Santiago Ibarra
Desde
el inicio de la década de 2000 el modelo neoliberal -impuesto en la región
inicialmente en Chile bajo la sangrienta dictadura de Pinochet, bajo el que se
obtuvo tasas de crecimiento económico menores a las que se alcanzó bajo el
modelo estatista y de industrialización por sustitución de importaciones, y que
venía produciendo una gran masa de excluidos y de población excedente y,
complementariamente, un incremento sin parangón en la historia económica de la
región de la concentración de ingresos y de las desigualdades sociales en una
minoría de la población-, retrocedía en América Latina. Los pueblos de
distintos países se levantaron contra el desempleo, contra la privatización del
agua, contra la concentración de la tierra, contra la marginación de los
indígenas, y finalmente hicieron posible el ascenso de gobiernos progresistas
que, sin cuestionar el sistema
capitalista (el poder económico), levantaron y aplicaron programas de
inclusión social más o menos coherentes según los países, en un contexto
económico internacional favorable por el incremento del volumen y de los
precios de las materias primas de exportación.
Sin
embargo, a partir del año 2009 se produce un movimiento de inflexión en la
región, con el golpe de estado contra Rodrigo Zelaya en Honduras. Luego vendrán
el golpe contra Dilma en Brasil, el golpe contra Lugo en Paraguay, la profunda
crisis y la arremetida contra el gobierno de Maduro en Venezuela, el golpe
blando en Argentina que puso en el gobierno a Macri, etc. La crisis de los
gobiernos progresistas guardaba estrecha relación con la crisis financiera de
los Estados Unidos de 2008 y con la disminución del volumen y de los precios de
los productos de exportación. En síntesis, la derecha económica viene retomando
el control político en distintos países de América Latina, imponiendo políticas
económicas antipopulares que benefician largamente a los grandes capitales
instalados en la región.
Con
su libro Macri. Orígenes e instalación de
una dictadura mafiosa, Jorge Beinstein ofrece, desde la tradición del
pensamiento revolucionario, un análisis multidisciplinario en un marco temporal
amplio acerca de los orígenes y los caracteres de la derecha económica que se
instala en el gobierno argentino con el mafioso de Macri a la cabeza, en una coyuntura económica
y política internacional concreta: crisis de hegemonía de los Estados Unidos,
persistencia de las bajas tasas de crecimiento del producto bruto mundial,
persistencia de una economía parasitaria e hiperfinanciarizada, persistencia
del militarismo estadounidense y europeo en ascenso, en suma, crisis,
degradación y caotización del sistema global. No obstante, a pesar de que su
estudio tiene como centro a Argentina, muchas de sus aserciones aplican al Perú
y otros países de América Latina. De ahí que el libro de Beinstein se
constituye en un importante punto de apoyo para comprender y transformar la
realidad peruana y latinoamericana contemporáneas.
Jorge
Beinstein proporciona un concepto de capitalismo contrario al que normalmente
se usa, como sinónimo de “libre mercado”, y como originado en el ahorro y el
sacrificio del capitalista. Beinstein por eso enfatiza la naturaleza
imperialista, genocida y depredadora del sistema mundial capitalista
contemporáneo. Porque el capitalismo en la región y el mundo avanzó sobre la
base del exterminio de las poblaciones indígenas, el uso del aparato estatal,
el saqueo de los recursos naturales de los países del Tercer Mundo.
Añade
que es un sistema decadente, que no impulsa ya el desarrollo de las fuerzas
productivas, el desarrollo industrial y agrario, sino que está centrado en el
saqueo, el robo y el pillaje, en la acumulación en el sector financiero de la
economía, succionando la riqueza producida en el sector productivo de la
economía, combinando los negocios legales, con los ilegales (como el
narcotráfico y el lavado de activos) y los semilegales. Se trata, añade
Beinstein, de una lumpenburguesía(1) que ha dejado en el olvido los ideales y
los valores de la burguesía en ascenso, y ha hecho de la violación de la norma
y de la ley su principal norma. Es una burguesía nihilista, pragmática, que no
tiene un proyecto de desarrollo sino solo planes de enriquecimiento en el menor
tiempo posible, corroyendo el conjunto del cuerpo social, degradando y
envileciendo cultural y éticamente a importantes sectores de las clases medias
y populares. Cuando las condiciones políticas no le son favorables, amaga,
presiona, chantajea, aguarda su turno, y cuando este llega, cuando retoma el
control político, despliega toda su furia contra las clases populares, como
sucede hoy en día claramente en Argentina.
