jueves, 1 de febrero de 2018

Internacionales



Macrì. Orígenes e Instalación de una Dictadura Mafiosa.
(Segunda Parte)

Jorge Beinstein


Capítulo 2
En torno del concepto de dictadura mafiosa (Septiembre de 2017)

La utilización del concepto de dictadura mafiosa busca diferenciarse de conceptualizaciones más convencionales y el hecho de que se refiere hoy en Argentina a un fenómeno en formación, inestable, que aún no ha llegado a su realización completa y con un futuro incierto, hace difícil su instalación incluso en los ambientes más politizados. Empiezo por señalar que no es la dictadura mafiosa.

No se trata de una tentativa de control totalitario de la sociedad al estilo de los regímenes fascistas clásicos, tampoco se trata de una dictadura militar como las que han atravesado la historia latinoamericana y de otras regiones de la periferia, ni de una dictadura oligárquica con imagen civil donde una pequeña élite basada en un área central de la economía real controlaba el aparato del Estado adaptándolo a sus necesidades como fue el régimen oligárquico argentino fundado en la propiedad terrateniente (aunque con intereses diversificados hacia otras áreas como el comercio y las finanzas). Todos esos sistemas formaron parte del mundo económico e ideológico del siglo XX y en algunos casos emergieron desde las últimas décadas del siglo XIX, fueron algunas veces las componentes subdesarrolladas de la modernidad capitalista en expansión global y en otras, tentativas de recomposición, de superación dictatorial de sus crisis. Ahora transitamos las primeras décadas del siglo XXI en plena decadencia general de la civilización burguesa donde la financierización y otras formas parasitarias han establecido su hegemonía.

Es precisamente el carácter parasitario-depredador lo que la distingue de otras experiencias dictatoriales y es su intento por concentrar en una pequeña camarilla la totalidad del poder lo que establece el punto de encuentro entre todas ellas.

Cuando profundizamos el caso argentino constatamos que la tentativa macrista incluye herencias, restos más o menos explicitados del pasado, junto a novedades (dominantes) que marcan su originalidad. Hereda nostalgias oligárquicas presentes en todos los golpes militares referidas al viejo orden conservador centrado en la economía agroexportadora apoyada en una jerarquía social elitista, “abierta al mundo” como satélite colonial. En ese sentido comparte las ilusiones de las aventuras militares, desde 1930 a 1976, empecinadas en someter de manera definitiva a las mayorías populares, antes con el poder de las armas y ahora con los poderes mediático y judicial, complementado con dosis crecientes de violencia física. También alberga componentes fascistas descongeladas o renovadas que a veces saltan la barrera de la discreción a través de alguna declaración “desafortunada” o “mal interpretada” de un funcionario desprolijo o de un comunicador demasiado suelto de lengua. Las antiguas latencias gorilas se combinan con intentos tortuosos de suavización de la imagen criminal de la última dictadura militar y de redemonización de sus víctimas, especialmente de quienes la enfrentaron. En este último caso la cosa va más allá de la reconstrucción cultural reaccionaria, de la legitimación de un pasado tenebroso y aparece formando parte del intento de recomposición de lo que fue la pata civil de la dictadura de 1976, instalando condiciones psicológicas y cambios en los dispositivos represivos que permitirían poner nuevamente en escena a la pata militar ante las previsibles resistencias de los de abajo.

La contrarrevolución macrista nutre su comportamiento desde todas esas fuentes del pasado, subsuelo ideológico de su base social, pero introduce novedades a tono con el contexto global que sobredeterminan su funcionamiento y que expresan de manera clara el nivel al que ha llegado la clase dominante argentina resultado de un prolongado proceso degenerativo.

La reproducción del capitalismo argentino fue incorporando de manera creciente elementos parasitarios desplazando desarrollos productivos, desde la especulación financiera y comercial hasta llegar a un amplio espectro de actividades ilegales donde se mezclan el contrabando, estafas de todo tipo, narconegocios, etc. En la cumbre del sistema la reproducción productiva quedó subordinada a la reproducción parasitaria.

Los Macri

El apellido Macri, su localización en Argentina, su origen y extensiones en Italia ilustran bien, tanto la mutación globalista de las redes mafiosas tradicionales, como la transformación mafiosa de la alta burguesía argentina coincidente con fenómenos similares a escala global. Ese apellido hunde sus raíces en Calabria, algunos biógrafos señalan que se trata de una familia que en el siglo XIX se destacaba como propietaria terrateniente de la región con lo que tal vez intentan adornarla con un cierto pasado aristocrático. En realidad como es bien sabido las estructuras mafiosas no solo de Calabria, sino también de Sicilia y otras zonas de Italia se originaron precisamente en grupos terratenientes tradicionales que buscaban preservar su poder ante la irrupción del estado moderno. El abuelo Giorgio Macrì hizo buenos negocios en Italia vinculados al poder fascista en el sector de la construcción pero después de 1945 con la derrota de sus protectores debió emigrar, se instaló en Argentina y su primogénito Franco desplegó una fulgurante (y sospechosa) carrera empresaria fundada también en negocios en el sector de la construcción rápidamente diversificados y casi siempre enredados en la corrupción estatal. Durante la última dictadura militar dio el gran salto que lo ubicó en el más alto nivel del poder económico argentino: el grupo Macri poseía formalmente 7 empresas en 1976 y 47 en 19835. En esa época aparecen relaciones tanto de él como de su hermano Antonio con la logia mafiosa italiana P2 que había asociado a varias estructuras criminales de Italia (provenientes de la Cosa Nostra siciliana, la ‘Ndrangheta calabresa, etc.) en estrecha relación con el aparato de inteligencia de los Estados Unidos (eran los tiempos de la Guerra Fría)(6).

El nombre “Antonio” recorre buena parte de la historia familiar -que en ciertos casos está misteriosamente atravesada por espacios en blanco-, recordemos entre otros a Antonio, hermano de Franco, a Antonia hija de Mauricio o a Antonio hijo de su primo Jorge, etc. Curiosamente el nombre Antonio se reitera sistemáticamente a lo largo del árbol genealógico familiar. Aunque si buscamos a “Antonio Macri” en Wikipedia en inglés(7) encontraremos la historia de aquel nacido en Siderno, Calabria en 1902 a solo 24 kilómetros de la ciudad de Polistena donde nació el abuelo Giorgio (en 1898). Antonio se hizo más adelante célebre como Zzi'ntoni, el capobastone o jefe mafioso más importante de Calabria. En su biografía figura como el gran modernizador de las prácticas mafiosas calabresas al introducir al tráfico de drogas como actividad central lo que le permitió a esa red, más conocida como ‘Ndrangheta, convertirse rápidamente en la principal estructura mafiosa italiana(8). Se trata del tráfico de cocaína y de la conexión Calabria-Colombia de la que Zzi’ntoni Macri fue un arquitecto decisivo. Lo que nos lleva inevitablemente al apellido Mancuso, entre otros a Salvador o Salvatore Mancuso (italo-colombiano) líder de los paramilitares colombianos cuya relación con la DEA en especial y más en general con las fuerzas de intervención estadounidenses en Colombia está fuera de duda. Era considerado en la década pasada como “el más importante aliado de la mafia calabresa”(9). Pero el apellido Mancuso figura también en Argentina(10) en el centro de las actividades de la ‘Ndrangheta local.

Queda abierta la investigación acerca de las relaciones de parentesco entre Antonio (Zzi'ntoni) y Giorgio Macrì así como de las posibles redes comunes de negocios en los que ambos y sus descendientes estarían o no involucrados. Como sabemos, en estos casos se trata de posibles lazos difíciles de detectar, de trayectorias que llevan a cualquier lugar desviadas por pistas falsas o embrolladas en espacios clandestinos.

