miércoles, 1 de febrero de 2017

Economía


Corrupción y Fetichismo de la Mercancía

César Risso

LA ACTUAL SITUACIÓN que enfrenta la burguesía peruana, de corrupción generalizada, exige una explicación.

        Diversos sectores, tanto de derecha como de izquierda (oportunistas), atribuyen la corrupción a acciones individuales, que expresan conductas faltas de ética, y que en consecuencia, a la par con mayores controles, proponen formar a las nuevas generaciones en valores.

        Sin embargo, los valores, la moral, tienen un carácter de clase. Estos dependen de las condiciones materiales de existencia de las clases sociales. La burguesía, por ejemplo, tiene como objetivo fundamental la extracción de plusvalía, que les arranca a los trabajadores asalariados, amparados por la propia ley burguesa, y que ven como algo absolutamente natural.

        En cambio, los trabajadores asalariados, tienen como objetivo inmediato, evitar que la opresión de la burguesía los destruya físicamente, y además mejorar sus condiciones laborales; en tanto que su objetivo fundamental es el de destruir el sistema de producción capitalista e instaurar el sistema socialista, para así eliminar la explotación de la que son objeto.

        Tomemos un caso reciente: el de los pobladores de Puente Piedra con respecto al peaje. Para las autoridades y la empresa involucrada en el cobro del peaje, no había más alternativa que aplicar lo señalado en el contrato; y por lo tanto, la empresa, no tenía más que disfrutar de los ingresos y utilidades que el cobro del peaje le rendiría. Su moral en este caso era “impecable”, pues como burgueses lo que buscan es obtener utilidades.

        Del lado de los pobladores de Puente Piedra, que veían como injusto el cobro de peajes, a pesar de estar amparado en un contrato, consideraban que esto los afectaba como pobladores, y también como trabajadores que obtienen bajos ingresos y que viven en condiciones de precariedad, provocado por las empresas capitalistas a las cuales venden su fuerza de trabajo. Por lo tanto, era completamente moral para ellos enfrentarse a la empresa y a las autoridades, para así eliminar el peaje.

        Vemos pues, cómo en el sistema económico capitalista, las clases explotadoras actúan conforme a la moral que su situación les impone, mientras que las clases explotadas, actúan también de acuerdo a la moral que su situación les exige.

        ¿Qué sentido tiene enseñar valores en las escuelas? ¿Se le va a enseñar valores a los hijos de los explotadores para que dejen de explotar a los trabajadores asalariados? o ¿se le va a enseñar valores a los hijos de los explotados para que acepten sumisamente la explotación de la que son objeto?

        Para que los valores sean los mismos no debe haber clases sociales, es decir grupos humanos que exploten a otros grupos humanos. Pero, mientras existan las clases sociales, la moral predominante será la moral burguesa.

        Será la moral burguesa la predominante, incluso entre las clases explotadas, por la enorme propaganda que llevan a cabo difundiendo sus intereses, presentándolos como intereses de todo el pueblo, planteando que si hay explotados y pobres, es porque estos no han tenido la inteligencia, la habilidad, ni la voluntad de ser “hombres de bien”, y han preferido quedarse en la situación en la que se encuentran. Que por lo tanto la pobreza y la explotación no se deben al sistema capitalista imperante en nuestro país.

        La enorme corrupción descubierta, es parte del negocio cotidiano de los representantes de la burguesía en el ejercicio del gobierno del Estado, y de la competencia entre las empresas privadas. Descubierta la corrupción, sean cuales quiera los motivos que condujeron a este gran destape, la burguesía se ve obligada a sacrificar a algunos de sus representantes políticos, con el objetivo de salvar al sistema, manteniendo así su dominio como clase para continuar explotando a los trabajadores.

        El sistema capitalista puede considerarse como un mecanismo de apropiación de trabajo excedente. Al desarrollarse las fuerzas productivas, aumentó la productividad del trabajo, y en consecuencia, los seres humanos al desplegar su fuerza de trabajo fueron capaces de producir por encima de lo que requerían para vivir. Nacen entonces las sociedades divididas en clases, estableciéndose las diferentes formas de apropiación del trabajo excedente, como en el caso del sistema esclavista, del feudal y del capitalista. Estas modalidades de extracción y apropiación del trabajo excedente, que en el caso del capitalismo se llama plusvalía, y adquiere la forma fenoménica de ganancia, siempre fueron acompañadas de la guerra, el robo, el engaño, y de otras formas como la corrupción que hoy vemos en el capitalismo.

        Pero, de qué se apropian los burgueses, ya sea por la vía legal de explotación del trabajo asalariado, o la ilegal, de la corrupción. En ambos casos se apropian de trabajo excedente. Así lo hace el capitalista industrial, el capitalista comercial, el banquero, o el terrateniente. La forma varía, pero el fondo es el mismo.

        En el sistema capitalista, nadie puede apropiarse más de lo que los trabajadores crean. Lo que sucede es que esta apropiación se da en términos monetarios. Es decir, en papeles, billetes, acciones, bonos, etc., que expresan el contenido real de la riqueza, esto es, el trabajo coagulado o materializado en objetos útiles, que al ser producidos bajo la forma capitalista, es decir, como bienes para ser vendidos en el mercado, esto es, como mercancías, aparecen como productos privados, a los cuales se puede acceder por medio del cambio por dinero. Sin embargo, en el proceso del cambio, al igualar la mercancía concreta con la mercancía dinero, se evidencia que los diversos trabajos privados no son otra cosa que partículas de trabajo social.