A
diferencia de otros críticos de los gobiernos progresistas que, por ejemplo,
centran en la necesidad de superar el extractivismo, impulsar la
industrialización o en la preservación y estimulación de la potencia
democrática popular, Beinstein, sin negarlas (por el contrario, afirmándolas),
subraya la necesidad de desmantelar el “círculo superior del poder”, el poder económico
de la lumpenburguesía, pues ello es condición necesaria de un proceso de democratización real y profundo,
acompañado de prácticas democráticas contrarias a la cultura de la clase
dominante, a la sumisión, al caudillismo, al verticalismo, al personalismo (y al
culto a la personalidad), a la inmediatez, al pragmatismo cínico disfrazado de “viveza
criolla”, al sectarismo, al pensamiento único, a la subestimación del
pensamiento crítico, que reproducen el sistema de explotación y de opresión,
afirma certeramente Beinstein. Esas prácticas forman parte del mundo decadente
del capitalismo financiarizado contemporáneo. La
internalización por parte de las clases populares de la cultura de la
oligarquía, de sus mitos y normas de conducta, limita su potencial de lucha y
de construcción de una nueva
“racionalidad social” y es la razón principal de sus derrotas.
Con
razón, Beinstein afirma que es absolutamente incompatible la preservación del
poder económico por la lumpenburguesía con un proceso de democratización real. No
existe un interés común entre oligarquía y pueblo, sino solo en la imaginación;
así, afirma Beinstein: “Ninguna democratización real, seria, de la vida
argentina es posible sin la eliminación del lumpen-capitalismo y su aparato
represivo.” “Quienes entendemos el carácter profundamente decadente del
capitalismo argentino no vemos otra posibilidad de regeneración social que la
que pasa por la erradicación de las estructuras básicas del sistema. Quienes
siguen viviendo de ilusiones, buscan y buscan resquicios, pequeñas reformas
posibles que hagan soportable la degradación general.”
Como
se sabe, Marx señalaba que el capitalismo había cumplido un papel positivo en
el desarrollo de las fuerzas productivas, “porque sin ella solo se
generalizaría la escasez y, por
tanto, con la pobreza, comenzaría de
nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en
toda la porquería anterior; y, además, porque solo este desarrollo universal de
las fuerzas productivas lleva consigo un intercambio universal de los hombres, en virtud de lo cual, por una parte, el
fenómeno de la masa “desposeída” se produce simultáneamente en todos los
pueblos (competencia general), haciendo que cada uno de ellos dependa de las
conmociones de los otros y, por último, instituye a individuos histórico-universales, empíricamente
universales, en vez de individuos locales.” (cursivas en el original) (2).
En
el siglo XX el capitalismo entra en una profunda crisis en 1929 y solo durante
un breve período que va de 1945 a 1973 logra altas tasas de crecimiento del
producto bruto mundial, de alrededor del 5% anual. A partir de la década de
1970 hasta la actualidad la tasa de crecimiento del producto bruto mundial ha
ido a la baja, fenómeno asociado a la hegemonía mundial del capital financiero
parasitario.