Las relaciones entre las mafias y el aparato de inteligencia norteamericano y sus prolongaciones latinoamericanas están plagadas de accidentes, cooperaciones estrechas, traiciones, golpes bajos, protecciones y desprotecciones. A comienzos de Junio de 2017 Vicenzo Macri, con pedido de detención de Interpol, era capturado en Brasil, según la información periodística “Macri pertenece a la familia mafiosa de la 'Ndrangheta que opera en Siderno, Calabria, es descendiente del antiguo jefe de la familia Antonio Macri, conocido como el "Boss de los dos mundos" señalado por los fiscales italianos  como la "prueba viviente de la omnipotencia del crimen organizado”...”(11).

Retornando a la Argentina este entrecruzamiento transnacionalizado entre narconegocios y otros negocios ilegales, legales y semilegales ha ido conformando una esfera “empresaria” depredadora que otorga una identidad definida al lumpencapitalismo local. Hacia 2007 un experto en el tema entrevistado por Clarín pronosticaba que "en una o dos décadas como máximo, las actividades centrales de la mafia calabresa en la Argentina no tendrán más centro en el tráfico de cocaína. Serán los negocios legales, fruto de la extraordinaria acumulación de capitales de origen criminal, los que les brindarán beneficios enormes"(12). Corresponde agregar que, como lo está demostrando la realidad argentina, esos “negocios legales” están casi siempre impregnados de componentes gangsteriles donde pululan políticos, comunicadores, jueces y otros funcionarios públicos.

Mafia del Siglo XXI, capitalismo del Siglo XXI

El caso Macri constituye un buen ejemplo local de un fenómeno global que marca al capitalismo del siglo XXI cuyos orígenes se remontan a las últimas décadas del siglo XX cuando la pérdida de dinamismo de la esfera productiva engendró un proceso de financierización (en el centro de un ascenso parasitario mucho más amplio) que devino hegemónico.

Podríamos describir un recorrido histórico en la cumbre del sistema mundial que parte de la desviación de fondos originados en la esfera productiva (con rentabilidad decreciente) hacia las operaciones financieras “clásicas” (compra de títulos públicos, de acciones, etc.) y de allí (a medida que estas últimas eran saturadas), hacia formas de especulación cada vez más veloces y enmarañadas (productos financiaros derivados, etc.) para finalmente desembocar en los negocios ilegales, los saqueos, etc. (desde el desmantelamiento de empresas públicas periféricas hasta el narcotráfico, las empresas de seguridad y las contrataciones masivas de mercenarios)(13). De Trump a Macri pasando por Berlusconi  y Porochenko señalan la culminación del proceso que arranca en el capitalismo clásico y sus muletas keynesianas para llegar al capitalismo mafioso global.

Ingresando a esa corriente se hace visible el camino que va desde la mafia tradicional al capitalismo parasitario global, así como el gran capital y sus apéndices estatales devienen mafiosos, la viejas mafias con mayor ímpetu empresario encontraron en el capitalismo decadente el caldo de cultivo para su expansión global. Finalmente unos y otros, capitalistas criminales y criminales mafiosos transitando por el nivel más alto de los negocios globales terminan confundiéndose en las redes burguesas dominantes.

La reproducción dictatorial del poder mafioso

No se trata aquí de desarrollar la hipótesis de que la ‘Ndrangheta made in Calabria haya tomado el poder en Argentina sino de que una articulación mafiosa de la alta burguesía local globalizada se ha hecho cargo del gobierno y que la lógica de su permanencia dominante la impulsa hacia el establecimiento de un régimen dictatorial. Esto incluye a las componentes mafiosas tradicionales-modernizadas instaladas en Argentina pero va mucho más allá de las mismas y abarca a un complejo proceso de decadencia sistémica que desde el quiebre golpista de 1955 fue convirtiendo gradualmente a la rapiña en el centro de las ganancias del alto capitalismo local. Dicho proceso, matizado con algunos relámpagos de desarrollo productivo que no cambiaron la tendencia dominante, debilitó sensiblemente el crecimiento económico general lo que incentivó los apetitos depredadores de la élite dirigente lo que a su vez desordenó y pudrió cada vez más, no solo al tejido económico sino también a la estructura estatal. Todo ello acompañado por cambios decisivos en la cultura de las clases superiores, en sus comportamientos. La subcultura (barbarie) del depredador, del especulador improductivo se fue apropiando del cerebro del burgués de alto rango con propagaciones caóticas hacia abajo. La alta burguesía rural, industrial, comercial o financiera (en numerosos casos todas esas componentes se combinan en un solo grupo o persona) se fue convirtiendo en lumpenburguesía, en un avispero de bandidos sin ley, sumergidos en una loca fuga hacia adelante. Durante un largo recorrido temporal (desde el fin de la dictadura en 1983) esa élite coexistió con las formas “democráticas” vigentes mientras avanzaba en su transformación-degradación, se demostró muy eficaz para presionar gobiernos o cuando fue necesario bloquear decisiones adversas de los mismos.

A esta altura de la reflexión se hace necesario vincular la aceleración de la mutación lumpenbuguersa de la cúpula del capitalismo argentino durante los tres primeros lustros del siglo XXI  con la internacionalización de sus negocios que pasaron a formar parte de la acelerada degeneración del capitalismo occidental. Asociando también a la euforia neofascista de capas medias y altas argentinas con fenómenos similares en América Latina pero también en Europa y Estados Unidos.

En casos latinoamericanos como los de Brasil y Argentina, entre otros, es imprescindible contraponer durante los períodos progresistas, a la histeria reaccionaria clasemediera con la mejora de su situación material que acentuó su tentativa de diferenciación respecto de las clases bajas destilando odio contra ellas y sus protectores gubernamentales. La prosperidad progresista-burguesa en una sociedad que no superaba de manera radical la fragmentación heredada de la etapa anterior (neoliberal) no volcó a las clases medias hacia el progresismo sino hacia la derecha. Alentadas por los medios de comunicación engendraron delirios racistas, reclamos de re-marginalización de los pobres, de represión al desorden creativo de los jóvenes, asimilando redistribución de ingresos hacia abajo y corrupción, conformando una suerte de masoquismo histórico caracterizado por su adhesión a las banderas políticas de las élites depredadoras que tarde o temprano las iban a esquilmar.

Así fue como la acumulación de poder por parte de la alta lumpenburguesía le permitió asumir “legalmente” el gobierno en diciembre de 2015 aprovechando la convergencia entre las debilidades del kirchnerismo acorralado por el agotamiento de su keynesianismo light y la fascistización de los sectores sociales ya mencionados. Ya en el gobierno sus saqueos iniciales causaron recesión, la torta económica se achicó lo que la impulsa a realizar nuevas depredaciones, la inevitable interacción entre depredación y recesión (o estancamiento o crecimientos anémicos) debería entrar tarde o temprano en contradicción con las normas constitucionales existentes abriéndose el horizonte probable de un régimen dictatorial novedoso que combinaría inestabilidad y autoritarismo.