        Así, la corrupción permite a los corruptos apropiarse de más plusvalía, aunque hay formas legales como el juego en la bolsa de valores, en la que los burgueses se arrebatan la plusvalía obtenida, o por medio de la estafa cuando venden los llamados “bonos basura”, es decir deuda mala, no recuperable, trasladando así sus malos negocios a otros burgueses.

        El capitalista cree que el poder está en el oro; y esta creencia se la traslada a toda la sociedad, de tal modo que las clases explotadas terminan convencidas que efectivamente es así. El verdadero valor del oro no está es las propiedades naturales que posee; está en la cantidad de trabajo que contiene. Para decirlo plásticamente, es como si el trabajador asalariado, en el despliegue de su fuerza de trabajo, al desgastarse fuese adquiriendo la forma de oro. Es como si viésemos en cada onza de oro el rostro de todos los trabajadores y sus familias, que han intervenido en su extracción y transformación.

        Al respecto José Carlos Mariátegui señalaba que “la riqueza de los Estados Unidos no está en sus bancos ni en sus bolsas; está en su población.” Vale decir que es el ser humano, con su capacidad, tanto física como espiritual, de crear la riqueza lo que le da valor a las mercancías, y no las mercancías las que le dan valor a los seres humanos. Aunque, por el fetichismo de la mercancía, es decir, por el hecho de estar convencidos que las mercancías tienen valor no por la cantidad de trabajo que contienen, sino por sus propiedades naturales, terminan adorando al oro, al dinero, a las mercancías.

        Este fetichismo de las mercancías, es decir, la atribución a objetos, creados por el hombre, de propiedades sobrenaturales, que dominan al mismo hombre que las ha creado; al presentarse como trabajos privados, que se dan de forma anárquica, y que al enfrentarse en el mercado suben y bajan de precio, como si tuvieran vida propia; y que son apropiadas no por el trabajador directo, su creador, sino por el propietario de los medios de producción; es lo que genera la ansiedad del capitalista de agenciarse de cualquier forma (por ejemplo a través de la corrupción) de todo el dinero posible.

        De nada valdría el dinero o el oro que el capitalista acumula, si es que no tuviese la propiedad privada de los medios de producción, y si no tuviese a los trabajadores libres de medios de producción, para explotarlos.

        La creencia de que el oro tiene gran valor por sus propiedades físico-químicas, esconde que su valor refleja relaciones de producción; relaciones de explotación del trabajo asalariado por el capitalista.

        El trabajo vivo, el despliegue de la fuerza de trabajo, es lo que crea nuevo valor. El trabajo muerto (pasado), llamado capital constante, como máquinas y herramientas, así como la materia prima y los materiales auxiliares, se traslada a la mercancía por medio de la fuerza de trabajo. Es como si la vida del trabajador asalariado fuese pasando, mientras produce, a la mercancía.

        No hay forma alguna, de que a través de la capacitación en valores, puedan los capitalistas dejar de pensar que el oro y el dinero valen por sí mismos, que es su naturaleza lo que les da valor. Que, por lo tanto, al seguir en esta creencia, seguirán buscando los medios, legales o ilegales, para continuar apropiándose de toda la plusvalía posible. En consecuencia, la corrupción solo desaparecerá cuando desaparezcan las mercancías; esto es, cuando los productos del trabajo sean consecuencia del trabajo planificado, y libre de toda forma de explotación, con lo cual dejará de existir el mercado. Cuando deje de existir el mercado y las mercancías, los objetos para satisfacer las necesidades contendrán solo valor de uso.

        La atribución al individuo de comportamientos que dependen de su libre decisión y voluntad, deja de lado el hecho de que son las condiciones materiales de existencia las que determinan estas conductas. Por ello, al reducir el problema de la corrupción únicamente a conductas individuales, sin dejar de reconocer la responsabilidad individual, encubre que esto se da en el marco de la explotación capitalista. En otras palabras, castigan al individuo, pero salvan al sistema, con lo cual dejan intacto el mecanismo que promueve y da vida a la corrupción.

        Pero no es solo la corrupción la que conduce al proletariado a cumplir con su misión histórica de derrocar al capitalismo, sino la explotación capitalista del trabajo bajo la forma asalariada.

        El fetichismo de la mercancía, que hace ver en la creación del hombre objetos que lo dominan, tiene su base en el sistema capitalista. En la superficie, todos ven el cambio de cosas por cosas (mercancías por dinero); pero lo que realmente sucede es que se intercambian porciones de trabajo social por porciones de trabajo social. Para que cambie esta forma tergiversada, de cambio de cosas por cosas, de ver las relaciones sociales (cosificación de las relaciones sociales), se tiene que cambiar la base material: la producción capitalista.


        Al cambiar la producción capitalista, y con ello la explotación del trabajador asalariado, se elimina toda forma de explotación del hombre por el hombre, y se deja sin sustento la posibilidad de la corrupción; dado que, entre otras cosas, no habrá plusvalía de la que apropiarse ni arrebatarse, pues todos los seres humanos contribuyendo con su capacidad física y espiritual, crearán todo lo que la sociedad necesita. No habrá pues, fetichismo de la mercancía, sino la visión directa de que es el hombre por medio del trabajo, el verdadero creador de la riqueza; con lo cual el oro será visto como lo que es: un simple metal, que al dejar de cumplir la función de medio general de intercambio, carecerá de interés, y por lo tanto, al perder la función social que el mismo hombre le asignó, pasará a ser un objeto más, sin función social, para dejar de tener cualquier tipo de utilidad para la vida del ser humano. Entonces, el “verdadero oro”, es decir, la verdadera riqueza, será el ser humano y su capacidad de trabajar.

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