La
decadencia y la degradación del sistema capitalista mundial es un fenómeno que
tiene larga data. Frente a ella las clases dominantes tienden a la imposición
de regímenes dictatoriales con rostro civil, como en Argentina con el gobierno
de Macri, que ha concentrado todos los poderes, por “la lógica de su
permanencia dominante” y a falta de un consenso suficiente en la sociedad
argentina. El consenso que obtiene se sustenta en el neofascismo, los
prejuicios raciales, el odio contra los pobres, el socialismo y el “desorden
creativo de los jóvenes”, odios y prejuicios anidados en las clases medias y en
sectores de las clases bajas. Pero, como hay resistencia a la contrarrevolución
de Macri, este recurre también al asesinato selectivo (como el de Santiago
Maldonado) o la violencia de grupos delincuenciales y de narcotraficantes, como
en México (y el Perú, agregamos nosotros). Y a medida que la resistencia
popular sea mayor, el gobierno de Macri recurrirá más a la violencia. El
gobierno de Macri es visto por Beinstein como una contrarrevolución, pues, aunque no ha tenido al frente a una
revolución, apunta a destruir y erradicar cualquier reforma que frene la ofensiva
de los archimillonarios.
Beinstein
afirma que parte de ese proceso de decadencia y degradación de la sociedad argentina
es “el realismo mediocre del progresismo y de la pequeña izquierda herbívora
aferrados a los resquicios formales del sistema, a sus ficciones
institucionales…”, así como el oportunismo sindical y la pequeña izquierda
sectaria que no cuenta con una estrategia de poder.
Pero
Beinstein no tiene una visión derrotista ni pesimista. Al contrario, sostiene
que la recaptura del poder político por parte de la derecha económica no puede entenderse
como un triunfo absoluto de esta, pues la misma no hace sino hacer más frágil
la llamada “gobernabilidad”, el control sobre las grandes masas populares, pues
estas se ven empujadas a resistir y proponer proyectos políticos alternativos, “un
renacimiento popular, seguramente difícil, doloroso, no escrito en manuales, ni
siguiendo rutas bien pavimentadas y previsibles.” Además, sostiene que “si bien
las inclusiones sociales y los cambios económicos realizados por el progresismo
fueron insuficientes, embrollados, estuvieron impregnados de limitaciones y si
su autonomía en materia de política internacional tuvo una audacia restringida;
lo cierto es que su recorrido ha dejado huellas, experiencias sociales, dignificaciones
(suprimidas por la derecha) que serán muy difícil extirpar y que en
consecuencia pueden llegar a convertirse en aportes significativos a futuros (y
no tan lejanos) desbordes populares radicalizados.” Añade Beinstein que “La
ilusión progresista de humanización del sistema, de realización de reformas
“sensatas” dentro de los marcos institucionales existentes, puede pasar de la
decepción inicial a una reflexión social profunda, crítica de la
institucionalidad mafiosa, de la opresión mediática y de los grupos de negocios
parasitarios. Ello incluye a la farsa democrática que los legitima. En ese caso
la molestia progresista podría convertirse tarde o temprano en huracán
revolucionario no porque el progresismo como tal evolucione hacia la radicalidad
anti-sistema sino porque emergería una cultura popular superadora, desarrollada
en la pelea contra regímenes condenados a degradarse cada vez más. En ese
sentido podríamos entender uno de los significados de la revolución cubana, que
luego se extendió como ola anticapitalista en América Latina, como superación
crítica de los reformismos nacionalistas democratizantes fracasados (como el
varguismo en Brasil, el nacionalismo revolucionario en Bolivia, el primer
peronismo en Argentina…)” Finalmente, tampoco
observa esa recaptura del poder político por la derecha económica como un
triunfo de los Estados Unidos, sino como “la forma específica que toma la
decadencia del sistema global”.
Para Beinstein, el futuro no está
predeterminado. De lo que se trata es de construir una verdadera alternativa
revolucionaria al capitalismo, desarrollando la “creatividad del pueblo”, la “reproducción
ofensiva de identidad”, el “desarrollo de luchas”, “enfrentadas hoy a fuerzas
tanáticas desatadas por una élite cuyo único horizonte es el pillaje.” Así, de
lo que se trata es de construir un proyecto radical que haga frente a la
decadencia y a la degradación generalizada de la vida social, esto es, a la
cosificación generalizada de los seres humanos, que el sistema los coloca como meros
entes consumidores y desechables, muchos de los cuales aceptan esa condición
subhumana gracias a la manipulación y bombardeo mediático embrutecedor y
caotizador de la identidad. De ahí que Beinstein afirma que “El oprimido
empieza a existir como ser humano, a conquistar su dignidad solo cuando el
opresor comienza a morir”.