Una primera característica importante del proceso en curso (su posible culminación dictatorial) es que a diferencia de las dictaduras anteriores cargadas de ideologías (liberalismo oligárquico, conservadorismo fascista, etc.) el poder mafioso desborda pragmatismo, asume perfiles preideológicos, culturalmente confusos, primitivos. La explicación “estructural” de esa barbarie se encuentra en la dinámica inmediatista de sus negocios (financieros y turbios en general) donde el largo o mediano plazo no existe, el futuro aparece como una fina capa pegada a un presente vertiginoso. El burgués mafioso argentino del siglo XXI se distingue del viejo mafioso clásico europeo que parasitaba sobre actividades más o menos estables (extorsión a comerciantes e industriales, prostitución, etc.) y del burgués tradicional (agrario, industrial, etc.), su cerebro funciona aprisionado por la vorágine de los negocios rápidos, sin localización durable, burlando permanentemente las normas. No tiene un alma conservadora, amante del orden (el “orden” pasa a ser un instrumento pasajero) sino un espíritu hundido en el nihilismo, se presenta con ideologías reaccionarias tradicionales en un segundo plano (nostalgias residuales) superadas por un voluntarismo saqueador solo interesado en devorar lo existente. La reproducción ampliada negativa de fuerzas productivas que provoca su dominación lo incita a saquear y saquear, no se trata entonces de neoliberalismo sino de draculismo.

Una segunda característica del poder mafioso es que, más allá de sus discursos acerca de la necesidad de un “cambio cultural” de signo reaccionario, no tiene ilusiones totalitarias, no aspira a reformatear el pensamiento de todos los argentinos, desde el humilde obrero o marginal hasta el más encumbrado burgués, tomando como paradigma al conservador rutinario o al conquistador despiadado miembro de una “raza superior”, etc. Eso le da una apariencia liberal pero por debajo de esa máscara se esconde el depredador solo interesado en anular, bloquear o desviar las resistencias de sus víctimas. Su control de los medios de comunicación no le sirve para adoctrinar al pueblo sino para caotizarlo, para convertirlo en una masa de seres disociados, entretenidos en estupideces, hundidos en una pesadilla donde rige la ley de la selva.

La tercera característica es que esta vez no parece ser necesaria la asunción formal de la suma del poder público, todo indica que el régimen mafioso podría afirmarse dictatorialmente de manera informal sin necesidad de disolver el parlamento ni de intervenir al poder judicial ni de establecer de manera explícita la censura gubernamental de prensa. La camarilla mafiosa ya dispone de un Poder Judicial mayoritariamente controlado, las redes de corrupción han ido pudriendo esa estructura y solo harían falta algunas defenestraciones (que podrían ser obtenidas mediante mecanismos legales más o menos distorsionados), tampoco aparece como necesaria la censura de prensa, el sistema mediático se encuentra actualmente en su casi totalidad en manos de la mafia, solo restan algunas disidencias que podrían en el futuro ser ahogadas “legalmente”; tampoco parece por el momento necesario disolver el parlamento, Macri pudo imponer sus leyes extorsionando parlamentarios a partir de sus pasados turbios o bien a través del soborno. Además la dictadura podría, a partir de algunos retoques como la imposición del voto electrónico y/u otros mecanismos, liberarse del fantasma de la soberanía popular. Como lo demuestra una densa experiencia internacional la fachada democrática puede ser preservada, el sistema de elecciones “libres” (fraude mediante) puede seguir existiendo sin que la mafia corra el menor riesgo.

La frutilla del postre sería el despliegue de mecanismos propios de la Guerra de Cuarta Generación, de violencia prolijamente desprolija con judicializaciones de la protesta social y asesinatos selectivos mezclados con narcocrímenes y delitos comunes de todo tipo en parte como una suerte de mexicanización aunque seguramente con innovaciones autóctonas.

Finalmente una cuarta característica es que su fuerza radica en la disgregación social, no pretende ordenar jerárquicamente a la sociedad en torno de una estructura productiva esclavizante sino establecer una dualidad caótica: por un lado la élite y sus prolongaciones hacia las capas medias y obreras en contracción manteniéndose a flote en medio de las turbulencias cotidianas y por otro lado la masa sumergida desestructurada, sin identidad,  imaginada como residuo social.

El poder mafioso ha sido engendrado por la decadencia del capitalismo argentino (estructural, cultural), emerge como un parásito no como un impulsor y beneficiario del desarrollo de las fuerzas productivas; su dominación se expande al ritmo de la decadencia general, en ese sentido queda planteado el antagonismo histórico entre el crecimiento de esa fuerza tanática y las resistencias y ofensivas sociales desde los sumergidos y los que se están hundiendo, tendientes a regenerar (preservar y construir) identidades colectivas solidarias. Antagonismo que se resuelve teóricamente mediante el enfrentamiento entre dos tendencias destructivas: la del parásito mafioso devorando todo lo que encuentra a su paso (destrucción pura), marchando hacia el sometimiento colonial completo y la de las masas populares que al ir destruyendo al parásito estarían construyendo cultura superadora. La victoria del parásito no es otra cosa que la muerte de Argentina como sociedad civilizada, la muerte del parásito abre la posibilidad del renacimiento nacional. La revolución (popular, nacional, democrática, social) y la contrarrevolución (mafiosa, elitista, colonial) se presentan como polos de atracción del devenir, como alternativas posibles extremas, como tendencias pesadas contrapuestas no confesadas y en ciertos casos ni siquiera imaginadas por sus potenciales protagonistas. Ninguno de ambos atractores está inexorablemente destinado a imponerse de manera definitiva, el proceso histórico puede oscilar entre ellos durante mucho tiempo describiendo un empate hegemónico siniestro donde las víctimas no consiguen eliminar al verdugo y este último no logra aplastar de manera durable a los de abajo. En el primer caso nos encontraríamos ante un bloqueo cultural que no puede ser superado y que sujeta al pueblo dentro de los límites del sistema, en el segundo caso  el proceso destructivo desatado por el poder engendra turbulencias (sociales, económicas, políticas) que le impiden consolidarse, todo ello inmerso en un proceso de reproducción ampliada de la podredumbre elitista.

Capítulo 3

Argentina en contrarrevolución accidentada

Este texto fue difundido en la web desde abril de 2017 con el título “Argentina en contrarrevolución (accidentada). La tentativa de construcción de una dictadura mafiosa”, http://beinstein.lahaine.org/b2-img/Beinstein_Argentinaencotrarrevolucion_ab.pdf

La hipótesis de que Argentina se encuentra actualmente sumergida en un proceso de tipo contrarrevolucionario puede parecer exagerada, no tendría sentido hablar de contrarrevolución cuando no había en 2015 ninguna amenaza revolucionaria sino una experiencia que desde el punto de vista económico podría ser caracterizada como keynesianismo light extremadamente sensible a las presiones del establishment y asociada a un paquete político-cultural igualmente moderado, que, aunque entre otros temas reivindicaba a la militancia revolucionaria de los años 1960 y 1970, lo hacía borrando su programa y sus formas de lucha, reduciéndola a la imagen herbívora de una generación “idealista” que “quería cambiar el mundo”. Eso y un poco más (sobre todo una gradual transferencia de ingresos hacia las clases bajas) bastaron a las élites dominantes para alzar la bandera del combate contra el “populismo” y arrastrar a grandes sectores de la capas medias.

No todas la contrarrevoluciones han sido generadas por situaciones o peligros revolucionarios, en ciertos casos se trataba de procesos que buscaban liquidar reformas o bloqueos que impedían la ofensiva elitista. Si nos atenemos a la experiencia histórica esa moderación del adversario constituye una condición importante para la irrupción de avalanchas reaccionarias. Ignazio Silone se refirió al ascenso del fascismo italiano como “la victoria de una contrarrevolución enfrentada a una revolución inexistente”(14), ausencia que incentivó la agresividad fascista segura de su impunidad.

