estos afectaban sentir despreció a las riquezas, afirmando ostensiblemente que "el único rico era el sabio"; no obstante, este desprecio afectado con las riquezas estaba en oposición con la manera de conducirse, con el sentimiento general, del que ellos no podían desprenderse y a menudo con el tono dema­siado declamatorio que empleaban. Además, ni unos ni otros se preocupaban en querer dar un sentido utilitario y social a sus teorías morales, y esto era precisamente lo que reclamaba la democracia burguesa.

        Otros sofistas, tales como Sócrates, Platón y gran número de estoicos, abordaron de frente el problema moral: no erigie­ron en dogma el desprecio de las riquezas, reconociendo, por el contrario, que eran una de las condiciones de vida y hasta de virtud, aunque habían dejado de ser su recompensa. El hom­bre justo ya no debía pedir al mundo exterior el premio de sus virtudes, sino buscarlo en su fuero interno, en su concien­cia, que debía guiar por los principios eternos, colocados más allá del mundo de la realidad, que sólo podía esperar obte­nerlos en la otra vida. No se sublevaban contra las leyes y las costumbres, como los cínicos; por el contrario, aconsejaban someterse y amoldarse a ellas, recomendando a todos y cada uno que se conformasen con su suerte y con su situación social.

        Así San Agustín y los Padres de la Iglesia impusieron como un deber a los esclavos cristianos el redoblar el celo para su amo en la tierra, a fin de merecer las gracias del amo celestial.

        Sócrates, que había vivido en intimidad con Pendes, y Platón, que había frecuentado las cortes de los tiranos de Siracusa, eran profundos políticos y no veían en la moral y en la religión más que instrumentos para gobernar los hom­bres y mantener el orden social.

        Estos dos sutiles genios de la filosofía sofística, son los fundadores de la moral individualista de la burguesía, de la moral que sólo puede poner en contradicción las palabras y los actos y dar una sanción filosófica a la doble vida, a la vida ideal, pura, y a la vida práctica, impura; manifiesta contra­dicción una de otra. Así las "muy nobles y muy honestas damas" del siglo XVIII habían llegado a hacer del amor una especie de partida doble, consolándose del amor intelectual en que se deleitaban con amantes platónicos, y gozando material­mente del amor físico con sus maridos y con uno o más amantes.

        La moral de toda sociedad basada sobre la producción mer­cantil, no puede substraerse a una manifiesta contradicción, que es consecuencia de los conflictos en que se halla envuelto el hombre burgués.

        Si la burguesía sólo mantiene su dictadura de clase por la fuerza, tiene precisión, para dominar la energía revolucionaria de las clases oprimidas, de hacerlas creer que su orden social es la realización más perfecta posible de los eternos principios que adornan la filosofía liberal, que Sócrates y Platón habían formulado más de cuatro siglos antes de Jesucristo.

        La moral religiosa no escapa a esta fatal contradicción. Si la más elevada fórmula de dicha moral es "amaos unos a otros", las iglesias cristianas, para acreditar sus tiendas, sólo piensan en convertir a los heréticos por el hierro y por el fuego, a fin de substraerlos, dicen, de las penas eternas del infierno.

        El medio social bárbaro, que engendraba la guerra y el comunismo del clan, llegó a desenvolver hasta los más elevados límites las nobles cualidades del ser humano; las cualida­des físicas, el valor, el estoicismo moral; el medio social bur­gués, basado sobre la propiedad individual y la producción mercantil erige, por el contrario, en virtudes cardinales las peores cualidades del alma humana, el egoísmo, la hipocresía, la intriga y el engaño1.

        La moral burguesa, que Platón hace descender de lo alto de los cielos y que coloca por encima de dos viles intereses, refleja tan modestamente la realidad, que los sofistas, en vez de buscar una palabra nueva para designar el principio, que según Víctor Coussin es "la moral completa", emplearon el vocablo corriente y le llamaron Bien: to agathon. Cuando el ideal cristiano se formó al lado y a continuación del ideal filo­sófico, experimentó las mismas contingencias. Los Padres de la Iglesia le imprimieron el sello de la utilidad vulgar.

        Beatus, que les paganos empleaban para designar rico, y que Varron define diciendo que es "el que posee muchos bienes", qui multa bona possidet, en el latín eclesiástico quiere decir el que posee la gracia de Dios; Beatitud, de cuya pala­bra Petronio y los escritores de la decadencia se sirven para designar riquezas significa, bajo la pluma de San Jerónimo, felicidad celeste; Beatísimo, el epíteto dado por los escritores del paganismo al hombre opulento, se aplica a los patriarcas, a los padres de la Iglesia y a los santos.

        La lengua nos ha demostrado que los bárbaros, por su procedimiento antropomórfico acostumbrado, habían incorporado sus virtudes morales a los bienes materiales. Pero los fenómenos económicos y los acontecimientos políticos, que prepararon el terreno para el advenimiento del modo de producción y de cambio de la burguesía, rompieron la primitiva unión establecida entre lo moral y lo material. El bárbaro no se avergon­zaba de esta unión, pues eran las cualidades físicas y morales, de las que él resultaba el más acérrimo defensor, las que ponía en acción con la conquista y conservación de los bienes materiales; el burgués, por el contrario, se avergüenza de las bajas acciones que ha de realizar para llegar a hacer fortuna: por eso quiere hacer creer y acaba por creerlo él mismo, que su alma se eleva por encima de la materia y se nutre de verdades eternas y de principios inmutables. Pero la lengua, incorregi­ble denunciadora, nos revela que bajo el tupido velo de la moral más pura se esconde el ídolo soberano de los capitalistas, el Bien, el Dios-propiedad.

        La moral, lo propio que los demás fenómenos de la activi­dad humana, cae bajo la ley del materialismo económico for­mulado por Marx: "El modo de producción de la vida material domina en general el desenvolvimiento de la vida social, polí­tica e intelectual".

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(*) Parte III del libro El Origen de las Ideas Abstractas. https://www.marxists.org/espanol/lafargue/1890s/1898.htm
(1) Los escritores burgueses tienen la costumbre de achacar todos los vicios de la civilización a los bárbaros, a quienes los capitalistas roban, explotan y exterminan con el pretexto de civilizarles, cuando en realidad lo que hacen es corromperles física y moralmente con el alcohol, la sífilis, la biblia, el trabajo forzoso y el comercio.
Los viajeros que se han puesto en contacto con pueblos salvajes, no contaminados por la civilización, han quedado sorprendidos de sus virtudes morales, y Leibnitz, que vale tanto él solo como todos los filósofos del liberalismo, no podía menos que rendirles homenaje. "Cónstame, dice, que los salvajes del Canadá viven unidos y en paz: aunque entre ellos no existe ninguna especie de magistrados, nunca o apenas nunca se ve en aquella parte del mundo, querellas, odios o guerra, a no ser entre hombres de distintas naciones o de distintas lenguas. Casi calificaría este hecho de milagro político, que Hobbes no hizo resaltar bastante. Los mismos niños, jugando juntos, rara vez llegan a las manos, y si en alguna ocasión se exceden algo, sus mismos compañeros bastan para hacerles entrar en razón. No se crea, por eso, que sean insensibles o de temperamento pasivo, sino muy vivaces, según lo demuestran en la ven­ganza a las ofensas que reciben y en el temple con que desafían la adver­sidad. Si estos pueblos pudiesen unir un día tan grandes cualidades naturales a nuestras artes y a nuestros conocimientos, a su lado sería­mos simples caricaturas humanas".

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