El
libro de Beinstein estimula el pensamiento. Nos invita al despliegue de la
imaginación, de la creatividad, pero sobre todo a ir más allá de la sumisión al
poder, a deshacernos de esquemas teóricos y fórmulas políticas correspondientes
a etapas anteriores del capitalismo latinoamericano y mundial y a renovar el
análisis de la realidad concreta (el alma viva del marxismo). Pero también es
una invitación a guardar el optimismo, pero no un optimismo cegado por la
superficialidad de pensamiento, sino uno estrechamente vinculado a las
posibilidades que se abren con las luchas sociales democráticas y
democratizantes, para al fin poder cruzar el umbral de la prehistoria de la
humanidad. Frente a quienes sostienen que el camino seguido por los “gobiernos
progresistas” es el único posible, Beinstein plantea que es necesario y posible
construir un proyecto político revolucionario (se entiende, independiente del
progresismo) que haga frente a la decadencia del sistema capitalista y a la
degradación social, cultural y moral a la que nos somete, atacando al círculo
superior del poder y llevando adelante procesos profundos de democratización,
procesos siempre difíciles, arduos, complejos, que deben lidiar con la pesada
herencia de sumisión e identificación con la cultura y los valores del opresor,
como llamara la atención Frantz Fanon.
Notas:
(1) El término de “lumpenburguesía” lo
emplea por primera vez Ernest Mandel a fines de los años 1950, “haciendo
referencia a la burguesía de Brasil que el autor consideraba una clase
semicolonial, “atrasada”, no
completamente “burguesa” (en el
sentido moderno-occidental del término). Fue retomado más adelante, en los años
1960-1970 por André Gunder Frank generalizándolo a las burguesías
latinoamericanas. Tanto Mandel como Gunder Frank establecían la diferencia
entre las burguesías centrales, estructuradas, imperialistas, tecnológicamente
sofisticadas; y las burguesías periféricas, subdesarrolladas, semicoloniales,
caóticas, en fin, lumpenburguesas
(burguesías degradadas). Pero ese esquema empezó a ser desmentido por la
realidad desde los años 1970 con la declinación del keynesianismo productivista
y sus acompañantes reguladores e integradores. Se desató el proceso de
transnacionalización y financierización del capitalismo global que desde
comienzos de los años 1990 (con la implosión de la URSS y la aceleración del
ingreso de China en la economía de mercado) adquirió un ritmo desenfrenado y
una extensión planetaria. Mientras se desaceleraba la economía productiva
crecía exponencialmente la especulación financiera, una de sus componentes
principales, los productos financieros
derivados equivalían según el Banco de Basilea a unas dos veces el Producto
Bruto Mundial en el 2000 llegando a 12 veces en 2008, por su parte la masa
financiera global (derivados y otros papeles) equivalía en ese momento a una 20
veces el Producto Bruto Mundial. Hegemonía financiera apabullante que
transformó completamente la naturaleza de la élites económicas del planeta, la
desregulación (es decir la violación creciente de todas las normas), el
cortoplacismo, las dinámicas depredadoras, fueron los comportamientos
dominantes produciendo veloces concentraciones de ingresos tanto en los países
centrales como en los periféricos, marginaciones sociales, deterioros
institucionales (incluidas las crisis de representatividad).” Es decir, el
concepto de lumpenburguesía es aplicable tanto a las burguesías del centro como
a la de las periferias. Véase el libro de Jorge Beinstein que reseñamos,
capítulo 4, “Las lumpenburguesías latinoamericanas. Élites económicas y
decadencia sistémica”.
(2) Marx, Karl y Engels, Friedrich,
La ideología alemana. Argentina, Nuestra América, 2010.
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