De 1955 a 1976

Podríamos ubicar en 1955 a la primera tentativa contrarrevolucionaria(15); el objetivo de sus protagonistas locales era el retorno a la vieja sociedad oligárquica de comienzos del siglo XX. El intento fracasó pese a las represiones y proscripciones desbordado por el nuevo país con sus sindicatos obreros, sus industrias y sus nuevas clases medias. Aunque no fracasó del todo ya que inició un complejo proceso de sometimiento a los Estados Unidos, de extranjerización  industrial y financiera, de concentración de ingresos, de reconversión policial de las Fuerzas Armadas. El mismo despertó resistencias populares que se fueron extendiendo y radicalizando hasta llegar a disputar el poder hacia comienzos de los años 1970.  Su cuerpo político era el peronismo que como lo señalara Cooke se había convertido en “el hecho maldito del país burgués” bloqueando su estabilización. Los círculos dirigentes no podían consolidar su predominio mientras que las fuerzas populares no conseguían derrocarlos, es lo que Portantiero definió como empate hegemónico. No se trató de un tira y afloje con resultado cero, ese pantano cubierto por una densa capa de podredumbre política engendró gérmenes, primeros desarrollos y articulaciones de un abanico social parasitario que se fue adueñando de los circuitos económicos e institucionales del país interrelacionado con la expansión imperial de los Estados Unidos.

La dictadura instalada en 1976 marcó el salto cualitativo del proceso degenerativo del sistema, la acumulación de cambios perversos se convirtió en victoria del capitalismo gangsteril donde convergían viejos oligarcas reconvertidos y burgueses advenedizos, militares, propietarios rurales y de grandes medios de comunicación, contratistas del estado, industriales, banqueros y comerciantes, masa difusa atravesada por la integración de la cultura de la especulación financiera y de los negocios rápidos en general con prácticas criminales a gran escala.

Más allá de su final político grotesco, la contrarrevolución de 1976 implantó cambios duraderos ya que a partir de ella, la clase dominante transformada en lumpenburguesía dejó definitivamente atrás sus componentes industrialistas-nacionales (poco serias) u oligárquicas-aristocráticas (con turbios pasados no muy lejanos). También obtuvo otros éxitos no menos significativos como la consolidación en los espacios políticos, judiciales, sindicales y comunicacionales de redes mafiosas que pasaron a ser el elenco central del sistema, sobre todo al hundir en el pasado a los desafíos revolucionarios de los años 1960-1970.

De todos modos no consolidó estructuras estables de dominación, la dinámica cortoplacista y transnacionalizada fue llevando al sistema hacia el desastre de 2001 que aparentó sellar su agotamiento histórico aunque en realidad solo se trató del repliegue táctico de élites aturdidas y algo asustadas por el derrumbe a la espera de tiempos mejores.

La era Menem, había marcado en los años 1990 el auge ideológico de ese ciclo, coincidió con los fenómenos globales de financierización y unipolaridad estadounidense y dejó entre sus varias herencias a una derecha peronista política y sindical que venía de antes pero que pasó a formar parte del instrumental operativo normal de los círculos dominantes.

De 2001 a 2015

La degradación de los años 2000 y 2001 no derivó en una nueva contrarrevolución, las clases dirigentes deterioradas fueron incapaces de superar por derecha su propia crisis, no pudieron aglutinar a sus núcleos centrales imponiendo un régimen durable de penuria generalizada para las clases bajas y la posibilidad de agrupar a las capas medias como furgón de cola fue quebrada por el desenlace económico catastrófico de fines de 2001. Entonces se produjo una situación que al parecer reproducía la de los años del “empate hegemónico” aunque en realidad se trataba de otra cosa: un pantano sin alternativas, sin banderas a la vista, donde la clase dominante no podía mostrar las suyas y las clases populares carecían de ellas.

El resultado fue la irrupción en 2003 de un híbrido progresista que fue avanzando en el espacio de “lo posible”, la mejoras de los precios internacionales de las materias primas, la expansión del mercado de Brasil y otros beneficios externos fueron combinados con estrategias de ampliación prudente del mercado interno. Aumentaron los salarios reales recuperando los niveles de mediados de los años 1990 pero por debajo de los de mediados de los 1980 inferiores a su vez de los de mediados de los 1970. Se redujo la desocupación, se duplicó el número de jubilados (y se renacionalizó el sistema jubilatorio) pero quedaron intactos los intereses de los grupos parasitarios dominantes.

La experiencia alcanzó su techo cuando comenzó el desinfle de los precios internacionales de las materias primas mientras la expansión indolora del mercado interno tocaba los límites del sistema. Se agotó la ampliación de ese mercado apelando al achicamiento del desempleo con salarios reales en alza moderada, el paso siguiente necesario habría sido distribuir ingresos hacia las clases bajas a gran escala acelerando las subas salariales, lo que requería establecer un fuerte control público del comercio interior (bloqueando las corridas inflacionarias), del comercio exterior y del mercado de divisas (para liberar a la economía del chantaje de los exportadores concentrados) y del sistema bancario (para reducir costos financieros). Pero eso no se podía hacer sin el quiebre del poder de bloqueo de las mafias cuyos instrumentos mediáticos y judiciales cumplen un rol decisivo. Dicho de otra manera para que la economía siguiera creciendo era necesario ir más allá de los límites concretos del país burgués-mafioso desplegando una revolución popular democratizadora del conjunto de las relaciones sociales, objetivo inexistente en el imaginario de aquel gobierno. Los argumentos básicos del kirchnerismo eran que esa ofensiva no solo no era necesaria sino que además resultaba suicida dado el enorme poder de la derecha, o bien que no existía el respaldo popular necesario para dicha aventura. Claro, el respaldo no aparecía porque no era incentivado mediante grandes medidas sociales (salariales, crediticias, etc.). Así fue como la dinámica astuta de “lo-posible” se convirtió en el camino hacia la derrota, el híbrido pudo reinar durante doce años gracias al repliegue inicial de las élites dirigentes, pero su reinado posibilitó la recomposición de esas élites, su redespliegue económico, mediático, político y judicial, orquestando un enorme tsunami reaccionario.

La contrarrevolución

Con la llegada de Macri a la presidencia se desencadenó un fenómeno que combina aspectos propios de una restauración conservadora y sus brotes neofascistas, con otros que expresan una desaforada fuga saqueadora hacia adelante. Nostalgias de los tiempos de la dictadura militar y del menemismo más algunas pequeñas dosis desteñidas de viejo aristocratismo oligárquico unidas al ímpetu del saqueador completamente desinteresado de esas u otras nostalgias a lo que se agrega el desprecio hacia los pobres, todo ello atravesado por componentes de barbarie altamente destructivas.

Observemos en primer lugar el comportamiento del sujeto del desastre, reiteración ampliada y radicalizada del espectro lumpenburgués de los años 1990, donde se presentan personajes de configuración variable inmersos en complejas tramas de operaciones que van desde actividades industriales mezcladas con embrollados negocios de exportación e importación, hasta turbios contratos de obras públicas, ganando mucho dinero con la compra-venta de jugadores de fútbol vinculada el blanqueo global de fondos provenientes del narcotráfico, concretando emprendimientos agrícolas, subas desaforadas de precios, contrabandos, manipulaciones financieras, estafas al Estado y manejos de multimedios. Mundo tenebroso protegido por redes mediáticas y judiciales, reducida lumpenburguesía transnacionalizada, rodeada por un círculo más extendido de aspirantes a la cumbre donde se revuelcan jueces, políticos, burócratas sindicales, periodistas y comerciantes audaces, ejerciendo su influencia sobre grandes masas fluctuantes de clase media.

Es posible visualizar a la cima de la clase dominante argentina como a una suerte de articulación mafiosa inestable que puede en ciertas coyunturas unir fuerzas en torno de una ofensiva saqueadora pero que más adelante aparece sumergida en interminables disputas internas acosada por las consecuencias sociales y económicas de sus saqueos y por un contexto global de crisis.

Dos personajes sintetizan el recorrido histórico de esa clase desde sus lejanos orígenes en la colonia hasta hoy: José Alfredo Martínez de Hoz y Maurizio Macrì.

La familia Martínez de Hoz se instaló en Buenos Aires hacia fines del siglo XVIII y amasó una primera fortuna con el contrabando y el tráfico de esclavos, convertida luego en gran propietaria terrateniente (exterminio de pueblos originarios mediante) en 1866 el descendiente José Toribio Martínez de Hoz fundó en su casa la Sociedad Rural Argentina, bastión de la oligarquía, mucho tiempo después José Alfredo Martínez de Hoz encabezando negocios legales e ilegales muy diversificados fue en 1976 el cerebro civil de la dictadura militar dándole cobertura institucional a los negocios parasitarios dominantes como el dictado de la Ley de entidades financieras vigente hasta la actualidad. Los Martínez de Hoz representan el ciclo completo que va desde los orígenes coloniales pasando por la consolidación aristocrática-terrateniente hasta llegar a su transformación lumpenburguesa.

Por su parte Maurizio Macrì es el primogénito de un clan mafioso originario de Calabria, su abuelo Giorgio acumuló una importante fortuna en la Italia mussoliniana como contratista del estado en obras públicas (principalmente en la Abisinia ocupada por el ejercito italiano). Terminada la guerra fundó una fuerza política neofascista, pero acosado por los nuevos tiempos democráticos emigró a la Argentina seguido luego por sus hijos en 1949. Su primogénito Franco continuando la especialidad de su padre se convirtió al poco tiempo en empresario del sector de la construcción haciendo grandes negocios como contratista del estado y contrajo matrimonio en los años 1950 con Alicia Blanco Villegas perteneciente a una tradicional familia de terratenientes de la Provincia de Buenos Aires.

El gran salto se produjo durante la última dictadura militar en estrecha relación con varios de sus jefes. Fue el caso del Almirante Massera con quien compartió la pertenencia a la célebre logia mafiosa italiana P2. Siguiendo la línea sucesoria clásica, su primogénito Maurizio aparece, según lo explican diversos autores, como el heredero y jefe natural del clan familiar, el capobastone de la ’ndrina (si empleamos la terminología de la mafia calabresa: la ‘ndrangheta)(16). Es un caso sin precedentes en la historia argentina y muy raro a nivel global el que un personaje de este tipo ocupe la presidencia de un país aunque esa aberración puede ser comprendida a partir de la degradación profunda de la burguesía argentina.  Ya no se trata de políticos o militares vendidos a las mafias ni de oligarcas devenidos mafiosos sino de un presunto capo mafioso convertido en Presidente. Todo esto nos sirve para entender mejor la contrarrevolución en curso. Desde diciembre de 2015 se sucedieron vertiginosamente medidas como la hiperdevaluación del peso, la reducción o anulación de impuestos a la exportación, la suba de tasas de interés y de tarifas de electricidad o la apertura importadora y la liberalización del mercado cambiario que aumentaron el ritmo inflacionario, contrajeron los salarios reales, achicaron el mercado interno, incrementaron el déficit fiscal, la desocupación y la fuga de capitales. Como es lógico las inversiones extranjeras anunciadas nunca llegaron mientras aumentaba sin cesar la deuda pública externa. Todo lo anterior puede ser sintetizado como un gran saqueo concentrador de ingresos que van siendo sistemáticamente enviados al exterior, pillaje desenfrenado sostenido con deudas que en principio debería derivar tarde o temprano en una mega crisis al estilo de lo ocurrido en 2001.

El fenómeno no se reduce al plano económico, extiende sus garras hacia el conjunto de la vida social, desde la destrucción sistemática de la educación pública, hasta la sinuosa reinstalación de la teoría de los dos demonios alivianando la carga del genocidio de la última dictadura (que según el gobierno macrista no sería tan grande) y el intento de ir reduciendo los derechos sindicales y de protesta, pasando por el gradual despliegue represivo y el bombardeo mediático convencional y a través de las redes sociales inflando formas subculturales fascistas. Visualizando su dinámica general y más allá de los discursos oficiales, el gobierno macrista apunta desde su instalación hacia la consolidación de una dictadura mafiosa, sistema autoritario de gobierno con rostro civil y apariencia constitucional, que viene avanzando en medio de desprolijidades y tanteos. La lógica del proceso es simple: el achicamiento del mercado local combinado con un mercado internacional enfriado que no permite auges exportadores empuja a las élites dominantes a acentuar la rapiña interna lo que plantea crecientes problemas de control del descontento popular. La intoxicación mediática resulta insuficiente, la base social del gobierno se va restringiendo, entonces el recurso a la represión directa con más o menos coberturas “legales” se va convirtiendo en un instrumento cada vez más importante.

El pantano y el laberinto

Dos imágenes, la del pantano y la del laberinto, facilitan la comprensión de la tragedia argentina.

Los primermeses de 2017 podrían estar marcando el empantanamiento del proceso, la impopularidad del gobierno asciende gradualmente, algunos círculos opositores señalan fracasos macristas como resultado de la torpeza del presidente, de su falta de inteligencia. Sería más acertado verlos como las consecuencias del choque entre una mentalidad mafiosa simplificadora y audaz, muy eficaz en el mundo de los negocios turbios pero crecientemente ineficaz ante el despliegue de una sociedad compleja. Un amplio abanico de complicidades parlamentarias y sindicales, de no-oficialismos complacientes, posibilitó el  avance arrollador de los primeros meses, pero la persistencia de la degradación económica y la multiplicación de perversidades gubernamentales van generando una oposición popular creciente. La realidad se presenta como un pantano que traba, dificulta la marcha de los depredadores cuyos delirios se hunden en el barro viscoso del territorio conquistado. La lógica del poder hace que las tentativas por salir de esa situación tienden a agravarla, la intoxicación mediática va perdiendo eficacia, las arbitrariedades judiciales y las represiones engendran su contrario: repudio popular. El gobierno va cambiando de aspecto, la memoria latente mafiosa-fascista de la ‘ndrina original, del mussoliniano abuelo Giorgio, convergiendo con los recuerdos de los magníficos negocios realizados en los tiempos de Massera y Videla, asoma desde el rostro crispado de Maurizio desplazando a la cara amable fabricada por los asesores de imagen. El sello autoritario convocante de minorías feroces aparece como la bandera de la contrarrevolución acosada.

De todos modos el actual sistema de poder no se apoya solo en sus propias fuerzas, cuenta con un aliado decisivo: la debilidad estratégica de sus víctimas enredadas en un laberinto que les ha impedido hasta ahora pasar a la ofensiva. Laberinto simbólico, psicológico, pero también construido con aparatos sindicales y represivos, instituciones degradadas, dinámicas económicas depresivas.

Cómo no recordar a los dirigentes opositores y a otros no tanto repitiendo desde los primeros días del proceso su deseo de que “al gobierno le vaya bien porque de ese modo al país también le irá bien” mientras el gobierno devaluaba, eliminaba retenciones a la exportación, subía las tasas de interés, liberaba importaciones, daba las primeras señales represivas. Como no tener presentes a esos mismos personajes insistiendo en que el de Macri es un gobierno legítimo, avalado por su origen electoral democrático y que por consiguiente debería disfrutar de gobernabilidad hasta el final legal de su mandato (fines de 2019) ignorando su llegada al poder a través una sucesión de manipulaciones mediáticas y judiciales que bien podría ser caracterizada como golpe blando y su desarrollo posterior como construcción zigzagueante pero sistemática de un sistema dictatorial.

Nos encontramos ante el bloqueo ideológico de políticos que predican el sometimiento a “las instituciones” (mafiosas) y de jefes sindicales dedicados a enfriar las protestas sociales, empezando por la cúpula de la CGT, condenando a las bases populares a recorrer un embrollado laberinto regiminoso sin salida real. Tratan de convencernos de que ese laberinto tiene una puerta de salida y que un conjunto de sabios dirigentes ha podido localizar el hilo de Ariadna que permitirá superar la encerrona. Recomiendan aferrarse al mismo y recorrer mansamente pasadizos que atraviesan plazos electorales (y sus correspondientes intrigas politiqueras), decisiones arbitrarias de camarillas judiciales, avalanchas mediáticas y posibles diálogos con un poder autoritario. En realidad el laberinto no tiene salida, la única posibilidad emancipadora es destruirlo en los cerebros de las víctimas, en las calles, desplegando una amplia ofensiva popular, aplastando las fortalezas elitistas (mediáticas, judiciales, empresarias, políticas).

Lo que aparece como el fracaso económico de Macri derivando en la normalización de una “economía de baja intensidad”, de estancamiento tendencial prolongado (más allá de algunas expansiones anémicas), puede llegar a convertirse en la consolidación de una sociedad desintegrada, caótica, albergando vastas áreas sumergidas en la pobreza y la indigencia, gobernada por una cúpula mafiosa (con o sin el capobastone calabrés).

Si observamos el largo plazo constataremos que desde la formación de la Argentina moderna, hacia fines del siglo XIX, se ha perpetuado la reproducción, como componente imprescindible del subdesarrollo, de una clase dominante oligárquica que llega ahora finalmente a su nivel de degeneración extrema, de articulación mafiosa navegando en los circuitos globales de negocios parasitarios. Ese recorrido histórico fue de tanto en tanto atravesado por tentativas democratizadoras que buscaban principalmente integrar al sistema a capas sociales excluidas. Pero una y otra vez el sistema las desbarató imponiendo su dinámica excluyente. Lo ha podido hacer porque esas oleadas populares nunca eliminaron los pilares esenciales de su dominación, apaciguadas, desviadas, engañadas por los mitos cambiantes del país burgués, sus pasadizos institucionales, seudopatrióticos o globalistas, dialoguistas o restauradores del orden.

En última instancia se trata del combate entre la creatividad del pueblo, reproducción ofensiva de identidad, desarrollo de luchas, enfrentada hoy a fuerzas tanáticas desatadas por una élite cuyo único horizonte es el pillaje.


Capítulo 4
Las lumpenburguesías latinoamericanas. Élites económicas y decadencia sistémica


Este texto fue publicado originalmente en la Revista Maíz, en Mayo de 2016, Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, http://www.revistamaiz.com.ar/2016/06/lumpenburguesias-latinoamericanas.html

A raíz de la llegada de Mauricio Macri a la presidencia se desató en algunos círculos académicos argentinos la reflexión en torno del “modelo económico” que la derecha estaba intentando imponer. Se trató no solo de hurgar en los currículum vitae de ministros, secretarios de estado y otros altos funcionarios sino sobre todo en la avalancha de decretos que desde el primer día de gobierno se precipitaron sobre el país. Buscarle coherencia estratégica a ese conjunto fue una tarea ardua que a cada paso chocaba con contradicciones que obligaban a desechar hipótesis sin que se pudiera llegar a un esquema mínimamente riguroso. La mayor de ellas fue probablemente la flagrante contradicción entre medidas que destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global; otra es la suba de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera de una ilusoria llegada de fondos provenientes de un sistema financiero internacional en crisis que lo único que puede brindar es el armado de bicicletas especulativas.

Algunos optaron por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración neoliberal”, etc.), otros decidieron seguir el estudio pero cada vez que llegaban a una conclusión satisfactoria aparecía un nuevo hecho que les tiraba abajo el edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me encuentro, llegamos a la conclusión de que buscar una coherencia estratégica general en esas decisiones no era una tarea fácil pero tampoco difícil sino sencillamente imposible. La llegada de la derecha al gobierno no significa el reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera calificar) por un nuevo modelo (elitista) de desarrollo, sino simplemente el inicio de un gigantesco saqueo donde cada banda de saqueadores obtiene el botín que puede obtener en el menor tiempo posible y luego de conseguido pugna por más a costa de las víctimas pero también si es necesario de sus competidores. La anunciada libertad del mercado no significó la instalación de un nuevo orden sino el despliegue de fuerzas entrópicas, el país burgués no realizó una reconversión elitista-exportadora sino que se sumergió en un gigantesco proceso destructivo.

Si estudiamos los objetivos económicos reales de otras derechas latinoamericanas como las de Venezuela, Ecuador o Brasil encontraremos similitudes sorprendentes con el caso argentino, incoherencias de todo tipo, autismos desenfrenados que ignoran el contexto global así como las consecuencias desestabilizadoras de sus acciones o “proyectos” generadores de destrucciones sociales desmesuradas y posibles efectos boomerang contra la propia derecha(17). Es evidente que el cortoplacismo y la satisfacción de apetitos parciales dominan el escenario.

En la década de 1980 pero sobre todo en los años 1990 el discurso neoliberal desbordaba optimismo, el “fantasma comunista” había implotado y el planeta quedaba a disposición de la única superpotencia: los Estados Unidos, el libre mercado aparecía con su imagen triunfalista prometiendo prosperidad para todos. Como sabemos esa avalancha no era portadora de prosperidad sino de especulación financiera, mientras la tasas de crecimiento económico real global seguían descendiendo tendencialmente desde los años 1970 (y hasta la actualidad) la masa financiera comenzó a expandirse en progresión geométrica. Se estaban produciendo cambios de fondo en el sistema, mutaciones en sus principales protagonistas que obligaban a una reconceptualización. En el comando de la nave capitalista global comenzaban a ser desplazados los burgueses titulares de empresas productoras de objetos útiles, inútiles o abiertamente nocivos y su corte de ingenieros industriales, militares uniformados y políticos solemnes, y empezaban a asomar especuladores financieros, payasos y mercenarios despiadados, la criminalidad anterior medianamente estructurada comenzaba a ser remplazada por un sistema caótico mucho más letal. Se retiraba el productivismo keynesiano (heredero del viejo productivismo liberal) y comenzaba a instalarse el parasitismo neoliberal.

El concepto de lumpenburguesía

Existen antecedentes de ese concepto, por ejemplo en Marx cuando describía a la monarquía orleanista de Francia (1830-1848) como un sistema bajo la dominación de la aristocracia financiera señalando que “en las cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía, desenfreno en el que, por la ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa”(18). La aristocracia financiera aparecía en ese enfoque claramente diferenciada de la burguesía industrial, clase explotadora insertada en el proceso productivo. Se trataba, según Marx, de un sector instalado en la cima de la sociedad que lograba enriquecerse “no mediante la producción sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada”(19). Ubiquemos dicha descripción en el contexto del siglo XIX europeo occidental, marcado por el ascenso del capitalismo industrial donde esa aristocracia navegando entre la usura y el saqueo aparecía como una irrupción históricamente anómala destinada a ser desplazada tarde o temprano por el avance de la modernidad. Marx señalaba que hacia el final del ciclo orleanista “La burguesía industrial veía sus intereses en peligro, la pequeña burguesía estaba moralmente indignada, la imaginación popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos. “La dinastía de los Rothschild”, “Los usureros, reyes de la época”, etc. en lo que se denunciaba y anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la aristocracia financiera” (20).

Resulta notable ver aparecer a los Rothschild como “usureros”, imagen claramente precapitalista, cuando en las décadas que siguieron y hasta la Primera Guerra Mundial simbolizaron al capitalismo más sofisticado y moderno. Karl Polanyi los idealizaba como pieza clave de la Haute Finance europea, instrumento decisivo, según él, en el desarrollo equilibrado del capitalismo liberal, cumpliendo una función armonizadora poniéndose por encima de los nacionalismos, anudando compromisos y negocios que atravesaban las fronteras estatales calmando así la disputas interimperialistas. Describiendo a la Europa de las últimas décadas del siglo XIX Polanyi explicaba que: “los Rothschild no estaban sujetos a un gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez” (21).

Lo que para Marx era una anomalía, un resto degenerado del pasado, para Polanyi era una pieza clave de la “Pax Europea”, del progreso liberal de Occidente quebrado en 1914. La permanencia de los Rothschild y de sus colegas banqueros durante todo el largo ciclo del despegue y consolidación industrial de Europa demostró que no se trataba de una anomalía sino de una componente parasitaria indisociable (aunque no hegemónica en ese ciclo) de la reproducción capitalista. Por otra parte el estallido de 1914 y lo que siguió, desmintió la imagen de cúpula armonizadora, estableciendo acuerdos, negocios que imponían equilibrios. Sus refinamientos y su aspecto “pacificador” formaban parte de un doble juego peligroso pero muy rentable, por un lado alentaban de manera discreta toda clase de aventuras coloniales y ambiciones nacionalistas como por ejemplo las carreras armamentistas (y de inmediato pasaban la cuenta) y por otro las calmaban cuando amenazaban producir desastres, pero esa sucesión de excitantes y calmantes aplicadas a monstruos que absorbían drogas cada vez más fuertes terminó como tenía que terminar: con un gigantesco estallido bajo la forma de Primera Guerra Mundial.

El concepto de “lumpenburguesía” aparece por primera vez hacia fines de los años 1950 a través de un texto de “Ernest Germain” seudónimo empleado por Ernest Mandel haciendo referencia a la burguesía de Brasil que el autor consideraba una clase semicolonial, “atrasada”, no completamente “burguesa” (en el sentido moderno-occidental del término). Fue retomado más adelante, en los años 1960-1970 por André Gunder Frank generalizándolo a las burguesías latinoamericanas(22). Tanto Mandel como Gunder Frank establecían la diferencia entre las burguesías centrales, estructuradas, imperialistas, tecnológicamente sofisticadas; y las burguesías periféricas, subdesarrolladas, semicoloniales, caóticas, en fin, lumpenburguesas (burguesías degradadas).

Pero ese esquema empezó a ser desmentido por la realidad desde los años 1970 con la declinación del keynesianismo productivista y sus acompañantes reguladores e integradores. Se desató el proceso de transnacionalización y financierización del capitalismo global que desde comienzos de los años 1990 (con la implosión de la URSS y la aceleración del ingreso de China en la economía de mercado) adquirió un ritmo desenfrenado y una extensión planetaria. Mientras se desaceleraba la economía productiva crecía exponencialmente la especulación financiera, una de sus componentes principales, los productos financieros derivados equivalían según el Banco de Basilea a unas dos veces el Producto Bruto Mundial en el 2000 llegando a 12 veces en 2008, por su parte la masa financiera global (derivados y otros papeles) equivalía en ese momento a una 20 veces el Producto Bruto Mundial. Hegemonía financiera apabullante que transformó completamente la naturaleza de la élites económicas del planeta, la desregulación (es decir la violación creciente de todas las normas), el cortoplacismo, las dinámicas depredadoras, fueron los comportamientos dominantes produciendo veloces concentraciones de ingresos tanto en los países centrales como en los periféricos, marginaciones sociales, deterioros institucionales (incluidas las crisis de representatividad).

Todo ello se ha agravado desde la crisis financiera de 2008 confirmando la existencia de una lumpenburguesía global dominante (resultado de la decadencia sistémica general) cuyos hábitos de especulación y saqueo enlazan con ascensos militaristas que potencian su irracionalidad. Los Estados Unidos se encuentran en el centro de esa peligrosa fuga hacia adelante: escalada militar en el Este de Europa, Medio Oriente y Asia del Este acompañada por claros síntomas de descontrol financiero donde por ejemplo el Deustche Bank acumularía actualmente unos 75 billones de dólares en productos financieros derivados(23), papeles altamente volátiles que representaban en 2015 unas 22 veces el Producto Bruto Interno de Alemania y unas 4,6 veces el Producto Bruto Interno de toda la Unión Europea; del otro lado del Atlántico solo cinco grandes bancos norteamericanos (Citigroup, JP Morgan, Goldman Sachs, Bank of America y Morgan Stanley) acumulaban derivados por cerca de 250 billones de dólares(24), equivalentes a 3,4 veces el Producto Bruto Mundial o bien unas 14 veces el Producto Bruto Interno de los Estados Unidos. Imaginemos las consecuencias económicas globales del desplome de esa masa de papeles. Mientras tanto los grandes lobos de Wall Street juegan alegremente al poker admirados por pequeñas aves carroñeras de la periferia deseosas de “abrirse al mundo” y participar del festín.

América Latina

América Latina no ha quedado fuera de esa mutación global. Existe un consenso bastante amplio en cuanto a la configuración de las élites económicas latinoamericanas durante las dos primeras etapas de la modernización regional (es decir su integración plena al capitalismo) entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX: la agro-minera-exportadora con sus correspondientes oligarquías seguida por el llamado período (industrializante) de sustitución de importaciones con la emergencia de burguesías industriales locales. Especificidades nacionales de distinto tipo muestran casos que van desde la inexistencia de  “segunda etapa” en pequeños países casi sin industrias hasta desarrollos industriales significativos como en Brasil, Argentina o México con burguesías y empresas estatales poderosas. Desde prolongaciones industriales de las viejas oligarquías hasta irrupciones de clases nuevas, advenedizos no completamente admitidos por las viejas élites hasta integraciones de negocios donde los viejos apellidos se mezclaban con los de los recién llegados.

En torno de los años 1960-1970 el proceso de industrialización fue siendo acorralado por la debilidad de los mercados internos y su dependencia tecnológica, y de las divisas proporcionadas por las exportaciones primarias tradicionales, apabullado por un capitalismo global que impuso ajustes y destruyó o se apoderó de tejidos productivos locales. La transnacionalización y financierización globales se expresaron en la región como desarrollo del subdesarrollo, firmas occidentales que pasaron a dominar áreas industriales decisivas mientras bancos europeos y norteamericanos hacía lo propio con el sector financiero, al mismo tiempo que se agudizaba la exclusión social urbana y rural. La llamada etapa de industrialización por sustitución de importaciones había significado el fortalecimiento del Estado y en varios casos importantes la “nacionalización” de una porción significativa de las élites dominantes con la emergencia de burguesías industriales nacionales inestables, pero eso comenzó a ser revertido desde los años 1960-1970 y el proceso de colonización se aceleró en los años 1990.

Lo que ahora constatamos son combinaciones entre asentamientos de empresas transnacionales dominantes en la banca, el comercio, los medios de comunicación, la industria, etc. rodeados por círculos multiformes de burgueses locales completamente transnacionalizados en sus niveles más altos, rodeados a su vez por sectores intermedios de distinto peso. Los grupos locales se caracterizan por una dinámica de tipo “financiero” combinando a gran velocidad toda clase de negocios legales, semilegales o abiertamente ilegales, desde la industria o el agrobusiness hasta el narcotráfico pasando por operaciones especulativas o comerciales más o menos opacas. Es posible investigar a una gran empresa industrial mexicana, brasileña o argentina y descubrir lazos con negocios turbios, colocaciones en paraísos fiscales, etc. o a una importante cerealera realizando inversiones inmobiliarias en convergencia con blanqueos de fondos provenientes de una red-narco a su vez asociada a un gran grupo mediático. Las élites económicas latinoamericanas aparecen como una parte integrante de la lumpenburguesía global, son su sombra periférica, ni más ni menos degradada que sus paradigmas internacionales. Muy por debajo de todo ese universo sobreviven pequeños y medianos empresarios industriales, agrícolas o ganaderos que no forman parte de las élites pero que si consiguen ingresar al ascensor de la prosperidad inevitablemente son capturados por la cultura de los negocios confusos, si no lo hacen se estancan en el mejor de los casos o emprenden el camino del descenso.

Aunque cuando estudiamos a esas élites rápidamente descubrimos que su dinámica puramente “económica” solo existe en nuestra imaginación. Un negocio inmobiliario de gran envergadura seguramente requiere conexiones judiciales, políticas, mediáticas, etc.; por su parte para llegar a los niveles más altos de la mafia judicial es necesario disponer de buenas conexiones con círculos de negocios, políticos, mediáticos, etc.; y ser exitoso en la carrera política requiere fondos y coberturas mediáticas y judiciales. En suma, se trata en la práctica de un complejo conjunto de articulaciones mafiosas, grupos de poder transectoriales vinculados a, más o menos subordinados a (o formando parte de) tramas extra-regionales a través de canales de diverso tipo: el aparato de inteligencia de los Estados Unidos, un mega banco occidental, una red clandestina de negocios, alguna empresa industrial transnacional, etc.

A comienzos del siglo XX las élites latinoamericanas formaban parte de una división internacional del trabajo donde la periferia agropecuaria-minera exportadora se integraba de manera colonial a los capitalismos centrales industrializados. En aquellos tiempos Inglaterra era el polo dominante(25). Luego llegó el siglo XX y su recorrido de crisis, guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, keynesianismos, fascismos, socialismos… pero al final de ese siglo todo ese mundo quedaba enterrado, triunfaba el neoliberalismo y el capitalismo globalizado y cuando este entró en crisis en América Latina emergieron y se instalaron las experiencias progresistas que intentaron resolver las crisis de gobernabilidad con políticas de inclusión social a sistemas que eran más o menos reformados buscando hacerlos más productivos, menos sometidos a los Estados Unidos, más igualitarios y democráticos. Las élites dominantes se pusieron histéricas, aunque no habían sido seriamente desplazadas, perdían posiciones de poder, se les escapaban de las manos negocios suculentos y su agresividad fue en aumento a medida que la crisis global dificultaba sus operaciones. Por su parte Estados Unidos en retroceso geopolítico global acentuó sus presiones sobre la región intentando su recolonización. Al comenzar el año 2016 los progresismos han sido acorralados como en Brasil o Venezuela, o derrocados como en Paraguay o Argentina; Obama se frota las manos y sus buitres se lanzan al ataque, los capriles y macris cantan victoria convencidos de que estamos retornando a la “normalidad” (colonial), pero no es así: en realidad estamos ingresando en una nueva etapa histórica de duración incierta marcada por una crisis deflacionaria global que se va agravando acompañada por alarmantes señales de guerra.

Las élites dominantes locales no son el sujeto de una nueva gobernabilidad sino el objeto de un proceso de decadencia que las desborda, peor aún esas lumpenburguesías aportan crisis a la crisis más allá de sus manipulaciones mediáticas que tratan de demostrar lo contrario, creen tener mucho poder pero no son más que instrumentos ciegos de un futuro sombrío. Aunque la declinación real del sistema abre la posibilidad de un renacimiento popular, seguramente difícil, doloroso, no escrito en manuales, ni siguiendo rutas bien pavimentadas y previsibles.

Notas:
(5) Eduardo Aspiazu y Miguel Khavisse, “Deuda externa y poder económico en Argentina”, Siglo XXI, 2004.
(6) "La relación entre la mafia masónica P2 y la familia Macri, posible próximo presidente de la Argentina" (reportaje a Gabriela Cerruti): http://praiadexangrila.com.br/la-relacion-entre-la-mafia-masonica-p2-y-la- familia-macri-posible-proximo-presidente-de-la-argentina/                                                                            José Steinsleger, “Trump y Macri: entre la Cosa Nostra y la logia P2”, La Haine, http://www.lahaine.org/mm_ss_mundo.php/trump-y-macri-entre-la
(7) Wikipedia, Antonio Macri, https://en.wikipedia.org/wiki/Antonio_Macr%C3%AC
(8) https://en.wikipedia.org/wiki/Antonio_Macr%C3%AC
(9) Clarín Noticias, “La Santa, la nueva estructura de la mafia calabresa. Un viejo grupo criminal que se expandió a los cinco continentes”, Clarín Noticias, 22/10/2007,  http://www.clarin.com/ediciones- anteriores/viejo-grupo-criminal-expandio-continentes_0_BJ9fVykAKx.html
(10) Redacción de "Dia-a-Dia", "Buscan al hijo del jefe de la mafia calabresa. Pantaleone Mancuso era buscado por Interpol desde hace un año y medio", 14-09-2014, http://diaadia.viapais.com.ar/policiales/buscan-al-hijo-del-jefe-de-la-mafia-calabresa
(11) "PF anuncia prisão de mafioso no aeroporto de Guarulhos". Do UOL, em São Paulo 09/06/2017. https://noticias.uol.com.br/internacional/ultimas-noticias/2017/06/09/pf-anuncia-prisao-de-mafioso-no- aeroporto-de-guarulhos.htm
(12) Clarín Noticias, artículo citado.
(13) Jorge Beinstein, “La gran mutación del capitalismo”, Le Mode Diplomatique, edición Cono Sur, Número 10, Abril 2000, https://www.insumisos.com/diplo/NODE/2019.HTM
(14) Ignazio Silone, “L’école des dictateurs”, Gallimard, Paris, 1981.
(15) Queda abierta la reflexión acerca del significado del golpe de estado de 1930.
(16) Recomiendo la lectura de:
-Rocco Carbone, “Andragathos”, Página 12, 24 de febrero de 2017, https://www.pagina12.com.ar/22055-andragathos                                                                                              -“Antonio Macri, italian leader of the ‘Ndrangheta...”,  https://www.revolvy.com/topic/Antonio Macrì&uid=157.
-Horacio Verbitsky, “De Calabria al Plata. El presidente Maurizio Macrì y las mafias”, Página 12, 9 de abril de 2017, https://www.pagina12.com.ar/30709-de-calabria-al-plata 
(17) Jorge Beinstein, "Serra contra o Mercosul: o auge das direitas loucas na América Latina" http://cartamaior.com.br/?/Editoria/Internacional/Serra-contra-o-Mercosul-o-auge-das-direitas-loucas-na-America-Latina%0D%0A/6/15507
(18) Carlos Marx, “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”,  en Carlos Marx-Federico Engels, Obras Escogidas, Tomo I, páginas 128-129, Editorial Progreso, Moscú 1966.
(19) Ibid.
(20) Ibid.
(21) Karl Polanyi, “The Great Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time”, Bacon Press, Boston, Massachusetts, 2001.
(22) André Gunder Frank, “Lumpenburguesía: lumpendesarrollo”, Colección Cuadernos de América, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1970.
(23) Tyler Durden, "Is Deutsche Bank The Next Lehman?", Zero Hedge, http://www.zerohedge.com/news/2015-06-12/deutsche-bank-next-lehman
(25) "La inversión de las naciones industriales, en especial de Inglaterra, fluyó hacia América Latina. Entre 1870 y 1913, el valor de las inversiones británicas aumentó de 85 millones de libras esterlinas a 757 millones, una multiplicación casi por nueve en cuatro décadas. Hacia 1913, los inversores británicos poseían aproximadamente dos tercios del total de la inversión extranjera". Skidmore, Thomas E. y Smith, Peter H., "Historia contemporánea de América Latina. América Latina en el siglo XX", Ed. Grijalbo. 4a. edición, España, 1996.


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